Historia de Nicole (4)
En un momento determinado, me retiró con su mano y se puso en pie. A una indicación suya le imité y entonces me dijo...
Capítulo 4º
En un momento determinado, me retiró con su mano y se puso en pie. A una indicación suya le imité y entonces me dijo :
- Nicole. Nos vamos de viaje. Vé a la sala azul, allí te prepararán adecuadamente. Te reunirás conmigo en la escalera principal. Otra cosa, coge tu látigo y cuélgatelo en la anilla delantera.
Asentí en silencio y me dirigí a la sala azul. Al entrar, ví a tres mujeres que me cogieron por los brazos y me acompañaron hasta una especie de salón de belleza.
Lo primero que hicieron, fué el borrar toda huella de los látigos de mi cuerpo. Luego, me introdujeron en una bañera de grandes dimensiones y me frotaron a conciencia, hasta que mi piel comenzó a ponerse rojiza.
Trás secarme, me peinaron de una forma, que hiciera lo que hiciera con mi cabeza, seguía siempre peinada. La verdad, es que no era tan difícil, ya que el día anterior me lo había dejado muy corto.
A continuación me maquillaron los labios, con un producto indeleble y de un color rosado ideal. Mis pezones fueron retocados con un tono mas suave, al igual que los labios de la vagina. Y por último, sacaron brillo a las anillas del collarín y las pulseras, mientras me pintaban las uñas del mismo color que los labios.
Cuando ya creía estar lista, me colocaron una careta en la cara y me aplicaron un spray perfumado, por todo el cuerpo.
Mientras dos de ellas iban a buscar algo en un armario, la otra chica me susurró que lo del spray era para que me marcaran menos los látigos.
Me dejó un poco abatida. Pero me animé al instante, ya que, qué otra cosa podía esperar en mi situación.
Cuando me colocaron la capa de satén y seda, salí de aquella estancia y me dirigí hasta la biblioteca. Nada mas entrar, localicé el látigo y lo tomé en mis manos. Me eché la capa hacia atrás y me acerqué la parte espinosa del látigo a mis pezones, restregándomelo suavemente. Luego, sin mas dilación lo colgué en mi anilla anterior y trás dejarme caer la capa hacia adelante, salí al exterior.
Llegué a la escalera principal en breves segundos, en donde ya me aguardaba Armand. Me dejó perpleja su elegancia y altivez y me sentí humillada y reducida a la mínima expresión.
Me indicó el que avanzara hacia él. Le obedecí y me contempló largo rato. Luego, con un suave empujón me indicó el que caminara hasta el embarcadero.
Hacía una temperatura muy agradable y la fina y cuidada hierba, parecía una alfombra para mis pies.
Embarcamos en un pequeño yate y navegamos por espacio de 7 horas. En el transcurso de ese tiempo, comimos e hicimos el amor tres veces. Me sentía vibrante y llena de energías para afrontar cualquier contienda.
En un momento determinado, Armand me dijo :
- Nicole. He de revisar unos papeles. Sí lo deseas puedes subir a cubierta y masturbar a la tripulación, ellos lo están deseando. Dispones de 1 hora. Ahora déjame sólo.
La tripulación estaba compuesta por 4 varones. Cuando me vieron aparecer desnuda ante ellos, observé como sus penes que llevaban al aire, se erguían. Me acerqué al capitán y arrodillándome ante él, abrí mi boca y comencé a lamerlo con verdadera fruicción, hasta que se derramó en mi boca. Y así uno trás otro, hasta dar por concluida mi tarea.
Me dirigí a la proa y elevé los brazos en aspa, sujetándome en dos cables que anclaban el mástil y dejé que la brisa marina acariciara mi desnudez.
Hacía pocos minutos que el sol se había puesto y ya comenzaba a refrescar algo, cuando oí la voz de Armand a mi espalda.
- Nicole, vuelve al camarote inmediatamente.
Obedecí ciegamente y bajé a toda prisa. Observé que Armand estaba algo irritado. Me apresuré a pedirle excusas y el me indicó el que callara.
Armand, me mostró varias cajas. En cada una había una máscara distinta. Me las fué probando una trás otra, hasta encontrar la adecuada, según mis rasgos personales.
La máscara, sólo me cubría hasta la mitad de la nariz. Semejaba una cacatúa y estaba compuesta de pequeñas plumas rosadas.
Armand, me colocó la capa y enganchó el látigo en la anilla delantera. Y así permanecí hasta que atracamos en un puerto muy iluminado. Había muchas embarcaciones parecida a la nuestra, amarradas en el muelle.
Trás el muelle, había una larga escalinata, por la que deambulaban toda clase de personas distinguidas, a decir de sus indumentarias. También, habían jovencitas como yo.
Las había que iban cubiertas por una capa. Otras, tan sólo llevaban una máscara, anunciando su total desnudez y algunas, muy pocas, unos minivestidos totalmente transparentes.
No sabía si se trataba de una fiesta o de una reunión de algún tipo. Ya me enteraría a su debido tiempo.
Observé que a todas las esclavas las llevaban hasta un lateral de la escalinata. Las que portaban capas debían dejarlas en manos de los mayordomos.
Cuando desembarcamos, me ví asediada de gente que venía a saludar a Armand.
Fuí ignorada de un modo tan patente, que me quedé sóla y angustiada a bastante distancia de Armand.
Un mayordomo, me indicó el que le siguiera. Le obedecí sin dejar de mirar a Armand, que cada vez se alejaba más de mí, hasta que lo perdí de vista.
Llegué hasta el grupo de las otras chicas. Ya todas las que llevaban capas las habían depositado en manos de un mayordomo. Yo me ví en la misma situación y de repente quedé desnuda ante cualquier mirada.
Observé que todas las chicas llevaban collarín y brazaletes, pero sólo unas pocas llevábamos un látigo colgado.
A todas nos fueron anclando las pulseras a la anilla trasera del collarín. Y luego, nos fueron pasando una fina cadena por la anilla delantera y que pasaba por nuestra vagina a la anilla delantera de la chica que la seguía.
Como yo era la última del grupo, la cadena terminaba en mi collarín.
En un momento determinado aparecieron unos 20 varones, que portaban látigos de todo tipo. A mi lado se quedó uno que llevaba un látigo de 3 finísimas cadenillas.
