Historia de Matilda 02: Clara

Un flasback hasta el momento inicial.

Toño, mi primer marido, el padre de los gemelos, fue un mierda toda su vida. Me casé con él muy jovencita, apenas con 18, cuando me quedé embarazada, y nunca me dio una alegría. Nuestros diez años de vida en común fueron un ir de disgusto en disgusto y de estrechez en estrechez sin solución de continuidad. Una mierda.

La noche en que terminamos, yo me había tomado alguna copa de más. Me aburría viéndoles jugar al póker en casa. Cuando decidieron cerrar la partida era casi hora de amanecer, y llevaba un rato inquieta. Aunque no solía sucederme, me sentía excitada y, pese a que el idiota de Toño había perdido un dineral y no sabía cómo íbamos a cubrir los gastos aquel mes, estaba deseando que se marcharan de casa para hacer que me follara.

Al final, sólo quedábamos en casa mi marido, yo, y aquel Víctor, un millonario raro, que aquella noche se había quedado prácticamente con la pasta de todos. Tomaban la última copa y el muy cabrón me miraba cómo si me quisiera comer. Me daba un poco de rabia. Era raro, por que, a pesar de todo, estaba mojando mis bragas. Sólo quería que se fuera cuando dijo:

  • ¿Todo a una mano?

  • No tengo más dinero, Víctor, me has desplumado.

  • Contra Clara.

  • ¡Eh!

  • ¿Cuanto habrá? ¿cuarenta y cinco mil?

  • No sé… Algo así.

  • Redondeemos a… ¿Sesenta?

Me quedé de piedra. En serio, me temblaban hasta las piernas. El hijo de puta de mi marido, sin ni mirarme, empezó a repartir cartas y yo me quedé paralizada. No comprendía cómo podía estar allí, mirando la cara de alegría contenida de mi marido con su full en la mano, pensando que igual se arreglaba el lío, y con los pezones parados, que me tenía que aguantar las ganas de pellizcármelos.

  • Dame dos.

  • Yo me quedo servido.

  • ¡Vaya!

  • Bueno, aquí ya no hay envites. Full de reyes-ases.

  • Poker de cuatros.

Cuando apartó su silla de la mesa, se desabrochó la bragueta, y se sacó aquel pedazo de polla mirándome a los ojos, sentí una rabia incontenible. Los mandé a tomar por culo a los dos, me puse un chaquetón, cogí el bolso, y salí de casa dando un portazo.

  • ¡Os vais a ir a la mierda, hijos de puta!

Y, en el preciso instante en que cerré la puerta de un portazo a mis espaldas, fue como una explosión, una cosa incontenible, imposible de aguantar: las piernas me temblaban, el corazón me latía como una locomotora, y sentía un zumbido en los oídos. Era como una locura, una cosa imposible. Notaba cómo chorreaba y me fallaban las fuerzas, y me caí al suelo, en el descansillo, frente a la puerta de mis vecinos, y empecé a correrme de una manera incontenible, mordiéndome los labios para tratar de no gemir y culeando como una perra.

Juro que traté de contenerme. Me repetía una y otra vez que no podía ser. Resultaba irreal y arrollador. Me frotaba el coño bajo la falda y me pellizcaba los pezones por encima de la ropa como si pensara que podía parar aquello haciéndome daño.

Cuando, de repente, aquello fue amainando, todavía con el corazón acelerado, traté de recomponerme. Todavía pensaba en irme. Creo que no me regía bien la cabeza. Debía tener una pinta como para salir a la calle. Daba igual: apenas había dado dos pasos cuando noté que aquello empezaba a subir otra vez, y comprendí que no podría irme, que necesitaba refugiarme ¿Me estaría volviendo loca?

Como pude, con las manos temblorosas y la respiración agitada, busqué las llaves en el bolso y abrí la puerta. Sólo podía pensar en ponerme a salvo.

  • ¿Ves? Te lo dije.

Todavía ocupaban las mismas posiciones en que los había dejado. No sé si habría pasado mucho o poco tiempo, pero Toño, en su silla, apoyado de codos en la mesa, sujetaba su cabeza con aire de desesperación, y Víctor, con la polla como una piedra todavía al aire, bebía un trago de su copa y sonreía mirándome a los ojos, como invitándome, con la mano izquierda en el bolsillo.

