Historia de las Islas Canarias: Gara y Jonay

Pequeño grupo de historias de leyendas de las islas Canarias.

Historias de las Islas Canarias: Gara y Jonay (La Gomera).

Año 1381. Los guanches eran los únicos habitantes de las maravillosas Islas Canarias. Por aquel entonces, nunca ningún navío extranjero se había atrevido a llegar a las islas. Los meceyes, reyes de las islas, se distribuían los menceyatos. En Tenerife existían 7. En la Gomera 1 y en las distintas islas que conforman el archipiélago, se distribuían de parecida manera. El que nos interesa es el menceyato de Isora, en el sur de Tenerife y el de La Gomera.

En el menceyato de Isora, el mencey Texenere mandaba. Hermano del gran mencey Tinerfe, soberano de la isla y casado con Vahora, habían tenido una larga descendencia. 7 hijos que se pelearían en su día por el gobierno de sus tierras. Pero de ellos sobresalía el más pequeño de todos. Jonay, que era su nombre, contaba con 17 años de edad. Era fuerte, alto, moreno de piel y castaño de pelo. Siempre estaba a favor de cualquier cosa que su padre hiciese, y era el ojito derecho del mencey.

Por culpa de un extraño suceso que no viene al caso, el mencey Texenere, que era el más cercano a la isla vecina de La Gomera, tuvo un enfrentamiento durante la celebración de una cumbre de menceyes, con el gran mencey Acaymo, soberano de la isla de La Gomera.

Fue en esa misma reunión cuando Jonay, que había acompañado a su padre, conoció a Gara.

Gara, princesa guanche de 16 años originaria de la Gomera, era preciosa. Una tez morena, ojos negros y pelo largo negro recogido en dos grandes coletas amarradas con un filo hilo de corteza de pino. Se mostraba ante el mundo allí conocido como una diosa, pues todo el mundo tuvo que ver con la princesa gomera, por su belleza y sobre todo, por el cuerpo que ésta ocultaba vagamente bajo sus ropajes de piel de cabra.

Jonay fue el único que tuvo osadía para acercarse a la princesa gomera. Se presentó como lo que era, un príncipe. Gara quedó muy impresionada con el príncipe isorano. Le gustaba su forma de hablar educadamente, su presencia, su ropaje curtido con lana de oveja y cabra, y su cuerpo, pues nunca había visto ella un hombre con semejante cuerpo a tan poca edad. Mientras los grandes menceyes de las islas hablaban sobre sus asuntos políticos, los muchachos entablaron largas horas de conversación sentados sobre una gran laja de piedra al pie del tagoror de Vilaflor, lugar donde se hacía la reunión.

Al regresar a sus tierras, Jonay no pudo dejar de pensar en la muchacha gomera. La belleza de su cara, de su cuerpo y de sus palabras hacían mella en su corazón y su cabeza. Hasta tal punto, que un día, tras la cena, Jonay pidió a su padre una cosa que jamás se podría haber imaginado éste.

  • Olvídate. No le pedirás la mano a la hija de mi enemigo. Tú eres un príncipe de Isora, y jamás permitiré que te desposes con la hija del mencey gomero.
  • Pero padre……..
  • Nada de peros, hijo. Mi palabra es la ley, y no hay más que hablar.

Texenere se levantó de su trono de piedra y salió a coger aire mascullando algo entre los dientes. Su enfado era considerable, pues Jonay sabía que desde que salieron de aquella reunión de menceyes, su padre había establecido como enemigo suyo al mencey Acaymo de la Gomera.

Pero Jonay era muy cabezota. Su padre siempre lo había apoyado en todo, y nunca le dijo que no a una de sus peticiones, aunque nunca parecida a ésta.

Jonay, atrevido donde los hubiese, bajó hasta la costa de las tierras de su padre. Se sentó sobre una gran piedra mirando la isla de enfrente, a unos 200 kilómetros de su posición. Pensaba en que necesitaba ver a su princesa gomera, que quería besarla, que necesitaba abrazarla, pues estaba locamente enamorado.

De pronto, sin saber bien lo que hacía, Jonay se lanzó al agua, y comenzó a nadar hacia la isla de La Gomera. Sus pensamientos estaban puestos en su amada princesa. Nadó, y nadó. Casi sin descansar. A lo lejos, oía una voz que lo llamaba. Levantó la cabeza y vio a uno de sus hermanos, presente en la discusión con su padre, que lo avisaba del peligro. Reanudó su nado cuando observó que su hermano salía corriendo montaña arriba.

No sabía cuántas horas llevaba nadando, pero alcanzó la costa. Helado, y sin fuerzas para proseguir caminando, se tumbó sobre las piedras de una playa que alcanzó.

Despertó cuando la oscuridad estaba en el cielo. Se repuso un poco del dolor que sufría en su cuerpo por tan inmenso esfuerzo y se dispuso a caminar montañas arriba hasta alcanzar la morada de su princesa.

