Historia de ...6 (Soy promíscua)

Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este capítulo la protagonista recibe un regalo.

Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este capítulo la protagonista recibe un regalo.

Berlín, 20 de abril de 1942.

Querido diario:

Hoy se ha celebrado, en toda Alemania, el cumpleaños de Hitler. Ese loco hoy a cumplido cincuenta y tres años, y ha prometido que el tercer Reich durara mil años, ojalá, se equivoque.

Todo el día ha habido manifestaciones de apoyo, las calles repletas de sus partidarios ondeando la cruz gamada me han dado miedo. Que insensatez la del ser humano. Odio es lo que siente mi corazón judío.

Berlín, 25 de abril de 1942.

Querido diario:

La vida repara sorpresas cuando menos te lo esperas. El jefe de redacción de la revista, me ha pidió a principio de semana que hiciera un reportaje sobre la histeria femenina. Los jerarcas del partido quieren resucitar esa teoría para explicar el incremento de los casos de trastornos mentales entre las mujeres alemanas y por eso ayer me reuní con la Dra. Mendel, una eminencia en psicología.

Para no parecer una inculta en la entrevista, antes de salir hacia la clínica donde trabaja me informé en qué consistía. Lo primero que te tengo que reconocer es que esa ciencia me parece un completo galimatías. No creo que mi vida se pueda expresar a través de la explicación de mis sueños, pero aún así leí con detenimiento todo lo que llegó a mis manos sobre esa enfermedad.

Por lo visto, la histeria femenina es un diagnóstico habitual de un amplio abanico de síntomas , que incluyen desfallecimientos, insomnio, retención de fluidos, pesadez abdominal, espasmos musculares, respiración entrecortada, irritabilidad, pérdida de apetito y "tendencia a causar problemas".

Si la enfermedad me podía parecer más o menos lógica, lo que me resultó del género absurdo fue el método usado para curarla ya que las pacientes diagnosticadas con histeria femenina reciben como parte del tratamiento conocido unos "masaje pélvico" para conseguir lo que en esos libros se llama "paroxismo histérico" que según los síntomas detallados en los libros, son los mismos que siento cada vez que Ilse o Brigitte me llevan al orgasmo. Serán cretinos, paroxismo es una manifestación violenta de una enfermedad, definir así al orgasmo me parecía una memez y por eso me dirigí con recelo a ver a esa mujer.

Sentada en la sala de espera del hospital, me hizo esperar más de una hora. No aconsejo a nadie esa experiencia y no por la incomodidad de sus sillas, ni por lo cutre de su decoración, sino por la fauna allí concentrada. Hombres y mujeres con la mirada perdida, mojando el suelo con sus babas, ancianos gritando mientras a su lado un niño golpeaba con su cabeza la pared. Pobres y ricos, prohombres y barrenderos, la enfermedad mental es igualitaria, afecta a todos por igual.

Estaba desesperada y a punto de salir corriendo de allí, cuando una regordeta enfermera me informó que la Dra. Mendel me estaba esperando, que hiciera el favor de seguirla. Me había hecho a la idea que la reputada doctora debía de ser una vieja pasa, por eso me quedé sin habla al ver que detrás de la mesa sentada a una morena espectacular.

-¿Dra. Mendel?-

-Si-, me respondió luciendo una preciosa sonrisa,- Usted debe de ser la señorita Schrader-.

Su voz grave estaba en perfecta sintonía con el resto de su cuerpo. " ¡Que mujer más bella!", me dije mientras me sentaba frente a ella. No podía apartar la mirada de esos pechos escondidos tras la bata blanca de galeno.

-Me ha pedido el director del hospital que le ayude a redactar un artículo sobre la histeria femenina. Y bien, ¿Quiere saber la versión oficial o la real?-.

Cortada por tanta sinceridad en un mundo tal falso, le contesté que las dos.

-Mire, los nazis están usando esa teoría absurda para explicar el aumento de los casos de crisis de nervios que se están produciendo en nuestras ciudades, pero la realidad es que a la gente le está afectando no dormir por miedo a los bombardeos, no saber si sus seres queridos que están en el frente volverán algún día y sobre todo las penurias de la guerra, lo demás es propaganda oficial.

-¿Entonces no está usted de acuerdo con lo que dicen desde el ministerio?-

-Mire señorita, esos tipejos están llevando a nuestra sociedad al caos y a mi profesión a ser cómplices de su pureza racial. La hice esperar para que viera a esos pobrecillos de allí fuera. Si hiciera caso a las directrices que me mandan desde arriba, estarían todos en un campo de concentración-.

