Historia de Mariola (9: Mi amiga Sandra y yo)

Apoyado contra la pared estaba el muchacho, con los pantalones y los slips a la altura de los tobillos, mientras ella tenía su polla en la mano y su amiga Sonia, se desabotonaba la camisa blanca de su uniforme de colegiala.

Novena parte: Mi amiga Sandra y yo


Era lunes, y tocaba volver al colegio.

La perspectiva no me gustaba nada, después del fin de semana que había pasado con mi hermano mayor, pero ya quedaban pocos días de clase, y eso, lejos de hacerlo más llevadero, me amargaba, porque sabría que tendría que dejar la casa de mi Pedro... El sarampión de mi hermano pequeño, que había sido la excusa que me había llevado a casa de Pedro, mi hermano mayor, no sería problema, porque cuando acabaran las clases probablemente me mandarían al pueblo, a casa de mis abuelos, donde solíamos pasar los veranos, y allí tendría que volver a compartir habitación con Anita, la enana de mi hermana... y dejaría de ver a Pedro y a Sandra, y a mis otras amigas del cole...

Sandra era otro problema, porque le había prometido a Pedro que la convencería, no se muy bien de que, porque no conocía el plan de mi hermano, pero aunque a ella le gustaba, eso era una cosa y meterla en nuestros jueguecitos otra distinta...

Durante todas las clases de la mañana estuve muy callada.

  • ¿Qué te pasa, Mariola? –Me decía Sandra en las notitas que me pasaba.
  • Nada.
  • Si ya... y yo me lo creo –inisistía- anda cuenta.

Yo le había contado a Sandra lo que hacíamos, pero no sabía muy bien como seguir con el plan... porque no tenía ningún plan.

Durante el recreo, a media mañana, vimos como Carmen, y alguna de las otras chicas amigas suyas, de las que mi madre llamaba “las frescas”, se apartaban del grupo y doblaban la esquina del edificio, hacia la parte trasera.

  • ¿Qué estarán tramando? –afirmó más que preguntó Sandra-.
  • Nada, -dije yo- seguramente Carmen le habrá robado algunos pitillos a su padre y estarán fumando.
  • ¡Anda!, vamos a ver –sugirió-.

Yo no tenía muchas ganas, pero mejor que continuar aburriéndome en el patio... Nos dirigimos a la parte trasera, donde estaba la puerta que daba a la sala de mantenimiento, desde la que se que se accedía a la sala de calderas... y allí estaba Carmen, junto con Sonia, otra de las “frescas” como la llamaba mi madre, y Gerardo, un niño apocado y bastante silencioso al que apenas conocíamos porque no era de nuestra clase, sino del curso siguiente.

Sandra y yo nos escondimos tras un árbol y escuchamos la conversación.

  • ¿Lo has traído? –preguntaba Carmen-
  • Es que es mucho...- se quejaba el chico-
  • Si quieres que lo haga, es lo que hay
  • Y si te doy un paquete de tabaco...-balbució Gerado.
  • Anda el listo –terció Sonia- tabaco ya tenemos...

Y era verdad, de hecho ella y Carmen estaban compartiendo un pitillo.

  • Es que es toda mi paga ahorrada...
  • Como quieras –Carmen dio una calada- anda vámonos Sonia, estamos perdiendo el tiempo...
  • No espera –saltó el muchacho cuando vio que se le escapaba la oportunidad- ¿no podríamos dejarlo en 300?
  • De eso nada, te he dicho que 500...
  • Vale, pero además de mirar, ¿Puedo tocar?

  • “¿Tocar que?” -Me susurró Sandra.

  • “No lo se” -respondí bajito yo.
  • “Crees que Carmen le va a enseñar las bragas?” -  “¿Por 500 pesetas?, no creo que el lelo ese sea tan tonto.
  • “A lo mejor le enseña el coño” –ji ji rió Sandra por lo bajo.

  • ¿Tocar? Anda el listo –continuó Sonia la conversación- pues no pides tu nada.

  • Pues si queréis las 500 me tienes que dejar tocar... –parecía que el chico había sacado algo de genio, en vez de usar su tono apocado habitual.

Sonia y Carmen se miraron, y Sonia tiró el cigarrillo.

  • Vale, vamos –dijo resuelta.
  • Pero primero el dinero –pidió Carmen alargando la mano donde el chico soltó algunas monedas.

