Historia de Nugá

La India es el paraiso, la vida es maravillosa... Esta historia habla del placer y del dinero. ¿Todo cuesta lo que vale?. Saludos.

Historia de Nugá

" El viajero conocerá su muerte en el regreso ". Proverbio Malabar

Durante largo tiempo he reflexionado sobre la posibilidad de escribir este relato u olvidarme de todo lo ocurrido en los últimos seis meses; no sé cual ha sido la última razón que me ha llevado a publicar esta historia singular, de la que ni yo mismo tengo conciencia exacta.

Algunas de las cosas que les referiré a continuación, sucedieron cuando me encontraba bajo el efecto del alcohol, o de drogas de las que ni siquiera sé su nombre. Pero quiero decirle que la embriaguez, hasta el mismo límite del estupor, no sólo se alcanza con el abuso de narcóticos.

Me presentaré, mi nomber es Alfred Steiner, hasta hace poco residía en Munich; soy soltero, tengo 42 años y me dedico a las finanzas. Por un golpe de fortuna, hace ahora diez años logré fundar mi propia compañía de asesoramiento mercantil, dedicada a los negocios emergentes, en particular, los del sector textil.

Adelaida corporation, no es una gran compañía, pero tiene tamaño suficiente para desarrollar una actividad comercial importante. Vendemos ilusiones, sin embargo nuestros clientes compran sueños de la riqueza. Desde hace varios años estoy condenado a viajar por todo el mundo, la demanda de mis servicios proviene de los cinco continentes.

A pesar de estas circunstancias, he procurado atender mi empresa personalmente. Nuestra plantilla supera en estos momentos los doscientos empleados y he conseguido rodearme de gente en la que puedo delegar con toda confianza, más por los incentivos que les concedo, que por la lealtad que me profesan.

No quiero dar más detalles sobre mi vida. La experiencia que he vivido y que es la que ha motivado que esté escribiendo estas palabras se inició en noviembre de 2004, cuando el señor Yuang me telefoneó desde su oficina de las torres petronas en Kuala Lumpur, con él he realizado algunos de los más lucrativos negocios de mi vida.

Me informó que uno de sus clientes, al que llamaré Mister Z para proteger su auténtica identidad, estaba interesado en conocerme, con el fin de contratarme para dirigir durante algún tiempo su organización de empresas, un auténtico trust.

La imparable subida del petróleo había promovido su propuesta; su empresa se encontraba con un exceso de liquidez, una disposición a la expansión, y la intención de introducirse en el sector textil que tan bien conozco. Concerté una cita con Mr. Z en Moscú para la semana siguiente, por que tenía que desplazarse para cerrar unos contratos con los herederos de Yukós.

Así conocí a Mr. Z, un caballero hindú de madre portuguesa, unos sesenta años vividos, que residía en Kerala. Siempre he pensado que los hindúes saben experimentar la vida y la muerte como nadie. Me pidió que le acompañara a su palacio, cercano a Calcuta.

Necesitábamos al menos cinco días para centrar nuestro negocio. Su avión privado nos esperaba en el aeropuerto. Solo quiero anticipar algo de lo que les contaré, los seis meses que pasé con Mr. Z han cambiado mi vida por completo. Hoy mi empresa está en venta

He decidido retirarme a vivir a un lugar próximo al de este gurú del saber vivir. El me ha facilitado las cosas, como anteriormente ha hecho con sus otros amigos, entre los que tengo la satisfacción de encontrarme. Somos quince hombres de negocios que han fundado sus propios paraísos al sur de la India, y que intercambian sus experiencias sobre el placer.

Mr. Z. es el propietario de Nugá, algo más que un palacio, algo menos que un país, donde se puede comprobar que la riqueza sobresale más entre la miseria; A nuestra llegada, diez criados nos recibieron y se encargaron de nuestra llegada de forma exquisita y discreta.

A una mirada de Mr. Z, cuando nos encontrábamos en el hall de su mansión, se abrieron las puertas del inmenso patio interior, porticado, con magníficas columnas diferentes, y con un entramado de jardines y fuentes que superaba lo imaginable. Nos dirigimos a una terraza, en una de las esquinas del claustro, para dejarnos caer sobre unos cómodos sillones repletos de cojines, entre alfombras, plantas y aromas.

