Historia de Irina I

Cómo una joven casada que solo aspiraba a una vida normal manteniendo su personalidad, terminó con dos amante y prostituyéndos

HISTORIA DE IRINA, UNA MIJER CASADA

Hola, me llamo Irina; no tengo ninguna ascendencia rusa, pero a mi madre le gustaba el nombre y a mi padre le pareció estupendo. Desde que tengo recuerdos, todos me han llamado cariñosamente “Ina”. Actualmente tengo treinta y nueve años y desde hace doce estoy casada con José Antonio, aunque yo siempre le llamo “Jose”, sin acento; el hecho de llamarle así, me hace sentir cierto cosquilleo.

Durante la etapa del Colegio había conocido a algún chico, pero nunca llegamos a nada; solamente hubo uno que realmente me volvía loca y hubiese llegado con él a todo de no haber sido por mis padres, que siempre se opusieron a esa amistad ya que me llevaba diez años. Pese a ello, yo habría seguido adelante, estaba dispuesta a todo, pues hacía que me olvidase de la realidad; pero un día desapareció de mi vida y nunca supe más de él. Esto me afectó bastante, pasando un periodo de profunda tristeza, que sólo pude superar bastante tiempo después, aunque el recuerdo lo llevaré siempre conmigo.

Conocí a Jose en la Universidad; yo estudiaba Derecho y él Ingeniero Industrial. Nos presentó una amiga común y empezamos a vernos con demasiada frecuencia. A las pocas semanas ya me estaba pidiendo que saliésemos y, aunque yo deseaba ser libre durante mi vida universitaria, ante su insistencia y su atractivo terminé accediendo antes de lo que yo habría deseado.

Bueno, he de aclarar que vivimos en Galicia, concretamente, la familia vive en Pontevedra y mis padres habían hecho un gran esfuerzo para que estudiásemos en una gran Universidad, por lo que mi hermana Laura y yo nos matriculamos en Santiago de Compostela.

José Antonio era un chico encantador, realmente me sentía hechizada. Yo vivía con mi hermana Laura en un apartamento alquilado, en tanto que él estaba en uno de su propiedad. En tercer curso me pidió me fuese a vivir con él. No acepté, pues no podría explicar a mis padres cómo no estaba con mi hermana, por lo que solamente me trasladaba al piso de Jose algunos fines de semana, cuando mis padres no venían a vernos a Santiago.

Como es lógico, el primer fin de semana que pasé en el piso de Jose, él insistió en acostarse conmigo. Para mí, era la primera vez y no me lo había planteado como una meta, pero ante su insistencia, no me opuse; además … ¿para que me había trasladado allí? No fue una experiencia satisfactoria; sentí dolor sin placer, afortunadamente él terminó muy pronto y se recostó sobre mí. Seguimos con nuestras experiencias sexuales, que seguían sin ser agradables para mí; lo hacía por rutina, porque él lo pedía y yo no era capaz de negarlo. Tardé mucho tiempo en sentir verdaderamente un orgasmo.

Poco tiempo después de terminar nuestras carreras nos casamos. Aunque el piso de Jose no era muy grande, seguimos viviendo en él.

No sé el motivo, pero viene a mi mente una escena que indirectamente me afectó de alguna forma, pues fue la primera vez que sentí una sensación extraña con otro hombre después de casada. Al terminar la carrera, me presenté a unas oposiciones y uno de los vigilantes se detuvo viendo mi examen y se interesó por mis respuestas A la salida me estaba esperando, aunque lo hizo de forma que pareciera casualidad, pero yo me di cuenta de la realidad; me preguntó si quería tomar alguna cosa en una cafetería próxima, a lo que accedí gustosa; tomamos un café y charlamos largo rato, era un hombre encantador; al despedirnos me pidió quedar para otro día. Mi interior me impulsaba a aceptar, me sentía enormemente atraída por aquel hombre; pese a ello le respondí muy sonriente que se lo agradecía, pero que estaba casada y no lo creía adecuado. Cuando me estaba proponiendo vernos, sentí un gran cosquilleo, especialmente en mis genitales. En algunas ocasiones coincidimos nuevamente.

Tuvimos cuatro hijos; aunque realmente tuvimos tres  y yo uno, pero ese es mi gran secreto

Cuando convivía con Jose quedé embarazada y tras muchas vacilaciones aceptamos tenerlo. Nos casamos y a los pocos meses nació Carolina, una preciosa niña muy parecida a su padre.

