Historia de Nicole (3)
De haber durado la inmersión 10 segundos más, me hubiera ahogado. Cuando mi cabeza salió a la superficie, comencé a soltar toses y aspirar aire entrecortadamente.
Capítulo 3º
De haber durado la inmersión 10 segundos más, me hubiera ahogado. Cuando mi cabeza salió a la superficie, comencé a soltar toses y aspirar aire entrecortadamente.
Oía las risas de ellos y hasta pude ver a Armand. Y de nuevo vuelta a empezar. Así debí de dar unas 10 vueltas, antes de que la rueda se detuviera, quedando apoyada el los cepillos verticales.
Me sentía algo débil, debido a tanta inmersión y el rascar de los cepillos.
De repente la rueda comenzó a moverse, pero en sentido contrario, con lo que mis pies se hundieron en el agua arrastrando con ellos el resto del cuerpo.
El giro era mas rápido, por lo que entré en el agua a mas velocidad. Aspiré aire y mantuve la respiración.
Pero una desagradable sensación me descubrió el tormento. Las primera zona mas afectada fue mi vagina, que al tenerla abierta dejó pasar las púas por el interior, causándome vivos dolores.
Este calvario, debió de mantenerse durante otras 10 vueltas, aunque el tiempo fue menor, debido a la velocidad de giro.
Cuando la rueda paró, mi cuerpo quedó descansando sobre los cepillos mas altos. Me sentía estenuada y presa de una angustia total.
El agua desapareció casi de golpe y entonces liberaron mis tobillos de los grilletes. Luego la rueda giró lentamente hasta que quedé en posición vertical.
Cuando desengancharon mis muñecas caí al suelo de la piscina como un guiñapo.
Un rugido de Armand, me hizo tomar conciencia de mi situación y me incorporé a duras penas.
Me izaron como a una pluma y me quitaron la escafandra.
Mis cabellos chorreantes me cubrieron las anillas del collar al caer. Entonces escuché la voz de René ....
Creo Armand, que sería mas conveniente el que tu esclava tuviera los cabellos cortos, de esa forma no estorbaría para manipular los anclajes.
Me parece correcto, René. Te doy la opción de que se los dejes a tu antojo. Pero te rogaría que no me la desgracies.
Descuida, la dejaré soberbia y casi mas hermosa de lo que ya es.
Entonces me llevó hasta una banqueta y me hizo sentar. Y sin mas preámbulos me cortó grandes matas de pelo. En menos de una hora estaba como a él le gustaba y me entregó a los brazos de Armand.
Este dió su aprobación y cogiéndome del brazo me acercó hasta un espejo, para que me contemplara.
Me quedé bastante sorprendida, pero el corte estaba bien echo y hasta me parecía quedar mas insinuante. La verdad, es que me sentía mas desnuda todavía.
Aproveché el espejo para mirarme el cuerpo, pero a parte de estar un poco colorado, no había señal alguna de los cepillos y hasta estaban empezando a desaparecer las marcas violáceas del látigo.
Ya tenía seco todo el cuerpo, cuando me cogieron de un brazo y me conminaron a caminar hasta la estancia contigua, en donde aguardaban mis compañeras.
Al verlas me dí cuenta, de que también la rubia tenía el pelo corto, cosa que al principio había pasado desapercibida para mí.
Me ataron por la muñecas en una columna contigua a las de mis compañeras y se acercaron hasta los sillones para tomar algo de licor.
Las cuatro estábamos atadas de cara a las columnas y cada una tenía su látigo colgado de la anilla trasera del collarín.
Ellos estaban sentados en cómodos sillones a nuestras espaldas y la verdad, demasiado cerca de mí. Lo que me tenía mas atemorizada, si cabe.
Charlaban y reían con unas carcajadas que me hacían estremecer, sobre todo con las risotadas de Gustav.
En un momento determinado oí la voz de Gustav, demasiado cerca de mi oido. Me estremecí de terror, pero comencé a temblar cuando comenzó a hurgar en la anilla que sujetaba mi látigo. Sentí como se separaba de mí. Apreté los puños y aguardé el castigo.
Mientras Gustav, hablaba y reía con los demás, descargó el látigo en mis caderas. Me contorsioné de dolor y me apreté contra la fría columna. Pero, las finas tiras de cuero volvieron a incidir sobre mi desnudez, con mas rabia que la vez anterior.
Hacía verdaderos esfuerzos por no gritar, ya que de hacerlo, alertaría a los demás y el castigo podía complicarse en exceso.
Sentía una fuerte quemazón por toda la espalda, cuando un nuevo latigazo estuvo a punto de hacerme gritar. Las mechas me habían alcanzado el costado derecho y parte del pecho.
Todos los infiernos se apoderaron de mí y solté un débil gemido.
Gustav, debió de oir mi gemido, ya que arreciaron los golpes sobre mí en ambos costados. Casi no podía aguantar los inmensos dolores que me estaba causando y mi mente se rebelaba contra mí, queriendo dar libertad a mis gritos de dolor.
Me contuve más, si cabe y seguí soportando en silencio aquel cruento castigo, que ahora ya había alcanzado mis nalgas de tal forma y con tal intensidad, que saltaba de dolor, mientras mis jadeos, lágrimas y gemidos se iban haciendo mas profusos y virulentos.
Pero cuando las finas mechas del látigo me alcanzaron las corvas, ya no pude resistir más y solté un estremecedor alarido, que dejó eco en la estancia. Supe, que se avecinaba un gran tormento para mi cuerpo.
De momento el castigo se detuvo y al mirar hacia atrás ví que los otros tres se levantaban y se acercaban a mí. Entonces Armand, me agarró de los cabellos y con una voz que me estremeció, anunció ......
- Está visto Nicole, que no eres capaz de dejarnos hablar con tranquilidad. Y ya que tu deseo es el interrumpir nuestra charla, el nuestro lo será atormentarte de mil maneras distintas. Prepárate para gritar lo que quieras. Por el momento, bajaremos los ocho al sótano. Tu serás la que mas lo sienta, de hecho las demás tan sólo serán ligeramente atormentadas.
Fuí desatada de la columna y me engarzaron las muñecas a la anilla trasera del collarín. Me conminaron a caminar, mientras el látigo seguía cayendo sobre mis costados o los muslos, a la vez que me injuriaban y empujaban sin cesar.
Por las escaleras, Pierre se plantó ante mí y cogiéndome los pezones, me los retorció con saña.
Mis lágrimas arreciaban y el dolor se iba multiplicando. Y los azotes seguían cayendo sobre una y otra parte de mi cuerpo.
