Historia de dos chavales (5)
Luisito y Quico no pueden ser más diferentes. El primero es listo, rico y trabajador. El segundo, grande, paradote y no muy espabilado. Pero los dos quieren lo mismo. Esta es su historia. La de ellos y la de la joven profesora que les enseñó todo, todo, todo.
La miraban como verdaderos halcones. Rojas y el director Kraus.
–Me gustaría felicitarla, pero creo que ha estado demasiado díscola con Quico. La escuela Nuestra Madre Generosa no puede permitir que usted se meta demasiado en su papel.
Inmaculada escuchaba atenta, sentada en una silla en el despacho del director. Con las rodillas muy juntas, y las manos sobre ellas. No sabía como comportarse ante el director después de lo que había pasado y de lo bien que lo había pasado. Todavía se le ponía el vello de punta sólo de recordar los polvos con Kraus. En cambio, él parecía cada vez más celoso y más posesivo. Siempre pensando en su escuela... y en otras cosas porque no paraba de mirarle las piernas descaradamente. Temió que la falda de su traje chaqueta crema a rayas fuera demasiado corta.
Por lo tanto siguió esperando las noticias de los dos hombres:
–Verá –siguió Rojas– Ese niño, Luisito Herrero, es como un grano. Un grano que cada vez se está hinchado... más y más. Y usted es la que tiene que reventarlo.
–¿Yo? -inquirió ella con su mirada más inocente.
–Sí usted. Pero por favor, para eso necesitamos que se relaje. Suéltese ese pelo, que parece una bibliotecaria –y Rojas, dando vueltas a su alrededor le quitó una orquilla y una mata negra cayó sobre sus hombros-. Y ese vestido, el escote no está mal, y nada debajo de la chaqueta, pero falta ese punto de atrevimiento que vuelve locos a los hombres y ya no digamos a los preadolescentes como Luisito, desabróchese un botón, el de arriba –y el propio Rojas tomó la iniciativa librándolo del ojal desde atrás, rodeándola con sus brazos–. ¿Le parece bien, señor director?
–Sí... sí... pero con la chaqueta más abierta... más....
-¿Así? -y mientras se la abría aprovechaba para sopesar aquel par de melones con ambas manos. Inmaculada se los sintió duros como piedras. Se sentía excitada, a su pesar.
–¿Sofocada? ¿Quiere un vaso de agua? -y Kraus le acercó solícito un vaso de tubo, vacío.
-No... no... -Inmaculada tomó el vaso de agua con sus manitas y se levantó un momento para devolverlo agradecida a Pedro Kraus.
Inmaculada, avergonzada y consciente de la lujuria que despertaba en el director le dio la espalda. Eso permitió a Pedro Kraus contemplar su culito, perfecto y prieto que la falda del traje chaqueta ceñía perfectamente, marcándole unas bragas que se adivinaba minúsculas.
–Ah, y me olvidaba del carmín –comentó ella volviéndose hacia el director.
–Lo tengo aquí, en el bolso –el bolso era lo único que la separaba de estar tocando a Rojas. Tanto que ahora sus cuerpos estaban casi pegados. Y sólo con su presencia el miembro del psicólogo dejó la teoría y pasó a la práctica.
–Ahora me lo pongo –le dijo a Kraus con la vista tan clavada en el director, mirando hacia atrás.
Y tan nerviosa estaba que en vez de abrir la cremallera de su pequeño bolso y buscar el pintalabios lo que en realidad hizo fue abrir la cremallera, inadvertidamente, eso sí, pero la de la bragueta de Rojas, que caía a la misma altura del bolso y había quedado pegada a ese complemento de moda.
–Pero... pero... señorita Inmaculada... qué qué hace?
Inmaculada sólo se dio cuenta de su error cuando la inocente manita ya estaba dentro.
-Oh, lo siento... yo... estoy tan nerviosa...
Quiso sacarla, pero su pulsera se había enganchado con el borde de la cremallera del pantalón y no había manera de soltarse. Además junto a su manita aquella bestia de la naturaleza cada vez dejaba menos espacio para maniobrar.
