Historia de Mariola (3: La seducción de mi her..)

Mariola se decide a atacar... y pasa a la acción. Una noche por fin la niña se queda a solas con su hermano mayor, y pone en práctica su plan para seducirle.

Tercer parte: La seducción de mi hermano.


Hola a todos otra vez. Como ya os conté anteriormente soy una rubita de treintaytantos, de buen ver, sin ser algo espectacular, que me he decidido a contar mis inicios en el sexo.

Cuando tenía trece años, casi catorce, y por supuesto todavía era virgen, tuve que mudarme unas semanas al apartamento de mi hermano mayor Pedro. Hoy en día supongo que se podría decir que era un picadero. Entonces se le llamaba un pisito de soltero, pero la verdad es que era un cuchitril viejo y pequeño en un cuarto sin ascensor. Sin embargo esto no parecía molestarle a mi hermano: le permitía no vivir en casa con sus padres y sus otros tres hermanos, y además le daba la oportunidad de tener un sitio en el que verse con su novia María, que todavía era menor (sólo tenía 17 años) y tenía un padre militar y una madre de las de misa diaria: ni hablar de vivir juntos hasta que la niña estuviese casada y bien casada. Así que supongo que debí joderles bastante con mi presencia... Pero como les conté en el relato anterior, una noche los espié mientras se daban el lote.

Yo había descubierto hacía relativamente poco tiempo como masturbarme, y el objeto habitual de mis fantasías solía ser mi hermano. Tonta de mí, creía haber descubierto la rueda, así que un día, me decidí a contárselo en el recreo a Sandra, mi mejor -y casi única- amiga del colegio. Empecé dándole muchas vueltas y mucho bombo, tanto que se impacientó.

  • Bueno, ¿me lo vas a contar o no? -dijo impaciente.

Entonces le describí como había aprendido a masturbarme, como lentamente iba pasando los dedos por mi coñito sonrosado y como en el momento justo, apretaba mi botoncito y creía morir de gusto.

  • Creí que me ibas a contar otra cosa -dijo desilusionada- ni que hubieras inventado el fuego
  • Pero...
  • Mariola, que ya tenemos casi 14 años.

Me molestó un poco su desdén, porque Sandra era bastante tímida, y no creí posible que ella dominara el tema... si hubiese sido la putona de Carmen...

  • ¿Es que tu ya lo sabías?
  • ¿Desde cuando?
  • El año pasado
  • ¿Pero como...?
  • Mi hermana mayor... ella me contó que las chicas lo hacían y...
  • ¡Serás guarra! ¡Que callado te lo tenías!
  • ¿Y que quieres? ¿Que lo vaya contando por ahí y parezca un putón como Carmen?
  • Joder tía, que soy tu mejor amiga...

El caso es que me molestó su aire de suficiencia, y la prepotencia con que lo dijo, así que me decidí a revelarle algo más, y le conté que había visto a mi hermano Pedro y a su novia dándose el lote

  • ¿Morreándose?
  • No tonta, desnudos, acariciándose...
  • ¿Follando? -sus ojos brillaban de deseo.

Yo sabía que a mi amiga le gustaba mi hermano, siempre decía que estaba muy bueno.

  • La verdad es que no, pero ella se la chupó y ella a él también.
  • ¿El que?
  • El coño hija, que preces tonta -ahora volvía dominar yo la situación.
  • Ojala lo hubiera visto yo... ¡tu hermano está tan bueno!
  • Pues ya sabes, vente a vivir con nosotros Ja Ja Ja.
  • ¡Idiota!

El caso es que aquella conversación y los comentarios que le había hecho María a su novio me estaban dando que pensar... Pedro estaba realmente bueno, y yo parecía excitarle. Por un lado sabía instintivamente que aquello estaba mal, pero la curiosidad me podía. Me moría de ganas de probar en mi coñito tierno y joven lo que le había visto hacer en el de María. Pero ¿como entrarle? ¿Y si me rechazaba? Como poco me moriría de vergüenza, y eso si no se lo contaba a mis padres... ¡me moriría!