Por fín llegamos hasta un sótano, tres pisos mas abajo y los azotes se detuvieron a la vez que un fuerte empujón me hacía entrar en aquella estancia.
Mis compañeras pasaron a ambos lados de mí y fueron colocadas cada una en un aparato.
Luego se acercaron a mí. Me encontraba bajo una pequeña T invertida que se alzaba un poco mas arriba de mi cabeza.
En ambos brazos anclaron mis pulseras, haciéndome separar las piernas, que fueron sujetadas al suelo por los tobillos y luego izaron el aparato hasta que quedé ligeramente tensa.
Cada uno de ellos se había armado con el látigo de su esclava. Entonces me rodearon y comenzaron a descargar los azotes sobre todas las partes de mi cuerpo.
Desde los pechos hasta la vagina, pasando por el resto de partes sensibles, fueron azotados con tan brutal rigor, que perdí la consciencia y me desvanecí entre los roncos gritos de dolor que salían de mi garganta.
Cuando la consciencia volvió a mí, me sentí inmensamente dolorida y escocida. Abrí los ojos lentamente y observé que me encontraba sola, pero seguía atada al mismo aparato.
Volví lentamente la cabeza hacia mi derecha y pude ver como ellos se dedicaban a penetrar a un par de mis compañeras, tanto por la boca como por el ano. Se trataban de las dos morenas.
Cuando giré mi cabeza hacia la izquierda, pude contemplar a la rubia. Estaba atada de la misma manera que yo y se la notaban marcas recientes de los látigos. Entonces me miré la parte delantera del cuerpo y quedé algo perpleja al comprobar que las marcas violáceas casi habían desaparecido, no así el dolor.
Cuando Armand se corrió en la boca de la joven a la que poseía, se separó de ella, limpiándose el pene en los cabellos de ella. Levantó la mirada y se encontró con la mía.
Me quedé aterrorizada. Desvié la mirada al instante y la mantuve baja. Ví sus piernas acercarse y pronto estuvo frente a mí.
Me cogió del cabello y alzó mi cabeza, luego aproximó sus labios a los míos y me besó algo bruscamente, mientras me retorcía el seno derecho. A continuación se agachó y desató mis tobillos.
Me sentí algo mas liberada y pude descansar un poco la tensión de mis muñecas al poder juntar las piernas.
A continuación se dedicó a contemplarme todas y cada una de las partes de mi anatomía.
Me pareció entender por sus gestos que le agradaban, por lo que me sentí ligeramente complacida. Enseguida, me susurró ...
- Nicole, eres deliciosa y eres mía. Esta noche te poseeré en privado, pero ahora continuaremos la juerga contigo. Te he reservado un tormento especial. Espero que sufras en razón directa de lo que me gustas.
Se separó de mí, dejándome algo intranquila y se acercó hasta el grupo de los otros tres. Algo les debió comentar, ya que todos dirigieron sus cabezas hacia mí. Me sentí perplejamente angustiada.
Cuando se hubieron corrido sobre aquellas dos hembras, se acercaron hasta mí con sus miembros algo fláccidos y chorreantes de esperma.
Fuí desatada por Armand, quien me obligó a arrodillarme ante ellos y limpiar aquellos babeantes penes.
Me apresté, no sin sentir mil ascos, a semejante tarea. Fuí lamiendo una tras otro todos aquellos penes, hasta dejarlos limpios y relucientes. Pero apenas estaba terminando mi tarea con Gustav, cuando éste comenzó a orinar en mi boca. Tragué como pude todo aquel torrente, aunque parte del mismo se derramó por las comisuras de mis labios y descendió salvajemente por mis pechos.
No pareció importarle tal acto, pero sí noté que el pene comenzaba a hincharse de nuevo en mi boca. Comencé a chuparlo con verdadero frenesí, pero las manos de Pierre cogieron mis cabellos y me guiaron hasta el suyo, que comenzaba a palpitar y abultarse.
En breves segundos, los cuatro penes eran alternativamente acariciados por mi boca. La verdad es que me gustaba aquella sensación, aunque no tanto los malos modos que empleaban sobre mi cuerpo.
Se fueron derramando uno trás otro en mi boca. Y tragué todo el semen que fueron capaces de producir.
Me sentía algo mareada y con un fuerte sabor a almendras en mi garganta.
Fue René, quien comentó ....
- Armand. Esta esclava tuya es algo fuera de serie. Hacía tiempo que no me ponía tan cachondo con una hembra. Me gustaría poseerla de nuevo.
Antes de que Armand pudiera hablar los otros dos, ya se habían apuntado al mismo plan, por lo que mi Amo decidió ...
- En vista de que todos queremos poseerla, os propongo el utilizarla en forma de malla, cambiando alternativamente de lugar.
No comprendí aquellas palabras, pero me imaginaba algo terrible de soportar.
Me condujeron hasta el fondo de la estancia. Dos cadenas colgaban del techo y en el suelo otras dos reposaban sujetas a sendas argollas.
Fuí tumbada en el suelo y engarzaron mi muñeca izquierda a la cadena que caía del techo. Procedieron del mismo modo con mi tobillo izquierdo. Y enseguida fui izada hasta poco más de 1 metro de altura. Sentí una gran tensión en todo mi cuerpo que producía verdaderos dolores. Los miembros colgantes fueron tensados con las cadenas sujetas a las argollas en el suelo.
Con las empuñaduras de los latigos me fueron entreabriendo, tanto el ano como la vagina. De esta tarea se encargaban Pierre y René, mientras que Gustav, se hacía sitio en mi boca, sujetándome por los cabellos. Los otros dos se abrieron camino a base de arremeter contra aquellas partes.
Cuando consiguieron estar los tres dentro de mí, me sentí como empalada. Sentía tal cantidad de dolores, que no podía dar crédito a aquella salvajada. Sabía que lo que a ellos les gustaba era hacer sufrir, así que dejé de pensar en la maldad de sus actos para concentrarme en los dolores que me producían en cada acometida.
Cuando conseguí serenarme un tanto, reparé en Armand. No estaba en el grupo, por lo tanto imaginé que estaría detrás esperando su turno.
Me equivocaba solo a medias. No habían transcurrido ni dos acometidas cuando sentí un fuerte desgarro en el costado izquierdo. El muy salvaje se entretenía azotándome mientras los demás me penetraban sin piedad.
A cada acometida de los penes, el látigo hacía su aparición en mi cuerpo, con lo que el dolor se multiplicaba exageradamente.
