Historia de paco y lisa.- capítulo 2.

La historia llega a su fin, feliz claro, faltaba más. Y hasta con "casorio" por la Iglesia, que a ver quién dá más

HISTORIA DE PACO Y LISA

CAPÍTULO  2.

Cuatro años después, Lisa ya no moraba en la casa paterna. Ni siquiera en Madrid. Incapaz de vivir sin quien era su amor prohibido, huyó más que marchó de la capital de España para refugiarse, cómo no, en Barcelona, ciudad, digamos, antípoda de Madrid, por la “enemiga” que de tiempo casi inmemorial hay entre ambas. Allí comenzó por habitar una habitación en una casa de huéspedes, una de esas que se anuncian como de “trato familiar” pero que a la postre todo queda en comida mal condimentada y, en añadidura, escasa; habitación entre desvencijada y en ruinas, más, como copete, trato algo así  como a cuartelero toque de corneta.

Allí no estuvo demasiado tiempo pues la verdad es que no tardó en encontrar trabajo. Primero se atuvo a lo que antes le salió, fregar platos en un restaurante, pero en cosa de  tres-cuatro meses obtuvo un empleo administrativo en una fábrica textil. Allí no le fue mal, pues era trabajadora y competente en la cosa administrativa y de oficina, de modo que se abrió camino hasta lograr ser secretaria de dirección, puesto que ya desempeñara en Madrid.

Así que al año y no mucho de establecerse en Barcelona, disponía de un coqueto apartamento, no grande, el típico dormitorio único que los jóvenes suelen buscar, por aquello de no ser tan caro y, miel sobre hojuelas, precisar escaso mobiliario. En fin, que en lo tocante a “modus vivendi”, todo bastante bien…

Lo malo era el asunto personal. De aquella chica alegre, parlanchina y de arrolladora simpatía no quedaba nada; por contra, ahora era un ser sempiternamente serio, adusto, reservado, de trato seco, agrio y en parte irascible. Esto, en lo tocante a cuantos humanos la rodeaban, porque en lo relativo a sí misma se había convertido en un ser sumamente triste y amargado; nunca reía pero tampoco jamás lloraba. Se le murió o secó el alma cuando tuvo que renunciar a su sueño de amor; a una vida feliz, dichosa, junto al hombre del que un día se enamorara… ¿Día aquél negro, funesto? ¡De ninguna de las maneras! Los días entonces vividos junto a ese ser eran los más bellos y felices de toda su existencia… Su intermitente recuerdo era lo único agradable que de vez en cuando había en esta su vida de ahora

Así iban pasando los días de Lisa, uno tras otro, iguales, monótonos, sin aliciente alguno. En cierto modo, había venido a ser una especie de zombi, una muerta en vida, que ni gozaba ni sufría, porque no sentía nada; se le habían secado los sentimientos. Y así también llegó uno de los días de ese cuarto año desde que su relación con Paco se acabara; su ahora hermano Paco, el mismo Paco que fuera su novio cuatro años antes. Un día para entonces anodino, fútil, pero en tiempos importante, pues era el de su cumpleaños; su veintisiete cumpleaños, una fecha de la que, tiempo ha, ni se acordaba.

Y aquél veintisiete cumpleaños no fue distinto. Como cada día, se levantó temprano para ir el trabajo; como cada día, comió sola el plato combinado que solía pedir en la cafetería de la esquina; como cada día salió de la oficina cuando la jornada laboral venció, y sola fue a tomar el metro para regresar a casa. Como también a diario hacía, al llegar a casa se metió en la bañera para permanecer allí largo rato, con los ojos cerrados y escuchando el mp 3 a través de los cascos…

Aquellos eran los mejores momentos del día, pues eran los únicos en que la mente descansaba tranquila, sin nada más en que ocuparse que en escuchar la música. Una música melódica, suave, exenta de esos sonidos estridentes que en otro tiempo tanto le gustara. Ahora no era esa la música que quería escuchar, sino esta otra que le tranquilizaba el espíritu, el alma dolorida.

Por fin salió del baño y, tras ponerse cómoda con el chándal que solía usar en casa y prepararse algo de cena en la cocina, una simple ensalada de tomate, lechuga y aceitunas, con algún aditamento de pasta, de esa de colores que dicen ser de verduras y no sé qué más, marchó al salón encendiendo la “tele”, más por rutina que por interés.

Tomó entonces el móvil para ojear si había entrado algo nuevo desde que ingresara al baño. También eso rutinario, pues su jefe a menudo solía enviarle mensajes con nuevas instrucciones. Por aquella vez, tales mensajes brillaron por su ausencia, pero sí encontró uno, de hacia las ocho de la tarde, casi una hora antes, que la intrigó, pues el número le era por entero desconocido. Lo abrió y tan pronto lo vio el corazón se le puso de corbata, que hubiera dicho un hombre, acelerándosele cual potro desbocado, su rostro se puso más que blanco, lívido y todo el cuerpo le rompió en temblequeos. El mensaje no era extenso, pues se limitaba a lo siguiente

  • Felices veintisiete años, Lisa, mi amadísima novia, mi muy querida hermanita

Los cuatro años que precedieron a ese veintisiete cumpleaños de Lisa, para Paco lo fueron “horríbilis”. La cosa empezó aquella tarde que fue la última vez que la vio, cuando tras desaparecer ella en su portal al cerrársele la puerta detrás, él salió con el coche llorando y sin rumbo, desorientado… Aquella tarde fue la de su primera borrachera; la primera, sí, pues nunca antes en toda su vida fue dado a exceso alguno, pero no la última, pues desde entonces, poco a poco, la “tranca” por todo lo alto fue haciéndose más o menos cotidiana. Así ocurrió que los expedientes por falta grave se le empezaron a acumular a él, funcionario modelo de algunos años ya, con lo que las sanciones de suspensión de empleo y sueldo por un mes fueron menudeando en su historial bastante más de lo que a su ya un tanto depauperada economía podía convenir. Y es que el malhadado y pobre Paco empezó a no dar una a derechas ni por casualidad, pues cuando no se presentaba en la oficina borracho como una cuba, lo hacía con una resaca de pronóstico; y eso, cuando se presentaba, que las faltas de asistencia sin justificación alguna llegaron a ser lo mismo de frecuentes que los días que aparecía empapado en alcohol…

Aquello, como es lógico, no podía durar “in eternum”, con lo que llegó el día en que la gota colmó el vaso. Fue cuando el error cometido por Paco, en uno de “sus días”, tan frecuentes, pasó de castaño oscuro pues costó al Estado una respetable cantidad de millones de euros, tanto en indemnizaciones por haberse pasado Paco “tres pueblos y medio”, como por haberse quedado otros “tres pueblos y medio” corto al revisar las cuentas de varios contribuyentes. Y claro, esta vez fue la vencida, por lo que la tantas veces amenazada expulsión del cuerpo de Inspectores de Hacienda, y de  funcionarios del Estado en general, se hizo efectiva.

