Historia de Ady (05)

Cuando me desperté el sol ya había salido y una tremenda luz se adueñaba de la habitación.

CAPITULO V

Cuando me desperté el sol ya había salido y una tremenda luz se adueñaba de la habitación.

Me levanté sin esfuerzo y me aseé a conciencia. Luego bajé a desayunar.

El salón estaba vacío, pero una de las doncellas me atendió y me preparó el desayuno de la casa. Era demasiado para aquella hora, al menos para mí.

Comí lo que pude y después me enjuagué la boca. Como Valeria no aparecía me decidí por bajar al sótano y seguir con la limpieza.

En el sótano, tampoco estaba. Me dirigí al armario especial y saqué todos los látigos y fustas que había. Y me puse a limpiarlos a conciencia.

Al cabo de dos horas, cuando ya estaba terminando de limpiar el último látigo, apareció Valeria con un hombre. Se trataba de uno de los que me atormentaron con mas saña en mi primer día.

Valeria levantó su mano y me hizo señas de que me acercara a ellos. Obedecí al instante y cuando estuve junto a ellos, anunció :

  • Martín, ésta es mi esclava. Se llama Ady.

  • Es una esclava preciosa.

  • Está acondicionando todo para la fiesta del Viernes. Es el día en que la declararé oficialmente, mi esclava. ¿Nos acompañarás?.

  • Por supuesto. Nunca he tenido en mis manos una esclava tan bonita y tan deseable.

  • Si lo deseas, puedes sodomizarla o poseerla en la vagina o en la boca. A ella le gusta y a mí también.

  • Creo, que la follaré durante unos minutos. ¡Chúpamela!, pero hazlo despacio y con sentimiento.

Era lo más agradable que podía oir. Me arrodillé ante él y abriendo mi boca dejé que entrara aquel descomunal miembro en mi boca. En cuanto estuvo empalmado, sentí que la dilatación de mi boca estaba al límite para poder mantener semejante artefacto.

Martín era bastante guapo, pero también tenía como defecto ser demasiado agresivo e intransigente. Desde mi posición, le veía como un dominante amo.

No me hubiera importado pertenecerle. Sabía que el tormento lo tenía asegurado. Y además aquel miembro que era superior al de Roberto. Pero estaba ilusionada con pertenecer a Valeria el próximo Viernes.

Eyaculó en mi boca y tragué todo lo que pude. Algo se derramó por las comisuras de mis labios, bajando por mis pechos. En cuanto Martín, sacó su pene de mi boca utilizó sus manos para recoger el semen que se encontraba en mi cuerpo y tuve que lamer su mano hasta dejarla sin rastro de esperma.

Martín sonrió y me dijo :

  • Ahora proseguirás con tu tarea. Saca un brillo especial a las cadenas del potro. Comeremos los tres juntos. Por la tarde seguirás con tus quehaceres, aunque vendré a incordiarte un poco. Y esta noche dormirás conmigo. Para entonces, espero que tu cuerpo esté suficientemente marcado por la fusta y el látigo.

Se separó de mí y se marchó de la sala con Valeria. Quedaban unas dos horas para la comida, por tanto disponía de hora y media para seguir limpiando.

Me puse a trabajar con cierto entusiasmo. Terminé de adecentar el armario y me puse a limpiar el potro. Una de las doncellas apareció en el sótano y me dijo que la madera debía tratarla con un cepillo de raíces y agua fuerte, para que quedara más rugosa y áspera.

Seguí su consejo y dejé la madera en su justo punto. Entonces ví el reloj y me dirigí al aseo para adecentar mi cuerpo y mi boca.

En cuanto estuve dispuesta, subí al salón en donde me aguardaban Valeria y Martín. Los dos estaban totalmente vestidos y no les molestó mi desnudez.

Me indicaron un lugar en la mesa y tres doncellas, tan desnudas como las del día anterior, nos sirvieron con total mutismo. Iban desmaquilladas, pero muy bien aseadas.

Eran muy bellas cada una de las doncellas y además siempre asistían con la piel carente de marcas de azotes. Sabía que eran azotadas cada noche, por lo que me había dicho Roberto. También me había llegado a insinuar que si buscaba algún día un amo cruel y sádico, Martín sería el mas indicado.

No le tenía miedo. Quizá estaba deseando que me agrediese antes de lo anunciado. Sabía que a Valeria no le caía muy bien, pero debía tener ciertas influencias sobre ella, para tenerlo sólo en su casa.