La cuerda se puso en movimiento a golpe de látigo. Mi guardián me asestó tres azotes consecutivos en la espalda, para que siguiera a las demás.
Los efectos de las cadenillas eran estremecedores y mas dolorosos que los látigos convencionales.
Caminamos lenta pero inflexiblemente escaleras arriba. Cuando llegamos hasta una gran sala, la cuerda se detuvo y todas fuimos reunidas a golpes de látigo.
Fué entonces cuando descubrí a mis compañeras del día anterior. Todas llevaban el látigo enganchado en la anilla delantera del collarín, pero carecían de careta protectora. Sin embargo, no fué obstáculo al parecer para ellas el identificarme.
La cadena corrió por entre nuestras piernas y anillas, hasta que todas quedamos sueltas.
De repente, oimos una voz que nos seleccionaba a mí y a la joven rubia, cuyo nombre era Brigitte. Fuimos separadas rápidamente del grupo y conducidas por un largo corredor, hasta un lugar en el que se oían muchas voces.
Cuando aparecimos en semejante lugar, nos dimos cuenta de que se trataba de una especie de escenario.
Había un hombre que vociferaba a la gran muchedumbre que se agolpaba en el patio. No podíamos distinguirles, debido a los focos que nos iluminaban directamente. He de añadir en este punto, que a Brigitte la habían colocado una careta similar a la mía, por lo que parecíamos gemelas. Tan sólo una diferencia nos distinguía. Brigitte estaba mas llenita que yo, pero siendo de una figura envidiable.
Se trataba simplemente de una subasta, para un juego que se realizaría en la playa después de cenar. Después de varias pujas fuimos compradas por un hombrecillo de semblante algo amenazador.
Sin embargo, tan sólo se limitó a desatarnos las pulseras y dejarnos libres de ataduras. Con pequeños golpes de látigo nos condujo hasta una caseta de madera muy bien iluminada.
Nos indicó el que nos sentáramos y que comiésemos lo que nos apeteciera. Tan sólo nos prohibió el vino y los licores.
Tanto Brigitte como yo, nos desprendimos de las máscaras y nos sentamos alrededor de la mesa. Había toda clase de alimentos, aunque todos con muy poca grasa.
Comimos con cierta prudencia, pero nos quedamos ampliamente satisfechas. Nuestro comprador no nos había quitado ojo ni un solo instante.
Yo, particularmente, me sentía algo azorada y nerviosa. Miré a mi compañera y aprecié un ligero rubor en sus mejillas.
En un momento determinado, comencé a sentir unas sensaciones extrañas en todo mi cuerpo. Me sentía como mas fuerte. Mire a Brigitte y me pareció verla mas animada que segundos antes. Pensé para mí, que algo nos debían de haber puesto en los alimentos.
Nuestro nuevo amo, dió unas palmadas y concentramos nuestra atención en sus palabras.
- Venid conmigo y haced todo lo que os ordene. De vosotras depende el como paseis la noche. Cuando haya terminado de explicaros el contenido de vuestra misión, podreis retozar a vuestro antojo en donde mas os plazca. Ahora seguidme en silencio.
Nos sacó de la cabaña y le seguimos hasta una especie de cuadras. Al entrar pudimos admirar una especie de carro de materiales muy ligeros y además muy bellamente decorado. Y entonces, nos comentó lo que esperaba de nosotras.
Se trataba de una carrera de bigas. Nosotras haríamos de caballos mientras el nos conducía y animaba a base de latigazos. La carrera se desarrollaría en la playa, dentro de un par de horas. Y habría un total de 20 carros.
Nos prometió, que si ganábamos la carrera, disfrutaríamos de 1 semana de comodidades y buena vida, sin que el látigo nos amenazara, salvo que lo pidiéramos nosotras. Por otra parte, si llegábamos las últimas, no habría suficientes tormentos para hacérnoslo recordar durante mucho tiempo. Y en un plano medio, si simplemente no ganábamos, pasaríamos a ser unas de tantas en las orgías que se celebrarían durante los próximos 2 días.
Trás estas declaraciones nos dejó encerradas en un cuarto contiguo en donde había un camastro de paja y nos animó a que retozáramos a nuestro antojo, hasta que viniera a buscarnos.
Nos miramos en silencio, pero ninguna de las dos se decidió a realizar gesto alguno.
Al cabo de unos segundos, Brigitte se tumbó bocarriba en la paja y acto seguido la imité. No hablamos, tan sólo nos quedamos bocarriba respirando suavemente.
Reinaba un gran silencio, que nos tenía algo acongojadas.
Así transcurrieron los minutos siguientes, hasta que oimos abrirse la puerta. Aquel hombre apareció ante nosotras dos, con la sonrisa en los labios a la vez que nos indicaba el que le siguiéramos.
Nos llevó hasta el carro y nos colocó a cada lado de la barra central. Cuando nos colocó los arneses, pudimos apreciar la ligereza de aquel material.
El arnés se ajustaba por atrás en nuestros hombros y nos circundaba parte de las axilas. De ese modo, podíamos ejercer toda la fuerza del cuerpo con total libertad. Las dos manos las llevábamos ancladas en la anilla trasera del collarín. Los dos arneses formaban una especie de yunque rígido y se unían a la barra del carro.
La barra del carro no era recta. Se curvaba hacia el suelo, un poco por delante de nosotras, para luego seguir paralela al suelo a una altura de aproximadamente nuestras rodillas. De esa forma, si caíamos no llegábamos a tocar el suelo con nuestro cuerpo. Además era la mejor forma, para que el látigo pudiera llegar limpio a nuestros cuerpos.
Cuando nos contempló a sus anchas, se subió al carro y pudimos comprobar que su peso apenas nos molestaba.
Entonces se bajó del carro y se colocó ante nosotras y nos colocó unas pinzas en cada pezón. De cada una de las pinzas salía un finísimo cable que estaba disimulado en el arnés. Y pasó a explicarnos los detalles de semejante artilugio.
Se trataba de obedecer mediante pequeñas descargas de corriente, el sentido en la marcha que deberíamos llevar. Para ello disponía de unos pulsadores en el carro.
Si sentíamos la corriente en el pezón izquierdo, deberíamos girar hasta dejar de sentir aquella sensación. Para acelerar, usaría un látigo largo terminado en unas bolitas espinosas. Y por último, para frenar sentiríamos la corriente en ambos pezones.
