Historia - 9 (FINAL)

Final de la serie...

Capítulo 9

Sorprendido era poco. Encontrarme a Romi en casa de mi madre era un sorpresón con todas y cada una de las letras. Nos dimos un fuerte abrazo con dos besos. A mi madre le encantó Romi, su forma de ser y su apariencia, estaba como un tren.

A los dos minutos de asimilar toda aquella sorpresa que me había dado Romi, llegó a mi mente del porqué de su visita. Tenía que ser por algún problema con su pareja o algo por el estilo. Sabiendo que su chico era demasiado celoso con cualquier hombre que se le acercara, y sobre todo si yo me acercaba a Romi, era realmente extraña esa visita.

Decidí dejar esa conversación para el siguiente día. Era demasiado tarde y se la notaba cansada. Le indiqué donde se encontraba el baño para que se diera una ducha y se pusiera cómoda para dormir. Decidimos sobre la marcha que ella durmiera en mi habitación junto con Erika y ya mañana veríamos como lo hacíamos. En todo momento Romi quiso ir a algún hotel cercano para pasar los días sin tener que molestar a mi madre bajo ningún concepto. Mi madre a empujones la llevó hasta mi cuarto y se despidió de ella.

Decir que dormí como un angelito seria mentir. No pegue ojo en toda la noche tras la conversación que tuve con Lucia sobre su hermana mayor, mi queridísima Leticia. Tal vez no estaría muy desencaminada sobre su opinión para conmigo y su hermana. Tal vez, solo tal vez, ella también sufrió con su jugarreta años atrás. Quizás me hice creer por narices que el único dolido era yo, yo y solamente yo. Puede que ella se arrepintió de sus acciones. Era algo de lo que no estaba cien por cien seguro, aún tenía esa espina clavada bastante hondo.

Por la mañana me llamó Jack bastante temprano. Suerte que dormí en el salón y no desperté a nadie de la casa. Su llamada era para que me acercara a la oficina de España para firmar unos papeles y darle la patada con todas las letras a Julián, el gran Julián.

El no estaría presente, lo tenían detenido desde que filtré todos sus chanchullos en aquella reunión. Pero aún sin ver su cara de prepotente y con solo esa firma me daba por más que satisfecho. Ni que decir que el que Julián pasase una temporadita a la sombra me hacia esbozar una amplia sonrisa de oreja a oreja.

Cuando volví de la oficina era más de medio día. Me encontré con Romi junto con mis hermanas y a Leti en la piscina. Erika jugaba en el césped bajo la sombrilla con su abuela. La que no parecía estar era Lucia. No me extrañó y más recordando la disputa que tuvimos tras la cena.

Al llegar al césped cogí a mi hija en brazos para darle un beso y dejarla jugando con su abuela. Romi salió nada mas verme para darme otro besazo apretando sus pechos contra mí. Aquella acción de Romi fue el tiro de salida para una disputa que tuve con Leticia. Al verme abrazado a Romi salió con una cara larga que le llegaba hasta el suelo y se metió dentro de casa. De primeras no quería seguirla pero un leve asentimiento de Romi me hizo cambiar de opinión.

La busqué por toda la casa hasta que la encontré en mi cuarto sentada en mi cama esperándome. Al entrar me miró con cara de lo más enfadada y se levantó de un salto.

-¡Eres un cabrón! –me gritó acercándose a mí.

-¿Qué dices? –pregunté incrédulo.

-Sabía que querías joderme igual que hice yo contigo pero en ningún momento, ni en la peor pesadilla, imaginé que te acostarías con mi hermana pequeña –me pegó un empujón haciendo que retrocediera un par de pasos.

-Cálmate –coloqué mis manos en su hombro, una en cada lado intentando que se relajase.

-¡No! –me pegó otro empujón separando mis manos de su cuerpo- No me esperaba esto de ti… -se dio la vuelta dándome la espalda.

-Nunca me he acostado con Lucia, nunca lo haría. –hice una pequeña pausa, respiré hondo- No soy como tú Leticia, no sería tan hijo de puta como lo fuiste tú conmigo.

-Ves… siempre va a salir a la luz aquel día, por más que te pida perdón, por más que sabes lo mucho que me arrepiento… nunca lo vas a olvidar –volvió a girar para mirarme.

-Tal vez… -tenía razón, nunca lo olvidaría.