Cuando había recibido unos 10 latigazos, decidieron cambiar todos de tarea, con lo que un instante sacaron los penes de mis cavidades y se volvieron a acoplar en otras.
En este cambio, Gustav se hizo cargo del látigo mientras Armand, me poseía en el ano, Pierre en la Vagina y René en la boca.
A una orden de Gustav, se introdujeron de golpe en las cavidades que les ofrecía. El desgarro fue tan brutal que creí que me iba a rajar, pero no tuve tiempo de pensar en más, ya que en ese mismo instante las finas mechas del látigo volvieron a morder mi piel.
Y así fue transcurriendo la velada, lenta y agónica para mí y salvaje y alentadora para ellos. Se hicieron los cuatro cambios correspondientes, hasta que fueron eyaculando de uno en uno sobre mi boca. El último en hacerlo fue Armand, después de haberme vuelto a azotar.
Luego fuí liberada y quedé tendida en el suelo, hecha un guiñapo. Respiraba entrecortadamente y sentía tal cantidad de dolores, que me dejé arrastrar por toda la estancia sin rechistar.
Me llevaron hasta el grupo en donde aguardaban mis compañeras y trás atarme las manos a la anilla trasera del collarín me dejaron tendida bocabajo.
Sentía el frío del suelo, pero no tenía mas que las fuerzas suficientes para respirar.
Mis compañeras fueron liberadas de sus aparatos y trás atarlas con las manos en la nuca, se vinieron hacia mí. Me izaron como si fuera una pluma y me conminaron a caminar hasta el gran salón en donde nos aguardaba la cena.
Al entrar en el salón ví a las sirvientas, que me miraban de un modo distinto. Enseguida comprendí que se trataba de mi suciedad y hasta casi mal olor.
Todas mis compañeras se sentaron en sus asientos, mientras yo era conducida hasta la biblioteca en donde se encontraba la rueda giratoria. Descendí al foso, mientras comenzaba a salir el agua, que por cierto estaba muy caliente. Y fui atada sin mas contemplaciones. Esta vez tan solo me pusieron una careta que me cubría los ojos, la nariz y la boca. Luego me ataron los pies y aquel torbellino se puso en marcha a gran velocidad de giro.
Tragué agua y tosí. No atinaba con el momento en que debía tomar aire, hasta que no completé la 6ª vuelta. Además la rueda, se paraba de golpe y comenzaba a girar en sentido contrario.
Después de numerosas vueltas. Se paró en seco, con lo que la tensión de las taduras se clavaron en mis carnes, causándome vivísimos dolores.
Cuando el agua hubo desaparecido, la rueda comenzó a girar mas lentamente. Ahora era aire caliente lo que salía por los cepillos. Y en menos de 10 vueltas estaba totalmente seca.
Me desataron de aquel aparato y me acompañaron hasta el gran salón en donde todas las mujeres aguardaban.
La cena fue servida y por el momento me encontré libre de los acosos de Gustav. Comí con verdadera fruicción y bebí un vino bastante fuerte, pero que me reconfortó.
Al retirar los platos Armand llamó a una de las sirvientas y la pidió que bajara al sótano para recoger los látigos.
La sirvienta tardó tan sólo 5 minutos en hacer todo el recorrido, entregando los 4 látigos a Armand.
Este, se levantó y nos fue dando 5 azotes a cada una de nosotras y depositando el látigo correspondiente en la anilla trasera.
Ninguna de nosotras rechistó. Y de esta forma, pasamos a saborear el segundo plato. Era un preparado de pescado, ya limpio de espinas y con una salsa algo picante. Se nos dió permiso para poder mojar pan. Cosa que aprovechamos todas.
Retiraron los platos y aparecieron las sirvientas con el tercer plato, consistente en cochinillo y cordero asados.
Se nos hizo la indicación de que comiéramos con las manos y la cantidad que deseáramos.
Como la bebida no faltaba, nos quedamos mas que satisfechas y yo particularmente, bastante pesada.
Ya en los postres, elegí el melón. Era mas digestivo y tenía un sabor exquisito. La verdad es que me sacié, pero quedé totalmente pringosa y varios churretes caían por mis pechos y la barbilla.
Miré inquisitivamente a Armand. Me hizo un gesto como para quitarle importancia y me dijo ...
- Nicole, de camino a la biblioteca serás lavada adecuadamente y luego pasaremos a tomar unos licores.
Acepté tal decisión, ya que por otra parte estaba tan extremadamente sucia y sabiendo lo que disfrutaban con semejante aparato, era lo mas natural.
Permanecimos sentados unos minutos. En ese tiempo comencé a revisar todo el periodo de la cena. No me habían tocado ni una sola vez y eso que seguía teniendo a Gustav a mi derecha. Además tampoco había reparado en que se hubiera metido con su esclava.
Me pregunté, si estarían cansados de tanta barbarie y pasaban de nosotras. Rápidamente, me quité tal idea de la cabeza. No era posible que aquello sucediera en situaciones normales, mucho menos con aquellos sátiros.
Estaba tan ensimismada en mis reflexiones, que no me dí cuenta de que Armand se había levantado hasta que colocó una de sus manos sobre mi hombro izquierdo. Le miré algo perpleja y asustada y le ví hacer un gesto para que me levantara.
Lo hice sin la menor dilación y le acompañé hasta la gran rueda. Bajé al foso y elevé mis dos brazos a fín de que pudiera atarme. Pero Armand, dijo:
- Nicole. Me gusta que seas dispuesta, pero esta vez utilizaremos un aparato sorpresa. Sube y sígueme hasta la siguiente estancia.
Tardé algo en reaccionar, pero al fín subí y le seguí hasta una enorme sala. Habían dos carriles en el suelo separados 1 m. entre sí y otros dos arriba separados unos 2 m. entre sí y a unos 3 m. de los del suelo.
De cada carril aéreo colgaba una cadena y justo en los carriles del suelo, había unas minúsculas plataformas con un grillete en cada una.
Los carriles formaban una circunferencia de unos 50 m. y en el suelo se adivinaban placas que debían guardar instrumental diverso.
Armand me indicó el que colocara un pie en cada plataforma.
Cuando estuve en la posición requerida, me colocó los grilletes y me ordenó que elevara los brazos. Entonces ancló mis pulseras en cada cadena y tensó todo el conjunto. Me circundó varias veces comprobando que estaba lo suficientemente tensada en el aparato. Y entonces me explicó ....
