Historia de Mariola (2: Mi hermano y su novia)

La inexperta Mariola se ve obligada a trasladarse unos días al apartamento de su hemrano mayor Pedro. Allí una noche, espiará a escondiadas los juegos eróticos con su novia María.

Hola de nuevo. Hace unos días os conté como cuando tenía trece años (hace ya más de veinte) comencé a descubrir por mi misma mi cuerpo, cunado un día, casi por casualidad aprendí a masturbarme.

Aquello era algo glorioso: creía que, dado que nadie me lo había contado, y lo había descubierto por mi misma, era un secreto que nadie, o muy pocas conocía. Entre mi natural timidez y esto, pues no me decidí a contárselo a nadie. Lo que si empecé a hacer fue perfeccionar la técnica: me masturbaba cada noche, y cada noche descubría un rincón de mi cuerpo.

Por ejemplo aprendí que en mi coñito, cuanto todo estaba muy excitada y toda la zona se hinchaba, había una pequeña protuberancia que luchaba por salir y aflorar. Si la tocaba directamente en la mayor parte de las ocasiones era doloroso, pero si la tocaba en el momento adecuado... explotaba de placer y me entraban convulsiones.

También tuve que aprender a hacerlo en silencio, porque mi hermana Anita dormía en la misma habitación que yo, y creo que ya empezaba a sospechar algo. Yo creo que por eso hoy en día soy tan escandalosa, tanto durante mis orgasmos como antes (cosa que he descubierto que a los hombres les encanta), para compensar el hecho de que me tenía que morder los labios durante mis primeras experiencias.

Sin embargo, fue Anita, quien hasta entonces había sido la fuente de todos mis problemas quien me permitió dar el siguiente paso en el mundo del sexo. En casa todos habíamos pasado el sarampión cuando éramos más pequeños. Todos menos anita y yo, así que cuando un buen día Anita se puso enferma y el médico les dijo a mis padres lo que ocurría se les planteó un problema conmigo, porque tenían que mandarme fuera para que no me contagiara. La elección lógica era la casa de mis tíos, pero la tía Marta (la hermana de mi madre) vivía en un pueblo a las afuera de la ciudad, demasiado lejos para ir y venir todos los días a mi colegio (mis dos primos estudiaban en el pueblo) porque aún quedaban un par de semanas de curso. A mí me apetecía la idea de irme a casa de mis primos, pero no hubo manera de convencer a mi madre: cuando el curso acabara, al cabo  de dos o tres semanas, si Anita seguía enferma pasaría unos días con mis primos.

Pero mientras habría que buscarme una solución temporal, y cerca del colegio. Y casualmente, el pequeño apartamento de mi hermano mayor Pedro, estaba incluso más cerca del colegio que mi propia casa. Incluso podría ir andando en vez de en autobús.

  • Ni hablar –dijo Pedro cuando papá se lo propuso.
  • Vamos hijo, se razonable.
  • Papá, como quieres que cuide de una niña pequeña.
  • Pedro, tu hermana tiene casi 14 años, por las mañanas, mientras tu estás en el trabajo ella estará en clase.
  • Pero...
  • Serán sólo 15 o 20 días
  • Es que no hay sitio, el apartamento es muy pequeño, tiene sólo una habitación.
  • Ella puede dormir en el sofá

Y así siguieron discutiendo un buen rato, hasta que mi padre le mencionó de pasada que podría “contribuir a mis gastos” con una “ayudita económica”.

Y así es como me instalé en el sofá del pequeño apartamento de mi hermano, con cara hosca por su parte y sin muchas ganas por la mía.

Realmente lo que le pasaba a mi hermano era que temía perder intimidad con su novia María. Por supuesto en aquella época era impensable que vivieran juntos sin estar casados, y menos teniendo María sólo 17 años (le faltaban solo unos meses para los 18) y siendo su familia tan conservadora como era.

Pero supongo, que desde que mi hermano pedro se independizó recién cumplidos los 18, alguna escapadita si que se daba María por su apartamento.

  • Mira francesita -Pedro siempre me llamaba así porque tenía el pelo rubito y muy corto- tu duermes en el sofá, y te encargas de tu desayuno y de ir y venir al colegio
  • Vale
  • No quiere líos de ningún tipo. Bastante he tenido con aguantar el discurso que nos ha soltado el viejo, he tenido que decir que si.
  • Bueno, has tenido que decir que sí porque quieres cambiar esa cafetera de coche que tienes...
  • Eres una descarada hermanita.

