Historia de dos chavales (7 y final)

Luisito y Quico no pueden ser más diferentes. El primero es listo, rico y trabajador. El segundo, grande, paradote y no muy espabilado. Pero los dos quieren lo mismo. Esta es su historia. La de ellos y la de la joven profesora que les enseñó todo, todo, todo.

Kraus avanzaba cabredo por el pasillo. Junto a él, Inmaculada, un poco más lenta, quizá por la altura de sus sandalias de tacón con tiritas atadas al tobillo, tal vez, porque el vestido con escote halter, de esos que se sujetar por detrás del cuello, en forma de U, con lo que sus pechos parecían, más redondos, más juntos y más expuestos que nunca. Era  un vestido pequeño con una minifalda de volantes dos dedos por encima de la rodilla. Era un vestido tipo capas, blancas y negras, pero dominando el tono blanco, excepto en una tira central negra del final del escote hasta el inicio de la falda A lo mejor iba más lenta también porque el bedel Genaro la llevaba fuertemente sujeta del brazo.

–No entiendo por qué tengo que venir –protestaba ella–. Después de todo, ya me han despedido.

–Porque si no, no cobrará la indemnización. Hasta que entre no daré la orden a contabilidad para que le ingresen los fondos– replicó un Kraus lleno de rabia.

–¡Pero me han echado!

–Porque estaba comprometiendo el buen nombre del colegio. Le pedimos que se paseara por el borde de la piscina pero usted ha preferido dedicarse al buceo –replicó el director.

–No le importó cuando era usted el que estaba en el agua.

El director miró a Genaro pero se quedó tranquilo: aquel pedazo de bestia no lo había pillado. Llegaron a la puerta del laboratorio del colegio. Kraus se volvió hacia ella. Estaba visiblemente alterado:

–Se lo repetiré por última vez: usted entra ahí, yo le pago la indemnización y nuestros caminos se separan.

–¿Y… qué hay exactamente ahí dentro?

–Está el chico. Le he prometido que pasará una hora con él. El negocio es sencillo: usted permanece una hora, él se estrena y su padre nos otorga la donación.

–Ni lo sueñe. Ese malcriado es un psicópata.

–Y usted un pendón. Son tal para cual. O eso o tardará meses en cobrar la indemnización.

–Pero ha dicho que serían sólo 20 días por año trabajado.

Kraus, suspiró. Miró el reloj y se desesperó:

–¡Vale, 45 días! ¡Al final ha pasado  demasiado tiempo con Rojas, su mujer y todas esas hordas comunistas!

Viendo lo rápido que había cedido, Inmaculada se apartó un mechón de pelo, se plantó ante Kraus y sugirió:

–Pues no es suficiente. Ese chaval es un enfermo. Y si me trata como una cualquiera, no va a ser como una cualquiera barata.

Kraus frunció el ceño disgustado:

–¿Qué quiere decir eso?

–Eso, querido ex director, quiere decir el triple, el tripe de los 45 días.

–¡Eso es inaceptable! ¡No pienso ponerme de rodillas delante de una empleada de la que hemos prescindido!

–Pues usted verá, pero por mucho que Genaro me agarre del brazo, no podrá estar en el momento más importante.

–Mire, Kraus. Le doy mi móvil, llama a contabilidad, luego yo compruebo también en mi móvil que tengo el dinero en mi cuenta y entonces entro.

–¡No pienso hacerlo! ¡Genaro, que no se suelte!

Diez minutos después lo había hecho. Y la cuenta corriente de la ya no tan inocente Inmaculada estaba mucho mejor provista.

Antes de entrar, Inmaculada hizo una última petición:

–Denme la llave. Las interrupciones en los momentos claves ya me han costado bastante.

–Genaro, dele la llave.

Inma entró, cerró por dentro y dejó la llave puesta. Dentro estaba a media luz, apenas iluminado por la luz del atardecer que entraba por los ventanales que daban al patio escolar. La larga mesa de pruebas había sido ligeramente modificada: habían puesto unas correas de cuero, cuatro en concreto, para cuatro extremidades. Y por la gran distancia entre ellas, era evidente que no era para diseccionar una rana. La cándida Inma sintió un escalofrío.