Al poco tiempo José Antonio cambió bastante de carácter; la empresa que había montado marchaba muy bien, pero requería que le dedicase mucho tiempo y vivía con demasiada tensión. En casa, cada vez era más intransigente y machista. En algunas ocasiones había llegado a vocearme violentamente, maltratarme y a pegarme, incluso delante de las niñas

Yo siempre había deseado tener mi propio trabajo e independencia, cosa a la que él se oponía con todas sus fuerzas; solamente quería tenerme en casa dedicada a las labores domésticas y de madre.

Pese a ello, una vez fallada la oposición, encontré un trabajo en una empresa inmobiliaria bastante importante. Empecé de chica para todo, pero mis conocimientos jurídicos por las oposiciones y mi capacidad de trabajo me hicieron llegar a un puesto importante; pasé a ser la asesora jurídica de la empresa y la negociadora para las operaciones complicadas, además de las relaciones con los bancos. El dueño de la empresa y mi jefe directo se llama Rafael; fue él que me entrevistó para acceder al trabajo; aunque miraba con frecuencia mi escote, sobre todo cuando era algo generoso, su comportamiento fue muy comedido hasta un día, pasados unos tres años, que ya comentaré mas adelante.

A mi marido le obsesionaba tener hijos y sobre todo que fuesen varones; dieciocho meses después del nacimiento de Carolina, tuvimos una segunda hija, Blanca, enormemente parecida a mí. Los últimos meses de este embarazo no fueron muy agradables. Jose estaba mucho tiempo ausente; incluso el día del parto me encontré solamente con mis padres y hermana, él no se sabía donde estaba; después sospeché con muchas razones que estaba con otra mujer. Por eso tomé una firme decisión, le respondería con la misma moneda. Con su obsesión de tener un hijo, quedé nuevamente embarazada antes de los dos años del segundo parto y nuevamente tuvimos una encantadora niña que se llamaría Irina; igualmente me sentí muy sola, pues Jose mostró poco interés al saber que sería nuevamente una chica.

Terminado mi permiso maternal después del nacimiento de Blanca, me incorporé nuevamente a mi trabajo. Un día, casualmente, me crucé en la calle con el vigilante del examen; ambos nos reconocimos y nos saludamos muy afectuosamente; él me dio un apretado beso en la mejilla que yo recibí y le devolví con agrado. Fuimos a una cafetería y charlamos durante bastante tiempo. Por mi mente pasó  fugazmente la idea de la venganza, no obstante, al despedirnos no quedamos en nada; aunque yo ya había conseguido saber dónde trabajaba y podría hacerme la encontradiza.

En el periodo entre el parto de Blanca y el de Irina, mi marido, sabedor de mis relaciones con las entidades bancarias, me preguntó donde podría conseguir un crédito en buenas condiciones, ya que necesitaba un poco de liquidez para su empresa. Recordé un banco regional que estaba en una fase de expansión que ofrecía unos tipos muy atrayentes y cuya oficina estaba muy cerca de mi despacho.

Cuando el director supo el motivo de nuestra visita, nos recibió personalmente. Juan, así se llamaba, estuvo muy amable; ofreció a mi marido unas condiciones financieras magníficas y se empeñó en invitarnos a una copa, que se prolongó hasta ser un almuerzo.

Juan era un hombre maduro; sería unos veinte años mayor que yo, pero he de reconocer que tenía cierto atractivo, era culto y agradable en el trato. Yo ya había tenido algunas relaciones profesionales con él, pero nunca habíamos hablado más allá del trabajo; algún día coincidimos en la cafetería y me había invitado.

Aquel día lo noté algo diferente, me miraba con más detalle y en más de una ocasión coincidieron nuestras miradas; aunque yo procuré esquivarlas, aparentando que era él quien se fijaba en mí, Juan se percató completamente de mi simulación.

A partir de ese día siempre que yo tomaba el café de media mañana, casualmente allí estaba Juan, que aprovechaba para invitarme y charlar cada vez durante más tiempo. Terminé acostumbrándome a esa situación, su conversación me resultaba deliciosa; siempre me han atraído los hombres mayores que yo, sobre todo si eran cultos y buenos conversadores, y en Juan se daban esas circunstancias. Ahora era yo quien también buscaba esas coincidencias en la cafetería.