Más delante, en el baño, me encontré con Carmen (ella solía pasar medio recreo allí para fumarse a escondidas algún pitillo que le había quitado a su padre) y cuando ya me iba decidí tirarle de la lengua. Carmen tenía fama de descarada y de saber mucho de estos temas (tenía un novio mayor que iba al instituto, o eso decía ella).

  • Carmen...
  • ¿Que?
  • Alguna vez... ¿alguna vez has acariciado a un chico?
  • Pues claro tonta, mi novio...
  • No... digo su cosa... su polla.
  • ¡Vaya con la mosquita muerta!
  • No en serio... ¿le has tocado?
  • Si, claro... pero sólo cuando ya llevo saliendo con el un tiempo. Si no se creen que eres una cualquiera y se pasan.
  • ¿Y le has...?
  • ¿Qué? ¿que si le he hecho una paja?
  • ¿Una qué?
  • Hija, pareces torna, una paja, meneársela,
  • Eso.
  • Pues si, a veces
  • ¿Y?
  • ¿Y que?
  • Pues eso... que como es.
  • Pues al cuando mi novio se pone muy pesado se lo hago... y al cabo de un rato comienza a tener como temblores, y suelta la leche.
  • ¿Como vimos en la revista? (hacía unos meses había caído en nuestras manos una revista porno)
  • Eso, igual, solo que yo no me dejo que me caiga encima... ni muerta. Me mancho la mano, pero luego consigo que él haga todo lo que le pida.
  • ¿Y él a ti?
  • Pues eso... ¿que si el también a ti?
  • si, si que le dejo que me toque, aunque es muy torpe, prefiero hacerlo yo a mi gusto... y más tranquila, cuando estoy sola.
  • ¿Y con la boca?
  • ¿como en la revista?
  • Si.
  • Bueno... -así que la fama de Carmen tampoco estaba tan justificada- Pues... si, a veces -pero me sonó a falso.

Estaba a punto de preguntarle si se lo había chupado alguna vez, pero lo dejé. Creo que ya me estaba mintiendo. y además sonó la campana para volver a clase

Esa tarde seguí dándole vueltas a lo que había dicho Sandra de mi hermano. De cualquier manera el curso tocaba a su fin, y si no intentaba algo pronto nunca tendría una oportunidad tan clara. Por otro lado, él parecía que se excitó con mi cuerpo la noche en que nos quedamos viendo los tres una película... y eso que solo me vio los muslos Un par de noches después me decidí a atacar. me aseguré de que esa noche María no se quedaba a cenar, así que me di una ducha y me puse mi habitual camiseta. Pero esta vez, en lugar de elegir una grande y holgada, elegí una más pequeña y ajustada, de color blanco... y no me puse ropa interior, ni braguitas ni sujetador.

Después de cenar nos pusimos a ver la tele, y aunque el sofá era pequeño, cabíamos los dos.

Al poco tiempo vi que a mi hermano se le iban los ojos descaradamente hacia mi pecho. Tenía bastante para mi edad, y la camiseta lo realzaba... pero lo más importante, al no usar sujetador se me trasparentaban las aureolas de los pezones. No se muy bien de que iba la película, pero creo que Pedro tampoco seguía demasiado el argumento.

Cuando estábamos los tres, María y el se sentaban en el sofá, normalmente uno se tendía o se recostaba y apoyaba la cabeza en los muslos del otro, y a mi me tocaba uno de los desvencijados sillones. Pero ahora que estábamos solos, él estaba recostado sobre uno de los brazos del sofá con los pies descalzos sobre el cojín central... y yo me senté en la tercera plaza que quedaba libre. Todavía no había empezado el verano, por lo que aunque los días solían ser calurosos, por las noches refrescaba, así que en el sofá solía haber una manta para cubrirse las piernas y las rodillas, y como Pedro estaba descalzo, para no coger frío, se echo la manta sobre las piernas y se tapó. Bueno, eso dijo él, yo creo que era para que no se le notara el enorme bulto que tenía en la entrepierna y que le levantaba la tela de los vaqueros, como si se hubiese metido un calcetín enrollado bajo los pantalones. Mi táctica estaba funcionando... además, la camiseta era tan corta que dejaba ver el nacimiento de mis muslos...