Como todavía quedaba algo más de una hora para el comienzo de la carrera, decidió el practicar un poco.
Se subió al carro y nos fustigó con el látigo. Salimos corriendo ante las miradas de algunos curiosos.
Las sensaciones en los pezones eran odiosas, pero las obedecimos ciegamente. Cuando llegamos de nuevo hasta la cabaña, nuestra respiración era algo entrecortada. Pero la verdad era que nos había hecho correr como locas, a base de látigo.
Cuando nos hubimos repuesto de la carrera, blandió el látigo en nuestras carnes y comenzamos a movernos lentamente hacia el lugar indicado para la carrera.
Por el camino, encontramos varios carros más. Cada carro era distinto a los demás y las jóvenes que tiraban de los mismos, también iban amarradas de modos distintos. Sólo una cosa teníamos todas en común aparte nuestra desnudez. Se trataba de que todas llevábamos alguna especie de máscara o careta.
Cuando enfilamos el tramo final, pudimos ver el dantesco espectáculo que se nos ofrecía. La playa era de tan grandes dimensiones, que habían construido un circuito. Todo el trazado estaba marcado por grandes antorchas, que hacían visibles las numerosas curvas y rectas que había.
La línea de salida, solo daba espacio para 5 carros y como erámos unos 20, habría que hacer una prueba de clasificación.
El circuito medía 500 metros. En la vuelta de clasificación se medían los tiempos y las penalizaciones por salidas de pista o roces con las demarcaciones.
Después de las clasificaciones, habría un descanso de una hora, a fín de dar posibilidades de descanso a las componentes de los últimos carros. Por tanto la prueba tendría su salida hacia las 3 de la madrugada.
En la prueba de clasificación cada carro saldría con 5 minutos de margen, por lo que en unas 2 horas, estarían fijadas las posiciones de la parrilla de salida.
Se hizo el sorteo y a nuestro carro le tocó salir en penúltima posición. Según nuestro dueño era bueno por una parte y malo por otra, ya que nos daría menos tiempo a descansar, pero él tendría una visión bastante clara de las condiciones de sus opositores.
Comenzaron las pruebas clasificatorias, mientras veíamos con la respiración contenida la cantidad de brutalidades que se hacían a las jóvenes por sus respectivos dueños.
Un poco antes de que nos tocara el turno, nuestro dueño nos dijo :
- Habeis visto la cantidad de latigazos, que reciben las jóvenes que no se prestan a conciencia en la prueba. No teneis nada que temer de mí, si conseguís una carrera obediente. Obedeced mi látigo y las señales en vuestros pechos ciegamente y os aseguro que podreis llegar casi intactas. Ahora preparaos en la línea de salida, es necesario que tengamos la primera línea de la parrilla de salida.
Asentimos para nuestro interior y correteamos hasta la línea de salida.
Realmente, no hizo falta siquiera la intervención de nuestro dueño.
Cuando se dió la salida, el látigo nos acarició con sus bolitas espinosas las nalgas. Y obedeciendo la reacción salimos a buena velocidad. Antes de alcanzar la primera curva ya nos habíamos colocado en el margen contrario, a fin de poder atajarla, cosa que hicimos a una descarga en nuestro pezón derecho.
La verdad es que Brigitte y yo cogimos el mismo paso y además con rapidez y al menos yo, ignoré las descargas eléctricas y los latigazos. A medida que corríamos, íbamos adquiriendo mayor velocidad. Conseguimos coger todas las curvas sin una sola penalización. Y cuando enfilamos la recta de meta, aceleramos el paso a golpe de látigo, hasta conseguir entrar a una muy buena velocidad.
Y a los 6 minutos exactos entró el último carro, por lo que no sabíamos si habíamos hecho un buen tiempo, o uno malo.
Se anunciaron las clasificaciones por los altavoces y nos vimos sorprendentemente colocadas en la primera línea de parrilla. Habíamos alcanzado la 2ª posición.
Nos sentimos gratamente sorprendidas al enterarnos de que el carro vencedor, estaba tirado por nuestras compañeras Eve y Ruth.
Cuando pasada una hora nos alineamos en la parrilla de salida, tanto Brigitte como yo, nos sentimos algo apabulladas ante la magestuosidad del carro tirado por nuestras compañeras.
Al fijarnos en ellas, observamos la cantidad de marcas que tenían las dos por todo el cuerpo. Sus rostros estaban cubiertos por máscaras como las nuestras, pero con penachos luminiscentes en la parte superior.
Cuando todos los carros estuvieron preparados, se anunció la salida. Y al oir el pistoletazo, salimos zumbando con los correspondientes latigazos. No sabíamos cuantas vueltas habría que dar, por lo que nos aprestamos a las indicaciones de nuestro dueño, que nos hizo frenar un poco la marcha con sendos calambrazos en los pezones.
Pudimos ver como algunos carros nos pasaban, sin embargo comprobamos que el de nuestras amigas había echo la misma maniobra.
Cuando pasamos por la línea de meta por segunda vez, observamos como las fuerzas de las jóvenes que iban delante flaqueaban y sus dueños se afanaban en que mantuvieran el ritmo a base de latigazos. Pero ocurría todo lo contrario.
Fuimos rebasando carro trás carro. Alguno se había salido del circuito y se le veía con señales de abandono.
Si no conté mal, debíamos quedar 5 carros en pista. Cuando estábamos adelantando por la derecha al que iba en primer lugar, el dueño de éste arremetió contra nosotras dos, a base de fuertes latigazos en la parte delantera de nuestros cuerpos.
Como a mí me tocaba la parte mas cercana, recibí de una forma brutal la mayor parte de los golpes. Esta situación fué aprovechada por el carro de Eve y Ruth, que consiguieron sacarnos unos 15 metros de ventaja.
Para evitar pérdidas mayores, nuestro dueño lanzó su latigo contras las piernas de la joven que estaba más próxima a mí. El efecto fue inmediato, ya que medio cayó al suelo y nosotros pudimos continuar la carrera.
Nuestro dueño, nos lanzó furiosos latigazos a las nalgas, a fín de que corríeramos más, al parecer era la última vuelta, pero nuestras fuerzas y principalmente las mías estaban muy mermadas y casi corría como una autómata. Aún así, conseguimos llegar a la meta a tan solo 2 metros del carro de nuestras amigas, que se proclamó vencedor absoluto.
