Historia de dos chavales (1)

Luisito y Quico no pueden ser más diferentes. El primero es listo, rico y trabajador. El segundo, grande, paradote y no muy espabilado. Pero los dos quieren lo mismo. Esta es su historia. La de ellos y la de la joven profesora que les enseñó todo, todo, todo.

–Carton se intercambia por Charles en la celda y es ejecutado en lugar de su amigo, dando con su sacrificio la felicidad a la gente que quiere.

–Muy bien, Luisito. Y éste es el final, de Historia de dos ciudades . Algo que sabrías, Quico, si lo hubieses leído como os pedí.

Inmaculada Tarragona cerró el libro con un punto de decepción por el desinterés que despertaba en  Quico cerró los ojos y luego los abrió para prestar atención a lo único que le interesaba, las fantásticas pantorrillas de sus profesora, que se alejaba de él, intentando que no le afectara el desapego que le demostraba su clase en todo lo intelectual.

Tres días después la joven Inmaculada estaba en el despacho del director Pedro Kraus a dónde había sido llamada con carácter de urgencia.

Inmaculada era sólo una buena chica católica destinada a ser madre de sus hijos. Su novio Santiago estaba seguro de haberla escogido con el mejor acierto: inocente, cándida, prácticamente criada en un convento, lejos de las perversiones de la vida moderna. Cuando el director, el señor  Pedro Kraus, le solicitó que viniese a una reunión en su despacho no pudo negarse. Pero no le gustó. Porque Kraus tenía fama de salido en temas sexuales. La escuela Nuestra Madre Generosa, de la que era director ahora sólo era de niños y hasta 16 años. Inmaculada había oído que antes de que ella se incorporara al cuerpo docente la escuela había sido mixta y hasta el final de la ESO y entonces el diector fue sorprendido en un postura más bien indecorosa con una de las alumnas repetidoras. El escándalo pudo taparese a fuerza de dinero, pero al parecer Kraus había decidido mantenerse alejado de la tentación.

En todo caso no había peligro. Inmaculada, era un modelo de recato y discreción. Pueba de ello era la ropa que sin que él le dijese nada se había puesto para la reunión con Kraus: un vestido negro, tan holgado que no revelaba nada de su anátomia, que a su novio Santiago en la intimidad le parecía espectacular, las manitas, también pequeñas sobre el regazo, las gafas redondeadas en el borde de la naricilla respingona, la cara limpia, sin maquillar, lo que permitía disfrutar de una boca escueta y redondeada, rodeada de unos labios carnosos; ligeras pecas en sus mejillas y los ojos un tanto achinados, una muestra más de su inocencia casi infantil. El pelo negro iba recogido en un moño. A pesar de que rasgos como manos pies y boca podían parecer pequeños no era para nada una mujer menuda. De hecho era tan alta como Kraus pero Inmaculada tenía el detalle de calzar siempre zapatos planos .

Kraus carraspeó. Parecía incómodo por lo que tenía que decir.

–Bueno, no tengo que decirle que ésta es la única escuela católica de este barrio.

–En efecto señor director. Y la mejor. No sólo por lo elevado de los contenidos, sino también por los altos referentes morales que ofrecemos a nuestros alumnos.

–Bien, señorita Tarragona, bien. No tengo que decirle lo importante que es para un barrio acomodado como el nuestro poder disponer de la escuela Virgen Inmaculada. Un refugio de lo más exclusivo y elitista en estos tiempos en que la chusma campa a sus anchas.

-Yo no lo diría mejor, señor director.

A todo esto Inmaculada permanecía con la fija vista en el suelo, mientras los hombres derimían sus asuntos.

–Desgraciadamente el estado considera que nuestro sistema de selección de alumnos viola la Constitución y tenenemos que vivir de donanciones privadas. La más generosa la de Humberto Herreros, el gran hombre de negocios.

–¿El padre de Luisito Herrero, el empollón de último curso?

