Historia de Irina II

Irina incluso llegó a prostituirse

CONTINUACIÓN DE HISTORIA DE IRINA I

Para evitar que nuestros frecuentes encuentros fuesen sospechosos, procuré que en algunas ocasiones mi marido tomase café con nosotros, incluso invitar a Juan de forma esporádica a tomar algo a casa. Esto no resultaba extraño, pues desde nuestra visita al Banco, Jose y Juan se veían por temas financieros y nos interesaba estar a bien con el director de la oficina bancaria. Si ser muy amigos, se llevaban bastante bien. Yo lo pasaba muy mal cuando estaba con ellos y sobre todo cuando aparecía la mujer de Juan; sin embargo él lo llevaba bastante mejor.

Por todo lo expuesto, en más de una ocasión nos comentamos el deseo de que nuestro amor se manifestara teniendo un hijo. Durante el embarazo de Irina, más de una vez acariciaba mi vientre exclamando “me gustaría que fuese nuestra, a mi no me importaría que no fuese niño”.  Siempre dudábamos, pues, caso de tener un hijo, nunca podría ser aceptado como tal y debería aparecer como si fuese del matrimonio, ya que caso de enterarse Jose, nos podía matar a los dos. Dado mi embarazo, cualquier decisión quedó aplazada a mi recuperación tras el parto. Yo tomé una decisión, llegado el momento, dejaría de tomar los anticonceptivos. La situación era bestial, embarazada de mi marido y follando salvajemente con mi amante.

Un año después de nacer Irina, habíamos quedado a medio día en la casa de Santa María con la idea de almorzar juntos; Juan había comprado nécoras y percebes con un delicioso albariño. En medio de la comida le dije muy insinuante “Como sabes, hace diez días tuve el periodo y quiero que sepas que he dejado de tomar los anticonceptivos”. Él sonrió y se limitó a preguntarme ¿Lo tienes decidido, lo has pensado detenidamente?” Yo me limité a asentir con la cabeza, mientras lo miraba con la expresión de cariño mayor que podía ofrecer.

Esa tarde fue de las más apasionadas que vivimos; comenzamos en el hidromasaje; me acarició, especialmente mis pezones y seguidamente con una suavidad extrema mis labios, hasta llegar al clítoris, mi debilidad; de allí pasó al interior de mi vagina a rozar dulcemente ese botoncito interior que él sabía me hacía temblar; mis flujos comenzaron a brotar tanto que cuando notó tal lubricación no dudó en penetrarme dentro del agua; llegué a un orgasmo brutal, así estuvimos durante más de media hora. Al salir de la bañera, nos dirigimos al dormitorio, pero  no nos dio tiempo para llegar, la primera alfombra que vimos nos sirvió; ambos estábamos aun completamente desnudos y mojados, yo me tumbé sobre la alfombra y tiré de él que cayó sobre mí, fue algo indescriptible. Mis gritos y gemidos eran incontrolables y ensordecedores. Aunque era una casa unifamiliar, estaba muy próxima a la calle, Juan me tapaba la boca con sus besos para evitar que me oyesen desde fuera; me puse a cuatro patas, en posición “salvaje” incitándole a penetrar mi vagina por detrás, mis gritos volvía a ser incontrolables; me di la vuelta, me monté sobre él y le cabalgué hasta llegar al éxtasis, de allí, en posición medusa, continuando dentro de mí, nos besamos y acariciamos hasta quedar exhaustos, entonces, Juan me echó de espaldas sobre la alfombra, levantó mis piernas sobre sus hombros y me volvió a penetrar profundamente, noté su miembro que llegaba hasta lo más recóndito de mi, que comencé a temblar de puro placer; me pasó a posición cara a cara y ambos llegamos al clímax juntos, quedando extenuados sobre la alfombra durante mucho rato, continuando con nuestros besos y caricias.

Al mirar el reloj quedamos sorprendidos, habían trascurrido casi dos horas desde que “caímos” sobre la alfombra. Decididamente debíamos reponer fuerzas y nos esperaban unos deliciosos mariscos. Pero, llegando a la cocina nos miramos muy ansiosos y sin mediar palabra, nos encaminamos al dormitorio de invitados, donde nuevamente vimos un segundo momento maravilloso de amor, sentí que mi vagina casi se partía ante sus embestidas, lo abracé fuertemente y volvimos a corrernos al unísono entre alaridos y convulsiones de placer. A continuación cumplimos con el que era el primer objetivo del día, almorzar, necesitábamos reponer fuerzas. Fue una comida muy erótica; los dos completamente desnudos, yo sentada sobre sus piernas, comíamos y nos comíamos.