El apartamento de mi hermano era un minúsculo piso en un cuarto sin ascensor, muy céntrico, pero muy viejo: un pequeño baño, un dormitorio, una cocina minúscula y el salón, donde estaba el sofá que era mi cama. Las puertas eran tan viejas que eran de madera maciza (no laminada, como las modernas) con capas de pintura una sobre otra, que, a través de los desconchones y descascarillados en la madera permitían ver los distintos colores que había ido teniendo la puerta, y con unos ojos de cerraduras enormes, como las de los dibujos animados, y unas llaves de hierro grandísimas, que mi hermano nunca usaba: en el baño por ejemplo había instalado un pestillo.

Llevaba en el apartamento de mi hermano ya  unos días (durmiendo fatal por lo incómodo del sofá) cuando una noche María, su novia, “decidió” quedarse a cenar. Yo creo que hasta entonces no lo había hecho porque yo les cortaba el rollo.

Esa noche,  después de cenar, nos sentamos los tres a ver la tele: Mi hermano y su novia en el sofá, y yo en un sillón desvencijado y perpendicular tanto al sofá como a la tele, por lo que tenía que tener la cabeza girada, o –cosa que hice- sentarme de lado, apoyando la espalda en un brazo del sofá  y con las piernas por encima del otro brazo.

Como hacía calor, yo solía tomar una ducha por la tarde, y ponerme una camiseta larga sobre el sujetador y las bragas hasta la hora de acostarme, pero sin nada más, ni pantalón ni falda. Y esa noche también iba vestida así, por lo que mis piernas –en esa postura, quedaban al aire, y creo que cada vez se me veía más muslo, pues la camiseta, se enrollaba al estar yo medio tumbada, mientras que de pie, caía bastante, cubriéndome gran parte de la pierna.

La película que estaban poniendo era un rollo que no me interesaba nada, así que poco a poco empecé a distraerme y sorprendía a Pedro mirándome las piernas y los muslos descaradamente. No me disgustó, de hecho me halagó que le pidiera gustar. Es cierto que yo tenía un cuerpo muy desarrollado para mi edad, y que mis pechos eran grandes, tanto que me habían acomplejado durante todo el curso. Pero nunca le había prestado demasiada atención a mis muslos, y nunca había pensado que mi hermano pudiera desearlos. Yo en cambio si que había fantaseado con él en mis sesiones masturbatorias, porque tenía muy pocos modelos.

En un momento dado, y distraídamente, me subí un poco más la camiseta, tanto que mis braguitas ya eran visibles. Pedro se revolvía incómodo en el sofá, cambiando continuamente de postura, mientras que María parecía no darse cuenta de nada (o eso creía yo) absorta como estaba en la película.

  • Será mejor que nos vayamos y dejemos a Mariola dormir –dijo Pedro.
  • Pero la película no ha acabado –protestó María.
  • Anda, vamos un rato a mi cuarto y así dejamos dormir a Mariola. Luego yo te acerco a casa en la moto.
  • Por mi no lo hagáis yo....
  • Tu a dormir, me interrumpió, que mañana tienes clase.

El caso es que ellos se metieron en el único dormitorio, y yo me dispuse a preparar la cama en el sofá, aunque era bastante temprano. Observé el enorme bulto que tenían los vaqueros de mi hermano en al entrepierna, y comencé a imaginarme que estarían haciendo María y él en el dormitorio. Eso me excitó, y comencé a juguetear con mis coñito.

Al cabo de unos mutuos comencé a oír gemidos, gemidos de mujer. Era María, aunque trataba de disimularlos. Presa de la curiosidad me levanté y me acerqué a la puerta del dormitorio. Allí si se oían más claros los jadeos de María entrecortados y desesperado. - Si, sigue, sigue... Ah!

¿Qué estarían haciendo? Como ya dije antes, las puertas eran bastante antiguas y tenían una cerradura enorme, un enorme ojo, por el que –si la llave de hierro no estaba colocada- se podía atisbar la habitación.

Me fijé en que por debajo de la puerta había una línea de luz, así que no la habían apagado. Me agaché y miré por el ojo de la cerradura. Al principio no entendí lo que vi: María estaba desnuda tumbada boca arriba sobre la cama, pero cruzada sobre ella, de forma que las piernas pies le caían por un lateral y los pies apoyaban en el suelo, y la cabeza estaban casi colgando por el otro lado.

María se parecía un poco a mí, pelito corto, solo que era moreno, alta, no era menuda, aunque ello no quiere decir que estuviera gorda, y tenía unas tetas enormes, que tal y como estaba boca arriba se desparramaban a los lados, y con las que ella misma no paraba de juguetear mientras jadeaba.

-Ah! Ah!... que gusto, no pares,... un poco más deprisa.  Así.

