Historia de Marta
A Marta le va el vicio.
De siempre fui una niña muy morbosa. Me encantaba que me sobaran, me guarrearan, siempre espiando a los mayores, provocándolos, en fin, un sinnúmero de acciones todas relacionadas con el sexo y el morbo.
Desde que tuve la edad necesaria pasé a los jueguecitos “inocentes” con otros niños y niñas, a buscar la compañía de los niños más grandes y a los 14 me hice novia de un muchacho de 17 con el que experimenté mis primeros escarceos más serios. Pero al terminar la relación, contando yo 16 años, ninguno de los muchachos con los que iba pasaba de los magreos ocasionales, alguna paja en el cine o mamada en un portal, cosa esta última que era lo que más me gustaba: ver salir la lefa de una polla y tragármela toda.
Pero quería más. Con casi 17 follé por primera vez. Mal, pues a pesar de todo mi desarrollo mis pechitos no lo había hecho del todo, y parecía más niña de lo que era, y el chico, que tenía 25, estaba muy nervioso, quizás por estar con una menor, y eso le hacía parecer más niños que yo.
Una de las fantasías más recurrentes cuando me masturbaba, y que más morbo me daba, era cuando repasaba los sobeteos que un vecino, bastante más viejo, me daba cuando yo tenía 14 o 15 años– Recuerdo que me tocaba el culo y me decía:” Cuando seas mayor este culo valdrá un tesoro, el rescate de un rey”.
Yo me ponía a cien, pensando que alguien me pagaría por mi culo y, siempre que podía, me vestía con falda corta y tanguitas con la esperanza de cruzarme con el en la escalera o el ascensor y que me metiera mano. Un día fui a llevarle una bolsa de parte de mi madre y, cuando me agaché para dejarla en la cocina, me exhibí, impúdica, nerviosa y expectante de que me manoseara o lo que quisiera. Pero solo me dijo:” ¡Ay, niña! Si tuvieras la edad te iba a enseñar a abrir ese culito como una furcia”… y me dio una cachetada que me supo a gloria, y que provoco muchas pajas durante años.
Aquel vecino se fue, por asuntos de familia, y mi madre le limpiaba la casa una vez al mes, como mantenimiento, hasta que regresara.
Cuando cumplí 19, el año pasado, ya me había metido en internet buscando morbo y si aun no me habían follado como quería, era porque tenía reparos con los locos que por allí hay. Cuando ya estaba por sucumbir, loca de calentura, un día al llegar a casa me encontré a mi madre con una visita:
– Mira Martita quien ha regresado– dijo contenta.
Y ahí estaba. Alto, fuerte, moreno, pelo entrecano; según calculaba unos 55, estaba aún más cañón que en mis fantasías. Se me vinieron encima todos mis morbos y todos los orgasmos aportados por las fantasías con ese hombre por mi calenturienta cabecita y me puse roja como un tomate.
El sonrió y mi madre dijo:
– ¡No seas pava, hija! Adolfo te conoce desde que eras un bebé.
– Déjala, Maruja. Martita era muy pequeña y no se acordará de mi – y me guiñó un ojo a espaldas de mi madre.
Ese simple gesto, tan sencillo, pero tan cargado de sobreentendidos, me encendió como ninguna intima caricia me había encendido hasta ese día.
– Sí que me acuerdo, vecino. Solo es que pensé que tu no recordabas…
Jajaja- rió- Bueno, ahora eres toda una mujer y cuando me fui eras tan solo una niña, es verdad, pero hay personas y cosas que no se pueden olvidar,,,
Sí, algunas cosas crecen con la edad…- y en ese momento me tocó a mi guiñarle un ojo con picardía, y el sonrió aún más.
– Bueno, hija, deja de decir pavadas…
Le dí un par de besos mientras me rozaba con el y salí escopeteada hacia mi cuarto, donde me masturbé furiosamente con nuevas y actualizadas imágenes en mi mente. Metiendo y sacando a gran velocidad mis dedos en mi coño, empapado y chapoteante, y un par también en el culo. Mientras me decía a mí misma entre jadeos susurrando:
- Señor Adolfo., ¡fólleme como a una puta!¡Métame su polla bien adentro!¡Rómpame el culo como a una furcia, como me prometió!¡Deme su leche, deme su leche…!