-No podemos seguir así, no puedo. Unos días me besas como ayer en la piscina y al otro día me miras con rabia… no podemos –la hice callar con un beso, se separó de mi -¡No! Ves… no puede ser cuando tú quieras… nos hacemos daño, me hace demasiado daño.

-El mismo que tú me hiciste… -solté como si me quemara.

-Lo sé… -cerró los ojos unos segundos y volvió a mirarme- Te quiero… te quise aunque no te lo creas –soltó una lágrima- Creo que siempre te voy a querer, te amaré siempre –rectificó- Ahora eres tú el que necesita poner las cosas malas y las buenas en una balanza y decidir si quieres lo mismo que yo –colocó su mano en mi pecho junto al corazón- o lo dejamos aquí para siempre. –caminó hasta la puerta y volvió a mirarme- Decidas lo que decidas… sé que siempre te tendré en mi corazón… siempre. –salió de mi habitación.

Aquella conversación me dejó bastante tocado. En el fondo de mi alma sabía que esa charla tenía que llegar tarde o temprano, era realmente necesaria para dejar las cosas claras. Me amaba, eso dijo. Yo también pero no sabía si sería capaz de olvidar aquella noche, al menos intentarlo.  Me tumbé en mi cama y empecé a darle vueltas al coco. Como ella dijo, poner en la balanza lo bueno y lo malo…

Me fue infiel, si un beso, puede que lo perdonase. Pero recordar cómo se estuvo riendo de mí, en mi cara, eso era peor. Recordar aquellas risas me llenaba de una rabia inmensa pero al mismo tiempo recordar su sonrisa cuando estábamos solos en casa cogidos de las manos paseando, abrazados viendo una película, eso la hacía ganar puntos. Echo un lío, esa era la definición correcta para mi persona, un puto lío de narices.

Esa tarde me dediqué a Romi por completo. Le enseñé varios lugares de la ciudad. Estaba totalmente entusiasmada a cada paso que daba. Después de todo lo que andamos decidí invitarla a un pequeño bar de tapas. Si, la invité para sonsacarle su visita inesperada. Después de pedir el postre ataqué.

-Ahora es cuando me dices el por qué de tu sorpresa visitándome en otro país –sonreí.

-Creía que nunca me lo preguntarías –se rio.

-Venga, larga por esa boquita que tienes –sonreí.

-He roto con mi novio –soltó como si nada.

-Vaya, lo siento mucho –intenté sonar serio.

-Venga ya, tu y yo sabemos que no lo tragabas y él menos aún –llegó el camarero con los postres- Le conté a lo que me dedicaba… y bueno, no le hizo nada de gracia saberlo así que me dio una patada en el culo.

-Que cabrón –insulté.

-En realidad tenía su parte de razón –levantó la mano para que la dejara continuar- Se lo tenía que haber dicho desde el principio, le mentí desde el principio.

-Es cierto que le mentiste, pero aún así romper nada más decírselo sin hablarlo en ningún momento contigo… -intenté levantarle el ánimo.

-Ya da igual, es pasado. Ahora voy a centrarme en mi vida profesional y si tengo que enamorarme de alguien no lo forzaré, que venga solo.

-El destino, ¿no? –sonreí.

-Eso mismo, que el destino sea el que me traiga a mi príncipe azul hasta la puerta de casa –sonrió de nuevo.

Tras la cena fuimos a casa. Al entrar nos encontramos con mi hermana Elisa y a Leticia junto con dos chicos. Parecía una bonita cita doble.

-Buenas noches –dijo mi hermana dándome un abrazo- ¿Habéis salido?

-Si –sonrió Romi- Tu hermano está hecho un perfecto anfitrión –se agarró de mi brazo.

-Pues que sepas que soy muy caro –sonreí siguiéndole la broma.

-Que mala educación tengo –se reprochó Elisa- Estos son Javier y Augusto unos compañeros de universidad que han vuelto hace poco –nos presentó a sus acompañantes.

Nos dimos la mano y a Romi un beso en cada mejilla.

-¿Llegáis ahora también? –preguntó Romi.

-No, salimos de fiesta –sonrió mi hermana.

En todo momento Leticia estuvo seria, sin mirarme en absoluto. Quizás no tenía el valor suficiente para hacerlo. Esa misma tarde me abrió su corazón y justamente ahora hacia todo lo contrario. Tanto no me amaba como me decía con sus lágrimas de cocodrilo.