Antes de terminar con las nécoras, ya había notado en mis glúteos que Juan estaba nuevamente excitado, por lo que me levanté y cogiéndolo de las menos le dije “Ven conmigo” Él supo lo que yo deseaba y me dijo “Irina, estoy agotado, no podré más” Le dije que teníamos una meta y que solo se alcanzaba de esa forma; sin más, lo senté en un sillón y yo me subí a caballo sobre sus piernas; a medida que caía me iba penetrando, yo lo cabalgué brutalmente hasta que gimiendo ambos, sentí cómo su líquido entraba a borbotones en mi vagina; me abracé a él y así estuvimos mucho tiempo.

En la misma posición, él me separó un poco de su cuerpo para poder hablar conmigo. Me dijo que, tomada la decisión, no podíamos equivocarnos, que yo debía evitar tener relaciones con José Antonio, hasta que hubiese pasado su época fértil y después reiniciarlas; no habría problema, pues Jose no llevaría las cuentas y no era pensable que pudiera recordar los días que habían tenido contactos.

Los días siguientes fueron de una actividad sexual intensa; recuerdo especialmente otro día, en su casa que me dijo “creo que nunca has bailado así”. Sin más explicación puso una música muy romántica y pegadiza, me tomó de la mano y comenzamos a bailar. Él acariciaba apasionadamente todo mi cuerpo me besaba en el cuello, la cara, los labios. Trascurrido cierto tiempo, cuando yo me sentía muy excitada, comenzó a desnudarme; me percaté de sus intenciones y también empecé a quitarle su ropa; nos quedamos completamente desnudos y continuamos bailando; nuestros cuerpos se fundían, yo sentía su virilidad entre mis piernas, presionando y acariciando mis labios vaginales; sus manos apretaban mi cuerpo junto al suyo moviéndonos al suave ritmo de la música. Mis pechos y mi vientre se aplastaban contra su cuerpo. Yo temblaba de placer, al sentir mis convulsiones, él comenzó también a trepidar, lo cual nos excitaba exageradamente; así estuvimos durante no sé cuántas canciones hasta que nos tumbamos en uno de los sofás donde volvía a besarme y acariciarme hasta que me penetró de muy diferentes formas durante muchísimo rato entre gritos y gemidos, no sé los orgasmos que experimenté, hasta que, en un tremendo grito de placer, ambos explotamos abrazados fuertemente.

Tras esos intensos días de sexo, yo tenía el convencimiento de estar embarazada, me había notado ciertas sensaciones difíciles de explicar, pero no me cabía duda. No tuve muchos problemas con Jose, pues había tenido que viajar con frecuencia y llegaba muy cansado y yo procuré no provocarlo.

A los veintidós días de haber tenido el periodo comenzaba el fin de semana y le propuse a Jose que fuésemos a una casita rural que hay a las afueras de Pontevedra, ya que estábamos muy dejados y deseaba estar a solas con él. Dejaríamos a las niñas con mis padres para estar solos. Él accedió sin demasiado entusiasmo; decía tener trabajo pendiente, pero aceptó ante mi insistencia y al explicarle que había dejado de tomar las pastillas. Yo le dije que no se iba a arrepentir. Esto era cierto, ya que a pesar de mi relación con Juan, que me llenaba completamente, había aprendido a tener relaciones con los dos y a disfrutarlas, hasta el punto de haberme visto obligada, en varias ocasiones, a acostarme con mi marido en un mismo día después de pasar una intensa tarde con Juan. La primera vez me encontré muy extraña sin notar nada, pero sorpresivamente, un día me sentí muy mujer con ambos. Quedé un poco preocupada, pero a partir de ese día, cuando había estado con Juan, buscaba a Jose pues disfrutaba de una manera muy morbosa y especial.