Nadie con el mínimo sentido común hablaba así de sus superiores. "Esta mujer se ha contagiado de sus pacientes, está loca, la van a matar", pensé retorciéndome incomoda en el asiento.

-Debe de considerar que estoy trastornada por insultar a esos cerdos, ¿verdad?-, me preguntó.

-Pues sí, podría denunciarla-, le respondí.

-Pero o mucho me equivoco, o será incapaz de hacerlo-.

-No comprendo a que se refiere-, le respondí bastante escamada.

-No la veo como informadora de la Gestapo-.

-No soy ninguna traidora-, respondí.

Levantándose de su silla se acercó a mí y tirando de mi brazo, me puso en pie explicando:

-M ediana estatura, cráneo posterior empinado, nariz prominente, cartílago ligeramente encorvado. Pelo pintado, ceja tupidas, ojos marrones …Y acercando sus dedos a mi boca, prosiguió diciendo:- Fíjese, su labio inferior se proyecta hacia adelante superando en tamaño a el labio superior. Es usted una judía de pura raza -.

-¡Miente!-, grité aterrorizada por haber sido descubierta.

-No se preocupe, jamás delataría a nadie por su origen y menos a una mujer con unos labios tan carnosos-, me tranquilizó mientras me daba un tierno beso.

Me retiré asustada, no solo esa mujer sabía mi origen, sino que también había descubierto mi orientación sexual. Cogiendo mi bolso, salí despavorida de su consulta sin despedirme. Durante el trayecto de vuelta a mi oficina, no podía de dejar de dar vueltas a lo que me había ocurrido. ¡Qué fácil, nada más verme, había reconocido en mí a una judía!¡Mi pantalla no tenía ningún tipo de valor!¡Cualquier médico al que acudiera lo sabría!¡Debía huir!. Decidí que nada más llegar, me pondría en contacto con mis superiores y les diría que debían de sacarme de Alemania.

La certeza de la fragilidad de mi disfraz era clara, y por eso ya estaba recogiendo mis cosas personales de la mesa cuando llegó un mensajero con un paquete.

-¿Felice Schrader?-.

-Sí, soy yo-, respondí intrigada por saber quien me podía haber mandado ese envío.

Al abrirlo, descubrí una carta de la doctora, en la que me pedía perdón por su actitud, diciéndome que esperaba no haberme molestado y que en señal de su buena fé, me enviaba un articulo asumible por mis jefe y un regalo que me haría comprender lo ridículo del tratamiento y ver que aunque brusca, podía ser mi amiga.

"¿Regalo?", no comprendí a que se refería hasta abrirlo. Esa belleza me había regalado un instrumento eléctrico cuya función desconocía pero después de leer las instrucciones, decidí que mi huída podía esperar y que esa noche lo estrenaría.

Siempre suelo ser la última en salir pero esa tarde, Ilse y yo, pedimos permiso a nuestro jefe para ausentarnos antes del trabajo. Ya en el autobús, mi compañera me preguntó cuál era la prisa. Entre risas, le enseñé mi regalo y susurrando le expliqué mis planes:

-¿Te he dicho alguna vez que, de tan mala, eres perversa?-

-Sí, pero por eso te gusto-, le respondí con una carcajada.

Al llegar a casa, nos pusimos a ultimar los preparativos. Esa noche, nuestra querida Brigitte iba a ser la conejilla de indias de nuestra lujuria y conociendo su carácter, teníamos que limpiar la casa para que cuando llegara, no tuviera ninguna excusa para negarse a nuestros juegos. Ilse se ocupó de fregar la cocina mientras yo me dediqué a ordenar nuestro cuarto y a planchar la ropa recién limpia. La rubia es una mujer maravillosa pero único defecto es ser una maniática del orden y del aseo. Por experiencia sabíamos que no iba a querer dejarse hacer si en el piso se encontraba con algo sucio o fuera de su lugar. Tras una hora de intenso trabajo, dejamos la casa hecha una patena. La cocina relucía y nuestra habitación pasaría con nota su intenso escrutinio. Satisfechas, abrimos una botella de vino, esperándola.

Briggitte se mostró encantada de encontrarse la casa limpia y ordenada y por eso no puso ningún impedimento a que Ilse y yo le propusiéramos que se diera un baño. Obedeciendo, se desnudó mientras llenábamos la bañera de agua caliente e incorporábamos unas sales arómaticas.

-¿A qué se debe que estéis tan cariñosas?-, nos preguntó metiéndose en la tina a medio llenar.

-Tú relájate que nosotros te bañamos-, le dije mientras cogía la esponja y le empezaba a restregar la espalda.