De modo que Paco, con algo más de veintiocho años, se vio en la calle, sin oficio ni beneficio y más sobrado de deudas  de lo que desearía. Entonces sucedió que a Paco le entró un adarme cordura, que le hizo plantearse que así no podía continuar; que tenía que reorganizar su vida de acuerdo a los antiguos cánones. Es decir, salir de ese estado de verdadera locura en que quedara cuando su relación con Lisa se trocó en imposible, en antinatural. Se convenció de que tenía que superar el terrible trauma que eso le provocó, lo que implicaba aceptar lo inevitable, amoldarse a ello, y tratar de querer a Lisa, su hermana a fin de cuentas, de otra manera. Aceptar que como a una novia, a su novia, no la podía seguir queriendo, sino sola y únicamente como a su hermana.

Llevar a la práctica todo ese planteamiento requería, en primerísimo lugar, dejar para siempre el alcohol. Luego por ahí empezó, por querer olvidarse del veneno que hasta allí le había llevado. Pero resultó que no podía; que durante esos meses, esos años, se había alcoholizado, por lo que el “mono”, el síndrome de abstinencia, hacía su presencia tan pronto el nivel de alcohol bajaba en su sangre, con lo que sus intentos acababan, indefectiblemente en fracasos.

Acudió a Alcohólicos Anónimos en busca de ayuda, pero a la postre, su problema siguió sin solucionarse, pues las recaídas tras cortos, cortísimos periodos de abstinencia, alguna semana que otra, salvo una vez que logró superar el mes sin beber, eran constantemente puntuales. Así, a la postración anterior la sustituyó un estado de franca desesperación.

Pero sus problemas na habían hecho más que comenzar, pues ese caótico estado de ruina personal, se agravaba día a día con un no menos ruinoso estado financiero, pues, agotadas todas sus reservas económicas, más bien escuálidas, se quedó sin un céntimo. Ni para comer tenía con que para pagar el piso, las mensualidades pendientes de pagar, que una tras otra se acumulaban con casi añejo carácter, pues a ver cómo…

Acudió a Caritas Diocesana, en la parroquial Caritas de la iglesia que, desde que viviera con sus padres frecuentara, pero por la que últimamente ni siquiera aparecía, pero allí, más allá del cotidiano plato caliente, poco podían hacer, con lo que no le quedó otra que recurrir donde no atado quería, a sus padres; o, por decirlo con verdadera propiedad, a su señor padre adoptivo, un ser duro, inflexible con la debilidad humana. Como ya presumía, el inmediato resultado fue una rotunda negativa a implicarse en nada por favorecerle. Tú te has metido, solito, en estos embrollos, luego también sal de ellos tú solito, que yo nada he tenido que ver en ello.

Pero ahí estaba también su madre. Adoptiva, sí, pero no menos madre suya que si lo pariera de sus propias entrañas. Y desde luego ella, a su hijo del alma, no lo abandonaría por nada del mundo, de forma que se le plantó a su señor marido en la forma más enérgica que el buen y tonante señor jamás concibiera: Negándole el casi cotidiano “Débito Conyugal”, pues la buena señora salió más que aprisa del común dormitorio para asentar sus reales en el que antes ocupara Paco, cuya puerta cerraba cada noche a cal y canto, tras advertir a su iracundo esposo que al lecho conyugal no regresaría en tanto él no atendiera debidamente las imperiosas necesidades de su muy amado hijo, sin olvidar apostrofarle lo  de padre desnaturalizado.

En fin, que el tonante señor, en mor de sus estimadísimas “bajuras”, se la “envainó” y desde luego sacó a su hijo del atolladero, y a modo, pues aparte de hacerse cargo tanto de sus deudas como del futuro pago mensual del apartamento de Paco, también le ingresó en uno de esos carísimos, por efectivos, centros cerrados de desintoxicación y rehabilitación de drogodependientes.

Allí permaneció por algo más de un año. El proceso de “desenganche” y rehabilitación no duró tanto, pues estaba “limpio” algunos meses antes de salir del lugar, pero quiso seguir una temporada más, para “remachar” los resultados obtenidos, pues hasta dejó el tabaco, colaborando con aquella entidad trabajando con nuevos “pupilos” que llegaban allí como él mismo llegó, víctimas del “mono” de diversas drogas, desde el alcohol hasta las típicas, “coca”, “cáñamo”, “anfetas”, “de diseño” y demás. Eso, además, le sirvió para ganarse, otra vez, algunos euros; poca cosa sin duda, pero en fin, tuvo al menos la satisfacción de volver a hacer algo; volver a ganarse el dinero, trabajando.

Para cuando Paco estaba ya “limpio” y rehabilitado, trabajando incluso, casi por “amor al arte”, con los nuevos internos de aquél centro, su padre estaba, de nuevo, hasta orgulloso de él, con lo que no tuvo inconveniente alguno de buscarle un medio digno de ganarse la vida al reintegrarse otra vez al mundo activo. Así, logró que una empresa, buenos clientes de su bufete de abogado, admitiera al muchacho para su departamento contable, y además con, siquiera, ínfulas de jefecillo, por aquello de que un ex inspector de Hacienda, bien sabría cómo mejor ocultar a sus ex colegas lo que no se deseaba fuera conocido.

De manera que cuando Paco, por fin, dijo de reintegrarse a esta sociedad del “pisa antes de que te pisen”, lo hizo con un puesto de trabajo que, aunque ni de lejos podía equipararse a lo que en tiempos tuviera, al menos le cubría lo imprescindible y algo más, incluído el pago mensual del apartamento y rescatar mensualmente algo de la deuda contraída con su padre, que no vayamos a pensar que el buen señor le condonara a su vástago ni un céntimo de lo que en él invirtiera, pues menudo era él parta los asuntos crematísticos.

Desde que saliera del centro de rehabilitación, Paco llevó una vida más que frugal. Si antes fuera poco amigo de juergas y bullicios, ahora se tornó casi alérgico a tales eventos, de forma que los fines de semana solía emplearlos en trabajar para los internados en el mismo centro donde se rehabilitara él; aquél era un lugar enclavado en la sierra de Guadarrama, un paraje de montaña rodeado de pinos y robles muy próximo al puerto de Navacerrada, en la sierra norte madrileña, a unos cuarenta-cincuenta kilómetros de la capital. A tal efecto, cuando al mediodía de los viernes salía de trabajar, con su coche enfilaba la carretera de La Coruña, la moderna A 6, dirigiéndose allá directamente, sin siquiera pasar por casa.

En fin que los días y los meses fueron transcurriendo unos absolutamente iguales a los otros, en una apacible monotonía de días en sí anodinos pero, al menos, tranquilos, sin sobresaltos, que era lo que él quería; en cierto modo, eso es lo que, en el fondo, siempre quiso, vivir en paz y tranquilo, sin precisar para nada emociones que, tal vez, algún día se revuelvan contra ti, complicándote, amargándote la vida. Y así llegó el día en que Lisa cumpliría sus veintisiete años, y él, siempre atento y pendiente de ella, le envió aquel mensaje de felicitación.