La comida transcurrió sin que reparasen en mí. Se me hizo pesada y comí poco. Aguardaba impaciente que me indicaran alguna actividad.

Cuando decidieron ir a la biblioteca, para tomar las copas. Martín me cogió del pelo y le dijo a Valeria :

  • Que nos sirva las copas tu esclava, pero necesito una fusta y que me la chupe mientras conversamos tu y yo.

  • Se hará como deseas. Ady, busca dos fustas trenzadas y reúnete con nosotros en la biblioteca. Tu boca deberá quedar silenciada por el pene de mi amigo.

Me encantó la idea y corrí a buscar las fustas mencionadas. En el sótano había varias de esas características.

En cuanto las tuve en mis manos, me quedé asombrada de su estructura.

Eran mucho más perversas que las fustas sencillas. Me agradó la idea de poder probarlas por las personas mas indicadas.

En cuanto llegué a la biblioteca, dí un par golpes con mis nudillos y entré. Llegué corriendo junto a ellos y tras entregarles las fustas a Martín y a Valeria, me indicaron que les preparara un par de copas.

Se las entregué y me arrodillé con mi cara frente al palpitante pene.

Separó un poco las piernas y acerqué mi boca abierta al glande. Esperaba recibir varios latigazos en mi espalda y nalgas mientras me entretenía con aquella masa carnosa en mi boca.

Durante los dos primeros minutos, no sucedió nada especial. Martín se dedicaba a acariciar mi piel con la fusta, pero en cuanto su pene adquirió cierta tensión las cosas empeoraron. Y recibía un fustazo de Martín cada vez que no le agradaban mis caricias. A cada latigazo, seguían un par de Valeria.

No podía verla, pero sabía que provenían de ella. Las sensaciones de este tipo de fusta eran mucho más odiosas y dolorosas que las normales. Sin embargo, estaba encantada con aquella sesión.

Llegado un momento, Martín se volvió a derramar en mi boca. Tragué a toda velocidad y conseguí que no se derramara gota alguna.

Cuando retiré la boca del pene. Martín me dijo :

  • Ady, ¿ves aquella silla de respaldo alto?.

  • Sí.

  • Pues acércate a ella y deja el respaldo entre tus brazos y tu espalda. Quiero azotarte los pechos, el vientre y los muslos.

Me horrorizó aquella idea por la fusta que iba a emplear. Sin embargo, lo normal era que me fuera acostumbrando a dichos artefactos ya que serían utilizados contra mí en mas ocasiones.

La cara de Valeria no denotaba pasión alguna. Me separé de ellos y me coloqué en la postura requerida.

Martín, se acercó con Valeria. Cada uno portaba la fusta en su mano derecha. Fue Valeria, quien dijo :

  • Mira como está de expuesta mi esclava. ¡Azótala!, pero ten en cuanta que debe seguir trabajando en el sótano.

  • Descuida, Valeria. Estas caricias la gustarán. Mas tarde, mientras trabaja la azotaré con mayor entusiasmo, si me lo permites.

  • Tienes mi autorización.

Descargó la fusta sobre mi vientre. Me contraje de dolor, pero me mantuve rígida. Un nuevo azote en mis pechos, me hizo temblar. Y cuando sacudió mis muslos no pude contenerme y lancé un apagado grito de dolor.

Martín se rió y se mofó de mi debilidad, mientras arremetía de nuevo sobre mi vientre con un par de fustazos muy fuertes que dejaron dos marcas en la citada zona.

Antes mis gemidos y palpitaciones, me azotó los pechos una y otra vez, hasta que no pude soportarlo mas y separé mis brazos del respaldo de la silla y me cubrí con ellos los pechos.

Entonces Martín, dijo :

  • Valeria. Esta esclava no está preparada para un tormento tan simple. Tendrás que educarla mejor. Por el momento, la dejaré que trabaje en el sótano, pero la vigilaré y la azotaré cuando lo crea conveniente.

  • Espero que cuando la azotes, lo hagas con ganas. Por cierto, ¿con qué la debería castigar para prepararla?.

  • Veamos. Esta fusta está bien, pero marca mucho mas del dolor que produce. Las cadenillas es lo más apropiado. Conozco un sitio en donde las venden o alquilan, pero solo abren por la mañana. Si quieres te puedo acompañar yo mismo, pero no podré hacerlos hasta el mediodía. Podemos comprarlas, luego comer y por la noche las probamos con tu esclava.

