Historia de Corinne (6)
la cuenta del número de golpes. Me sentía con la garganta dolorida de tanto gritar...
Perdí la cuenta del número de golpes. Me sentía con la garganta dolorida de tanto gritar.
El General se levantó y anunció .....
*** Señores. Es ya muy tarde para andar con mas juegos. Debido a que son las 6 de la madrugada y nuestras mujeres están abandonadas, propongo el aplazar los tormentos para el mediodía.
Paul y Alex, me sacaron de mi asiento y me desataron. Y Melba se hizo cargo de mi custodia. Como casi no podía andar, me ayudaron dos varones y me hicieron subir las escaleras, hasta llegar al cuarto de Melba.
Melba nos alcanzó en el momento justo de llegar a su habitación y se despidió de los demás hasta el día siguiente.
Llevo 2 minutos en la habitación de Melba. Me encuentro tan cansada, que a pesar de la postura en la que me ha dejado atada, siento como un profundo sopor se apodera de mí.
Antes de que me duerma, Melba me desata y me hace seguirla hasta el baño.
Se desnuda delante de mí y se mete en la bañera. Me ordena que la lave la espalda suavemente. Cumplo, obediente, la orden y paso a frotarla con suavidad la espalda. Y enseguida me ordena que deje la esponja y la bañe con mis propias manos.
Me indica sus pechos y su pubis. Me pongo a tocarla los pechos con las manos enjabonadas y veo como ella se deleita con mis caricias.
Como se ha puesto de pie, ahora puedo hacer lo mismo en su pubis. Paso mis manos suavemente por su vello y llego hasta los pliegues de la vagina. La recorro con temor, pero ella se estremece de gusto. También paso por su ano al que acaricio sin mas preámbulos.
Y de nuevo subo a sus senos. Ella se vuelve a estremecer y me toma de la mano y me hace entrar en la gran bañera. Me hace sentar y comienza a salpicarme todo el cuerpo. Luego es ella la que cogiendo jabón comienza a lavar mis pechos. Y acto seguido baja sus manos hasta mi vagina y la acaricia suavemente.
Así seguimos varios minutos, hasta que por fin me indica que la seque, después de salir de la bañera. Y luego lo hace ella conmigo.
Por fin nos dirigimos a la cama. Se acerca a mí y me acaricia los senos y me besa en los labios. Lo hace tan dulcemente, que me hace estremecer de placer.
Y yo por mi parte, hago lo mismo con ella.
Gemimos al unísono y en un momento estamos enzarzadas en el mas enervado y profundo de los placeres. Nos acariciamos mutuamente con la lengua todas las partes de nuestros cuerpos.
Y al cabo de casi 2 horas, nos quedamos rendidas de placer y cansancio tumbadas una junto a otra.
Melba por su parte sigue acariciándome, mientras yo la beso en la boca pero poco a poco me va entrando el sopor. Esta vez mas profundo. Me acurruco en su pecho y ella poniendo un muslo encima de los míos, tira del edredón y quedamos tapadas.
No se cuanto tiempo había pasado desde que me quedé dormida, pero Melba me estaba despertando a base de besos en mis pezones y en la boca.
Cuando vuelvo en mí, me acerco a sus labios y la devuelvo el beso. Me siento fresca y con ganas de vivir.
Antes de que me dé cuenta, estamos enzarzadas en nuevas sesiones de placer. Pero éstas duran breves minutos.
Melba se separa de mí y me indica que me dirija al cuarto contiguo.
Cuando llegamos, me indica que la ate y que la azote a conciencia, desde los pechos hasta la vagina, pasando por todas las zonas. Y que lo haga con todas mis fuerzas.
Tras pensarlo detenidamente, me encaro con ella y cogiéndola las manos se las hago elevar y la ato a un par de grilletes que caen del techo.
La tenso hasta que queda apoyada por algo mas que la punta de sus pies.
Luego cojo la fusta y me pongo a su espalda. La levanto y la descargo varias veces consecutivas sobre sus nalgas. Pongo todo mi esfuerzo en conseguir que los azotes sean lo mas efectivos posibles, así como los mas salvajes.
