Historia de Ady (16)

Cogí mi coche y me encaminé a la ruta establecida. Al primer cliente que visité fue al que había llevado las revistas el día anterior. Abrió la puerta una joven de unos 16 años. Se trataba de la hija menor de mi cliente.

CAPITULO XVI

Cogí mi coche y me encaminé a la ruta establecida. Al primer cliente que visité fue al que había llevado las revistas el día anterior. Abrió la puerta una joven de unos 16 años. Se trataba de la hija menor de mi cliente. Vestía de un modo más provocativo que el mío. Enseguida apareció su padre quien me invitó a pasar y me presentó a sus dos hijas, diciendo :

  • La que te ha abierto, se llama Susie. Es la pequeña. Esta que está a mi lado se llama Rebbeca. ¿Qué te parecen?.

  • Son muy guapas las dos.

Mientras aquel hombre conversaba con ellas y sus miradas se clavaban en mí, pude apreciarlas. La mas joven era de mi tipo y estatura. Vestía de un modo demasiado provocativo. Una super mini falda con un peto muy escotado. La mayor era menos agresiva, aunque más sensual. Un vestido mini faldero con amplio escote cuadrado y carente de espalda. Las dos eran morenas y tenían unas bonitas figuras.

Mi cliente se separó de ellas y se acercó hasta mí, diciéndome :

  • ¿Qué te parecen mis hijas?.

  • Ambas, son perfectas.

  • Entonces, ¿me harás el reportaje?.

  • Sólo, si ellas son las que me lo piden.

Las dos jóvenes se acercaron a mí y la pequeña, dijo :

  • Nosotras accedemos a que nuestro padre tenga un reportaje de nosotras en completa sumisión y desnudas. También admitimos ser fotografiadas con marcas de azotes en el cuerpo. Y además, se lo atestiguaremos por escrito.

  • Siendo así, acepto. Pero antes de empezar, desearía ver el lugar donde os he de fotografiar y me gustaría que estuviérais desnudas en todo momento.

Mi cliente, me ayudó a quitarme el abrigo y cogiéndome del brazo subimos por unas escaleras hasta una amplia buhardilla. Por un instante me pareció estar en mi propia casa. Casi todos los aparatos eran comunes a los de Alex.

Las dos chicas se desnudaron ante mí, lentamente. Yo me sentía un poco fuera de lugar, pero mi cliente anunció :

  • Ahí, las tienes. Están desnudas e indefensas. ¿Cuándo empezamos?.

  • No lo sé. Quizá mañana. Aunque sería mejor posponerlo para el Lunes.

  • Nada de posponerlo. Comenzarás ahora mismo. Mientras revisas los contratos, las iré azotando.

  • Señor, ha de saber que mi equipo fotográfico no lo traigo conmigo.

  • He pensado en ello. Harás unas primeras tomas con esta Polaroid. Y mañana realizarás el reportaje completo.

  • De acuerdo, deme los contratos. Pero tiene que quedar bien claro que solo Ud. las azotará.

Y sin mas a una indicación de su padre, las dos jóvenes cogieron los látigos convenientes para aquellas primeras tomas.

Terminé de leer el contrato antes de que mi cliente hubiera terminado de atar a la mayor de sus hijas. Miré hacia ella y la vi encantadora.

Acercándome a ellos con la Polaroid en la mano, les pregunté :

  • ¿Puedo sacar fotos según las azota?.

  • Por supuesto. Y además utiliza la perspectiva que más te interese, pero procura no sacar mi cara. ¡No estaría bien!.

Mi cliente con el látigo en su mano derecha, comenzó a fustigar el vientre de su hija, sin misericordia alguna. Y yo aproveché para sacar fotogramas de las marcas que dejaba el látigo, así como, de las expresiones de dolor de la joven.

Repetí la serie con la pequeña y me encantó ver sufrir a aquellas criaturas. Casi todas las fotos que saqué eran buenas. Al menos a mi cliente le gustaron. Y al final de la prueba me dijo :

  • Me ha gustado tu composición. ¿Bastarán estas pruebas, para que mañana realices el reportaje?. Si lo deseas, podemos probar en el potro.