  • Me parece una idea estupenda. Dejaré a mi esclava en casa de mi hermana y la recogeremos por la noche. ¿Te parece buena idea?.

  • Sí. Habrá tiempo suficiente y además podremos pasar el día, tranquilos.

A una indicación de Valeria, me alejé de ellos y bajé al sótano. Al menos allí podía realizar algo constructivo, aunque fuera para mi destrucción.

Pensé en la visita a Lea. Me atormentaría sin contemplaciones. Me agradaba la idea, aunque sentía algo de temor.

Cuando estaba sacando brillo a las columnas, apareció Martín. No me distraje en mi trabajo, pero pude ver que traía la fusta en su mano.

Me afané en abrillantar aquellas columnas, por lo que cogí el paño con ambas manos y apreté fuerte contra la superficie. De esta forma me exponía al golpe de la fusta en mis nalgas o costados. Me apetecía que me lanzara un azote de vez en cuando.

Martín, así lo hizo. Y yo me sentí llena de satisfación. En cuanto terminé de abrillantar las columnas, me puse con la pilastra. Recibí mas de 10 latigazos entre las nalgas y los muslos.

Mi pezón derecho estaba siendo retorcido por Martín, cuando Valeria apareció en el sótano y dijo :

  • He pensado que llevaremos a mi esclava a casa de mi hermana antes de cenar. Así tendremos mas tiempo nosotros dos.

  • Como tu quieras. ¿Salimos ya?.

  • Sí, pero antes la haré desaparecer las marcas.

En cuanto estuve lista, partimos los tres hacia la casa de Lea. Nada mas llegar a las inmediaciones, pude verla. Yo estaba desnuda y ella me aguardaba en la escalinata con un collarín, grilletes encadenados y un látigo largo.

Valeria, me hizo salir del coche y me entregó a su hermana. Tan solo la dijo :

  • Volveré mañana por la noche a recogerla. Es toda tuya hasta entonces.

  • Descuida. La sabré tratar como se merece.

Mientras decía estas palabras me colocaba el collarín y según se iba alejando Valeria, me colocaba los grilletes en ambas muñecas y tobillos. Y en cuanto el coche se perdió de nuestra vista, a golpe de látigo me hizo entrar en la casa.

Una vez dentro me condujo hasta el sótano. Pude ver a una de las doncellas que estaba en el potro. Al parecer, Lea se encargaba de torturar al servicio cuando éste incumplía una orden suya. Me dijo :

  • Ady, me vas a permitir terminar con esta zorra. ¡Mejor!, me ayudarás a martirizar sus pezones. Ahora, eres mi esclava y debes obedecerme. Cuanto antes terminemos, antes te podré castigar.

Y tuve que ayudarla en el tormento de aquella jovencita. No debía de tener mas de 16 años. La pinché los pezones y las axilas con unas púas especiales, mientras Lea la quemaba con la punta de un cigarro la cara interna de los muslos y los labios vaginales.

La joven, solo podía removerse, ya que estaba amordazada y con los ojos vendados, de esa forma no podía saber quien la estaba torturando y tampoco que zonas la iban a martirizar. Me daba pena su situación, pero recapacité y pensé en mí. Yo también estaba en semejante ambiente. Y sería torturada como aquella joven.

En cuanto el castigo hubo terminado, la desatamos y Lea la autorizó a que el ama de llaves la quitase las marcas.

Nos quedamos solas y Lea, me miró mostrando sus dientes. Era inminente un tormento, sin embargo me dijo :

  • No te esperaba tan pronto, pero me entusiasma tu presencia. Voy a entregarte a mis doncellas y cuando sepan lo que le has hecho a una de sus pupilas te someterán a todo tipo de tormentos. Pero antes voy a azotarte a conciencia yo misma. Te daré 200 latigazos con un vergajo especial y luego te haré desaparecer las marcas y te entregaré al servicio de cocina.

Me amedrentaron hasta tal punto sus palabras, que mis piernas comenzaron a temblar.

Fui conducida hasta una pilastra y mis muñecas fueron ancladas en la parte superior, debiendo mantener un poco doblado el cuerpo hacia adelante. Me puso la mordaza, llena de babas, de la anterior víctima.

En esta postura me asestó mas de 100 latigazos en dos fases de 50. Doblé mis piernas en 4 ocasiones. Me obligó a ponerme en la postura requerida a base de latigazos.

Después de semejante tormento, me dejó doblar las piernas y quedando colgada por las muñecas, pude descansar durante 5 minutos. Mi respiración era entrecortada.