Nosotras 4 seguimos correteando hasta llegar con los dos carros hasta la tribuna de premios.
Antes de proceder a la entrega de trofeos, se dio lectura a las penalizaciones.
El carro vencedor estaba exento, pero el nuestro, bueno, nosotras cargamos con las penas. La penalización media era de 10 latigazos a cada hembra. Pero nosotras habíamos tenido la mala suerte de correr por fuera del circuito durante algo mas de 100 metros a lo largo de toda la prueba. Esta penalización llevaba implícita la siguiente sanción :
10 $ por cada metro.
2 azotes en público por cada metro.
5 azotes en privado por cada metro.
Entonces, nuestro dueño algo molesto por la sentencia, refirió algunos de los hechos acontecidos en los metros finales. Por lo que el jurado, dejó la sentencia en 1 dolar por metro y 5 azotes para cada una de nosotras en privado, dados por nuestro dueño y el vencedor.
Nos sentimos algo mas aliviadas, a pesar de lo que nos aguardaba. Pero era más o menos el castigo a que nos sometían cada día nuestros amos.
A mí particularmente, Armand me había azotado mas de 500 veces en un solo día.
Nuestras amigas fueron desenganchadas de sus atalajes, mientras enganchaban el carro a la parte trasera del nuestro.
Luego el vencedor y nuestro dueño, subieron al carro, mientras Eve y Ruth lo hacían en el de atrás. Y así de esta forma y a base de látigo cruel y duro, recorrimos la explanada de regreso al puerto.
Cuando llegamos al nuevo destino estábamos rendidas. Fuimos desatadas y obligadas a entrar en una mansión a empujones.
Vimos a Armand, René, Gustav y Pierre sonrientes y como abrazaban a nuestras amigas, mientras que a nosotras nos ignoraban, trás darnos algunos cachetes y pellizcos.
Nuestro dueño nos volvió a atar las manos a la anilla trasera del collarín y nos condujo hasta una sala en donde había bastante gente. El ruido era inmenso y el desorden total. La verdad era que todos parecían estar ya borrachos y se revolcaban indecentemente por las alfombras, con alguna hembra entre sus brazos. Habíamos llegado a la orgía. Y nosotras íbamos a ser piezas importantes en la misma.
Alguien a nuestras espaldas nos quitó las caretas y nos sentimos excesivamente desnudas ante aquel gentío.
Miré a Brigitte y la ví bastante desconsolada. No era para menos, teniendo en cuenta que nos encontrábamos en medio de una orgía y además con 500 azotes pendientes.
Nuestro dueño nos introdujo a empujones en medio de aquella algarabía. En menos de un minuto, mas de una veintena de manos se ocupaban de nuestros cuerpos.
Nos defendíamos como mejor sabíamos, pero todo era inútil ante aquella avalancha de gente fuera de sí.
Para colmo de males, en uno de los intervalos de tiempo en que no teníamos a nadie encima, pudimos divisar a nuestro dueño, como repartía una serie de látigos a varios de los invitados y como les hacía indicaciones apuntando a nosotras.
No tardaron la más mínimo en presentarse ante nosotras. Fuimos sacadas de la multitud y arrastradas por el suelo hasta una sala contigua, en la que se oían lamentos y aullidos de otras jóvenes como nosotras.
Habían 3 jóvenes, rodeadas de 4 hombres cada una, a las que atormentaban de mil bárbaros y refinados modos.
De las tres, tan sólo una estaba siendo azotada, con todo tipo de látigos. Desde la fusta hasta las cadenillas, todo era utilizado con aquella infeliz, que resoplaba, se retorcía y gemía de dolor.
Las otras dos jóvenes estaban en mesas de tormento, en las que se les aplicaban, desde objetos punzantes a hierros de marcar, pasando por espinos y otras variedades.
Cuando detectaron nuestra presencia, 4 de ellos se acercaron a nosotras y nos condujeron a lugares distintos. Brigitte fue puesta en una mesa de tormento, mientras yo, fuí colgada de los tobillos con los muslos muy separados.
Tuve que desentenderme de mi compañera para concentrarme en lo se me avecinaba. Dos de los hombres del grupo, se habían acercado a mí y me pellizcaban y manoseaban sin cesar y con cierta crueldad.
Uno de ellos, se prendó de mi pubis y me daba pequeños y lentos tirones del vello. Luego acercó su boca hasta mi vagina y comenzó a lamerla, como si se tratara de un helado, para terminar mordiendómela sin la menor preocupación.
Ante aquella infamia, lancé un fuerte y desgarrador grito de dolor. Estaba claro, que con mi proceder habría alertado a los demás. Pero que me importaba el que fueran uno o cien, si me iban a atormentar con todos los rigores.
Cuando se separaron un poco de mí, pude ver la mesa en donde Brigitte estaba colocada bocarriba. Al parecer todavía no habían empezado con ella, o al menos ella estaba bastante tranquila.
La visión volvió a cubrirse de nuevo y pude ver los muslos de mis torturadores. Se las ingeniaron para hacerme padecer unos dolores inusitados en la vagina. No podía verlos, pero estaba segura de que me hurgaban con cardos y otros tipos de espinos.
Procedieron, después de unas caricias en la vagina con semejantes utensilios, a azotármela con el citado material.
Antes de que empezaran, me taparon la boca y los ojos.
Me sentí llena de angustia. Hubiera deseado mil veces el castigo por Armand o cualquiera de sus amigos.
Y antes de que pudiera ser capaz de prepararme, el infierno se desató en mis partes mas sensibles. Me retorcía llena de angustia y grandes dolores trás cada azote que recibía.
No hubo misericordia alguna. Y fué tan severo el castigo que llegué a perder la noción del tiempo y me desvanecí.
No se lo que harían conmigo, pero el caso es que cuando desperté estaba totalmente marcada en aquellas partes y los muslos. Además, ahora ya no colgaba de los tobillos. Me encontraba sobre el frío mármol de la mesa, atada de pies y manos, ambos muy separados y excesivamente tensos.
Giré la cabeza en todas direcciones, pero no pude descubrir a ninguno de ellos. Estaba completamente sola. También Brigitte había desaparecido.