Aquella semana, como las precedentes, feneció, con lo que llegó su correspondiente “finde”, en cuyo viernes Paco no pudo hacerse a la carretera, como en él era habitual de meses atrás, pues sus padres se empeñaron en que fuera a su casa a cenar; al parecer, a la cena también acudiría un matrimonio, amigos de ellos, acompañados de una hija algo más que veinteañera, pues el cuarto de siglo desde luego que se le quedó atrás, cierto que por no más de uno o dos años, pero lo que es quedar atrás, sí que quedaba.

Y ya se sabe lo que son las madres, que nunca pierden comba intentando buscar pareja a sus “niños”; claro está que una buena, lo que significa que sea modosa, hacendosa y un tanto tonta, cosa que, a lo que parecía, era la “vástaga” de los amigos paternos. Pero es que en este caso también papá estaba en la conjuración contra el solteril estado del bueno de Paco. Pero sucedió que el mancebo se supo defender con la mayor gallardía del resto de los presentes en el ágape, que por demás estaría decir que tanto el matrimonio amigo de las padres de Paco, como su hija que, a la postre, venía a ser una especie de arpía bajo piel de tonta de capirote, pero ya, ya, con la “tontita”…

En fin, que sería ya rayana la una de la madrugada cuando, por finales, Paco pudo salir del hogar paterno y regresar a su domicilio. Desde luego, su inicial plan de llegarse hasta los aledaños del Puerto de Navacerrada la mañana del sábado, bien tempranito, “ipso facto” se fue al garete, pues al instante de salir a la calle se encontró con que su cuerpecito serrano no estaba para tales heroicidades, por lo que llegó a su casa dispuesto a pasar ese “finde” descansando a todo descansar.

Serían algo más de las diez de la mañana cuando se despertó e, incapaz de seguir durmiendo, se levantó. Se duchó, se afeitó, se vistió y desayunó. Pensó en, no obstante, llegarse hasta el centro de rehabilitación y estar allí hasta la noche del siguiente día, el domingo, pues a ver qué narices iba a hacer casi esos dos días en casa. No le apetecía pasarlos allí, solo en su apartamento; no tenía tal costumbre por lo que la casa, esas cuatro paredes, se le caían encima en tales ocasiones.

Era cerca de las once y Paco se disponía a bajar al garaje a tomar el coche cuando sonó, estridente, el timbre de la puerta. Salió a abrir y se quedó de piedra cuando ante él apareció la figura de Lisa

  • Hola Paco… ¿Puedo pasar?
  • ¡Por Dios, Lisa; pues claro que sí!

Paco se hizo hacia un lado para permitir que la muchacha entrara. Lisa entró y se quedó en medio del salón; de pie, visiblemente nerviosa e insegura, titubeante… Sin saber qué hacer, cómo ponerse. Se sentía ajena a aquella casa; aquella casa que en un tiempo que casi se le hacía de allá, cuando la prehistoria poco más o menos, también fuera la suya, pero que sabía ya no lo era… Puede que hasta otra mujer fuera ahora la de esa casa.

  • Pero mujer, siéntate. Aquí, donde te gustaba- Y Paco le señaló el sofá de tres plazas -
  • Perdona… Perdona Paco; seguro que soy inoportuna al venir aquí de nuevo… Creo… Creo que no he debido hacerlo… Perdona Paco; me iré; pienso que es lo mejor
  • Pues yo así no lo pienso. Si has venido es por algo, y dudo que ese algo sea baladí. Si has venido es por algo importante. Luego, déjate de tonterías y dime lo que venías a decirme…
  • No Paco, de verdad; de verdad que no tiene importancia. Me marcharé ahora mismo; no quiero ser un estorbo para vosotros, tu mujer y tú. ¿Tenéis hijos?
  • ¡Pero qué dices, loca, más que loca!... ¿Acaso no te acuerdas de que tú eres mi novia, amén de mi hermana?... ¿Es que no te acuerdas de que un día juré serte fiel mientras viviera? ¿O piensas que no soy leal a mis juramentos? ¡Soy un caballero Lisa, y los caballeros siempre, sin excusa alguna, contra viento y marea, mantienen sus juramentos Anda, siéntate y déjate de tonterías. ¿Te apetece un café, novia mía; hermana mía?

Lisa quiso ir con él a la cocina para preparar el café con él, como antes hicieran, pero Paco, esta vez, no se lo consintió. Dijo que era su huésped y él a los huéspedes los atendía como es debido. De modo que Lisa quedó en el salón, sentada en el sofá, mientras Paco iba a la cocina a preparar el café.

Lo cierto es que había quedado bastante más tranquila desde que comprobó que Paco no tenía esposa ni nada que se le pareciera, aún de lejos; que en aquella no había señora de la misma. Paseó la mirada alrededor, y todo lo encontró tal y como lo recordaba; desde luego Paco no había variado nada en todos esos años… Y la acababa de decir que ella seguía siendo su novia… Su querida novia… Su amada novia… Y que la había sido fiel… Que la seguía siendo fiel… Que lo sería hasta el fin de sus días… Lisa se sintió henchida de gozo. Henchida de inmensa felicidad… Sin duda la amaba; la seguía amando; como antes…

Al fin Paco volvió con dos tazas grandes, de las llamadas de desayuno, en una bandeja con la jarra del café, la jarrita de la leche y el azucarero con dos cucharillas;  también unas magdalenas y algún suizo. Lisa entonces ejerció de perfecta anfitriona sirviendo primero el café, luego la leche y el azúcar

  • Dos cucharadas, ¿verdad Paco?
  • ¡Lo recuerdas, Lisa!
  • Recuerdo todo lo tuyo; todo lo que te gusta y cómo te gusta.