Entonces Mr. Z chasqueó sus dedos y unas jóvenes mujeres nos sirvieron té helado de Hisanta, para después quitarnos los zapatos, calzándonos unas babuchas de color turquesa. Descansamos, y no habían pasado unos diez minutos cuando observé una mirada rapaz de mi anfitrión a una de sus servidoras; rápidamente se acercaron cuatro mujeres, dos con una túnica de seda de color oro, y otras dos con saris de color esmeralda brillante. Entonces Mr. Z. se dirigió a mi, para decirme lo siguiente:

  • Mi querido Mr. Steiner, ¿está usted dispuesto a disfrutar de la hospitalidad hindú?-, sonrió, y las mujeres de túnica dorada se arrodillaron, una ante él y otra ante mí, el me miró con ojos inquisitivos y luego los cerró para dejarse caer hacia atrás.

Sus compañeras de túnica verde se desnudaron y nos desnudaron, ungiéndonos con esencias aromáticas, para posteriormente acariciarnos por todo el cuerpo; sus manos expertas fueron deteniéndose en todas las zonas que producen placer; yo me sorprendí por que algunas de esas sensaciones era la primera vez que las disfrutaba.

Poco después, las mujeres que esperaban ante nosotros, como en un acto reflejo, se abalanzaron sobre nuestros miembros e iniciaron una danza lingüal, hasta introducírselos en sus bocas con hábil maestría. Espléndidas lamedoras, succionaban sin cesar con un arte indescriptible. A lo lejos se oía la melodía de un salterio, mezclada con el ruido plácido del agua de las fuentes. Hacía calor, mucho calor, un calor húmedo e inolvidable.

-.-.-.-.-

A las ocho de la tarde se servía la cena, en la terraza opuesta del patio, decorada con motivos de madera y bambú, y plantas bellísimas. Los olores que allí fluían no pueden describirse. No recuerdo que cenamos, pero había una carne parecida al jabalí, y un pescado que jamás antes había probado. Quería agradecer los favores de mi anfitrión y entonces pronuncié estas estúpidas palabras:

  • Es un placer hacer negocios con usted, Mr. Z. – y sonreí con un una estúpida mueca bobalicona, esperando que él riera mi chiste. No fue así, siguió comiendo sin inmutarse. Y me sirvió un vino de reserva italiano, se limpió la boca con una servilleta bordada, y después me regaló este pensamiento del que no he podido olvidarme.

  • Verá ud., Mr. Steiner, los negocios me aburren y me abruman, precisamente por eso quiero procurarme su colaboración, " neg-ocio ", es precisamente la negación del ocio, del placer de la vida. Los negocios para mí, son una consecuencia del placer, sin placer soy incapaz de pensar, sin pensar soy incapaz de hacer negocios -, consideré que no debía de decir nada y seguí comiendo respetuosamente, mi anfitrión prosiguió con su discurso.

  • Mi autentica pasión son los placeres de la vida, y quiero compartir con usted algunos de mis descubrimientos, no se si conoce la obra del señor Ashbee, autor de "My secret life"; creo que soy uno de sus más fervientes admiradores. El señor Ashbee es al sexo, lo que su compatriota Von Humboldt a la exploración y clasificación de las cosas de la naturaleza. -, Mr. Z. siguió degustando aquella especie de jabalí y concluyendo la primera botella del sabroso vino.

  • Mi querido amigo, lo que ha disfrutado esta mañana es sólo una pequeña muestra de lo que vivirá en mi casa durante los próximos días, o tal vez semanas -, respiré con profundidad, y recordé como aquellas mujeres me habían proporcionado satisfacción y sensaciones maravillosas. El postre de coco estaba delicioso. A continuación se sirvió néctar de mandarinas, un licor magnífico.

Unas danzarinas thai o birmanas, se situaron en una tarima entre las columnas, y unas mujeres ataviadas con trajes del país, liberaron notas de melodías orientales con instrumentos que yo desconocía. Se sirvió el café, tal vez de Kenia, exquisito, como todos detalles de aquel encuentro. Mi anfitrión tomó la palabra.

