Historia de mi vida, Capítulo 13

"- Tú no eres Rose DeWitt Bukater, ni él es Jack Dawson..."

  • ¿Por qué gastar trescientos setenta y ocho libras en un maldito viaje de casi cinco horas cuando podemos tomar un puto vuelo de una hora y media sin interrupciones por doscientos treinta y ocho libras? – Suspiré molesta mientras caminábamos por el pasillo del edificio arrastrando las maletas.

  • Quería pasar por Bruselas, ¿Sí? – Rió burlescamente.

  • ¡Por unas malditas Garnaalkroketten (croquetas de quisquillas)! – Espeté.

  • No te olvides del gofre – Agregó levantando el brazo al aire mostrándome una vez más, la bolsa de papel que en el interior había nada más y nada menos que…

  • ¡Son waffles! – Murmuré de mal humor, no habia dormido nada.

  • Hem ljuva hem! (Hogar dulce hogar) – Exclamó Kim al abrir el apartamento ignorándome completamente.

  • ¿Y por qué en sueco? – Pregunté entrando detrás de ella.

  • No lo sé – Encogió de hombros perdiéndose en el pasillo de las habitaciones.

Miré a nuestro alrededor y no pude evitar bostezar, deje mis dos maletas a un lado del sofá y me recosté en el mirando el techo. Levanté mi brazo izquierdo y miré la hora de mi reloj. Nueve de la mañana, casi diez.

Metí mi mano en los bolsillos del abrigo y saqué mi teléfono.

  • ¿Le marco o no? – Me pregunté a mi misma mirando mi teléfono por un segundo y suspiré resignada colocándolo en la mesa de cristal.

  • ¿Srta. Hastings? – La voz tímida del señor Zeeman resonó en la entrada del apartamento.

  • Señor Zeeman, iba a verlo en unos minutos en su oficina – Sonreí poniéndome de pie - ¿Quiere algo de tomar? – Caminé a la cocina y saqué una botella de Hildon del refrigerador.

  • No, estoy bien así, gracias – Asentí sirviendo un poco de la suave y burbujeante agua en una copa.

  • Por favor, tome asiento – Él asintió agradecido y se ubicó en una de las sillas del comedor – Su llamada me tomó por sorpresa el sábado – Reí tomando asiento frente a él.

  • Lo siento, creo que llamé muy temprano, ¿No? – Decía arrepentido.

-No se preocupe, yo le dije que me llamara en cuanto Jurrien viniera – Lo tranquilicé – ¿Le dejo la constancia? – Bebí un poco de la copa y lo vi asentir. Metió su mano al interior de la chaqueta azul marino de su uniforme y sacó un papel doblado.

  • Le pedí a Larz que la guardara en la bodega – Deje la copa a un lado y me entregó la nota de pago junto con las llaves que sacó de los bolsillos de sus pantalones negros.

  • Señor Zeeman, muchas gracias – Desdoblé la hoja y leí el total de la cuenta, suspiré y volví a doblar la hoja para meterla en los bolsillos de mis Jeans – Esto es para usted y el joven Larz – Saqué de mi abrigo dos billetes de doscientos euros – No me vaya a negar este dinero porque usted sabe que soy capaz de enviar el dinero a su casa – Reí al ver su rostro apenado. Agarre una de sus manos y le coloque en ella el dinero.

  • Muchas gracias – Murmuró el hombre apenado al ponerse de pie.

  • No se preocupe, señor Zeeman y muchas gracias por el favor – Lo acompañe a la puerta – Que tenga un buen día y me saluda a la familia – Dije viéndolo alejarse por el pasillo. Él se detuvo y volteó para mirarme y asentir.

  • Igualmente, Srta. Hastings, que tenga un lindo día – Sonrió regresando su mirada al frente deteniéndose delante de las puertas del ascensor.

Al cerrar la puerta mi teléfono comenzó a sonar, caminé a la mesa y lo tomé con una enorme sonrisa que no duró al darme cuenta que no era Anastasia.

    • Hola, Alex – Contesté la llamada un poco desanimada.
    • Ay, pero que ánimos los tuyos – Se quejó con sobre exageración – ¡Adivina!
    • No, ve al punto y ya – Resoplé con fastidio al no encontrar un espejo en mi bolso.
    • En serio, no sé cómo Kim te soporta – Rodé los ojos – En fin, tengo mi pasaje de Thaly’s para irlas a visitar – Chilló emocionado.
    • ¿En serio? – Pregunté nerviosa en voz baja deteniéndome por un momento.
    • ¡Sí!
    • ¿A qué hora llegas? – Pregunté sonriente al encontrar mi espejo. Abrí la tapa y miré mi horrendo rostro debajo de tan perfecto maquillaje. Mis ojos lucían cansados que con dificultad mis parpados se mantenían abiertos.
    • A las diez y media sale el tren, supongo que a las once con cinco llego a Ámsterdam.
    • Bien, creo que Kim estará con resaca a esa hora – Pensé en voz alta. Alex carcajeó haciendo que alejara un poco el rostro del teléfono mientras caminaba a mi habitación.
    • Acaban de llegar de Londres, ¿Y ya quiere andar de ebria por todo Ámsterdam? – Preguntó sin dejar de reírse.
    • Te sorprenderías… ¡Mierda! – Exclamé adolorida al golpear mi pie con la base del mueble de escritorio.
    • ¿Qué te sucedió? – Preguntó dejándose de reír.
    • Nada, nada… - Caminé con dificultad a la cama y me senté al borde quitándome las botas – Alex, lo siento, tengo que irme… – Resoplé cambiando de tema – Salimos de Londres a las cinco y media, estoy muy cansada – Bostecé tratando de mantenerme despierta. Lo que nadie sabía era que cancelé mi pasaje de tren para pasar más tiempo con Anastasia y regresé en avión a Londres por la media noche – Mañana iré a buscarte, ¿Sí?
    • Esta bien, descansa – Terminé la llamada y me desvestí quedándome solamente en un pequeño y ajustado hipster blanco.

Me metí bajo las sábanas y encendí la televisión para conciliar más rápido sueño.

Anastasia.

  • Sia – Suspiró sonriente mirándome a través de esos lentes de lectura –  Que sorpresa tenerte por aquí – Decía sentada desde la silla detrás del escritorio.

  • Miss Beaumont – Murmuré apenada – ¿No interrumpo nada? – Pregunté considerando la posibilidad de un ‘Sí’’.

  • No – Respondió cerrando la carpeta negra de piel. Se puso de pie y extendió su mano al diván que estaba a unos metros del escritorio frente al ventanal dejando la vista al patio que había en el interior del colegio.

  • ¿Puedo?

  • Claro – Agradecí con una sonrisa y me recosté en el diván – Son las once, creí que nos veríamos al terminar las clases – Sonrió caminando al pequeño refrigerador que se encontraba escondido a un lado de un librero y sacó una botella de Saint-Géron. Caminó al librero y en un compartimiento escondido por un costado sacó dos vasos redondos de vidrio – Espero que el Saint-Géron sea de tu agrado, no me ha llegado mi pedido de botellas Perrier – Se disculpó deteniéndose en la puerta para colocarle seguro.

  • No se preocupe – Sonreí aceptando el vaso de agua mineral – Gracias.

  • Sia – Volvió a suspirar pero acompañado de una sonrisa divertida sin quitar su mirada de la mía – No me trates de ‘usted’, no soy tan vieja – Rió – Tengo veinticinco años.

  • Lo siento, Zoé – Murmuré.

  • Mucho mejor – Sonrió bebiendo su vaso – ¿Qué tal tus vacaciones? – Colocó el vaso a un lado de la botella de vidrio en la mesa que tenía ella enfrente y yo a un lado.