Tomaron alguna pieza de bollería, la mordisquearon embebida en el café y tomaron un sorbo del mismo. Se miraron de nuevo, en silencio. Paco, interrogando a Lisa en mirada; intrigado con lo que la chica, su querida hermana al tiempo que su amadísima novia, si bien que en platónico por imposible amor; ella, de nuevo, insegura, titubeante… Pero ahora no porque no se atreviera del todo a decirle a Paco cuanto le había venido a decir, sino cómo se lo decía; cómo empezar a hablarle. Por fin se dijo aquello de que el camino más coto para llegar a cualquier sitio es la línea recta, y eso es lo que decidió hacer, enfrentar el asunto, ir al grano directamente, sin ambages ni rodeos

  • Paco, cuando leí tu mensaje por mis veintisiete años, me llevé la mayor alegría de estos últimos cuatro años; fue el único día en sentirme, en ser verdaderamente feliz desde que nos dijéramos adiós; adiós para siempre… Desde entonces mi vida ha sido un infierno; supongo que también la tuya lo ha sido… Y, ¿sabes por qué me sentí viva de nuevo; viva e ilusionada?… Feliz, Paco… Enteramente feliz… Sencillamente, porque me llamabas “Mi amadísima novia”… Porque en ese mensaje me enviabas tu amor; tu amor de hombre, tu amor de sempiterno novio mío. Mi único novio… El único hombre de mi vida… Allí me decías que también yo era tu novia eterna, la única y absoluta mujer de tu vida…

Lisa, Elisa, se calló; no pudo, de momento, seguir hablando pues estaba por entero arrebolada… Diríase que con toda su sangre, los cuatro-cinco litros de su cuerpo aunados en su llameante rostro, y con el corazón en la garganta, casi imposibilitándole la respiración Cobró algo de resuello y prosiguió

  • Sí Paco, somos hermanos, de eso no cabe duda; no me cabe duda alguna y, estoy segura, que a ti tampoco. Pero eso, el que seamos hermanos, no es más que un accidente en nuestras vidas… Una circunstancia, en verdad, ajena a nosotros dos. En realidad, no lo somos. Nuestro parentesco es, simplemente, una casualidad biológica… Crecimos y nos criamos por separado, sin siquiera imaginar ninguno de nosotros dos que el otro existiera…

Nueva pausa para de nuevo tomar algo de resuello, al tiempo que tomaba otro sorbo de café y otra madalena. Se le aturullaban las palabras según iba hablando, por lo que, de vez en vez, precisaba eso, callar un momento para retomar y ordenar sus ideas. Por su parte él, Paco, la escuchaba absorto; pendiente de lo que decía, prendido en su razonamiento como si en ello le fuera la vida… Como el naufrago se centraría en alcanzar la tabla, el madero salvador, que le permitiera emerger del tétrico abismo marino; como el hombre perdido en medio de la solanera del desierto se centraría en llegar, a rastras o como demonios acertara al salvador odre de agua. Por fin, Lisa prosiguió

  • Bajo ese aspecto de la recíproca hermandad, somos dos desconocidos. Yo no te puedo sentir o ver como hermano, pues eso para mí, simplemente, no es cierto; es algo rebuscado, ficticio, falso… Una mentira, eso es para mí… Y estoy convencida de que a ti te pasa lo mismo: Que aunque lo intentes, aunque te empeñes en ello, no lo consigues; no logras verme, sentirme, como hermana… Y es sencillo el por qué. Porque éramos dos desconocidos cuando nos conocimos y nos hicimos amigos primero, luego nos enamoramos, tú de mí, yo de ti… - Aquí Lisa se echó a reír, maliciosa
  • ¡Lo reconozco! Tú de mí antes que yo de ti, que cuando pasó ni me di cuenta… Tuviste que besarme para que me enterara de lo loquita que ya me tenías… ¡Si sería tonta!...

La salida fue de las típicas en ella, casi desvergonzada por desenfadada, alegre, risueña… Y trajo un minuto de distensión a la tensión que, por momentos, dominaba el ambiente, pues hizo que los dos rompieran a reír, desenfadados ahora ambos, superadas todas las tensiones… Y es que, en verdad, poco había que explicar, pues todo cuanto les sucedía, les había sucedido desde que conocieran una verdad que nunca debió de ser, se explicaba por sí mismo… Sencillamente, se amaban con locura, con esa infinita pasión que el amor hombre-mujer, no el simple deseo macho-hembra, es capaz de llegar a engendrar y que entre ellos llegó a ser pasión sublime, casi imposible de saciar en sí misma….

Cuando los dos rompieron a reír, libre y alegremente, se levantaron yéndose el uno hacia el otro hasta juntarse a medio camino entre ambos, abrazándose entonces los dos, sin más matiz en el abrazo que la pura amistad, el cariño más desinteresado. Luego, la risa de ambos empezó a hacer crisis, a ceder; y cuando la risa cedió por completo en los dos, ambos dos se miraron y se hablaron sin palabras. Paco, entonces, tomó a Lisa por la barbilla y, alzando su rostro hacia sí mismo, besó suavemente los labios de su amada, para decirle luego

  • Es esto lo que querías decirme… o me equivoco…
  • No te equivocas, cariño mío… Esto, justamente, es lo que quería decirte… Que no quiero ser tu hermana, sino tu novia hoy, mañana tu mujer, tu esposa… Y que a ti sólo te quiero como mi novio hoy, mañana mi marido… Te quiero, Paco; inmensamente, con delirio, pero sólo como mujer… Lo siento, pero como hermano no te puedo querer; ni tan siquiera sentirte, verte… De veras que lo siento cariño, pero si no eres mi hombre, para mí no eres nada …

De nuevo los labios de ambos se unieron en renovados besos, besos en las que la pasión más desenfrenada, poco a poco, instante tras instante iba desplazando a la suavidad y ternura del principio, para hacerse más y más candentes, aflorando más y más en ellos el más sexual que erótico deseo, de manera que las manos de Paco no tardaron en bajar hacia el busto de Lisa, buscando la suave dulzura de sus senos, verdaderos odres de hidromiel para aquel mancebo, treintañero ya para esos entonces

Logró acariciar aquella dulzura, pero solo a través de la tela del vestido que, aunque suave, contaba también con el añadido obstáculo del propio sujetador. Intentó salvar ambos obstáculos por el expeditivo sistema de meter la mano por el escote y así llegar a su objetivo, pero la empresa más bien que se mostraba un tanto estéril, ya que el escote, amén de bastante ceñido, era escueto, poco pronunciado, por lo que los esfuerzos de Paco por alcanzar con la mano el preciado objetivo se veían, una y otra vez, frustrados.

Entonces Lisa, sonriendo pícara al tiempo que burlonamente, dijo

  • Paco, vida mía, amor mío. ¿sabes una cosa?... Que como suelen decir por Argentina, eres un tanto “boludo”; no demasiado, solo un poquitín…

Le volvió la espalda por un momento, presentándole la cremallera que liberaría el vestido

  • Anda mi “boludito”, bájame la cremallera.

Paco lo hizo y Lisa le dijo que le bajara el vestido hasta que se deslizara al suelo. Paco bajó el vestido hasta que dejó atrás las caderas femeninas, con lo que la prenda, mansamente, cayó al suelo, momento en que ella se acabó de deshacer de él echándolo hacia un lado del salón con el pié. Luego, Lisa desabrochó el sujetador y, sacándoselo por los brazos, dejó que así mismo acabara en el santo suelo, tras lo cual, cada pie libró al otro de su zapato. Entonces, cuando la mujer quedó casi integralmente desnuda y Paco se afanaba en hacerse con aquellos senos, aquella anatomía femenina, ella le cortó diciéndole

  • No te parece, “boludito” mío, que si vamos al dormitorio, a nuestro dormitorio, a nuestra cama, estaremos más cómodos que aquí, en el salón…

Y sin esperar la masculina respuesta, Lisa tomó a Paco de la mano y, a la santa carrera, emprendió el bien conocido camino hacia el dormitorio. A todo esto, Paco no se había quedado precisamente al margen, pues si Lisa echó a correr, él no se quedó atrás en el afán de alcanzar la habitación, de modo que a la puerta llegaron, como mucho, a la par, si es que el mancebo no llegó antes.