De repente la luz se cortó y quedé en la mas densa penumbra. Tan sólo se filtraba un poco de luz de la sala en donde la orgía debía haber llegado a su apogeo, debido al tremendo escándalo que se escuchaba.
Me sentía excesivamente mal. Aquella postura unida a la angustiosa soledad se me hacían insoportables. Por otra parte, no deseaba para nada el que aquellos salvajes aparecieran ante mí.
De pronto sentí unos pasos silencios por detrás de mi cabeza, pero por mucho que me esforcé en intentar distinguir algo, no fuí capaz.
Sabía que había alguien en la habitación y ésto me llevó a padecer un miedo atroz.
Me entró una especie de ataque en el que todo mi cuerpo temblaba arrítmicamente y estuve a punto de estallar, cuando una sombra cubrió la pequeña claridad y me tapó la boca.
Me quedé fría totalmente y cerré mis ojos para no ver. Cuando aquella sombra habló, me sentí estremecer de gozo. Era la de Armand.
Cuando se aseguró que ya no gritaría me desató y me dijo que le siguiera. Salimos de aquella maldita habitación por una puerta lateral y no encontramos a nadie en el camino, salvo Gustav.
Fué él quien me colocó la capa por encima de los hombros y me ayudo a caminar por aquellos corredores. Armand, iba delante para otear el camino.
Llegamos hasta una especie de patio exterior. A partir de ahí, ya caminamos con mas calma y al llegar hasta los muelles, me encontré con Brigitte, Eva y Ruth, que nos aguardaban junto a Pierre y René.
Subimos los 8 al enorme yate de Armand y éste, apartándome a un lado me condujo hasta la popa y me dijo :
Nicole. Me alegra que estés aquí, pero espero algo a cambio.
Señor. Me teneis a vuestra disposición.
No esperaba otra respuesta, pero antes de que te creas a salvo, tienes que contestarme a la siguiente proposición. A nosotros cuatro, nos ha encantado lo de las carreras. Y naturalmente queremos vivirlo con vosotras. ¿estarías de acuerdo en aceptarlo?.
Sí, mi Señor.
Aún hay más. La de vosotras, porque participareis las 4, que no consiga una puntuación considerada por nosotros, sufrirá todos los escarnios que nos apatezca. Ten en cuenta que en la orgía estabas de prestada, pero con nosotros no. Por tanto los castigos serán mas rigurosos. Ahora es el momento de que elijas si prefieres ser devuelta a la fiesta o someterte a nuestros caprichos. ¡Decide!
Señor, se que los castigos van a ser muchos, pero acepto en ir con Vos. ¿Las otras jóvenes se van a quedar con nosotros? Y ¿tendremos tiempo libre para el reposo y la charla?
Se por donde vás, Nicole. ¡No somos unos animales!. Pues claro que habrá tiempo libre para todas y podrás intimar con quien quieras y como desees. Ahora, te ruego que te dirijas a ellos y te quites la capa, ofreciéndote a todos, pero especialmente al que te atemorice más.
Tuve la osadía de alzarme de puntillas y besarle en la boca, luego sin esperar a ver su reacción me fuí hacia la proa, en donde estaban los 6 y al pararme ante ellos, me desabroché la capa y la dejé que resbalara por mi desnudez. Acto seguido cogí una fusta que había en el suelo y la coloqué en la mano de Gustav. Le hice elevar el brazo con la fusta ya empuñada y coloqué mis manos en la nuca mientras me mostraba indecentemente ante él.
Fué Armand, quien me fijó las manos a la anilla trasera del collarín. Interiormente se lo agradecí.
Como Gustav no reaccionaba, me acerqué y restregué mis pechos por su cuerpo con la mayor promiscuidad posible.
Pero todo fué en vano. Repetí el acto, mostrando todas mis partes sexuales y restregándome con ellas en el cuerpo de él y antes de que pudiera hacer o decir algo, lo repetí con Pierre y René.
La verdad es que me encantaba aquella situación, a pesar de que sabía que me lo iban a hacer pasar muy mal. Y fué en aquel preciso momento, cuando tomé la mala decisión de hacerme pasar por una rebelde y un poco alelada hembra, provocando toda serie de sucesos e incurriendo en faltas tontas.
Como no me hacían mucho caso, comencé a actuar y cogí una rabieta y me fuí llorando y pataleando hasta un rincón de la proa y me senté con la cabeza entre las piernas, gimiendo de pesar.
Les ví como se ponían nerviosos. Me alegró un tanto aquella reacción que les había pillado por sorpresa.
Fué Armand el primero en reaccionar y aunque algo aturdido, se acercó hasta mí y cogiéndome de un brazo me hizo poner en pie.
Luego se plantó frente a mí y con un par de bofetadas, dejé de lloriquear.
Entonces me acompañó hasta el grupo y él mismo me ofreció a Gustav, mientras me pellizcaba uno de los pezones con saña y yo me retorcía y hacía gestos de intentar zafarme, sin conseguirlo.
Gustav levantó la fusta y la fue descargando lenta, pero rabiosamente sobre la parte delantera de mi cuerpo. Luego se colocó a mi espalda y me azotó con verdadero frenesí, sobre todo, las nalgas.
Los azotes me hicieron gritar, saltar y llorar. Y en un momento decidí huir de los azotes y escapé hacia un lugar seguro.
Imaginaba que ésto me traería nuevos y mas crueles castigos, pero la verdad es que me salió bastante bien y el castigo concluyó para mí. Brigitte, fue la elegida para calmar sus ansias.
Y la pobre chica sufrió lo indecible mientras yo era desatada y obligada a sentarme al lado de Pierre.
No sabía cuanto duraría ésto, pero debía sacarle todo el provecho posible y no echarme atrás en momento alguno.
Trás una media hora de tormentos sobre Brigitte, me levanté de mi asiento y les pregunté en voz alta, pero inocente, si deseaban que les preparara alguna bebida.
La cara que pusieron, hubiera sido digna de guardarlo en vídeo. Asintieron y me indicaron lo que deseaban.
Me adentré en el camarote y preparé las bebidas, mientras les espiaba por una ventanilla. Se les veía ligeramente alterados y René se atrevió a consultarlo con Armand.
Yo, conseguí escuchar la conversación y sonreí satisfecha.