El fin de semana en la casa rural fue completísimo; le hice pasar a Jose unos días inolvidables. Tanto disfrutaba que me pedía una y otra vez; yo estuve muy activa, a instancia mía, me atacó por todos los sitios; podría decir que regresó completamente desnatado. Fue sin lugar a dudas una deliciosa coartada, aunque recordaba a Juan, lo disfruté más de lo que esperaba. A partir de ese día procuré frecuentar mis relaciones con Jose, sin olvidar a mi amante que, al fin y al cabo, me hacía vibrar con más intensidad, llegaba a enloquecer cada vez que estábamos juntos; no me cansaba de decirle que solo me gustaba hacerlo con él; bueno, en esto no era absolutamente cierto, pues ya he relatado anteriormente cómo llegué en el mismo día a tener repetidos orgasmos con ambos; aunque con Juan era siempre mucho más placentero, no sé si por el morbo de la situación o porque ya estaba completamente enamorada de él; hasta el punto que llegaba a pensar que cuando realmente ponía los cuernos era a Juan cuando me acostaba con mi marido.

Me hice la prueba del embarazo que resultó positiva.

Trascurrido el tiempo suficiente, hice saber a Jose que se me había atrasado el periodo, de forma que según esas cuentas el embarazo se hubiera producido durante los días en la casa rural. Él quedó encantado y muy satisfecho, sobre todo cuando poco tiempo después supo que sería un chico.

Un poco antes de los nueve meses se me “adelantó” el parto. Fue un niño precioso, no se parecía a ninguno de nosotros, pero era varón y se llamaría ¡Cómo no! José Antonio. Jose estaba feliz, al fin “había tenido” un chico.

Creo que el ginecólogo sospechó que mi “adelanto” era fingido, pues al aceptar mi explicación, su rostro tuvo una expresión algo sarcástica, pero jamás dijo nada al respecto.

Nada más salir del parto sonreí enigmáticamente a mi marido, al tiempo que le decía “Por fin te he dado un niño”, omitiendo con toda la intención decirle que por fin habíamos tenido un varón. Por supuesto que ni se percató de mi sutileza, estaba totalmente embelesado con “su” hijo.

Como ya he explicado antes, yo había procurado que Juan, incluso su mujer, no fueran unos extraños en nuestra vida familiar y que por razones financieras mi marido frecuentase las visitas al banco. Por ello, me resultó muy fácil conseguir que a Jose se lo ocurriera que Juan y Marita, así se llama su mujer, fuesen los padrinos de “nuestro” recién nacido. Todo aconteció como una idea de mi marido; buscábamos quien fueran los padrinos, sin encontrar a nadie de la familia, ya que los habíamos utilizado para las tres niñas; así, un día que estábamos con Juan surgió “casualmente” la conversación y mi marido tuvo la feliz idea de preguntar a Juan si le parecería bien a él y su esposa ser los padrinos del niño. Mi amante quedó boquiabierto, ¡Claro que le deseaba! Pero no se la había ocurrido que fuese posible y menos tan fácil. Pero supo aparentar cierta frialdad y sin que pareciese tener interés, dijo que a Marita le encantaría. A ella no le pareció tan encantadora idea, pues argumentaba que los padrinos debían ser de la edad de los padres o más jóvenes, a lo que Juan le explicó que Jose era un buen cliente del Banco y no podía despreciarlo, aparte de que nuestros padres, mayores que ellos, habían sido los padrinos de las dos primeras hijas.

No hubo más que hablar, Marita y Juan fueron los padrinos del pequeño José Antonio. Por supuesto que Juan pagó la celebración y me regaló un precioso brillante engarzado como un colgante para el cuello, como madre de su “ahijado”.

Yo no tenía dudas de quien era el progenitor de mi hijo; no obstante, me hice con un cabello de mi amante y otro del niño. De una forma discreta, los llevé para que hicieran una prueba de ADN que confirmó lo que yo ya sabía. Cuando supe el resultado se lo expliqué a Juan, me respondió que nunca había dudado de ello por dos razones, una porque nuestro hijo tenía un gran parecido con fotos de él cuando era niño; me dijo que era tal el parecido que había hecho desaparecer dichas fotos. La otra razón es que estaba convencido de cuándo quedé embarazada, ya que el día del baile notó en mi piel una suavidad diferente y una entrega en mí muy especial, que nunca, ni antes ni después había percibido; hasta el punto le fue placentero que no le importaría tener infinitos hijos conmigo si mis sensaciones fueran siempre las mismas.

Bueno, esta es la historia de cómo me vengué de la infidelidad de mi marido. Realmente la venganza fue más allá de lo imaginado, pues encontré y me enamoré de un hombre maravilloso que me dejó un recuerdo imborrable para siempre.

