Historia de Matilda 04: Mónica

Caracterizamos a un personaje más, o casi a dos. Mónica tiene más desparpajo y soltura, parece llevarlo en la sangre.

Yo sé que para muchas chicas es una experiencia traumática, y lo respeto, claro, pero para mi no lo fue. Para mi fue un descubrimiento. Una noche me desperté como en sueños, no sé cómo explicarlo. Me desperté cómo loca, sin saber ni lo que pasaba. El caso es que estaba allí, sentado en la cama, a mi lado, y me tocaba el coñito. Me metía un dedo y lo sacaba sin parar, y a mi se me movía el culo, me temblaba todo el cuerpo y parecía que me faltaba el aire, y, mientras tanto, él se tocaba la polla. La tenía muy grande, y muy dura, y se la recorría con la mano, subiéndola y bajándola. Yo nunca había visto eso, ni me lo imaginaba. No era como la de Ander, era muy grande, y muy dura. Luego empecé a correrme. Entonces no sabía lo que era eso, pero empecé a correrme. Gemía en voz bajita, por que intuía que aquello no era como para que lo supiera todo el mundo. Él se puso de pie sin dejar de meterme el dedo ni de tocársela, y empezó a echarme encima aquella crema viscosa y caliente. Me salpicaba en la cara, y en el pecho. Me había desabrochado la camisa del pijama, y me salpicaba las tetillas, que entonces las tenía pequeñas. Tampoco es que luego se me hayan puesto muy grandes, pero entonces las tenía pequeñitas. Bueno, que me dio como un calambre, una burrada, y me puse toda tiesa hasta que empezó a movérseme el cuerpo entero como a sacudidas, una cosa loca.

Aquello no pasó más, pero me puso sobre la pista, y empecé a tocarme yo. No era lo mismo, pero me daba mucho gustito, y me aficioné mucho. Luego fui haciendo experimentos, metiéndome cosas… Bueno, ya sabéis.

Después, en el insti, empecé a dejarme tocar por los chicos, y a tocarles yo. Me ponía muy cachonda tenerlas en la mano, y en la boca, pero se corrían y la mitad de las veces yo me quedaba a medias, caliente como una perra y metiéndome los dedos otra vez, así que no parecía buen negocio.

Una noche se quedó a dormir en casa Mari, una compañera. Por entonces ya vivíamos en casa de Víctor. Por la noche, ya con las luces apagadas, no nos dormíamos. Estuvimos hablando de chicos y eso. Como ya tenía fama de ser la putita del insti, a Mari le interesaba mi opinión, porque ya tenía también sus calenturas, la pobre, pero no se atrevía. Yo le expliqué lo de tocarse, pero no lo entendía bien, así que encendí la luz de la mesilla y se lo enseñé. La muy tonta se puso toda colorada, y a mi me puso muy cachonda ver su turbación. No se atrevía.

  • Deja, que te lo hago yo, y así aprendes.

Me senté en la cama detrás de ella, y le metí la mano por debajo del pijama. Primero se lo estuve tocando por encima, tocándole los pelitos y el botoncito, y al poco rato estaba toda mojada, y gimoteaba como una gatita, así que le metí el dedo y dio un gritito. Se puso como loca. No paraba de decir que no, que no, pero movía el culito y se volvía para besarme los labios.

Luego pensé en lo que les gustaba a los chicos que se las chupara, y se me ocurrió chupárselo a ella. Era como si se volviera loca, así que me di la vuelta y le puse el mío delante de la cara sin dejar de pasarle la lengua. Yo es que estaba como una perra, y ella también debía estar, por que empezó a chupármelo a mi y nos corrimos las dos muchísimo.

Estuvimos unos meses haciéndonoslo, y hasta alguna vez liamos a alguna otra compañera, pero al final Mari se echó un novio y se ve que le gustaba más que le metiera la polla, porque acabamos dejando de quedar. Quien lo iba a decir, que se fuera a enchufar un buen rabo ella antes que yo, que se suponía que era la putita…

Y entonces fue cuando descubrí lo de las cámaras y las pantallas del despacho de Víctor. Por las noches, me metía dentro con mucho cuidado de no hacer ruido, y me colaba en los cuartos de toda la casa. Desde allí vi a mamá follando con Víctor. Se la metía por el coño, por el culo, por la boca… Mamá se corría como una loca. Ese día comprendí que eso era lo que yo quería. También vi meneársela a Ander, y a Ana tocárselo. Me puso bien perra la negrita. Ander la tenía pequeñita, pero me gustaba verle. Era una cosa como muy delicada. Lo hacía muy despacito, frotándose el capullo con los dedos, y se corría dando grititos. Yo pensaba que me la podría meter entera en la boca mientras le miraba y me tocaba.

Pero de todos, la que más me ponía era Ana. Había descubierto que se tocaba todas las noches, y me aficioné a verla. Era de piel oscura, aunque no muy negra, como de café con leche oscurito. Lo que sí tenía negros eran los pezones. Mientras se acariciaba, se los pellizcaba fuerte, tirando de ellos, y se pasaba la lengua por los labios, y también se los mordía al correrse. También tenía el culo muy redondo, y grandecito, y cuando se separaba los labios del chochito para meterse los dedos, el interior era claro, muy sonrosado, y se veía húmedo.