Y traspusieron por la puerta del cuarto de mantenimiento, que al parecer por descuido el bedel se había quedado abierta.

  • Vamos a seguirlos –propuso Sandra-
  • ¿Para que? –dije fingiendo indiferencia- ¿para ver como la fresca de Carmen le enseña su cosita a ese lelo?
  • ¿Es que no tienes curiosidad, Mariola? – y tiró de mi mano, conduciéndome hacia la puerta entreabierta.

Estaba oscuro allí adentro, y casi no se veía, porque fuera hacía mucho sol, el sol de una mañana de principios de verano. Tuvimos que esperar un poco hasta que nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad...

Allí no parecía haber nadie, pero Sandra sugirió que quizás estuvieran detrás de la caldera, así que nos agazapamos entre las tuberías y observamos calladamente. Lo que vimos me dejó con la boca abierta e imagino que una expresión en la cara igual de estúpida que la que tenía Sandra a mi lado. Apoyado contra la pared estaba el muchacho, con los pantalones y unos slips blancos a la altura de los tobillos, de forma que se podíamos verle su polla, o mejor dicho su cosita, porque la verdad es que para mi, que ya las había visto y probado mejores, era bastante poquita cosa. De pie a su izquierda, estaba Carmen, y para mi sorpresa se la estaba tocando.

  • ¿Pero que hace? –susurró Sandra-.
  • ¿Pues no lo ves? –le respondí yo- se la está meneando.

Y efectivamente, parecía que Carmen le estaba haciendo una paja, porque movía su mano derecha rítmicamente. Bueno, realmente era tan pequeña que la tenía agarrada entre los dedos pulgar e índice.

  • Vaya, es la primera vez que veo una polla de verdad –dijo Sandra.
  • La tiene pequeña –dije casi sin pensar.
  • Claro, habló la lista –sonrió mi amiga- ¿tu hermano la tiene más larga?
  • Ajá –musité yo, y bastante más gorda-.
  • ¡Ay hija!, quien la disfrutara...

Eso me dejó pensando un poco... la verdad es que ver a Sandra con su aspecto aniñado y oírla hablar de la polla de mi hermano Pedro tenía su morbo...

  • Enseñale algo a este marica  -dijo Carmen- a ver si se le empina

Y entonces para mi sorpresa, Sonia, que estaba enfrente del chico, y casi me tapaba la escena, se desabotonó la camisa blanca de su uniforme de colegiala y dejó al descubierto sus tetas redonditas y blancas... No las tiene muy grandes –pensé con envidia- pero aún así las tiene más grande que yo, y desde luego mucho más grande que Sandra, que era prácticamente plana.

Me di cuenta que tenía la boca abierta por la sorpresa, y la cerré. Al parecer se repartían el trabajo, y mientras era Carmen la que se dedicaba a los trabajos manuales, a su amiga era a la que le tocaba enseñar carne. El niño entrecerró un poco los ojos y aunque no lo oía desde donde estaba, supongo que empezó a respirar más pesadamente, porque poco a poco su pequeño pene se iba empinando y haciéndose más grande, aunque seguía siendo más pequeño que el de Pedro...

Al cabo de un momento, el chico abrió los ojos. - Me dijiste que podía tocar –exigió-. - Bueno vale –dijo Carmen, que al parecer era la que manejaba la batuta.

El juego de palabras en mi cabeza me hizo reír, y por poco nos descubren, porque creo que lo hice un poco más alto de la cuenta. Carmen miró a Sonia y asintió, así que esta se acercó un poco al chico, de forma que este alargó su mano y tocó torpemente su tetita izquierda.

Carmen incrementó el ritmo, como si tuviera prisa, e imagino que la tendría, porque el recreo estaba a punto de acabar. El chico, sobaba torpemente las tetas de Sonia, mientras suspiraba cada vez más fuerte.

  • Me están poniendo caliente –susurré al oído de Sandra.

Y era verdad, notaba que me iba humedeciendo por lo excitante de la situación. Casi inconscientemente, metí mi mano por la cintura de mi falda de colegiala, buscando mi coñito, y comprobé que estaba un poco húmeda. Mientras Carmen seguía afanada en su tarea, meneándole la polla furiosamente al chico, yo hipnotizada, me acariciaba lánguidamente por encima de las braguitas, notando la humedad creciente.