Pedro se había quitado la camisa, pero no los vaqueros, por lo que estaba desnudo de cintura para arriba, peor lo que me llamó la atención fue que estaba de rodillas, en un  lateral de la cama con la cabeza metida entre las piernas de María... Y le parecía que le estaba dando besos en su coñito, por lo menos eso es lo que yo cría ver.

  • Te gusta ¿verdad?
  • Ya sabes que si cabrón, no te pares ahora.
  • ¿Me dejarás meterla esta noche?
  • Ahora sigue, no me dejes a medias.
  • ¿Me dejarás?
  • Pedro, ya sabes que quiero llegar virgen... te compensaré de otros modos
  • Si pero...
  • ¿Es que hasta ahora has tenido quejas mamón? ¿Seguro que las estrechas de las novias de tus amigotes no les dejan hacer ni la mitad de lo que tu haces?

Esa conversación me estaba poniendo a todo. Así que comencé a acariciar mi coñito con una mano, mientras que con la otra sobaba mis tetitas por debajo de la camiseta que tenía puesta para dormir.

Al otro lado de la puerta mi hermano seguía chupando y besando la entrepierna de su novia, y ella cada vez jadeaba más. Yo iba aumentando mi ritmo, tratando de no rozar mi botoncito directamente, y lamentando que sólo me podía dedicar a un pezón, porque sólo tenía una mano libre.

María jadeaba cada vez más entrecortadamente y cada vez trataba de disimular menos el ruido. Mientras, yo me dedicaba a mis pezones, tan duros y erectos que dolían.

No se que empezó a hacer mi hermano,, pero María simplemente comenzó a dar grititos, arqueó sus caderas como si quisiera acercar su coño aun más a la boca de mi hermano y empezó a tener convulsiones muy parecidas a las que tenía yo cuando acababa mis juegos eróticos cada noche. Yo incrementé mi ritmo, y ahora si, empecé a acariciar mi pequeño botoncito hasta que sentí una oleada de placer casi simultánea con la de María. Me mojé entera, como solía ocurrirme, y tuve que sentarme en el sillón, porque las piernas no me sostenían, las sentía como de goma. Ahora lo comprendí todo. Resulta que mis placeres solitarios podían no ser solitarios, de hacho María había logrado lo mismo que yo gracias a mi hermano.

Cuando por fin pude recuperarme, me volví a acercar a la cerradura, para ver que es lo que me había perdido.

  • Ahora te toca a ti. Te voy a hacer la mejor mamada que te hayan hecho nunca.

Cuando miré por la cerradura vi que Pedro se había desvestido por completo y estaba sentado, o más bien recostado en la cama, apoyado sobre las almohadas, mientras que María a su lado, le tenía agarrada la polla con la mano que movía lentamente de arriba abajo.

Entonces recordé lo que había dicho Carmen, una compañera de colegio unas semanas antes:

  • A los tíos hay que sacarles la leche de vez en cuando. Si no se le acumularía y les haría mal
  • Eso es mentira ¿dónde se les iba a acumular?
  • En los huevos hija, que pareces tonta.

Yo había visto una polla en una revista porno que había traído a clase, pero era bastante más grande que la que María tenía en su mano. Claro que por otra parte yo ya había visto la de Pedro, por descuido cuando entré en el baño unos años antes, (todavía vivía en casa de mis padres) y él salía de la ducha. Y lo que había visto no tenía comparación con esto. Aquello era una cosita triste y arrugada, y esto era un palo erecto que además crecía bajo la presión de la mano de María.

Mi hermano suspiraba pesadamente, mientras que María, sentada a su lado subía y bajaba la mano lentamente, pero con un ritmo preciso. Me fijé en que la caperuza de piel que cubría la punta de la polla de Pedro, subía y bajaba junto con la mano de Maria, dejando al descubierto una cabeza amoratada y congestionada, como si fuera a reventar. Mientras tanto, con una mano, mi hermano acariciaba una de las tetas de María distraídamente, dándole pellizquitos en el pezón, tal y como hacía yo misma con los míos cuando me masturbaba.

  • Vaya tela como viste tu hermana Mariola.
  • ¿Um?
  • Pues eso, que va medio en bolas por la casa.
  • Mujer, al fin y al cabo está en su casa, por mucho que nos moleste a los tres... y se pone cómoda.
  • Ya ya, demasiado cómoda, es una descarada.
  • Pero mujer si es una niña...
  • Ya, una niña muy crecidita, y a ti tampoco parecía molestarte mucho.
  • ¿Pero que dices? ¿si soy su hermano?
  • Si, su hermano, pero no le quitabas ojo, que me he dado cuenta.

Que empezaran a hablar de mi me volvió a excitar. Así que María se había dado cuenta... Peor la más importante era que había logrado que Pedro se fijara en mi...

