Historia de mi vida, Capítulo 14

Eres la única persona que me ha enseñado a poner los pies en la tierra...

  • Hey… - Murmuró Claire mientras me esperaba para irnos juntas. Terminé de acomodar el lienzo y los pinceles en sus lugares correspondientes y volteé a verla – ¿Estas bien? – Tambaleó su cabeza hacia su derecha refiriéndose a Jayde quien trataba de entender lo que nuestro profesor trataba de decirle con emoción.

  • Sí, supongo – Sacudí mi cabeza y tomé mi bolso.

  • … Creo que me quedaré un rato aquí, no le importa, ¿Verdad? – Escuché decir a Jayde sin mirarla mientras caminaba detrás de Claire hacia la puerta.

  • No, claro que no – Decía el profesor tomado su maletín – Espero volver a verla – Pude verla como lo abrazaba con entusiasmo y, no quiero sonar paranoica, pero sentía que la abrazaba con otras intenciones.

  • Igualmente – Respondió Jayde apartándose de él. Claire y yo aceleramos el paso hacia la puerta cuando escuche la voz de Jayde – Srta. Rotzler… - Me detuve mordiendo mi labio con nerviosismo. Anastasia… No actúes raro…

Claire se detuvo y volteó a verme, me miró por unos segundos, “¿Estas bien con eso?” la escuché preguntarme en voz baja, asentí y ella salió detrás del profesor cerrando la puerta al salir.

Me encontraba aun en el mismo sitio, inmóvil… con el corazón en la garganta, el sudor visiblemente en la frente. El silencio incomodo estaba en el aula, ¿Quién se supone que debe hablar primero? Tal vez ella debería hacerlo primero, debería darme una explicación, una excusa, una disculpa por no comunicarse conmigo… por no contestar mis llamadas. O tal vez, yo debería hablar también primero, pedirle la explicación, pedirle que me diera una buena excusa por su ausencia, pedirle que se disculpara conmigo pero… no, solo podíamos escuchar los gritos de los alumnos eufóricos que abandonaban el instituto para que puedan deshacerse del estrés que nos causan los maestros semana, tras semana…

Escuché el taconeo de sus zapatos golpeando con fuerza, con gentileza, con elegancia… como si el tan solo simple taconeo de sus zapatos hiciera la sinfonía más hermosamente tenebrosa que haya escuchado en mi corta vida que alertaba a todos con su llegada con tan solo escuchar el sensual taconeo de sus zapatos.

Paso por mi lado caminando a la puerta y tan solo sentir su presencia cerca detuvo mi corazón por par de segundos erizándome la piel. Abrió la puerta y miro afuera por ambos costados y volvió a cerrar colocándole el seguro. Llevo su mano derecha a la cadena de las persianas y la jalo hacia abajo para después soltarlas haciendo que las cadenas obligaran a las cortinas de plástico PVC descendiera con fuerza ocultando la ventana de la puerta por completo.

Sus hombros subieron y bajaron, había soltado un suspiro algo violento. Llevó sus manos a su cuello acariciando con sus dedos por debajo de su cabello su nuca por un momento, al bajarlas metió sus manos a los bolsillos de su blazer blanco. Se volteó y fue ahí, por tercera vez en una hora, me había encontrado con sus mortales ojos.

Bajé la mirada y comencé a jugar con nerviosismo con mis dedos, disimuladamente levanté la mirada y ahí seguía en el mismo sitio… Parada, analizándome con la mirada…

Unos altos botines negros de terciopelo, unos ajustados leggings de cuero negro en donde se podía apreciar cada perfecto contorno de sus largas piernas, traía una ajustada camisa de seda negra donde apenas tenía desabrochado dos botones dejando a la vista los resaltables huesos de su clavícula. Aquel impecable blazer blanco con solapas en negro combinaba tan bien en toda su vestimenta. Su cabello castaño claro caía ondulado por partes sobre su espalda, hombros y pecho… ¿Cómo hacía para lucir tan perfecta?

  • Jayde… - Comencé a decir con la mayor de las dificultades – Yo… - No había ni empezado cuando sentí de pronto sus labios embestir salvajemente los míos con vehemencia mientras con sus manos me apretaron con fuerza por la cintura debajo de la blusa apegándome más a su cuerpo.