-Sí.... aahh... sí... sigue... –decía el chico entre gemidos.

Y sí, Carmen seguía, como si no fuera con ella pero seguía haciéndole la paja al chico, como si estuviera pensando en otra cosa. Por su parte Sonia, a la que de vez en cuando le seguían tocando las tetitas, también estaba distraída: había sacado un chicle y lo mascaba desganadamente, haciendo ocasionales globitos que inflaba en su boca hasta que reventaban.

  • Ahhh... Sí,... que bue-bueno....- suspiraba el niño.

Yo estaba completamente hipnotizada por la escena, sin pensar el riesgo que corríamos de que el bedel, un profesor, o la misma Carmen nos descubriera... Me fijé que la pequeña polla de Gerardo estaba completamente erecta, apuntando hacia arriba porque carmen era un poco más alta que él y además vi que apenas tenía pelitos, y que sus pequeños huevecitos se había como encogido, apareciendo ahora como dos pequeñas almendritas.

Sin previo aviso, de repente, el niño soltó un gruñido, y se corrió, la verdad es que de forma bastante abundante, para lo poquito que aparentaba, dando fuertes golpes de cadera hacia delante. Tan de improviso se corrió y tan distraídas estaban Carmen y Sonia, que las pilló de sorpresa, y aunque los demás chorros pudo esquivarlos, el primero salió con potencia suficiente y apuntando tan alto, que alcanzó a Sonia en su faldita a cuadros, manchándole el uniforme del colegio.

  • Pero ¡serás guarro! –protestó Sonia- mira a ver donde apuntas.
  • Eres un cerdo –dijo a su vez Carmen, que había dejado de meneársela al niño.- Mira lo que has hecho.

Y acto seguido se dio cuenta de que ella tenía la mano también manchada de leche blanca, por lo que empezó a restregarla con asco en el muro.

  • ¡Mariola! ¡Mariola! –susurró Sandra a mi oido - ¿pero que haces?

Y se quedó mirando como mi mano subía y bajaba por dentro de mi falda, acariciando mi coñito.

  • Vámonos, que nos van a descubrir...

Y mientras Sonia se aborchaba los botones de su camisa blanca, Sandra tiró de mi hacia fuera.

En la siguiente clase, Sonia lucía un sospechosa mancha oscura en su falda del uniforme, como si se hubiera orinado o algo así... Supongo que era la marca del agua que se echó encima para intentar disimular el estopicio. Yo le echaba alguna miradita socarrona, desafiante... hasta que ella me sacó la lengua y me puso mala cara. Supongo que pensó que yo cría que se había orinado encima o algo así... pero yo sabía la verdad.

La última hora de clase del lunes era clase de gimnasia. En invierno, la hacíamos a cubierto y con un chándal de deporte con el escudo del colegio, pero como era casi verano, la hacíamos en el patio, vestidas con un pantaloncito corto de deporte y una camiseta blanca sin mangas.

Las chicas que estaban más desarrolladas rellenaban muy bien la camiseta, dejando entrever un generoso escote, y a algunas, como a Carmen, que no llevaba sujetador,  se le marcaban las aureolas de de los pezones a través de la tela blanca. El año anterior teníamos una profe de gimnasia, pero en mi curso actual el profe era Don Anselmo, un viejo baboso, al que sorprendía de vez en cuando mirando a las niñas, intentando adivinar más de lo que la camiseta dejaba ver. Yo seguía cachonda por la escena que había presenciado en el cuarto de mantenimiento, y casi sin pensarlo, y supongo que un poco por envidia de las chicas mayores, me subí un poco el pantaloncito, metiéndomelo por la rajita del culo, y asegurándome de darle una buena perspectiva de mi trasero en pompas a Don Anselmo durante los estiramientos.

Luego tocó saltar el plinto, un ejercicio que yo odiaba... pero mientras esperaba en la fila al lado de Sandra tuve ocasión de cuchichear con ella sobre Don Anselmo.

  • Eres una fresca –me dijo cuando le conté lo del pantaloncito.

Al parecer no era yo la única que odiaba el plinto... Dos o tres posiciones delante de mi en la cola estaba Yolanda, una chica regordeta y torpona, que casi nunca lo saltaba. Entre lo desarrollada que estaba, y lo gordita, la verdad es que tenía unas tetas enormes para su edad. Cuando le toco el turno e inició la carrera hacia el plinto se le bamboleaban escandalosamente, y los chicos de la clase empezaron a jalearla y a soltar algún comentario burlón y obsceno.