Armand, no tardó ni dos minutos en entrar en el camarote. Justo cuando llevaba las bebidas en una bandeja. Me permitió el que sirviera las bebidas y trás coger el la suya, me condujo hasta la popa y me objetó.
- Nicole, no se que te propones, pero ésto ha de cambiar a partir de este instante.
Entonces comprendí que el juego comenzaba de verdad, pero no tuve mas opción que jugar mis cartas. Y le espeté, gimoteando.
- Señor, creía que ésto es lo que deseábais de mí. Y sin embargo, observo que no os agrada. Si os he desobedecido en algo, maltratadme delante de todos.
Le ví como se ponía rabioso y algo rojo de ira. Sin embargo se calmó enseguida y trás posar su mano izquierda sobre mi hombro, me condujo de nuevo ante los presentes, preguntando en voz alta.
- ¿Alguno de vosotros, estais disgustados con mi pupila?. Sí es así, azotadla y atormentadla a conciencia. Es vuestra.
La suerte, por el momento, siguió de mi lado ya que ninguno de los tres, hizo el más mínimo comentario en mi contra. Cuando me ví liberada por Armand, me encaminé hacia René y me acurruqué a su lado, dejando que me manoseara a su antojo.
He de decir, que René era el tipo de hombre osado, que podía llegar a poner histérica a la hembra mas calmada, con sus sobeteos y pellizcos. A mí ya me tenía fuera de control, cuando decidí cambiar de postura.
Al realizar el cambio, pude liberar por un momento sus dedos de mi pezón izquierdo, pero me quedé bocarriba con lo que a partir de aquel momento, podría actuar libremente sobre ambos pezones. En esta postura, podía ver a todas mis compañeras.
La verdad es que me reía por dentro al ver la cara que ponían ante los hechos que realizaba. Y de nuevo sentí la mano de René roer mi pezón izquierdo, pero esta vez duró menos tiempo y además yo ya estaba preparada y actuando.
Y de repente, René me apartó suavemente de sus piernas y se levantó. Luego, volvió a coger mi cabeza y la hizo reposar sobre el asiento que ocupara momentos antes.
Deduje, que mi actitud estaba dando resultados positivos. Pero, ahora más que nunca debería estar vigilante y provocar inocentemente todo tipo de castigos corporales.
Al cabo de unos minutos, me levanté del sofá y me encaminé hacia donde se encontraba Armand. Me senté a su lado sin pedir permiso y dejé reposar la cabeza sobre su costado derecho.
Casi instantáneamente, bajó su brazo derecho del respaldo del sofá y me rodeó el cuerpo depositando su mano sobre mi pecho.
Realmente, me sentí eufórica. Y ya no dí mas la tabarra en toda la velada. Además, fue Gustav quien al pasar cerca de mí, recogió la capa que estaba en el suelo y cubrió mi desnudez.
Le sonreí agradecida, ya que la brisa era bastante fresca. Minutos antes, Gustav había procedido a entregar las capas a las otras chicas.
El enorme navío surcaba tranquilo las oscuras aguas, mientras la tripulación, se relevaba en sus faenas. Para nada habían acudido a proa, ya que había invitados a bordo, pero estaba segura de que no se habían perdido ni una sola escena mía.
Y hasta era posible que hubieran levantado apuestas, por lo que los perdedores me la tendrían jurada. Sin embargo, ignoré esta circunstancia y me concentré en mi amo.
Pasada una media hora, Armand me dió unas palmadas en el pecho y me indicó con un gesto, que era el momento de levantarse.
Le obedecí presta y me incorporé, aguardando sus órdenes.
Se levantó y me pidió que le llevara una bebida al puente.
Desaparecí rápidamente y entre en el camarote de servicio. Allí era en donde estaban todas las bebidas. La preparé tranquilamente, para darle tiempo a que subiera las escaleras del puente. Cuando observé que ya dialogaba con el capitán y un oficial, me apresuré a subirle la bebida.
Entré sin llamar y excusándome, le entregué la bebida. No me prestaron mas atención que si hubiera subido un varón, lo cual agradecí enormente.
Armand, trás unos segundos, me rogó que le esperara en nuestro camarote.
Cuando bajé del puente, observé que el último de los varones desaparecía por la puerta de acceso a los camarotes con su pupila.
Les dí un poco de margen y me encaminé al camarote. Estaba a oscuras, por lo que encendí la luz y me quedé en pie admirando todas las fotos, trofeos y demás adornos del mismo.
Al girar mi cuerpo, ví una vitrina en la que no había reparado el día anterior. Había toda clase de látigos y azotes.
Me fijé en uno que parecía terrorífico. Era de color amarillento. Lo cogí en mis manos y aprecié la suma ductilidad que poseía. Pensé para mí, que debía ser terrible el ser azotada con semejante instrumento. Y como ya estaba marcada por el látigo, decidí probar sus efectos un par de veces.
Lo alcé con fuerza y lo descargué en la espalda. Me sentí conmocionada por la sensación. Acto seguido, me descargué un nuevo azote al costado izquierdo. Me llenó de sensaciones extrañas, a la vez que se retorcía en torno a mi talle.
Lo limpié lo mejor que pude y lo deposité de nuevo en su lugar. Al fijarme en mi cuerpo, aprecié que me había dejado unas traicioneras y frescas marcas. Sabía que Armand, me las notaría y me decidí a contárselo en cuanto entrara.
Tardó una media hora. Al entrar, corrí a su encuentro y le abracé. Me acompañó tiernamente hasta la cama y trás tumbarnos, le dije lo del látigo.
Me miró algo irónicamente y soltó una carcajada. Luego, me explicó que lo había adquirido ese mismo día para mí.
Le miré tenuemente y me acurruqué sobre su pecho.
Pasaron los minutos, lentos pero cálidos y de pronto noté que respiraba mas acompasadamente. Y cuando empezó a roncar, me sentí algo mas aliviada. Me fuí relajando poco a poco, hasta quedar totalmente dormida.
Tuve unos sueños muy extraños, pero no fueron lo suficientemente dramáticos como para despegarme de su cuerpo.
Cuando me desperté a instancias suyas, le miré y comprendí el que debía levantarme y asearme. Le besé el pene suavemente y me incorporé y desaparecí en el servicio.
Tomé una ducha caliente y me enjuagué la boca. Luego me sequé y me peiné y salí de nuevo al dormitorio. Me quedé un poco aturdida al no encontrarle.