Mis manos estaban en sus brazos por el sorpresivo ataque pero con lentitud mi mente fue procesando todo hasta que me di cuenta de algo… Ella estaba enfrente de mí, besándome con dominio, como si estuviera reclamando lo suyo y bueno, yo era de ella…

No sabía qué hacer, la explosión de sentimientos nubló mi razonamiento… El corazón pedía salir de mi pecho. Mis manos por un momento dejaron de funcionar ocasionando que mi bolso cayera al suelo en donde uno que otro libro se deslizaba en el suelo…

  • Jay… - Traté de decir a ras de sus labios. Ella hizo caso omiso a lo que trataba de decirle y con sus manos aún en mi cintura comenzó a empujarme hacia atrás hasta que sentí detrás de mí el borde del escritorio del profesor – Jay… - Su brazo derecho me rodeo la cintura por completo y me levantó del suelo colocándome encima del escritorio.

Su otra mano izquierda la subió a mi cuello y con su pulgar acaricio mi quijada. Bajó su brazo de mi cintura y acaricio uno de mis muslos incitándome a separarlas, con timidez las separe y ella se colocó entre ellas sin separar un solo segundo sus labios de los míos. Llevábamos aproximadamente cuatro minutos y medio besándonos con furor. Sin separarnos.

Coloque mis brazos en sus hombros y con mis dedos acariciaba su cabello. Mis fosas nasales se llenaban del exquisito GIÓ tan peculiar en ella, aquel perfume le sentaba tan bien que me hacía creer que aquella botella dorada de vidrio fue diseñada especialmente para ella. Extrañaba sus caricias, en especial esas que hacía con sus pulgares en mi cintura, esos lentos movimientos circulares…

  • Te extrañé… - Por fin nos habíamos separado, sus labios rozaban los míos al hablar – Perdóname – Besó mis labios y se separó solo un poco – Lo siento – Me besó una vez más – Me encontraba en Road Town y… - No la deje terminar y embestí sus labios con los míos una vez más. Su cuerpo se tensó unos segundos pero lentamente fue relajándose y dejándose llevar.

Sus manos acariciaban desde mi cintura hasta mis hombros por los costados subiendo y bajando inquietamente. Mis manos acariciaban su cuello e iban descendiendo por sus hombros y con mis dedos acariciaba su clavícula. Con mis piernas la abracé de la cintura y la apegué aún más a mí.

  • Sia… - Susurró en medio del beso.

  • Extrañaba que me dijeras así… - Sonreí dándole un beso más, uno corto para después separarme de ella solo unos centímetros.

  • Me gusta más Anastasia… - Una esquina de sus labios se elevó mostrándome una pequeña pero preciosa sonrisa – Creo que no valore a tiempo tu nombre... – Elevó una de sus manos a mi rostro y me quito un pequeño mecho de cabello colocándolo detrás de mí oreja – Me di cuenta que un precioso y atractivo nombre como el tuyo no se le debería quitar ni una sola silaba – Dios… ¿Soy la única que quiere lanzarse a ella y, literalmente, atacarla a besos? – Te extrañé… - Murmuró abrazándome, apretándome a su cuerpo.

Sentía los fuertes golpes de su corazón contra su pecho que se estrellaba con el mío que estaba así o más alterado. Su calidez envolvía el mío con felicidad, su pesada respiración acariciaba mi cuello y mi cabello. Sus manos aferradas a mi espalda al igual que las mías en su cuello…

  • Extrañaba besarte… acariciarte… extrañaba tenerte cerca, dios… - Susurró acariciando con su pulgar mi labio inferior – Tengo solo un poco de tiempo…

  • ¿Qué? – Mi corazón se detuvo, ¿Se iba a volver a ir? ¿Tan pronto?

  • Mi vuelo sale a las cuatro… - Mordí mi labio y bajé la mirada encontrándome con su reloj de muñeca.

  • Una con veinticuatro minutos – Leí en voz alta – Solo… una hora…

  • Y media… - Ella dijo poniendo su mano en mi mentón y obligándome a verla – Lo siento… pero tengo una exhibición en Montreal…

  • Al parecer ese mensaje de voz tenía razón, ¿No? – Ella solamente me miraba, sin ninguna expresión en el rostro – Que este año sería ajetreado… Y, al parecer lo es…

  • Solo unos meses más… - Con su pulgar acaricio mi mejilla con calidez – Por favor…

  • No harás lo mismo como la última vez, ¿No?

  • ¿Lo mismo?

  • Sí, decirme que tenías que irte a tal hora y luego me dejes en depresión las dos próximas horas para que después vayas a casa de mi amiga, toques la puerta y tengas una bonita rosa en la mano…

  • Lo siento… - Decía en voz baja – Yo solo… Me hubiera gustado comprarte un arreglo pero no había una florería abierta en el camino…

  • La rosa era bonita…

  • No es cierto – Refunfuñó negando con la cabeza – Estaba marchita…

  • Estaba bonita – Le di un corto beso y al separarme ella tenía una sonrisa.

  • Je t'aime (Te amo) – Sonrió besando mi nariz – Adoro que hagas eso… - Rió.

