Historia de Mariola (1)

Una niña descubre su cuerpo, y tiene su primera experiencia con el sexo, casi por casualidad, tras ver a su hermano mayor desnudo al salir de la ducha.

Me llamo Mariola, y lo que les voy a contar fue mi primera experiencia con el sexo.

Podría contarles un tórrido relato de como cuando era niña me follaron apasionadamente y me iniciaron en el sexo, pero naturalmente sería mentira: las primeras experiencias con el sexo son solitarias, casi siempre, y mi caso no es una excepción.

Cuando tenía trece años (allá por los años 80) yo era una rubita de cara angelical, con el pelo corto, cortado a lo garçon: Mi hermano mayor siempre decía que parecía una francesita. La verdad es que me desarrollé pronto para mi edad, fui de las primeras de mi clase en tener el período, y muy pronto comencé a tener vello. De hecho me preocupaba porque para los trece años ya tenía una pelambrera considerable en mi coñito, pero afortunadamente eso no se notaba.

Lo que si se me notaba eran los pechos, que se desarrollaron rápida y prominentemente, causándome una vergüenza terrible. Notaba que los chicos (e incluso los hombres) me miraban de una forma distinta, extraña... y comencé a andar casi siempre encorvada, o llevando la carpeta a clase sujeta delante de mí con los brazos cruzados.

Hoy, con treinta y tantos años, la cosa ha cambiado bastante, sigo teniendo un buen cuerpo y conservando mi pinta de francesita. Pero ahora me encanta provocar a los hombres. Trabajo de secretaria, y siempre que puedo me insinuó a mi jefe o a mis compañeros de trabajo... pero eso es otra historia.

Hoy en día se podría decir que era muy mojigata para las  cuestiones sexuales, pero en mi familia ese era un tema del que no se hablaba nunca. Mi madre me explicó lo mínimo imprescindible cuando tuve mi primera regla, pero nada más, y por supuesto de ese tema no se hablaba delante de los varones de la casa, ni mi padre ni mis hermanos. Cosas de la época supongo.

Como era la mayor de las niñas (tengo una hermana, Ana, Anita, tres años menor que yo) me tocó ser la primera, y dado mi carácter tímido, tampoco tenía amigas lo suficientemente íntimas como para hablar de estos temas.

Además de mi hermana menor (que por entonces tenía 11 años) en casa vivía mi hermano Carlos (de 12), y mi otro hermano (Pedro) era ya todo un hombretón de casi 19 años que se acababa de independizar y vivía sólo, en un pequeño apartamento, por lo que había dejado a Carlos la habitación para él sólo. Yo en cambio tenía que compartirla con Anita, para mis desgracia, porque por aquella época no me llevaba muy bien con ella.

Como les decía al principio, yo no tenía mucha experiencia en materia sexual... bueno eso es decir algo, realmente no tenía ninguna. Pero un día, en clase, yo debía estar en octavo de EGB por aquella época, ocurrió algo.

Uno de los chicos repetidores, Manolo, al que todos, incluidos los profesores llamábamos por su apellido: Parrón , muy grande para su edad, y que nos sacaba dos años al resto de la clase, trajo una revista pornográfica.

Parrón era el típico gamberro que pasaba de todo, y que estaba en clase porque no tenía más remedio. No se lo que fue de él, supongo que en cuanto acabó la básica no siguió estudiando ¿para que?. El caso es que por aquella época tenía su típico grupito, formado por el resto de los repetidores y algún que otro gamberrete de clase. El pasaba de los profesores y los profesores pasaban bastante de él

Ese día, en el recreo, observé como se formaba un revuelo considerable en torno a Parrón, y lo que me extrañó es que no sólo revoloteaban a su alrededor los de su pequeña pandilla, sino que casi todos los chicos de la clase estaban allí. Además entraban y salían por grupos de los servicios, al final del pasillo, yo supuse que para fumar a escondidas, porque solían hacerlo en los recreos con los cigarrillos que les quitaban a sus padres.

Pero esta vez parecía algo distinto, y me picó la curiosidad. Bueno realmente nos picó a casi todas las niñas de la clase, pero claro, yo era lo bastante tímida como para arrimarme al grupo y ver que pasaba.

