Historia de Sebas 1

Un chico azota en el culo a un compañero de clases en frente del padre del castigado y del rector del colegio, por causa de los malos resultados en matemáticas..

La Historia de Sebas

Lo que narro a continuación, me ha sido enviado por un lector de los relatos que he publicado en TR.

Corderillo: mi nombre es Sebas. En la actualidad tengo 17 años. Acabo de terminar mis estudios secundarios y estoy por entrar e la universidad. Necesito contarle a alguien lo que me pasa.

Gracias a tus relatos he podido darme cuenta que no soy la única persona en el mundo que atraviesa circunstancias como las mías. Pero he estado a punto de suicidarme por lo que me viene sucediendo desde hace como dos años y quisiera saber si existe alguien en el mundo que me ayude a salir del atolladero en el que estoy, o al menos me dé luces para comprender mi miserable vida.

Siempre fui un niño muy bueno y obediente. Papá, tal vez un poco autoritario, me enseñó a obedecer desde que nací. Y aunque los castigos que me impone suelen ser severos, yo entiendo, porque así me lo ha explicado él amorosamente, que tendré un gran futuro gracias al sufrimiento que me provocan las privaciones y los azotes que me da.

Mamá está de acuerdo con papá y aunque me consiente un poco, no admite errores de mi parte y cualquier falta mía se la comunica a papá para que él aplique los correctivos necesarios. Con toda la dulzura ella me ha enseñado muchas cosas que me serán útiles más adelante, por eso sé cocinar muy bien y tengo todas las habilidades para atender una casa como la más eficiente y comprometida de las mucamas.

En síntesis, no puedo quejarme de mis padres por que ellos se han esforzado en darme una muy buena educación. Pero fue precisamente a raíz de esa preocupación de ellos, que empezaron los problemas que me tienen ahora casi al borde de enloquecerme.

Tuvimos que cambiarnos de ciudad gracias a un nuevo trabajo de papá. En esta otra ciudad ingresé a estudiar en un colegio muy prestigioso, al que solo asisten varones que se distinguen por un alto grado de rendimiento académico.

Yo he sido siempre buen estudiante, pero las matemáticas me han dado verdadera guerra y mis resultados en esa área son menos que mediocres. Así que para darme ingreso en ese nuevo colegio, las directivas le impusieron como condición a papá que mi rendimiento en matemáticas debía mejorar notablemente, o se me cancelaría la matrícula al cabo de un mes. Como era de esperar, papá aceptó el compromiso de hacer lo que estuviera a su alcance para el mejoramiento mis notas.

Juro que me esforcé hasta donde más pude. Incluso llegué a descuidar un poco las otras áreas con tal de mejorar mi rendimiento en matemáticas, pero todo fue inútil. Habiendo pasado el mes del plazo dado por las directivas, papá fue llamado al despacho del rector, seguramente para indicarle que debía retirarme del colegio.

Mi viejo entró al despacho y a mí me dejaron esperando en el pasillo. Estaba de verdad nervioso, pues sabía de cierto lo que me esperaba y seguramente sería demasiado doloroso. Papá no iba a andarse con delicadezas a la hora de castigarme por mi bajo rendimiento. Y aunque siempre he sabido que sus castigos son por mi bien, ello no me libra del miedo y el dolor.

Pasaban los minutos sin que nada sucediera. Papá seguía encerrado en el despacho del rector y yo debatiéndome de angustia en el pasillo.

En esas ví venir a uno de mis compañeros y entrar en el despacho. No presté mucha atención a ese hecho, sin caer en cuenta que Cristian era el alumno más brillante en el área de matemáticas.

Pasados algunos minutos más, papá asomó por la puerta del despacho y me ordenó entrar. Sin saber muy bien lo que me esperaba y temblando por la angustia y el miedo al inminente castigo, me encontré de pie en medio del despacho del rector, en el que el propio don Jaime, mi papá y Cristian estaban sentados en sendo sillones, dándome la impresión de ser los miembros de un jurado severo que iba a dictar sentencia contra mí.

Permaneciendo de pie y cabizbajo, oí a don Jaime tomar la palabra para explicarme:

Como sabes muy bien, tus resultados en matemáticas no mejoraron lo suficiente, por lo cual tendrías que irte del colegio. Sin embargo, hemos decidido darte una segunda oportunidad – sentenció don Jaime.