Yo me metía en el despacho a hurtadillas, encendía la pantalla, seleccionaba la cámara de su dormitorio, y esperaba. Una de aquellas noches, mientras empezaba a desnudarse, apoyé los pies en el borde del tablero de la mesa, como solía, y recliné un poquito el asiento. Creo que estaba especialmente caliente. Me abrí la bata, por que me había acostumbrado a ir sólo con ella, y acaricié mis pezones mientras se preparaba. Los tengo pequeñitos, casi sin areolas, pero se me ponen muy duros y me calienta mucho tocármelos. Me humedecí los dedos y fui rozándomelos hasta que los noté duritos y me los pellizqué un poco. Notaba cómo se me iba mojando el chochito, pero me aguantaba. Solía hacerlo para empezar al mismo tiempo que ella. Me ponía pensar que nos lo hacíamos a la vez. Ana cerró los ojos por fin, flexionó las rodillas abriéndose de piernas, y sus labios se separaron solos. Estaba caliente la perrita. Comenzó a rozarse suavecito con los dedos, como si quisiera mojárselos, antes de rozar su clítoris sonrosadito. Hice zoom y vi que lo tenía duro y gordito. Yo la imitaba, y notaba cómo se me iba apoderando ese temblor. Imitando sus movimientos, separé los labios de mi chochito con los dedos de la mano izquierda y me metí el corazón de la derecha, que se me deslizó con suavidad. Estaba empapada. Pronto ambas gemíamos en voz bajita.

  • ¡Vaya, vaya, vaya…! ¿A quien tenemos aquí?

Me puse de pie como si se me hubiera disparado un muelle dentro y traté de cubrirme con la bata. Víctor, desde la puerta, me miraba con aire divertido. Se acercó lentamente tranquilizándome:

  • No te preocupes, putita. Vamos a ver qué es eso que te gusta tanto… ¡Oh!

Se sentó en la silla donde segundos antes había estado acariciándome y me cogió la mano como si temiera que fuera a salir huyendo.

  • Así que te gusta mi negrita…

De alguna manera tuve la impresión de que no iba a chivarse. Su pijama mostraba a las claras que aquella situación le ponía, y la idea hizo que, de repente, mi miedo fuera dando paso a una excitación expectante. Era como estar en sus manos, como si ambos fuéramos conscientes de que podía pedirme lo que quisiera. Sentí ese cosquilleo en la espalda.

  • ¿La quieres? Te la regalo.

  • ¿Cómo vas a regalarme a una persona?

  • Bueno, eso ya lo irás entendiendo. Siéntate aquí y mira.

Me invitaba a sentarme en sus muslos, y lo hice dándole la espalda. Abrió uno de los cajones del escritorio y extrajo un pequeño mando a distancia. Seleccionó un número en la pantalla LED, giró una ruedecita, y, de repente, Ana pareció enloquecer en la pantalla. El ritmo suave al que venía acariciándose se aceleró repentinamente. Temblaba y se clavaba los dedos como con rabia, culeando con fuerza. Por los altavoces podía escuchar cómo sus gemidos se hacían frenéticos.

  • Bien, dejémosla así un rato ¿Y tú?

Me bajó los hombros de la bata y comenzó a recorrerme con las manos. Me causaba una excitación terrible. Me dejé caer sobre su pecho como entregándome y me besó el cuello mientras sus dedos pellizcaban suavemente mis pezones.

  • Estás muy guapa, flaquita, y muy suave.

Ana se retorcía como una posesa. Parecía imposible que pudiera aguantar tanto. Accionó de nuevo la rueda y su culeo se volvió enloquecedor. Padecía convulsiones, como espasmos de placer, y chillaba casi llorando con el rostro descompuesto. Su cuerpo oscuro giraba sobre la cama. Saltaba sobre la cama culeando y se frotaba el coño como si quisiera arrancárselo.

Víctor metió uno de sus dedos en el mío arrancándome un gritito. Estaba empapada. Instintivamente, llevé la mano a su polla y la hice asomar a duras penas a través de la bragueta del pantalón de su pijama. Se me encogió el corazón: era enorme, tremenda, estaba durísima, como una piedra. Yo ya me había metido cosas como el mango de un cepillo, o hasta un calabacín pequeño, pero aquello… Era más grande que un vaso de tubo. Parecía imposible que eso pudiera… Se dejó hacer.

  • Entonces… ¿Quieres que te la regale?

La coloqué entre mis muslos y comencé a frotar mi coñito empapado en aquel tronco grueso y fuerte. La frotaba contra mi y la acariciaba con los dedos empujándola. Me latía el corazón como si me enfrentara a la muerte.

  • Sí… La… quiero…

  • ¿Para qué?

  • Para frotarle el… el coño en la... cara…

  • ¿Y?

  • Y frotarle… frotarle el suyo con… la… mano… hasta que me grite entre los muslos…

  • ¿Le harás daño?