Hoy le permitiré disfrutar del placer sexual que usted decida, será la última vez que lo haga; espero que goce hasta el frenesí, por que después va a vivir en este lugar, lo que no podría imaginarse fuera de él -, la expresión atónita que mostré, incito a Mr. Z a proseguir.

Ja, ja, ja, mi querido Mr. Steiner, me alegro de su felicidad, ha sido usted afortunado, alcanzará el paraíso en esta vida, sin esperar a la próxima - Mr. Z. se levantó entonces y ya de pie, continuó diciendo.

Ahora, una de mis servidoras le acompañará a la sala de mármol rosa, allí encontrará usted más de cincuenta mujeres de diversas razas y edades, elija las que usted desee, luego le conducirán a sus aposentos, haga con ellas lo que le plazca, mañana será otro día, buenas noches -, mi anfitrión se alejó con su parsimonia habitual, con tres de sus servidores.

Aquí me encontraba, abandonado, pensando, mejor dicho, imaginando, que iba a hacer con varias de aquellas mujeres, aquella noche; ¿qué sentido enigmático escondían las palabras de Mr. Z?. Una voz sensual con acentos muy marcados me extrajo de esas elucubraciones.

Saib, cuando usted quiera, podemos dirigirnos al himeneo -, entonces decidí pellizcarme, comprobar que no estaba dormido, apuré las últimas gotas de licor, me incorporé y pronuncié estas palabras.

Es un placer acompañarla, señorita - Y repetí, - un inmenso placer-.

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Sin duda, había más de cincuenta mujeres, de todas las razas, con distintas vestimentas, alguna desnuda; pero mi atención se orientó al lugar: una inmensa estancia de mármoles rosáceos y blanquecinos. Con una piscina interior, numerosos asientos inundados de cojines y colchas, todo lleno de plantas tropicales y aromas extraños. Cuando las mujeres se percataron de nuestra llegada, el silencio invadió el lugar, para imponerse el murmullo, unos instantes después.

Hermosos ojos, largas cabelleras, casi todas morenas, solo cinco o seis rubias, y un par de hembras pelirrojas. Saris con colores suaves, o chillones, amarillos, verdes, azules. Brillos, música en el fondo. Ruido del agua. Aquello era algún paraíso y yo el privilegiado que iba a disfrutarlo.

Una estilizada etíope me miró sin apartar su vista, mientras una china bien formada me acarició en la espalda. ¿Cómo decidir?. La libertad es a veces complicada. Algo debía de pensar. Se me ocurrió una idea interesante. Susurré a mi acompañante algo al oído. Y al momento, estaba cubriéndome los ojos con una gasa naranja, cuando dejé de ver, pronuncié las siguientes palabras.

He acudido a este lugar invitado por mi anfitrión, el me ha dicho que viniera aquí, que me abandonara al deseo y eligiera entre todas vosotras, a cada cual más hermosa, tres o cuatro mujeres que me acompañaran durante la noche. No puedo hacerlo, prefiero ser yo el elegido, me daré la vuelta y espero que cuatro mujeres me sigan, mientras esta mujer, guía mis pasos hasta los aposentos. Buenas noches a todas, y espero que mejores, a las que decidan dormir conmigo. – me quedé tranquilo, era una buena estratagema, y la incertidumbre me invadía, estaba disfrutando.

Caminamos unos cien pasos, detrás escuché como alguien con zapatillas nos seguía, no pude identificar cuantas personas, de pronto nos detuvimos y oí como una puerta se abría, unas palabras que no entendí, y a continuación entre en una habitación con un aroma inolvidable, mezcla de jazmín y ocle. Delicioso.

Mi lazarilla me acompañó hasta un enorme sofá, y entonces, poniéndose tras de mi , retiró la venda de mis ojos, ante mi, cuatro hermosas mujeres; la etíope y la china eran dos, y las otras una rubia escultural, con acento ruso, y una mujer con velo, que mostraba unos preciosos ojos negros. Me eché hacia atrás y cerré los ojos, alguien sirvió unas copas, con un líquido parecido a la batida de coco. Hacía calor, la china, muy dispuesta comenzó a desnudarme, y las otras mujeres también lo hicieron.