Enseguida se aproximó a mí y desatando mis muñecas de la pilastra, me condujo hasta el centro de la sala en donde engarzó una cadena, que pendía del techo, a mis grilletes. Y a continuación tensó las cadenas, mediante una manivela, hasta que quedé apoyada por las puntas de los pies.

Se armó con el látigo largo y lo preparó ante mi mirada. Con un simple movimiento, lo lanzó contra mi vientre. El golpe fue terrible y sentí un gran dolor. Lo repitió varias veces ascendiendo por la parte delantera de mi cuerpo llegando a flagelar la base de mis pechos.

Eran horribles aquellas sensaciones. No se acercó mas a mis pechos y terminó con una serie de 20 latigazos en mis muslos. Me comentó que reservaba unas cadenillas para mis costados. Precisamente, lo que iban a buscar para mí, Valeria y Martín al día siguiente.

Se armó con un par. Eran muy finas y terminadas en una bolita espinosa.

El primer golpe en mi costado, me cortó la respiración. Si me había acomplejado el dolor del látigo, las cadenillas eran un infierno a su lado. Y además, dejaban una huella profunda de su rabia. Soportar 10 azotes en cada costado con dos cadenillas a la vez, significaban 40 azotes con un material demasiado sádico.

Mi debilidad era patente, por lo que Lea me dejó recuperarme durante diez minutos, liberando un poco la tensión de las cadenas. Acercó su cara a la mía, cubierta de lágrimas y fue la primera vez que la vi reirse. Entonces me dijo :

  • Ya solo faltan tus pechos, al menos por esta noche. Los aporrearé con dos fustas a la vez, como si fueran dos tambores. Piensa en lo que te espera cuando te haya curado de tus marcas.

Me sentía muy debilitada y dolorida. A pesar de la poca tensión de las cadenas, colgaba de las mismas pues mis piernas eran incapaces de sujetarme.

Sentí, que volvía a ser tensada. Y Lea, armada con dos fustas terminadas en un nudo trenzado me las mostró. Ni siquiera reaccioné. Cerré mis ojos y me dejé aporrear los pechos. El dolor se me hizo insoportable.

Después de aquel descalabro, me desvanecí.

No sé cuanto tiempo habría pasado cuando volví en mí. Parte de ese tiempo lo debía haber empleado Lea en aplicarme el bálsamo, ya que mi cuerpo estaba carente de marcas.

Cuando me vio consciente, me destensó y después me desató, cayendo pesadamente al suelo. Me hizo beber un licor que me dio fuerzas y me reanimó bastante.

En cuanto pude sostenerme en pie, me dijo :

  • Ahora te voy a entregar a mis doncellas, que se estrellarán contigo. Deseo que sufras mucho mas, que junto a mí.

Me quitó la mordaza y unió los grilletes de mis muñecas a la espalda y me hizo caminar hasta las cocinas de aquella sala.

Nada mas entrar, fuimos recibidas por dos mujeres de unos 35 a 40 años.

Lea, me empujó ligeramente hacia ellas y las dijo :

  • Es una esclava cedida. La que ha atormentado desmesuradamente a nuestra doncella. ¿La queríais?. Pues aquí la tenéis. Nada de amputaciones o marcas irreversibles.

Y me dejó atada junto a aquellas dos mujeres.

Una de las mujeres, comentó :

  • Así que una esclava, atormentando a una joven indefensa. Ahora, eres tú la indefensa. Tienes unos bonitos pechos y tu culo no está nada mal. Los trataremos durante las próximas 4 horas.

Me cogieron cada una de un pezón y me hicieron acompañarlas. Arrastraba la cadena de los grilletes de mis tobillos y producía un ruido perverso sobre las losas del suelo. Me apretaban los pezones con fuerza, sintiendo bastante dolor, pero no me atrevía a protestar.

A los pocos pasos, aparecieron dos doncellas. Una de ellas era la que había agredido en el potro. Se acercó a mí y me abofeteó la cara. Luego pasó sus uñas por mis pechos y costados, dejando las marcas correspondientes y por último y con cierto sadismo me mordisqueó los pezones, dejándomelos muy doloridos.

Entonces una de las mujeres que me acompañaba, hablando a la joven a la que había torturado, dijo :

  • Reúne a todo el servicio en la sala privada del lavadero para un castigo ejemplar a esta zorra. Y que cada una elija su arma de tormento.

