Historia de Sebas 2

Empiezan las tutorias. Un tutor muy severo...un pupilo muy sufrido...

La Historia de Sebas 2

En este mensaje te envío otra parte de lo que me pasó teniendo a Cristian como mi tutor de matemáticas. Espero que haya alguien que me ayude a entender mi situación y me aconseje la forma de encontrarle alguna solución a mis problemas, o si no voy a terminar volviéndome loco.

Ya te conté de cómo en el despacho y frente a don Jaime y a papá, Cristian me obligó a desnudarme y me azotó el culo hasta dejármelo en carne viva.

Eso fue el jueves por la mañana. El resto del día y el viernes, anduve todo el tiempo tratando de espiar a Cristian, pues me aterraba que el muy hijo de puta fuera a contarle a los otros compañeros lo que había sucedido. Seguramente que eso me habría convertido en el pelele de todo el colegio, llevándome al mismo tiempo a ser el objeto de los abusos de todos.

Pero a pesar de mis temores, al parecer Cristian no comentó lo sucedido. Es más, ni siquiera me determinaba ni se ocupaba de mí para nada.

Por mi parte, yo no me atrevía a dirigirle la palabra y ni tampoco a mirarlo a la cara. No sólo era el odio que ya le tenía, sino además la enorme vergüenza que sentía hacia él por haber estado en semejante situación tan humillante.

A pesar de eso, el hecho de que no se hubiera ido de la lengua contándoles a todos lo que me hizo, me generó hacia él algo así como una especie de respeto, que aunado al odio y a la vergüenza, me produjo una mezcla de sentimientos muy parecida al temor. Increíblemente sentía miedo del muy hijo de puta.

Al terminar las clases el viernes me sentí tremendamente aliviado. Al menos durante el fin de semana ya no tendría que preocuparme por espiar a Cristian ni estar cerca del muy maldito. Iba a dedicarme a mis deberes de la escuela y a mis prácticas de gimnasia sin amargarme pensando en que el lunes en la tarde empezaría la tutoría.

Claro que no pude desentenderme del todo de ese asunto. El viernes, el sábado y el domingo, cada noche de esos días, luego de cenar, papá y mamá se dedicaban por más de una hora a aconsejarme sobre cómo debía actuar para poder aprovechar la oportunidad que me daban don Jaime y Cristian para permanecer en el colegio.

Sobre todo se me quedaron muy grabados los consejos que me dieron el domingo:

Si no logras mejorar tus resultados en matemáticas para poder permanecer en el colegio… – decía papá –…vas a decepcionarnos mucho a tu mamá y a mí

Por eso, hijito, es que tienes que poner mucho empeño con tu tutor… – decía mamá –…no vayas a hacer que se enfade contigo. Y muéstrate muy respetuoso y obediente

Si… – sentenció papá –…sobre todo sé muy respetuoso y obediente. No se te olvide que ese generoso joven te está haciendo un gran favor. Además, aunque sea casi un año menor que tú, él está sobre ti, pues es tu maestro.

Eso ya lo sabía yo que el muy hijo de puta estaba por encima de mí, pues no en vano tuve que soportar la tremenda paliza del jueves, para además tener que humillarme postrándome ante él para besarle la mano con la que acababa de azotarme el culo.

No vaya a extrañarte que ese joven sea muy severo contigo – continuó papá –. Yo mismo le pedí que te tratara con toda severidad. Recuerda que todo lo que debas sufrir ahora, será por tu bien en el futuro

Si hijito… – decía mamá –…recuerda que ese chico tan generoso estará sacrificando muchas cosas sólo por ayudarte a ti…así que no repares en nada cuando se trate de satisfacerlo y de mostrarte obediente y servicial con él

Maldita suerte la mía. En esos momentos yo estaba totalmente de acuerdo con papá y mamá. Sobre todo pensando en que el muy hijo de puta de Cristian se sacrificaría por mí siendo mi tutor. Aún no me imaginaba el precio que tendría que pagarle al maldito por su "sacrificio".