  • ¿Qué estarán tramando estos? - me preguntó Sandra.

Sandra era mi mejor amiga, y quien se sentaba en clase a mi lado, una chica menudita, muy pequeña, y muy amable y cariñosa con todos.

  • No lo se. Supongo que estarán fumando, como siempre -dije yo.

  • No no creo, mira el revuelo que tienen.

En ese momento Carmen nos oyó. Carmen era la más "espabilada" del grupo. A mi madre no le gustaba, y siempre decía que no debía juntarme con esa clase de compañías.

  • Pues yo voy a enterarme -dijo Carmen.

Y ni corta ni perezosa se arrimó al grupo de chicos. No me extrañó demasiado. Carmen era atrevida, deslenguada, decía palabrotas, y todas sabíamos que fumaba a escondidas y que se daba el lote con un chico de otra clase. Cosas todas ellas impensables para nosotras.

Desde donde estábamos pudimos oír discutir a Carmen y a Parrón. Eran tal para cual. Aunque los chicos del grupo no querían, Parrón le enseñó de tapadillo una revista a Carmen, y la retó:

  • Esto, no lo has visto nunca, niñata.

  • ¿y tu que sabes lo que yo he visto o dejado de ver listillo?. Anda déjamela ver

  • Ni loco, si me la pillan me expulsan, y luego no quiero ni pensar en lo que me tocaría aguantar de mi viejo.

  • Venga, te prometo que la veré a escondidas. En el servicio, como hacéis vosotros.

  • Bueno como hacemos nosotros seguro que no je je -dijo un chico del grupo- ¿Verdad Parrón?

Y todos corearon la gracia a risotadas.

El caso es que tras unas cuantas frases hirientes, Carmen consiguió picar a Parrón, y este le pasó la revista. Supongo que porque era las que más cercas estábamos, Carmen, con la revista escondida y enrollada, se acercó a nosotros.

  • Tías que fuerte, Parrón ha traído una porno

  • ¿Una qué?

  • Una porno ¿es que no sabes lo que es? Una revista guarra.

  • Vamos a verla el servicio -dijo una de las amigas de Carmen.

Yo no quería meterme en eso, pero el caso es que me picaba la curiosidad. Fue Sandra quien para mi sorpresa se arrancó, así que la acompañé y nos metimos juntas en el servicio de chicas.

Yo nunca había visto una revista así: era bastante gorda, apenas tenía letras y estaba llena de fotos guarras. Realmente yo nunca había visto una polla. Bueno eso o es del todo cierto, hacía casi dos años, cuando pedro todavía vivía en casa, entré por accidente en el cuarto de baño cuando él salía de la ducha y le vi desnudo, pero casi no me dio tiempo a ver nada porque se tapó enseguida mientras me gritaba. Y desde luego nada tenía que ver aquella cosita arrugada con el pedazo de tranca que se veía en la revista.

  • Eso tiene que ser de mentira, trucado -dijo Sandra.

  • ¿Que sabrás tu?, los tíos la tiene así, le respondió Carmen.

En la revista se veía como un antenista llegaba a casa de una mujer a repararle la entena, y a la tercera foto estaba ella medio desnuda y con la polla de él en la mano.

Yo empecé a sentir una sensación rara, como un cosquilleo, supongo que empecé a excitarme. Pero el caso es que no me dio tiempo a ver mucho: Carmen era quien manejaba la revista, que por cierto estaba bastante ajada, con la cubierta medio rota y casi degrapada. Y algunas páginas estaban casi pegadas las unas a las otras. De hecho habían estado pegadas, y se notaba porque al despegarlas se habían traído parte de la foto, dejando zonas de papel blanco en algunos sitios.

Yo ya sabía que los hombres metían su cosa a las mujeres, pero lógicamente nunca lo había visto, y me preguntaba cómo le iba a caber aquello a la mujer. Yo lo comparaba con mi coñito, tan pequeño y cerradito, y no veía la manera... hasta que volvimos una página y lo vi,... ¡guau!