-No os creo. Algo habéis planeado-.

-Que no tonta, mañana hace un mes que las tres compartimos piso y hemos querido celebrarlo por anticipado-, respondió Ilse con un beso.

Sin desconfiar, cerró los ojos para concentrarse en sus sensaciones cuando sintió mis pequeñas manos recorriendo su enorme pecho. Me encanta el tamaño y la dureza de sus senos y por eso no pude resistir la tentación de besarlos.

-¡Qué rico!-, suspiró al sentir la calidez de mi boca envolviendo sus pezones.

Ilse, viendo su relajación, acarició sus pies y subiendo por sus piernas, se concentró en su rubio pubis y separando tiernamente sus labios inferiores, se apoderó de sus clítoris. Nuestra amiga abrió sus piernas para facilitarnos la tarea. No tardamos en oír sus primeros jadeos. Envalentonada, le di un suave mordisco en su aureola mientras mi partenaire introducía un dedo dentro de su cueva sin dejar con la palma de estimular su endurecido botón.

-Sois malas-, gimió al sentir las cuatro manos acariciándola,-creía que querías que me diera un baño tranquilo-.

Ya estaba completamente excitada cuando la hicimos ponerse en pie, y mientras Ilse acercaba la boca a su sexo, yo me puse a explorar su entrada trasera.

-Me voy a caer-, protestó, -dejadme que me seque y seguimos en la cama.

Ese era nuestra oscura intención, queríamos llevarla a la cama antes de cenar. Para Briggitte cada cosa tiene un momento y en el mes que llevábamos juntas, nunca nos había dejado hacerla el amor con el estómago vacío.

-Vosotras sois unos pajaritos que con cualquier cosa se alimentan, pero yo tengo que comer -, siempre se defendía recordándonos su metro ochenta.

No tardamos en secarla y cogiéndola de la mano, la tumbamos encima de las sábanas. Con su bello cuerpo yaciendo desnudo sobre la cama, nos desvestimos con rapidez para continuar lo que habíamos empezado. Yo en esta ocasión me tocó subirme encima de ella y frotando mis pequeños pechos contra sus monumentales tetas, busqué recuperar su excitación mientras Ilse se dedicaba a chupar sus pies, recorriendo con su lengua cada uno de sus dedos. Las maravillosamente contorneadas piernas de la mujer fueron su siguiente objetivo. Las acarició, las besó y las mordió, subiendo por las pantorrillas y sumergiéndose por los muslos.

-Mi dueña, déjame darte placer-, me pidió con voz entrecortada y sin esperar mi respuesta cogiéndome entre sus brazos, posó mi pubis en su boca.

Desde que la conocí íntimamente, me ha maravillado su fuerza. La mujer es una belleza, pero maneja mi cuarenta y ocho kilos como si fuera el peso de un bebé. No pasó ni diez segundos antes que sintiera a su lengua introduciéndose en mi coño, jugando con los bordes de mi vagina. Dándome prisa, no fuera a ser que mi placer se adelantara al de nuestra víctima, me deshice de su abrazo y juntando mi lengua con la de Ilse, nos apoderamos de su sexo por completo.

-¡Dios mío!-, gritó al sentir que asaltábamos sus dos agujeros a la vez. -¡No paréis!-, chilló de gozo al sentir nuestros dedos entrando en ambas grutas.

Sus piernas, preludiando el orgasmo, empezaron a temblar mientras sus pulmones intentaban coger aire. No podíamos darle tregua, nos urgía que se corriera. Ilse le pellizcó su clítoris, sin dejar de mover los dos dedos que ya tenía forzando su esfínter. Mi función fue otra, separando sus labios, forcé su entrada hasta que mi mano entró por completo en su cueva. Briggitte se derrumbó desesperada al sentir mi mano golpeando la pared de su vagina y con grandes aullidos, proclamó a los cuatro vientos la culminación de su placer. Espoleadas por sus gritos, incrementamos la velocidad de nuestras caricias provocándole otros dos clímax antes de que suspirando, nos pidiera que la dejáremos descansar.

Orgullosas del trabajo bien hecho, la dejamos tranquila, esperando que, al igual que durante todas las noches del último mes, tras el esfuerzo la mujer se quedara dormida. Pacientemente, sentadas en el colchón a su lado, aguardamos sus ronquidos, señal inequívoca de que se había quedado agotada y que estaba con Morfeo. Sin hacer ruido, fuimos inmovilizándola a la cama. A mí me habían maniatado con pañuelos, pero conociendo su mal carácter y su monumental fuerza, con ella usamos unas esposas de policía que esa misma tarde habíamos comprado en una tienda de estraperlo que había a la vuelta de nuestra casa. Una vez segura que la mujer sería incapaz de liberarse, nos fuimos tranquilamente a cenar, esperando que en una media hora el hambre la hiciera reaccionar.