–Me.. me está usted poniendo... poniendo en evidencia. ¡Tire! ¡Tire!
–Ya lo intento pero la cremallera no está bajada del todo y no hay espacio.
–¡Pues bájela!
–¡No la baje! –pidió Kraus loco de celos y saludiéndole a su vez, agarrándola de un brazo.
–Se ha atascado! ¡Está muy dura!
Delante del psicólogo los pechos de Inmaculada, con la chaqueta tan abierta parecían desbocados agitados por una respiración cada vez más convulsa. El ideólogo de la operación Inmaculada ahora estaba probando su propia medicina.
Ella se arrodilló ante él. Rojas no dejaba de reírse, histéricamente.
–Deje que pruebe a bajarle la cremallera con los dientes...
–¡Pero qué hace? ¿Cómo se atreve? ¡Es usted una descocada! ¡Una fresca! –lamentaba Kraus, el mismo que en cuanto tenía ocasión la sodomizaba.
A través del pantalón Rojas sintió como los labios de aquella muchacha le rozaban el miembro cada vez más inhiesto. La cremallera bajó un poco. pero la situación no mejoró porque cuando finalmente Inmaculada pudo retirar su mano el miembro, como poseído por un diablo cojuelo le siguió y liberado eyaculó con gran fuerza en toda la cara y los pechos de ella. Y eso no fue lo peor.
–Me han dicho en secretaría que le encontraría aquí, señor director –y aquí también se cortó la frase de Genaro, al encontrar a su jefe y al psicólogo en aquel estado.
Ella sólo alcanzó a barbotar:
–Genaro, esto no es lo que parece.
El Bedel cerró la puerta y entonces Kraus la solto y la alejó de sí verdaderamente molesto:
–Nunca me habían humillado tanto.
Como si no le hubiera importado que le hubiesen sorprendido a él con ella. Pero en cambio lo que iría contanto por ahí el Bedel sería que Inmaculada había sido vista con la polla del psicólogo en la mano mientras él hacía de mirón cornudo.
Sin embargo, Genaro había ido por una urgencia y ella tuvo que irse con el director porque la situación era grave: Luisitio se negaba a comer.
Los niños que se quedabana jornada completa estaban en el comedor. Pero Luisito estaba sólo en una mesa, al fondo, detrás de todo, con cara de depresión. La encargada del comedor les hizo un gráfico resumen:
–Se niega a comer. Ha pasado del primer plato, del segundo y ahora no quiere los postres. ¡Ya no sé que hacer!
–¡Venga! –y el director tiró de ella llevándola hasta la mesa-. hemos de conseguir que ese maldito crío salga contento del comedor. Otra protesta a su padre y estamos perdidos.
Inmaculada se sentó a un lado y Pedro Kraus al otro. Los niños ni el personal del comedor les prestaban atención alguna al encontrarse en un perdido rincón a las espaldas de todos.
–¿Qué te pasa, Luisito? –preguntó Kraus.
El chico, compungido, no contestó. Siguió con la mirada perdida y el gesto adusto.
Inmaculada le puso un mano en la pierna y se acercó a él para murmurarle al oído:
–Tienes que comer, Luisito. Si no, no podrás crecer y convertirte en un hombre.
El chavalote seguía haciendo un esfuerzo por ignorarlos, pero los ojos se le iban haca la chaqueta desabotonada de Inmaculada, hacia su senos prietos y morenos.
–¡Luisito tienes que comer! –insitió Kraus.
–¡Haremos cualquier cosa para que comas! ¡Es nuestra obligación!
Luisito la miró con una mirada maligna y Inmaculada se arrepintió de sus últimas palabras, pero ya era tarde.
–¿Cualquier cosa? –preguntó el mozalbete.
–¡Lo que sea, Luisito! –remachó inoportunamente Kraus a pesar de Inmaculada ya le estaba diciendo que no con la cabeza–. La nutrición, como parte de la salud de nuestros alumnos, es una de las prioridades del colegio.