Nuestras relaciones siguieron, incluso pudimos pasar en algunas ocasiones varios días juntos. Con motivo de mi trabajo tenía que ir cada tres o cuatro meses a Madrid y, casualmente Juan también tenía que ausentarse por razones de trabajo; así que tomábamos un apartamento en un sitio discreto y pasábamos unos días encantadores.

He omitido un detalle que ahora debo aclarar, para conseguir esto último tuve un gran aliado al que debí pagar un alto precio.

Ya he comentado que mi jefe se llamaba Rafael y tenía pocos años más que yo. Era muy inteligente y observador. Un día, que estábamos solos en la oficina, cuando ya llevábamos Juan y yo algo más de dos años viéndonos; me llamó a su despacho. Nada más que entrar me dijo directamente, sin ninguna frase preparatoria “Irina, desde que llegaste a esta empresa estoy loco por tenerte entre mis brazos y follarte, por lo que desde hoy serás mi amante” Yo quedé boquiabierta, asombrada; me quedé inmovilizada sin saber qué responder. Tardé bastantes segundos en reaccionar y le respondí “¿Qué se ha creído usted?" Yo soy una mujer casada, tengo hijas y me debo a mi familia, Confío en  que esto sea una broma de mal gusto o que ha bebido más alcohol de la cuenta, si vuelve a decirme tal grosería me veré obligada a dejar un trabajo que me gusta y en el que me siento muy realizada.

Por toda respuesta me cogió entre sus fortísimos brazos y apretando su cuerpo contra el suyo, empezó a besarme al tiempo que me decía “Zorrita, no te muestres tan digna, se lo tuyo con el director del Banco” Yo quedé petrificada, logré zafarme de él balbuceando “Pero… ¿qué dice usted?”. Me dijo que lo sabía todo; había notado mis largas ausencias para estar en la cafetería con Juan. Sospechó algo y, como me deseaba desde que me vio, no perdió el tiempo y comenzó a seguirme, viendo mis citas con Juan. Abrió el cajón de su mesa y me enseñó varias fotos mías entrando en la casa de Juan, tanto en la de Santiago como en la de Santa María, tras lo que me dijo “¿Cómo vas a explicar a tu marido estas visitas tú sola a esas casas? Por cierto, casas que él conoce de sobra”. Si esperar mi respuesta siguió  “Así es, putita, que si no me complaces, tu marido tendrá en su poder copias de estas fotos”

Quedé anonadada, todo me daba vueltas; pese a mi infidelidad, no deseaba romper mi matrimonio, solo lo habría desecho para casarme con Juan, cosa que era imposible. Menos aun que esa ruptura fuese de una forma escandalosa. Juan, cuando se ponía violento era muy peligroso, podía llegar hasta matarme. Así que le dije ¿Qué tengo que hacer para que me dé las fotos y los archivos? Él me respondió que no me las daría nunca; a lo único que se comprometía era a no dárselas a nadie si el me follaba cuantas veces quisiera; que para mí era muy fácil la solución, o cambiaba de amante o me acostumbraba a tener dos amantes. Por mi mente pasaron rápidamente muchas escenas, hasta que le contesté “De acuerdo, seré su putita, nunca su amante. ¿Sabe cuál es la diferencia?” “Sí” respondió “Tendrás un importante aumento de sueldo y dietas en los viajes que desde ahora tendrás que hacer conmigo cuando salga de Santiago para trabajar”. Me estremecí, me obligaría a ir con él, me tendría a su disposición mucho más de lo que yo había imaginado, pero respondí “de acuerdo, el sueldo doble y mil euros diarios de dietas”.