Aguardé pacientemente a que apareciera. Y cuando lo hizo, me sentí renacer de gozo y pasión.
Me anunció que acabábamos de arrivar al puerto y que en breve bajaríamos a tierra.
Le pregunté si deseaba que preparara algún equipaje. Me contestó negativamente. Entonces, dirigí mi mirada hacia la vitrina.
No tuve que hacer la pregunta, el me dijo :
Nicole. Todo va a ser llevado a nuestros aposentos, pero si lo prefieres, coge el látigo y llévalo. Otra cosa. A partir de este instante, deberás llamar a mis amigos, anteponiendo la palabra AMO. ¿Entendido?.
Sí, mi Señor. Y a vos, ¿cómo os debo llamar?.
AMO, será suficiente. ¡Coge el látigo y sígueme!
Me apresté a coger aquel maldito instrumento y le seguí dócilmente. Bajamos a tierra y me enteré de que los demás aún no habían aparecido por cubierta.
Nos dirigimos hacia el castillo. A la zona privada, en donde había residido los días anteriores. Como había una excelente luz, a pesar de que se estaba nublando, pude apreciar los variados rincones de aquella extensión. Se trataba de una isla y se comunicaba con el castillo por túnel subterráneo.
Al pasar cerca de una pequeña construcción, pude ver 4 carros de un solo tiro cada uno. Y entonces, me atreví a preguntarle :
Amo. ¿Son éstos, los carros para las carreras?
En efecto, Nicole. Y el nuestro será ése.
Y me indicó uno de color rojo luminiscente. Nos aproximamos a verlo y me quedé admirada de la liviandad de su peso. Casi era capaz de elevarlo con mis manos. El tiro estaba compuesto de un arnés mucho mas fino y liviano que el del día anterior. Rodeaba el cuello totalmente y una protuberancia fina se ajustaba entre los pechos y los rodeaba por debajo con unos semi aros. De cada aro, salían unas puntas que al apretar el pulsador disparaban una corriente eléctrica que incidía directamente en el pecho. Y por último, el tiro salía de la parte trasera del arnés, en donde habían dos brazos extensibles con anillas en los extremos y en el arnés, para anclar las pulseras según conviniera.
Mientras me lo colocaba, le pregunté :
Amo, ¿sería posible el probarlo?
Nicole. Te han entrado unas prisas últimamente que me desconciertan. ¡Ya habrá tiempo, además, va a llover en pocos minutos!
Amo, a mí no me importa el que llueva. Soy vuestra esclava.
Está bien. Voy a buscar un capote y daremos una vuelta. ¿Te parece bien que use tu nuevo látigo?
Si, Amo.
Se alejó con cierta prisa, pues empezaba a chispear. Permanecí inmóvil, aguantando las gotas frías del agua.
Volvió en menos de un minuto y subió de un salto. Cogió el látigo y me lo descargó repetidas veces en los costados. Sentí unas sensaciones muy dolorosas y comencé a correr.
Por medio de las descargas eléctricas, me fue indicando el camino a seguir. Y en un momento, tuve claro, que nos dirigíamos de nuevo al puerto.
Cuando llegamos hasta donde estaba anclado el barco, pude ver que René estaba guarecido de la lluvia junto a Brigitte. Pierre y Gustav, aguardaban en el barco hasta que alguien viniera a buscarlos.
Los hombres tenían puestos unos capotes que le protegían de la lluvia, pero sus esclavas, tan solo llevaban la capa, que no tenía capucha y además se habría por delante al andar, por lo que estaban chorreando casi como yo.
Al ver a Armand, se acercaron a nosotros y los hombres se subieron en el carro, mientras las mujeres eran atadas con las manos juntas a varias cadenas que portaba el mismo carro, por lo que a partir de aquel momento, sus capas quedaron bastante abiertas y la lluvia las terminó de empapar.
A golpe de látigo, me ví obligada a soportar semejante carga y dirigirme hasta la mansión. Como el conjunto era muy pesado, debía realizar enormes esfuerzos para que el carro avanzase. Pero de esta parte se encargaban ellos, que no cesaban de azotarme los costados.
Al llegar hasta el cobertizo en donde se encontraban el resto de los carros, los tres nos abandonaron llevándose a sus esclavas. Armand siguió montado y me dirigió hacia otro cobertizo mas alejado.
Cuando ya estábamos llegando, apareció una mujer ante mí e hizo que me detuviera, agarrándome del pecho izquierdo.
Vociferó unas frases ininteligibles para mí a Armand y se fue hacia él. No sabía que era lo que se estaban diciendo, pero el caso es que se abrazaron y besaron. Luego se cobijaron en el porche y trás despojarse de los capotes, se volvieron a abrazar delante de mí con la mayor naturalidad.
No sabía quien era aquella mujer, pero una duda corrió por mi cabeza. Aquella mujer podía dar al traste con mi comedia y hacérmelas pasar canutas. Y como si me hubiera leido el pensamiento, se separó de Armand y cogiéndole el látigo de las manos, me lo descargó repetidas veces en el vientre y los pechos.
Fueron tan violentos los azotes, que me hicieron gritar de dolor.
No se dignó siquiera el sonreir. Parecía que lo hubiera hecho más como una presentación que como un acceso de ira.
Me liberó del atalaje y Armand, me tradujo sus palabras :
- Nicole. Se te ordena el que pases al aseo. Dúchate y sécate completamente. Luego sírvenos unas copas y llévalas al dormitorio. Y sobre todo date prisa.
Me apresuré a obedecerles corrí hasta el aseo. Terminé en menos de 5 minutos. Preparé las copas y las llevé hasta el dormitorio. Estaban sentados en el sofá al lado de la chimenea, hablando en aquella extraña lengua. Les entregué las copas y entonces Armand, me condujo hasta el enorme lecho que había.
Me hizo tumbar bocarriba y extender juntos, mis brazos y piernas. Luego los ató a ambos lados de la cama y me dejó en aquella postura, mientras se reunía con aquella mujer.
He de decir, que era una hembra muy bien proporcionada y además de belleza sin par. Había algo de dulce en su rostro, pero su mirada era fría como el hielo.
Se besaron apasionadamente y poco a poco, se fueron desnudando mutuamente. Al poco se acercaron a la cama y se tumbaron, apoyando sus cabezas sobre mi vientre y pechos.