  • Le hará daño ¿no? -pregunté ingenuamente-

  • Pero mira que eres simple Mariola. Da mucho gustito. - Carmen me miró con desdén mientras lo decía.

  • Ala! ya está la enterada, como si tu tuvieras mucha experiencia

  • Mas que tu Sandra desde luego.

De todas formas lo que más me llamó la atención fue que antes de metérsela, la mujer, en las fotos, comenzaba a chupársela. ¿Cómo se podía meter aquello en la boca? Al fin y al cabo era por donde los chicos meaban.

  • Puaj! que asco! ¿Por qué hace eso?

  • A los tíos les encanta.

  • Si pero es asqueroso.

  • Bueno, ya lo harás tú también.

  • Ni muerta.

No me imaginaba lo poco que iba a tardar en desmentir mis propias palabras.

Yo seguía comparando lo que veía en las fotos con mi única muestra real: la cosita arrugada de mi hermano mayor, y me excitaba imaginármelo así, tan grande y tieso.

En las últimas páginas, el tío sacaba su polla y empezaba a restregarla a la mujer por encima del coño, entre las piernas.

  • ¿Para que hace eso? se supone que es dentro donde debe de estar ¿no?

  • Es para sacarse la leche y no dejarla embarazada

  • ¿La leche?

  • Si verás - y Carmen volvió otra hoja en la que se veía varias fotos de unos chorretones blancos saliendo de la polla del tío y embadurnando a la mujer, su coño, su ombligo.

  • Lo ves, eso blanco es la leche, y los hombres se la tienen que sacar casi cada día.

  • ¡Anda ya!

  • Que sí, ¿no ves que si no se le empezarían a hinchar los huevos? y les dolería.

  • Eso no puede ser verdad, porque si no el que no tenga novia no lo podría hacer cada día.

  • Bueno, también se la pueden sacar ellos mismos.

  • ¿Como?

  • Mariola hija, eres más simple que un cántaro.

Como he dicho yo me sentía muy rara, pero el caso es que apenas nos dio tiempo de nada, porque enseguida sonó la campana y tuvimos que volver a clase... y la revista de vuelta a manos de Parrón.

Al volver a casa en el autobús, seguía obsesionada con lo que había visto en el papel y en la realidad, y seguía cada vez más excitada.

Descubrí que si me sentaba poniendo las piernas de determinada manera, con el traqueteo del autobús se sentía una sensación muy agradable, porque mis braguitas, por debajo de mi falda de colegiala, se me habían incrustado en mi rajita, apretando deliciosamente.

Pero lamentablemente el viaje en autobús se acabó y llegué a casa, donde me esperaban los deberes, la cena, y demás.

El calor que había sentido se me pasó, pero por la noche, ya en al cama con la luz apagada, no podía quedare dormida, al contrario que Anita, que ya hacía tiempo que lo estaba en la cama de al lado.

Empecé a pensar en lo que había dicho Carmen, y no me lo acababa de creer. Yo nunca había visto a mi hermano Carlos hacer nada para sacarse la leche como ella decía, ni siquiera algo que me permitiera sospecharlo. Claro que Carlos era pequeño todavía.

Y entonces empecé a pensar en Pedro, mi hermano mayor. El ahora tenía novia, así que empecé a imaginármelo con su novia Sara como al tío de la revista ¿harían esas cosas? ¿Se la metería Sara en la boca?

Claro que con Sara no llevaba ni un año ¿Y antes? ¿Como se las apañaría mi hermano?

El caso es que con estos pensamientos empecé otra vez a sentirme rara, y noté que empezaba a estar húmeda ahí abajo.

Desgraciadamente ahora no tenía ni mis braguitas, solo el pantalón de mi pijama, ni el traqueteo del autobús, así que no era lo mismo.

Entonces se me ocurrió una idea: Agarré la almohada y la puse debajo de mi cuerpo, y yo bocabajo encima de ella, abrazándola entre mis piernas. Y comencé a moverme, imitando el movimiento del autobús. Pero no era lo mismo, aunque no estaba mal, por lo que el poco volvía a ponerme boca arriba en la cama. El caso es que con la calentura que tenía no había forma de quedarse dormida.