Como el tiempo corría y no pasaba nada... y yo tampoco me atrevía a entrarle directamente empecé a preocuparme. En aquella época en España sólo había dos cadenas de televisión, así que no había mucho donde escoger. Además, la tele de mi hermano no tenía mando a distancia, por lo que había que levantarse a cambiar de canal, así que cuando hubo un corte largo de publicidad mi hermano dijo:

  • Anda Mariola, cambia el canal.
  • ¡Jo! comodón podrías cambiar tu. Está a la misma distancia.
  • No protestes enana, y cambia.

Entonces me levanté, fui hasta la tele y cambié de canal... pero no me agache para llegar al botón. en lugar de eso me incliné hacia adelante, con lo que me quedé en pompas entre la tele y mi hermano. Y me aseguré de que tuviera tiempo  para mirar. Como no llevaba bragas, la camiseta debió subir lo suficiente para que mi hermano tuviera una buena visión de mi culo, y entreviera mi coñito. por lo menos los pelillos, porque la verdad es que lo tenía bastante velludo, y aunque soy rubia, mi pelo ahí era un poco más oscuro.

Tal y como yo había esperado, mi hermano no dijo nada, sólo carraspeó un poco... Buena señal, si me hubiese dicho algo creo que no hubiese tenido valor para seguir.

Volví al sofá, y decidí intentar otra cosa:

  • Anda déjame sitio.
  • No cabemos los dos
  • No seas egoísta, yo también puedo recostarme y ponemos los dos los pies en el centro.
  • Que no cabemos te digo.
  • Que si, además, tengo frío, así me arropo yo también con la manta.
  • si no fueras "tan ligerita" no tendrías frío.

Aquello me frenó un poco, no sabía como tomármelo, si como un reproche o como una invitación. el caso es que metí mis pies también bajo la manta, lo cual tenía el inconveniente de que le privaba de la visión de mis muslos.

Estuve un tiempo callada, sin saber que decir, dándole vueltas a lo que había dicho y sin atreverme a hacer nada. Pero en la tele estaban poniendo una película y había llegado una escena de cama. No es que en aquella época en España pusiesen en la tele películas subidas de tono, pero si ponía películas para mayores de 18 años (de "dos rombos" como decía siempre mi madre cuando nos mandaba a mi y a mis hermanos a la cama) en las que lo más que se veían eran morreos y alguna teta.

Y eso es lo que estaba pasando en aquel momento, una pareja estaba besándose en la cama, y el tío le acariciaba a ella los pechos.

  • ¡Ala! que grandes los tiene -dije.
  • ¿El que? -preguntó Pedro haciéndose el inocente.
  • Pues los... -iba a decir los pechos, pero cambié de opinión- ...las tetas.
  • ¿Y a ti quien te ha enseñado a hablar así? No creo que eso lo digas delante de mamá.
  • Bueno, ya no soy tan niña... y ahora mamá no está delante.

Mi hermano calló un rato, pensativo.

  • ¿María los tiene tan grandes? -de sobra sabía yo que si.
  • ¡Mariola! -dijo nervioso.
  • ¿Que pasa? es sólo una pregunta.
  • Si pero es que... ¡de eso no se habla con una hermana!
  • Te pareces a papá.
  • Ni en broma...
  • Las chicas hablamos de eso. Yo creo que las tengo grandes -dije mientras me las agarraba por los lados y las apretaba para que se juntaran y se levantaran. Espero que se me marcaran los pezones lo suficiente.
  • Mariola, deja de hacer eso -tosió mientras acababa la frase.
  • No en serio ¿a ti que te parecen?
  • Deja de hacer eso...