La oigo entre azote y azote, jadear y resoplar. Luego paso a sus costados. Y en esta parte, incido con mayor rigor. Ahora ya está gritando de dolor.
Paro de inmediato, pero ella me ordena que siga hasta el final y que la amordace, para que no pueda gritar.
La amordazo con esparadrapo y sigo con los azotes en sus costados.
Cambio de zona y comienzo a fustigarla las axilas y los pechos. Veo como ella se retuerce de dolor. Y además como su cuerpo va quedando marcado por la fusta.
A partir de aquí lanzo los azotes, a los muslos o a la vagina según me da. Cuando creo, que ya es suficiente tormento, me pongo ante ella y la desato. Y a continuación la quito el esparadrapo de la boca.
La cojo en brazos y la llevo hasta la cama. Siguen unos momentos tensos para mí. Pero, cuando ella abre los ojos, me sonríe y me acerca para besarme en los labios. Y me abraza con pasión hasta hacerme perder el control.
Al cabo de media hora de sobeos y caricias, se levanta y me dice que he de untarla la crema para hacerla desaparecer las señales.
Vuelvo a atarla por las muñecas y comienzo a untarla la crema. Y cuando termino, me separo de ella y la veo como todavía se debate en su escozor.
Antes de que me de cuenta, observo, que sus marcas han desaparecido.
Enseguida me ordena que la desate. Yo la obedezco ciegamente y en breve está libre como un pájaro.
Hace conmigo la misma operación. Y a continuación nos dirigimos al baño, en el que ordena que la masajee todo el cuerpo.
Después de unos minutos de sobeos, que llegan a ser impúdicos, me ducha a conciencia con agua helada.
Por fin, nos secamos y me dice ....
*** Corinne. Ya es hora de que continuemos con tu castigo. Los varones, deben de estar impacientes con tu ausencia. Por tanto, salgamos al gran salón. Y no hace falta que te vistas.
En breves minutos, Melba, se ha colocado su traje y me conmina a salir a la escalera. Desde allí nos dirigimos al salón.
Antes de llegar ante la gran estancia, me sujeta las manos a la espalda, a fin de que entre desprotegida, ante los invitados.
Al entrar, observo como todas las mujeres se levantan y se encaminan hacia mí. Y entonces, Melba, anuncia .....
*** Es vuestro turno. Podéis atormentarla como prefiráis. Pero, no se permite la sangre y fracturas.
Dos de ellas, me cogen de los brazos y me hacen caminar hasta la puerta de la calle. Me sacan al patio y tras desatarme, me rodean, formando un círculo ante mí.
Se quedan observándome. Parece como si quisieran ponerme nerviosa.
Enseguida, una de ellas indica que nos dirijamos al gran jardín.
Me obligan a caminar hasta la parte trasera de la gran mansión. La rodea una amplia extensión de terreno de césped finamente tamizado, separado por paseos de arena de no mas de 2 metros de anchura.
Como se que me espera un gran tormento, todo lo que veo, me produce temor a pesar de lo hermoso y cautivador del entorno.
Lo primero que me toca soportar es el ser regada . Para lo cual me atan a dos estacas bocarriba y ponen las regaderas automáticas y giratorias.
De esta forma, a la vez que riegan la pradera, yo me veo obligada a soportar entre espasmos, la frialdad del agua que cae sobre mí.
Cuando ya estoy empapada, me desatan y me hacen poner en pie. Y me conducen hasta donde está Stara.
Se halla subida en un pequeño buggy. Me atan las muñecas juntas y las enganchan a una soga. Y ésta, al buggy.
Cuando quedo enganchada al buggy. Stara lo pone en marcha y arranca suavemente, hasta que la cuerda queda tensa.
Tengo mis brazos extendidos hacia adelante, soportando la tensión de la cuerda.
Entonces Stara me ordena que camine o corra según las circunstancias así lo exijan. Y a continuación comienza la marcha.
Al principio es bastante suave y solo debo caminar lentamente, aunque de vez en cuando alguna de ellas me asesta algún azote en la espalda.