Pero en fin, llegó el lunes y de nuevo las clases. Ya me había olvidado de espiar a Cristian para averiguar si se iría de la lengua. Pero a medida que pasaban las horas, el pecho se me iba empezando a llenar de pesadumbre al pensar que se acercaba el momento de mi primera tutoría.

Dieron las dos de la tarde y concluyeron las clases. En ese momento vi que Cristian me llamaba y empecé a temblar. No obstante no dudé en acercármele, aunque no tenía el valor de mirarlo de frente.

Sígueme – me ordenó al tiempo que me entregaba su maleta.

Con algo de extrañeza, pero sin atreverme a protestar, tomé su bolsa con los útiles escolares y me fui atrás de él, como si fuera su perro.

Salimos del salón de clases y atravesamos medio colegio, siempre yo en pos de él. Al llegar al pasillo que conducía al despacho de don Jaime me puse a temblar otra vez. No podía sino pensar en que de nuevo iba a suceder lo del jueves.

Él tomó el picaporte y abrió la puerta sin ni siquiera tocar. Eso me extrañó un poco, pero en el estado de angustia y temor en el que me encontraba, no tenía cabeza para esas sutilezas.

Mi abatimiento y mi temor eran tales que él entró en el despacho y yo no pude dar un paso adelante para seguirlo. Debió percatarse que yo no lo seguía porque se volvió sobre sus pasos y me ordenó entrar.

Intenté expresar una disculpa pero sólo logré balbucear un poco. Y seguí sintiéndome incapaz de avanzar ni siquiera un centímetro. Entonces el muy cabrón me miró con fijeza, de forma inexpresiva pero con cara de hijo de puta.

En ese momento vi como su mano derecha volaba como un rayo hacia mi cara y sentí que se estrellaba contra mi mejilla izquierda. El tremendo golpe me sacudió la cabeza desorientándome y poniéndome en un estado de total abatimiento, al mismo tiempo que me generaba un terrible miedo hacia el maldito.

Sígueme – me ordenó de nuevo – ¿O prefieres que nos quedemos aquí aprovechando el tiempo para abofetearte hasta que me canse de ti y te mande al cuerno?

A pesar del abatimiento y el miedo que me embargaba, tuve la suficiente presencia de ánimo para razonar: si el maldito hijo de puta iba a golpearme, mejor que lo hiciera en el despacho de don Jaime y no ahí en el pasillo, donde cualquiera podría percatarse de lo que estaba sucediendo.

Así que con toda mansedumbre lo seguí al interior de la pequeña oficina.

Al entrar atrás de él, vi que se acercó al escritorio de don Jaime y recogió la misma vara con la que ya me había azotado el culo el jueves.

El miedo se me volvió casi insoportable. Intenté expresar una súplica para evitar que volviera a golpearme. Pero él no me hizo caso, apenas tomar la vara se dirigió hacia la pared atrás del escritorio, descorrió un poco la cortina y abrió una puerta que había oculta allí y entró. Esta vez no me lo pensé para seguirlo.

El verlo con la vara en la mano me produjo un efecto mágico, que me indujo a pensar que no habría ninguna orden del maldito cabrón que yo no fuera a obedecer con toda puntualidad.

Y sin embargo en ese momento no me planteaba que Cristian fuera a darme órdenes que yo no había imaginado que recibiría en toda mi vida.

Apenas estar dentro de aquella otra estancia, cerró la pequeña puerta oculta tras las cortinas del despacho de don Jaime y pareció darme un instante para contemplar el escenario. Aquello tenía el aspecto de un estudio muy confortable y muy bien dotado.

No me pasó desapercibido que aquel estudio era al menos tres veces más grande que el despacho de don Jaime y que allí había de todo lo que carecía la oficina del rector. Además de tener tres cuartas partes del piso cubierto por una rica alfombra y las paredes tapizadas, se notaba el cuidado exquisito en la decoración y se podía intuir que todo lo que había allí era de un valor excesivo.

Se hubiera estado a gusto allí de no ser por la presencia del muy hijo de puta de Cristian, que ahora me observaba con un detenimiento que me estaba haciendo temblar y me tenía a punto de echarme a llorar.