  • Bien – Sonreí ampliamente, no podía evitarlo. Zoé abrió aquel libro que no podía evitar mirar la pasta de cuero negro, tenía sus iniciales en un hermoso escrito en cursiva y en la parte del lomo tenía mi nombre escrito en mayúsculas y en forma vertical con tinta dorada. Enseguida recordé el día que le había preguntado sobre ese ‘libro’ y lo único que me dijo fue que era un indicador para la reconstrucción que lleváramos de sesión a sesión. Cada paciente tenía su libro, eso para mí era fascinante, siempre quise saber que escribía de mí pero ella lo impedía diciéndome que eran observaciones desde su punto de vista. Creo que ella piensa que lo que haya ahí escrito pueda afectarme, bueno… tal vez… pero siempre he querido una opinión desde el punto de vista de otra persona que no sea precisamente yo o de Jayde…

  • Creo que un ‘bien’ es algo muy corto a lo que tu rostro me dice – Sonrió analizándome con la mirada - ¿Fuiste a la boda de tu primo Tom? – Asentí – ¿Ámsterdam, no? – Volví a asentir pero con una amplia sonrisa que trate de ocultar en el vaso – ¿Algo de que quieras hablarme sobre Ámsterdam? – Tambaleé la cabeza.

  • El idioma neerlandés es sexy, ¿sabías? – Ella rió acomodándose sus anteojos mientras escribía algo en su ‘indicador’ – Es muy sexy – Zoé levantó la mirada con una pequeña sonrisa sin dejar de apoyar su dorado y plateado Montblanc sobre la hoja del libro, ese bolígrafo era especial para ella – El cheesecake de limón que venden ahí es delicioso, los Poffertjes son deliciosos… jamás en mi vida había comido unos pancakes tan dulces en toda mi vida.

  • ¿Probaste los Ontbijtkoek? – Negué un tanto sorprendida ante su neerlandés perfecto – Oh, no me mires así, tu sabes que soy cien por ciento francesa… pero soy de ascendencia holandesa.

  • No sabía eso…

  • Bueno, ahora lo sabes, pero no estamos hablando de mí, sino de ti – Aparté la mirada al sentir sus ojos verdes penetrantes, ¿Por qué todos tenían unos ojos perfectos y yo no? Por dios… Cállate, Anastasia – ¿Algo más que quieras comentarme de tu viaje en los Países Bajos?

  • Conocí a alguien – Siseé entre dientes.

  • Oh… – Suspiró sorprendida – ¿Hiciste amigos ahí? – Yo encogí de hombros.

  • Esta persona me regalo un lingote de chocolate blanco de casi cinco kilos – Reí al recordar la cara que pusieron mis padres al ver semejante chocolate en el carrito de servicio – Era inmenso.

  • ¿Por qué te refieres a ‘persona’? – Preguntó con intriga – Digo, puedes usar su nombre o solo decir, chico o chica…

  • Me siento cómoda diciendo ‘persona’, es todo – Interrumpí encogiendo de hombros – No lo tomes a mal.

  • No, claro que no – Negó con la cabeza escribiendo algo en su cuaderno – ¿No has vuelto a hablar con esta persona después de que te fuiste de Ámsterdam?

  • Esa pregunta es un poco graciosa, porque esta persona es de Londres pero se fue a estudiar a Ámsterdam… Los días festivos, mi familia y yo viajamos a Londres para pasar las festividades con la familia de mi papá… Dos semanas, casi tres, nos encontramos en una cafetería en Kensington y prácticamente pase mis vacaciones con esta persona – Zoé me miraba atentamente, analizándome, ella sabía que hablaba de una chica pero se mantenía en silencio y eso me frustraba un poco – La temática sobre la confidencialidad del psicólogo…

  • No te preocupes – Me miró con una pequeña sonrisa – Tu sabes que hemos violado más de una norma de mi código deontológico pero la confidencialidad siempre estará presente, ¿Qué te tiene preocupada? – Cruzó su pierna derecha sobre la izquierda acomodándose su falda negra para apoyar el libro sobre su muslo derecho que lo único que lo protegía eran las medias nude.

  • Esta persona es una chica – Ella me miró y asintió lentamente – Tiene veintitrés, casi veinticuatro años – La mirada de Zoé era de completo asombro – Nos conocimos de la forma menos agradable – Murmuré avergonzada.

  • ¿Qué sucedió en su encuentro?

  • Le di una bofetada – Zoé me miró unos segundos y bajó la mirada al libro para escribir algo con tranquilidad – Eh…

  • Eso no es nuevo en ti, Anastasia – Dijo tranquila.

  • ¿Qué?

  • Eres impulsiva… No razonas antes de cometer tus actos, es algo en lo que aún estamos trabajando, ¿No? – Asentí.

  • Hay un ‘pero’ aquí, ¿No?

  • Ajá… - Ella asintió – Lo que sí considero nuevo es que estés recostada en el diván y no caminando de un lado a otro por toda la habitación – Sonrió - ¿Por qué entablaste una relación con una completa desconocida que es mayor que tú? – Preguntó mirándome atenta.

  • No lo sé, ese mismo día que le di la bofetada… No la volví a ver hasta ese mismo día pero en la noche, había discutido con mis padres sobre Louis…

  • El joven Leblanc – Nombró con decepción – Lo único que ahora tiene es ego, ira y arrogancia.

  • Hui del hotel… - Ignoré su comentario, solo escuchar su nombre me pone de mal humor – Y comencé a caminar sin rumbo por quince, veinte minutos hasta que la vi… Y sabes algo.

  • Dime – Se notaba interesada. No sabía si era por obligación o simplemente personal que ella realmente estaba interesada en el tema.

  • La vi triste, estaba sola comiendo cerca de la ventana en una pizzería – Ella me miraba en silencio – Estaba llorando, vi la lagrima que resbalaba por su mejilla, se la limpio y sacó su iPhone y comenzó a jugar como si nada hubiera ocurrido.

  • Entraste a saludarla, ¿No? – Asentí.

  • Tenia que disculparme por el altercado de la mañana aunque me haya disculpado con ella en ese momento, debía volver  a hacerlo.

  • ¿Y te perdonó, no es así?

  • Aún le pido disculpas por eso – Llevé mis manos a mi rostro riendo – Ella sabe lo que me sucedió hace casi diez años – Ella asintió escribiendo pero se detuvo abruptamente al darse cuenta de lo que dije – ¿Quieres escuchar esa parte de la historia?

  • Esa historia la conozco hace tres años, entraste en un estado de ansiedad cuando me estabas hablando del tema, tuve que llamar una ambulancia por el trastorno que estabas sufriendo.

  • Lo sé, pero te hablo del momento en el que se lo conté a ella.

  • Oh, claro… - Asintió preparándose para tomar apunte o algo así.


  • Jayde – Susurré sintiendo sus débiles caricias en mi cabello.

  • Dime – Susurró ella con su voz ronca y algo balbuceante.

  • Perdóname – Me disculpé al llevar mi mano derecha a su pecho y notar su camiseta mojada por mis propias lágrimas – Arruine tu camisa – Limpié mis lágrimas con mis puños enojada conmigo misma.

  • La camiseta me importa poco, solo quisiera entender la razón del porque lloras, me siento inútil al verte llorar mientras yo lo único que hago es abrazarte en silencio – Murmuraba con la voz quebrada – Odio verte llorar – Me separé de ella y me senté al borde de la cama sintiendo la suave alfombra de la habitación en mis pies – Sia… - Susurró arrodillándose frente de mí. Tenía una cara de preocupación horrible, sus ojos lucían cansados pero ella hacia lo posible para mantenerse despierta, los parpados se le cerraban continuamente pero ella peleaba por mantenerlos abiertos, ¿Por qué me soporta? ¿Por qué alguien quisiera soportar a una tonta llorona como yo? ¿Por qué alguien como ella, perfecta, quiere estar con alguien tan complicada como yo? Mis ojos volvieron a inundarse de lágrimas, ¿Por qué ella quiere estar con alguien como muchos problemas? – Detente, por favor – Sus ojos se llenaron de lágrimas quienes trataban de buscar mi mirada pero lo único que hacía era esquivarla, me dolía verla en ese estado – No llores más. Mírame, por favor.

  • No puedo hacerlo… - Sollocé negando con la cabeza mientras enterraba mi rostro entre mis manos tratando de ocultarme de su mirada.

  • ¿Por qué? – Preguntó acariciando mi brazo con una de sus manos.