Volvieron a cogerme de los mortificados pezones y me condujeron hasta una sala bastante fría y húmeda. Anclaron los grilletes de mis muñecas a una cadena que colgaba del techo y después anclaron cada uno de mis tobillos en sendas argollas en el suelo. Me hicieron separar las piernas exageradamente.

Tensaron un poco la cadena que sujetaba mis muñecas, pero la dejaron de tal modo, que podía doblar las piernas y removerme en mis ataduras.

Las mujeres que formaban el servicio, fueron pasando armadas en su mano derecha por un objeto a utilizar contra mi cuerpo. Eran ocho doncellas, dos cocineras y otras dos administradoras.

En total 12 manos para atormentarme.

Todas ellas estaban vestidas, menos yo. Las doncellas vestían una ligera bata ya que la regla en la casa era que estuvieran desnudas en todo momento para que cuando se las necesitara no perdieran el tiempo.

Una de las administradoras, a quien había sido entregada por Lea, se adelantó al grupo y dijo :

  • Esta esclava ha atormentado a una de las doncellas. Quizá fuera obligada por el ama, pero nos resarciremos con su cuerpo. Que cada una la aseste 10 azotes en la zona de su cuerpo que vea sin marcas. Los pechos y la vagina son zonas reservadas para nosotras dos, que la asestaremos 20 latigazos cada una. La que desee no causarla mucho dolor puede hacerlo dándola los latigazos sin fuerza.

Las doncellas fueron las primeras en desfilar. Al principio me azotaron con mucho rigor, pero lo soporté bien. A medida que iban desfilando las doncellas, los azotes iban siendo menos rígidos y me producían agradables sensaciones.

Las dos cocineras se limitaron a masturbar mis oídos con sus lenguas al mismo tiempo. Sentí verdaderos calambres de placer.

Cuando a las dos administradoras les llegó el turno, tras mirarse, una de ellas dijo :

  • Se impone una votación. Las que estén a favor de seguirla torturando que levanten la mano.

Tan solo una de las doncellas, alzó el brazo. No era a la que había agredido, aunque si la había conocido durante el servicio del Domingo.

  • Después de lo votado, creo que lo mejor será reconocer que esta joven es como vosotras. Se aprovechan de ella y la castigan con tormentos exagerados. Nosotras, no debemos seguir sus reglas. Y por tanto, propongo que la desatemos y la demos de cenar en nuestra compañía. Seguro que dentro de una horas será torturada salvajemente.

Y de esta forma, pasé a ser invitada de aquel grupo de mujeres.

Cené junto a ellas con verdadero placer. Incluso las ayudé después con los platos, aunque no me permitieron mas ayudas.

Como no todas las doncellas trabajaban todo el tiempo entablé diálogo con la joven a la que había torturado. La pedí disculpas y ella me dijo :

  • Tu tienes que perdonarme a mí. Yo he sido la que me he portado mal.

Nos abrazamos y nos confesamos nuestras vivencias. Las mías eran muy simples, pues empezaba a vivirlas en estos días. Las de ella se remontaban a dos años atrás, cuando sus padrastros la habían cedido al servicio de Lea.

Me dijo, que Lea, imponía un servicio muy severo. Y que castigaba a las doncellas con demasiada frecuencia. A ella la había castigado 4 veces en la última semana por nimiedades. También me dijo, que cada noche torturaba a alguna doncella, salvo que tuviera invitados.

Mientras la chica me contaba estas cosas, las administradoras me habían aplicado el bálsamo para sanar mis heridas.

Me pidieron que me hiciera la desfallecida cuando el ama apareciera. Por lo demás podía contar con ellas cuando fuera necesario. Siempre tendría un escondite secreto para poder guarecerme de las furias de Lea.

Les agradecí sus palabras, pero las dije :

  • Yo he buscado este tipo de vida en los últimos días. Si algún día me canso de esta actividad, os pediré ayuda. Soy esclava de Valeria y ella me presentará como tal el Viernes. Asistirán muchas personas y seré atormentada. Cuando aparezca el ama, os pido que me tratéis sin contemplaciones. No quiero causaros problemas.

Pude apreciar sus miradas bondadosas y me preparé para ser entregada a Lea, en cuanto apareciera. Una de las doncellas montaba guardia en el corredor de acceso a las cocinas.

A los pocos minutos, apareció corriendo y anunció que el ama se acercaba. Todas las doncellas desaparecieron, al igual que las dos cocineras.