En ese momento y con demasiada lentitud empezó a caminar alrededor mío. Aunque permanecía sin atreverme a mirarlo, me percaté que seguía observándome como si me examinara minuciosamente. No pude evitar ponerme a temblar de nuevo como una hoja.

Luego de dar un par de vueltas a mi alrededor, se me plantó enfrente, me observó por unos instantes y luego me ordenó:

¡Denúdate!

No podía creer aquello. Mi asombro era tal que incluso me atreví a mirarlo a la cara. De buena gana lo hubiera mandado al cuerno. Pero mis sentimientos de impotencia y temor ante el cabrón, aunados a los consejos de papá y mamá, habían nublado cualquier rastro de rebeldía en mí.

Aún así, lo que me estaba ordenando Cristian era tan degradante, que intenté protestar.

pe…per…pero… – gagueaba yo –…pero…por…por…qué

No pude terminar la frase. Una nueva bofetada más violenta que la que me había dado en el pasillo, acabó de desorientarme y me provocó otra oleada de temblores incontrolables.

Hay tres cosas que me irritan demasiado – me dijo el muy cabrón –.

Yo no podía controlarme. Todo mi cuerpo temblaba como si la bofetada que me había propinado hubiera convertido mis músculos y mi piel en gelatina.

Me irrita mucho que cuestionen mis órdenes – me espetó el cabrón escupiéndome las palabras en la cara.

Y plaasssss…una nueva bofetada impactó sobre mi rostro, esta vez en mi mejilla derecha, propinada con certera velocidad con el envés de la mano derecha del muy hijo de puta

Me irrita mucho que me desobedezcan – volvió a espetarme el maldito.

Y plaasssss…otra bofetada…esta vez de nuevo en mi mejilla izquierda.

Y me irrita sobremanera tener que repetirle mis órdenes a un retrasado como tu.

Y plaasssss…la siguiente bofetada

¡Ahora desnúdate! – me ordenó con sequedad.

La actitud del muy maldito me aterró. El dolor provocado por sus golpes no era nada comparado con el sentimiento de miedo que me atenazaba.

Así que sin poder dejar de temblar, tratando de hacerlo rápido pero también muy torpemente, me desnudé ante él hasta quedarme en bóxer, todo lo encogido que me era posible y sin poder disimular mi vergüenza, mi humillación y mi temor.

Pero mi obediencia y mi actitud no me valieron para nada. Zzzzzzzaiiin…oí el silbido de la vara cortando el aire y de inmediato la sentí golpeando en mis muslos, justo a bajo del borde del bóxer.

Cristian sabía exactamente donde golpear para hacerme el mayor daño posible.

No pude contener un chillido y simultáneamente me doblé hacia atrás, haciendo sobresalir mi abdomen y mis partes aún protegidas por el bóxer.

Y zzzzzzzaiiin…de nuevo la maldita vara, esta vez impactando sin misericordia por la parte de delante de mis muslos, muy cerca de mi paquete, lo que volvió a arrancarme otro chillido más agudo que el anterior, pues en esta ocasión no sólo era de dolor sino también de terror.

¿Acaso estás sordo, pedazo de mierda? – me espetó el maldito – ¡Te he ordenado que te desnudes!

No me lo pensé ni un instante. No quería que la vara siguiera actuando. Ya demasiado aterrado y dolorido estaba como para soportar un golpe más.

Con toda presteza me incliné y me quité mi bóxer dejándolo a un lado junto con el resto de mi ropa.

Eso pareció satisfacer a Cristian que ya no manifestó intención de volver a golpearme. Más bien me pareció que volvía a observarme con todo detenimiento.

Fue entonces cuando el miedo y el dolor se me empezaron a convertir en un sentimiento de vergüenza y humillación tan profundo que me sentí el ser más miserable del mundo.

Creo que involuntariamente me fui encogiendo nuevamente, como queriendo ocultarme de la escrutadora mirada de aquel hijo de puta que me había puesto en semejante estado de abatimiento.