Paso atrás.... la cosa no estaba resultando como yo creía, así que nuevamente nos quedamos callados.

En la tele la pareja seguía morreándose, y se me ocurrió hacer otra cosa. estiré las piernas, tanto que casi ocupé todo el sofá, y uno de mis pies acabó a la altura de la bragueta de mi hermano. Él no dijo nada... otra vez buena señal, y otra vez me envalentoné. Al poco, comencé a mover juguetonamente los dedos de mis pies sobre el bulto de Pedro bajo la manta, acariciándoselo. Pareció gustarle, al menos no protestó, ni se revolvió incómodo.

Cuando llevaba unos minutos haciendo eso, para mi sorpresa, él me pagó con la misma moneda: estiró una de sus piernas, y uno de sus pies desnudos se alojó entre mis muslos. ¡Que frío lo tenía! Pero aguanté y no dije nada. Seguí jugueteando con mi pié, y al poco, él empezó a mover el suyo, y con el dedo gordo llegó a mi coñito... ¡Que gusto! Empezó a moverlo, abriéndomelo un poquito y acariciando a ciegas, mi rajita. Yo empecé a humedecerme. y creo que él lo notó. De repente paró. ¿Por que no seguía? Yo no había dicho nada, no me había quejado ¡Vamos idiota, sigue! pensé. Pero no, retiró el pie... Así que decidí volver a mi táctica anterior.

  • Pedro...
  • ¿Que?
  • Lo que te pregunté antes... iba en serio.
  • ¿El qué?
  • Pues eso... lo de mi pecho -esta vez no me atrevía a llamarlas mis tetas.
  • Te he dicho que dejes el tema. No creo que debamos hablar de eso.
  • Vamos... sólo quiero que me digas si te parecen pequeñas o grandes.
  • No se...
  • Pero comparadas con las de María.
  • Que pesada... Bueno, no lo se, ella es mayor.
  • si pero puedes comparar... -y entonces se me ocurrió una idea- claro que a ella se las habrás visto sin sujetador.
  • ¡Mariola!
  • Vamos, no creerás que me chupo el dedo.
  • Pues...

Entonces decidí pasar a la acción.

  • Eso tiene fácil arreglo -dije, y cogí la camiseta por la cintura y me la subí hasta el cuello.

Como no llevaba puesto nada debajo, me quedé con las tatas al aire delante de él.  Desgraciadamente la manta me tapaba de cintura para abajo, pero la verdad es que la visión de mis pechos debió impactarle, porque se quedó callado, con la boca abierta, como yo sólo cría que pasaba en las películas.

  • ¿Y bien?
  • Mariola, tápate... esto no esta bien.
  • Anda, dímelo.
  • Ella... ella las tiene más grandes.
  • Vaya... -mi hice la dolida.
  • Pero bueno, las tuyas son normales, incluso grandes para tu edad diría yo...
  • ¿Es que has visto muchas? -creo que eso lo descolocó, y lo dejó cortado.
  • Yo...
  • Vamos, dímelo.
  • Algunas...
  • ¿Y las has tocado?
  • Mariola, no se, esto no...
  • ¿Son suaves o duras? -yo estaba muy excitada y lanzada.
  • Vamos a dejarlo... - se revolvió incómodo, y se sentó apoyando los pies desnudos en la alfombra y mirando fijamente la tele.

Otra vez un paso atrás. Esto estaba resultando más difícil de lo que creía. Entonces, como vi que la cosa se me escapaba de las manos y que la oportunidad se me escapaba decidí ir un poco más allá. Me levanté, con lo que la camiseta volvió a caer, tapándome hasta el nacimiento de los muslos, y me puse en pie delante de él. Volví a subirme la camiseta hasta la altura del cuello, y mientras con una mano la sujetaba en esa posición, con la otra cogí su mano derecha y la guíe hasta ponerla sobre mi pecho izquierdo. Creo que él no se lo esperaba, y se quedó anonadado... pero no retiró la mano.