Entonces, cuando por fin llegaron a la puerta del tálamo, el muchacho, galante él, tomó en vilo a su novia-hermana, y así, con ella en brazos y más desnuda que otra cosa, pues solo le quedaba puesta la braguita, traspasó el umbral del dormitorio, yendo a depositarla, suavemente, sobre la cama. Ella entonces se hizo hacia el borde de la cama, donde se sentó con las piernas hacia afuera. Arqueó el cuerpo, alzando las nalgas hacia arriba y, levantando las piernas dijo

  • Anda mi amor, quítame las braguitas… ¿Te parece bien lo que tu hermanita te pide?

Y, la verdad, al “boludito” le encantó el encargo de… ¿Su hermana?... De modo que Paco tomó con ambas manos el elástico de la más que sutil prenda íntima y la bajó hasta que dicho elástico dejó atrás las femeninas caderas, primero, para en segundos sacarla por piernas y pies de la mujer. Entonces Lisa le dijo

  • Ven cielo; acércate más. Deja que te ayude a desnudarte

Paco se llegó hasta quedar por entero al lado de Lisa, de pié ante ella… Y, mientras él se deshizo de camisa y camiseta, ella le libró de pantalones y calzoncillos, que quedaron por el suelo, desperdigados, como camisa y camiseta de él, y braguitas de ella.

Tras eso, Lisa se retrepó sobre la cama, quedando al fin boca arriba, con la cabeza descansando sobre la almohada. Por su parte Paco, se subió a la cama, tendiéndose sobre el desnudo cuerpo de Lisa, que le recibió entre sus brazos, abrazándole amorosa. Allí fueron los besos, los enlazamientos de lenguas, las caricias en orejas, cuellos, senos… Sin olvidarse Paco de los candentes, enhiestos, duros, pezoncitos, ávidos de ser besados, lamidos, succionados, mordisqueados… Avidez que Paco supo saciar casi en exceso…

Y, por fin, la mutua y absoluta entrega de cuerpos y casi de almas en la sublime plasmación física, tangible, del inmenso amor que se profesaban el uno a la otra, la otra al uno, en la exaltación del amor sensual y sexual…

La noche fue larga, aunque más correcto sería decir que aquel fin de semana fue largo; muy, muy largo, pues duró, ininterrumpidamente hasta que en la mañana del lunes Paco se levantó para ir a trabajar.

El lunes de la siguiente semana, efectivamente, Paco se levantó temprano, y con él Lisa; él para ir al trabajo, a la oficina donde prestaba servicios contables, no tan lejana, por cierto, a su domicilio, y Lisa para preparar el desayuno de los dos, café con leche y unos cruasán que pasó a la plancha. Desayunaron los dos juntos y ella despidió a su hombre-hermano, en la puerta con un abrazo y un beso, aderezados ambos con mil y un arrumacos.

Cuando Lisa quedó sola en el apartamento, se puso a adecentarlo un tanto, si bien poca cosa había que hacer, salvo quitar de en medio la ropa de ambos, desperdigada manga por hombro, desde el salón a la alcoba, amén de fregar platos, vasos y demás, abandonados más que dejados en la fregadera, tal cual quedaran tras su uso durante los precedentes sábado y domingo, pues, admitámoslo, la pareja tenía cosas mucho más interesantes por hacer, desnudos en la cama, que ponerse a tareas tan prosaicas como fregar los servicios culinarios usados en los breves ratos que dejaron de lado los importantísimos “negocios” que, a lo largo de tales días, les mantuvieron desnudos sobre la cama

En fin, que la verdad es que Paco era un hombre la mar de aseado que mantenía sus dominios más que decentes, por lo que la muchacha no tuvo gran cosa que hacer, salvo poner algo de orden en aquél, digamos, “campo de batalla” en que quedara reducido el más que ajustado apartamento tras los durísimos “combates amorosos” librados por la pareja durante aquél maravilloso fin de semana…

Luego la muchacha se lanzó a la calle, yendo en principio a la casa de sus padres, donde llegara, procedente de Barcelona, la noche del pasado viernes, con lo que allí dejó todas sus pertenencias a la espera de lo que pasara cuando, por fin, se viera con Paco, su hombre amado a la par que su no tan querido hermano, a cuyo encuentro, la verdad, fue que la camisa apenas si le llegaba al cuerpo, ante el temor de encontrarse con una mujer, una posible esposa o, al menos, compañera-novia de él; quién sabe si, incluso, con unos hijos habidos en común por Paco y su esposa, compañera, novia o lo que fuera… Pues, aunque preguntó por él a sus padres, éstos nada sabían del que fuera su novio a partir de su separación custro años atrás.

De modo que, al regresar al hogar paterno aquél lunes, alborozada les participó de la buena nueva, Ella y Paco reemprendían la relación de pareja que antes dejaran, por lo que simplemente venía a recoger sus cosas para trasladarse a vivir, de nuevo, a la casa de él, cosa que a sus padres ni agradó demasiado, ni tampoco dejó de alegrarles, pues la felicidad de su hija lo merecía todo para ellos.  Así que, con lo que de lo suyo juzgó imprescindible, abandonó en no muchos minutos el hogar paterno, para regresar al apartamento de la calle Lope de Rueda que en adelante sería su propio hogar, el suyo y el de Paco, su querido, amado hombre, y no tan querido hermano, aunque el tiempo diría lo que tuviera que decir al respecto. Eso sí; cuando salió de la casa de sus padres, lo hizo prometiéndoles volver a verles, con su novio Paco, al menos todas las semanas.

En fin, que Lisa dejó en la que desde entonces volvería a ser su casa cuanto trajera de la paterna y al punto volvió a bajar, pero esta vez para pasarse por el mercado a fin de comprar lo necesario para empezar a preparar la comida para ella y Paco. Y es que éste, Paco, le había confesado que solía comer un plato combinado en una cafetería cercana a la oficina, proponiéndole pues que, si quería, fuera ella a comer allí con él, cosa que Lisa, muy puesta en su papel de tradicional “Guardiana del Hogar”, denegó enérgicamente. Desde entonces, desde ese mismo día, se acabó el que su queridísimo hombre-hermano, viviera a salto de mata, pues allí estaba ella; al menos, de momento, pues luego, cuando ella volviera a trabajar, que desde luego volvería, faltaba más, ya se vería cómo se hacían las cosas; pero mientras ella estuviera en casa, como aquél que dice, mano sobre mano, ella cocinaría a diario para los dos. Faltaría también más.