Pero él no me permitió ni esa mísera protección a favor de mi destrozada dignidad.

¡Párate derecho! – me ordenó con sequedad.

Y yo no lo hice esperar para obedecer. La puta vara seguía como una amenaza presente en su mano derecha y no iba a arriesgarme. Así que enderecé mi torso como si estuviera firme en medio de una aparada militar.

Aún sin que me atreviera a mirarlo, podía darme cuenta de la minuciosidad con que me escrutaba. Aquello aumentaba mi sentimiento de humillación y vergüenza, pues su examen me hacía sentir como si yo fuera un caballo que él estaba disponiéndose a comprar.

No me tocaba con sus manos, pero su mirada era tan inquisitiva, que casi podía sentirla rozándome la piel. Hubiera dado lo que fuera por salir de allí corriendo, pero casi ni me atrevía a respirar. A pesar de mi angustia no tenía valor ni para ponerme a llorar.

Dio un par de vueltas en torno a mí en el mismo plan escrutador y en un momento dado se me plantó enfrente y dio un par de pasos hacia atrás, sin dejar de mirarme fijamente. Entonces alargó su mano derecha y con la vara empezó a hurgarme en los huevos y en mi verga.

No pude resistir más y esta vez sí me eché a llorar. Aquello era inadmisible. Pero aún así no me atreví a moverme. Hubiera jurado que de haberme apartado para evitar aquella nueva humillación, Cristian no habría dudado e azotarme mis partes con la vara. El terror me mantuvo firme aunque no podía parar de hipar convulsivamente.

El muy cabrón hizo como si no se enterara de mi llanto y siguió hurgándome cuanto podía con la maldita vara.

Al cabo de unos cuantos minutos que a mí se me hicieron horas, pareció satisfecho de aquella especie de examen, dejó de hurgarme las bolas y la verga y caminó hacia atrás de mí.

¡Inclínate! – me ordenó.

Una nueva explosión de llanto me acometió. Pero a esas alturas mi voluntad estaba tan destrozada que no dude. Me incliné hacia delante, doblándome por la cintura hasta formar un ángulo de noventa grados.

En ese momento volví a sentir la punta de la vara sobre mis huevos. Esta vez el maldito de Cristian empezaba a hurgarme desde atrás.

En el colmo del abatimiento y sintiendo una vergüenza que competía en intensidad con mi humillación, me atreví a suplicarle entre sollozos:

p…por…por…fa…por fa…por favor….

Su respuesta fue inmediata. Me dio un azote en el culo que ni de lejos era tan fuerte como los anteriores, pero con el que tal vez quería mostrarme que estaba a su disposición y que si no me sometía podría azotarme con crueldad.

¡Cállate! – me ordenó al mismo tiempo que me propinaba aquel leve azote.

Por su puesto que no me atreví a proferir una nueva palabra, aunque no podía parar de gimotear y temblar con cada sollozo.

Fue entonces cuando sentí que el muy hijo de puta hacía resbalar la punta de la vara desde mis huevos hacia la raja de mi culo. En ese momento empecé a berrear como no lo hacía desde que era un bebé.

No le importó un sieso mi llanto. Por el contrario, siguió repasándome la punta de la maldita vara a lo largo de mi raja y en un momento dado se dio a hurgarme en el centro del culo, como buscándome el ano.

Ya no pude resistir más. Sin poder parar de llorar me dejé caer de rodillas y acabé de inclinarme hasta quedar en cuatro patas.

Entonces, con toda la agilidad de que soy capaz gracias a mi arduo entrenamiento gimnástico, me di vuelta hasta quedar frente al maldito hijo de puta y sin pensármelo me abracé de sus piernas.

No podía parar de llorar y de convulsionarme con cada sollozo. Pero aún así tuve los arrestos suficientes para empezar a suplicarle que no siguiera con lo que me estaba haciendo.

por favor…no…no…por favor…te lo suplico…por favor

No me dejó suplicarle por mucho tiempo. Pero pareció mostrarse compasivo, pues mucho me temía que la emprendiera a varazos contra mí y no lo hizo. En vez de eso dio un paso atrás apartándose de mí, me empujó poniéndome uno de sus pies en el pecho y fue a sentarse a un enorme sillón tapizado de cuero, que estaba ubicado en una de las esquinas del estudio.

