Historia de Matilda 07: Margot

A medida que pasa el tiempo, equilibrios se van definiendo.

Margarita y yo entablamos una relación estrecha. Supongo que a nadie extrañará que, tras aquella transformación milagrosa que me cambió la vida, me interesara mucho en el biodiseño, hasta el extremo de conseguir de Víctor que me permitiera dejar el instituto y estudiar en su laboratorio bajo la tutela de ambos; ni que ella, que me consideraba la gran obra de su vida, sintiera algo especial por mi también.

Nos entendimos bien desde el principio, y trabajamos juntas durante muchos años. Hicimos enormes progresos juntas incluso cuando Víctor dejó de interesarse por la investigación y se centró en el poder. Dejó el laboratorio en nuestras manos y siguió proporcionándonos un flujo de capital inagotable, por mucho que nuestras necesidades fueran haciéndose cada día mayores. El dinero, desde luego, no era ningún problema, aunque esa es otra historia que ya explicaré en su momento.

Por ahora, lo que me interesa contar es que me convertí en una reina: Víctor estaba loco por mi, hasta el extremo de que mamá llegara a pasar a un segundo plano en sus intereses, y tan sólo se interesara por ella cuando era yo quien deseaba incorporarla a nuestros juegos; Mónica iba a lo suyo, siempre con su putilla detrás, dispuesta a lo que fuera con ese gesto suyo tan serio; y Margot, como empecé a llamarla, y yo, nos entregábamos al biodiseño, y a follar como locas mientras puteábamos al pobre Juancho, que aceptaba lo que fuera con tal de vernos y, alguna vez, cuando nos apetecía, jugar con nosotras bajo nuestras reglas. Bajo mis reglas en realidad.

Porque el biodiseño fue evolucionando al mismo tiempo por una doble vía: por una parte, estaba el asunto del control, que conseguíamos gestionar a través tanto del deseo sexual, como desde la anulación de la voluntad. No sé si alguien habrá podido imaginar hasta qué extremo se puede controlar a un ser humano con tan sólo la combinación de esos dos factores. Por otra, estaba la parte “física” del asunto, aquella capacidad de alterar el sistema de reproducción celular e introducir con ello transformaciones que, créanme, llegaron a no tener más límites que los que marcaran mi voluntad y su deseo de conocer.

Durante los primeros dieciocho o veinte meses, mientras me enseñaba los fundamentos de nuestra ciencia, Margot fue exquisitamente respetuosa conmigo. Me enseñaba, aplicaba en mi las “mejoras” que le pedía, y me tenía al tanto de los progresos de la investigación, pese a que por entonces a mi me costaba, cuando lo conseguía, comprender sus explicaciones. Ni siquiera cuando Víctor experimentaba una repentina urgencia y me tomaba en el laboratorio, ante ella, perdía la compostura, pese a lo evidente que resultaba la excitación que le causaba vernos.

Una tarde, me explicaba un nuevo avance en el sistema de autorreproducción de nuestros biobots que iba a permitirnos perpetuar sus efectos sin necesidad de introducir nuevas dosis en cuanto lográramos un método que permitiera la sustitución in situ de los unos por los otros en el interior del sujeto, lo que parecía poder lograrse a través de una especie de “canibalismo” en que trabajaba.

Lo recuerdo como su hubiera sido ayer: Margot sentada en su banco, junto al microscopio, yo de pie frente a ella, escuchando muy atenta sus explicaciones, y Víctor que, sin preámbulos, se me acercó por detrás me levantó la bata, me inclinó, y comenzó a follarme.

Gemí en cuanto lo sentí. Habíamos perfeccionado el mecanismo, y mi culito era ya perfectamente capaz de lubricarse al instante cuando mi deseo se despertaba, y mi deseo se despertaba con facilidad. Gemí, como decía, y me dejé llevar. Apoyando las manos en las rodillas de Margot, que se quedó en silencio mirándome a los ojos, comencé a gemir al recibir los lentos empujones con que me clavaba aquella polla enorme suya. Me quedé hipnotizada por sus ojos oscuros tras los cristales de sus gafas de gruesa pasta de color carey; por la especial sensualidad de sus labios carnosos; por la rotundidad de su nariz semítica; por aquel brillo encendido de su mirada; y por el sonido de su respiración agitada, que provocaba el temblor de sus tetas grandes de aspecto mullido, que dibujaban bajo el jersey negro, visible bajo la bata blanca desabrochada, sus pezones duros; y por el gesto de contención con que se mordía el labio inferior.

A medida que el ritmo al que Víctor me sacudía se iba incrementando, y que la especial sensitividad de mis terminaciones nerviosas y mis redes neuronales hiperestimuladas me conducían a aquella deliciosa oleada de placer que nunca me cansaba de sentir, la imagen de Margot fue convirtiéndose en una obsesión para mí. Me llenaba de sus caderas anchas, de los amplios muslos que ya alguna vez había imaginado, de la excitación que percibía en ella.

  • ¡Ahhhhhhhhh…!

