Historia de Pamela

Pamela es una mujer joven, casada con un hombre mayor que ella que no la satisface sexualmente. Ella se evade con sus fantasias, fantasias que tal vez haga realidad.

Aquella mañana Pamela y su marido llegaron a la playa sobre las 11 más o menos, tal y como habían hecho los dos días que llevaban de vacaciones en el hotel. Ella extendió su toalla, él alquiló una tumbona, colocaron la sombrilla y se tumbaron, ella al sol, él a la sombra. A ella le gustaba sentir la arena, acomodarse haciendo un hueco con las formas de su cuerpo. A él no le gustaba el sol, ni la arena tampoco se bañaba, sólo se tumbaba a leer su diario deportivo y tomar dos o tres cervezas, así pasaba las dos o tres horas que estaban cada mañana en la playa.

Pamela a veces miraba a su marido como si no lo conociera, y es que eran como la noche y el día, ella vital, curiosa, a sus 28 años llevaba casi 6 casada con aquel hombre 13 años mayor que ella, su matrimonio era una representación teatral para la sociedad acomodada que los acogía, aunque durante los primeros años ella sí estaba (o creía estarlo) enamorada. La boda fue un arreglo de su padre para casar a la niña con un buen partido, alguien de buena familia con un negocio en auge e intachable prestigio social, un auténtico soltero de oro por el que suspiraban todas las mujeres casaderas de su entorno.

Ella influenciada por sus padres, se vio deslumbrada por el lujo, la ostentación y el tren de vida de que él hacía gala.

Pero con el paso de los años las cosas fueron cambiando, ella necesitaba sentirse viva, experimentar, gozar… Él vivía esencialmente para su trabajo, su concepto de divertirse se limitaba a cenas formales, partidos de golf con importantes clientes y en general actividades vinculadas de alguna forma con sus negocios. Incluso las juergas nocturnas que de vez en cuando tenía eran en compañía de sus amados clientes, a los cuales frecuentemente invitaba a clubs de alterne donde gozaban de los favores de las más caras prostitutas de la ciudad.

Pamela conocía este hecho y lo aceptaba con resignación como parte de su trabajo, " cariño sabes que tengo que ir, es importantísimo que firmemos ese contrato, y tengo que acompañarlos y procurar que lo pasen bien…" Poco a poco dejó de importarle lo que él hiciera. Los contactos sexuales entre los dos se limitaban a los sábados, siempre en la misma postura y tan breves como descafeinados.

Ante este panorama Pamela empezó a dejar volar cada vez más su imaginación el deseo en ella era muy fuerte y mitigaba sus ganas en los largos ratos que pasaba sola en aquella casa tan grande.

Todo eso pasó por la cabeza de Pamela en un instante mientras tumbada en la toalla miraba a su marido, que indiferente leía el periódico.

Ella giró la cabeza hacia otra parte como buscando evadirse de aquella terrible realidad que la atrapaba, cuando su mirada se cruzó con la de un hombre de unos 30 años que tumbado en una toalla al igual que ella, la observaba desde 4 ó 5 metros a su izquierda. Al principio se sintió molesta, pe pareció insolente que la mirara de aquella forma, pero inmediatamente vio algo en su mirada que la tranquilizó. Aquel hombre no la miraba con insolencia, tenía una mirada penetrante, unos ojos azules profundos que enseguida la tranquilizaron. El hombre la observaba sí, pero ella sentía que admiraba su belleza y por un instante se ruborizó, se sintió alagada.

La verdad es que Pamela, aun joven, tenía un cuerpo bonito, no era voluptuosa ni tenía grandes curvas, pero su cuerpo menudo estaba bien proporcionado, al igual que su rostro que emanaba una serena belleza en cierto modo cautivadora.

En aquel preciso momento Pamela sintió que necesitaba hacer algo que la sacara de aquella aplastante rutina, fijó su mirada en aquel extraño que la observaba y le sonrió levemente, para después girarse hacia su marido que permanecía ajeno a todo y preguntarle:

-¿Cariño y si me quitara la parte de arriba? ¿te molestaría?

-¿Hacer topless dices?- dijo su marido sorprendido mientras levantaba por primera vez la vista del periódico.

-Sí, no me gusta que me queden marcas, y además me siento un poco rara, creo que soy la única en toda la playa que lleva las tetas tapadas.

-Bueno, la verdad es que aquí casi todas lo hacen, y no te va a ver ningún conocido, a mí no me importa, hazlo si quieres.