Yo me quedé ahí en cuatro patas, sin poder contener mi llanto, pero agradeciéndole a Dios que el maldito hijo de puta hubiera desistido de seguir jodiéndome con aquella infernal vara. Aunque aún no podía respirar del todo aliviado.

Me dicen que eres gimnasta – me dijo Cristian desde su sillón.

En medio de mi llanto atiné a asentir con un movimiento de cabeza. No tenía ánimos para hablar. Pero ello no pareció comprenderlo ni aceptarlo Cristian.

Con verdadero pánico lo vi levantarse nuevamente y acercárseme desde el sillón esgrimiendo aquella puta vara. Caminaba despacio, como para dejarme saborear el miedo y aumentármelo a cada paso.

Supe de cierto que iba a golpearme y no me equivoqué. A menos de un metro de mí levantó la vara lentamente y de inmediato zzzzzzzaiiin…la descargó con velocidad de vértigo sobre mi cintura, obligándome a doblarme sobre mí mismo y haciéndome emitir un chillido que casi pude oír como si no proviniera de mi garganta.

Cuando te pregunte algo, vas a responderme diciendo: "Si Señor" o "No Señor"

Levantó de nuevo la vara amenazante y me preguntó:

¿Lo has entendido retrasado?

Sollocé sin poder contenerme, pero la amenazante vara sobre mi cuerpo desnudo era un aliciente demasiado poderoso para responder.

si Señor

Muy bien – comentó satisfecho y deponiendo la vara –. Ahora dime: ¿Es cierto que eres gimnasta?

si Señor

Sin decir nada más volvió hacia el sillón y se acomodó de nuevo allí. Luego me ordenó:

Has una rutina. Quiero ver cómo mueves tu cuerpo de retrasado.

Yo estaba lo suficientemente aterrado, adolorido y humillado como para no querer saber nada de nada. Pero me pesaba demasiado el temor de volver a ser golpeado por el maldito hijo de puta, así que sobreponiéndome a mi propio ser, me esforcé para responderle de nuevo:

si Señor

Y me dedique de inmediato a contorsionar mi cuerpo, tratando de realizar una rutina de piso que conocía muy bien, pero que seguramente no podría salirme en ese momento como para un campeonato. Aún así el ejercicio me ayudó a controlar mi llanto.

Tuve unos cuantos traspiés que debieron hacer las delicias del cabrón, pues con cada caída mía se desternillaba de risa, pero al verme dudar sobre si proseguir o no con mi rutina, se ponía serio y amenazaba con azotarme hasta arrancarme la piel.

Debí tardar al menos veinte minutos tratando de realizar mi rutina, cayéndome a cada momento. Estaba a punto de terminar cuando el maldito me indicó que parara y me ordenó que me acercara al escritorio que había en el estudio y recogiera el material que había allí y se lo entregara.

Avergonzado como me mantenía, me moví casi a cuatro patas hacia el escritorio. Tomé de allí un buen montón de hojas, un lápiz, un tajalápiz y un borrador y de nuevo, tan encogido como me era posible, me dirigí al sillón donde permanecía acomodado él y le entregué el material.

A pesar de mi encogimiento yo me mantenía de pie. Pero eso no me duró nada. A penas le hube entregado el material, el muy hijo de puta levantó la vara y me la descargó en las corvas.

El aullido que emití fue simultáneo con mi caída de rodillas. Casi quedé postrado ante él, retorciéndome de dolor y gimiendo como un perro apaleado. El muy cerdo pareció satisfecho, porque me dijo:

Eso está bien. Cada vez que te acerques a mí lo harás de rodillas.