–¿Luisito?

Mientras tanto, fuera, en el pasillo, Pedro Kraus y Genaro esperaban. Kraus estaba satisfecho, parecía estar calculando. Pero fue el Bedel el que empezó a sembrar la sombra de la preocupación:

–No se oye nada.

–Bueno, pero él está ahí. Tranquilo.

Tras un largo silencio el director inquirió:

–¿Porque el chico está ahí dentro, no?

–Sí, sí. Llevé a Ferrero, como decía su nota.

Kraus, tragó saliva.

–¿Ferrero? ¿Has dicho Ferrero?

El bedel puso su mejor cara para el Oscar al mejor actor secundario por “El eslabòn perdido”.

–Sí, Ferrero.

–¿Ferrero, Quico Ferrero? ¿El grandote con cara de bobo? ¿El obseso sexual?

–Sí, el que ponía la nota que usted me hizo llegar.

–¡Idiota! ¡Era Herrero, Luis Herrero!

Mientras, dentro del laboratorio, Quico Ferrero, estaba sentado en un taburete. Su profesora favorita le pasaba la mano por la cabeza.

–Todavía no me creo que me hayas salvado de esa horrible mesa a la que iban a atarme.

–Usted me inspiró, profesora. Estaba castigado, como siempre, junto al despacho del director. Por lo que había pasado entre usted y mi padre y pude oír los planes de Kraus hablando con Luisito. Así que pensé que podria interceptar la nota que el director envío al bedel y hacer un intercambio, como en Historia de dos ciudades . Sí no me leí el libro. Pero es que han hecho un película y después de estos días pensaba tanto en usted que me la bajé por internet. Debo ser el único chico de 16 años que se basa esa peli por e-Mule. El resto fue fácil, cuando le di un regaliz al pelota de cuarto que utiliza Kraus para enviar sus notas al bedel, le cambié la nota. Y como Ferrero y Herrero se parecen tanto… Bueno, como en la peli de Dickens.

–¡Bobo! ¡Dickens no hizo ninguna peli! ¡Pero me encanta! –y le abrazaba– ¿Cómo podría agradecértelo?

Cualquier otro hombre –su padre, Luisito, el director, el bedel, incluso, hubieran aprovechado esa frase de una chica abrazada a uno con un vestido como aquel, pero el pobre Quico, que no dejaba de fantasear con ese momento, sólo pudo tragar saliva y mirarle las tetas, tan redondas, tan apretadas y tan sin sujetador. Todo apuntaba que necesitaría ayuda. Y que esta vez no iba a ser Charles Dickens el que se la diera.

Mientras tanto fuera, Kraus enloqueció.

–¡Abre esa puerta, animal! ¡Ese chico es una bestia! ¡Ya ha intentado violarla tres veces!

El bedel lo intentó pero no pudo hacer nada.

–Está cerrada por dentro, señor director.

–¡Pues traiga la llave!

–¡No seviría de nada, señor director! Ha dejado la suya puesta.

–¡Pues tírala abajo!

–¡Imposible! ¡Usted mismo, señor director, ordenó reforzarla con doble hoja y revistiendo una lámina de acero para evitar que las bandas asaltasen el colegio por la nohe en busca de materia prima de nuestro laboratorio para hacer metaanfetamina!

–¡Maldición, Genero! ¡Se la va a follar! – y golpeaba la puerta impotente.

–No se ponga así, señor director. Usted mismo iba a permitir que la trajinase Luisito por dinero –le recordó oportunamente el bedel.

–¿Dinero? ¡Dios, el dinero! ¡Y no llevo mi móvil!

Le exigió a Genero que le diese su teléfono. Con el móvil del bedel llamó a contabilidad e intentó anular el abono que acababa de hacerle a Inmaculada Tarragona en concepto de indemnización. Allí le dijeron que la operación era irreversible. El pago no se podía anular.

Enloquecido se puso a golpear la puerta.