  • ¿Sabes, Toño? Nunca se te ha dado bien esto. Te habría dado cien mil, o doscientos…

No no comprendía nada. Sólo sabía que estaba allí, mostrándome aquella polla grande y gruesa, que parecía terriblemente dura, y me invitaba con la mirada. Sentía una excitación terrible y era como si no tuviera voluntad. Caminé hacia él, me arrodillé entre sus piernas, y comencé a comérsela como si me fuera la vida en ello. Parecía de piedra. Era imposible que me cupiera en la boca, pero lo intentaba, y sólo la retiraba cuando, al presionarme en la garganta, me causaba una arcada.

  • ¿Sabes, querida?

  • Llevo dos años aguantando a esta panda de gilipollas sólo esperando este momento.

  • ¡Ahhhhh…! ¡Así,… zorrita…! ¡Trágatela!

Su voz parecía tener el don de más que excitarme. Era como si me follara. Con las bragas puestas y todo, notaba cómo se me mojaban los muslos. Tenía los ojos empañados por las lágrimas que me causaba aquel intento continuo de tragármela entera. Estaba como desesperada, cachonda como una perra. Sin dejar de mamársela, le ayudé con mis movimientos a quitarme el chaquetón. Seguía chupando como loca cuando me subió el jersey, y vi las estrellas cuando me sacó las tetas por encima del sujetador y me pellizcó con fuerza los pezones.

  • ¿A tí te la mamaba así, Toño?

  • No…

  • ¡Ahhhh…! ¡Traga… te… laaaaaaaaaaaa! ¡Asíiiiiii…!

Había empujado con fuerza mi cabeza hacia abajo, y la sentía clavada en la garganta. No podía respirar, y me tragaba su leche, que manaba a borbotones. Me sentía mareada por la falta de oxígeno, y me corría como una loca sin ni siquiera tocarme. Cuando me la sacó agarrándome del pelo, todavía salpicó mi cara. Creo que gemía y temblaba, aunque no tengo una conciencia muy clara de aquel momento. Sé que culeaba, que me caí de espaldas en la alfombra y culeaba con la falda arrebujada en la cintura, corriéndome como nunca.

  • Bien, querida, permíteme que te vea.

Me fue desnudando como si fuera una muñeca. Yo no podía ofrecer resistencia, era como si estuviera rendida, sin fuerzas, como si aquel orgasmo me hubiera chupado la energía vital. Me dejé manejar mientras terminaba de quitarme el jersey, el sostén, la falda… Me acariciaba a medida que iba dejando partes de mi cuerpo al descubierto, y el contacto de sus dedos era electrizando. Me enervaba. Creo que gemía al sentirlos acariciándome los pezones o los muslos.

  • Ven, cielo, ponte aquí.

Me tendió la mano para ayudarme a incorporarme, y me hizo colocarme frente a Toño, al otro lado de la mesa. Apenas tuvo que empujarme un poco, casi una sugerencia, más que un empujón real, y me dejé caer sobre las fichas. Noté cómo me bajaba las bragas justo hasta la mitad de los muslos, y gemí al sentir sus dedos acariciándome el coño. Estaba empapada.

  • Dos años, cariño, dos años aguantando a estos idiotas para poder acariciar este culo.

  • ¡Ahhhhh…!

  • El día que te vi supe que te quería, putita, que serías mía.

  • ¡Síii…!

Toño, muy serio, apenas a un palmo de mi cara, me miraba a los ojos. Yo no podía dejar de gemir. Me follaba con los dedos, y yo movía el culo involuntariamente. En realidad, no quería contenerme. Por alguna razón, sólo podía pensar en correrme, en que siguiera. Quería sentir su polla dentro, y la mirada de Toño me excitaba casi tanto como aquella mano que me causaba un estremecimiento desconocido. Me movía al ritmo que él me marcaba y las fichas tintineaban bajo mi pecho, pegándose a mis tetas.

  • Así, putita, así… Córrete otra vez…

Noté que me estremecía. Podía hacer conmigo cuanto quisiera. Me corría de una manera exagerada, chillando y temblando, golpeando el tablero con las palmas de las manos abiertas, agarrándome a los bordes como si temiera caerme. Me corría y me orinaba a chorritos sintiendo sus dedos clavarse en mi coño muy deprisa y muy fuerte. Creo que me hacía daño, y me corría como una zorra delante de la cara de mi marido, que me miraba.