En fin, que los días, incluso alguna semana que otra, fueron transcurriendo. Para empezar, la promesa que Lisa hiciera a sus padres, adoptivos, sí, pero los únicos que como tales ella reconocía, se hizo puntualmente efectiva, pues la pareja Lisa-Paco los visitaba cada semana, sin que una sola faltara, amén de acudir a su casa con mayor frecuencia, más de una vez a la semana, bien ella sola, bien con su novio.

Item más; este cultivar las relaciones paterno-filiales, desde el principio de su renovada relación de pareja, Lisa la extendió a los adoptivos padres de él, pues la muchacha tenía muy claro aquello de que “al santo, también se adora por la peana”, opinando, con gran sentido común, que si con los padres de Paco se llevaba bien, si hasta llegaran a verla casi como hija, se evitaría muchos problema, incluso en la marital convivencia con su amado, pues obviaría ciertos actos de zapa que no pocas suegras ejercen respecto a sus nueras.

Pero lo más significativo de aquellos primeros días de regreso al feliz pasado, fue la forma progresiva en que los planes de boda fueron entrando y afianzándose en ambas mentes. Y como todo debe decirse, puntualizar que la inspiradora y mantenedora de tales planes fue, cómo no, ella, Lisa. Pero lo sorprendente es que ahora fue también ella la que se empecinó en que la boda civil no le bastaba, sino que también quería casarse como Dios manda, por la iglesia, con su alfombra hasta la calle, el altar lleno de flores y un órgano tocando a todo tocar, a ser posible, la “Misa de la Coronación” de Mozart…Y sin faltar, cómo no, lo mejor de todo, el espléndido traje de novia, blanco cual piel de armiño y de sin par donosura….

Paco, a este respecto, expuso sus reservas por aquello de que, indudablemente, su unión entraba de lleno en lo incestuoso, y sus firmes creencias católicas, aunque no tan reciamente practicadas, se resentían ante ello, por lo que pudiera haber de, incluso, sacrílego, al tomar de tal manera la sacralidad del sacramento del matrimonio, pues tal relación constituye insalvable impedimento para poder contraerlo

Pero Lisa le opuso una tenaz resistencia, sustentada en lo que el bueno de Paco jamás podría haber imaginado: ¡Las sagradas Escrituras!... ¡Tócate los pies, macho! Y lo grande fue que el razonamiento de Lisa podía tildarse de cualquier cosa antes que de baladí o sin sentido, pues sentido tenía, y mucho además, por más que él quedara casi anonadado ante las razones que ella le presentaba para endulzar la “píldora” incestuosa que ella se empeñaba en que tragara, por lo que quedó desarbolado, sin acabarse de convencer, pero sin tampoco argumentos ni, menos aún, fuerzas que oponer a lo que ella aducía.

  • Mira Paco, cariño, como sabes, a mí la cosa religiosa me trae sin cuidado. Por de pronto, ni tan siquiera estoy segura de que exista Dios. Pero hay cosas que debemos tener en cuenta. Tus padres, por ejemplo, que bastante han “tragado” con que vivamos juntos, amancebados según ellos, para que encima sólo nos casáramos por lo civil,. Pero es que también mis padres van un tanto por ese camino; hasta mi padre, muy de izquierdas él, muy socialista él, pero casi tan tradicionalista para los menesteres de “cintura para abajo” como Franco era… Y vamos, que también una tiene su corazoncito, y como no pienso casarme en mi vida más que esta vez, y contigo, pues también quiero mi traje de novia, blanco cual piel de armiño, y mi alfombra hasta la calle; y mi  iglesia, hecha ascua de luces y llena de flores; y entrar en ella del brazo de mi padre, al son de la marcha nupcial de Méndelson tocada por un buen órgano… Y en cuanto a lo de escarnecer el sacramento del matrimonio casándonos también por la Iglesia, permite que te muestre algo

Diciendo esto, Lisa llevó a Paco hasta el ordenador. Lo encendió, conectó con Internet y en el buscador de Google escribió un nombre, Mateo, seguido de una serie de números. Pulsó Intro y tras pinchar en una de las entradas que salieron, apareció el siguiente texto en la pantalla

“Por eso, abandonará el hombre a su padre y a su madre para ir con su mujer. Y se unirán los dos en una sola carne. Y nunca más volverán a ser dos, sino uno sólo. Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”

Entonces Lisa siguió hablando

  • Estas palabras las pone el evangelista Mateo en boca de Jesucristo, cosa que puedes comprobar buscándolo tú directamente en los Evangelios.
  • No es necesario, sé que es textual
  • Yo, lógico, ni conocía este pasaje; lo encontré buscando en Internet “Relación hombre-mujer en las Escrituras”. Pues bien, cuando leí esto me dije. “¿Cuándo une Dios al hombre y la mujer?” Y sólo encontré una respuesta: En el mismo momento en que el hombre y la mujer, el hombre y su mujer dice el Evangelio, se unen en “una sola carne”. En estas palabras, Jesucristo no habla de ceremonias religiosas que formalicen el matrimonio, la unión entre un hombre y una mujer que se aman, simplemente dice, manda, ordena más bien, que se unan en una sola carne y nunca más se separen. Cuando yo me entregué a ti por vez primera, aquella noche en que, bailando, se te ocurrió besarme y así, con tus besos, supe cuantísimo te amaba, lo hice sis reserva alguna; en cuerpo y alma y de una vez por todas, deseando que esa unión, nuestra unión fuera infinita, que nunca se acabara. Y tú, supongo y espero, te entregaras a mí en la misma forma que yo a ti, sin reservas y para siempre… O… ¿Me equivoco?
  • No. En modo alguno te equivocas. Así te tomé y a ti me entregué. Para siempre y sin reserva alguna
  • Pues entonces, querido mío, si todo eso en lo que tú crees y yo no estoy segura si lo creo o no del todo, es cierto, tú y yo, ante ese Dios en el que tan firme crees y cuyo precepto matrimonial no quieres mancillar, ya estamos casados; casados desde hace cuatro años al menos, desde aquella primera noche en que, por amor, por puro amor transfundido, eso sí, en sexual deseo del uno hacia el otro, nos unimos “en una sola carne” como dice Jesucristo. Aquella no fue una unión incestuosa, pues de esa triste realidad que ahora los dos somos conscientes, entonces en absoluto lo éramos y, según también ese mismo Dios encarnado en Jesucristo dice que “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”, nuestra unión matrimonial, a pesar de ser hermanos, sigue siendo indisoluble ante ese Dios en el que crees y al que no quieres ofender. Por tanto, si ahora nos casamos por la Iglesia y ante un cura, no haríamos otra cosa sino hacer público un matrimonio celebrado tiempo ha (1)

Y, como antes se dice, nada más hubo que hablar al respecto de la boda por la Iglesia, de manera que semanas más tarde, Lisa, resplandeciente en su blanquísimo traje de novia, hacía su triunfal entrada en la iglesia parroquial del Santísimo Sacramento, en el cruce entre las calles Alcalde Sainz de Baranda y Lope de Rueda(2), pisando segura sobre la roja alfombra que, desde el bordillo mismo de la acera, frente a las puertas de la iglesia, abiertas de par en par ese día, se extendía hasta los pies del altar; del brazo de su padre, padrino de su boda, y bajo los sones de la mal llamada marcha nupcial de Méndelson, pues realmente es una marcha triunfal inscrita en su poema sinfónico “El Sueño de Una Noche de Verano”, obra sinfónica basada en la célebre y homónima comedia de William Shakespeare, interpretada al órgano por el padre organista de la iglesia parroquial.