  • Odio verte así, es mi culpa… si tan solo… hubiera ignorado las malditas cicatrices… y, y hubiéramos seguido con lo que estábamos haciendo, juro que nada de esto hubiera ocurrido – Dije preocupada entre sollozos trataba de sonar firme pero la falta de oxígeno en mis pulmones complicaban la situación – Tan solo hubiera ignorado mis malditos defectos… Mis miedos…

  • Shh… - Susurró apartando mis manos de mi rostro – Sia… - Volvió a susurrar colocando su dedo en mi mentón haciendo que suavemente levantara la mirada encontrándome con sus preocupantes ojos – No tienes ni un maldito defecto – Decía sosteniendo mi rostro con ambas manos – Tu eres…

  • ¡No lo soy! – Interrumpí abruptamente tratando de separarme de ella, pero Jay fue más rápida y con uno de sus brazos rodeó mi cintura y me sostuvo firmemente, con su otra mano libre me tomó de la mano para subirla a sus labios y besar gentilmente las largas y delgadas líneas blancas de mi muñeca – No… No soy perfecta, Jayde… - Susurré temblorosamente – No lo soy…

  • Pero tú…

  • ¡Maldición, Jayde! – Me quejé molesta – ¡Deja de mentir!

  • No estoy mintiendo…

  • ¡Mierda! – Suspiré frustrada sin detener las lágrimas – ¡Si lo haces! – Comencé a golpear sus hombros tratando de alejarla de ella, ¿Por qué no me echaba de su apartamento?

  • Anastasia… - Trató inútilmente tranquilizarme pero tenía tanta rabia de mi misma que no podía reprimir un minuto más.

  • ¡No! ¡Anastasia, nada! – Grité deteniendo los golpes para mirarla fijamente – ¡No soy perfecta! – Sollocé bajando la mirada, sintiendo mis lágrimas desprenderse de mi mentón y de la punta de mi nariz – Nunca seré perfecta… No puedes ayudarme, Jayde… No puedes arreglarme….

  • ¡No estas rota! – Chilló tratando de abrazarme pero me impulsé hacia atrás con mis brazos – No eres un objeto…

  • ¡Así me sentía hace diez años! – Recosté mi espalda en la base de la cama y abracé mis piernas enterrando mis ojos en mis rodillas – Me… Me sentía como… un objeto, un… juguete.

  • Sia… - Apreté los puños al escuchar su voz, podía sentir el dolor en su voz – Anastasia… - Sostuvo nuevamente mi rostro entre sus manos obligándome a encontrarme con sus ojos en donde las lágrimas pedían salir a gritos – No eres perfecta, lo perfecto es feo… Tú eres mucho más que eso, tú eres jodidamente imperfecta, eres perfectamente imperfecta… No eres un objeto… Ni mucho menos un juguete, tu eres una chica preciosa – Una lagrima resbaló por su mejilla derecha hasta tocar su mentón para desaparecer por su cuello – Eres una chica que ha pasado por mucho dolor, y… y, yo… Lo único que quiero es mostrarte que no todo tiene que ser dolor a tu alrededor, quiero enseñarte los pequeños placeres de la vida, quiero que aprendas a dejar ese miedo en el pasado y empieces a enseñarles a todos la hermosa sonrisa que tienes, esa sonrisa que ha estado oculta por mucho tiempo… - Calló acariciando mi mejilla con su pulgar.

  • Lo hago contigo… - Murmuré limpiando con uno de mis pulgares la lagrima que bajaba por su mejilla.

  • Lo sé… Y no sabes lo mucho que me agrada verte sonreír, pero quisiera, tan solo… me gustaría verte feliz un poco más seguido y menos atrapada en tu cabecita – Una pequeña sonrisa salió de sus labios mientras me miraba a los ojos y ponía un mechón de cabello detrás de mí oreja.

  • ¿Es malo?

  • No, para nada – Murmuró nuevamente acariciando mi mejilla con su pulgar.

  • Quisiera…

  • ¿Qué?

  • Poder… pero no puedo… - Aparté mis ojos de los suyos que me miraban detenidamente.

  • ¿Qué no puedes?

  • No puedo contarte, quiero, pero no puedo… ¡Tengo miedo! – Grité frustrada apartando sus brazos de mi rostro.

  • ¿A que le tienes miedo? – Preguntó levantando su mano con intención de acariciar nuevamente mi rostro pero me levante de la cama y me aleje de ella, evitando todo tipo de contacto físico y visual – Sia… - Escuché en mi espalda. Mordí mis labios evitando que los sollozos salieran, apreté los ojos fuertemente sintiendo como mis lágrimas quemaban mi rostro.

  • ¡Tengo miedo de perderte! – Volteé a verla sin dejar de llorar. Recordé a la gente que le había contado mi pasado, pero ellos en lugar de apoyarme, se esfumaron – Las personas me prometen que estarán siempre a mi lado y cuando les he dicho esto terminan abandonándome – Di un paso atrás hasta pegar mi espalda a la pared en donde me deslice hasta caer al suelo, abracé mis piernas y escondí mi cabeza entre ellas – Por eso odio las promesas, cuando me prometen algo no puedo evitar ponerme nerviosa. No puedo evitar sentirme culpable al no decírselo a los que considero mis únicos amigos… Tengo miedo de perderlos también…

  • Sia… - Ella se encontraba arrodillada enfrente de mí – Nuevamente… No me perderás, yo no me iré de tu lado hasta que tú me lo pidas – Ella acarició con una de sus manos las mías las cuales aún se aferraban con las uñas a mis piernas – Pero tampoco te voy a descuidar – Levanté la mirada y una pequeña sonrisa adorno sus labios – Recuerda que nunca me alejaría de la persona que más amo, Sia… - Acarició mi rodilla – No me compares con nadie. Yo no soy como las personas que fueron estúpidas contigo, no soy yo quién te hace llorar así. Me conociste por algo y yo me dedicare a hacerte feliz cada momento que pases conmigo.

  • ¿Prometes no abandonarme?

  • Te lo prometo, cariño, te lo juro… - Agarró mis manos y las llevo a sus labios, besándolas gentilmente sobre el dorsal de estos – Nunca te voy a abandonar – No pude más y la abracé sin detener las lágrimas.

  • Ellos me hicieron daño – Dije con la poca voz que tenía.

  • ¿Quiénes? – Su voz era suave, pero de angustia y preocupación. Una de sus manos estaba aferrada a mi cintura y la otra subía desde mi nuca hasta al final de mi espalda, acariciándola con lentitud.

  • Los escoltas – No podía dejar de llorar, el solo recordar me hacía sentir la persona más sucia del mundo – Me fueron a buscar al colegio y me llevaron a un almacén en las afueras de la ciudad…

  • Sia, no sigas si no quieres – Murmuró temblorosamente.

  • Habían muchos hombres ahí, estaban sentados con sus costosos trajes… Me vendieron en una subasta – Jayde me apretó a su cuerpo y lo único que hice fue ahogar los sollozos en su hombro mientras me aferraba con los brazos a su cuello – Un repugnante señor con anteojos me compró por setecientos ochenta y cinco mil euros…

  • Anastasia…

  • Cinco horas tardó la policía en localizarme, pero fue suficiente para que él arruinara mi vida…

  • Por favor, no sigas si no quieres…

  • Me hizo daño… – Sentía mi cuerpo tembloroso, en mi mente regresaron los fantasma una vez más, ese monstruo regresó a mi mente, empujé a Jayde y me alejé de ella poniéndome de pie pero ya no la veía. No era Jayde, ahora era otra persona, era aquel enfermo que abuso de mí cuando tenía seis años.

  • Anastasia – Su fuerte y lasciva voz me estremeció. Trataba de mantenerme de pie, mi cuerpo temblaba del miedo – No te hare daño, yo te quiero mucho…

  • Aléjate, por favor – Supliqué dando unos pasos atrás haciendo que mi espalda se golpeara en la pared. Estiró su mano con intenciones de tocarme y lo único que hice fue cerrar los ojos y pegarme aún más a la pared - ¡Basta!