  • No creo que sea necesario. Si Ud. está conforme con estas pruebas puedo hacer el reportaje sobre esta base.

  • Muy bien. Te proporcionaré un equipo digital. Así, no será necesario que desplaces tu equipo.

Asentí y ya me iba, cuando mi cliente me susurró :

  • Ponte guapa para la orgía de mañana.

Me quedé desconcertada, pero asentí. Y después de despedirme de él, abandoné la casa y seguí mi recorrido. Según echaba información en uno de los buzones, el propietario del mismo, me llamó.

Me acerqué algo recelosa. Y tras saludarme, me invitó a pasar. Dejé que me quitara el abrigo y que me condujera hasta su despacho. Nada mas entrar, el corazón me dio un vuelco. Había una joven desnuda y con las pantorrillas sobre su mesa. Sus pies estaban sujetos al tablero de la mesa mediante argollas y su cuerpo arqueado por debajo del tablero de la mesa quedaba sujeto por otras argollas muy separadas al otro lado del tablero. La cabeza de la joven quedaba justo a la altura del pene de aquel hombre, cuando éste estaba sentado. Los dedos de sus pies, servían como porta lápices, plumas y bolígrafos y hasta cigarrillos encendidos.

Las plantas de sus pies, le servían a aquel hombre para apuntar citas y teléfonos.

Pero había mas jóvenes. Y todas desnudas. Los respaldos de cada silla estaban ocupados por una joven. Sus manos estaban atadas tras el respaldo y sus piernas separadas y sujetas por las corvas al asiento. Tras la puerta por la que acababa de entrar, una joven estaba atada en aspa. Había un sofá a la derecha que tenía a una joven a cada lado como apoya codos. El respaldo de aquel sofá estaba compuesto por los cuerpos de 10 jovencitas.

Y además, cada pared estaba decorada por tres jovencitas amarradas a la misma.

Debí poner una cara de espanto demasiado visible, ya que me dijo :

  • Querida. Parece que te ha impresionado un poco mi casa. Ven, te enseñaré mi lugar de relax.

Le seguí sin demasiadas ganas, aunque sentía algo de envidia de no ser tratada así en mi casa o en la de Pierre. Entré en un cuarto contiguo y me dijo :

  • Esta es mi cama. ¿Qué te parece?.

Estaba formada completamente por jóvenes desnudas, tanto el colchón como la almohada. En total unas 15 jovencitas de pechos medianos y redondeados.

Ni siquiera intenté responderle. Estaba demasiado alucinada. Sonrió y añadió :

  • Estas esclavas son las afortunadas. ¿Deseas ver a las demás?.

  • No. Se lo agradezco pero debo irme. He de terminar mi jornada laboral.

  • Sí es por Alex, Pierre o la misma Dana, no te preocupes. Yo soy el jefe de todos ellos y harán lo que yo quiera.

  • No. De verdad. Debo irme.

  • Muy bien. Respeto tu decisión, pero antes de irte. ¿Por cuál de estas jovencitas te cambiarías?.

  • No lo sé.

  • ¡Venga, Ady. Elige una!.

  • Está bien. Quizá por la que tiene en las sillas o en la mesa.

  • Me parece estupenda esa decisión. A partir del Lunes pasas a depender de mí. Y te expondré ante mis clientes en esa postura. No te digo mañana, porque sé que tienes un reportaje con uno de mis empleados. Antes de que te vayas y como te sobra cerca de una hora, te enseñaré mi sótano de suplicio. Espero que te guste.

No tuve mas opción que seguirle. Me hizo entrar y sentí pavor y ansiedad a la vez al ver lo que allí se hacía y en que grados. Sólo había una joven que estaba siendo atormentada por 10 varones de lo más salvajes. No todos actuaban a la vez, pero los que intervenían lo hacían sin contemplaciones.