  • ¿Hacer, qué?

  • Cada vez que te toco la nariz, la arrugas y encoges de hombros… - Reí sonrojándome – También me fascina verte son las mejillas rosadas…

  • Jayde, yo… - Mi teléfono comenzó a sonar pero preferí omitirlo – Yo... – Ahí estaba otra vez, mi teléfono sonando – Mierda… - Ella rió.

  • Es mejor que respondas… - Murmuró ella alejándose unos pasos atrás hasta que su cuerpo quedo lo suficientemente lejos del mío.

    • ¿Anastasia? – Era mi madre.
    • ¿Sí?
    • ¿Falta mucho para que salgas?
    • ¿Por qué?
    • Estoy afuera del instituto…
  • Anastasia… - Susurró alarmada acercándose de nuevo hacia mí – ¿Estas bien? – Preguntó tomando mi rostro con sus manos – Anasta… - Coloqué mi dedo índice en sus labios. Jayde bajo las manos pero su mirada seguía en mis ojos.

    • ¿Anastasia? – Preguntó mi madre – ¿Ocurre algo? – Su tono de preocupación se estaba siendo evidente.
    • S-Sí… - Logré responder mirando a Jayde fijamente quien aún tenía el ceño débilmente fruncido – Solo estoy agarrando de la biblioteca unos libros…
    • Okey… - Respondió aliviada – Te espero… - Colgué la llamada y mire mi teléfono unos segundos, mientras la sangre regresaba a todo mi cuerpo y mi respiración se tranquilizaba.
  • Bella… - Colocó su dedo en mi mentón y me obligo a mirarla – ¿Está todo bien?

  • Sí – Logré contestar.

  • ¿Entonces? ¿Por qué te pusiste pálida?

  • Mi madre está en la puerta del instituto – Su pequeña sonrisa tranquilizadora se esfumó y en sus ojos solo se notaban el terror puro.

  • ¿Qué? – Musitó dando unos pasos atrás hasta sentarse en uno de los banquillos. Llevo ambas manos a su rostro y peinó su cabello hacia atrás, me miró unos segundos – Ella…

  • No, no… - Me apresuré a decir – Ella no…

  • Okey… - Se limitó a decir poniéndose de pie – Supongo que no te veré hasta que aparezca la oportunidad – Murmuró mirando el caballete que tenía a su lado y lo acariciaba con sus dedos.

  • No hubieras venido… - ¡Mierda! ¡Anastasia, cállate! Ella me miró con una expresión de enojo.

  • No hagas eso…

  • ¿Qué? – La miró y ella se acerca y me toma de las manos para después llevarlas a sus labios.

  • Eso… - Me miró unos segundos y soltó un fuerte suspiro – Sí… Me molesto que dijeras eso, pero estás otra vez en tu cabeza, regañándote a ti misma…

  • Pero te dije…

  • Sí, escuché lo que dijiste… Y creí que sería una buena idea venir…

  • Y fue bonita… mientras duró.

  • Sí – Sonrió con pesadez – Es mejor que te vayas… tu madre debe estar preocupada – Se dio la vuelta y se agachó a recoger mi bolso en donde deposito mi libro de Ciencias sociales y Química – Lo siento – Dijo mientras se colocaba de pie y giraba a verme para estirarme el brazo con mi bolso en la mano.

  • Lo siento…

  • ¿Por qué?

  • ¿Por qué? Y te lo preguntas… Vienes a París y visitas el instituto solo para venir a verme mientras que en Montreal hay una de las más importantes exhibiciones de arte y vienes hasta aquí solo para perder tu tiem… - Odio y a la vez amo cuando me interrumpe con un beso, un feroz beso…

  • No digas eso, Anastasia… - Besó mi frente y me miró a los ojos nuevamente – Mientras desperdicie lo más valoroso de mi tiempo contigo, sé que valdrá la pena… porque tú me importas más que el maldito tiempo… Prefiero perder todo lo que tengo que perderte a ti, nada de las cosas que tengo me importa, lo único que realmente me hace feliz eres tú… eres la única persona que me ha enseñado a poner los pies en la tierra… Anastasia, yo...

  • ¿Hay alguien ahí? – Una voz se escuchó al otro lado de la puerta. Jayde se separó rápidamente de mí asustada, yo solamente me quede quieta.

  • Sí – Dijo Jayde lo suficientemente fuerte como para que la escuchara la masculina voz – Tienes… - Señaló mi sus labios y su cuello y capté rápido el mensaje, saque el pequeño espejo que llevaba conmigo en el bolso y comencé a limpiar con rapidez los pequeños residuos de su labial que había en mi piel – Lo distraeré… - Mordió su labio con nerviosismo y lo único que se me ocurrio fue abrazarla, extrañaba sus cálidos abrazos.