  • Sia, soy yo… Jayde – Traté de tranquilizarme pero era inútil, lentamente abrí los ojos, y ahí estaba ella con sus manos tomando las mías y su rostro lleno de preocupación, una de sus mejillas estaba roja y con algunos arañazos en donde unas pequeñas gotas de sangre descendían por su cuello – No tienes que seguir…

  • L-Lo… Lo siento… Yo, yo… yo no…. Per… perdóname…

  • No te preocupes – Murmuró sin apartar sus ojos – Por eso las…

  • Por eso las cicatrices… - Balbuceé abrazándola, aferrándome a su cuello. Sintiéndome segura en sus brazos – Cada vez que trataba de escapar él me hacía cortes en… el cuerpo… di-diciéndome… que…

  • Era una guerra contra ti misma – A completó temblorosamente en mi hombro.

  • Él decía que los cortes eran de mis propios actos, que eran marcas de una guerra, que según él, yo misma quería…  – Sollocé hiperventilando envolviendo con mis brazos su cuello y aferrándome a ella con fuerza – Yo no quería… Pero no podía… Él tenía más fuerza… No puedo evitar sentir repulsión de mi misma, me siento sucia… Me siento la persona más asquerosa de toda Europa. De todo el mundo.

  • Sia… – Susurró tomándome de los brazos para separarme de su cuerpo, obligándome a verla a los ojos.

  • ¡NO PUEDO! – Grité mirándola a los ojos. Sentí algo rascar la puerta, era Ozzie quien trataba desesperadamente entrar a la habitación.

  • ¿Qué no puedes? – Preguntó levantando un poco la voz.

  • ¡TENGO MIEDO! – Exclamé apretando los ojos.

  • ¿¡A QUÉ LE TIENES MIEDO!? – Gritó ella sin soltarme, sin apartar sus ojos de los míos temblorosos.

  • ¡DE QUE ALGÚN DÍA ÉL REGRESE Y ME HAGA DAÑO! – Dije sollozando.

  • ¡ÉL NO VA A HACERTE DAÑO OTRA VEZ! – Decía con lágrimas en sus ojos pero firmeza en su voz.

  • ¡TENGO MIEDO DE QUE SALGA DE LA SANTÉ!

  • ¡NO SALDRÁ! – Me abrazó y besó mi frente – No saldrá… - Suavizó su voz – Él no saldrá de ahí…

  • No quiero que salga… - Mis piernas perdieron fuerzas y Jayde logró sostenerme apoyándose en la pared para después deslizarse en ella mientras me mantenía firmemente agarrada en sus brazos colocándome en su regazo y con cabeza apoyada en su hombro y mi rostro enterrado en su cuello.

  • No… - Susurró acariciando mi cabello – No saldrá… Él… no lo hará… No saldrá…

  • No quiero…

  • Te quiero, Anastasia…

  • Yo también te quiero – Respondí débilmente, sintiendo mis parpados pesados y adoloridos, mi garganta ardiendo y mis labios secos. Mi cuerpo se encontraba completamente entumecido y sentía que mis pulmones y mi pecho adolorido por la falta de aire.

  • Te ayudare a superar esto, lo haremos juntas… Juntas mataremos los demonios…

Acarició mi cabello por unos minutos y me levantó del suelo entre sus brazos para llevarme a la cama, hizo que me acostara sobre su pecho y así lo hice, sus caricias en mi cabello regresaron una vez más tratando de tranquilizar mi cuerpo que no me había dado cuenta que se encontraba temblando y no era precisamente por la nevada que había afuera y se podía apreciar desde el ventanal.

Los rasguños en la puerta se habían detenido, lo único que nos acompañaba era el silencio en todo el apartamento y el débil sonido de nuestras respiraciones tratando de sincronizarse.

  • Some say love… (Unos dicen que el amor) – Tarareó cortando el silencio sin detener sus caricias – It is a river… That drowns the tender reed (Es un rio que ahoga al tierno junco) – Esa canción… – Some say love… It is a razor…  (Unos dicen que el amor es una navaja) That leaves your soul to bleed (Que deja tu alma desangrándose) Some say love… It is a hunger… (Unos dicen que el amor es un hambre) An endless, aching need (Una necesidad interminable que duele) – Me separé un poco de ella para mirarla y una pequeña sonrisa salió de sus labios mientras acariciaba mi mejilla con su pulgar limpiando mis lágrimas – I say love… (Yo digo que el amor) It is a flower… And you it's only seed (Es una flor, y tú eres la única semilla) – Suspiró sin apartar sus ojos de los míos y sin quitar su mano de mi mejilla – No dejare que nadie, nunca, jamás… vuelva a hacerte daño.

  • ¿Bette Midler? – Preguntó interrumpiendo mi recuerdo más preciado.

  • No – Dije negando con la cabeza mirando el blanco techo de la oficina recordando el hermoso candelabro que colgaba en el salón del Intercontinental – Era más como del estilo de Amanda – Logré responder saliendo de mi burbuja de pensamientos. Ella asintió en silencio escribiendo.

  • ¿Qué se sintió expresar el tema con otra persona?

  • Extraño pero a la vez…

  • ¿Reconfortante? – Asentí.

  • Siento que me quite un peso encima… - Suspiré – Es raro, sabes… con ella tuve la confianza suficiente para decirle, mis amigos no lo saben…

  • Tal vez crees que con una persona pasajera en tu vida pudiste ser honesta…

  • No. Ella no es una persona pasajera – Interrumpí a la defensiva – Si llego a perderla juro que…

  • ¿Juras qué, Sia?

  • No puedo imaginarme sin ella – Mis ojos se llenaron de lágrimas – Tan solo pensar en que podría perderla, me hace daño.

  • Al parecer te importa mucho esta chica…

  • Jayde – A completé.

  • Jayde – Repitió pasándome la pequeña caja de kleenex que había en su escritorio – No es un nombre muy común que digamos, creo haber escuchado ese nombre en algún lado – ¿Museo de Orsay?

  • Contesté mentalmente.

  • Ella me importa muchísimo, no tienes idea de cuánto.

  • Cuéntame de ella – La miré unos segundos – Al parecer le tienes mucho cariño y mucha confianza – Zoé sonrió pasando rápidamente la página del libro dejándome ver su hermosa caligrafía por solo unos segundos.

  • No es solo eso… - Ella me miraba sin decir nada – Por ella soy capaz de cometer locuras inexplicables, solo por ella soy capaz de aceptar lo inaceptable…

Jayde

  • ¿Qué quieres? – Balbuceé al sentir un peso encima de mí – Carajo, Kim, deja dormir – Gruñí colocándome una almohada en el rostro.

  • Préstame tu auto – Susurró en mi nuca mientras me abrazaba por encima de la sábana.

  • No, usa el tuyo – Me quejé pateándola fuera de la cama.

  • Oh, vamos, por favor – Suplicó – ¿Quieres venir? Iremos a comer a ‘De Kas’ y luego vamos a bailar algo nuevo de Beyoncé en ‘Jimmy Woo’.

  • No, gracias…  ¿Qué hora es? – Me recosté en la cabecera de la cama un poco alarmada al ver que era no había el poco sol que había en la mañana.

Recordé que me encontraba semidesnuda y lo más rápido que pude, agarré la sábana y me tapé el torso.

  • Ay, por dios, Jayde… - Rió Kim sentándose al borde de la cama – Te he visto miles de veces desnuda – Me miró fijamente y lo único que hice fue apartarle la mirada – Espera… ¿Qué tienes aquí? – Preguntó burlescamente apuntando mi cuello.

  • Cállate – Golpeé su mano alejándola de mí – Ve a bajarle a la música de tu habitación, creo que se escucha hasta el otro lado del puente – Dije nerviosa envolviéndome en la sábana mientras escuchaba claramente la voz de Cheryl Cole retumbar por todo el apartamento – Que canción más estúpida.

  • ¡Oye! – Exclamó lanzándome una almohada en el rostro – Respeta mis gustos, ¿Crees que me gustan las canciones deprimentes que tu pones?

  • Andre Rieu, Sarah Brightman, Lana del Rey, Era, Enigma…

  • Sí, sí, sí, ya entendí – Me interrumpió.

  • No son deprimentes…

  • La única canción que tenemos en común es la canción de Inva Mula.

  • De hecho, no es una canción…

  • Carajo, Jayde…

  • Es un aria y se llama ‘Il Dolce Suono’ (El dulce sonido). Y es de la ópera ‘Lucia di Lammermoor’ de Gaetano Donizetti.