-Pasarlo bien –nos despedimos.

Ellos salieron y nosotros entramos en casa.

-Que tensión… -soltó Romi.

-¿Tú crees? –pregunté irónico.

-Venga ya… a la vista está que se muere por ti. –hizo una pausa- Te quiere dar celos… y es bastante obvio que lo ha conseguido. –me dio un golpe en la espalda.

-Para nada… solo está dejando las cosas muy claras –entré en mi habitación junto a Romi- La balanza está cada vez en el lado malo –encendí la luz cerrando la puerta tras nosotros.

-¿Balanza? –preguntó.

-Tonterías mías –me abalancé hacia ella dándole un beso.

-No lo hagas –se separó de mí.

-¿Por qué? –pregunté como un idiota.

-Porque lo vas a hacer por rabia contra Leticia, no por que sale de ti acostarte conmigo. –hizo una pequeña pausa- Además no estoy preparada para acostarme con un tío tras mi ruptura.

-Es cierto, perdóname solo he pensado en mí sin tener en cuenta todo lo que estás pasando, lo siento –que idiota era.

La dejé descansando. Salí al salón y me senté en el sillón. No encendí ninguna luz, quería estar en la oscuridad, pensar. Romi tenía razón. Leticia había conseguido que me pusiera celoso como un adolescente. Siempre lo conseguía, siempre. En ese momento empezaron a venir imágenes a mi mente. Leticia besando a ese tío, retozando en su cama, gimiendo cada vez que la embestía. Celos, que sentimiento tan oscuro, como el salón en ese momento. Encendí la luz, me despejaría un poco. Las imágenes desaparecieron en segundos. Tenía que verla, necesitaba verla.

Le envié un mensaje de texto preguntando su paradero. Me contestó rápida. Estoy e casa leí en el mensaje. Cogí las llaves del coche de mi madre y salí escopeteado en busca de Leticia. Aceleré demasiado el coche, no pensé en nada salvo tenerla frente a mí. Al llegar a su casa toqué el telefonillo, su voz diciendo que pasara y yo empujando la puerta, entré en el edificio.

No esperé al ascensor. Subí las escaleras de dos en dos, rápido. Tropecé un par de veces por mis ansias. Llegué a su puerta. Ella me esperaba apoyada en uno de los laterales, tan sexy. Me acerqué respirando con fuerza después de haber subido cuatro pisos. Me quedé mirándola hasta que la respiración se normalizó por completo. Me invitó a entrar, acepté. La seguí hasta el salón, luego hasta el baño y acabamos en su habitación. Cerré la puerta tras de mí. Sabíamos lo que iba a pasar, sabía que esa era mi firma, mi olvidar.

Sus manos bajaron los tirantes haciendo que el camisón callera al suelo. Quedó desnuda, frente a mí. Se acercó lentamente hacia mi posición. Desabrochó mis pantalones, se deshizo de mi camiseta. Yo ayudé quitándome los zapatos junto con los calcetines. Nos miramos de arriba hacia abajo. Nuestras manos tocaban nuestros cuerpos. Sus manos acariciaban mi pecho, mi cara. Necesitaba besarla, necesitaba saborear sus labios. Caímos en la cama, yo encima, ella debajo. Me separé de esos labios que me volvían loco. Recorrí con mis labios cada centímetro de su piel. Su frente, sus mejillas, su barbilla. Las yemas de mis dedos se alimentaban de su pecho, su vientre, su sexo. Gimió.

Volvimos a mirarnos a los ojos. Me hizo un gesto para que me apartara, quería ser ella la que se situase encima. La hice caso. Me tumbé boca arriba. Al colocarse encima nuestros sexos quedaron pegados.

-Te quiero Lucas, siempre te he querido –me besó.

-Ahora lo sé… -acaricié su espalda.

Con un suave movimiento alcanzó mi pene con una de sus manos y lo metió en su vagina. Soltó un largo jadeo expulsando todo el aire de sus pulmones. A pesar de que creí que empezaría a moverse, no lo hizo. Se quedó parada mirándome desde arriba.

-No sabes cuánto te amo… -pegó su torso con el mío para volver a besarnos.