- Nicole. Este aparato lo tengo desde hace un año. Lo mandé construir para mi recreo con vosotras. Lo he adaptado un poco y ahora sirve para todo tipo de cosas. Ahora lo vas a utilizar tú. Cuando pulse el botón de arranque apropiado, se convertirá en un lavadero móvil. No necesita intervención humana y está comprobado que en una vuelta completa estarás limpia y seca. El agua sale enjabonada a presión y bastante caliente, pero no llega a quemar. De todos modos te recomiendo el que cierres los ojos, aunque por esta vez, te colocaré una gafas para que puedas apreciarlo todo sin perderte detalle. Cuando la espuma ha terminado de salir, unos cepillos de lana o cerdas, según los casos, comenzarán a girar contra tu desnudez en todas las partes de tu cuerpo, sin excepción. Y lo demás, ya lo irás comprobando por tí misma. Ahora vamos a empezar.
Lo puso en marcha y un gran estrépito me rodeó. Comenzaron a salir múltiples chorros de agua enjabonada que incidieron en la casi totalidad de zonas de mi cuerpo, incluida la cabeza y la cara. Cuando el agua se detuvo, un fuerte rugido de un motor me anunció la salida de los cepillos. Por suerte eran de lana.
Se ajustaron contra mi cuerpo y comenzaron a darme una soberana paliza, mientras avanzaba por los carriles. Cuando cesó su bailoteo por mi cuerpo, apareció agua a presión, con lo que quedé totalmente enjuagada y a continuación, un torbellino de aire caliente a presión, me acompañó el resto del camino hasta llegar al punto de partida.
Cuando llegué hasta la altura de Armand, los grilletes se abrieron, así como los engarces de las cadenas, quedando totalmente liberada.
A una indicación suya, bajé de las plataformas y me situé a su lado. El me cogió por el hombro derecho y según caminábamos hacia la biblioteca, me dijo :
- Querida Nicole. Este aparato vas a tener ocasión de probarlo en todas sus posibilidades. Incluso si esta noche antes de acostarnos tengo ganas, serás mi estrella invitada. Ahora, tomaremos unas copas en compañía de los demás.
Me dieron un poco de miedo sus palabras, pero seguí caminando a su lado hasta que aparecimos en la biblioteca.
Mis compañeras estaban atadas en las distintas columnas de la entrada y permanecían sucias. Por otro lado los hombres se habían sentado en unos sillones cintrados, quedando en medio una minúscula banqueta de cuero, regulable en altura.
Armand cogió un sitio junto a ellos y yo fuí obligada a sentarme en la banqueta. Me sentía tensa y nerviosa. La verdad es que me contemplaban de tal modo, que me hacía sentir ridículamente pequeña.
Había quedado sentada frente a Armand, Mientras Gustav quedaba detrás, Pierre a mi derecha y René a mi izquierda.
Fué Gustav el primero en actuar. Puso sus manazas en mis dos senos y me echó encima de sus rodillas. Dejé que mis brazos cayeran a ambos lados de mi cuerpo.
Pero Gustav, no se contentó con semejante actitud mía. Empujó un poco mis hombros, hasta que quedé apoyada en la banqueta por la cintura. Luego, dejó caer mi cabeza y reguló la altura de la banqueta hasta que mi boca quedó a la altura de su enorme pene, que ya estaba vibrante apuntándome.
Ni siquiera esperé la orden de que se lo chupara, me apresté a ello con energía, despreocupándome del resto de mi cuerpo que era manoseado por el resto del grupo.
Gustav por su lado, me pellizcaba los pezones y me los retorcía a medida que iba subiendo su sensación de placer. A mí en aquel momento, no me molestaba grandemente. De todas maneras, con aquel artefacto en mi boca era incapaz de lanzar el mas mínimo quejido.
Cuando se derramó en mi boca, esperó hasta que yo se lo hubiera adecentado convenientemente y entonces se separó de mí.
Me quedé algo sorprendida al observar que los demás no me exigían el mismo tratamiento. Y en unos segundos las manos de Gustav, me volvieron a dejar sentada en la banqueta.
Enseguida Armand, me dijo :
Nicole, ¿serías tan amable de servirnos unas bebidas?.
Sí, mi Señor.
Me levanté y me encaminé hasta una estantería, en la que había toda clase de licores y copas.
Fuí llenando las copas que me pedían cada uno de ellos y se las entregué uno a uno. Luego de estar todos servidos, Armand me indicó el que me sirviera un determinado licor con bastante hielo.
Lo hice y fuí a sentarme junto a él, que me rodeó los hombros con su brazo izquierdo, reposando su mano sobre mi seno izquierdo y acariciándome el pezón con suavidad.
Entre el licor, las charlas tranquilas de ellos y suave roce en mi pezón, comencé a sentirme flotar de placer en aquella atmósfera.
Cuando terminaron los licores, Pierre fué el primero que se levantó y excusándose con Armand, le dijo que ya era el momento oportuno de partir. Los demás le imitaron y se levantaron.
A mí me dieron un beso muy agradable cada uno de ellos y se marcharon cada uno con su esclava.
Cuando quedamos a solas, me preguntó :
Querida Nicole. Espero que lo hayas pasado bien. Ahora debes decidir, si quieres que vayamos a la sala que ya conoces o bien antes, tomamos otra copa.
Señor. Lo que vos querais, pero yo me siento algo mareada.
En ese caso, sírveme una copa y traémela hasta la sala indicada.
Se alejó de mí sin prisa. Me quedé algo pensativa y un pequeño temblor se apoderó de mis piernas. Me rehice lo que pude y empecé a preparar la bebida. Tomé la copa y la llevé hasta la sala en donde el me aguardaba.
No tenía en la mano instrumento de tortura alguno. Le entregué la copa y él me indicó el que colocara mis pies en las pequeñas plataformas.
Le obedecí de inmediato y fuí atada como la vez anterior. Y antes de que él me lo indicara elevé mis brazos a fín de que pudiera engarzar mis pulseras.
Me dejó tensada en el conjunto y me colocó una careta que me cubría toda la cara. Y de repente apretó un botón y el carrusel se puso en marcha.
Según me movía por los railes, pude apreciar varias cámaras de circuito cerrado, enfocándome. Estos aparatos los desconocía dada mi ignorancia, pero me enteraría días después por boca del mismo Armand.
No habrían transcurrido ni 10 m. desde que comenzase el movimiento, cuando me encontré ante mí con una barrera de cardos que emergió desde el suelo, como por arte de magia.