Por el camino, iba escondiéndose de cuantas personas se encontraba. Hasta que por fin al amanecer llegó a la gran cueva del mencey de La Gomera. Esperó escondido tras unos grandes matorrales, a ver si veía a su princesa. Y estuvo muchas horas allí, tumbado, sentado y agachado, pues los pies se le entumecían de dolor.

Por fin la vio. Salió de la gran cueva que hacía de su casa. Estaba más hermosa que cuando la había visto por última vez. Acompañada de otras dos mujeres jóvenes, la princesa gomera comenzó a descender por un barranco, en dirección al mar. Jonay la seguía a cierta distancia escondido tras la maleza del barranco.

Gara llegó a una playa de arenas negras, solitaria, donde las jóvenes que la acompañaban comenzaron a desvestirla. Jonay llegó a un pequeño desfiladero, donde acababa el barranco. Desde allí vio perfectamente a su amada desnudándose en compañía de las jóvenes que la ayudaban. Su polla se alargó bajo su mojado traje de oveja y cabra. Gara entró en el agua, y se dejó llevar por las olas, mojando su perfecto cuerpo, que brillaba entre las gotas de agua y el sol. Jonay miró a su derecha. El salto era de unos 15 o 16 pies de altura, nada que no pudiese hacerse. Además, caería en el agua. No lo pensó dos veces, y saltó. Se zambulló en el mar como una piedra cuando la tiras desde lo alto de un acantilado. Salió sin dificultades. Y nadó hasta agarrarse detrás de unas piedras, desde donde podía ver a su amada perfectamente.

Cuando Gara pasó cerca de las piedras, oyó un siseo. Alguien estaba allí detrás y se asustó. Las jóvenes que la acompañaban estaban lejos, en la orilla. Pero lejos de amedrentarse, consiguió decir:

  • ¿quién está ahí escondido? Sale, quiero ver la cara del que osa espiar a una princesa guanche.

Jonay salió de su escondite asomando la cabeza.

  • Soy Jonay, príncipe de Isora, princesa Gara.
  • ¿Jonay? Que haces aquí tan lejos de tu tierra.

La princesa se había sorprendido. No entendía como había llegado hasta allí. Jonay le contó por encima lo que había sucedido y como había llegado hasta la isla de la princesa y todo el resto hasta llegar a ese momento en el que hablaban a escondidas tras las grandes piedras.

  • Eres un loco. Yo también estoy enamorada de ti – respondió la princesa gomera ante aquella historia que acababa de escuchar.

Jonay se acercó a ella y se besaron. En ese instante sintió el cuerpo desnudo de su princesa, mientras la abrazaba.

  • Ven, salgamos. Se lo diremos a mi padre.
  • No creo que sea buena idea – contestó él.
  • Sé que ahora son enemigos, pero no abrá problemas, te lo prometo – dijo la princesa mientras lo arrastraba hasta la orilla de la playa.

Las jóvenes que la esperaban en la orilla de la playa se asustaron a ver al desconocido ante ellas y agarrado de la mano de su princesa.

  • Él es Jonay, el príncipe de Isora, del que tanto os he hablado - les dijo la princesa poniéndose su traje de cabra.

Emprendieron camino hacia la cueva del gran mencey Acaymo. La sorpresa de éste fue mayúscula cuando vio ante sus ojos a uno de los herederos de su enemigo y auguró un mal presagio gritando dentro de aquella inmensa cueva.

  • Imposible, Gara. Jamás te he negado nada, pero el amor entre vosotros es imposible. No puedes desposarte con el hijo de mi mayor enemigo.

Las palabras del mencey gomero ya las había escuchado Jonay un par de días antes, en la boca de su padre.

  • Pero padre. Ha venido nadando desde Tenerife para pedirte mi mano. Eso es verdadero amor.
  • No. Es mi última palabra. Es un amor imposible.

Jonay no decía nada ante el implacable mencey. Su cara de seriedad y enfado a la vez le dejaban atónito. Era incapaz de decir nada.

Gara, por su parte, seguía insistiendo, hasta que su padre los mandó a sacar a los dos de la cueva. Los guerreros del mencey tenían la orden de llevar de nuevo a Jonay hasta una embarcación y trasladarlo a Tenerife.

Pero Gara fue más astuta que los guerreros, y cogiendo de la mano a Jonay, salió corriendo en dirección al gran bosque de laurisilva del medio de la isla.

Los guerreros guanches avisaron al mencey Acaymo, que salió inmediatamente corriendo de su cueva.

  • ¡Seguidlos! – gritó.

Por otro lado, desde la parte izquierda de la cueva, un guerrero vigía corría gritando:

  • Vienen barcos desde Tenerife, señor, vienen barcos.

El mencey Acaymo dejó por un instante de preocuparse de su hija y se marchó a toda prisa hacia el acantilado para ver quien llegaba de la isla de enfrente.

Cuando arribaron a la playa, Texenere y sus 3 hijos mayores venían acompañados de sus guerreros más fieros.