Cada vez nuestras charlas eran más personales e íntimas; incluso llegué a exponerle mi malestar con José Antonio y las dificultades que estábamos experimentando en nuestro matrimonio. Él me infundió serenidad y consuelo; supo aconsejarme de forma que me tranquilicé bastante.

Una mañana, al salir de la cafetería, ya en la calle, me preguntó si aceptaría tomar un café en su casa a solas los dos. Me extrañó, porque sabía que estaba casado desde hacía bastantes años, acepté inmediatamente y quedamos en que yo iría al día siguiente a su casa a las cinco de la tarde.

A las cuatro del día de la cita, cuando ya estaba preparada para salir de mi casa, recibí una llamada suya (desde hacía tiempo teníamos los números de nuestros móviles). Era para decirme que no podíamos ir a su casa, pues su mujer estaría allí toda la tarde, por lo que me preguntaba si deseaba ir con él a una casita de vacaciones que tenía en Santa María de Conxo, muy próxima a Santiago. Yo no me planteé ningún problema, simplemente acepté. Me dijo que me recogería en su coche en la Avenida de Libertade a las cuatro y media.

Yo llegué algo tarde intencionadamente, pues no me apetecía esperar; también tenía cierta intranquilidad, pues de todos los pensamientos que pasaban por mi mente, no sabía cual sería el acertado. Cuando llegué estaba él dentro del coche; al verme bajó para abrirme la puerta y seguidamente salimos hacia Santa María.

Al llegar quedé gratamente sorprendida; no era una casita, sino una preciosa finca con unos jardines encantadores.

Me preguntó si deseaba conocer los exteriores a lo que respondí afirmativamente; interiormente me preguntaba qué sería lo que pretendía Juan; la apariencia era clara, el morbo de la situación me excitaba intensamente. Yo le acompañaba algo retrasada, como titubante; mi mente empezaba a dar vueltas a una idea. Nada más empezar a recorrer los caminitos me ofreció tutearnos, cosa que yo estaba deseando ya hacía tiempo.

Durante el recorrido, que duró algo más de quince minutos, solo hablamos del precioso entorno que nos rodeaba; se le notaba algo nervioso y titubeante; enseguida pasamos al interior del edificio.

La casa era realmente bonita; no era moderna, tenía  mobiliario agradable pero ya de tiempo, lo que la hacía muy acogedora. En la planta baja había una entrada de la que partía una escalera que comunicaba con la planta superior; en la estancia aparecían, además, tres puertas que daban acceso a un aseo, la cocina y al salón de estar. Pasamos a éste, que tenía un tresillo muy acogedor; yo me senté en un sillón y él en el sofá.

Se levantó diciendo “Bueno, iré a por el café que es lo que nos ha traído aquí”. Se ausentó breves minutos, durante los que rápidamente estudié la situación, se me presentaba la ocasión de vengarme de Jose; Juan era el tipo de hombre que me agrada, incluso su edad, que le hace ver la vida de una forma reposada, su inteligencia. Estando en estos pensamientos, apareció con dos tazas oliendo a un café excelente, las puso sobre la mesa y volvió a sentarse en la parte del sofá más próxima a mí.

Todavía, cada vez que lo pienso, no logro explicármelo, pero sin apenas meditarlo, salió de mi boca algo temblorosa una frase “Esto es muy peligroso”. Por toda respuesta, como si supiese lo que yo iba a decir, tomó entre sus dos manos mi mano derecha y acariciándola con mucha dulzura, me preguntó “¿Te refieres a esto? Yo temblaba, solamente fui capaz de asentir con mi cabeza. Pese a que lo había maquinado, me vino tan de repente que todo mi interior vibraba por lo morboso de la situación; sentí que mi intimidad se humedecía. Pero no tuve tiempo de seguir con mis tribulaciones, tiró suavemente de mí, que no ofrecí ninguna resistencia, y me sentó en el sofá junto a él, diciéndome “Es un peligro encantador”. Sin más, comenzó a abrazarme, besarme y acariciar mi cuerpo. Yo me sentía en las nubes y comencé a dejarme ir en esa maravillosa morbosidad; mi venganza empezaba. Con bastante destreza comenzó a desabrocharme la camisa y el sujetador; mis pechos se abrieron ante él que quedó extasiado, comenzando a acariciarlos, besarlos y succionarlos, mis flujos aumentaron de una manera inaudita. Enseguida empezó a bajarme la falda y a desprenderme de mi prenda más íntima; acarició y besó todo mi cuerpo, yo iba a explotar, pero balbuceé “Soy una mujer monógama” a lo que respondió que él también lo era, por lo que estábamos en igualdad de condiciones. Estaba descontrolado, acariciaba mi pubis e intentaba penetrarme, cosa que yo empezaba a desear, pero me sobrepuse, pues no quería darle la imagen de ser una mujer fácil, por lo que le dije “Hoy no, por favor, tal vez el próximo día”. El accedió sin poner resistencia, cosa que me agradó, ya que veía que era capaz de respetarme. Elogió extremadamente mis pechos a lo que le respondí “antes de ser madre sí que tenía unas tetas bien sujetas y duras”. Seguimos besándonos y acariciándome durante largo tiempo; repentinamente nos dimos cuenta de la hora, era muy tarde; salimos en su coche hacia donde yo había dejado el mío; nos despedimos con un suave beso en la boca.