El diván era ancho, suficiente para que pudiéramos yacer en él todos los que estábamos. La mujer que me había acompañado se alejó musitando algo a una de las que quedaba. Aquí comienza la leyenda o el sueño.

La etíope abrió mis piernas, mientras la rubia se tendía a la izquierda y la del velo a la derecha. La china cogió mi polla, se la engulló, disfrutaba la condenada con aquello. Pareciá hambrienta, mientras tanto, sus compañeras acariciaban mi cuerpo con unos aceites para mi desconocidos que dejaban un color blanquecino en la piel y por donde pasaban sus manos, la excitación se mantenía más fuerte. Era algo parecido a la mirra. La china me estaba devorando. La etíope se tendió a lo largo entre mis piernas y comenzó a lamerme los huevos, primero despacio, luego más deprisa.

Entonces me di cuenta de que quería follar, follar como una bestia, les dije a las cuatro mujeres que se volvieran y me mostraran sus culos, fui recorriéndolos uno a uno con mis manos, y sujetando mi polla erguida con la otra; decidí que el más húmedo sería el lugar de la primera visita de mi miembro.

Era el de la mujer del velo, la cogí por las caderas y la penetré, rápidamente, un pequeño estremecimiento y ella tensó sus cuadriceps, atrapándome la verga como nunca antes lo había hecho ninguna mujer, después, inició un ligero movimiento de caderas, apenas imperceptible, haciéndome un masaje fálico, como el que practican las prostitutas sagradas del templo de Ar angar. El arte de follar, magia de humedades.

Decidí que no iba a correrme en el coño de aquella mujer, la etíope movió su culo, fue una señal de que estaba preparada y la penetré; ¡menuda yegua!, como movía sus caderas aquella puta negra, saltando sobre sus rodillas para volver a clavarse en mi verga; sus movimientos eran los de una serpiente que ha cazado a su presa.

Tampoco me correría en su coño, debía decidir ahora entre la rubiay la china. Bien, la china primero; al ir a tomarla por detrás se giró, dio la vuelta, se puso de cuclillas, y me dijo que me metiera bajo ella. Sus movimientos eran fantásticos, me recordaba a una tailandesa que conocí en Puké, pero aún eran mejores. Sentí sueño en ese momento, un sueño profundo, tal vez producido por los aromas de aquélla estancia y dejé de moverme. Después me dormí.

Cuando desperté, no sé cuantas horas habían pasado, pero tenía a la rubia haciéndome una mamada impresionante, arrodillada ante mi. Mi anfitrión nos observaba y le dio una orden, ella se levantó, y se metió mi polla en su coño, la muy puta lo tenía gastado de tanto usarlo; era un coño acogedor, cálido, suave.

Mi anfitrión se dio la vuelta, miró a sus pupilas y se fueron, la etíope se volvió para decir algo, pero no dijo nada. Luego él se dirigió a mi.

Mi querido amigo, – hizo una pequeña pausa – es usted afortunado, si quiere puede venirse a vivir a este lugar. Nugá le espera. – y se marchó sin decir nada más.

Más tarde, le vi bañándose en la inmensa piscina del sótano con tres mujeres. Me quedé observándole, pensando que si alguien en este mundo sabía vivir era este hombre. Era capaz de ver el mundo con ojos distintos, todos los demás estábamos equivocados.

Seguí caminando, en el patio, un hombre con indumentaria árabe, se dirigía escoltado a la gran piscina interior, miró hacia arriba, me vio y me mostró su perfecta dentadura blanca que surgía de aquella boca engastada en una barba de peregrino. Creo que todavía estaba aturdido, pero juraría que aquel sujeto era el mismo Osama Bin Laden.

Pasado el tiempo, confirmé algunos detalles de todo aquello, pero, eso forma parte de otra historia. ¡Qué estúpidos somos los occidentales!. Salam male cun.