La joven era vapuleada por varios de ellos. Latigazos y correazos casi continuos mientras era penetrada por sus tres aberturas. Electrodos, cigarrillos, pinchos, cardos y más azotes. Patadas, puñetazos y manotazos. Ruedas con cardos en su contorno. Y un par de pilones de agua fría con cepillos de raíces. Según me dijo, la sesión duraba un par de horas.

Me alejé de aquel lugar tan pronto pude y aquel ser me acompañó hasta la puerta.

Una vez en el exterior, me sentí libre y renovada. Aquella mansión parecía el mismísimo infierno.

Entré en el coche y partí a toda velocidad hacia la casa de Pierre. Fui recibida por Dana, quien me llevó a presencia de Pierre. Para mi sorpresa, Alex estaba con él y me dijo :

  • No sé como lo has hecho, pero nos has envuelto en un follón terrible. El gran jefe te ha reclamado. Y Ady, no tengo mas remedio que llevarte personalmente. Sin embargo me ha prometido que te dejará pasar algunas noches con nosotros.

  • Y, ¿no te importa lo que puedan hacerme?.

  • Pues claro que me importa. Pero no tengo opción. Te ofreceré a él con el fin de calmarle un poco.

  • ¿Sabes lo que piensa hacerme y cómo me va a tratar?.

  • No. Y además no me interesa. Te llevaré ahora mismo a su presencia y te dejaré a su merced. Y Ady, fíjate si lo siento, que nos ha quitado la fiesta de esta noche.

No dije nada más y me dejé conducir hasta el coche. Alex me llevó de nuevo hasta la casa de aquel ser. Y me entregó en persona. Luego se fue y quedé abandonada a merced de aquel déspota, quien me dijo :

  • Ady, ya te lo dije. Ahora, quítate toda la ropa y rásgala. Estarás en esta casa por mucho tiempo. Acompáñame a mi despacho y tu misma elegirás el lugar que prefieras ocupar. Espero algunos clientes dentro de 15 minutos.

Me condujo, totalmente desnuda, hasta su despacho. Nada mas entrar, cerró la puerta y dijo :

  • Elige. Respaldo de mi silla, o en mi mesa.

  • Prefiero ser su respaldo.

  • Muy bien, serás mi respaldo. Estarás amordazada en todo momento. Y después de la reunión te bajaré a mi sótano especial para que se cuiden de tí. Además tienes suerte, he renovado el equipo y este es más bárbaro.

Ya no respondí. Aquel hombre que ahora era mi amo y señor, desató a la joven que tenía por respaldo y la envió al sótano para que fuera torturada sin piedad.

Rápidamente, ocupé el puesto de aquella joven. La postura no era muy cómoda, pero no estaba nada mal como figura humillante. Me colocó una mordaza de bola y cuando se sentó recibí su cabeza sobre mis pechos. Desde mi posición podía ver la cara de la joven que le hacía de porta lápices y además se ocupaba de masturbarlo con su boca.

Pude contemplar a las jóvenes que estaban en la habitación. Todas eran distintas. Me imaginé que las relevaba cada dos o tres horas.

A los pocos minutos varios individuos entraron en el despacho. Cada uno tomó asiento y recostó su cabeza sobre los senos de la joven que se encontraba como respaldo. Todas las jóvenes que actuábamos como respaldos teníamos una mordaza puesta. Cuando todos los asistentes estuvieron acomodados, uno de ellos exclamó :

  • ¡Senador. Enhorabuena. Se ha hecho con una nueva!.

El Senador no dio mayor importancia a sus palabras y abrió la sesión. Se trataron todo tipo de temas. Uno de ellos nos afectaba a las esclavas. El solicitante pedía autorización para una mayor mano dura y castigos públicos.

Argumentó sus enfoques y el Senador, dijo :

  • Me parece razonable tu petición. Mañana mismo, extenderé una orden para que la desobediente sea torturada en público. También podrá ser expuesta, completamente desnuda, en las noches de lluvia ante la casa del agraviado y azotada por el servicio.

  • Gracias, Senador. Pero quisiera pedirle otra autorización.

  • Pídela.

  • Senador, pido poder exponer en la cruz a la intemperie y a lo largo del camino de acceso a mi castillo, a las esclavas que no me obedezcan.