  • Te echaré de menos…

  • Yo también… Te extrañaré mucho - La sentí olfatear mi cabello mientras sus brazos se aferraban a mi cintura – Te amo.

  • Te amo – Se separó y con sus manos agarro las solapas de su blazer para después jalarlo hacia abajo, acomodándolo correctamente, me miró por unos segundos y se dio la vuelta, abrió la puerta y salió cerrándola detrás de ella.


Jayde

Había viajado ocho horas en avión hasta Canadá, y no había dormido. En mi cabeza solo estaba el remordimiento, no me sentía ni con energías, ni agotada… estaba sonámbula, estaba en modo automático. Algo estaba mal, lo sabía, tenía ese maldito presentimiento constantemente, no podía sacármelo de la cabeza por más que quisiera.

  • ¿Estas bien?

  • ¿Qué? – Aparté la mirada del ventanal en donde me mostraba un hermoso atardecer y giré a ver a Kim quien se encontraba acomodando aquella funda de tela delgada, perfecto para un día algo caluroso.

  • ¿Estas bien? – Mi cerebro proceso lentamente la pregunta y fruncí el ceño al darme cuenta que tardé en captar el mensaje, asentí respondiendo su pregunta - ¿Segura? – Asentí una vez más un poco más rápido.

  • ¿Por qué? – Saqué mis manos de los bolsillos de mis Jeans y estiré una de ellas para alcanzar la copa de Domaine Leroy del setenta y siete que Kim me había servido unos minutos atrás.

  • No has dormido nada… Creí que llegarías agotada, ¿Todo bien con Anastasia?

  • Sí…

  • ¿Entonces?

  • Entonces, ¿Qué?

  • ¿Qué te sucede? – La miré unos segundos y bebí todo el contenido de la copa en un gran sorbo volviendo a dejarla en la mesa de centro redonda.

Ella caminó hasta recostar su hombro contra la pared mientras se cruzaba de brazos.

  • Nunca debí de haber ido…

  • Pero fuiste…

  • … Solo empeore las cosas…

  • Claro que no.

  • Sí, las hice, Kim… Ir a París fue un error, solo le hice más daño…

  • Pero ella entiende que…

  • Ella trata – La interrumpí – Trata de hacerlo por mí… pero sé que le duele.

  • También…

  • Sí, también a mí me duele.

  • Lo sé…

  • ¿Cuál es tu punto? – Pregunté al no entender su preocupación.

  • Es solo un comentario – Decía encogiéndose de hombros – Pero creo que lo de ustedes tal vez no duré…

  • ¿Qué? – Musité con el ceño fruncido.

  • Bueno, es… Mira como están las cosas ahora… Y estoy siendo realista, Jayde… No creo que puedas ofrecerle una relación sana y estable…

  • Pero…

  • Jayde… Ella necesita a alguien que la apoye y esté a su lado en todo momento… Alguien con quien Anastasia no tenga la necesidad de estarle mintiendo constantemente a sus padres quienes creen que se queda en casa de sus amigas cuando en realidad… Jayde, es solo una niña…

  • ¡Basta! – Dije lo suficientemente fuerte como para que hiciera ecos en toda la silenciosa suite.

  • Jayde…

  • No, Kim… Ahora me toca a mí hablar… - Ella solo me miró en silencio, sin ninguna expresión en el rostro – Tal vez no pueda ir personalmente a su casa e ir a buscarla como las personas normalmente lo hacen cuando están en una relación, tal vez es difícil salir a la calle y tener que actuar como si solamente somos amigas, o cuando estamos tomadas de la mano o besándonos y me doy cuenta que estamos en un lugar público y lo único que hago es entrar en pánico internamente para que ella no se dé cuenta pero me es imposible, ¿Está bien? Con ella… simplemente puedo ser yo, ¿Sí? ¿Tan mal está eso?

  • No, yo…

  • Ella confía en mí, ¿Sí? Ella me dio sus miedos, sus monstruos… poco a poco pero lo hizo, agradezco que te preocupes por nosotras, pero es nuestro problema…

  • Solo quería…

  • Lo siento, Kim… pero me duele la cabeza, saldré a caminar… - Pasé por su lado, tomé mi chaqueta y salí de la habitación.

Al subir al ascensor no pude evitar soltar un suspiro de frustración pura. Llevé mis manos a la cabeza y con mis dedos comencé a masajear mis sienes suavemente, tratando de que las voces de mi cabeza se detuvieran, que las palabras de Kim dejaran de hacer eco en mi cabeza el cual parecía peor que un disco rayado.