  • ¿Pu… puedo…?

  • Puedes hacerle lo que quieras.

Sujetándome por la cintura, me levantó en volandas hasta dejarme apuntado aquel capullo monstruoso en la entrada de mi chochito. Me estaba volviendo loca. Ana, en la pantalla, seguía corriéndose, aunque parecía agotada, como sometida a un martirio de placer que la dominaba y no podía detener. Lloriqueaba y se estremecía. A veces, de repente, volvían sus espasmos, y chillaba atrapándose las manos entre los muslos.

  • ¿Lo… que… quie… ra…? ¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!

Me dejé caer de golpe. No podía esperar más. Me dejé caer y sentí aquella verga enorme atravesarme, clavárseme dentro como si me rompiera. Me quedé como muerta, caída sobre su pecho incapaz de moverme y sintiendo sus dientes rozándome el cuello. Poco a poco, casi imperceptiblemente, fue él quien comenzó un vaivén lento y corto que apenas hacía que aquella verga terrible se deslizara en mí unos milímetros.

  • Tranquila, putita, tranquila… No queremos que te hagas daño.

Sus palabras resonaban en mis oídos como si vinieran de lejos. Cada mínimo movimiento lo sentía como un desgarro.

  • Debemos ir poquito a poquito, flaca, dejando tiempo a tu cuerpecillo para que se dilate.

Temblaba. Me recorría con las manos y su caricia me resultaba enervante. Apoyé los talones en sus rodillas y fui yo quien comenzó a moverse lento, como él decía. Quería tenerla dentro, quería sentirme así, atravesada. No sé si gemía o lloraba. Parecía irreal, imposible.

  • Así, putita, así… No te pares…

Poco a poco, aquello parecía integrárseme dentro, y mis movimientos se hacían más intensos, más largos. Sentía en mi interior cada centímetro que conseguía sacar y hacer entrar de nuevo al momento, como si me faltara. Gemía y jadeaba. Hiperventilaba. No sentía dolor, era más bien como si me calzara aquello, como si me amoldara a ello.

  • ¿Te gusta?

  • Síiii…

  • ¿La quieres?

  • Síiiiiiiii…

Sin sacármela, me levantó en volandas y me dejó en la mesa boca abajo. Los altavoces reproducían aquella especie de gemido quejumbroso que acompañaba a cada nuevo orgasmo agotador de Ana. No podía verla, pero sus quejidos, su respiración agitada, resonaban en mi cerebro. Se hizo con el control: agarrado a mis caderas, comenzó a moverse. Su polla entraba y salía unos centímetros cada vez más deprisa. Me volvía loca. Comencé a chillar. Me estremecía.

  • Putita como tu madre…

Me dejé llevar. Era tan intenso, tan brutal... Poco a poco, aquello se iba convirtiendo en un traqueteo que zarandeaba mi cuerpo entero mientras su polla entraba y salía de mi más deprisa, causándome un placer devastador, intenso, brutal. Me oía gemir y sentía sus manos en las caderas. Quería que siguiera. Me hubiera dejado romper si hiciera falta. Quería aquello dentro.

  • ¡Tómala… pu… ti… ta…!

Estalló dentro de mi de repente. Me sentí llenar de aquella lechita viscosa y caliente que me rebosaba y resbalaba entre mis muslos. Chillaba de placer. No veía. Chillaba y notaba mi cuerpo estremecerse con una intensidad desconocida. Nada en mi respondía a mi voluntad. Mi cuerpo entero parecía moverse con autonomía, estremecerse, contraerse… La sacó y me sentí como vacía. Mi chochito manaba esperma y yo entera me retorcía caída en el suelo. Todavía me salpicaba. Creo que gritaba al sentir su leche en la cara.

Recuerdo vagamente que me llevaba en brazos. Dormí hasta mediodía. Al despertar, el sol entraba a raudales en mi habitación. Me sentía dolorida y feliz. Cuando conseguí enfocar la mirada, vi que Ana estaba de pie, muy seria, junto a mi cama. Llevaba puesta una bata cortita con un estampado en rojos y naranjas que hacía resaltar el color oscuro de su piel. Lo dejó caer a sus pies y alargó la mano ofreciéndome aquel mando pequeño de color gris. Tras un momento de desconcierto, lo tome en mi mano. Me pareció distinguir un puntito de miedo en su mirada. Giré la rueda y la vi caer de rodillas en la alfombra temblando. Gemía en voz bajita. Sonreí y devolví el mando a su posición original. Cuando me incliné para besar sus labios gruesos y oscuros, creí percibir alivio en su mirada. Se los mordí.

  • Creo que ahora eres mía.

  • ¿Quiere que le prepare el baño, señorita Mónica?

Tenía los muslos pringosos y un dolor que se parecía mucho a las agujetas. Asentí sonriendo y permanecí quieta, sentada en mi cama, observando el balanceo de aquel culo grande y redondo, de color café, mientras se dirigía hacia mi cuarto de baño. Pensé que sería agradable dejar que me enjabonara.