Después, cuando tras llegar al altar donde Paco, vestido de “pingüino” y del brazo de su madre y madrina de boda, la esperaba embobado, pues la miraba con la boca abierta y la baba a punto de caérsele barbilla abajo, cual el bobalicón que en cuanto tocara a Lisa fuera, empezó la ceremonia de la boda en sí, con la celebración de la misa, en la que no faltó la tan deseada “Misa Solemne de la Coronación” de Wolghans Amadeus Mozart, interpretada por el coro infantil/juvenil de la iglesia parroquial acompañados al órgano por el “maese organista” de la congregación religiosa, que resultó ser, a la postre, un buen músico.

Vamos, que por finales Lisa tuvo la rumbosa boda que tanto ansiaba.

A estas alturas conviene hacer notar al amable lector que la íntima consanguinidad que unía a los contrayentes, era por entero desconocida para todo el orbe circundante a ellos dos, excepción hecha de aquél señor que años ha fuera jefe directo del buen Paco, señor que, por cierto, asistió impertérrito al enlace matrimonial de Paco y Lisa, firmando incluso como testigo del enlace en el libro de actas parroquial, pues fue especialmente invitado por la pareja, con postdata añadida, de puño y letra, a la formularia invitación impresa, encareciéndole su asistencia y concurso testifical, agradeciéndoselo todo de antemano.

Por otra parte, que el enlace religioso, iniciado más cerca de las seis y media de la tarde que de las seis en punto, hora en principio fijada al evento, fue precedido por la mañana, sobre las doce del medio día más o menos, por la ceremonia civil que les hacía marido y mujer ante el Estado español.

Una vez acabada la ceremonia religiosa, satisfechas las fotos que propios y extraños se empeñaron en hacerse con la pareja de recién casados y cumplimentado el reportaje fotográfico y en video, al efecto contratado, tuvo lugar el banquete de bodas, presidido por los novios, los padrinos más la madre de Lisa y el padre de Paco que, salvo haber ocupado la primera fila, reclinatorios incluidos, en nada más destacaron a lo largo de toda la ceremonia nupcial. Y, acabado el ágape con los postres, las copas y los brindis de rigor y a granel, Paco y Lisa, acompañados por padrino y madrina más el padre de él y la madre de ella, abrieron el baile que, una vez más por decisión de Lisa, no consistió en los manidos por hasta la saciedad repetidos en cuantas bodas se precien de algo, valses del “Danubio Azul” o “Del Emperador”, de Straus, sino el menos conocido mas no menos bello vals del rumano Ivanovici “Olas del Danubio”.

Luego, cuando lo del baile se fue generalizando entre los asistentes, la pareja de recién casados hizo, con la mayor discreción, “mutis por el foro”, escapando así al general jolgorio que tras ellos quedaba, y locos por quedarse, al fin, solos. La pareja, como es de rigor, tenía habitación reservada en uno de los mejores hoteles de la gran urbe madrileña, por no decir que lo reservado era una señora “suite”, con cama de agua, bañera con hidromasaje y toda la pesca, más saloncito-recibidor tras el “hall” de entrada.

Pero, entonces, de nuevo surgió la genialidad de Lisa, cuando decidió que, en vez de ir a pasar esa su “Noche de Bodas” al referido y contratado hotel, se fueran a su tradicional “nidito de amor”, el apartamento de Paco en la inmediata calle de Lope de Rueda. Decía que allí, en esa cama, transcurrió su primera noche de amor, que allí se entregaron, por vez primera y sin reservas, el uno al otro, por lo que esa tan especial noche, la primera que los dos pasarían casados como Dios manda, ella quería pasarla allí, en aquella cama donde aquella otra primera vez, se amaran.

En fin, que aunque sobre lo de “casarse como Dios manda”, a decir de Paco, tal vez hubiera algo o, bastante, que hablar, la opinión de Lisa, como siempre, se impuso por finales, por lo que la gran “suite”, alquilada y pagada, quedó desierta aquella noche; noche en la que, por cierto, los vecinos del apartamento de Paco y Lisa, apenas si pudieron dormir, diciendo casi todos ellos que la parejita de recién casados bien hubiera podido pasar aquella noche en un hotel, como cualquier hijo de vecino que se precie hace en tal ocasión, y no ir a darles a ellos la noche, pues a la recién casada había que haberla oído, por no hablar del concierto de rugidos, bufidos y hasta barritados de elefante en celo, con que el recién casado obsequió los oídos circundantes, que maldita la gracia que hizo a sus sufridos propietarios.

Pero al día siguiente, los sufridos oídos de los no menos sufridos vecinos se vieron a salvo de alaridos estridentes, pues la pareja salió, vía aérea, rumbo a uno de esos paraísos caribeños de allá por las Bahamas, donde permanecieron durante dos semanas por lo menos… Y al regresar a su tradicional “nidito de amor”, aunque los transportes amorosos de la pareja casi se seguían sucediendo a diario, los amantes esposos se cuidaron de dejar dormir, tranquilamente, a su vecindad, por aquello del “Hoy por ti, mañana por mí”, que de todo suele haber en la viña del Señor.

Pasó el tiempo, casi nueve meses exactos tras de que Lisa reapareciera ante Paco cuando éste abrió la puerta aquella mañana de sábado, cuatro años después de su momentánea ruptura, y cerca de ocho meses después de casarse, Lisa trajo al mundo al primer vástago de la pareja, una niña, que, cómo no, se llamó Elisa, Lisa, Lisita, como su madre. Diez meses y pico después a la pareja les nació el segundo fruto de su casi diario amor, en una nueva niña, que llevó por nombre Matilde, como la madre de él, de Paco, y suegra de ella, Lisa. Y es que la nuera de la suegra no olvidaba, en absoluto, lo de que “Al santo también se le adora por la peana”. Los esposos parece que, tras su segunda hija, se tomaron un respiro o, tal vez más acorde con la realidad, acudieron con más ahínco al laboral “eslogan” de “Trabaja, pero seguro”, pues pasaron casi dos años hasta que Lisa parió a su tercer hijo, y nunca mejor dicho lo de hijo, pues esta vez fue un niño, un Paquito.