  • Se aprueba. ¡El siguiente!.

Estaba alucinada con la maldad que allí imperaba. Y yo estaba en medio de todo aquello. Por una parte me sentía asustada, pero por otra me sentía sublimada al estar sometida a seres tan depravados.

El siguiente peticionario solicitaba, poder alquilar a sus esclavas al placer de la carne. Y pedía la exclusiva para dominar la zona.

El Senador, también lo aprobó.

Un nuevo peticionario, solicitó poder vejar, humillar y hasta a azotar a cualquier hembra que se hallara sola en las calles de la ciudad a cualquier hora del día.

También fue admitida tal petición.

El último peticionario, solicitó poder utilizar a las jovencitas entre 14 y 16 años para las tareas más ingratas de una mansión. Y a las de 17 a 21 años en trabajos de labranza, haciendo las funciones del ganado.

Se admitió, pero con la condición de que fuesen de su propiedad.

Cuando todos se hubieron marchado, el Senador me quitó la mordaza y me preguntó :

  • ¿Te han horrorizado las peticiones?.

  • Sí, Senador. Me han parecido demasiado agresivas para nosotras, las mujeres. Sin embargo, estoy de acuerdo con su decisión.

  • Y ¿si yo te hiciera pasar por alguna de ellas?.

  • No me importaría.

  • Ya las probarás. Ahora espero a nuevos invitados, ¿deseas probar alguna otra postura, antes de pasar por el sótano?.

  • Sí. Deseo estar en su escritorio, si es posible.

  • Por supuesto, pequeña.

La joven que estaba en el escritorio fue liberada y enviada al sótano especial. Mientras era colocada en la mesa, con la ayuda de dos hombres y antes de que mi cabeza quedara boca abajo, le pregunté :

  • ¿Después que sea liberada de esta postura, voy a ser enviada al sótano?.

Ya mi cabeza y cuerpo colgaban del escritorio y era impulsada por debajo del tablero hacia el Senador, cuando éste me dijo :

  • Ady. Tranquila. Tu hora llegará dentro de unas horas. Voy a mandar crucificarte en el patio a la intemperie. Pasarás toda la tarde y al anochecer te enviaré al sótano de los suplicios.

Mientras mis muñecas eran sujetas en los grilletes a ambos lados de él, me susurró :

  • Está lloviendo y seguirá así por espacio de un par de días. Pasarás mucho frío y la soledad será tu compañera. Pero no te preocupes, no caerás enferma porque te pondré una inyección.

Cuando terminé de ser atada, comprobé que la postura era muy penosa. Pero me alegraba de estar en la misma. Sin embargo, sentía una fuerte opresión en el vientre y los brazos. Parecía como si me fuera a partir por la mitad.

A los pocos minutos, aparecieron los invitados. Sentí toqueteos a la altura de mi vagina y muslos. El pene del Senador, me libró de gritar cuando alguien apagó un cigarrillo entra la vagina y los muslos.

No intentaba enterarme de lo que se debatía. Me daba igual. Al fin había encontrado el tipo de vida que me gustaba. Sin embargo, no pude dejar de oir que se liberalizaban las leyes de exposición en el Senado. Cada grupo podía exigir la presencia de una mujer del grupo contrario y humillarla y hasta torturarla en público.

El Senador, pidió la palabra y dijo :

  • Si éso sucede, nosotros presentaremos a las esposas de Alex, True y Malcom. Los demás senadores están solteros. Ganaremos como sea. Quiero que raptéis a la esposa del Senador Jerome. Azotadla y abusad de ella cuanto podáis. Torturadla con espinos y ortigas. Y por último, dejadla crucificada ante el Senado durante toda una noche y el amanecer. Aseguraos de inyectarla.

Sentí la algarabía tras de mí, pero me limité a seguir masturbando con mi boca el pene del Senador. Eran unos infames, pero me alegraba estar en aquel juego diabólicamente sádico. Yo era una de las mujeres que serían vejadas por toda la cámara del senado.