  • ¡Silencio! –regañó Don Anselmo- Silencio he dicho.

El caso es que Yoli se puso nerviosa y no llegó a saltar el plinto, chocando contra él y desplazándolo un poco.

  • Ahí va la tetona –se oyó, seguido de un:
  • Ala, la ballena se va a cargar el plinto.
  • ¡García! –gritó Don Anselmo al que lo había dicho- 20 flexiones, por listo. ¡Vamos! ¿a que esperas? que no tengo todo el día.

La última parte de la clase consistió en dar vueltas al patio a la carrera, de forma que cuando el profesor hacía sonar el silbato el último de la fila tenía que correr más deprisa, adelantarlos a todos y ponerse en cabeza.

Entre el calor que hacía a última hora de la mañana, y las carreras, la verdad es que todos estábamos sudando bastante... y deseando que sonara el timbre que marcaba el final de la clase, y del cole por ese día.

Cuando por fin ocurrió, y nos dirigimos al vestuario y a las duchas nos encontramos con Antonio, el bedel, a la puerta, que dijo algo al oido de Don Anselmo. Al parecer las duchas de las chicas estaban estropeadas, así que Don Anselmo nos dio a elegir: o esperábamos a que terminaran los chicos, o nos duchábamos en casa. Al fin y al cabo era la última hora de clase.

  • Pero, las que se vayan, dúchense en cuanto lleguen –advirtió severamente- No me sean guarrillas –me hizo gracia la palabra que usó: si él supiera lo guarrillas que podíamos llegar a ser.

  • Vente a mi casa y te duchas allí –propuso Sandra.

La verdad es que ella vivía cerca del colegio, y tardaría menos si me duchaba en su casa que si esperaba a los chicos... además me daba un poco de asco tener que ducharme en las duchas de los niños. Así que iniciamos el camino hacia su casa, que estaba a algo menos de 10 minutos del colegio.

Cuando llegamos a casa de Sandra sólo estaba su hermano, un año menor que ella, tumbado en el sofá: como no había tenido clase de gimnasia a última hora y no había necesitado esperar para ver que pasaba con las duchas, como nosotras había llegado antes.

  • Hola enano –dijo Sandra-.
  • Hola –repondió su hermano sin girar la cabeza siquiera.
  • ¿Y mamá?
  • Ha salido un momento a la tienda –respondió y esta vez, al percatarse de mi presencia si que miró- ha dicho que volvería en menos de una hora.
  • Vamos, -me dijo Sandra- la ducha está arriba.

Advertí como el hermano giraba la cabeza al oírlo, mientras nosotras subíamos todavía con la ropa de deporte sudada puesta.

Entramos en la habitación de Sandra y esta se desnudó tras cerrar la puerta, dejando al descubierto su pechito plano y blanquecino.

  • ¿Quieres ducharte tu primero? –ofreció.
  • Vale –dije mientras me dirigía a la puerta
  • En el armario del baño hay toallas –me dijo mientras yo abría.

En ese momento, su hermano cruzó por delante de la puerta, o estaba allí, no lo se, intentando escuchar algo, el caso es que pudo entrever a Sandra desnuda de cintura para arriba, porque echó una mirada el tiempo suficiente hasta que yo pude cerrar la puerta.

  • ¡Guarro! –oí que protestaba mi amiga mientras yo me dirigía al cuarto de baño- se lo diré a mamá... –amenazó Sandra

Cuando entré en el baño, me desnudé y me metí en la ducha. Corrí la cortina para no salpicar de agua todo, y comencé a ducharme. Sentía el agua refrescando mi piel... era una sensación muy agradable.

La ducha de la casa de Sandra era de esas del tipo teléfono, así que la descolgué para poder manejarla mejor. El agua tenía mucha presión, mucho más que en casa de mis padres o de mi hermano, y la sentía como agujas calientes en mi piel.

Se me ocurrió la idea de dirigir el chorro de agua hacia mi coñito, e instantáneamente obtuve respuesta, porque me acordé de la escena del cuarto de mantenimiento, y de lo que allí habíamos visto. Me empecé a poner caliente otra vez, así que volví a colgar el teléfono de la ducha, y mientras el agua caía sobre mi piel desnuda, comencé a masturbarme, acariciándome con la palma de la mano, lentamente, sin prisas...