“Aceptado, pero creo que sabrás la diferencia entre amante y putita ¿verdad, zorra? Inmediatamente sacó su cartera poniendo mil euros en mi bolso. A continuación se acercó a mí y comenzó a desnudarme y me ordenó “desnúdame tú a mí. A medida que lo hacía sentí un cambio en mi interior, de la ofuscación pasé a un estado de relajación (no tenía otro remedio), pero poco a poco empecé a sentir una sensación extraña, mi vagina comenzó a humedecerse. No me dio tiempo a seguir con mis pensamientos; estábamos de pie, me empujó hacia abajo diciéndome “Puta, ponte de rodillas” No podía ofenderme, me había portado como una puta y así me trataba; continuó, al tiempo que acercaba su pene a mi boca “ahora ya sabes lo que quiero, hazlo”. Al rato de haber comenzado la felación sentí cómo su miembro comenzaba a explotar, él gemía de placer “Puta, eres deliciosa, así me gusta” e inundó mi boca; no me dio tiempo a pensarlo, pues oí su voz imperiosa “trágatelo todo”. Cuando hubo terminado comenzó a besarme y magrear todo mi cuerpo, me obligó a ponerme a cuatro patas y sin darme tiempo a nada, con una habilidad inimaginable me penetró por el ano. Su miembro era el más vigoroso que yo había conocido, así que me dolió, pero cuando comenzó con un mete saca muy violento comencé a gemir de placer. Él se dio cuente y me dijo “Ves, zorra, al final vas a gozar de tener dos amantes, bueno, un amante y un proxeneta”. Al oír esto  quedé inquieta ¿Qué quería decir con esa frase? No me dio tiempo a más, pues ya había comenzado a llenarme de su semen. Nada más que terminar me obligó a chuparle la polla nuevamente durante mucho rato, hasta que tuvo una nueva erección, entonces me tumbó boca arriba y sin ninguna consideración ni cariño, me penetró; yo empecé a sentir uno de los orgasmos mayores de mi vida y en ese momento descargó toda su virilidad en mí, entre gritos, gemidos y sollozos míos.

Al terminar me dijo “Realmente te has ganado tu soldada; por cierto, ya me has oído, seré tu proxeneta, cuando te entregue a otros hombres cobrarás el doble, pero tendrás que hacerle todos los servicios que te pidan y te dejarás grabar y fotografiar para mí y no olvides que esta escena de hoy ya está grabada” No me lo podía imaginar, pero de repente, aquel hombre me había esclavizado.

Me acostumbré a todo y sentía placer con ello. Me utilizaba siempre que quería, me hacía regresar a la oficina cuando no había nadie para hacer conmigo todo lo que se le antojaba. Hacíamos viajes durante los cuales me entregaba a otros hombres, incluso alguna vez me obligó a hacerlo con mujeres y asombrosamente, yo siempre disfrutaba sexualmente. Yo ya me portaba salvajemente con él y le hacía vibrar, según me decía como nunca antes lo había conseguido. Terminó tomándome cariño, cada vez me entregaba menos a otros, hasta que dejó de hacerlo. En uno de nuestros viajes, al cenar le veo tomar un comprimido, le pregunté si estaba enfermo, me respondió que nada de eso, que era para estimularse, que me preparase para una noche intensa; yo ya estaba preparada para todo y, sin tomar nada, estuve por encima de él, realmente fue una noche como yo no había vivido nunca, pese que alguno de los hombres a los que me entregó habían sido brutalmente salvajes. No conté los orgasmos que tuve, pero superaron los diez. Conseguí que Rafa quedara exhausto, terminando abrazados y así quedamos durmiendo, derrotados hasta muy entrada la mañana. Me sorprendió en el desayuno, pues le vi cambiado, su expresión era algo dulce, muy diferente al trato indecoroso que me tenía; se acercó a su maleta y extrajo un voluminoso sobre y me dijo “Toma son tus fotos y tus vídeos, puedes hacer con ellos lo que quieras”. Los cogí, me fui al baño y sobre el inodoro los quemé. Le respondí “Te lo agradezco enormemente. ¿A qué se debe tu cambio? Me respondió que me había maltratado, pero que ha medida que veía cómo me entregaba a él sin protestar y como lo disfrutaba, se iba abriendo su corazón, que sentía celos de Juan y de mi marido, que poco a poco se había enamorado de mí.

Pese a no sentirme coaccionada, continué teniendo relaciones con Rafa.

Todo esto ha venido a consecuencia de que tenía un aliado, ese era Rafael, ya que otra condición que le puse fue que debería servirme de coartada para mis viajes con Juan, cosa que él aceptó. De esa forma Jose no podía sospechar nada, ya que unas veces viajaba con el jefe y otras “sola”.

Solo me queda decir que continué mis encuentros con Juan y con Rafa.

Y acabo mi relato de cómo una mujer que solo aspiraba a tener una familia y ser algo independiente, llegó a tener hijos de dos padres, incluso a prostituirse y terminó ligada a tres hombres que, cada uno a su estilo, la llenaban completamente.