Aún a pesar del dolor y la rabia que sentía, no pude evitar temerme un nuevo golpe, así que sin más me oí a mí mismo responderle:

si Señor

Ahora acaba de ponerte en cuatro patas, de través.

si Señor… – le respondí con un hilo de voz.

No tenía ni idea de qué se proponía el maldito, pero eso no me preocupaba en lo absoluto. Mi única preocupación en ese instante era obedecerle para que no siguiera golpeándome.

Así que como me lo indicó me puse en cuatro patas con mi costado derecho puesto hacia sus piernas.

Así no – me dijo.

Y me hizo temblar porque creí que iba a golpearme nuevamente. Pero no fue así. En ese momento empecé a asimilar lo que me había dicho cuando me cruzó el rostro a bofetadas: si le obedecía no se irritaba y si no se irritaba no me golpeaba.

Date la vuelta para que tu culo quede a mi derecha – me indicó con toda calma.

si Señor… – le respondí ya un poco más calmado.

Y de inmediato, sin osar levantarme, di media vuelta sobre mis cuatro patas y me situé como él me lo había indicado.

Pero al parecer no era suficiente, pues tan pronto tomé posición, levanto uno de sus pies y poniéndomelo por las costillas me empujó y me ordenó:

Apártate un poco.

si Señor… – le respondí.

Y di un paso de costado, como un caballo que camina de medio lado, para quedar en la posición que al muy hijo de puta le apetecía.

En ese momento y sin que yo me lo esperara, levantó sus pies y los descargó sobre mi espalda sin ningún miramiento, sin importarle que el tacón de sus mocasines colegiales me estuviera mellando el lomo.

Aquello me causó una gran sorpresa y un principio de molestia que no me resultaba insoportable. Sin embargo, involuntariamente me arquee, lo cual pareció satisfacerlo porque me dijo sin ningún empacho:

Eso está bien. Aprendes rápido. Quédate así arqueado que me resulta más cómodo para descansar mis pies.

Maldito hijo de puta. Me había tomado como su apoya pies. Yo quería matar al maldito, pero a esas alturas mi valor y mi dignidad se habían esfumado por completo, dándole paso al más terrible temor a ser golpeado. Así que en vez de rebelarme, agradecí interiormente sus palabras de satisfacción.

Así que no me inquieté cuando acomodó un poco sus pies sobre mi espalda y paso seguido dejó caer cerca de donde estaba mi cabeza el material que yo le había traído del escritorio.

En esas hojas hay unos problemas de matemáticas – me explicó – Tómalas y trata de resolverlos. Tienes una hora para hacerlo. Es la evaluación que te hago para saber de donde parto a la tutoría. Ten cuidado, porque por cada problema que resuelvas mal, te vas a ganar dos varazos en el culo.

Ni siquiera me plantee que aquello era injusto. Si era que me evaluaba para saber de dónde partir a la tutoría, no hubiera tenido que castigarme por fallar. Tampoco caí en cuenta que estarme en cuatro patas durante una hora, sosteniendo sobre mi espalda sus pies, iba a ser una tortura peor que recibir dos docenas de azotes en el culo.

Lo único que me preocupó fue dar comienzo inmediato a mi tarea. Me incliné un poco para recoger el material y también porque pensé que de esa manera me resultaría más fácil escribir sobre el suelo, algo a lo que estaría obligado por la posición que Cristian me había impuesto.

Pero al maldito hijo de puta lo que menos le importaba era mi comodidad. Así que ante mi intento de acomodarme, me atizó un varazo furioso en el culo y me espetó:

No te muevas pedazo de mierda, que me incomodas.

Casi estuve a punto de volver a llorar, pero me contuve y obedecí. Haciendo un verdadero esfuerzo tomé el material y di inicio a la tarea.

En esas hojas había un total de ciento treinta problemas. No pude evitar seguir aterrándome. En una hora no podría solucionar ni la quinta parte de los problemas. Eso sin contar con que lo que alcanzaba a leer me resultaba tan incomprensible como si estuviera escrito en chino.