Después de media hora de conversación incomprensible para mí, la reunión se deshizo y todos abandonaron el despacho, incluído el Senador.

Fui desatada por dos hombres y llevada a presencia del Senador, que me esperaba en el porche.

Llovía a cántaros. Pude ver una enorme cruz de madera muy rugosa en el centro del patio. Apareció una doncella con una jeringuilla.

Me dejé inyectar el líquido de la jeringuilla. Y enseguida, el Senador me dijo :

  • Camina bajo la lluvia y no juntes tus brazos. Dos encapuchados saldrán a tu encuentro. Déjate hacer todo cuanto decidan. Yo y el servicio te contemplaremos desde aquí.

Tenía toda mi piel erizada por el frío y tiritaba sin cesar. Sin embargo era el tormento que me aguardaba. Salí al exterior y las primeras gotas me dieron un escalofrío. En menos de 15 metros, estaba completamente empapada.

Aunque ya no sentía las mismas sensaciones que al principio, una gran desazón invadía todo mi ser.

Justo antes de llegar a la cruz, aparecieron dos encapuchados con varias ristras de espino en sus manos. Los dos encapuchados me vistieron con un original sujetador de espino que se clavó en mis pechos y una braguita de espino también, sin que opusiera resistencia. El dolor era lo más infamante, pero me dejé manipular.

Aquellas sensaciones fueron horribles para mí. Me sentía desesperada y angustiosamente mal. El Senador, cubierto con un chubasquero, se acercó hasta mí y dijo :

  • Si os dáis cuenta, el sujetador no la hace vibrar. Quitádselo y azotadla los pechos con ortigas. Luego anudadlo fuertemente y subidla a la cruz.

Fui azotada con un manojo de ortigas sin misericordia. Después, entre mis jadeos y lamentos me colocaron el sujetador y por último fui atada en la cruz.

Y allí me dejaron bajo la tremenda lluvia que caía sobre mi maltratado cuerpo. Y en unos segundos quedé a solas con mi desdicha. Ante mí tenía la fachada de aquella mansión en donde sabía, había ojos que me observaban. Y como compañeros en aquella horrible tarde, mis temblores ante el frío y la lluvia, mas los dolores en mis pechos y vagina por el espino incrustado. Y mi postura en la cruz. Me amenizaban el rato, los constantes relámpagos y truenos.

La lluvia caía incesante sobre mi cuerpo. Sentía mucho frío y tiritaba sin cesar. A media tarde aparecieron dos enmascarados, no sé si se trataría de los mismos que me habían crucificado. Me bajaron de la cruz y me quitaron los apósitos de espino.

Creía que iba a ser liberada, cuando ambos sacaron de debajo de sus capas látigos encerados. Me azotaron las nalgas, los costados y los pechos. Y a continuación me ataron de nuevo en la cruz, para flagelarme después el vientre y los muslos.

El agua fría me consoló un poco de los dolores, pero a los pocos minutos se volvió contra mí y comencé a tiritar de nuevo. La tenue luz se iba apagando y pensé que me quedaría poco de permanecer allí. Ya casi no era capaz de moverme. Un fuerte dolor me tenía atenazada de brazos y cuerpo.

Pero aún pasaron mas de 30 minutos antes de que alguien acudiera a liberarme. Justo, unos momentos antes de que fuera liberada, Alex pasó por debajo de mi cuerpo. Me miró, pero no sé si no llegó a reconocerme o bien no quiso hacerlo. Pasado mas de un cuarto de hora dos encapuchados se aproximaron hasta el pie de la cruz.

Sentí pánico, sólo con tenerles delante. Pero se limitaron a bajarme de la cruz y después llevarme a rastras por el fango hasta la escalinata de servicio y que daba acceso a los sótanos.

Me hicieron pasar por un pilón de agua helada, donde me hicieron desaparecer el barro, adherido a mi piel, mediante un cepillo de raíces. Los dolores que padecí fueron inmensos y desagradables. Luego me secaron por encima y me obligaron a caminar hasta la puerta que daba acceso al sótano especial.