Es preciosa cuando se ríe. "Enseña los dientes… te verás más guapa" Dios, recordé cuando se lo dije y lo único que escuché de su parte fue una carcajada de lo más sonora que me devolvió la vergüenza que tenía escondía de algún rincón de mi ser. Se le hacen pequeños esos preciosos ojos que tiene y se me olvida por un segundo de qué color los tiene. 'Miel, mis ojos son color miel como la elegancia... que no tengo" Había hecho una ridícula caminata que me había sacado hasta lagrimas por la risa, ella tenía una enorme elegancia que ni ella misma se da cuenta… aún recuerdo ese día. La comisura de sus labios cuando se endereza... Recuerdo cuando no le deje ni un rastro de ese rojo carmín que se había puesto aquella tarde antes de irnos al 'Brooklyn Bowl'. Y sí, ella odia el pequeño y poco visible lunar que tiene en su hombro pero para mí es el lunar más hermoso que había visto en mi vida. Y sí... sus hoyuelos son lo más parecido a los recovecos del corazón...


  • ¿Anastasia? – La miré extrañada al verla sentada con las piernas cruzadas frente al armario mientras veía fotografías que habían en el último cajón - ¿Qué haces? – Suavicé mi voz a medida que me iba arrodillando y me sentaba a su lado.

  • Estas fotos son increíbles, ¿Por qué las guardas? – Preguntó confusa mostrándome una fotografía de un amanecer.

  • No hay nada de especial en ellas, Anastasia… solo son fotografías…

  • ¿Solo eso? – Elevó su ceja cuestionablemente sin retirar los ojos.

  • Anastasia…

  • Jayde… - Suspiró con una sonrisa torcida – Te di mis miedos, mis inseguridades, mis defectos… te di todo de mi pero, no quiero que solo tú te sientas la única responsable en esto que podríamos llamar ‘relación’, solo porque creas que soy una persona sentimentalmente inestable y que cualquier palabra, la más pequeña pueda hacerme sentir como un resplandeciente amanecer arriba de la ciudad o pueda derrumbarme como una pared de un viejo edificio… - Dejó las fotografías frente a ella en el suelo de madera y tomó mis manos comenzando a trazar suaves círculos con los pulgares sobre mis nudillos – He cambado… Y tú has sido testigo de eso – Asentí lentamente mirando nuestras manos – Quiero que sepas que también estoy aquí para ti…

  • Lo sé…

  • … No me quiero sentir inútil.

  • Anastasia…

  • Por favor… - Suplico en voz baja mirando nuestras manos en su regazo – A veces no necesitamos de consejos, y bueno… yo no soy buena dándolos pero siempre… - Encogió los hombros por un momento – Solo necesitamos de alguien que esté ahí con nosotros para escucharnos y quiero ser ese alguien… ¿Confías en mí?

  • Sí, lo hago, Anastasia… Es solo que…

  • Es solo, ¿Qué, Jayde? – Me miró expectante.

  • Es solo que aún no es tiempo… - Ella sonrió tristemente y asintió bajando la vista a nuestras manos, los movimientos de sus pulgares se habían detenido y poco a poco fue quitando sus manos de las mías para después voltearse y guardar las fotografías nuevamente en el cajón.

Mordí mi labio con nerviosismo, no sabía que hacer o decir… solamente la veía y ahí estaba, poniéndose de pie mientras podía escuchar de fondo las garras de Ozzie golpeando la madera que resonaban mientras entraba a la habitación. Su pequeño y alegre ladrido hacia Anastasia no pudo ni romper la tensión que yo misma había provocado. Quería contarle todo, absolutamente todo pero algo había que me lo impedía… El miedo a su reacción.

Me puse de pie y salí de la habitación cerrando la puerta detrás de mí. Caminé por el silencioso pasillo hasta llegar al Living, ahí estaba ella en el sofá frente al ventanal, las puertas estaban cerradas pero las cortinas completamente abiertas en donde se podía ver la nieve acumulada en el balcón y una gruesa capa sobre la columna.

Ella tenía la mirada perdida en la vista del ventanal, pero realmente sabía que estaba en su cabeza nuevamente, en aquella cabeza llena de miedos, inseguridades, misterios, secretos, recuerdos... Su espalda recostada sobre la almohada de funda chocolate y su brazo derecho abrazando sus piernas que estaban recogidas y flexionadas sobre el sofá. Su brazo estaba apoyado sobre el reposabrazos del sofá con el puño cerrado en donde descansaba su pómulo derecho.