–¡Golfa! ¡Maldita golfa! ¡Me ha engañado!

Sentado en el suelo, al borde del llanto, se puso a respirar intentando serenarse:

–A ver, Pedro, cálmate –dijo hablando consigo mismo–. Necesito que ese bestia no la toque. Piensa, Pedro, piensa. Todavía no estás perdido.

En ese momento, Rojas, el psicólgo, que pasaba por allí, los vio tan atribulado que se acercó y les preguntó si les pasaba algo. Para Kraus fue una revelación.

–¡Psicología! ¡Eso es lo que necesito! ¡Por suerte ella es boba! ¡Golfa pero boba!

Volvió a a arrebatarle el teléfono al bedel. Es vez marcó el número de Inmaculada.

Dentro, Quico oyó como sonaba el móvil de la profesora. El prolongado abrazo se deshizo. Ahora ya no sentía el calor de su cuerpo. Sólo la dolorosa erección. Su unico consuelo es que mientras buscó el terminal en su diminuto bolso todavía tuvo una mejor perspectiva de sus tetas.

–Señor, director… ¡Qué sorpresa! –y puso el modo sin manos para que Quico también lo oyese.

–¿Está bien, señorita Tarragona? ¡Ya sabemos que está con ese bruto! ¡Manténgalo a distancia! ¡Llamamos a un cerrajero y la rescatamos!

Inma miró la mesa con las correas que le habían preparado. La dulce Inmaculada de hacía una semana hubiera picado. Pero ella no sólo habia cambiado de ropa. La ropa, y lo demás, la había cambiado a ella. Le guiñó un ojo a Quico.

–¡Ahhh! ¡No puedo, señor director! ¡Se ha abalanzado sobre mí aprovechando que respondía al móvil, que tenía mis manitas ocupadas y que no podía defenderme! ¡Me está toquetenado por todo el cuerrpo! ¡Siento esa cosa toda dura pegada a mí! ¡Sálveme, por favor!

Quico se rió. Sentado en su taburete la imagen descrita por ella le hacía sonreír pero en el fondo era triste.

Fuera, Kraus estaba enrojecido, despeinado, sudoroso.

–¡Resista, señorita! ¡Resista! ¡Si resiste la contrato de nuevo!

–Pero ¿qué más le da, señor director? –inquiría el bedel que al hacer cuestiones se volvía más cejijunto– Al final lo mismo iba a hacer Luisito.

Kraus tapó el auricular del teléfono del Genaro, un aparato que debería haber estado en el Museo del Móvil, y se volvió enfadado hacia sus subalterno:

–¡Idiota! ¡Íbamos a entrar una virgen al señor feudal, al heredero de una de las 30 mayores fortunas de Madrid! ¡Y ahora se la va a ventilar un estudiante con beca pública! ¿Es que soy el único que ve la diferencia!

Rojas rió nerviosamente:

–A lo mejor lo que teme es que si Luisito se entera de esto adiós a la donación, al colegio Nuestra Señora Generosa y a todo lo demás.

–¡Cállese, Rojas! ¡Es el problema de los putos comunistas! ¡No tienen principios! ¡Todo es materialismo histórico!

Y se volvió al boquiabierto bedel:

–¿Y no se se puede quitar el sin manos de este jodido móvil? –mientras se oían los falsos jadeos de la sensual voz de Inmaculada a todo volumen claramente para todos los presentes.

–Es que se quedó así hace dos años y ya no se ha podido volver a la normalidad.

–¡Dios! ¡No puede ser más humillante!

Mientras por el terminal se escuchaba con toda nitidez:

–Señor director, ahhhh, uuy, uffff, yo intento resistirme, pero mi mente dice no y mi cuerpo, oooooohhhhh ohhhhh…. ¡Mi cuerpo dice sí! Me está subiendo el vestido, señor. Me está acariciando las nalgas, con esas manos tan viriles… Es un chico, sí, pero mucho más fuerte que usted. Él no ooohhhh, ahhhhh, ¡Dios! ¡Cómo me puede poner así!!! ¡Decía que él no es como usted! ¡Él no pide permiso!!!!