El camino se hace eterno, aunque tranquilo. He recorrido una distancia de unos 100 metros y todavía no hemos completado la vuelta al gran jardín.
Tras pasar una elevación del terreno, vuelvo a ver la casa ante mí.
Pero Stara al llegar junto a la casa no para. Aumenta el régimen del motor y me obliga a correr.
Pasamos por los mismos lugares que antes, pero ahora algunas de las mujeres se han situado en puntos estratégicos del camino y cuando paso ante ellas me asestan estremecedores azotes a la parte de mi cuerpo que mejor las viene.
Y de nuevo y ante el jadeo y la respiración entrecortada, aparece de nuevo la casa ante mis ojos.
Cuando de nuevo pasamos ante la casa, Stara aumenta la velocidad de tal forma, que ya no puedo seguirla con mi carrera y caigo al césped de bruces.
Pero ella no se detiene y sigue avanzando llevándome arrastras.
A pesar de lo inútil de mis intentos de ponerme en pie y el gran dolor que siento en mis pechos, vientre y muslos, puedo ver los látigos que me aguardan y que caen sobre mis nalgas y muslos de una forma mucho mas cruel que las veces anteriores.
Tras un angustioso paseo lleno del mas terrible de los castigos, llegamos ante la casa. Y el coche se para. Me quedo quieta en el suelo.
Me siento angustiada y reventada. Nadie me obliga a ponerme en pie.
Consigo recuperar algo la respiración y controlar mis jadeos y palpitaciones.
Al cabo de unos segundos, siento que alguien hurga en mis ataduras y me deja las manos libres.
Y enseguida soy izada y puesta en pie. Es entonces, cuando descubro que también en estas escenas he sido recogida en vídeo.
Al parecer, estoy poco marcada para su gusto. Y deciden, el azotarme de la forma mas cruel posible.
Para conseguir este fin, me conducen hasta los primeros árboles y allí me atan por las muñecas.
Me dejan de cara al árbol. Y mientras las oigo como se preparan para asestarme nuevos golpes.
Pero, antes de que empiece mi suplicio, se deciden por practicar conmigo el tiro al blanco.
Tanto Stara, como las demás, se presentan ante mi desnuda y desprotegida espalda, armadas con trozos de tierra. Y deciden que la primera que me atice en las nalgas, será la que primero me azote.
Y comienza la competición. Las pelotas de barro llueven sobre mi cuerpo desnudo y desprovisto de defensas.
Los golpes que recibo, son tan dolorosos como los azotes. Pero, ellas siguen afinando su puntería, hasta que Stara, acierta en mis nalgas.
Oigo el júbilo de ella, mezclado con la decepción de las demás.
Entonces un gran estruendo de aplausos, me apabulla. Son los hombres, que han presenciado toda la escena y se disponen a contemplar el castigo que Stara me tiene que dar.
Pero antes de que se de comienzo con el castigo, uno de los hombres se adelanta y exclama.....
*** Querida niña !. Si nos lo permites, no es necesario que esta zorra sea amarrada. Nosotros la sujetaremos de las muñecas, mientras tu la escarmientas.
Stara, dio su aprobación y fui desatada del árbol y conducida hasta los hombres.
Una vez ante ellos, me sujetaron por las muñecas y me hicieron extender los brazos.
Quedé pues, con los brazos en cruz y las piernas ligeramente separadas y expuesta a la joven Stara.
Me miró con una cínica sonrisa, pintada en sus labios y me descargó la fusta en el vientre. El golpe aunque suave, me hizo exclamar de dolor, ya que no esperaba aquel ataque todavía.
Después, se situó a mi espalda y comenzó a descargar golpes aislados y sin control sobre mis partes traseras. Pero, lo peor de todo era, que los que me sujetaban y el resto, me anunciaban cuando Stara hacía un amago de asestarme un nuevo golpe.
El golpe, siempre llegaba cuando, yo menos lo esperaba.
Stara se estuvo divirtiendo un buen rato a mi costa. Y cuando, creyó que ya estaba cansada de azotarme, me entregó al resto de las mujeres.