  • ¡Como sea! – Expresó levantándose de la cama – Ya me aburrí de hablar contigo, estoy perdiendo mi valioso tiempo aquí –Rodeé los ojos al verla salir de mi habitación.

  • Alex vendrá mañana – Comenté haciendo que ella se volteara a verme desde el pasillo – ¿Has hablado con él?

  • No.

  • ¿Irás mañana conmigo a la estación?

  • No lo sé, si no despierto con resaca, iré – Encogió de hombros – Adiós.

  • Detesto esa palabra – Ella suspiró y desapareció por el pasillo.

Me senté al borde de la cama frente al ventanal que se encontraban las cortinas apenas abiertas y miré la neblina que había en las calles las cuales estaban cubiertas de nieve.

  • Está loca – Pensé en voz alta refiriéndome a mi queridísima amiga que estaba en busca de una buena sesión de sexo en un club, ¿Quién piensa ir a un club con este clima? ¡Carajo!

Me di una larga ducha y al salir del baño mire la hora en mi teléfono, eran casi las seis de la tarde. Entré al vestier y no pude evitar suspirar con nostalgia. Ya estaba acostumbrada a ver la ropa de Anastasia en mi apartamento en Londres, como sus zapatos en la entrada perfectamente acomodados. Su perfume, maquillaje y cepillo dental en el baño. Uno que otro libro en la mesa del centro redonda. Ver en el gabinete superior de la cocina la caja de Frosted Flakes que ella comía con mucha frecuencia, con o sin leche.

Abrazar a Anastasia era probablemente una de las mejores cosas que podía hacer por toda mi vida. Me sentía en la cima del mundo cuando lo hacía. La forma en la que nos encontrábamos en la cama mirando alguna película o simplemente estábamos despiertas a altas horas de la noche platicando mientras Anastasia se acurrucaba en mi pecho y algunas veces sus manos jugaban en mi abdomen por debajo de la camiseta hacía que enloqueciera. Pero… mi cosa favorita era cuando sentía los dedos de Anastasia entre mi cabello, su aliento caliente golpeando mi rostro y su nariz rozando con la mía. Algunas veces ella me pateaba mientras dormía. Incluso yo intentaba despertarme antes que ella para poder verla dormir. Para poder verla con su boca levemente abierta o algunas veces con una sonrisa que lograba arrugar su respingada nariz. Amo todo lo que Anastasia hace. Su risa que lograba contagiar a cualquiera. Era una risa inocente, la forma en la que sacaba la lengua cuando jugaba con Ozzie, las marcas de belleza en su rostro, sus grandes ojos marrones que bajo la luz se volvían mucho más claros, su cabello; realmente amo su cabello y sus labios, sus besables labios. Simplemente la amo. Sabía lo serio que era porque Anastasia estaba incluso en mis sueños cuando incluso no la tenía. Cuando ella era lo prohibido para mí.

Después de haberme colocado unos pants grises holgados, una camiseta blanca, suéter negro de lana, unos calcetines y un gorro, fui a la cocina a ver que podría preparar… Me había prometido a mí misma aprender a cocinar para cuando regrese a París pueda sorprender a Anastasia con una comida hecha por mí misma sin ayuda de nadie.

Abrí uno de los primeros cajones de la encimera de granito que había en el centro de la cocina y saque un recetario que Kim había comprado recientemente y pase una por una las paginas pero no había alguna receta fácil, volví a colocarla en su lugar y fui a la habitación por la MacBook y regresé a la cocina para comenzar a buscar alguna receta y sonreí al ver la receta perfecta. Tan solo ver la imagen de la receta me dio hambre.

Miré la hora, seis con veintitrés. Me cambié los pants por unos Jeans y agarré unos Pointer Footwear negros con un dobladillo dejando ver la blanca lana que había en el interior de los sneakers. Busque mi identificación, una tarjeta de crédito, uno poco de efectivo, mi teléfono y caminé por el living en donde agarre mi abrigo Helmut Lang que estaba en el perchero detrás de la puerta en donde metí en los bolsillos mis pertenencias y por ultimo protegí mi cuello en una bufanda verde olivo de Paula Bianco que alguna vez recibí en mi cumpleaños número veinte de alguien de la universidad.

Salí del edificio y mientras caminaba por aquellas famosas calles angostas de Ámsterdam, llamé a Jurrien.

    • ¿Hola? – Una voz ronca y algo tosca respondió la llamada.
    • ¿Jurrien? Soy Jayde…
    • ¡Jayde! – Repitió alegre – Feliz navidad y año nuevo pequeña mierda – Felicitó carcajeando.
    • Igualmente imbécil – Reí doblando por Haarlemmerdijk – Oye, quiero pedirte un favor.
    • Ya te dije que no, tengo novia y la quiero mucho – Rodé los ojos y suspiré divertida.
    • No cambias – Negué débilmente con la cabeza – Sigues siendo el mismo idiota de la universidad – Reí deteniéndome en un esquina para mirar que no viniera ningún auto y crucé apartándome a un lado al observar de lejos a chico que venía a mi dirección a toda prisa – No era eso, es sobre la motocicleta.
    • Ah – Suspiró – ¿Qué tiene? ¿Comenzó a fallar?
    • No, solo quiero que consigas un comprador – Encogí de hombros – El dinero te lo paso a dejar mañana por la tarde, ¿Sí?
    • No te preocupes, y lo de tu petición no hay problema. Yo consigo al comprador.
    • Gracias, Jurz – Me detuve en las puertas del Albert Heijn.
    • Por nada, Jay – Rió – Te quiero, idiota – Se despidió terminando la llamada dejándome con las palabras en la boca.

Guardé mi teléfono en los bolsillos del abrigo y entré al supermercado. Después de comprar lo que necesitaba regresé al apartamento, coloque un poco de música en el portátil que se encontraba en la encimera.