  • ¿Pero que insinúas María? Es una cría, y además es mi hermana.
  • Nada, nada, solo que te has excitado viéndole los muslos ¿verdad? – Y empezó a bombear con la mano más deprisa.
  • No... No tie-tiene nada que ver -jadeaba Pedro.
  • Seguro... por eso tenías ese bulto... estabas empalmado.
  • Era por ti.... y para un poco que me voy a correr enseguida
  • ¿Te gustaría? ¿eh?
  • ¿El que?
  • Que la paja te la estuviera haciendo ella.
  • Anda, no digas tonterías y chupa.

Eso me desconcertó, ¿de verdad le gustaría a mi hermano que yo le “sacara la leche” como decía Carmen? ¿Era sólo que María estaba bordeando con él? Yo volvía a estar mojadísima, y empecé a tocarme otra vez, pese a lo incómodo que era estar agachada y en pompas mirando por el ojo de la cerradura.

Al otro lado, María había dejado de usar sus manos y ahora tenía la cabeza inclinada y me tapaba la vista. Ya no hablaba. Pedro seguía acariciando el pezón de una de las tetas de su novia con una mano, mientras que tenía la otra sobre su cabeza, y parecía que la guiaba, porque la cabeza subía y bajaba acompasadamente.

Yo no veía lo que estaba pasando, porque el propio cuerpo de María me lo tapaba. Pero entonces lo comprendí. Recordé la revista porno que habíamos visto en el recreo, y como la mujer se metía la polla del tío en la boca. Recuerdo que me dio mucho asco, porque al fin y al cabo por ahí era por donde el tío meaba, y recuerdo también que Carmen se rió de mí y dijo que ya lo haría yo también. Eso era lo que estaba haciendo María, había sustituido la mano por la boca. Mi calentura iba en aumento, así que aumenté el rimo de mi mano mientras trataba de imaginar como sería chuparle a un chico su “cosa de mear”. A María parecía no desagradarle mucho... Claro que por otro lado también mi hermano el había chupado a ella, y ella también meaba por ahí, así que no debía ser tan raro ni tan asqueroso como yo creía.

Mientras yo me estaba poniendo a cien, al otro lado de la puerta mi hermano comenzó a jadear pesadamente y cada vez con la respiración más acelerada.

  • ah ah! Sigue. Sigue.

Empujaba arriba y abajo la cabeza de María.

  • María, que boca tienes, joder. No pares.

Yo oía ruidos como de chupeteo, como los que hacía mi hermana Anita cuando se comía un polo ruidosamente.

  • Joder, me corro... me corrooooo,.... ah.... que gusto.

Y entonces María se incorporó y apartó su cabeza de la entrepierna de mi hermano, mientras empezaba a toser, como si se hubiera atragantado.

  • Puaj, cabrón, podrías haberme avisado un poco antes, creo que me he tragado un poco. ¡Que asco!
  • ¿Lo ves? Si me dejaras metértela esto no te habría pasado –Pedro seguía tumbado boca arriba en la cama boca arriba, con expresión de satisfacción, mientras socarronamente hablaba con María.
  • Tu lo que eres es un listo. Y un fresco –había comenzado a limpiarse la cara con unos pañuelos de papel que había cogido de la mesita de noche, y a escupir en ellos.
  • La verdad, María es que tienes una boca divina.
  • ¿A que si?

Y empezaron a darse piquitos y besitos desnudos sobre la cama.

  • ¡Es tardísimo! Tienes que llevarme a casa, Pedro, si no mi padre me mata y luego a ti.

Entonces comprendí que con una mano en la entrepierna húmeda, la otra acariciándome las tetas y en pompas, ofrecería una imagen lamentable si abrían la puerta y me descubrían. Así que corrí de vuelta hacia el sofá. Afortunadamente ellos se tenía que vestir antes de salir de la habitación, así que me dio tiempo de taparme y hacerme la dormida, eso si, con un calentón enorme, del que no había tenido tiempo de desahogarme.

Como ya fingí estar dormida, ellos salieron sin hacer ruido y sin encender la luz. Abrieron la puerta de la calle y salieron al rellano. Por poco que tardara Pedro en llevar a María a su casa, sería media hora entre ir y volver, tiempo más que suficiente para que yo me desahogara, pensando en lo que había visto y oído, y trazando mi plan... era cuestión de aprovechar los pocos días que iba a pasar en el apartamento de Pedro antes de que terminara el curso y me fuera a casa de mis tíos.

Pero eso, lo que pensé mientras me masturbaba por segunda vez aquella noche, y lo que pasó en esos últimos días del curso, es otra historia que les contaré otro días...

Besitos.