Como cada vez, me corrí en el mismo momento en que sentí su lechita tibia llenándome. Me corrí a borbotones sobre su falda austera, balbuceando de placer y gimiendo, y sentí temblar sus piernas. La vi morderse el labio hasta temer que se hiciera daño mientras ensuciaba su falda. Mientras me corría estremecida, me llené de ella, respiré su deseo contenido y me llené de ella.

Víctor se marchó apenas hubo satisfecho su deseo. Era tan perfectamente capaz de ello, como de pasar tres días conmigo llenándome de afecto y atenciones sin apenas dormir ni comer. Se marchó dejándonos allí, solas, mirándonos a los ojos. Mi bata había recuperado su posición al incorporarme, y un reguerillo de esperma me resbalaba por el interior de los muslos.

  • ¿Quieres que te lo quite?

  • ¿El… el qué…?

  • El condicionamiento, los biobots, claro. Víctor no dirá nada si lo hago yo.

  • No…

  • ¿No quieres ser libre?

  • Quiero ser… tuya…

Sin dejar que se levantara, bajé sus bragas y palpé su coño velludo y empapado haciéndola gemir. Metí mi pollita en ella. Mientras la follaba, me sentía como loca. Subí su jersey y saqué sus tetas por encima del sostén. Se las estrujaba como si quisiera arrancárselas, y bombeaba su coño como una bestia. Lloriqueaba y gemía, y yo le mordía la boca. Temblaba como un flan. Escuchaba el chapoteo al clavársela. Se agarraba a mi cuello con desesperación, y se corría con los ojos en blanco.

  • ¿Quieres… ser… mi puta…?

  • Sí…

  • ¿Que te folle?

  • Por… favor…

  • ¿Quieres…?

  • Que seas… mi dueña… ¡Ahhhhhhh…!

Me corrí en su coño agarrando con ambas manos su culo grande y duro. Llené su coño de leche clavándome en ella, pegándome a ella, escuchándola gemir y jadear, quedarse a veces con la respiración suspendida, como muerta por un instante mientras su cuerpo entero se convulsionaba en estertores violentos. Me corrí sintiendo la presión de sus tetas grandes y mullidas en las mías, apenas dibujadas, fascinada por la idea de tenerla, de poseerla así, enteramente mía por su propia voluntad.

Sentía el violento impulso de tenerla, y tenía el poder de hacerlo. Le di la vuelta sujetándola por el pelo y la tendí en la banqueta agarrándola del pelo. Chillaba con el culo en pompa y su coño chorreaba mi esperma, todavía templado. Azoté sus nalgas grandes, tan blancas. Prácticamente arranqué su ropa hasta tener desnudo, a mi merced, su cuerpo grande, hermoso, con forma de chelo, y clavé mi pollita en su culo haciéndola chillar. Me fascinaba la idea de tenerla así, entregada a mí, sometida a mi cuerpecillo delgado y menudo. Bombeaba su culo como con rabia, con furor, y lo azotaba. Chillaba y gemía, y se clavaba los dedos en el coño.

La hice caer de rodillas. Gimoteaba masturbándose con furor. Dejé que fluyera y, sin tocarme, sin dejar que me tocara, comencé a correrme en su cara, contraída de placer. Gritaba con la boca abierta, como buscándola. Mi lechita salpicaba sus tetas temblorosas, su cuerpo entero. Cayó al suelo convulsionándose.

Mientras me recolocaba la ropa, Margot temblaba en el suelo experimentando todavía violentas contracciones. Reparé en Juancho, que nos miraba con la boca abierta desde una cierta distancia.

  • ¿Y tú?

  • Tú, idiota, ven aquí.

Se la saqué por la bragueta. Tenía una buena polla aquel cabrón. Apenas necesité meneársela un momento antes de que empezara a regarla bramando como un oso. Me gustaba sentirla palpitándome en la mano. Margot recibía sus chorretones de leche temblando caída en el suelo todavía.

  • Se lo diré a Víctor. A él no le importa.

  • No…

Le limpiaba la cara y el cuerpo con gasas que arrojaba al suelo después. Besaba sus labios. A veces, lamía el esperma que todavía cubría su rostro. Un reguero de rimmel le dibujaba lágrimas negras en los pómulos. Hipaba y temblaba. Tenía los labios mullidos, húmedos y calientes, y me respiraba en la boca cada vez más suave, más acompasadamente.

  • Ahora te arreglas, te peinas, y te lavas bien la cara, que no te vean así, putita.

  • Sí…

  • Y te vas a casa, a descansar.

  • Pero….

  • Pero nada.

  • Sí…

  • Y lo piensas, y mañana me lo repites si quieres, y si no nada.

  • Sí…

  • Me gustas mucho, putita…

  • ¡Y tú, imbécil, guárdate la polla y limpia esto, joder!

Por la noche, me deslicé por los pasillos a oscuras hasta el cuarto de Mónica y me acurruqué a su lado. Necesitaba contárselo. Se rió de mi y terminamos follando. Me ponía a cien follar con mí hermana. Era fresca y natural, y se reía como si nada importara. Ana se frotaba el coño viéndonos, la muy puta.