–¿Así que harán.. de todo? -insistió el niño.
–Sí, claro, pero por qué...
–Pues quiero que prueben este postre antes que yo.
Kraus se creció:
–Flan con nata. Pues desde luego que lo probaré...
–Usted, no. ¡Ella!
Y dicho y hecho Luisito hincó la cuchara en la nata y la mantuvo en el aire. Inmaculada dudó.
–Comeré si la señorita se toma esta cucharada.
–¡Venga Inma, que ya casi le he convencido gracias a mis dotes pedagógicas!.
Ella se acercó abriendo la boquita hacia la cuchara que sostenía el chaval. Lo hizo lentamente. Él parecía demasiado ocupado en sus pechos, que al combar el cuerpo sobre la cuchara rebosante de nata parecían todavía mayores.
Pero cuando su lengua estaba a punto de rozar la nata, Luisito volcó a posta la cuchara y la nata y el poco flan que había fueron a parar directamente a sus pantalones. A esa parte de sus pantalones que ya destacaba por sí misma antes que la nata hicese de nieve que remataba la cumbre.
–¡Oh, Luisito...!
Luisito sonrió pérfidamente:
–Pues ya no vale.
Inmaculada se enfadó:
–Pero cómo es posible. Dijiste que...
–Dije que comería si usted se tomaba esta cucharada.
–¡Maldito criajo!
–¡Inmaculada, por favor! ¡Modere su lenguaje! –le rogó Kraus.
–¿Pero no ve que lo ha hecho adrede?
–No sea tan dura con él. Piense en lo duro que es ser un niño de buena familia.
Kraus la miraba con ojos suplicantes:
–Venga, sólo es un pequeño esfuerzo. Después de todo esa cucharada todavía está ahí.
Y con la mirada indicaba la prominente entrepierna de Luisito.
Inmaculada suspiró y se dió por vencida.
–Que conste que lo hago por el colegio.
–Esta institución nunca olvidará su abnegacióny su sacrificio.
Inmaculada miró al repelente Luisito que babeaba sin quitar ojo a su escote. Acto seguido hundió el dedo corazón en la nata y pudo comprobar que el miembro se había transmutado en un tubo de plomo. Sólo para fastidiarle, para excitarle más todavía, pulsó dos veces con el dedo aquel robusto apéndice. Y pensó “a más te excites será peor porque con eso te vas a quedar, guapito”. Y luego, voluptuosamente, chupó el dedo lentamente hasta que salió limpio de su boca. Un tanto húmedo, pero no importó porque lo fue bajando contra su cuello hasta la junta de sus dos pechos para que se secara. Kraus tenía los ojos fuera de las órbitas. Luisito también, pero se esforzó por mantener el control.
–Me decepciona usted, señorita Tarragona. Es de muy mala educación comer con los dedos. No quisiera que mi padre se enterase de que da mal ejemplo a los alumnos. Y no tendré más remedio que chivarme a menos que se acabe lo que queda... con la boca.
–Pero.. pero... ¡Serás descarado!
–Recapacite, señorita Tarragona –rogaba Kraus–. Piense que sólo es un niño inocente.
–¡Ni niño ni inocente! ¡Tiene una tranca que parece un viga de altos hornos!
-Señorita, Tarragona, por favor...
–Si no hace lo que le pido… ¡Montaré un escándalo aquí en el comedor!
-Señorita Tarragona, le ruego que recapacite.. después de todo no hay para tanto...
-Claro, como no es su boca, señor Kraus.
-Gritaré... ¡A la una, a las dos...
–¡Señorita Tarragona si mi suplica como amigo no es suficiente tendré que imponer mi autoridad como director! ¡Le ordeno que sin más dilación cubra las necesidades de este alumno!