Me corrí como nunca, pensando en ese cuerpo grande, musculoso, velludo, de hombre de verdad. Me imaginaba su polla, grande, gruesa y venosa, frotándose por toda mi cara, y mamándola golosa; y sus huevos, peludos y gordos, bailando frente a mí, y como me obligaba a chupárselos….
Cuando me serené me fui a la ducha y, recordando viejos tiempos. Me puse una falda muy corta, pero no me puse bragas. Ya estaba otra vez mojada con anticipación, y eso que no sabía si el vecino aún estaba con mi madre.
Fui al salón y continuaban allí conversando, poniéndose al día. Mirándolos tuve la sensación de que Adolfo se había follado a mi madre alguna que otra vez, y eso me calentó aún más.
Me senté entre ellos en la mesita redonda con faldones de la sala, mi madre a la izquierda, Adolfo a la derecha, me serví un anís con hielos, que eran lo que estaban bebiendo, comí galletas y fingía prestar atención a lo que decían.
Mi madre, algo achispada, tiró una cucharilla al suelo sin querer de un gesto que fue manotazo. Instintivamente me agaché de su lado para recogerla, y cuando iba a medio camino recordé que no llevaba bragas. Es ese momento creo que me corri un poco pensando en lo que Adolfo estaba viendo: mis nalgas abiertas enseñando mi ano abierto también y el nacimiento de mi chochito y mi vagina. Ni que decir tiene que, con la escusa de buscar la cucharilla me demoré un poco más de la cuenta, y cuando subí le dí la cuchara a mi madre diciéndole:
- ¡Que torpe está mi mami!- Y la abracé, poniendo mi culito en pompa en dirección a Adolfo. Les serví un anís a cada uno y me senté de nuevo.
Cuando lo hice miré a mi vecino y vi su cara de deseo contenido, y en sus ojos la promesa inexorable de una acción húmeda y contundente en mi culo en una fecha próxima, muy próxima.
Bajé la vista con timidez y vi el bulto que pugnaba en sus pantalones. Pasé mi lengua lentamente por mis labios, relamiéndome pensando en esas primeras gotas de semen que ahora se quedarían en sus calzones…
Al rato fue Adolfo el que tiró la cucharilla y los tres nos reímos con tontería.
-¡Vaya torpes que estáis! No beban más- les prohibí con sorna.
Y me agaché a por la cuchara, esta vez por la parte de Adolfo. Me apoyé en su muslo y subí suavemente hasta notar su gorda verga en mi mano. La agarré con fuerza mientras decía:
¿Dónde ha ido? No la veo…
Déjala, nena- dijo mi madre- ya la encontraremos cuando barramos.
– No mami, que si la pisamos nos caeremos- y sin soltar la polla de Adolfo, me sumergí bajo la mesa, entre sus piernas, abrí con destreza su cremallera, mientras seguían charlando, y saqué su cipote fuera. ¡Diosa! ¡Era enorme!
No me demoré en contemplaciones, era una operación de comando y la rapidez era esencial. Acerqué mi boca abierta con la lengua fuera y me tragué su glande y un trozo de rabo. Se lo mamé en silencio mientras que le pajeaba con una mano y me pellizcaba el clítoris con la otra. Rezumaba la lefa de lo que se llama “precum” y se lo sorbí con rapidez. Luego de igual manera, le guardé la polla con rapidez, cogí la cuchara y emergí diciendo, no sin doble sentido:
- ¡La cogí!
Menos mal que mi madre estaba achispada, si no hubiera visto mi barbilla babosa y mi cara colorada.
Me senté de nuevo y miré a Adolfo. Estaba concentrado en lo que contaba mi madre, como si no hubiera pasado nada. Ya empezaba a mosquearme cuando sentí su mano en mi muslo derecho. Abrí las piernas y su mano avanzó hasta mi vulva.
La acaricio suavemente, pellizcando con firmeza, pero sin dureza, los labios de mi coño. Sus dedos subían y bajaban lentamente desde la entrada de mi vagina hasta mi clítoris… y me corrí. Aguanté como pude el tipo, intentando no dar señales de lo que me estaba pasando allí abajo, o eso creía yo. Adolfo retiró su mano y, disimulando, lamio sus dedos. Mi madre me miró y dijo:
- ¿Nena que te pasa?¿Estás bien?
– Creo que tome mucho anís, mami. Voy al baño a remojarme.
–Sí, anda. No más bebida para ti. Y túmbate un poco.