Apoyé mi espalda contra la pared de azulejos, y levanté la pierna izquierda hasta apoyar el pié en el borde de la bañera, de forma que quedaba completamente abierta, y con mi coñito más accesible.

Comencé a frotar y a meterme un dedo alternativamente, sintiendo como iba en aumento mi calentura. Mientras con la mano derecha me acariciaba por delante, con la izquierda por detrás de mi culito, acariciaba mi estrecho agujerito, y con la punta de los dedos, hasta donde llegaba, la parte inferior de mi chochito. Me mordía el labio inferior de puro gusto, mientras sentía que el placer iba en aumento.

Tan extasiaba en mi propio placer estaba, que no oí siquiera abrirse la puerta... era Sandra que había entrado, pero cuando me di cuenta, pegué un gritito, porque la vi sentada en la taza del water, meando.

  • Tranquila... soy yo –me tranquilizó-.
  • ¿Qué haces aquí? –pregunté malhumorada, porque me había cortado todo el rollo.
  • Es que tenía ganas de hacer pis...-dijo inocentemente- pero veo que no perdías el tiempo. ¿Qué hacías?
  • Nada –dije secamente-.
  • Ya, ya... –te estabas acariciando.
  • No... bueno, si, me estaba haciendo una paja...
  • Umm
  • ¿Tu no lo haces nunca o qué? –pregunté mientras salía de la ducha y me envolvía en la toalla.
  • Sí, alguna vez – dijo mientras se levantaba y se limpiaba con un poco de papel higiénico- en la ducha, como tu estabas haciendo.

No sabía si estaba avergonzada porque me hubiese pillado, o cabreada porque me había cortado el punto. El caso es que me dirigí a su habitación mientras la dejaba a ella en la ducha.

Una vez allí, sentada sobre su cama, me empezó a volver la calentura... la verdad es que la situación tenía su morbo, y podría aprovecharla para traerme a Sandra a mi terreno, y al de Pedro. Cuando pensé en mi hermano, me volvió definitivamente el calentón... ¡Que pena no tener su polla aquí para aliviarme!... entonces me quedé pensando en algo que había dicho yo medio en broma este fin de semana pasado: “¿No querrás que me meta un pepino?” o algo así, había dicho yo, y el pareció estudiarlo en serio por un momento... Mientras Sandra seguía en la ducha, espoleada por mi calenturienta imaginación, decidí bajar a la cocina, y registrar su nevera...

Para llegar a la cocina había que pasar por la sala, donde el hermano de Sandra había vuelto, y estaba tirado en el sofá viendo la tele distraídamente. Cuando crucé, se me quedó mirando con la boca abierta, hasta que comprendí que había bajado vestida solo con la toalla... pero ya había llegado a la cocina. Abrí la nevera, pero no había pepinos, no se si estaba decepcionada o aliviada, porque al fin y el cabo un pepino era bastante más gordo que cualquier cosa que yo hubiera alojado en mi estrecho coñito... había berenjenas, pero claro eso era peor... “pero ¡espera!”, me dije a mi misma... esto si puede valer... mientras observe un pequeño manojo de zanahorias.

Cogí una, y mientras la ocultaba bajo la toalla, decidí calentar un poco al hermano de Sandra como había hecho con Don Anselmo una hora antes, así que recogí un poco la toalla dejando al descubierto gran parte de mis muslos, y la bajé por la parte de arriba, hasta que dejaba ver el nacimiento de mis pechos.

Así vestida, o mejor dicho así desnuda, volví a cruzar por la sala, mientras le dirigía una mirada pícara al hermano menor de Sandra mientras este no me quitaba ojo de encima con la boca abierta como un tonto y yo le dirigía un “Holaaa” con la voz más seductora que pude poner, aunque imagino que más bien sonaría como una voz de putilla.

Cuando volvía subir a la habitación de Sandra, ésta todavía no había salido de la ducha, así que me senté en la cama, y sin saber muy bien que hacer con la zanahoria, la oculté bajo la almohada.

Cuando Sandra regresó se quitó la toalla, pero debajo se había puesto ya unas braguitas blancas, y un sujetador también blanco, que la verdad es que no necesitaba, por el poco pecho que tenía.