Y entonces Melba intervino y dijo .....
*** Queridas amigas !. Ya que estáis deseosas de esgrimir el látigo, os entrego a Stara. Azotadla hasta la saciedad, porque la perra judía está destinada a nuevos servicios.
Tanto Melba como los hombres me hicieron caminar hasta el interior de la mansión. Y según andábamos, logré enterarme, de que se me destinaba a la escuela de educación NAZI.
Cuando estuvimos en el interior de la gran mansión, fui saneada de las marcas de los látigos y de los arañazos que la hierba habían producido en mi cuerpo. Después pasamos al gran salón en donde me sirvieron de cenar.
Cené de maravilla. Y lo aproveché porque sabía que me esperaban momentos difíciles.
Después me colocaron un vestido de fiesta, bastante feo y unas sandalias de tacón bajo y de aspecto mas bien pobre.
Y por fin fui encaminada al coche que me esperaba en el patio. Subí, al mismo por orden de mis acompañantes. Melba y el general SS, se sentaron a ambos lados míos. Y el coche arrancó en dirección desconocida para mí.
Después de algunos virajes inesperados, llegamos ante unas grandes verjas, en las que figura el letrero siguiente ....
ESCUELA DE LAS JUVENTUDES NAZIS
( 15 a 25 años )
Cuando las grandes puertas se abrían, el coche arrancó y nos adentramos en el interior de aquella suntuosa escuela.
El coche se detuvo ante unas escalinatas descomunales.
Nos apeamos del coche y me hicieron subir las escaleras, hasta que llegamos a un enorme hall. Allí fuimos recibidos por dos tenientes femeninos, que se cuadraron ante sus superiores.
Luego me cogieron de los brazos y me obligaron a caminar hasta la sala de identificaciones.
Allí, solo había mujeres. Dos sargentos se ocuparon de mí y me hicieron entrar en un cuarto pequeño y mal iluminado. Y enseguida dos jóvenes medio desnudas, pero provistas de fustas y porras, se unieron a nosotras.
Lo primero que hicieron, fue el desnudarme totalmente. Luego me contemplaron a conciencia y por último me indicaron el largo corredor.
Caminé en silencio por aquel corredor, seguida de mis dos últimas acompañantes y por fin, llegamos hasta una gran puerta, en la que se podía leer ..... "Administración".
Abrieron la puerta y me dieron un fuerte empujón, a fin de que entrara de una forma convencional para ellas.
Pude ver otras 3 jóvenes, que al parecer estaban en la misma situación que yo.
Rápidamente, me engarzaron mis pulseras al collarín, pero en la parte de la nuca.
Una mujer gorda y de horrible aspecto, se dirigió a mí y me indicó que me aproximara al mostrador.
Obedecí y me planté ante ella. Al llegar al mostrador, observé que tan solo la parte baja del pubis quedaba oculta, por lo que mi desnudez era patente ante aquella especie de diablo. Sin embargo, me mantuve tranquila.
La gorda, con una fusta negra y fina en la mano, recorrió la totalidad de mi desnudez, visible ante ella.
A continuación, me midieron el contorno de los pechos, la cintura y las caderas.
La gorda, salió del mostrador y se colocó tras de mí. Me hurgó en las nalgas y luego, haciéndome girar, me palpó la vagina, haciendo separar los labios mayores.
Me sentía tensa, pero me mantuve serena, ya que todo esto ya lo había vivido en numerosas ocasiones.
Oí, como la gorda, comunicaba a mis dos guardianas mi nuevo destino.
Me entregó a ellas y estas me condujeron hasta una gran sala, en donde se hacían las depilaciones y maquillajes.
Fui bañada completamente y secada con rigor, después de haber sido depilada, por lo que me dejaron la piel enrojecida y sensible.
A continuación me maquillaron a conciencia, incluidos los pezones y la vagina.
Luego me rociaron con fragancias tan deliciosas, suaves y aromáticas, que llegué a pensar en que la vida estaba cambiando para mí.