    • ¡Hola! – La mimada voz de Anastasia aceleró mi corazón.
    • Hola, cariño – Respondí cortando pequeños cuadritos de queso gouda - ¿Qué tal tu primer día de colegio?
    • Bien – Dejé de cortar el queso.
    • ¿’Bien’? – Cuestioné con extrañeza al tono de su voz.
    • Sí, ¿Por qué?
    • Te escucho triste, ¿Estas bien?
    • En realidad, no – Respondió – Te extraño mucho.
    • Yo también – Sin evitarlo, reí.
    • Cuéntame en chiste.
    • No hay chiste…
    • ¿Entonces? – Respiré hondo limpiando mis manos con una servilleta y caminé a la MacBook para bajarle un poco a la música.
    • Es algo tonto…
    • Dime – Se quejó en tono caprichoso.
    • No recuerdo la última vez que alguien me decía que me extrañaba…
    • ¿Y tu familia? – Preguntó divertida.
    • Sí, pero digo… Alguien que me quiera, sentimentalmente, tú sabes… Una pareja – Encogí los hombros mordiéndome mi labio inferior al darme cuenta que comenzaba a sonar ‘Dream’ de Priscilla Ahn siempre hacia que me dieran ganas de llorar, me hacía recordar el día que mi madre me había llamado para decirme que mi abuela Elizabeth había fallecido, yo iba manejando mientras ‘Dream’ iba sonando en la radio.
    • ¿Te encuentras bien? – Preguntó sonando preocupada. Hice click y pase la siguiente canción de manera aleatoria, ‘I Won't Let You Go’ comenzó a sonar. James Morrison, te amo.
    • Ajá – Logré responder con un nudo en la garganta, sentía que el oxígeno no llegaba a mis pulmones – Mi vida era deprimente, me la pasaba todo el día en el estudio y al llegar la noche llegaba al apartamento a encerrarme a escuchar Eric Clapton, Pearl Jam, Coldplay y Bob Dylan mientras bebía Johnnie Walker desde la botella y me terminaba una cajetilla de Benson & Hedges en menos de una veintitrés minutos…
    • Yo me la pasaba con la doctora Beaumont casi toda la tarde y por las noches me la pasaba llorando y tenía pesadillas – Murmuró.
    • Estoy aprendiendo a hacer un omelette, ¿Sabes? – Comenté tratando de cambiar el tema al notar su incomodidad.
    • Que rico – Sentí como sonreía cálidamente – ¿De qué es?
    • De jamón y queso – Reí – Pero no pude…
    • ¿Por qué?
    • Se quemó – Murmuré avergonzada viendo sobre mi hombro derecho la sartén que estaba sobre la Samsung eléctrica – Pero aprendí a hacer unas Quesadillas a lo Taco Bell – Anastasia Carcajeó – Y papas fritas.
    • ¿Caseras? – Preguntó conteniendo la risa. Miré al otro lado de la encimera y mordí mis labios al ver la envoltura de las papas fritas de la marca McCain.
    • No.
    • ¡Jay! – Se quejó sin dejar de reírse – Dijiste que lo intentarías…
    • Y estoy haciendo mi mayor esfuerzo… – Me excusé estirando mis manos al plato de papas fritas pero no pude evitar soltar un pequeño quejido al tocarlas, acaban de salir del aceite – Mierda…
    • … Para poder tener más privacidad, según tú.
    • Lo sé. Y eso quiero, quiero poder levantarme por las mañanas antes que tú y poder cocinarte algo delicioso para que cuando entres a la cocina veas todo lo que te prepare.
    • Mi amor, pero con el cereal con banana y fresas acompañado con dos rebanas de pan tostado con nutella y mermelada, y el Macchiato de caramelo.
    • Eso es porque un cereal y unas tostadas son fáciles de hacer, y el Macchiato iba a comprarlo al Starbucks que está en la cuarenta y cinco de la calle Whitechapel.
    • Hmm… Ahora entiendo las galletas en las bolsas de papel con el logo – Rió con ironía.
    • Já, Já, Já… ¿Y qué estás haciendo? – Pregunté cambiando nuevamente de tema.
    • Estoy leyendo nuevamente la historia de Thäis – Murmuró en un sollozo.
    • ¿’Thäis’? – Repetí ante extraño nombre, lo había oído pero… ¿De dónde?
    • El libro de Anne-Dauphine Julliand – Decía soltando un suspiro – Es algo, emotivo y triste al mismo tiempo – Volvió a sollozar. ¡Dios! Hace unos segundos ella reía y ahora estaba llorando, honestamente me siento pésima al haber cambiado de tema - ¡Te extraño! – Suspiró temblorosamente.
    • Yo también te extraño…
    • Dejemos de hablar de esto porque lo único que me provocas es que tomé un boleto a Londres – Dijo tratando de sonar divertida pero lo único que consiguió fue un suspiró nostálgico.
    • De hecho, ya no estoy en Londres – Comenté con pocos ánimos mirando la soledad que estaba por todo el apartamento.
    • Ah, ¿No?
    • No – Aseguré – Regresamos a Ámsterdam por la madrugada.
    • Oh...

Llevaba quince minutos sentada en uno de los bancos frente al andén en el que se suponía que llegaría Alex mientras esperaba con un cappuccino de vainilla en mi mano que había comprado en el Grand Café-Restaurant. Ya había leído la revista Vogue una y otra vez, ya me sabía cada línea de cada página, mi aburrimiento y mi hambre me estaba matando. Miré nuevamente la hora en mi teléfono y habían pasado otros diez minutos.

  • ¡Jayde! – Escuché un grito lejano detrás de mí que me obligó a detenerme, volteé a ver y era Alex bajando desde el otro lado de la estación del primer vagón de aquel tren rojo.

  • Tonto – Murmuré caminando hacia él - ¡Te extrañe! – Él dejo sus dos maletas en el suelo por sus costados y abrió los brazos en donde ambos nos aferramos uno al otro siendo observados por una que otra persona que también descendían de los vagones.

  • Yo también te extrañe – Murmuró apretándome a su cuerpo, él era unos diez centímetros más alto que yo pero con mis zapatos estábamos a la misma altura lo cual no se me dificultaba abrazarlo por el cuello – Debería haber un delito en contra de esos pantalones – Murmuró. Me despegué de él algo desconcertante ante su comentario. Por dios, yo sabía cómo vestirme.

  • ¿Perdón? – Levanté una ceja mirándolo con una pizca de odio.

  • Te quedan bien, no puedo creer que no notaras las miradas – Sonrió mirando discretamente a nuestro alrededor – Estas guapa – Susurró con aquella voz ronca dándole ese toque sexy. Me sonroje ante su halago.

Su cabello castaño claro estaba un poco más largo y estaba algo revuelto pero aún tenía ese aspecto presentable. Sus ojos seguían siendo verdes claros y sus pupilas eran pequeños puntos en esos enormes ojos. La sonrisa carismática acompañada de vello facial de algunos días perfectamente cuidada. Su tez blanca seguía igual. Su cuerpo lucía tonificado, al parecer estaba haciendo mucho ejercicio en los últimos meses que no lo había visto; Un gorro gris que dejaba un pequeño flequillo ladeado en su frente, una bufanda negra de lana aferrada a su cuello en su nudo perfecto, una chaqueta denim con lana en el interior solamente tres botones abrochados dejándome ver una camisa roja de cuadros en donde las mangas sobresalían perfectamente dobladas por las muñecas de la chaqueta. Unos Jeans oscuros a la medida. Sus clásicos Generic Surplus grises aun lucían como si fueran nuevos a pesar de que él se los había comprado cuatro años atrás en Croacia… ¿O fue en Alemania? En fin.

  • ¿Qué tal los días navideños con la familia? – Preguntó mientras colocaba sus maletas en la cajuela.

  • Excelentes, ¿Y las tuyas? – Pregunté viéndolo cerrar la tapa con cuidado, él sabía cuánto adoraba el auto.

  • Iguales de increíbles – Le lancé las llaves y torpemente las atrapó, se sorprendió de que lo dejara manejar mi auto.

  • Vamos – Reí caminando a la puerta del copiloto. Alex parpadeó por un momento y rápidamente subió al auto – Tengo hambre – Comenté mientras Alex se detenía en la curva de la salida del estacionamiento por culpa de una Range Rover que se había atravesado.

  • Podemos comprar algo en el camino – Contestó acelerando ante la luz verde.

  • No… - Me quejé golpeando su pierna con mi puño.

  • ¡Hey! – Se quejó quitando su mano de la palanca de cambios para darme un manotazo en el brazo – Ya estamos a mano.

  • No tengo ganas de comprar nada… - Volteé a verlo con una sonrisa.

  • No, no y no – Negó Alex – Yo no vine a Ámsterdam a cocinar, quiero mis vacaciones con tranquilidad – Advirtió.

  • Okey – Murmuré encendiendo el estéreo – No… – Susurré al escuchar “Let Her Go” en la radio.

  • Esa… Es la canción más jodida que he escuchado – Dijo Alex en voz baja al detenerse en un semáforo rojo.

  • Sí – Reafirmé al recostar mi cabeza en el vidrio de la ventana perdiéndome en el paisaje.

Anastasia.

  • Por favor, Odette… - Supliqué tratando de salir de la biblioteca – Necesito ir a mi clase de francés – Murmuré algo aterrada. Esa chica llevaba dos años haciendo mi vida un infierno.

  • Hmm… - Balbuceó ladeando un poco su cabeza llevando su dedo índice a los labios mientras me examinaba de abajo hacia arriba. Sus penetrantes ojos azules se encontraron fijamente con los míos los cuales evadieron rápidamente la intimidante mirada – Okay, Rotzler – Susurró moviéndose a un lado alejándose de la puerta de vidrio.

Tragué saliva con fuerza y apenas levante la mirada al ver el camino libre y salí rápidamente de la biblioteca con mis libros en los brazos los cuales temblaban con fuerza y apenas tenía la suficiente resistencia de mantener mis libros apretados en mi pecho.

Toda la mañana me la había pasado evitando a Claire, quien era mi única amiga en el colegio. Sí, para muchos eso es extraño y hasta cierto punto, deprimente. Pero era la verdad, no me considero una persona sociable. Soy tímida y hasta cierto punto, nerviosa. El colegio es un infierno y mi historial de los últimos dos años en este instituto no me favorecía en nada. Ataques de ansiedad y los sangrados nasales eran una de las cosas constantes que me sucedían pero estas pequeñas vacaciones fueron distintas, sí, había tenido ataques de ansiedad pero los sangrados felizmente no me habían sucedido mientras estaba con Jayde lo cual me tranquilizaba un poco. Ella estaba lidiando mucho con mis problemas y lo último que quería era causarle más.