El caso es que el colegio estaba empezando a implementar una estrategia pedagógica de tutoría entre compañeros. Los chicos más brillantes de algún área eran convertidos en tutores de sus compañeros más atrasados en esa misma área.

Bajo esas circunstancias, don Jaime le había dicho a papá que la única posibilidad que tenía yo de permanecer en el colegio, era que fuera admitido por Cristian como su pupilo en el área de matemáticas.

Por eso fue que llamaron al chico al despacho y luego de consultarle si estaba dispuesto a ser mi tutor y después de obtener su aceptación, me hicieron pasar a mí para explicarme la situación.

Luego de las explicaciones de don Jaime, tomó la palabra papá:

así que gracias a la comprensión de don Jaime y a la amabilidad de Cristian, podrás permanecer en el colegio y tener la oportunidad de mejorar. Pero ello no va a librarte del castigo...sabes que es por tu bien

Aunque en un principio me había sentido tan aliviado que me olvidé del castigo, las palabras de papá me volvieron a la realidad. Tragué saliva y asentí tímidamente con un:

si Señor

Muy bien – dijo papá –, es mejor no dilatar las cosas, así que en este mismo instante recibirás el castigo.

Casi estuve a punto de echarme a llorar. Aunque le temía al dolor físico, me resultaba más dañino el tener que recibir el castigo en frente de dos extraños y peor aún, delante de uno de mis compañeros de clase, que no sólo era casi un año menor que yo, sino que además se había mostrado siempre displicente y un tanto arrogante, actitudes que hicieron germinar en mí un principio de rencor hacia él.

Pero no tenía ninguna posibilidad de sustraerme al castigo. Y tal vez el hecho de aplicármelo delante de extraños, era un ingrediente más con el que papá lo adornaba para hacérmelo un poco más severo y de esa manera lograr un mayor provecho para mí. Así que volví a asentir con timidez:

si Señor

Toma la vara que hay allí – ordenó papá señalándome el escritorio de don Jaime.

Con un nudo en la garganta tomé la vara como papá me lo había ordenado y me acerqué a él para entregársela. Pero me esperaba una terrible y muy desagradable sorpresa.

A mí no – dijo papá –. Entrégasela tu nuevo tutor. Será él el que te aplique el castigo. Así sentirás su autoridad y te será más fácil aprovechar su ayuda.

Creí que el mundo se me caía encima. Las lágrimas me afloraron a los ojos y sentí como si toda la sangre de mi cuerpo se hubiese concentrado en mi rostro. Dudé de haber escuchado la orden de papá y me embarullé con la vara sin atreverme a entregársela a Cristian y sin poder creer que tuviera que hacerlo.

¡Obedece! – me espetó papá enfatizando su orden.

No tuve más remedio. Ya con las lágrimas corriendo por mis mejillas me acerqué hasta el sillón en el que estaba acomodado mi arrogante compañero y le entregué la vara. Me miró y creí verlo sonreír con malignidad, aunque su gesto fue imperceptible. Eso me arrancó un nuevo raudal de lágrimas, pero no me hubiera atrevido a gimotear, pues ello me habría valido una severa reprimenda de papá y yo no quería verme más humillado de lo que ya estaba.

Me quedé parado ahí, cabizbajo y llorando en silencio, sin atreverme a mover ni un músculo y sin saber que hacer. Y fue precisamente Cristian quien me sacó de mi azoramiento.

Ponte cerca del escritorio – me ordenó con un tono de voz inexpresivo.

Maquinalmente di los dos pasos que me separaban del escritorio de don Jaime y me volví a mirar a Cristian.

Ahora bájate el pantalón – volvió a ordenarme el muy hijo de puta.

Con los ojos arrasados de lágrimas dirigí mi mirada hacia papá, como pidiéndole auxilio para evitarme semejante humillación, pero en vez de lograr su conmiseración, me vi aún peor:

Bájate también el calzoncillo – me ordenó papá.

No era posible tanta ignominia. Dudé por un instante.

¡Obedece! – me ordenó papá sin la menor misericordia.

Llorando ahora sí de forma descarada, desabroché mi pantalón y me lo bajé hasta las rodillas junto con mi bóxer.

Ahora inclínate sobre el escritorio – me ordenó Cristian.