Encima del marco de la puerta, había una luz roja encendida. Cuando se puso verde, la puerta se abrió y un par de hombres sacaron a rastras a una joven totalmente magullada. Enseguida fui introducida en la sala y los dos encapuchados se alejaron cerrando la puerta.

Pude observar como 4 hombres de aspecto escalofriante se acercaban a mí.

Uno de ellos me asestó varias patadas en el vientre, mientras otro me cogía de los cabellos y me daba manotazos en los pechos. Los otros dos, se limitaron a magrear mi ano y vagina con maneras insolentes y sádicas.

Una vez en el centro de la sala, me vi rodeada por ocho a la vez. Unos armados con fustas, otros con correas y otros con cigarrillos.

Fui asaltada de nuevo por todos ellos y me propinaron una sobervia paliza en todo el cuerpo. Después de este primer asalto fui conducida hasta una cama asquerosa, con restos de esperma y meados. El olor llegó a atontarme un poco, pero no tuve tiempo para sentirlo del todo, ya que fui agredida sexualmente por tres de ellos y al mismo tiempo.

En mi boca se acopló un pene de olor desagradable, pero que hurgó en mi garganta, mientras otro pene se hundía en mi vagina y me recorría sin cesar hasta alcanzar la matriz. Inmediatamente, sentí una nueva acometida en mi conducto anal. Me sentí llena de gozo y ya no molestaron más los malos olores.

Disfruté todo lo que pude y me dejaron, pues no cesaban de mortificarme, tanto los pechos como los muslos o los costados. Tan pronto, me azotaban con un látigo, como con un cinto. Golpes fuertes y muy dolorosos. Pero sus manos tampoco se quedaban quietas. Desde pellizcos y manotazos, hasta arañazos que me llegaban a hacer sangrar.

Lo más agradable para mí, eran los relevos entre ellos. Tan pronto eyaculaba uno, otro le sustituía de inmediato.

Cerca de una hora pasaron conmigo en aquel menester, que por otra parte me llegó a encantar. Debí de llegar a tragar casi 1/4 de litro de esperma, pero a mí me pareció muy gratificante, salvo cuando alcanzaba un orgasmo que me sentía morir de dolor, pero a ellos les daba igual que yo disfrutara, estuviera lubricada o no.

Cuando todos ellos se hubieron derramado en mí, pasaron a actos más sádicos. Sin dejar de darme manotazos y patadas me condujeron hasta una pilastra en donde ataron mis manos a la espalda, quedando yo frente a ellos.

Y simplemente, descargaron sus látigos sobre mis pechos, el vientre y los muslos. No podía gritar, ya que me habían colocado una mordaza de bola.

El dolor era demasiado excesivo para mí y sólo podía demostrárselo con contorsiones de mi cabeza y cuerpo.

Después de semejante paliza, me desataron y me condujeron hasta la enorme rueda. Fui atada de bruces sobre la base de espino y me tuvieron girando durante mucho tiempo, mientras se divertían azotándome la espalda, las nalgas y los muslos.

Cuando fui liberada de aquel tormento me llevaron a rastras hasta el centro de la habitación. Y fui colgada de los pies con las piernas muy separadas.

Me azotaron la vagina y el ano sin piedad. Y me desvanecí.

Fuí reanimada con cubos de agua helada, sobre el potro en donde ya estaba atada.

Y me torturaron los pechos y la vagina con cigarrillos encendidos, para después someterme a azotes con cardos silvestres en las partes maltratadas.

Estuve a punto de sucumbir de nuevo, pero el castigo terminó en el preciso momento. Bueno, aquel tipo de castigo. Me dejaron durante unos 5 minutos para que me repusiera y entonces uno de ellos se armó con un electrodo y me lo acercó a los pechos, mientras otro lo hacía con otro, en mi vagina.

La corriente era muy leve, pero muy molesta. Era mucho peor que 20 latigazos seguidos.

Por fin terminaron de martirizarme y tras desatarme, fui llevada por dos de ellos a rastras por toda la sala, hasta llegar a la puerta por la que había entrado.

Seguí a rastras todo el trayecto hasta llegar al despacho del Senador.