Y en ese momento se me ocurrió tocarme. Con cuidado, metí mi mano por debajo del pantalón del pijama, y empecé a frotarme ahí abajo, al principio poco a poco, pero cada vez más deprisa.

Dios, que sensación. Nunca había sentido dan igual, era muy agradable, pero me empezaron a entrar unos calores... debía tener la cara roja, y empecé a suspirar y a jadear un poco. Me imaginaba a mi hermano Pedro, y empecé a pensar que lo que restregaba mi coñito era su polla, Bueno, la suya no porque no me la imaginaba tan grande, sino la del tío de la revista.

Casi enseguida noté otra cosa, y es que mis tetitas me dolían, bueno, las tetas no, los pezones, que se me habían puesto muy duros. Con la mano libre, la metí por debajo de la camisa del pijama y noté que estaban tiesos, increíblemente habían crecido y se habían convertido en dos montañitas puntiagudas.

Creo que mis jadeos eran cada vez más ruidosos, porque Anita se dio la vuelta en la cama ¿La habría despertado? Por si acaso frené un poco, pero no podía parar así, no sabía lo que me estaba pasando pero me gustaba, así que al rato volvía a las andadas.

Así estuve bastante tiempo, moviendo la mano entre mis piernas, hasta que de repente algo empezó a pasar. Sentí que el cosquilleo que había tenido hasta ahora se convertía en un latigazo que me rajaba de abajo hacia arriba, y de repente tuve como unas ganas de hacer pis terribles, peor no podía parar. De repente fue como si explotara un enorme globo que se había ido hinchando cada vez más. Los jadeos eran cada vez más rápidos, y en un momento me quedé quieta, apretando la mano entre mis piernas fuertemente.

Fue increíble, nunca había sentido nada así, y creo que hasta grité, aunque me mordí los labios, por si acaso mis padres, que todavía estaban levantados me oían,

Quien si debió oírme fue Anita que me preguntó.

  • ¿Que haces?

  • Na-Nada - le contesté entrecortadamente, mientras sentía convulsiones, y levantaba mi coñito hacia arriba bajo las mantas, apoyándome mis pies sobre la cama y arqueando las piernas

  • ¿Te pasa algo? ¿Estas mala?

  • No

  • Pero...

  • Que no.

Que pesada! como podía ser tan plasta. El caso es que debió durar solo unos segundos, pero a mi me pareció una eternidad en la gloria.

No pude contener las ganas de hacer pis, y noté que mojaba el pijama. Entonces creí que me había meado encima, y desde luego el pijama si estaba húmedo. Pero ni hablar de salir al baño así y que mis padres me viera. Además no creía que mis piernas pudieran sostenerme, las notaba temblorosas, como si fueran de goma.

Poco a poco me fui calmando y quedando muy relajada, pero el pantalón del pijama seguía mojado, así que decidí quitármelo bajo las mantas.

  • ¿que haces ahora Mariola?

  • Nada pesado, duérmete.

  • Si no me lo cuentas se lo diré a mamá.

  • Cállate enana, si no vas a salir perdiendo tú.

Estaba acostumbraba a sus amenazas de niña pequeña, así que no me asusté demasiado, y logré que se callara.

El caso es que me había quedado tan agusto y relajada que me dormí en seguida, eso si desnuda de cintura para abajo y con el pantalón hecho un ovillo bajo las mantas.

A la mañana siguiente, cuando entró mi madre a despertarnos no me acordé al pronto de como estaba. Menos mal que no tiró de las mantas para espabilarnos como hacía a veces. El caso es que en cuanto salió de la habitación y pude despistarla, llevé mi pijama al cesto de la ropa sucia. Se había secado, pero olía de una forma muy rara.

Y esta es la historia de mi primer contacto con el sexo. Espero que les haya gustado. A partir de entonces empecé a practicar a menudo lo que había aprendido... Pero claro, en solitario. Seguía obsesionada con lo que había visto e imaginado, y pronto tendría ocasión de verlo en realidad.

Pero eso es otra historia que otro día les contaré.