Nuestras lenguas jugaban con la del otro, disfrutando cada movimiento que hacían. Sentir sus pechos pegados al mío era una dulce locura. Sus pezones duros, su boca besándome. Empezó a moverse lentamente. Arriba hacia abajo, de una forma sutil.

Cada penetración parecía que fuera a cámara lenta. Su cuerpo se tensó agarrándose fuerte de mí, arañando mi cuello con sus afiladas uñas. Sus uñas arrancándome la piel fue como un detonante para que me vaciara dentro de ella. Podía sentir como los chorros chocaban con sus paredes, uno, dos, tres… perdí la cuenta. Quedemos abrazados, descansando.

Desde el momento en que entré en su casa sabía perfectamente lo que pasaría. Ella tramó todo ese circo de la cita.

-¿Y tú cita? –sonreí.

-¿Qué cita? –preguntó.

-Pues la de los chicos de antes…

-Son pareja –se rio.

-Entonces esos dos son… ostias que cagada –me reí también.

-Mira que eres tonto –me besó suavemente en los labios – No haría ninguna estupidez –dijo.

-Lo sé, ahora lo sé –sonreí.

-¿Qué vamos a hacer ahora? –preguntó cambiando su cara sonriente por la seria.

-Si te soy totalmente sincero no tengo ni puta idea –nos echamos a reír nuevamente- Podemos, quizás, intentarlo. Lentamente, sin reproches, sin prisas.

-Sin prisas… -dijo con un pequeño hilo de voz- Ahora tengo novio –sonrió malvada.

-Eso parece… -acaricié nuevamente su espalda.

-Y parece que mi novio tiene un poderío bastante alto –sintió como mi pene volvía a endurecerse.

-Ya sabes que hay que bajar esa inflamación si no me pondré malito –sonreí de nuevo.

-Veamos que podemos hacer con esto –agarró mi pene volviendo a penetrarse- Ahora vamos a hacerlo con más ritmo.

Vaya que lo hizo con más ritmo. Si la primera me pareció a cámara lenta esta fue la velocidad de la luz. Qué manera de moverse, que manera de gemir y que manera de correrse. Más de tres veces la tuve que parar porque si no llegaría al orgasmo demasiado rápido. Ella, sorprendiéndome, bajaba para engullir mi pene al completo. La hice girar quedando su sexo en mi boca y mi pene en la suya. Creo que esa postura es la más deliciosa de hacer con tu pareja. Sentir su lengua jugar con su prepucio mientras que tú te peleas con su botón.

Al recuperarme un poco la coloqué en posición de perrito. Aquella postura, por sus gemidos, le gustó demasiado a mi parecer. Me hizo agarrarle del pelo y tirar de él hacia mí haciendo que su espalda hiciera una postura perfecta. Me corrí entre gritos mezclados con los suyos quedando, esta vez, yo encima de ella.

Ahora miro por su ventana. Me fijo en la foto que nos hicimos años atrás, es idéntica a la mía, la que descansa en mi habitación. La suya reposa en la mesita de noche. Ella duerme. Su cuerpo desnudo de lado. Mis ojos siguen la línea de su cuello pasando por la espalda y dejando en el camino su cintura. La amo, siempre la amé. Ella lo sabía mejor que nadie. Ella me ama, esa noche me lo demostró con sus caricias, sus besos. ¿Qué hago? Mi mente me dice que huya lejos, que vuelva a mi vida sin mirar atrás cerrando por fin esta historia. No puedo, no puedo irme y dejar de oír a mi corazón revolucionarse cada vez que me mira, que me besa, no puedo. Sé que podría vivir sin ella, que el camino por recorrer está ahí para mí y para mi hija. Pero necesito tenerla a mi lado, sentir que al caer ella me sujetará.

Mi vida comienza ahora junto a ella, hasta que el fin de nuestro amor lo diga. Por más que me mentía diciendo que la odiaba, que ese amor primerizo se esfumó, me mentía. Ella siempre fue la idónea, siempre será el amor de mi vida.

Se mueve en la cama, me giro. Lleva un rato observándome. Nos miramos, me sonríe, la sonrío. Me acerco hasta ella que me hace un hueco a su lado. Me tumbo boca arriba pasando mi brazo bajo su cabeza, su mano descansa en mi pecho. La beso, me besa.

Acaba de comenzar nuestra nueva vida, nuestra historia.

FIN