Tuvieron unas largas y duras palabras entre los dos menceyes, pero finalmente se pusieron de acuerdo en ir a buscar a sus hijos para llevárselos cada uno a su casa.

Gara y Jonay estaban muy cansados de tanto correr. Entre la maleza del bosque de laurisilva era casi imposible que los encontraran, pues era inmenso. Encontraron una pequeña cueva donde descansar después de recoger unos frutos y beber agua de las hojas de los arboles.

Tumbados sobre la tierra húmeda de la gruta, Gara y Jonay se juraban amor eterno. Sus besos retumbaban por la cueva. Las manos de Jonay recorrían el cuerpo entero de su princesa. Desató los lazos del vestido de cabra de la gomerita y manoseó el cuerpo desnudo. Gara por su parte ya había metido sus manos en la abertura del traje de Jonay, aún húmedo por el agua salada. Frotaba la polla erecta de su amado, mientras éste le besaba el cuello y pasaba rápidamente hasta sus pequeñas pero hermosas y firmes tetas morenas. Jonay chupó los negros pezones de la princesa mientras los primeros gemidos de placer retumbaban suavemente por el eco de la cueva. El príncipe bajó una de sus manos hasta la entrepierna de la gomera, acariciando suavemente el escaso vello de ésta, y jugando con sus dedos entre la rajita de su amada. Gara se derretía de placer. Jonay dejó de comerle las tetas y bajó pegando sus labios a la piel morena de la muchacha. Atrapó suavemente los labios vaginales de ésta entre su boca y succionó haciendo que la princesa gomera se terminara de recostar en la tierra húmeda. Jonay succionó varias veces y intentaba meter su lengua lo más hondo que podía, dándole mucho placer a la chica. Los espasmos de la princesa gomera se sucedían, y terminó por gritar y correrse en la cara de su amado succionador.

Jonay levanto la cabeza y fue en busca de la boca de la chica. Se besaron apasionadamente. Apoyó la cabeza de su polla erecta a más no poder en la entrada de la vagina de la chica y apretó un poco las nalgas, empujándose despacio. Gara soltaba un pequeño resquemor por la boca, pues era su primera vez. También la de Jonay. Un fino hilo de sangre salió desde el interior de la princesa, pero Jonay no le prestaba atención. Seguía besándola mientras le insertaba su polla más hondo. Cuando pasó el dolor, el vaivén del cuerpo de Jonay se acompasó con el de su pareja. Ambos disfrutaban de su primera vez. Gara llegaría pronto de nuevo a otro orgasmo. Jonay lo tenía en la punta de la polla. Y no aguantó. Mientras se corría, sin dejar de moverse entre las piernas de la princesa gomera, ésta se vino de nuevo. Quedaron ambos tendidos sobre la húmeda tierra de la cueva.

Cogieron aire, le levantaron sin apenas fuerza y comenzaron a comer frutos de los que Gara había recogido por el camino. Pero unas voces los alertaron. Sus nombres sonaban entre los árboles frondosos del bosque.

  • Vístete, corre. Tenemos que seguir andando. – dijo la princesa.

Se vistieron a toda prisa y salieron de la cueva envueltos en sudor y tierra. Sus ropas olían a tierra húmeda y estaban mojados.

  • Si seguimos por este camino, llegaremos a lo alto de la peña del bosque.

Y así fue. Llegaron a lo alto de la peña del bosque, pero cada vez estaban más cansados como para seguir corriendo. Se detuvieron a coger aliento. Cada vez sus perseguidores estaban más cerca de ellos. Se vieron atrapados por los guerreros de cada mencey. Detrás de ellos, lo único que había era un bran acantilado. Al fondo, un barranco lleno de piedras puntiagudas.

Los dos menceyes, Texenere y Acaymo se abrieron paso entre los guerreros.

  • Ven aquí, hija mía. Te lo ordeno – gritó Acaymo a su hija.
  • Hijo malagradecido – gritaba Texenere al suyo.

Cada vez retrocedían más los príncipes, mientras sus padres se acercaban en su búsqueda.

  • ¿nos dejaréis desposarnos y ser felices? – preguntó Gara a su padre.
  • Yo renuncio a mis tierras, padre, si con ello me dejas tener el amor de Gara.
  • Estáis locos los dos. No sabéis lo que decís.

Ambos muchachos notaron el fin de la peña. Un paso más atrás, y caerían por el acantilado. Se miraron mutuamente.

  • Te quiero, princesa Gara.
  • Te quiero, príncipe Jonay.

Y sin decir nada más, ni mirar a nadie más, ambos príncipes, abrazados, se lanzaron al vacio, oyendo los gritos de sus padres desde lo alto de la peña.

Desde entonces, la gran peña que corona el bosque de laurisilva de la isla de La Gomera se le conoce como el Parque de Garajonay.

Pdta.: Es una leyenda de las Islas Canarias, que todos aquí creemos. Le he metido cosas nuevas, pero aún así, es una de las leyendas más bonitas de las islas.