  • No has hecho una buena venta, Toño. No sabías lo que valía esta ramera…

Me insultaba. Alternaba los insultos con palabras dulces. Halagaba mis oídos hablándome de cuanto le gustaba mi culazo, mis muslos, mis tetas, y me llamaba zorra, y puta, y cariño, y sus palabras me excitaban más, me volvían más loca. Palmeaba mi culo, me sujetaba del pelo para morderme la boca, me azotaba los muslos… Me volvía loca.

  • Dos años esperando para montar a esta jaca…

Sucedió de repente. Le escuché escupir, noté sus dedos mojando mi culo, me sujetó por las caderas, y clavó su polla de un sólo golpe arrancándome un grito de dolor desesperado. Era como si me taladrara con una barra de hierro candente. Mantenía mi cabeza pegada al tablero de la mesa con la mano, me palmeaba el culo con fuerza y me barrenaba una y otra vez causándome un dolor desesperante que no impedía que me volviera al mismo tiempo loca de deseo. Lo quería así, dentro, fuerte, rompiéndome.

  • ¿Quieres que te la mame, cornudo?

  • Piensa que será la última vez.

Entre lágrimas, sin dejar de chillar, le vi levantarse y desabrocharse el pantalón. El muy hijo de puta la tenía dura.

  • ¿Serás tan amable, cariño? Quiero que le quede un buen recuerdo de esta noche.

Abrí la boca y comencé a tragármela. Me parecía ridículamente pequeña, comparada con aquella otra que me estaba destrozando el culo. Víctor golpeaba mis nalgas con fuerza y muy deprisa, y yo me corría chillando como podía con la pollita de Toño en la boca. Se la mamaba con fuerza recordando las palabras de aquel hombre fascinante. Se la mamaba como si quisiera chuparle la sangre. Me orinaba, y sentía el calor del líquido que me bajaba por los muslos. Y me corría como si fuera la última vez, zarandeada, azotada, usada con una autoridad desconocida. Sentía como si mi cuerpo no me perteneciera. Lo notaba resbalar sobre la mesa.

  • Tragatela así, putita… Tragatela… Haz que te recuerde hasta el final de sus días.

Sentí que iba a correrse en mi boca. La succioné con fuerza obligándole a chillar de placer. La sentía palpitarme en la boca y escupir en mi garganta sus tristes chorros de leche, y aquella tranca que no paraba de entrar y salir de mi culo zarandeándome, rompiéndome, y se me iba la cabeza. Me palmeaba las nalgas, me volvía loca, me hacía gritar y temblar como poseída por un furor irrrefrenable que me devoraba por dentro. Era como correrme sin parar, como vivir un orgasmo interminable, arrollador.

  • ¡To… ma… láaaaaaa…!

Se me clavó con fuerza. Agarrándome del pelo, me obligó a incorporarme y giró mi cabeza para morderme los labios. Me llenaba de leche y me estrujaba las tetas con ambas manos comiéndome la boca. Clavado en mí, sin sacármela, empujaba más y más fuerte, como si quisiera atravesarme, y llenaba mi culo de leche tibia que actuaba como un bálsamo en mi interior. Ni siquiera veía. Tan sólo me dejaba hacer, me dejaba usar, y me corría sabiendo que mi marido me miraba.

Apenas tuvo que metérsela en la bragueta y abrocharse para quedar vestido. Toño, con aire de derrota, permanecía sentado en la silla, frente a mi, todavía con los pantalones en los tobillos y la polla colgando floja. Víctor se puso su abrigo y su sombrero y, acercándose, me besó en los labios con mucha delicadeza.

  • Mañana mando a buscarte hacia las doce. Trata de descansar y no te preocupes por preparar mucho equipaje. Ya compraremos ropa y lo demás.

  • ¿Y… y los niños…?

  • Claro, querida, claro, no vamos a dejarlos aquí con este mierda.

Toño ni vino a la cama. Tampoco le hubiera dejado. Me arrastré hasta mi cuarto como pude y me dejé caer sobre la colcha. Era sábado, no había cole. Puse el despertador a las diez. Estaba amaneciendo. Dormiríamos hasta tarde. Me sentía sucia, cansada y dolorida. Mientras me envolvía el sueño, noté que un chorrito de esperma resbalaba desde mi interior hasta la sábana.

  • ¡Que se joda! -p

ensé

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