Me sentía algo incómoda, pero lo peor era oir sus jadeos y ver sus caricias, mientras en mi cuerpo se clavaban sus uñas y sus manos se agarraban y lastimaban mis carnes.
Armand, la hizo enloquecer y gritar de placer, mientras yo me veía totalmente relegada. Mientras oía sus jadeos, pensé que podía ser yo la que estuviera en la situación de aquella hembra.
Podía recordar las veces que Armand me había poseido y del placer que había llegado a experimentar, apesar de que la mayor parte de las veces, había sido salvajemente azotada.
De repente, la mano derecha de la mujer se agarró a uno de mis pechos y me lo retorció con un salvajismo tal, que me hizo resoplar. Y así me sostuvo hasta que resopló hundiéndose en el abismo del orgasmo que acababa de provocarla Armand.
Poco a poco, fué aflojando la presión de sus dedos sobre mi pecho.
Al cabo de unos minutos, se quedaron inermes sobre mi cuerpo y ya parecía que iban a dormirse, cuando ella le habló con voz dura y agresiva.
Armand acercó su cara a la mía y me dijo :
- Nicole. Has molestado a mi pareja durante toda la sesión. Me ha pedido que te castigue, pero como no me apetece lo hará ella. Procura agradarla para evitar males mayores.
Se limitó a desatarme, sin esperar respuesta por mi parte.
Me hizo incorporar del lecho y me entregó a las manos de aquella mujer, que me aterrorizaba con solo mirarla.
Me condujo, ante la mirada satisfecha de Armand, hasta una pilastra que había en un rincón de la habitación. Me engarzó la anilla delantera del collarín en la parte alta de la pilastra, trás hacerme doblar el cuerpo y mantener las piernas separadas.
Mis manos las ancló a la anilla trasera de mi collarín. Pasó por mi lado y la ví recoger el látigo amarillo. Se situó de nuevo a mi espalda y me descargó azotes por todo el cuerpo, principalmente en las nalgas. Me hizó saltar y gemir, mientras mis dientes rechinaban de dolor.
Pero aquella pérfida hembra no se apiadó de mis dolores y continuó con sus azotes en las partes que se le antojaban. Y ya no pude resistir más y dí libertad a mis gritos. Esto último, debió provocar un placer inusitado en ella, ya que los golpes comenzaron a ser mas dolorosos y mas rápidos.
Me sentía deshecha ante tanta perversidad, por lo que no pude evitar el que mis piernas se doblaran ante el espantoso castigo. Este acto, determinó el que cesara de azotarme.
Se acercó a mí y liberó el collarín de la pilastra, por lo que caí sin fuerzas al suelo. Se limitó a cogerme por los cabellos y obligarme a poner en pie. Me condujo hasta una banqueta al otro lado de la habitación. Nada más contemplar el asiento, supe como iba a ser azotada. Armand ya había empleado ese método conmigo.
Me hizo una seña y yo dócilmente me tumbé en la banqueta, dejando mis nalgas fuera de la misma y quedando sólo apoyada por la recién azotada espalda, pero no pareció conforme con aquellas medidas y habló algo a Armand, mientras me desataba las manos del collarín.
Entonces Armand, se incorporó un poco en la cama y me comunicó lo que se nesitaba para mi tormento :
- Nicole, mi pareja necesita un poco de maleza salvaje. Vas a salir hasta el cobertizo de los carros. Allí hay toda clase de cardos y espinos. Coge todos los que puedas traer entre tus brazos y tu cuerpo. Y sobre todo no utilices nada para cortarlos y pórtalos hasta aquí. Te estaremos contemplando por vídeo. Otra cosa. Por cada minuto que tardes tendrás 50 latigazos extras. Ahora vé.
Me quedé perpleja. Aquella maldad me desbordaba totalmente. No quise esperar a que me repitieran la orden y salí de la habitación. Al salir al exterior, ví todos los alrededores iluminados totalmente, unos grandes focos se encargaban de aquella luz. Estaba lloviendo con mucha intensidad y ya se habían formado grandes charcos por todos lados.
Caminé lo más rápido que podía y dejé que la lluvia se apoderara de cada una de las partes de mi cuerpo. Cuando llegué hasta los alrededores del cobertizo indicado, el agua resbalaba salvaje por toda mi desnudez.
Divisé toda clase de cardos y espinos y me agaché para cortarlos con mis manos, pero el agua hacía difícil aquel menester y me pinché repetidas veces, aún así conseguí cortar varios de ellos, algunos me producían unas sensaciones terribles al pensar que en breve iban a servir de lecho para mis atormentadas carnes.
Hice un buen montón con todos ellos y los cogí con verdadero temor. Las espinas rozaron mis pechos y estuve a punto de soltarlos, pero pude contenerme y me apresuré a volver a la casa.
Al entrar, me sequé los pies en la alfombra de la entrada y avancé hasta el dormitorio con aquellas pérfidas plantas que me laceraban.
A una indicación de la mujer, los dejé sobre una mesita que había en el centro del dormitorio. La mujer los removió un poco y la ví gesticular desagradablemente. Entonces Armand, dijo :
- Nicole. Has enfadado severamente a tu ama. No sólo has perdido un tiempo precioso, sino que además has traido un material muy malo. ¿Tu crees, que esta porquería se puede decir que sea un espantoso tormento?. ¡Mira!, vuelve al exterior y sigue mis indicaciones. Además, ten en cuenta de que anotamos 200 latigazos por tu osadía.
Mis lágrimas surcaron mis mejillas de desconsuelo y dando media vuelta salí de nuevo al exterior.
Esta vez, fuí indicada por Armand, que espinos debía coger. Me indicó los mas puntiagudos y algunos cardos de los mas mortificantes. Cuando los tuve todos apilados, me indicó el que los aplastara un poco con las nalgas.
Le obedecí, pero creí morirme de dolor. Me indicó el que cogiera más. Y después de repetir de nuevo todos los pasos me indicó el que volviera a la casa.
Al abrir la puerta, me encontré cara a cara con aquella asquerosa hembra. Me acompañó hasta el dormitorio, a base de latigazos. Cuando llegué hasta Armand, los solté sobre la mesita y aguardé con lágrimas en los ojos a que me indicaran que es lo que debía hacer.