Al terminar mi clase de francés salí del aula a toda prisa para evitar el caos que se desataban en los pasillos  pero unos cuantos pasos antes de llegar a mi casillero tropecé con alguien cayendo de la persona mientras veía de reojo mis libros caer lejos de donde estaba…

  • Por dios, lo siento muchísimo – Me disculpé avergonzada levantando la mirada encontrándome con unos grandes ojos verdes, la profunda mirada lograba intimidarme. Aparté la mirada rápidamente.

  • No te preocupes – Su suave y masculina voz me erizó la piel – ¿Podrías, por favor?

  • Que tonta – Balbuceé tambaleando la cabeza lentamente mientras me ponía de pie.

El chico sonrió apoyando uno de sus brazos en el suelo para impulsarse logrando ponerse de pie rápidamente. El desconocido volvió a clavar su mirada en mí y por nervios baje la mirada viendo como mis libros eran pateados y pisoteados sin piedad, me incliné para recogerlos pero una mano se colocó en uno de mis hombros obligándome a levantar la mirada para encontrarme una vez más con la verdosa e intimidante mirada. Miré al chico un poco confundida y sorprendida al verlo recoger mis libros empujando a los chicos que los pisaban sin escrúpulos.

  • Creo que son tuyos – Dijo extendiendo su mano sosteniendo firmemente mi libro francés y química.

  • Gracias… – Susurré con la mirada fija en mis zapatos mientras agarraba mis libros. ¿Por qué me estaba poniendo nerviosa?

  • Soy Ivan – Lo miré y sonrió extendiendo su mano.

  • Eh… Hmm… - Estreché su mano rápidamente.

  • ¡SIA! – Escuché detrás de mí.

  • Claire – Murmuré sintiéndola llegar y colocarse a mi lado.

  • Te estuve buscando – Dijo jadeante mirándome, luego volteó a ver por un segundo a Ivan quien aún estaba parado frente a nosotras – Hola.

  • Hola – Saludó él – Ivan – Volvió a extender su mano.

  • Claire, mucho gusto – Estrechó su mano con una sonrisa – Sia, ¿Nos vamos?

  • S-Sí… - Tartamudeé apenas levantando la mirada.

  • ¿Estas bien? – Preguntó alarmada. Asentí rápidamente.

  • Tengo que irme – Comentó Ivan, asentí sin decir nada. Su mirada me estremecía y no sabía por qué.

  • Vamos – Dijo Claire tomándome del brazo y arrastrándome a través del tráfico estudiantil en donde más de uno pasaba por mi lado haciendo que perdiera un poco el equilibrio pero afortunadamente no volví a caerme – Apúrate – Murmuró agitada apoyándose en el casillero que estaba a un lado del mío mientras trataba de buscar oxígeno.

Guarde rápidamente mis libros y al cerrar mi casillero, Claire volvió a tomarme de la mano y me arrastró hasta el comedor el cual estaba infestado. Miré a Claire pidiéndole disculpas y ella me fulminó con la mirada formándose en la fila para ir a los exhibidores de comida alineados que poco a poco se iban quedando vacíos.

  • Creí que nos queríamos sin comer – Bromeó Claire deslizándose sobre el asiento que rodeaba la mesa negra de granito. Asentí en silencio sentándome a su lado – ¿Y, tú? – La miré sin entender – ¿Qué tienes? ¿Jayde? – Asentí tratando de no llorar, ella subió una de sus manos y acaricio la mira sobre la mesa – Lo siento mucho, Sia… - Encogí de hombros y aparte con delicadeza mi mano para quitarle la envoltura transparente del croissant de jamón y queso.

  • La extraño – Comenté con nostalgia.

  • No te ha llamado, ¿Verdad?

  • No… Ha pasado dos semanas desde la última vez que hablamos… y nos vimos a través de una pantalla.

  • ¿La videollamada? – Asentí tratando de controlar mi respiración.

  • Pero, tengo que ser paciente… Ella está trabajando y a lo mejor está viajando por el mundo, porque es su trabajo. Ella en verdad ama su profesión y me alegra – Aseguré mordiéndome el labio con nerviosismo – Tiene piezas en todo el mundo… Dublín, Abu Dabi, Ámsterdam, Londres, Australia, España, Estados Unidos, Brasil, Alemania, Rumania, aquí… ¡Incluso Japón! – Susurré viendo el rostro sorprendido de Claire – ¡Sus pinturas son increíbles! – Sonreí – Y sus fotografías… Me dejan sin palabras…

  • Creo que le debo las gracias a Jayde…

  • ¿Por qué? – Mis ojos marrones se encontraron con los ojos verdes de ella quien se encontraba acomodando su rubia cabellera por un costado.

  • No recuerdo la última vez que te vi feliz – Dijo logrando sonrojarme – Hey… No es malo – Intervino al ver que había llevado mis manos a mi rostro – Es algo… Increíble, me gusta esta Anastasia… ¿Qué sucedió con la anterior Anastasia?

  • No lo sé – Encogí de hombros – Antes… me sentía como, no sé, me sentía rota… incompleta… y ahora, es como si la llegada de Jayde haya completado el insignificante puzzle de mi vida… Era la pieza faltante y la más importante para poder sentirme querida… Ella hace que me sienta bonita, deseada… - Murmuré sonrojada – Ella me ve perfecta, pero no lo soy… Ella si lo es… A su lado me siento insignificante – Encogí de hombros – Imperfecta…


  • Eres hermosa… Y, te mereces sentir así todos los días… – Murmuró ella acariciando mi mejilla con su pulgar sin apartar sus increíbles ojos de los míos – Sabes… Eres como una viva e interminable obra de arte…

  • ¿Por qué?

  • Porque, incluso cuando ayer te veías hermosa… Hoy luces mucho más, ¿Cómo haces para lucir así?

  • ¿Cómo?

  • Radiante…

  • Tú y tus comentarios – Rodeé los ojos sintiendo mis mejillas arder. Giré mi cuello logrando evitar la sonrisa que había en su rostro y también, logrando que sintiera como la cálida caricia que Jayde me proporcionaba en la mejilla con su pulgar sintiera el abandono.

  • Anastasia… - Suspiró ella. Volteé a verla y tenía una sonrisa torcida en su rostro.

  • ¿Qué sucede?

  • Yo… yo, solo… - Balbuceaba Jayde con nerviosismo – Quiero decirte que… - Calló unos segundos con la mirada abajo y volvió a subirla para mirarme de reojo – Te amo – Una de las esquinas de sus labios se levantó mostrándome una pequeña sonrisa ladeada – Lo sabes, ¿No? – Sabía que había algo más, algo que tal vez le costaba decirme pero, ¿Qué?

  • Sí, Jay… Lo sé, y yo también te amo – Sonreí tomando sus manos y comenzando a acariciarlas. Tenía tantas ganas de saber que era lo que quería decirme y no podía, pero tenía un pequeño presentimiento de que no debía presionarla. Ella odiaba sentirse hostigada por las personas, la hacía sentirse incomoda y era lo que yo menos quería que se sintiese - ¿Me vas a extrañar? – Pregunté con la mirada puestas en nuestras manos las cuales estaban puestas en el regazo de Jayde.

  • Ana…

  • Tú nunca me has dicho ‘Ana’… Es raro.

  • Es tu nombre…

  • Anastasia, ese es mi nombre.

  • Al igual que Ana, esas dos silabas también son importantes en todo tu nombre…

  • No quiero que te vayas…

  • Tengo que hacerlo…

  • … No quiero que me olvides…

  • No lo haré.

  • ¿Lo prometes? – Una de sus manos puso el mechón de mi cabello detrás de mí oreja. Su dedo índice acarició débilmente mi quijada mientras descendía hasta llegar a mi mentón en donde hizo que levantara la mirada y ahí estaba ella. Con una pequeña sonrisa mientras sus ojos estaban fijos en mis ojos.

  • Te lo juro… - Sus ojos miraban fijamente mis labios e inconscientemente me lamí los labios – No sabes las ganas que tengo de besarte – Murmuró sin apartar los ojos de mis labios.