A partir de ese día seguimos viéndonos a media mañana tomando café. A los pocos días me recordó que yo había aceptado algo especial para la próxima vez y que esa tarde no habría nadie en su casa, por lo que podríamos vernos allí. Yo ya sabía qué había ofrecido y no solo no me importaba, me apetecía brutalmente, porque no había consumado mi venganza con Jose y Juan empezaba a resultarme cada vez más atractivo. Lo que yo no sabía es que me iba a enamorar de él.

Esa tarde, a las cinco, llegué la puerta de su casa. Estaba esperando mi llegada, ya que antes de llamar al timbre, abrió la puerta. Casi sin cerrarla comenzó a besarme y acariciarme a lo que yo correspondí con bastante agrado. Nos trasladamos al salón y casi sin hablar continuamos con nuestros besos y caricias y en un sillón sin brazos, sentada yo sobre él, consumé mi venganza hacia mi marido; pero la realidad superó mis instintos, ya que independientemente de conseguir mi meta, tuve un maravilloso orgasmo.

Yo pensaba que cumplida mi venganza, toda relación con Juan terminaría. No obstante nuestros encuentros matutinos continuaron y nuestras citas se repitieron constantemente, tanto en su domicilio como en la casa de Santa María. Alguna vez pensamos ir a mi casa, aprovechando alguno de los viajes de Jose, pero terminamos por desistir, temiendo un regreso imprevisto de mi marido. Cualquier proposición de vernos yo la aceptaba sin dudarlo y si era preciso eludía a mi marido como fuese. Yo sabía aprovechar sus ausencias; inocentemente le decía a Juan “Jose se va mañana de viaje”. Él interpretaba mi “indirecta” a la perfección y volvíamos a tener una deliciosa tarde de amor.

Curiosamente habíamos experimentado una sensación nueva; ambos, casi sin darnos cuenta nos habíamos enamorado. Cosa que comenzamos a notar en nuestras relaciones sexuales, las habíamos comenzado como amantes, con mucha pasión y pasaron a ser cada vez más íntimas y amorosas. Hasta el punto de que ya hacía tiempo que no usábamos preservativo, incluso cuando yo tenía el periodo. Debo reconocer que es algo brutal, pero nuestras relaciones continuaron incluso durante el embarazo de Irina. Después de cada relación continuábamos abrazados o acariciándonos , charlando de nuestra vida durante mucho tiempo, lo que casi siempre provocaba una nueva excitación casi siempre más exitosa que la anterior.

Él siempre me hizo saber que nuestra relación nunca llegaría más allá, pues no se separaría nunca de su mujer, que era extraordinaria y no deseaba hacerle tanto daño. Por eso no quería exteriorizarme su amor, hasta que un día, que nos habíamos propuesto sería el último, en el momento de mayor entrega, cuando estaba a punto de explotar, gritó “Irina, te quiero, te quiero”. Yo quedé complacida, estaba necesitando esa frese hacía tiempo, por lo que mi orgasmo fue el mayor que había sentido hasta entonces en mi vida. No fue la última vez, pues nuestros encuentros continuaron.

Nuestro cariño aumentaba día a día, nuestras relaciones sexuales eran cada vez más compenetradas; yo misma me sorprendía cómo coincidíamos en el clímax una y otra vez y cómo un hombre de esa edad era capaz de repetir tantas veces.

CONTINUARÁ ....