Y por fin, me vistieron. El vestido era largo y de seda. De color azul turquesa. Con un amplio escote. La espalda y costados quedaban desnudos. Y se ataba con una fina cadenilla dorada a la parte trasera de mi collarín.
El escote me llegaba hasta el ombligo y se abría suavemente hasta llegar a la altura de mis pechos, de donde partían las dos cadenillas sujetas al collarín, por lo que la mayor parte de mis senos estaban desnudos, aunque de una forma armónica y agradablemente sensual.
Sin embargo, era muy poco transparente y eso me ayudaba a mantenerme algo mas tranquila, ante ellas y a cualquier mirada ajena.
Se complementaba con unas sandalias de tacón alto y una capa de raso, ambos del mismo color que el vestido.
Cuando estuve dispuesta, fui conducida hasta una amplia estancia, en donde estaban el general y Melba, acompañados de otros oficiales de ambos sexos, pero totalmente inmaculados en sus negros y aterradores uniformes.
Mi destino, consistía en ser parte en las recepciones, de los rectores y sus esposas, cuando venían a ver las evoluciones de sus hijas en sus distintos tipos de educación.
Tanto Melba como el General Strauss, se quedaron maravillados con mi presencia. Vi los gestos de asentimiento y pronto se acercaron a mí para contemplarme más a fondo.
Entonces pude sentir las deliciosas fragancias que de sus cuerpos emanaban hacia mis pituitarias. Me sentí enloquecer de placer, a la vez que me sentía admirada.
Pero en seguida, descarté aquellas sensaciones, para volver a la realidad y darme cuenta de lo crudo y malvado que era mi porvenir. Sin embargo, hasta llegué a sonreir a los presentes, cuando sus adulaciones llegaron a un nivel extremo.
Cuando ellos terminaron en sus contemplaciones ante mí, se dispersaron por el amplio salón y se formaron varios grupos.
Yo permanecí junto a Melva y Strauss, a los que se habían añadido una mujer y su distinguido esposo.
Este, era de cuidado, ya que se había situado a mi lado y no paraba de rozarme, aunque, de forma disimulada.
Observaba a su esposa, mientras el me daba algún codazo disimulado, pero ella parecía no darse cuenta de nada, o no quería dársela.
Todas las mujeres que había en el salón eran de una belleza patente y sublimes. Tan solo había un par de mujeres que vistieran con cierto atrevimiento y sus vestidos, aunque descaradamente escotados, no llegaban a las dimensiones del mío.
Antes de que mi situación se hiciera insostenible, Strauss al percatarse de lo que el varón intentaba, anunció ....
*** Caballeros, Señoras !. Antes de empezar con las vituallas, he pensado en hacer una subasta de esclavas. Aparecerán en unos instantes. Por favor, acerquémonos al fondo del salón y preparen sus inversiones.
Pero aquel varón no se despegó de mí ni un solo instante y más cuando su esposa se mezcló en otro grupo, lo que Melba aprovechó para indicarme por señas de que lo siguiera, al parecer estando de acuerdo los dos.
Salimos de la estancia, tranquila y serenamente. Y al parecer nadie se percató de nuestra retirada, ensimismados en las primeras hembras que iban siendo atadas a base de latigazos a los postes de exposición.
Atravesamos el hall y subimos hasta una habitación bien surtida de mobiliario, pero no nos quedamos en ella. Pasamos a un cuarto contiguo en el que se apreciaban algunas huellas de violencia.
El hombre me quitó la capa y me indicó una pequeña pilastra de 1 metro de altura.
Cuando estuve ante ella, él me obligó a doblar el cuerpo hacia adelante y ancló mis pulseras en los garfios laterales de la pilastra. Luego, llevó sus dedos hasta mi collarín y soltó el anclaje de mis tirantes.
Suavemente, me quitó el vestido y me hizo separar las piernas. Y rápidamente me sujetó el collarín a la parte superior de la pilastra.
Podía ver colgados de la pilastra varios cueros y un par de fustas. El, cogió una fusta y se colocó detrás mío.