–¡No se rinda! ¡Piense en Dios, en la patronal del colegio!

–¡Pero si es Nuestra Señora Generosa! ¡Si soy generosa…

–¡No lo sea, Inma! ¡No lo sea!

–¡Jesús! ¡Me ha empezadao a bajar el tanguita! ¡Y es que es tan pequeño que no me protege nada! ¡Usted ya me entiende!

Rojas tuvo una idea:

–¡Por las ventanas que dan al patio! ¡Rápido!

Kraus les siguió a regañadientes. No sabía si el rijoso psicólogo quería ayudar o sólo pretendía poner vídeo a un espectáculo que hasta ahora sólo había tenido audio.

Dentro, Inma tapó el móvil con su bolso. Y se volvió a pegar al regordete cuerpo de Quico, todo blandito excepto por esa parte que era imposible que se relajase en presencia de la explosiva Inmaculada Tarragona.

–Creo que van hacia las ventanales. Se van a dar cuenta que es un farol.

–¿Y? –Quico había gastado toda su inteligencia en el cambiazo por sí mismo. Ya no daba más de sí.

–Que se van a dar cuenta de que no estamos haciendo nada –le susurró al oído la sexy profesora. Sólo sentir sus labios untados de carmín en su oreja se le puso todavía más dura, si ello era posible.

–Va a tener que ayudarme, un poco más.  Finge que me pones contra la mesa, que me dominas con la fuerza de tu peso y que me sometes.

–¿Yo? ¿Yo… te someto?

–Venga, bobo. ¡Rápido!

Volvió a destapar el móvil mientras tiraba de su parteneire y ella misma se estiraba en la mesa y rodeaba a Quico con sus piernas levantadas clavándole los tacones de las sandalias en la espalda para que no escapase:

–¡Me ha tirado sobre la mesa! ¡Socorro! ¡Me va a hecer suya! ¡Y estoy tan mojada que no voy a poder resistirme! ¡Cielos!

–¡Aguante, Inma!

–Ohhhh. _Uuuuuhmmmmm ¡Qué gusto! ¡Sólo rozándome con ese pollón ya me voy a ir!!! ¡Oh, es mucho más grande que el suyo, director! ¡No voy a poder! ¡Me ha arrancado el tanga!

–No se deje, Inma, no se deje, se lo suplico.

–Hubiera podido resistir hace dos semanas. Pero ahora… Es por su culpa, señor director. Todos estos días ofreciéndme como una fruta madura, pensando en sexo sin parar, todos estos días me han ablandado,… Uffff, ohhh, sí, así, así…. y no sabe cómo. Estoy dispuesta a hacer cosas que ni a usted le he hecho, señor director. Era lo malo de su plan. Zorrear, ¿se acuerda, no? Pues lo malo de zorrear es que se empieza zorreando y se acaba follando. Ohhhhhh Ahhhhhh!!!!!... Aunque a lo mejor, malo, malo no es. A lo mejor es bueno, porque la verdad… ohhhh, ahhh, es que lo estoy deseando.

Fuera llegaron a las ventanas. Rojas pegó la nariz a los cristales.

–La tiene sobre la mesa. Pero no parece muy activo. ¡Dios que buena está!

Kraus se desesperó. Esa diosa en manos de ese bruto. Su trofeo mancillado por aquel animal bovino. En su locura vio el cristal antiincendios. Lo rompió con el codo, sacó el hacha de emergencia y la descargó con toda su fuerza sobre el vidrio.

Sintió la sácudida hasta en las muelas del juicio pero apenas consiguió hacer una breve fisura en el vidrio.

–No debió hacer eso, señor director –rezongó Genaro.

–Ya, ya sé. Yo mismo ordené poner cristales blindados al mismo tiempo que blindé la puerta.

–No, no por eso. Pero al romper la caja de alerta de incendios se dispará la alarma y vendrán los bomberos.

–¡Dios! ¡Que alguien llame al cuartelillo para que no vengan!