Pasaron otros dos años casi hasta que la pareja tuvo su cuarto y último hijo, de nuevo una niña, la tercera del matrimonio. En forma inexplicable para todo el mundo, la llamaron Paula. Inexplicable para todo el mundo, pero no para ellos dos. Paula era el nombre de aquella desconocida mujer que les trajo al mundo un día, desentendiéndose de ellos desde el mismo momento en que les alumbró. Durante mucho tiempo nada quisieron saber de ella, llegando, casi, casi, a odiarla, precisamente por haberles parido a los dos, haciéndolos pues hermanos.

Pero con el correr de aquellos años, la antigua visión de la que, lo quisieran o no, fue su madre. Porque, al fin, entendieron, estuvieron de acuerdo en que, al traerles al mundo, puso los fundamentos de su actual felicidad conyugal, pues todo fue posible gracias a que ella les dio el ser, la vida. Entendieron que sus razones tendría aquella mujer para deshacerse de ellos, pues les gestó a lo largo de nueve meses, como ella, Lisa, había gestado a sus hijos. Y palmario era que si, el abandonarles sólo se debiera a maternal desnaturalización, lo lógico hubiera sido abortar de ellos, librándose así de las molestias inherentes a todo embarazo. Luego, seguro, su madre les había querido, pues en su seno les llevó durante nueve meses. Puede que por eso precisamente, por quererles con toda su alma, se desprendiera de ellos sin siquiera querer verles; lo más seguro es que ella quisiera librarles de una vida desgraciada, la única que ella, por su profesión, les hubiera podido dar.

Pues qué serían ellos ahora de haberse criado con ella… Lo más seguro, que Lisa otra prostituta como ella, su madre, de lo más tirado además, una típica “trotona” haciendo la calle a diario… ¿Y él? Lo más probable que un depurado proxeneta que viviría a costa de su hermana en primer lugar, como la primera “yegua” de su particular “cuadra” y de cuántas “yeguas” más de tal “cuadra”, puestas al punto, exprimidas por él mismo…

Y es que, con el correr del tiempo, el cariño conyugal que ellos dos se tenían, acabó por verse fortalecido, asegurado, por su fraternal vínculo. Ellos dos, Paco y Lisa, Lisa y Paco. Se habían empeñado, desde que decidieron vivir juntos, en pareja, a pesar de todos los pesares, en ignorar su fraternal parentesco costara lo que costase. Pero la llamada de la sangre acabó por imponerse, y generar el natural cariño que entre hermanos es común que nazca, y de ahí que tal cariño reforzara en casi infinitos puntos el amor conyugal que se profesaban. Y eso, el sentirse por fin hermanos y quererse como tales, engendró también el natural cariño filial de unos hijos hacia su común madre, que culminó en ese sencillo homenaje a su memoria poniéndole a su reciente hija el nombre de la única abuela de los cuatro hermanos, al serlo tanto por vía paterna como materna.

Aparte de todo esto, Lisa y Paco, Paco y Lisa, también tuvieron la inmensa suerte de que ninguno de sus cuatro hijos presentó anomalía física o psíquica alguna, siendo los cuatro unos niños absolutamente sanos, como si el vínculo fraternal de sus padres no existiera. Caso en verdad raro, que a ellos se lo aclaró el mismo toco-ginecólogo que habitualmente atendía a Lisa, incluso en sus cuatro partos, al que por la confianza de años existente, confiaron su vínculo de consanguinidad, en un hecho no muy normal, pero que tampoco es  imposible que se dé: Que los rasgos genéticos de un progenitor dominen ampliamente sobre los del otro progenitor, hasta el punto de que los del segundo queden como adormecidos, latentes, en la descendencia habida.

Así que, tanto en el caso de Paco primero, Lisa después, la carga genética de sus ignorados padres respectivos se habría impuesto sobre la de la madre, hasta el punto de parecer una pareja exógama. Caso difícil de darse, pero no imposible.

FIN DEL RELATO

NOTAS AL TEXTO

  1. Según el Derecho Canónico, la no consumación del matrimonio es causa de anulación de tal matrimonio, lo que viene a demostrar que, en verdad, la ceremonia religiosa del matrimonio, por sí misma, no valida totalmente la unión matrimonial, siendo imprescindible que la unión se consuma con el coito, ese "Y se unirán los dos en una sola carne", del Génesis 2.24 y Mateo 19.5, para que el matrimonio religioso sea enteramente válido e indisoluble. Es decir, que cuando de verdfad se contrae matrimonio religioso válido, es en el momento en que marido y esposa, hombre y mujer en suma, se entregan sexualmente el uno al otro, con claro propósito de hacer perdurable en el tiempo la unión entre ambos. La argumentación que expongo, es exclusivamente mía, y no creo exista texto alguno que la avale, pero la entiendo por entero acertada.
  2. Esta iglesia es a la que el autor solía acudir a oír misa; claro, los domingos que acudía, que con el tiempo fueron más bien escasos. La regentaba, e imagino que todavía la regente, una congregación religiosa, los sacramentinos, por ser el Santísimo Sacramento, es decir, Dios hecho hombre en Jesucristo, la advocación y patrocinio de tal orden religiosa, principalísimamente implantada, por los años 50-60 al menos, en lo que hoy se denomina “Euskadi” o “País Vasco”, la sempiterna región vasca, o Vasconia, de toda la vida. Eran, y supongo aún lo serán, vascos en su inmensa mayoría. Lo malo es que por mediados-finales de los 70/inicios de los 80, se descubrió que esos religiosos, además de sacerdotes, también eran exacerbados nacionalistas-independentistas vascos, constituyendo una célula de apoyo logístico al “Comando Madrid” del terrorismo etarra. Uno de aquellos sacerdotes, el padre José María, con el que yo, el autor, mantenía una buena amistad, fue detenido, procesado y condenado a prisión por el delito de ayuda al terrorismo, ya que, al parecer, estaba fuertemente implicado en aquél tristemente célebre “Comando” etarra, responsable directo de buen número de asesinatos  de víctimas inocentes. En fin, cosas de la Iglesia Vasca, secuelas de aquél también tristemente célebre obispo católico, Monseñor Setién, que tan poca caridad cristiana tuvo con las víctimas de Eta y sus familiares, a quienes siempre negó “el pan y la sal”, en tanto que se invistió en denodado defensor de los derechos de los asesinos etarras presos en las cárceles españolas, clamando por su traslado a la tierra vasca a fin de que sus familiares los tuvieran cerca y pudieran visitarlos día sí, día también, sin el menor gesto de conmiseración hacia las familias, las madres, esposas, hijos, que nunca más podrían ver a sus hijos esposos o padres asesinados por esos “pobrecitos” presos etarras. ¡Buen ejemplo de aquello que Cristo dijera en su última cena: “Un nuevo mandamiento os doy. Que os améis los unos a los otros como yo os he amado”!