Y comenzó un nuevo suplicio para mí. Me descargó la fusta en las nalgas con un vigor terrible y después de unos 25 azotes, paró para arrimarse a mí con su pene al aire.
Me penetró con brutalidad. Gemí ante el impacto y él se agitó en mi interior. Pero algo, no debió gustarle, ya que se separó y me azotó otras 25 veces más. Luego volvió a entrar en mí.
Y esta vez, si pareció estar todo conforme para él.
Yo procuraba no soltar la más mínima exclamación y pronto la ponzoña se derramó en mi interior. Después de realizado el acto, se separó de mí y volvió a azotarme las nalgas, otras 10 veces más.
Tenía la suerte o desgracia de que el maquillaje era indeleble y por tanto no se desvanecía o corría con el sudor o las lágrimas.
Antes de desatarme, me aplicó el bálsamo mágico y cuando mis huellas hubieron desaparecido, me soltó y me pidió que me vistiera.
Cuando de nuevo me situé a su lado, él me hizo sentar en el sofá y me refirió una pequeña historia. Toda ella referente a él y a sus calamidades.
Conseguí relajarme y sonreírle en varias ocasiones, que él aprovechó para contarme historias sarcásticas y muy subidas de tono, mientras me pellizcaba o me daba un manotazo en la parte del cuerpo que él prefiriese.
Supuse, que esto solo me iba a conducir de nuevo a los azotes, pero intenté desviar su monólogo hacia otros temas.
Al no conseguirlo y como además me estaba dando una verdadera paliza, sin control alguno, me decidí y le sugerí el si quería azotarme de nuevo.
Le vi, como se quedaba lívido, pero solo fue un instante. Enseguida le volvieron los colores y la risa sardónica. Y entonces me susurró ....
*** Parece ser, que no lo pasas tan mal conmigo, eh ?. Te gusta esto del cuero, eh ?. Todavía tenemos mas de una hora antes de que nos puedan echar en falta. Y desde luego no será mi mujer quien lo haga y tampoco Melba. Levántate y desnúdate. Y luego ve a por la fusta y traémela aquí.
Me levanté y me desenganché los tirantes, por lo que el vestido cayó a mis pies. Lo recogí y lo doblé, colocándolo encima del respaldo del sofá. Luego, me dirigí al cuarto, que había ocupado momentos antes y cogí la fusta que no había sido utilizada. Era de color rojo fosforescente.
Me acerqué a él y se la entregué. Me separé un poco y esperé sus órdenes.
Me enganchó las pulseras al collarín, por la nuca. Luego me invitó a que me sentara de nuevo, pero esta vez, en una banqueta frente a él.
Le obedecí sumisa y me senté. Y el siguió con sus historias sádicas y tediosas, mientras me lanzaba algún azote en los muslos o en los costados.
El tiempo pasó rápidamente y entonces él, al darse cuenta de que podían empezar a preocuparse de nosotros, me aplicó el bálsamo. Cuando los dos estuvimos dispuestos, nos encaminamos de nuevo al gran salón.
Parecía ser que nadie nos había echado de menos, según le informaba su sobrina Melba. Además, todavía quedaban dos jóvenes a las que estaban subastando, con sus cuerpos desnudos mientras permanecían atadas a los postes de subasta y algunos azotes caían sobre sus vientres.
Melba, se acercó a mí y me sonrió y me dijo ...
*** Estás preciosa. Pero pagarás cara tu belleza muy pronto. Procura no separarte de mí.
Me dejó algo confusa, pero debido al miedo que la tenía, me apresté a seguir sus consejos.
En pocos minutos se anunció la cena. Todos los invitados se fueron sentando en los lugares que les estaban reservados.
A mí me tocó entre Strauss y el que me había azotado momentos antes.
Descubrí, que las sillas de las mujeres no tenían respaldo, ni brazos. De esta forma, al parecer, se podían admirar las desnudas espaldas de todas las asistentes.
Cuando todos nos hubimos sentado, comenzó la gran cena.