Pero nadie se movió. Al contrario vinieron más profesores. Varias de ellas maestras venerables de edad provecta. Mientras del teléfonos seguían surgiendo jadeos, suspiros y frases inconexas.

–¡Oh, sí! ¡Qué brazo! Uffffff Noooo, noooo… ¡Cómo me sujeta! ¡Es enorme! ¡Es la más grande que he visto! ¡Oh, eres el más macho! ¡No como ese pichafloja del director! ¡No veo el momento de sentirla dentro!

Pero dentro la realidad era muy otra. Tanto, que Inma colgó el teléfono y le dijo a su simulado amante:

–Nos están mirando. Deberías moverte un poco. Si no, no colará.

–Ya, pero debería bajarme los pantalones, ¿no? Lo digo con todo el respeto. Para darle realismo, señorita.

–Sí, por favor. Para que lo tomen en serio. Pero mueve el culo, por Dios. Como si lo estuviéramos haciendo.

–Pero es que no me sale. Me da vergüenza –dudó un momento. Tragó saliva–. Si puidera sacármela…

Inmaculada vio el cielo abierto.

–Oh, sí, sacátela por favor.

Así lo hizo el chico, pero pronto quedó claro que no iba a ser suficiente. Quico era más soso que un mimo deprimido.

–¡Por Dios, Quico! ¡Por algo de tu parte! ¡Bájame el escote, con fuerza, que me veas las tetas!.

Así lo hizo el chaval, Y al descubrir aquel par de peras majestuosas, no se pudo de hacer un nueva propuesta.

–Señorita, no se ofenda, pero debería comerle esos pechos. Si no, se van a dar cuenta del fraude.

–Bueno, sí es necesario –le contestó la abnegada maestra con tono resignado.

Pero pronto se hace evidente que una vez conseguido el visto bueno, la lengua de Quico llega donde no ha podido alcanzar las poca luces de su dueño. Si la situación ya era de por sí excitante con medio colegio mirando, aquellos lamatones llevaron a la pobre Inma al delirio. De manera que cuando Quico le hizo su próxima propuesta ya sabía la respuesta por anticipado.

–No es por abusar. Pero si no se la meto, no se lo van a creer. Incluso con esta penumbra, no colará.

–Pero ¿me la meterás sólo un poco o… o… ahh… o hasta el fondo?

–Creo, buf, buf, creo que será necesario, señorita, que se la clave… a tope.

–¡Oh sí! –Y ella misma se apartó el tanga para que abrir el camino. Estaba, tan, tan mojada, que fue como una autopista para trailers pero sin peajes, sin tráfico y… sin fondo.

Fuera el director vio como llegaban los bomberos. Les seguían algunos padres que habían visto los camiones. Pensaba en declararse zona catastrófica cuando detrás de los bomberos se abrió paso un equipo de la televisión local. Sería imposible que Luisito no se enterase de esto.

En medio del gentío vio como Genaro perdía el control y se la empezaba a cascar delante de todo el mundo.

–¿Podría ser peor?

–Bueno, –señaló Rojas que seguía con la nariz pegada al cristal– al menos no ha venido el obispo.

Kraus vio que algunos padres y jóvenes estaban haciendo fotos con sus móviles.

–Después de esto el obispo vendrá. No lo dudes.

Incluso a través del cristal blindado se oían lo aullidos de placer que profería Inmaculada mientras el alumno más torpe del colegio, gracias a una ayuda inesperada, conseguía, por fin, que gozase como una perra.

EPÍLOGO

Tras el incidente la escuela cerró por escándalo público. El testimonio del bedel Genaro fue determinante para ello. Alguien vio a Kraus de encargado en un túnel de lavado en Canarias años después, pero a lo mejor sólo se trataba un rumor. Luisito se fue a estudiar a Estados Unidos y Quico se ganó tal prestigio en su siguiente instituto que no  le  faltaron las novias pese a su aire desaliñado. En cuanto a Inmaculada, bueno, alguien que se la encontró el día que se dirigía a una nueva e entrevista de trabajo dedujo, por la manera en que vestía, que estaría muy poco tiempo parada.