–Pero usted no puede... esto es un abuso
–¡Ahora, señorita Tarragona! -y el director la cogió fuertemente de la solapa de la chaqueta y tiró de ella hacia delante. Tan fuerte que dos de los botones que que todavía abrochaban aquella chaqueta saltaron y sus pechos, enormes, redondos, con los pezones duros y calientes quedaron al descubierto. Nadie lo vio porque ella misma se echó también para adelante para taparse, ocasión que aprovechó Kraus para sujetarla por la nuca y aplastarle la cara contra el miembro de Luisito.
–¡Qué hace? ¿Se ha vuelto loco?
–¡Todo por el colegio! ¡Ese es mi lema! ¡Y usted, a lamer! ¡A ver si acabamos de una vez!
A su pesar, Inmaculada se había excitado. De modo que empezó a lamer el flan con nata con fruición. ¡Aquel chaval estaba tan bien dotado! Y no precisamente para las matemáticas. Desde luego la tenía mucho más grande que aquel hijo de puta de director, que se estaba vengando porque quería ser él único gallo en aquel gallinero y la culpaba a ella de no conseguir ese objetivo. Y aunque tenía poca experiencia con los hombres estaba segura que las dimensiones de aquel niño eran descomunales, tanto a largo como a lo ancho. En todo caso lo de acabar de una vez, tal y como pretendía Kraus, parecía más bien improbable. Porque las manos del niño estaban maniobrando y de allí no podía salir nada bueno: en efecto. Lo que salió fue el aparato, en toda su grandiosidad, que ella tenía pegado a a su cara porque Kraus seguía sujetándola por la nuca.
–Señor director, creo que mi padre no querrá que me quede en este estado –insinuó Luisito, en el borde del encanallamiento.
–No, hijo. Desde luego que no. Ahora mismo la señorita Tarragona te aliviará con su boca.
–Pero yo ya he cumplido -logró barbotar ella, desde su incómoda posición.
–Entonces gritaré y la encargada del comedor no encontrará tal como estamos. ¿Y con mi modélico expediente académico nadie dudará cuando les acuse a los dos de abusos sexuales a un menor!
-¡Cabrón! -se quejó ella.
–¿Qué me ha parecido oír? -preguntó Luisito en su tono más amenazante.
–Nada, nada –mintió Kraus–. Perdón. Ha pedido perdón por no darse más prisa.
–Pues a ver si se nota.
Inmaculada intentó meneársela con sus dos manitas, pero no consiguió nada. Sólo quedarse jadeando y empapada de sudor. El sudor le perlaba la frente y le bajaba por la cara, el cuello y las tetas.
–Con la boca, Inmaculada –indicaba Kraus sin soltarla del todo, para que no pudiera zafarse de sus nuevas obligaciones.
-Pero es que la tiene enorme. Y con esta boca tan pequeña no me va acaber.
-Pues lubrique hija, lubrique -y le puso en la mano un buen montó de flan con toda su nata y su caramelo líquido.
Inmaculada entendió. Y cachonda como esta decidió acabar de una vez. Para ello untó la punta del glande con el caramelo líquido y la nata y luego decidió probar a ver si su boca cabía. Lo hizo por los pelos. Era tan grande que abriéndola a tope casi no podía abarcarla, pero el sabor de flan con nata era estupendo. Con tamaño tamaño, llevó la mano al plato de faln y siguió pringando el resto de pollón y también sus pechos que desnudos e inhiestos hicieron lo posible por acompañar aquel monstruo de la naturaleza.
Tanto que Kraus no pudo resistirse y algo de mano a las tetas le metió. Ella, con la boca llena, no pudo decirle nada, pero le lanzó una mirada asesina:
–Es por ayudar –se excusó el director.
Su boquita recorrió aquel miembro de arriba a bajo. Aquel glande le llegaba hasta las amígdalas y al final estalló en una explosión de semen que ella tuvo que tragar, como tantas otras cosas.
Cuando acabó, Luisito estaba retrepado sobre su silla, exhausto.
Kraus la miró lujurioso. Se estaba tocando su propio aparato debajo del pantalón y casi suplicando sugirió:
–Ya que está puesta no le importaría....
–Creo que las comparaciones son odiosas.
Y sin más se levantó y salió del comedor.