  • Diez peniques por tu pensamiento… - Murmuré sentándome a su lado. Una esquina de sus labios se elevó enmarcando débilmente el hoyuelo de su mejilla – ¿Veinte peniques? – Ella se encogió de hombros – ¿No? Bueno… ¿Qué tal cincuenta peniques? Es mi última oferta…

  • Jayde… - Volteó a verme con una pequeña sonrisa – Mis pensamientos son valiosos… cuestan más que cinco, diez, veinte peniques…

  • ¿Una libra? – Ella rió y estiró su mano. Metí mi mano en uno de los bolsillos y saqué la moneda, se la estiré y ella tomo mi mano para jalarme y plantarme un beso atrapando rápidamente mi labio superior entre los suyos.

  • Mierda… - Logré susurrar al sentir su lengua acariciar mi labio. Ella rió y se alejó con una sonrisa volviendo a su postura anterior.

  • Grosera…

  • Lo siento…

  • Se escucha sexy en ti – Guiñó el ojo. Tragué fuerte al ver el atrevido gesto.

  • No cambies de tema… ¿En qué piensas?

  • En esto… - Tomó mis manos con las suyas y me miró un momento.

  • ¿Qué sucede?

  • Jayde… Te amo, lo sabes…

  • Anastasia, estas asustándome… tratas de…

  • ¿Qué? – Susurró confundida por unos segundos hasta que entendió a lo que me refería – ¡No! – Se apresuró a decir – Solo… Bueno, no quiero que te sientas obligada a estar… - La callé de con un beso rápido.

  • Te amo, ¿Sí? – Acaricié su mejilla y besé su frente – No me siento obligada a estar a tu lado… Y de todos modos, aunque quieras, será difícil que te deshagas de mí…

  • Nunca me desharía de ti – Sonreí al sentir el tacto de su suave mano en una de mis mejillas.

  • Supongo que no soy tan fastidiosa como mi larga lista de las cosas que debo hacer contigo – Ella volvió a reír.

  • Tu lista no es fastidiosa…

  • Y yo sí – Dije ‘ofendida’.

  • Algo – Rió mientras atrapaba a Ozzie quien estaba saltando eufóricamente pidiendo desesperadamente subir al sofá.

  • ¡Hey! – Reí.

  • Estoy bromeando, obviamente, Jayde… - Sonrió cálidamente mientras se volteaba y me daba la espalda para recostarse sobre ella con su cabeza en mi regazo y sus piernas cruzadas sobre el brazo del sofá – Tu lista es algo larga… - Sonreí comenzando a acariciar su cabello – Pero romántica… ¿En serio quieres ir a tantos lugares?

  • Sí – Asentí.

  • Cuéntame de tu plan de viajes…

  • Viajaríamos primero a Edimburgo.

  • ¿Qué haríamos en Escocia? – Frunció los labios.

  • Adoras los postres… Te llevaré a comer el famoso “Cranachan”.

  • ¿Qué es eso?

  • Lo siento pero no te diré – Ella refunfuñó y sonreí internamente.

  • Bueno… Luego de Edimburgo, ¿A dónde?

  • Tomamos un vuelo y nos dirigimos a Portugal… Recorreríamos las calles nocturnas de Lisboa, y admiraríamos un amanecer en el muelle.

  • Romántica – Siseó golpeando con su dedo mi nariz divertidamente.

  • Luego iríamos a Brujas en avión, al menos que quieras que pasemos por París, entonces podemos tomar el tren.

  • ¿París?

  • Sí, me imagino que querrás ver a tu familia…

  • Oww… A veces me pregunto, ¿Cómo tú puedes ser legal? Eres tan perfecta…

  • No lo soy – Negué con la cabeza. Ella golpeó mi hombro.

  • Sí, lo eres…

  • Luego de Bélgica… – Cambié de tema y ella sonrió burlescamente – Cruzamos por Alemania y nos detendremos en la Republica Checa.

  • Exactamente…

  • Hmm… ¿Qué te parece Praga? – Ella cerró los ojos fuertemente mientras arrugaba su nariz de manera juguetona – No hagas eso, me provoca atacarte a besos – Reí besando su frente - ¿Cliché? – Ella asintió todavía haciendo ese tierno gesto – ¿Qué te parece visitar el Osario de Sedlec?

  • No, qué horror… tendré pesadillas – Llevó sus manos a su rostro negando con la cabeza.

  • Podemos ir a Olomouc o también Ostrava… Arreglaremos eso después – Reí – Después de algún lugar en la Republica checa viajaríamos a Austria.

  • ¿Vienna?

  • Ajá…

  • ¿Vienna Waltz?

  • Así es – Reí. Ella rodó los ojos divertida.

  • Nunca debí haber dejado mi libro aquí…

  • Es tu culpa…

  • Sí, Ajá… Mejor sigue – Susurró inquisitivamente.