Las punzantes púas se hincaron en todas las partes delanteras de mi cuerpo, pero los efectos mas mortificantes los localicé en mis pechos y vientre. Sentí una sensación tan espantosamente desagradable y dolorosa, que solté un fuerte alarido.
Las lágrimas me habían aparecido rabiosas y descendido en impetuoso cauce por mis pechos hasta perderse en el vacío. Con mis ojos empapados, ladeé mi cabeza y miré a Armand suplicante. Por respuesta, obtuve una amplia sonrisa y el levantar de su copa, al parecer brindando por el éxito.
Quedé impotente y angustiada ante mi situación. Mi cuerpo debía pagar con el dolor y la humillación el placer que parecía experimentar él.
En aquel preciso momento, una plataforma, justo bajo mi pubis y entre mis dos pies, se abrió y aparecieron unos finísimos cueros que giraban con cierta velocidad sobre un eje, que iba ascendiendo lentamente por entre mis dos muslos.
Antes de que pudiera tomar conciencia de lo que aquello suponía para mí, los cueros comenzaron a alcanzarme en las dos caras internas de los muslos. Sentí como la rabia de los cueros mordían esa delicada capa de piel. El dolor era tan inmenso, que aullé repetidas veces, contorsionando mi cuerpo en lo que me permitían los anclajes. Estaba en esta sin razón, cuando ví las puertas del infierno abrirse para mí. Los cueros ahora habían llegado a mi vagina, en los que se introducían con una rabia desmedida, causándome vivísimos dolores. Resoplé, me agité y me contorsioné en la medida que pude, acompañando a mis gritos que no cesaban de salir de mi ronca garganta.
Trás incontables impactos, aquel artilugio se detuvo. Miré entonces las zonas maltratadas y observé finísimas rayas violáceas. Tenía el cuerpo empapado en sudor y mi respiración era entrecortada y jadeante. Seguía gimiendo de desconsuelo y dolor.
Miré de nuevo a Armand, pero para mi sorpresa no estaba. Lo busqué con la mirada por todos lados, pero parecía que había desaparecido. Me quedé confusa y un miedo atroz me invadió, ya que si aquel espantoso aparato se descontrolaba, podría perecer de una forma lenta, pero cruenta y dolorosa.
De repente, escuché un sonido seco a mi espalda. Torcí la cabeza y observé otro eje con dos látigos opuestos que giraban con cierta velocidad. Antes de que me diera tiempo a prepararme me alcanzaron indistintamente en las nalgas y la parte trasera de los muslos, ya que el eje cambiaba de forma variable de altura.
El dolor seguía siendo tan agudo como los anteriores, por lo que nuevos aullidos escaparon de mi interior, cuando ya no pude contenerme. Y no habría recibido aún 20 azotes, cuando unos látigos laterales invadieron desde mis costados, la espalda y el vientre, para subir alternativamente a mis pechos.
Creía que me iban a desgarrar la piel. Y el dolor se hizo ya tan insoportable, que mis fuerzas se negaron a actuar y perdí la noción de todo, desvaneciéndome.
Cuando desperté, me encontré mirando a un techo alto y vacío. Había una gran iluminación pero agradable. Reparé más en mí y me dí cuenta de que estaba acostada en un lecho inmenso.
De no haber sido por el dolor que todavía reinaba en mi cuerpo y las marcas violáceas de los látigos allá donde miraba, hubiera creido que todo había sido un sueño.
Miré a ambos lados y entonces me topé con la cara de Armand, a pocos cm. de la mía. Dí un respingo hacia atrás, pero él sonriendo pasó un brazo por debajo de mi cabeza y me atrajo hacia sí.
Me besó suave y dulcemente. Lo agradecí, ya que estaba deseosa de consuelo.
Y mientras me besaba, me fué palpando lenta y sabiamente los senos y la vagina. A los pocos minutos, comencé a jadear suavemente y a acercarme mas a aquel majestuoso cuerpo desnudo.
Noté su miembro cálido y vibrante sobre mi vientre. Era un miembro grande y duro, que ya me había poseido varias veces. Pero ahora, realmente lo deseaba.
No tardó en tumbarse sobre mí y penetrarme, lenta y majestuosamente. Lo sentí profundizar de tal manera, que creí me me iba a desgarrar todas las entrañas. Sentí grandes dolores, ya que tenía recientes los efectos de los cueros en la vagina, pero no rechisté por temor a perder semejante ocasión.
El, entraba y salía con tanta violencia como lentitud, haciéndome ver las estrellas. En un momento, se paró y me preguntó :
Nicole. ¿Acaso no sientes dolor?.
Sí, mi Señor. Pero no me importa.
Es que yo deseo que te importe. Ven levántate y sígueme. Yo haré que te importe.
Me dejaron helada sus palabras. Pero cuando él se retiró de mí y se levantó, le seguí sin rechistar, aún sabiendo lo que me iba a suceder. Llegamos hasta la ventana del dormitorio.
Ví una pequeña banqueta de cuero y dos cadenas que caían desde el techo. Me indicó el que colocara mi espalda sobre la banqueta y dejara caer mi cuerpo a ambos lados. Entonces, me hizo extender los dos brazos juntos y los ancló por las pulseras en una argolla. Tanto mis nalgas como mis muslos, colgaban inertes al otro lado de la banqueta.
Armand, se situó al lado de mi pie derecho y me ordenó el que lo elevara hasta su altura. Cuando hube realizado lo solicitado, asió una de las cadenas terminadas en grillete y la abrazó en torno a mi tobillo. Luegó tensó la cadena hasta que mis nalgas quedaron por encima del nivel de la banqueta, mientras mi otro muslo colgaba en una postura un tanto forzada.
Se situó ante el tobillo y a una mirada suya, elevé la pierna a fín de que fuera amarrada y tensada. Los muslos quedaron colgantes, pero poco separados, por lo que él, actuó sobre un mecanismo y las cadenas se fueron alejando una de otra por un riel que las portaba, a la vez que mis nalgas ganaban algo en altura. Cuando las cadenas se detuvieron, una plataforma ascendió del suelo a ambos lados de mi cuerpo hasta unos 15 cm. de mi cuerpo.
Armand entonces, se aproximó a mí y me enseñó un azote nuevo. Estaba formado por 5 cuerdecitas finas y enceradas de unos 40 cm. de largo cada una. Cada cuerda tenía 5 nudos en desiguales distancias y todas las cuerdas terminaban en un nudo.
Se subió a la plataforma de cara a mi vientre, colocando sus pies a ambos lados de mis pechos. He de decir, que todavía quedaban rastros de los azotes anteriores, pero estaban ya muy difusos.