  • Sabes –dije- me he quedado con ganas de terminar lo que me has cortado.
  • ¿Aquí? ¿delante de mi?
  • Sí, ¿por qué no?
  • ¿Es que tu no te acaricias?
  • Sí, pero... me da corte –dijo mientras se sentaba a mi lado en la cama.
  • Podemos hacerlo juntas.
  • Es que mi madre... va a volver –balbuceaba Sandra- y mi hermano...
  • ¿No querrás invitarle? –dije sonriendo.
  • No tonta, claro que no pero ¿y si nos oye o sube?
  • No subirá, -dije acercando mi cara a la suya- y si sube le alegramos al vista –continué bromeando.

Sandra había acercado un poco su boca, así que la besé en los labios, tímidamente. Ella se apartó un poco, pero luego volvió a acercarse, como si ya no le importara...

Yo comencé a acariciarles sus tetitas por encima del sujetador, mientras ella ponía una mano sobre mi hombro.

  • ¿Quieres tocarme tu? –pregunté mientras desataba la toalla y dejaba al descubierto mi pecho.
  • Sí..., bueno, no se si tu quieres.

Pero ya había puesto su mano derecha sobre mi pecho, y lo sobaba un poco.

  • ¡Que envidia! –dijo- yo las tengo tan pequeñas...
  • Mi hermano dice que le gustan las tetitas pequeñas...
  • No digas eso que me derrito.
  • Es cierto

Y me quedé esperando, pero Sandra no añadió nada. Le quité el sujetador, y así, sentadas una junto a la otra en la cama, acerqué mi mano a su coñito por encima de la braguita. Ella dio un pequeño respingo.

  • Si tu quieres –dije sin estar muy segura de mi misma- podrías venir
  • ¿Venir? ¿Adonde? –yo continuaba acariciando su coñito mientras ella me sobaba las tetas.
  • A casa de Pedero... –dejé la frase en suspesnso, esperando la reacción.
  • ¿Tu estás loca?
  • No... dije, si te apetece...
  • ¿A hacer que?

La verdad es que no se que pretendía decir con esa frase tan tonta ¿acaso no se lo imaginaba? Entonces recordé la excusa de mi hermano...

  • Si quieres puede hacernos algunas fotos
  • ¿Cómo?
  • Sí, como si fueramos modelos –dije mientras metía mi mano bajo la braguita y tocaba su colito- Sabes, mi padre tiene una cámara buena, y se la ha prestado.
  • No sé... –continuaba vacilando- ¿tú... tú crees?

No respondí, sino que la besé... creo que ya casi estaba convencida... de hecho se había convencido ella sola, porque yo sabía que le gustaba mi hermano desde siempre, al fin y al cabo era el típico amor imposible de niña, porque él era mucho mayor...

  • ¿Quieres besármelas? –propuse.
  • ¿Ahí?
  • Sí –y ella tímidamente al principio, acercó su boca a uno de mis pechos y lo besó.

  • Chúpalo si quieres –dije- es muy agradable.

Y para demostrárselo, lo hice yo con sus pequeñas tetitas. Ella me imitó, y sentí que mis pezones se ponían duros, de punta, porque otra vez me estaba humedeciendo un poco.

Seguimos acariciándonos un rato, hasta que le porpuse que se tumbara.

Le saqué las braguitas blancas, de niña, y me puse entre sus piernas.

  • Te voy a hacer algo que me hace mi hermano
  • ¿El que?-preguntó un poco recelosa.
  • Ya verás... te gustará –la tranquilicé mientras comencé a pasar la lengua por su chochito.
  • Ahhh...-susipiró- que gustito... sigue...

Y eso hice, seguí lamiéndola arriba y abajo. Supongo que lo hice de una forma bastante torpe, al fin y al cabo si mi experiencia chupando pollas era escasa todavía, comiendo coños era nula. Nunca he estado con ninguna otra mujer, no soy lesbiana, aunque alguna vez he participado en un trío con otra chicha... pero supongo que esto no contaba, porque éramos niñas, y amigas íntimas, y estábamos sólo tonteando.

A Sandra no parecía importarle mi supuesta torpeza, porque gemía cada vez más. Yo notaba como su coñito estaba húmedo, y muy caliente... al rojo... casi me quemaba los dedos, porque a veces intentaba meter la puntita, pero lo tenía muy cerradito... como yo hasta hacía pocos días, ella era aún virgen.