  • Okey… Luego cruzaríamos Eslovenia e iríamos a Croacia, en Dubrovnik…

  • ¿Game of Thrones? – Asentí – Por dios, Jayde… Esa serie te tiene mal – Decía riendo.

  • En fin – Sacudí mi mano al aire con desdén – Luego tomamos un avión a Marruecos.

  • ¿Marruecos? – Pronunció con extrañeza – ¿Qué iríamos a hacer en Marruecos? – Preguntó frunciendo el ceño.

  • Ir a la playa Legzira… Caminar por el mercado de Marrakech.

  • ¿Marr… qué?

  • Marrakech… Compraríamos muchas cosas en la Plaza de Yamaa el Fna.

  • No sé qué es eso, pero suena interesante – Rió acariciando a Ozzie que se encontraba acurrucado sobre el abdomen de Anastasia - ¿Luego?

  • Tomaríamos otro avión e iríamos a Wellington.

  • ¿Nueva Zelanda?

  • ¡Sí! – Dije emocionada – Podemos visitar la famosa “Puerta de Narnia” – Anastasia estalló en una carcajada.

  • ¿La, qué?

  • Cathedral Cove…

  • No, no dijiste eso.

  • Entonces, si sabes lo que dije, ¿Para qué quieres que lo repita? – Murmuré.

  • Eres idiotamente adorable… Lo sabes, ¿No?

  • No entiendo el chiste – Murmuré confundida. Creo que tampoco ustedes entendieron, ¿No?


  • Dios mío – Musité ayudando al chico que se había caído de su bicicleta - ¿Estas bien? – Pregunté.

  • Sí – Respondió levantando su bicicleta y colocándola a su lado.

  • Lo siento mucho – Decía avergonzada.

  • No te preocupes – Sonrió acomodando su mochila en su espalda.

  • En serio, lo siento, iba en mi propio mundo…

  • De eso me di cuenta – Se burló – Soy Sam, Samuel…

  • Mucho gusto, Sam – Estreché mi mano con la suya – Jayde – Me presenté. Él asintió con una cálida sonrisa.

  • No eres de por aquí, ¿Verdad? – Sonreí – Tu acento es extraño y algo curioso…

  • Soy de Londres…

  • Oh.

  • Supongo que tú eres de aquí – Samuel asintió con el pulgar arriba. Miré la hora rápidamente en mi teléfono y sentí un nudo en  mi estómago – Mierda…

  • ¿Sucede algo? – Preguntó al notar mi inquietud.

  • Tengo que irme.

  • Permíteme acompañarte – Se apresuró a decir.

  • No, no es necesario…

  • Insisto, por favor. ¿En qué hotel te estas hospedando?

  • El que está a unas calles de aquí – Miré a mi alrededor tratando de recordar el camino que había tomado pero era inútil, me encontraba totalmente perdida – Ritz-Carlton – Recordé – Pero creo que me perdí, no recuerdo la dirección que tomé.

  • No te preocupes, te acompaño – Sonrió Samuel.

  • Te lo agradezco, pero no creo subirme ahí – Miré la bicicleta y él sonrió.

  • No, te acompañare a pie, vamos caminando – Él giró sobre su sitio y comenzamos a caminar por donde, según yo, caminé – Cuéntame de ti, Jayde…

  • ¿De mí?

  • Sí, ¿Qué te trae a Montreal? ¿Universidad?

  • Trabajo… - Él me miró por un momento.

  • ¿Trabajo?

  • ¿Por qué te parece raro?

  • No, digo, es que yo no te veo como una chica de trabajo…

  • ¿Qué?

  • Sí, digo, no me malinterpretes – Pero te veo como de esas chicas delicadas, que no hacen ni el esfuerzo por prepararse un simple cereal…

  • ¿Qué? – Murmuré molesta, detesto a la gente que te juzga sin conocerte, ¿A quién no, verdad?

Aceleré mi paso y comencé a dejarlo atrás, mierda, si mi furiosa con Kim era fuerte este mal “momento” lo es mucho peor.

  • ¡Espera! – Lo escuché gritar detrás de mí, no quería oírlo, nadie lo haría después de decir semejante estupidez – Jayde… Lo siento, ¿Sí? Solo era una tonta opinión… - Me detuve y él hizo lo mismo.

  • Una “tonta” opinión en donde no tienes derecho para juzgarme – Dije en el tono más normal posible – ¿Crees que porque intercambiamos palabras ya somos mejores amigos? Tú no sabes nada de mí y te recomiendo que no me hables, porque no respondo, Samuel – Caminé alejándome de él pero me detuve un momento para voltear a verlo – Y de nuevo, lo siento – Sin más, reanude mi camino al hotel que poco a poco iba recordando el camino que había tomado.