Se empleó a fondo conmigo. Comenzó por asestarme 2 latigazos en cada muslo. Tuve que realizar verdaderos esfuerzos para no gritar. Y él insistió con una nueva tanda, esta vez de 5 azotes, por lo que mi espíritu se rebeló y lancé los primeros aullidos.
Pareció gustarle tanto, que prosiguió entre mis lamentos y contorsiones, con otros 10 azotes en cada muslo. Y sin pararse a mirar mi estado de ánimo, se aprestó a la tarea principal.
Uno trás otro, aquellos malditos nudos se empotraban en mi vagina y en el ano. Los azotes eran precisos y fuertes. Y su rabia la sentía en mi interior con el máximo rigor.
Después de unos 20 azotes, cesó el tormento. Me sentía a punto de reventar de temblores. El dolor era tan inmenso, que no sabía como detenerlo. El, tan solo se limitó a desatarme de las ataduras y obligarme a caminar de regreso a la cama.
Iba casi encogida, llorando y dando rienda suelta a mis lamentos.
Cuando llegamos a la cama, me arrojó sobre ella y me dejó bocarriba con las piernas separadas. Y a continuación se echó sobre mí, penetrándome lenta y sádicamente.
Avanzó por mi vagina entre mis gritos de dolor. A él parecía gustarle mi situación actual, tanto, que salió de mi interior y poniéndome de bruces, me sodomizó del mismo bárbaro modo repetidas veces. Y de nuevo vuelta a empezar.
Sentía unos tremendos dolores en todo el cuerpo, pero principalmente en la vagina y el ano.
No se apiadó ni un solo instante y siguió con su proceder, hasta que se derramó en mi interior.
Extrajo el pene de la vagina y me lo acercó a la boca para que lo limpiara. Abrí los labios y dejé entrar aquella masa carnosa que se iba ablandando. Lo lamí con suavidad, hasta que dejé de sentir restos de semen en mi boca.
Entonces él, lo extrajo de mi boca y se tumbó bocarriba junto a mí. Enseguida, me preguntó :
Y bien Nicole. ¿Te ha gustado la fiesta de hoy?
Señor, con su permiso, he de decir que me ha parecido una vileza y una salvajada.
No entiendo bien tus palabras. ¿Quieres decir, que no te ha gustado?. Después de lo que he hecho por tí, que hasta he tenido que entregarme en cuerpo y alma. Y tú opinas que es una vileza. Acaso, ¿no has sido tu misma, la que te has ofrecido en variadas ocasiones, para que te azotasen?. Te has dejado hacer todo ésto y ahora hablas de vileza. Creo mas bien, que la que ha cometido vilezas eres tú para con todos nosotros. Deberías estar agradecida del amor que te estoy ofreciendo.
Señor, eso que Vos llamais amor, no es tal. Habeis abusado de mí. Me habeis humillado, ultrajado y atormentado. Y ahora pretendeis, llamar a eso amor.
Pequeña, creo que confundes algunos términos. Te lo explicaré. El amor es dar todo lo que tienes para poder recibir. Y creo que he cumplido fielmente. Quizá lo que te pasa, es que a ti te gustaría que fuese distinto. Bien, lo admito. Pero no es el caso. ¿Me vas a negar acaso, el que no me haya volcado completamente contigo?. Sí esa mente canija que tienes aún no lo ha olvidado, recordarás que he estado contigo en todo momento y me has debido de sentir y quizá, hasta te haya gustado. ¿No es cierto?.
Sí, mi Señor. Me ha gustado, aunque no así los métodos empleados. Me parece que sería mas apetitoso para ambos el realizar este acto, sin que el otro tuviera que soportar todo el peso.
Estoy de acuerdo contigo. Pero, ¿no te dás cuenta criatura, de que si tu no soportas el peso, lo tendría que hacer yo?. Y has de admitir, que tú has sido la que has venido a mí. No, yo a tí. Además convendrás en que en toda relación, siempre existe un cierto dolor. Y veamos ciertos ejemplos. Sí deseas estar bella para tu amante, tú harás todo lo que esté en tu mano para agradarle y eso incluye el dolor. Sí una muela te está amargando con los dolores, tú te someterás a un tormento mucho mayor hasta quedar contenta. Y así tantos y tantos casos. Por otra parte, cuando estás en plena efusividad del amor, ¿no es bien cierto, que te gusta el ser arañada, pellizcada y hasta sentir como te atormentan cualquier zona de tu cuerpo?. Y te voy a ir mas lejos. Cuando naciste, ¿no fuiste colgada por los pies y azotada repetidas veces, hasta que el llanto apareció?. Pues bien, sí todo ésto lo has vivido y yo no, ¿me puedes rechazar acaso el que me siga guiando por la sabia madre naturaleza?.
Señor, estoy de acuerdo con sus ejemplos, pero éstos no incluyen el utilizar látigos, cadenas y demás instrumentos de tortura.
Acaso pequeña, ¿no has recibido una paliza por parte de tus mayores y a pesar de la misma, los has seguido queriendo?. Y quieres hacerme creer, que tienes toda la sabiduría. Y claro, el utilizar la mano, una correa o una zapatilla no cuentan, pero sí un latigo y las cadenas. Lo que parece es que tú solamente quieres tener la razón y que los demás se postren ante tí. Nada mas lejos de lo natural. Estarás de acuerdo conmigo, en que las hembras han venido al mundo para dar placer a sus hombres y traer descendientes al mundo. Esto es ley de vida. No creo que oses rebatirlo. Entonces explícame, ¿en donde ves el mal?.
Señor, ya le he dicho que en los métodos que se emplean.
Lo has dicho, pero has de saber que es parte importante y fundamental para mi placer, luego ese argumento tuyo no es válido en absoluto. Convendrás conmigo, en que si tu ves el universo del placer y del amor de un modo particular, yo por mi parte, lo pueda ver de modo distinto. Y llegando a esta conclusión, aceptarás por tanto que lo que te sucede es una irreflexión egoista de tu parte hacia tu entorno y que yo soy lo suficientemente sensible como para hacerte estas reflexiones, cuando no son obligación.
Señor, con todos mis respetos, no puedo estar de acuerdo con Vos y vuestros métodos, aunque me siento impotente de poderlos rebatir.
No te preocupes pequeña, poco a poco lo irás viendo tan natural, como el resto de nosotros. Ahora es llegada la hora de dormir.
Me cubrió con el edredón dejándome los pechos descubiertos, mientras hacía descender una finísima cadena desde el techo que engarzó al collarín y por último ancló mis dos pulseras juntas por encima del embozo.