  • Dime... ¿ella las tiene más duras? ¿más suaves?
  • Yo...

Como seguía sentado y yo de pie frente a él, su cabeza me quedaba a la altura del ombligo... y entonces recordé que tampoco me había puesto braguitas, así que estaba ofreciendo un primer plano de mi coñito aún virgen.

Y entonces bajó la mirada, e hizo un comentario que me dejó completamente descolocada y que me molestó un poco.

  • Vaya... que... que peludo lo tienes.

Al principio no supe que responder... peor la verdad es que era cierto, desde que tenía la regla me había crecido una mata de pelo bastante rebelde, pero ¿que quería que hiciera? no era culpa mía...

Y entonces, para mi desgracia sonó el teléfono, y rompió el hechizo del momento. Fue como si el timbre le hubiera provocado un calambrazo, una descarga eléctrica en la mano que tenía sobre mi pecho. La retiró al instante, y se levantó bruscamente, encaminándose a coger el teléfono. Yo me quedé allí pasmada, como una idiota... aunque observé que le costaba andar... el bulto en los pantalones era enorme y se vía que le molestaba. Debía dolerle incluso... tan apretada y aprisionada estaba bajo la tela de los vaqueros.

Mi hermano contestó... era la puta de su novia... en aquel momento la odié a muerte. Volví a sentarme y esperé a que colgara. Para completar aún más la humillación, el no volvió a sentarse en el sofá... el momento había pasado. En vez de eso dijo que se iba a la cama... y añadió:

  • Creo mañana hablaré con mamá y papá... te tienes que ir...
  • Pero ¿a donde? Anita sigue con sarampión y yo... -balbucí.
  • No se, a casa de los tíos, supongo... - y se marchó a su dormitorio dando un portazo.

Yo me sentí morir... No solo no había logrado nada, sino que además iba a perder la oportunidad... ¿Y si encima se lo contaba a nuestros padres? sintiéndome fatal apagué la tele y preparé mi cama en el sofá. ¿Que iba a hacer ahora?

Al cabo de un rato, cuando ya estaba acostada y con la luz apagada, dándole vueltas angustiada al asunto me fijé en que por debajo de la puerta del dormitorio se veía una rajita de luz... Se me ocurrió mirar por la cerradura, como había hecho hacía algunas noches. Me incliné y vi que mi hermano estaba completamente desnudo, tumbado boca arriba sobre la cama, con las piernas un poco abiertas y con su polla en la mano derecha. Jadeaba, y se la apretaba fuerte, mientras subía y bajaba la mano muy deprisa, desesperadamente. La enorme cabezota (todavía no había aprendido a usar la palabra capullo para eso) aparecía y desaparecía violácea cuando la piel que la cubría subía y bajaba rítmicamente al ritmo que le marcaba la mano.

Se va a hacer daño -recuerdo que pensé. Y entonces, de repente, agarró un pañuelo de papel y mientras mantenía la mano apretada arriba comenzó a soltar unos chorretones enormes, mientras gruñía y jadeaba. Pese al papel se manchó completamente la mano y los huevos, hasta los pelillos. Se quedó jadeando, como si acabara de correr un par de quilómetros, mirando hacia el techo, y acariciándose suavemente la polla, mientras esta se iba deshinchando, como un globo.

Yo volví al sofá, y aunque seguía angustiada por la amenaza que suponían las últimas palabras de Pedro, al menos pensé que si que había logrado algo... si que le gustaba... Tenía que pensar algo para quedarme... ¿que iba a hacer?

Siento dejaros en este momento, pero esto ya va siendo demasiado largo... No obstante, les adelantaré que encontré la solución,... por casualidad, pero volví a recuperar el control, las cosas no tardaron en cambiar drásticamente (y para mejor).

Os lo contaré en la próxima ocasión. Prometo no tardar mucho....

Besitos... y hasta la próxima.