–El mismo. Lo que pasa es que últimamente además de la de empollón, ha mostrado en su peor faceta: niño rico y mal criado. Asegura que abandonará el colegio si no substituimos a su actual tutora. Y su padre ha advertido que si su hijo no sigue en nuestra escuela su dinero tampoco lo hará.

–¿Pero por qué no le gusta?

–Según el psicólogo de la escuela...

–¡Ese rojo!

-Ese rojo es el que me ha explicado lo que pasaba y gracia a él he podido entender lo que pasaba, Inma. Así, que un respeto. Según el psicólogo la culpa es de usted, Inma. Ha hecho despertar a este jovencito a la pubertad y después de llevar toda la vida como un empollón, pues claro. La salida ha sido un tanto abrupta.

–Pero eso es imposible. Sólo coincido con Luisito en literatura.

–Sí. Ahora se acordará. ¿Recuerda aquel viernes, el de los exámenes del primer trimestre. El caso es que estaba usted en la biblioteca, donde sólo estaban Luisitio, estudiando como siempre.

Inmaculada salió entonces de su actiutd mododsita.

–Así que ese niño era Luisito. Cuánto siento lo que ocurrió.

–¿Pero qué ocurrió?

–Es difícil de explicar. Lo verá mejor con un ejemplo. Mire yo haré de mí misma y, usted, señor director haga de Luisito.

Kraus se elvantó presto para ayudar con la reconstrucción.

-Luisito, se acercó cargado de libros, mientras yo contemplaba unos estantes, como ahora. El caso es que al llegar a mi altura la pila que lleva, como ésta, resulta demasiado alta, se le desequilibra y se le cae prácticamente a mis pies. Yo iba vestida como siempre, un vestido como éste. Y me agaché solícita para ayudar aquel niño con pinta tan estudiosa. No había ningún peligro porque el vestido era como este, largo y suelto, el niño no podría ver ni mis piernas ni ninguna de mis secretos más íntimos. Así que nos encontramos los dos agachados recogiendo los libros, así. Y ya sabes que yo soy muy dispuesta y llena de nergía así que me puse de pie, tal como esto y....

¡Raaaaaasssssss!

Igual que entonces, exactamente igual que su ejemplo que estaba contando, el director Kraus había pisado inadvertidamentde el bajo de su largo vestido y al incorporarse Inmaculada el vestido se desgarró por los hombros y cayó a sus pies. Dejaba así a la vista no su desnudez, pero sí su espléndido cuerpo. Llevaba ropa interior blanca, entre deportiva y casta. Pero por ejemplo, quedaban en evidencia sus piernas, largas, bien moldeadas, espléndidas. Su cintura delgada, sus brazos torneados. Y sobre todo sus pechos: firmes robustos, enormes. De una dimensión y una prestancia exhuberantes.

–¡Esto! ¡Esto fue lo que pasó! -barbotó Kraus alejándose de ella e intentando disimular una erección más que evidente.

–Sólo fue esto. Pero no por mi culpa. Yo era inocente.

-Venga, tápase.

Inmaculada volvió abrocharse el vestido. Kraus aprovechó para barbotar.

–Así que nuestro psicólogo asegura que tamaña visión sorprendió a Luisito e hizo aflorar toda su líbido repremida. Una líbido que ahora proyecta sobre la figura femenina más cercana, en concreto con su tutora. Pero como es... un callo la pobre, pues eso. Le despierta una enorme frustración que le hace oponerse a nuestra escuela. Hay que evitarlo. Y como fue Inmaculada la que involuntariamente provocó esa reacción he decidido que sea ella la sustituta en la tutoría.

–Pero eso no funcionará. Esos chicos son demasiado mayores.

–Es igual, sólo será lo que queda de trimestre, apenas dará un par de clases de repaso, algunas marías, vigilar algún examen y ese tipo de cosas.

–Tendría que ir otra profesora. Yo no puedo

-Lo entiendo, Inmaculada. Pero ya sabe lo que tenemos en la sala de profesores. No hay ninguna lo suficientemente atractiva como para gustarle a Luisito. Y menos después de ver su ejemplo –y mientras lo decía se sentó para que ellos no vieran sus esfuerzos para intentar acomodar su polla a una posición más natural.