-Espera –dije- levántate. - ¿Cómo me pongo? –preguntó totalmente entregada- - Así, en pompas...

Y arrodillada en la cama, con la cabeza apoyada sobre la colcha, pude acceder mejor a su culito en pompas, porque apoyé mi cabeza sobre él mientras con mi mano entres sus piernas seguí sobándolo, cada vez más deprisa.

  • Ahhh.... sí... Mariola.... Sigue.... por favor...no ...no pares... que gustito...

Yo había dejado de lamer y me dedicaba a restregar mi mano por su pequeño sexo, que –a diferencia del mío- tenía pelitos, porque, claro, pensé, no tiene un hermano que se lo afeite, como ha hecho Pedro conmigo.

Yo me estaba poniendo caliente por momentos, así que aceleré el ritmo, confiada en que luego ella me correspondiera a mi. Restregaba cada vez más deprisa con mi mano, hasta que sentí unos pequeños espasmos al tiempo que Sandra dejaba escapar unos grititos, y se derrumbaba jadeante sobre la cama...

  • Ahhh –dijo- que gustito más rico.... Nunca lo ha había sentido así cuando me acaricio yo sola...
  • Si te lo hace un chico se siente mejor... –dije a modo de invitación.

Sandra seguía tumbada en la cama desnuda y  boca arriba, recuperándose, pero no parecía muy interesada en mi...

  • Oye... ¿Y ya está?-pregunté
  • ¿Uhmmm? –masculló mirándome.
  • Estoy caliente como una perra –solté la mayor burrada que se me ocurrió.
  • Ala! ¿Dónde has aprendido esa frase
  • Se la oí una vez a la novia de mi hermano...
  • ¿A Sara?
  • Sí, ... pero a la tonta le gusta más María
  • ¿No se llama Sara?
  • Si... bueno Sara María... es compuesto. ¿Pero que más da? Ahora me toca a mi ¿no?
  • Sí, perdona –se disculpó- ¿qué quieres que te haga.

Yo me tumbé boca arriba y ella se puso sobre mi, besándome y acariciándome el pecho. Entonces, en esa posición, mi sexo y el suyo se rozaban, tocándose por el pubis, así que me moví un poco, procurando apretarme contra él. Sandra pareció comprender y se aplastó contra mi, frotando todo su cuerpo contra el mío, y asegurándose de que nuestros coños se rozaran.

Después de un rato de este calentamiento la aparté un poco:

  • Tócame ahí abajo –ordené
  • ¿Así? Y ella empezó a pasar torpemente la palma de su mano por mi coñito.
  • Sí... así... sigue...

-  Méteme un dedo o dos... por favor -supliqué - ¿No te haré daño? - No... sigue... sigue... por favor no pares...

Y sentí como metía sus dedos en mi coñito. Primero uno, tímidamente, y luego dos, ya más rápido. Yo me humedecía muy rápidamente... estaba casi a punto... y entonces me acordé de la zanahoria. Alargué mi mano y tanteé bajo la almohada hasta dar con ella.

  • Usa esto
  • ¡Ala Mariola! ¡Que bestia!
  • Métemela... por favor –le pedí alargándole la zahanoria.
  • Pero... –dudó un momento.
  • Venga, hazlo... a falta de una buena polla... –dije, y me reí un poco.
  • Eres una guarrilla –susurro, mientras introducía la puntita naranja.

No fue muy satisfactorio... yo había probado cosas mejores... pero Sandrá se afanó en meter y sacar la hortaliza, parando cada dos por tres para preguntar si me hacia daño.

  • No pares ahora ¡coño!... -solté un taco, y me sorprendió a mi misma mi rudeza.

Yo me sobaba las tetas, mientras dejaba mi parte baja en manos de mi amiga. Finalmente y alternando la zanahoria, con su lengua, que de vez en cuando pasaba por mi rajita, me corrí.... No estuvo mal... pero no fue lo mismo que con Pedro.

  • ¿No te gustó? –preguntó Sandra viendo la expresión de mi cara-
  • Sí... no estuvo mal..., pero tienes mucho que aprender –añadí con picardía.
  • ¡Ya habló la maestra! ¿Eso es lo que te enseña tu hermanito?
  • Eso y más cosas... –dije yo- y a ti también te enseñará cuando vengas...

Y así, tumbadas las dos desnudas sobre su cama comenzamos a reirnos...

Besitos.