Mis sollozos se redoblaron al hacer las cuentas. Si el muy hijo de puta iba a obsequiarme con dos varazos por cada problema mal solucionado, seguramente me daría el mismo obsequio por los que dejara de resolver. Eso hacía un total de doscientos sesenta varazos en el culo.

Una exageración que no se le habría ocurrido ni al más sádico entre los sádicos.

No obstante, al pensar que ya era seguro el tener que recibir semejante paliza, lo mejor era no enfadarlo para no ganarme unos cuantos varazos de más. Así que me dediqué a tratar de resolver los problemas planteados en las hojas.

Pero maldita suerte la mía. El muy hijo de puta parecía que nunca acabaría de acomodar sus pies sobre mi espalda. Con cada movimiento me hacía daño con los tacones y la suela de sus mocasines. Eso, unido a que no entendía nada de nada de los problemas, me estaba desesperando.

Para completar, no pasaron ni diez minutos antes de que empezara a acusar un enorme cansancio por mi posición y por el peso de los pies de Cristian sobre mi espalda.

Así que muy despacio, con mucho tiento, intenté inclinarme un poco hacia delante para tener algo de descanso, pero el hijo de puta se percató de mi argucia y me propinó dos generosos varazos en el culo, que tuvieron el mágico efecto de mantenerme en la posición que a él le resultaba más cómoda.

A partir de ahí el hijo de puta debió atizarme el culo con la vara cada cinco minutos. Me solté a llorar de nuevo sin poder controlarme, al mismo tiempo que sentía todo mi cuerpo agarrotado y con espasmos de dolor en todos mis músculos.

Cuando no había transcurrido ni media hora de aquella tortura tan cruel, y ante mis evidentes muestras de dolor, el muy hijo de puta me advirtió:

Te di una hora. Si terminas antes y resuelves bien todos los problemas, pues mejor para ti. Pero si te dejas vencer antes de la hora y no has terminado, te ganarás no dos, sino cinco azotes por cada problema que resuelvas mal.

Mis sollozos aumentaron. Pero aquella amenaza me sirvió para concentrarme un poco más en los problemas, tratando de olvidarme del cansancio y el dolor que acometía todo mi cuerpo.

Me esforcé de verdad. Hice todo lo que estuvo en mí para resistir. Acopié todos los conocimientos que había adquirido en la práctica de la gimnasia, intenté concentrarme para olvidar el dolor. Pero todo fue inútil.

Faltaban cinco minutos para que se venciera la hora que me había dado Cristian, cuando mis músculos ya no aguantaron más. Me despanzurré en el suelo, aún con los pies del hijo de puta sobre mi espalda.

Y no pude evitar volver a llorar como un chiquillo. Sabía lo que me venía encima y me consideré muerto si el maldito cabrón iba a darme la paliza que me había prometido.

¡Ya cállate! – me ordenó el hijo de puta –. Me están hartando tus gimoteos de marica. ¡Dame el examen!

si Señor… – le respondí con apenas un hilo de voz.

Agarrotado como estaba, me costó un enorme esfuerzo estirar mi brazo para entregarle las hojas. Eso sin contar con que el muy maldito seguía con sus pies sobre mi lomo y además yo no me atrevía a moverme mucho, temiendo excitar más su crueldad.

Agarró los papeles y sentí como si los revisara. No tardó demasiado, tal vez unos cinco minutos, pero a mí se me hizo una eternidad. Al cabo de ese tiempo me habló de nuevo:

Eres un retrazado de verdad – me dijo con calma, como si emitiera un docto juicio –. No hiciste más que tres problemas y los hiciste mal.

Hizo una pausa que me causó mucho daño, pues logró con ello que mi terror subiera a tal punto que creí que iba a morirme del miedo. Maldita suerte la mía…hubiera sido de verdad mejor que me muriera en ese instante

Ahora prepárate porque vas a recibir tu merecido.

Madito hijo de puta…parecía disfrutar demasiado aterrándome. Y a fe mía que lo lograba.

Sus palabras hicieron que de nuevo me echara a llorar. Aunque apreté mis dientes y traté de relajar mis músculos preparándome para el castigo, no pude hacer mas que sentir cómo las lágrimas corrían por mis mejillas.