–¿Y traer una nueva?

–¿Una extraña? ¿En nuestro colegio? ¿Y con este dilema moral? De ninguna manera. ¡No voy a traer un pendón al claustro! Tiene que ser alguien de confianza. y con un sólido sistema de valores.

Inmaculada volvió a su asiento. Recatada como siempre.

–Sí, claro. Pero no me gusta...

–¿Inma, no negará su ayuda al colegio ahora que tanto lo necesita?

–No, claro.

–Entonces podemos contar con usted.

–Sí, claro.

–Perfecto -Kraus entonces apretó el botón del interfono y pidió–: Señorita Esquivel, que pase Rojas, el psicólogo.

Alberto Rojas era un psicólogo y único progre de la reaccionaria y exclusivista escuela Nuestra Madre Generosa. A Kraus no le gustaba, demasiado Rojas por su ideología. Pero allí estaba, con su camisa de franela y sus gafas de concha con cordoncito al cuello.

-Exponga su teoría -rogó Kraus.

-Se trata de ayudar a Luisito a orientar correctamente su pubertad. Se trata de que le ayudemos a descubrir el otro sexo, los misterios de la mujer. Para ello nos vendrá muy bien que el objeto erótico que despertó su deseo de manera tan abrupta sea también la encargada de ofrecerle toda esta panoplia de novedades.

–Pero...

–Lo sé, Inma. Usted es tan puritana y honesta... tanto que no serviría. Al menos tal como está. Desde luego, tendremos que... transformala un poco.

–Pero sólo en apariencia –aclaró Kraus –ya sabe que la procesión va por dentro. En su interior será la de siempre: recatada, virtuosa y comedida.

–En efecto, siguió Rojas –pero por fuera será otra mujer: sensual, atractiva, provocativa. Todo fuego de artificio, todo apariencia. Desde luego no seré yo quien insinúe que vamos a trastocar los cimientos morales de este colegio. Será sólo una añagaza hasta que Luisito se calme.

–Pero yo... -balbució Inmaculada-. No sé si valdré.

–Tal como está ahora, no. Pero la llevaremos de compras allí la dotaremos de la ropa adecuada. Eso y un paso por la peluquería la convertirá en una mujer fatal, en la profesora más atractiva que ha pisado nunca este colegio... Lo cual, por otra parte no resultará muy difícil.

–Nos jugamos el futuro del colegio, Inma –le aseguró el director.

–Creo que no resultará –musitó ella–. No serviré.

–Ya, está pensando en la actitud –respondió Rojas–. Pero no se preocupe, mi mujer la acompañará de compras. De joven fue modelo. Ella le ensañará todo lo que necesita saber para llegar a ser una bomba de relojería sexual: en cómo convertir cada momento en un climax de tensión erótica, en cómo volver locos a los hombres. Luisito la adorará tanto que no se atreverá a tocarla. Sólo la mirará y su padre firmará el conenio económico el mes que viene. Y después, usted podrá volver a su vida normal. Incluso es posible que nos suban la donación.

–Desde luego, todos los gastos corren a cuenta del colegio, Inmaculada –aseguró Kraus.

–No, definitivamente no me gusta.

–Le garantizo que no tendrá que hacer nada de lo que se arrepienta, sólo tendrá que… coquetear un poco. ¿Todavía se dice así, Rojas?

–Creo que ahora la gente joven le llama “zorrear”, señor director.

Kraus ignoró la correción del psicólogo escolar y siguió desplegando su argumentario.

–Inma, recapacite. Piense que nos jugamos el futuro del colegio. ¿Podrá llevar sobre su conciencia el cierre del único centro educativo decente del barrio? ¿Todos esos niños abocados a escuela públicas, llenas de profesores marxistas, de drogas y de música rap ?

Entonces Inmaculada se puso de pie, suspiró y aceptó resignada:

–Si es la única solución, estoy dispuesta a sacrificarme por esos niños.