Sin poder dejar de llorar, con el mismo gesto maquinal de antes, me incliné sobre el escritorio de don Jaime, dejando mi culo expuesto para el castigo que me esperaba.

¿Cuántos azotes recibirá? – preguntó don Jaime.

Con una docena bastará – respondió Cristian aún desde el sillón en que permanecía acomodado.

En ese instante quise protestar. Ni siquiera papá me daba doce azotes cuando me castigaba. A lo sumo llegaba a propinarme diez golpes. Y el muy hijo de puta de Cristian se estaba pasando. Pero antes de que pudiera ni siquiera expresar la más mínima queja, papá dijo.

Sí…una docena de azotes le sentará bien.

Con profundo desánimo dejé caer mi cabeza sobre el escritorio y lloré en silencio pero sin consuelo. Y no fue si no hasta sentir la suela de cuero de los mocasines de Cristian sobre el enlozado de la oficina de don Jaime, cuando reaccioné un poco, temblando como una hoja por la inmediatez del castigo.

Contarás los azotes en voz alta – me ordenó Cristian.

No iba a responderle nada. Lo único que se me ocurría era putear al maldito, pero no tenía valor para tanto. Sin embargo papá insistió:

¡Responde a tu tutor! – me ordenó el viejo.

si Señor… – gemí yo con un sollozo.

Al instante oí una especie de zumbido. Sabía muy bien lo que era.

Zzzzzzzaiiin…U-N-O… – respondí yo con un chillido al golpe.

un minuto

Zzzzzzzaiiin…D-O-S

un minuto

Zzzzzzzaiiin…T-R-E-S

un minuto

Zzzzzzzaiiin…C-U-A-T-R-O

un minuto

Zzzzzzzaiiin…C-I-N-C-O

un minuto

Zzzzzzzaiiin…S-E-I-S

un minuto

Zzzzzzzaiiin…S-I-E-T-E

un minuto

Zzzzzzzaiiin…O-C-H-O

un minuto

Zzzzzzzaiiin…N-U-E-V-E

Zzzzzzzaiiin…D-I-E-Z

un minuto

Zzzzzzzaiiin…O-N-C-E

un minuto

Zzzzzzzaiiin…D-O-C-E

un minuto

Aquella tortura me pareció que duraba una eternidad. Luego de chillar el número correspondiente al último azote, me hubiera quedado el resto de la vida inclinado sobre el escritorio de don Jaime. Pero papá tenía otros planes.

No te vas a quedar ahí todo el día. Recompone tu pantalón.

Obedecí tratando de que la tela de mi bóxer no acabara de lastimar mi adolorido culo, que me ardía como si me lo hubieran quemado con plomo derretido.

Y ahora agradécele a tu tutor – me ordenó papá.

Y yo sabía exactamente a qué se refería. Pero aquello era demasiado para mí. Me volví a ver al viejo con los ojos arrasados en lágrimas. En ese momento lo odié. Pero no tenía valor para negarme. Lo único que pude hacer fue suplicar:

por favor…no…te lo ruego

Es por tu bien – me dijo papá con tono paternal –. Vas a ver cómo en el futuro agradecerás todo esto.

No tuve opción. Así que me sometí a la peor humillación que había sufrido en mi vida hasta ese momento. Me puse de rodillas ante el grandísimo hijo de puta que acababa de molerme el trasero a varazos y balbuceé unas palabras de agradecimiento que resultaron ininteligibles.

Hazlo como debe ser – ordenó papá –. O serás azotado de nuevo.

Me solté a llorar de nuevo. Pero ni siquiera contemplé la idea de desobedecer. Así que aún de rodillas ante Cristian, tomé tímidamente su mano, con la que aún sostenía la vara, y se la besé suavemente, al tiempo que le decía entre sollozos:

gracias…gracias por el castigo…Señor…sé…sé que es por mi bien…gracias Señor

Ya satisfecho papá, se me ordenó irme a clases, mientras él, don Jaime y Cristian, se quedaron en el despacho.

Ese fue el día en que iniciaron mis problemas. A partir de entonces vengo sufriendo un verdadero infierno que parece que nunca terminará.

No voy a cansarte más por el momento. Próximamente te remitiré otros episodios verdaderamente escabrosos de mi existencia desde entonces. Gracias por prestarme atención y si sabes de alguien que pueda ayudarme, por favor, ponme en contacto.