Se dió media vuelta y quedó dormido casi en el acto. Yo por mi parte, quedé pensando en sus palabras y en todos los actos que habían acontecido a lo largo de aquel desastroso día.
Pero poco a poco, el cansancio comenzó a pesar sobre mí y me quedé dormida.
Cuando desperté, miré a la derecha, pero él no estaba. Seguía estando atada y la cadena estaba anclada en mi collarín. Me descubrí totalmente, a fín de visualizar los rigores del día anterior. Las marcas habían casi desaparecido en su totalidad, incluidas las de la vagina. Por tanto me volví hacia un lado y me quedé desnuda a propósito. Pensaba, que alguna cámara secreta me estaría contemplando.
Dí varias vueltas en la cama. La verdad es que me sentía algo inquieta de permanecer sóla. Pero por otra parte, eran minutos que ganaba al nuevo día, en los que podía estar descansada y fuera de peligro.
Estaba quedándome amodorrada de nuevo cuando la puerta se abrió de golpe. Dos sirvientas aparecieron en el umbral de la puerta y se acercaron con paso decidido hasta mí. Me desataron y me indicaron el que me levantara.
Cuando estuve junto a ellas, me engarzaron las pulseras en la anilla trasera del collarín y me obligaron a caminar hasta las escaleras. Subimos numerosos escalones de frío mármol y llegamos hasta la terraza del palacio.
Entonces pude ver a Armand. Estaba sentado en un gran sillón desayunando. Hacía un sol espléndido. Según avanzaba hacia él y trás pasar unos setos, ví a un par de hombres encapuchados, desnudos de cintura para arriba y armados de un látigo cada uno.
Seguí avanzando algo mas lentamente y llegué hasta Armand. Quedé quieta, esperando sus órdenes. Entonces me dijo :
- Nicole. ¿No piensas venir a dar un beso a tu amado?
Me apresté y agachándome un tanto, le besé dulcemente en los labios. El me cogió por la cintura y me sentó sobre sus rodillas dándole mayor energía a aquel beso. He de decir, que me dejó casi sin respiración.
A pesar del miedo que me producía y más después de la conversación de la noche anterior, estaba deliciosamente bello. Lucía un magnífico batín de seda roja, ligeramente abierto en el pecho. No parecía llevar mas atuendo que ése, al menos por lo que me indicaban las nalgas, que en breve sintieron el miembro erecto y cosquilleante.
Armand retiró un poco su cabeza y se puso a contemplarme, mientras jugueteaba con mis senos, a los que les hacía pequeñas diabluras con sus dedos y uñas, llegando a rasguñarme variadas veces los pezones, pero a mí me parecía encantador. Enseguida me acordé de la conversación de la noche anterior, sobre este mismo asunto y tuve que admitir para mi interior, que en efecto había caricias dolorosas que se afrontaban sin más.
Me hizo levantar de sus rodillas y trás revisarme a fondo, me comentó :
Querida Nicole. Estás encantadora y cautivadora esta mañana. Creo que será un día mas que agradable. Pero por el momento, hay que pensar en el desayuno. Cariño, decide si prefieres desayunar antes o después de ser azotada. Uno de esos dos hombres que ves ahí, se encargará de la labor. Observarás, que uno lleva un látigo de finísimo cuero trenzado y el otro el látigo de las cuerdas de nudos de anoche. Bastará con que vayas al que mas desees. Ellos ya tienen órdenes expresas.
Señor, ¿puedo saber que es lo que me van a hacer?.
No. No puedes. Ahora toma una decisión.
Entonces, prefiero ser azotada ahora. Pero me gustaría que Vos estuviérais cerca y me contemplárais.
Lo estaré. Ahora vé.
No sabía por cual decidirme, pero al fín lo hice por el de las cuerdas nudosas. Me fuí hacia allí y me paré ante él.
Tan sólo, se limitó a cogerme del pezón derecho y trás agarrarlo con saña, que me hizo ver las estrellas, me llevó hasta un taburete de cuero, similar al de la noche anterior. Me hizo colocar el vientre sobre el taburete y dejó caer mis miembros a ambos lados. Luego me ató los tobillos muy separados y tensos. Luego hurgó en mis pulseras y me las ancló de nuevo en una argolla que tenía frente a mí. Y por último, fue elevando el taburete, hasta que quedé exageradamente tensa.
No me habló en momento alguno y ni siquiera me avisó cuando lanzó el primer trallazo contra mis caderas.
Resoplé con fuerza y aguardé el siguiente.
Fueron cayendo uno trás otro, sin que de mi garganta se escapara grito alguno. Tan sólo mis lágrimas habían hecho acto de presencia, al igual que pequeños lamentos y gemidos se escapaban de mi garganta.
Pero cuando, llegó a los muslos, el panorama se me cambió de golpe. No tuve mas remedio que dar libertad a mis gritos y convulsiones. Trás una serie de 40 azotes, cesó el tormento. Al menos eso era lo que yo creía, según me desataba.
Pero estaba totalmente equivocada. Me hizo dar la vuelta y me ató y tensó de la misma manera.
Comenzó con una serie de 20 azotes en mi vientre y costados. A los que respondí con pequeños lamentos y algún grito ahogado.
Sin darme el más mínimo respiro, varió la zona para azotarme los pechos brutalmente. Era tan doloroso y cruento, que pedí auyando de dolor, piedad a Armand al verle aparecer trás de mí.
Pero Armand, tan sólo sonrió y acercando ambas manos hasta mis senos, asió un cordel a cada pezón y los elevó hacia él. Acto que aprovechó mi torturador, para azotarme la parte baja de los pechos sin miramientos.
Trás unos 6 azotes, que me dejaron como atontecida, soltó los cordones y el castigó se deslizó hacia mi vagina y los muslos.
Fuí azotada con tanta severidad, que me desvanecí en dos ocasiones, siendo despertada con un cubo de agua helada, mientras seguían cayendo los azotes sin piedad.
Y por fín, todo terminó. Fuí desatada y conducida medio a rastras hasta la mesa en donde ya me aguardaba Armand.
Caí sobre el asiento medio borracha. Al contemplarme el cuerpo, me desfondé más aún. Estaba totalmente marcada por el látigo. Me toqué los pechos y sentí un tremendo dolor. Entonces, escuché la voz de Armand :
- Nicole, no debes tocarte en momento alguno las zonas azotadas, de incumplir esta orden, serás azotada de nuevo. Ahora desayuna tranquila. Cuando termines bajaremos al aseo y si te portas bien conmigo, te perdonaré los azotes de después del baño.