Durante la cena, comentamos nerviosas nuestros siguientes pasos. Brigitte se iba a enfadar cuando se enterara que la íbamos a usar para probar la efectividad de mi regalo sobre todo porque si seguíamos al pie de la letra las instrucciones, teníamos que depilar su precioso monte de Venus del que estaba tan orgullosa.

-Liberadme, tengo hambre-, la oímos chillar cuando todavía no habíamos tomado el postre.

Iba a levantarme cuando cogiéndome la mano, Ilse me ordenó:

-¡Qué espere!, cuanta más hambre tenga más dócil va a estar-.

Haciendo tiempo, nos dedicamos a cortar en trocitos el melón que íbamos a usar como señuelo y cuando ya sus gritos retumbaban por el piso, nos acercamos a verla.

-Cariño-, le dije mientras le ponía un trocito de futa en sus labios,-no sé porque te enfadas. Esta noche tus dos amantes se han dedicado a darte placer y ahora mientras alimentamos a nuestro dulce polluelo, vamos a practicar a un juego diferente-.

-¿Que me vais hacer?-, murmuró con la boca llena.

-Nada mi amor-, Ilse le susurró al oído, mientras le ponía un antifaz en los ojos,- queremos darte de comer en esa linda boquita, pero para ello tienes que dejar que probemos contigo un aparato que una doctora ha regalado a Felice-.

-¿Qué aparato?-, preguntó mientras le volvía a meter otro pedazo en su boca.

-Se llama vibro-electra y antes de que preguntes que es te diré que es para darte placer, lo usan los médicos para dar masajes en la pelvis. Dicen mis amigas lesbianas que es una maravilla, pero tiene un problema tendremos que depilarte-.

-No-, chilló horrorizada intentando liberarse.

-No seas boba, lo haremos quieras o nó, mejor quédate quieta no vayamos a cortarte-.

-Por favor, no lo hagáis. Os lo ruego-, imploró soltando unas lágrimas.

Yo tenía reparos en rasurárselo, no sabía si un sexo sin pelo me causaría repulsión por recordarme el de una niña o por el contrario el morbo de unos labios imberbes me encantaría. Por eso fue Ilse, la que pegándole un tortazo, se subió encima y llenando de crema su poblado bosque, le dijo:

-No sé por qué lloras, si cuando lo hayamos probado no te gusta, siempre puedes dejarlo crecer-.

Ese razonamiento junto con la imposibilidad física de resistirse, le obligaron a someterse a nuestros caprichos. Ya tranquila, fuimos retirando todo el pelo rubio que hasta entonces ocultaba su sexo, para descubrir encantadas que el resultado no podía ser satisfactorio. Fue increíble ver por vez primera un sexo de mujer, totalmente despoblado pero con todos sus atributos, su erecto clítoris, sus hinchados labios y aunque le costara reconocer a su dueña, de la vagina brotaba un arroyo de flujo, signo evidente de su excitación.

-¿No te apetecería comértelo?-, me preguntó Ilse, relamiéndose con solo pensarlo.

-Sí pero luego, ahora tenemos que probar el dichoso aparatito-.

Sacándolo de la caja, lo enchufé a la red. Estaba nerviosa, comprendía su funcionamiento, pero aún así me parecía algo aberrante el usar un instrumento mecánico para estimular a mi amante. Era lo último en tecnología. Los ingleses lo sacaron poco tiempo antes de estallar la guerra y teóricamente si lo usaban los médicos era porque era seguro. "La doctora Mendel no me lo hubiese regalado de ser peligroso", pensé recordando a esa bella mujer y a sus poderosos pechos. Confiada, elegí una de las dos boquillas de hule que traía y encendí el aparato. Antes de probar en el sexo de mi amante, hice una prueba con la palma de mi mano. Los pequeños bultos de su aplicador, al girar, me hicieron cosquillas, por lo que sonriendo, ordené a Ilse que separara los labios de Brigigte y sin más dilación, fui a aplicarlo a su clítoris.

-¡Espera!, oí a Ilse decirme, -según las instrucciones hay que humedecerlo para que no queme-.

-No te puedes aguantar las ganas, ¿Verdad?-, le contesté sabiendo que en ese papel decía que no era estrictamente necesario. –Adelante, zorra, humedécelo un poco-.