De inmediato volvió a girar su cabeza hacia el desconocido y deslizando sus manos por su espalda desató con una sonrisa un poco nerviosa el delgado cordón que sujetaba su top, dejó la prenda junto a ella quedando sus blancos pechos al aire, con sus pezones ligeramente erizados apuntando al cielo. El desconocido sonrió satisfecho al tiempo que admiraba aquellas tetas que le eran ofrecidas a modo de regalo.

Pamela cerró los ojos y empezó a imaginar que no había nadie más en la playa, en su fantasía ella tomaba el sol desnuda sobre la arena, de repente alguien aparece de pie delante de ella ocultándole el sol, ella abre los ojos y ve la silueta a contraluz del desconocido, también desnudo. Él se sienta a su lado y empieza a acariciar sus piernas, subiendo despacio por los muslos, sintiendo cómo se eriza su piel bajo sus manos, que suavemente la van recorriendo, bajando hasta las rodillas, para volver a subir hasta las caderas una vez más, y otra, y otra

Pamela se siente relajada, deja de oír el bullicio de la gente que la rodea ya sólo escucha el romper de las olas, su respiración se hace cada vez más profunda y fuerte, y su pulso se va acelerando por momentos.

En su fantasía el extraño la acaricia con ternura, aunque dejando entrever un deseo contenido. Su mano se desliza por el costado de ella hasta llegar a su pecho, ese pecho que hoy se destapa por primera vez al sol, a la vista de extraños como el de su fantasía. Él acerca su boca a la de Pamela y la besa, pegando sus labios a los de ella, introduciendo la lengua en su boca, recorriéndola por dentro, jugando con la lengua de ella, mientras su mano acaricia el pecho, notando cómo el pezón crece bajo su palma. Atrapa el ya crecido pezón entre sus dedos pellizcándolo suavemente, juega con el consiguiendo que se endurezca cada vez más. Ella dirige su mano hacia la polla del desconocido y la encuentra semierecta, la acaricia, la rodea con su mano sintiendo cómo palpita. Le encanta la sensación de rodear un pene con su mano, piensa que ya casi no recuerda cómo es, pero en su fantasía lo siente como si fuera real.

El desconocido baja besando su cuello hasta llegar a sus pechos, y mientras sigue acariciando uno, se dedica a lamer el pezón del otro. Lo acaricia suavemente con la punta de la lengua, dibujando círculos alrededor, sintiendo la piel de la aureola erizarse, lo atrapa entre sus labios chupándolo, succionando suavemente primero y un poco más fuerte después.

Pamela está ya notablemente excitada, sus pezones están duros y erguidos, respira aceleradamente y sus mejillas se han enrojecido. Nadie en toda la playa excepto el desconocido parece darse cuenta de su estado.

Pamela sigue con su fantasía, acariciando la polla de aquel amante desconocido que cada vez está más dura y crecida, la mueve de arriba abajo masturbándolo lentamente, pero apretando su mano alrededor. De repente ella cambia la posición y se inclina sobre él, que queda tendido en la arena, no puede resistir más, tiene que engullir ese pene que la está excitando tanto, col oca sus piernas a ambos lados de la cabeza de su amante, ofreciéndole su sexo abierto rezumando jugos en una clara invitación a que lo explore con su lengua, mientras ella se dispone a tragarse ese tronco que sostiene ahora con su mano.

Acerca su boca lentamente con los labios entreabiertos y besa suavemente el glande para después lamerlo levemente con la punta de la lengua, poco a poco sigue lamiendo haciendo sus lamidas más fuertes y largas, disfrutándolo, y por fin atrapando la punta de aquella polla en el apogeo de su dureza, en su boca.

Al mismo tiempo siente como la lengua de aquel hombre hurga en su raja hasta encontrar el clítoris, y comienza a lamerlo con fuerza.

En este momento Pamela siente una aguda punzada en el vientre que la devuelve a la realidad. Se sorprende de encontrarse tan excitada, las mejillas le arden, su respiración está agitada se incorpora ligeramente observando cómo sus pezones están erguidos , incluso al mirar más abajo advierte un incipiente mancha de humedad en su bikini. Avergonzada mira a su marido el cual parece no haberse enterado de nada. Más tranquila se gira para mirar al desconocido que sigue allí, impasible observándola y sonriendo satisfecho.

Pamela vuelve a sentirse avergonzada y desvía la mirada.

-Cariño, me voy al agua ¿vienes?

-No, no ve tú

"¡Menuda novedad!" piensa mientras se levanta rápidamente y corre en dirección al mar deseando entrar cuanto antes en las frías aguas.

Continuará