Comí con la cabeza baja. Seguía llorando desconsoladamente y de vez en cuando un temblor me recorría todo el cuerpo.
Cuando terminé de desayunar, ya se me había pasado el llanto, aunque no así los tremendos dolores.
A una indicación de Armand, fuí hasta él y me dejé sentar en sus rodillas. Me acarició con suavidad cada una de las partes maltratadas. Sentí verdadero dolor, pero me dejé hacer y más cuando me atrajo hacia él, besándome los labios.
Transcurrieron unos minutos de lo mas agradables. Me sentí como trasportada a otra dimensión. Armand seguía con sus caricias, que ahora eran algo mas frenéticas y dolorosas, pero acepté aquel dolor sin más.
Sentí como palpaba mi vagina y como se humedecía en sus dedos. Era tal la intensidad, que por un momento pensé si me estaría orinando sobre él. Me hizo levantar de sus rodillas y ponerme en pie. Luego me hizo apoyar los codos sobre la mesa, mientras se situaba a mi espalda.
Me penetró lenta pero salvajemente. Lancé un ronco aullido, mientras me invadía aquella masa de carne hirviente. Entraba y salía con tal precisión que sentía que la vista se me nublaba de placer y gozo, a pesar de los dolores que sentía.
Antes de que me diera cuenta, ya había salido de mi conducto anal y ahora tumbada bocarriba sobre la fría mesa, se hundía en mi vientre, con la misma lentitud y precisión.
Mis gritos no se hicieron de rogar. Grandes estertores se apoderaron de todo mi ser, mientras él seguía su ir y venir sin preocuparse lo más mínimo de mi estado. Pero a pesar de los dolores que me atormentaban, llegó un momento en el que cedí ante el placer con el que me inundaba.
Trás varios asaltos, se retiró de una forma un tanto brusca que me hizo sentir unos enormes dolores. Me hizo bajar al suelo y poner de rodillas.
Mi cara quedó entonces frente a su enorme pene, henchido de placer. No me demoré ni un instante y abrí mi boca para dar cabida a semejante órgano. Lo acaricié con dulzura y dejé que entrara y saliera a su antojo.
Pero cada vez que entraba, me producía una extraña sensación de ahogo, ya que me entraba hasta la mitad de la garganta.
Y tras varios viajes en ambos sentidos, me percaté de que el final estaba próximo, por lo que me apresté a recibir el elixir que tanto me había gustado el día anterior.
No se hizo de rogar y un torrente cálido inundó toda mi boca. Tragué a toda prisa y cuando el cauce bajaba, logré saborearlo a placer. Pasé lenta y suavemente mi lengua en torno al pene, succionando cada vez que notaba el anuncio de mas esperma en el extremo. Cuando por fín terminé mi tarea, él lo extrajo y pude admirar la belleza de su miembro a pesar de la flacidez del mismo.
Me hizo poner en pie y me dijo :
- Nicole, has estado espléndida, por tanto después del baño no serás azotada. Ahora bajemos para asearte un poco.
Ni siquiera ancló mis pulseras. Tan sólo colocó su mano sobre mi hombro derecho y nos encaminamos hacia las escaleras.
Yo sentía todavía algunas molestias al andar, pero las disimulé lo mejor que pude y seguí el ritmo de sus pasos.
Al llegar a la segunda planta, uno de los criados apareció ante nosotros y le entregó una nota.
Armand la leyó y siguió caminando sin más, mientras la guardaba en el bolsillo izquierdo de su batín.
Cuando llegamos a la planta baja, tomamos el camino de su despacho, en lugar del de la biblioteca, que era donde estaban los aparatos para mi aseo. Al entrar en su despacho, se plantó ante mí y me dijo :
- Nicole. Ahora no tengo tiempo de lavarte. Lo harás tú en tu jaula. Y cuando estés lista vienes a mi lado.
Me dejó sin más y se encaminó hacia su mesa. Yo por mi parte me encaminé a la jaula y trás entrar, cerré la puerta. Luego me encaminé al aseo y trás lavarme la boca y enjuagarme con aquel maravilloso elixir, me senté en el inodoro y evacué los productos sobrantes de mi cuerpo.
Nada más levantarme del inodoro, una descarga de agua a presión me incidió por todas partes, a la vez que grandes chorros de jabón resbalaban por todo mi cuerpo. Se cortó tan rápidamente como había empezado y grandes chorros de aire caliente a presión me fueron secando en breves minutos.
Cuando el aire cesó, me arreglé un poco el pelo y trás darme un vistazo general, en el que observé la crueldad de las marcas, aunque estas ya iban desapareciendo, salí al exterior y me encaminé hasta la mesa de él.
Llegué hasta una gran alfombra de pelo sedoso, que rodeaba ampliamente toda la mesa.
Armand, me miró y con un gesto me indicó el que me situara entre sus muslos. Me pareció la mejor idea, ya que me encantaba aquel vigoroso miembro que tan feliz me había hecho.
En un par de segundos, estuve situada entre sus dos grandes piernas, con mi boca muy cerca de su pene. Podía percibir el aroma que emanaba de sus partes íntimas, pero por el momento no me atreví a colocar mi boca sobre su órgano.
La elección fue realizada por él. Me hizo colocar mis axilas sobre sus muslos y mi boca abrazar su pene.
Realicé la masturbación de una manera lenta, suave y cálida, al menos es lo que me daban a entender sus pulsaciones, que llegaban a mis oidos con toda claridad.
Poco a poco, fuí sintiendo la consistencia del pene que aumentaba de tamaño progresivamente. Y llegó un momento en el que detecté su respiración mas fuerte y rápida.
Así siguió por espacio de unos minutos hasta que un enorme torrente se desbordó en el interior de mi boca. Tragué con un placer inusitado toda la esperma y lamí con regocijo y ansiedad cada una de las gotas que iban apareciendo.
Cuando hube terminado, él no se retiró de mí y permanecí con el miembro en mi boca, pero cuidándolo pacientemente, a fín de que no se sintiera incómodo conmigo.
Así transcurrió cerca de 20 minutos, cuando de nuevo comencé a sentir presión de su miembro en mi boca. Pero fué una falsa alarma. Tan sólo se limitaba a desaguar en mi boca. Conseguí que no se derramara gota alguna, para lo cual tuve que tragar a toda prisa. Luego lo limpié y seguí portándolo en mi boca, como si no hubiera sucedido cosa alguna.