Con una expresión beatifica en su cara, lamió como posesa el sexo de nuestra víctima durante un minuto, para después completamente fuera de sí, masturbarse mientras restregaba su ardiente pubis contra la rodilla de Brigitte. Indefensa, con las piernas abiertas y siendo usada por su querida amante, la rubia estaba muy atrayente. Sentí ganas de acompañar a Ilse en sus maniobras, pero yo debía de manejar el aparato. Con cuidado en un principio, puse la velocidad baja y lo acerqué a su preciado botón.

-¡Qué rico se siente!-, la escuché decir.-Es diferente-.

Ilse, había dejado de retorcerse, interesada en el experimento quería formar parte de él y por eso, usando su dedo índice, la penetró mientras el aparato no dejaba de vibrar.

-Mi dueña, las esposas no son necesarias. Quítamelas para que pueda ayudar. Te prometo que me dejaré hacer-, me pidió la rubía.

Viendo que estaba disfrutando, la creí y tras liberarla, le pedí que abriera aún más las piernas. Brigitte, sonrió al oírme y abalanzándose sobre una desprevenida Ilse, la inmovilizó mientras me preguntaba:

-¿No crees que es mejor tener a dos sujetos para tu experimento?-.

Solté una carcajada al ver a mi primera amante intentando inútilmente escapar de su abrazo de oso. La muchacha la tenía agarrada por detrás sujetándole los brazos y con sus piernas forzando la apertura de las de su víctima.

-Sí, pero espera, hay que depilarlo como el tuyo-, mientras cogía la brocha para extender el jabón por su negro bosque.

Si antes Ilse al afeitarla había tenido prisa, en ese momento decidí no tenerla, quería disfrutar del momento.

-Sujétala bien-, ordené antes de tirar cruelmente del vello púbico de nuestra presa.

-¡Puta!…-, gritó al pensar que quería arrancárselos a lo bruto.

Poniéndome encima, le solté un tortazo recordándole la promesa de sumisión que me había hecho.

-No me hagas enfadar, te vas a dejar rasurar o después que te afeitemos a la fuerza, esta noche dormirás en el suelo como un animal-.

La muchacha dejó de debatirse al saber que, con su colaboración o sin ella, su vello púbico era cosa del pasado. Cuidadosamente embadurné su bosque con la crema, aprovechando la brocha para estimular su clítoris. Brigitte que se había mantenido al margen hasta entonces, se apoderó de los pechos de la indefensa mujer y metiéndoselos en la boca, los mordió discretamente. Ilse al sentirse estimulada por nosotras, gimió satisfecha meneando las caderas. Centímetro a centímetro fui abriendo una vereda con la maquinilla, mientras seguía acariciando con fuerza su erecto botón.

-¡Me gusta!-, susurró al sentir el segundo dedo en su interior.

Con el trabajo a medio hacer, mi lado perverso entró en funcionamiento y aplicando el vibrador en mitad de su vulva, lo puse a tope de funcionamiento. Brigitte como perra en celo no pudo soportar la visión de su amante espatarrada y entrelazando sus piernas con las de ella, buscó la unión de sus sexos. Ilse al sentir la doble estimulación empezó a retorcerse rozando coño contra coño, levantando aún más la temperatura de las tres. Yo, por mi parte, colaboré en ello alternando la vibro-electra entre ambos clítoris. Su gritos no se hicieron esperar aullando como lobas me anticiparon su orgasmo. No pudiendo esperar, puse mi vulva en la boca de Briggite, y uniéndome a ellas me corrí mientras mi mente pensaba que era otra la que hurgaba en mi interior.

Al día siguiente, tomé una decisión y en vez de ir a la oficina, tomé un taxí y fui a devolver el regalo. La doctora sonrió al verme entrar en su oficina. Sin dejarla hablar le dije que no me hacía faltan sustitutos mecánicos, que con una buena lengua de mujer era suficiente para mí.

-Entonces a que has venido?-, me preguntó.

Abriendo mis piernas y arremangándome la falda, le mostré mi sexo recién depilado.

-¿Quiero saber si sabes usarla?-, contesté acercando, con mis manos, su cabeza a mi cueva.

Querido Diario:

Ser desenmascarada por ella, provocó un cambio en mi forma de ver la vida. Si Ilse descubrió mi lesbianismo, Berta, la doctora me confirmó algo que necesitaba saber.

Soy Judía… soy lesbiana… y soy promiscua.

Y lo más importante………..ME ENCANTA.

Pd. Como sabéis suelo introducir datos históricos. La vibro- electra existió.

Os anexo un enlace:

http://www.vibratormuseum.com/