  • Jayde… - Me llamó Kim moviéndome suavemente del brazo.

  • ¿Qué? – Mi cuerpo estaba sentado en una de las butacas del auditorio en la subasta de Heffel pero mi cabeza aún estaban las palabras taladrando dentro de mí.

  • ¿Todo bien?

  • Detesto que cada diez minutos me preguntes lo mismo – Gruñí malhumorada.

  • Te lo pregunto por eso – Se quejó refiriéndose a mi tono de voz – Compraron una de tus pinturas en cuatrocientos ochenta y tres mil euros, deberías estar feliz.

  • Lo estoy – No, en realidad no lo estaba.

  • Creo que debes ir a autografiárselo a la aquella chica – Señaló a una chica de unos veinticinco años que estaba hablando con un alto señor de traje, al parecer su guardaespaldas o qué sé yo.

  • No creo que haya prisa – Mencioné al verla sentarse nuevamente en una de las butacas que tenía cerca.

La subasta seguía, había pasado unas dos horas más en donde personas peleaban unas a otras por obras de artes, desde pinturas hasta esculturas, desde relojes hasta fotografías.

Al salir del museo de galería junto con Kim y los tres fastidiosos de seguridad que venían con nosotras me encontré a la chica que había comprado mi pintura.

  • Hola – Sonreí acercándome a la chica que miraba mi pintura detalladamente con una radiante sonrisa.

  • Hola, oh por dios… eres, tú, bueno, sí… Digo – Balbuceaba con nerviosismo.

  • Te agradezco mucho que hayas comprado mi puntura – Tomé el cuadro y saqué un Sharpie de punta fina que siempre llevaba conmigo y firmé el cuadro. Se lo devolví a la chica que aun trataba de pronunciar alguna palabra coherente.

  • Yo… ¡Dios! Amo tu trabajo, te admiro muchísimo.

-Te lo agradezco – Sonreí colocando mi mano en su hombro y acariciándolo cálidamente – Debo irme, y de nuevo, muchas gracias por comprar mi pintura – La abracé por unos segundos y caminé hacia la Escalade.

  • Que adorable chica – Rió Kim al verme subir a la camioneta.

El camino al hotel fue algo agotador, mentalmente… mi cabeza seguía jodiendome la voz de Kim. ¿Y sí tiene razón? ¿Y si ella necesitaba a alguien que la apoyase cuando más lo necesitara? ¿Alguien con quien pudiese salir sin necesidad de mentir, de esconderse? Supongo… supongo que la historia se repite…

    • Jayde Hastings, ¿En qué puedo servirle?
    • Hey, pero que frialdad al hablarle así a tu hermano – Rió Jason.
    • Oh… Jason, lo siento, no vi el identificador simplemente respondí.
    • No te preocupes, hermanita – Se burló – ¿En dónde estás?
    • Montreal.
    • ¿Ya terminó tu subasta?
    • Sí – Miré la hora en mi reloj y fruncí el ceño – ¿Tu no deberías estar durmiendo? Deben de ser la una veinte ahí en Londres…
    • Sí, pero ya sabes… El bebé.
    • ¿Cómo está el pequeño Krystian?
    • Excelente, extraña a su tía… - Reí.
    • No seas mentiroso… Pronto nos veremos, solo necesito arreglar unas cosas aquí con algunas personas de Tokio y regresare a Londres por unos días…
    • Tokio, ¿Eh? Debe ser algo grande.
    • Lo es… Tiene algo que ver con la fundación de papá.
    • ¿Es algo malo?
    • No.
    • ¿Y por qué tú?
    • Yo hice la campaña publicitaria en toda Asia.
    • Oh…
    • Sí… Ellos me contactaron y bueno, debe ser importante como para que hayan viajado de Tokio hasta aquí, ¿No crees?
    • Supongo, pero por cualquier cosa me avisas, ¿Está bien?
    • De acuerdo – Suspiré al ver que habíamos llegado al “Jun-I” – Debo irme, pero te llamó mañana, ¿Okey?
    • Bien, cuídate, y cuida a la imbécil de Kim.
  • ¡Escuche eso! – Gritó Kim mientras abría la puerta y decencia de ella.

    • Ya la oíste – Él rió – Cuídate, Jason… y cuida a tu familia – Finalicé la llamada y bajé de la camioneta.
  • ¿Lista? – Preguntó Kim situándose a mi lado mientras caminábamos hacia la puerta del restaurante.

  • No… - La miré – Esto significara que posiblemente no vea a Anastasia en un largo tiempo.

  • Ella entenderá, esto es importante, Jayde…

  • No tanto como Anastasia – Respiré hondo y uno de los anfitriones abrió la puerta permitiéndonos la entrada.