Me mantenía casi a cuatro patas, con mi cabeza inclinada sobre el suelo, con lo que mi culo debía estar levantado y expuesto ante el maldito para el castigo que se disponía a aplicarme. Y como si fuera poco, soportaba aún sobre mi espalda el humillante peso de sus pies. Mi estado emocional era un verdadero desastre.

Debió intuir mi estado de abatimiento y terror y aún me hizo esperar por algunos minutos antes de empezar con el castigo. Cuando yo no sabía ya que esperar, pues me parecía que nunca iba a empezar a azotarme, oí el típico silbido de la vara cortando el aire y al instante sentí el escozor del primer varazo.

Apreté mis dientes casi hasta rompérmelos, pero me asombró sobremanera que aquel golpe, aunque fuerte, no me provocaba ni la mitad del dolor que me causaba cada varazo de los que me había obsequiado el jueves anterior el hijo de puta.

No dudé en empezar a contar en voz alta los varazos que aunque espaciados, seguían sin hacerme tanto daño como el que yo me temía. Me pareció que Cristian se mostraba compasivo y que era por eso que los varazos no eran tan fuertes.

Estúpido de mi, creer que ese monstruo podría albergar algún sentimiento de compasión o de bondad. No obstante, en ese momento, la levedad de los varazos me provocó una especie de agradecimiento hacia el muy hijo de puta.

La tanda de varazos seguía…con espacios de tiempo regulares entre cada uno…y finalmente

Zzzzzzzaiiin…Q-U-I-N-C-E

Pasaron un par de minutos sin que nada ocurriera. Ni un nuevo varazo ni una palabra de Cristian…otros dos minutos y nada…otro minuto más y nada…empecé a desesperarme y volví a sollozar convulso…en esta ocasión la incertidumbre me hacía más daño que los varazos

Por hoy hemos terminado – me dijo al fin el hijo de puta.

Y yo casi salto de alegría. Era increíble. Creía firmemente que el hijo de puta iba a desollarme el culo a varazos. Y no lo había hecho. No solamente no me había propinado la increíble cantidad de golpes que yo me temía, sino que además los quince que me había dado habían sido mucho menos fuertes de lo que yo me temía. Sentí agradecimiento por el maldito

Sabía que ahora debía agradecerle el castigo. Así era siempre con papá y así había sido el jueves anterior con el propio Cristian. Pero esta vez no me costó tanto trabajo. Como ya dije, de verdad estaba agradecido con el maldito hijo de puta.

Así que tan pronto como bajó sus pies de mi espalda, me levanté hasta quedar de rodillas ante él e intenté tomar su mano para besársela, pero el cabrón no me lo permitió. Me miró con cara de asco y me espetó:

Está mocoso como un crío. No voy a dejar que me pringues mi mano con tus mocos….

Yo me asombré. Pero me alegré. Además de ser indulgente con el castigo, Cristian me relevaba de la humillación de agradecerle. Bueno…mejor para mí. Fue entonces cuando intenté levantarme para vestirme y largarme de allí. Pero no pude.

Al notar mi intención de retirarme, el maldito volvió a levantar la vara y esta vez sí me la descargó con todo furor, impactándome en el lomo y haciéndome aullar y retorcerme.

No te he ordenado que te retires – me espetó –. Aún debes agradecerme.

Sus palabras me desorientaron. Pero no tenía ánimos de nada y mucho menos iba a pedirle una explicación. Me quedé de rodillas ante él, sin saber qué hacer, pero sin atreverme tampoco a levantarme. Debió notar mi azoramiento.

No voy dejar que me pringues mi mano con tus mocos. Pero no me importará que me pringues un poco mis zapatos.

En ese momento volví a sentir odio por el maldito hijo de puta. Supe a qué se refería y quise putearlo. Pero en vez de eso, me doblegué mansamente. Acabé de postrarme ante él y sin más ni más le besé sus zapatos, balbuceando la misma fórmula de agradecimiento que ya le había expresado el jueves.