El que estaba a mi lado me susurró disimuladamente, que me lo iba a hacer pasar mal durante la cena, pero que me avisaría de lo que pretendiera, a fin de que yo no diera un grito, ya que ello me supondría el ser salvajemente tratada.
Me dejó bastante mal. Y antes de que tuviera tiempo para serenarme y acostumbrarme a la idea, él me dijo, que me iba a dar un pellizco en el costado.
Tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no derramar la sopa y tampoco lanzar un chillido.
Lo miré y pude contemplar como me sonreía maliciosamente.
Miré al resto de invitados y tan solo descubrí la sonrisa de Melba. Enseguida me anunció otro pellizco, éste en el seno izquierdo. Esta vez, me pilló con las manos sobre la mesa esperando el segundo plato. Me contorsioné disimuladamente y tan solo apreté mis manos.
Miré a Melba y la vi que estaba feliz, sonriendo de la persona que me había tocado. Miré también al hombre y lo vi disimuladamente feliz.
Entonces me susurró, que aguantara todos los pellizcos y demás abusos que hiciera sobre mí, a partir de aquel instante.
Lo primero que le vi hacer, fue el pincharme con el tenedor en el costado. Me quedé rígida, pero no hice movimiento alguno.
Entonces vi como Melba, se levantaba y se dirigía a mí. Esto coincidía con el descanso que había entre el segundo y tercer plato.
Melba, me pidió que la acompañara.
Me levanté y la seguí. Subimos a la habitación en la que su tío me había azotado momentos antes.
Me sentí llena de temores. Y antes de que pudiera saber de que se trataba, apareció él, acompañado de su esposa.
Esto, era más de lo que podía soportar. No entendía nada de nada. Pero, lo que me dejó mas perpleja, fue cuando ella me espetó ...
*** Querida, desnúdate y ven a la cama conmigo, me has puesto muy cachonda.
Me quedé de una pieza. Miré a su esposo, pero éste y Melba se estaban acariciando de la forma más impúdica.
Por tanto, me desnudé y me metí en la cama con aquella hembra.
He de decir, que su cuerpo era tan hermoso como el mío y además estaba muy bien conservado.
Hicimos el amor ante las miradas de Melba y su esposo. Y cuando ya comenzaba nuestro frenesí, Melba anunció ......
*** Mientras Corinne acaricia con la lengua la vagina de tu esposa, tú la sodomizas. Yo me sentaré sobre la boca de tu esposa para que me acaricie la vagina y así de esta manera, nos podremos besar todos.
Se arreglaron las posiciones sobre la mesa de mármol de la habitación.
Después de una larga sesión de toqueteos y, para mí, de penetraciones violentas, nos arreglamos y bajamos al salón.
Nos sentamos en silencio y nos preparamos para el tercer plato.
Antes de empezar Strauss me miró y me susurró, que no me volviera a mover de su lado, sin previo aviso.
Le asentí en silencio y esperé a que él, desviara su mirada de mí. Y cuando lo hizo, respiré aliviada.
El tercer plato transcurrió tranquilo. Y cuando iban a empezar los postres, se propuso el elegir a la mujer mas sensual que hubiera en la cena.
Para el título, había que pasar tres pruebas. La primera era servir los postres con tal gracia, que todos se sintieran atraídos. La segunda, consistía en besar a una estatua de bronce. Y la tercera, en dejarse acariciar por cualquier varón con exclamaciones de placer.
Y de esta forma tan tonta, todas las mujeres nos vimos sirviendo los postres a los varones. Bueno !. Melba, se libró. Parecía ser que, o ya su rango, o bien su forma de ser, la excluían del grupo de mujeres.
Serví en la parte opuesta al asiento que ocupaba y de esta forma tan absurda, mi compañero y verdugo podía verme a sus anchas.
Terminados los postres, que no probamos ninguna de las mujeres, se pasó a la prueba del beso de la estatua.
Y por último, y después de haber babeado la estatua, nos presentamos ante los varones para ser sobadas.
Después del ignominioso cuadro de jadeos e impudicias, se decidieron a dar la merecedora del premio.
Este, recayó sobre la esposa de un Directivo de la Gestapo del colegio.