  • Y… ¿Q-qué te detiene? – Tragué saliva al encontrarme con su intensa mirada, sus ojos eran aún más brillantes. Su ojo seguía siendo dorado, casi amarillo y su ojo derecho no era ni azul celeste, ni gris… Era casi un color esmeralda. Era como si tuviera dos de las piedras más preciosas que hay en el mundo como ojos las cuales eran severamente protegidas por unas largas y oscuras pestañas, y adornadas por unas gruesas y a la vez, finas cejas. Su cabello castaño caía en onda sobre sus hombros y brazos. Sus labios rojos estaban débilmente entreabiertos con una de las esquinas elevadas dándole ese aire seductor y misterioso que solamente ella pueda poseer acompañados de su ceja derecha elevada. Sexy…

  • La estúpida gente… - Murmuró – Anastasia… Estamos enfrente de la estación de trenes, cualquier fotógrafo puede atraparnos – A medida que su voz se fue apagando, su mirada descendió a nuestras manos.

  • ¿Qué ironía, no? Una fotógrafa siendo fotografiada por fotógrafos – Ella rió mudamente y volvió a subir sus ojos.

  • Maldita ironía… - Maldijo sonriente mientras acariciaba el torso de mi mano izquierda con su pulgar derecho – Pero… Sabes…

  • Dime.

  • Nos besamos en St. Pancras – Murmuró acercando peligrosamente su rostro cerca del mío, su caliente aliento golpeaba mis labios – No veo el problema de besarte aquí… - Decía sin apartar los ojos de mis labios – Pero no lo haré – Suspiró con tristeza en sus ojos en cuanto mis ojos encontraron los suyos.

  • ¿Por qué? – Cuestioné desconcertada mientras ella se alejaba y se giraba hacia el lado contrario para después recostar su espalda en respaldo de la banca de madera dando un largo suspiro y logrando que de sus labios saliera una enorme y blanca nube de vapor hacia el cielo el cual estaba gris y apenas nevaba.

  • Seria egoísta… - Volteó a verme pero su cuerpo seguía en la misma posición – Tu familia… Mi familia… Tú…

  • Y tú…

  • Y yo… - Asintió lentamente regresando su mirada hacia arriba. Un silencio incomodo nos acompañó, sus labios se abrían y se volvían a cerrar. Ella quería o trataba de decirme algo pero nada pasaba, yo solamente la miraba.

  • ¿Me vas a echar de menos? – Pregunté. Ella frunció el ceño y volteo a mirarme confundida, ofendida…

  • Por supuesto – Respondió un tanto a la defensiva – ¿Qué clase de pregunta es esa? – Cuestionó sin dejar de mirarme – Te voy a extrañar muchísimo… - Delineó con su pulgar mi labio inferior – Extrañaré cada pequeña cosa de ti…

  • ¿Hasta lo más insignificante?

  • No… Todo de ti es maravilloso – Besó mi frente y se alejó lo suficiente para verme a los ojos – Te amo, Anastasia… Y haré lo posible para comunicarme contigo a diario…


  • Gracias a dios… - Murmuró en cuanto cerró su casillero con los ojos cerrados.

  • ¿Por qué?

  • ¿Por qué? – Me miró con una ceja elevada – Já! Es viernes… Lo mejor de terminar las clases, son las clases del guapísimo Mr. Laurent… - Rodeé los ojos – ¿Qué? Es guapo… Es pintor…

  • Tú no eres Rose DeWitt Bukater, ni él es Jack Dawson… Así que no te imagines una historia romántica al estilo Titanic – Reí mientras nos dirigíamos al aula de dibujo que estaba en el tercer piso.

  • Obvio, no… Yo soy Claire Broussard Thompson y él es Adrien Jacob Laurent, él es mi pintor y yo su musa – Se detuvo estirando su brazo izquierdo hacia arriba mientras su mano derecha señalaba con la palma abierta su escultural cuerpo de arriba hacia abajo con una radiante sonrisa. Carcajeé tomando su muñeca y arrastrándola por las escaleras.

  • Mierda… - Murmuré al llegar con Claire al aula, la clase había comenzado.

  • Buenos días, señorita Broussard, señorita Rotzler… - Nos miró e hizo un ademan con la mano – Adelante, y espero que no vuelva a repetirse sus retardos – Fulminé con la mirada a Claire quien sonreía como toda colegiala. Me senté en uno de los últimos caballetes que estaban pegados a la ventana. Estiré mi mano por uno de los costados y tomé el lienzo nuevo que estaba apilado contra la pared y lo ajuste al caballete, agarré mi bolso y revolví mis cosas hasta que encontré el W. Staedtler, en lo personal, era uno de los mejores lápices de toda Alemania.

  • … Ya conocen las normas del aula, espero que no se repita lo mismo que la semana anterior – Decía mirando a todo el grupo con la mirada seria mientras sostenía un pequeño pincel – Hoy me gustaría aprender de ustedes, conocer su pasión por la pintura, ¿Cuál, qué o quién fue su inspiración para elegir esta clase? ¿Qué fue lo que los impulsó? – Cuestionaba caminando de izquierda a derecha mirándonos detenidamente a cada uno de los que estábamos detrás de los caballetes – Para eso quiero que me representen su inspiración en el lienzo.

  • Profesor Laurent… - Llamó en la puerta el director del instituto – ¿Podemos hablar un momento en el pasillo? – El profesor nos miró primero y luego asintió caminando hacia la puerta para después cerrarla detrás de él en silencio.

Los murmullos no se hicieron esperar, una que otra persona comentaba que despedirían al profesor pero… ¿De qué? No sé. Otros mandando mensajes, otros ya se habían colocado sus audífonos y se habían puesto a dibujar… Como Claire.

  • Pero, ¿Qué…? – Me quedé sin palabras al ver lo que Claire trataba de dibujar – ¿¡Qué estás haciendo!? – Susurré escandalizada.

  • Mi inspiración… - Sonrió orgullosa.

  • El profesor… ¿En serio?

  • ¿Qué? – Encogió de hombros – Es la verdad… - Dejo de hablar y se concentró en su dibujo al ver que el profesor entraba de nuevo al aula con una sonrisa en su rostro.

  • Chicos, tengo un anuncio que hacer – Nos miró a todos con su radiante sonrisa al cerrar la puerta y caminar al frente del aula. Regresó su mirada a la ventana de la puerta del aula asintiendo – Hoy nos visita una persona muy especial, y aunque no lo sepan, es mi mayor inspiración… - Mire la puerta abrirse y el director entró deteniéndose en la puerta para voltear a ver fuera del aula nuevamente con una sonrisa.

  • Adelante – Dijo en director haciendo un ademan con la mano para que entrara.

Mi corazón se detuvo por un momento. Mis piernas comenzaban a temblarme. Trataba de articular una palabra pero mis labios solo balbuceaban palabras sin ningún significado. Por algunos segundos olvide como se respiraba, y gracias a dios que todo esto me sucedía mientras me encontraba sentada, ¿Se imaginan que hubiera sucedido si hubiera estado de pie?

Lleve mis manos a mis muslos y las apreté haciendo que la fuerza disminuyera de poco en poco a medida que iba acariciando mis muslos de arriba hasta las rodillas. Bajé la mirada con los ojos cerrados por un momento, tratando de procesar todo pero mi mente inútilmente me ayudaba. Aún estaba en shock, ¿Qué hacía aquí?

  • Calma, Anastasia… - Me dije a mi misma en voz baja aun con la cabeza abajo – No pierdas la cabeza, no actúes raro… No aquí.

  • ¿Estas bien? – Preguntó Claire sacándome de mis espantosos pensamientos. Asentí abriendo los ojos, respiré hondo y levanté la mirada.

El profesor y los alumnos miraban con fascinación a la inspiración de muchos que se encontraban en el instituto… Pero sobre todo de los artistas, de los pintores, de los fotógrafos… Ahí, enfrente de mi estaba mi mayor inspiración…

Suspiré sonriente al encontrarme con sus ojos, ella me regalo una pequeña sonrisa ladeada, una sonrisa que solo Jayde Hastings puede dar…