Historia - 8

Jugando en la piscina...

Capítulo 8

Me quedé un rato en el coche acariciando mi pobre mejilla dolorida. Era la primera vez que Leticia me había levantado la mano en toda su vida. Ni si quiera cuando éramos pequeños y me ponía en plan pesado con ella. Por más que iba tras ella y de mi hermana nunca me levantó la voz, tampoco mala cara, nunca. Por eso me dolió tanto aquella traición hacia mí, aquella manera en la que se estuvieron riendo de mí, delante de todos los compañeros de clase. Era obvio que aún me dolía pero no tanto como antes. Al tener a mi hija, criarla todos estos años yo solo, me había hecho madurar a marchas forzadas. Si es cierto que todavía picaba ya no sentía ese odio tan intenso hacia ella, ellas.

Si quisiera podría perdonar, se acabó, todo perfecto. Seríamos como antes al menos mi hermana y yo, pero no quería, necesitaba que sufrieran de algún modo lo mismo que yo, o al menos, algo parecido. Tenía claro que tanto Leticia como mi hermana necesitaban que las perdonara, cada una por sus motivos, pero era necesario para ellas.

Leticia sentía atracción hacia mí, al menos eso parecía cuando la besé e intenté que se corriera con mis manos metidas en sus bragas. Aquello le gustó y seguramente hubiéramos seguido con esos juegos un rato más a no ser por mi comentario sobre Julián y ella.

Entré en casa. Escapé hacia el baño para que mi hija no me viera con la herida en el labio. No se merecía ver aquello por mi rabia de hace cinco años. Me entretuve frente al espejo limpiándome la herida. Al terminar me coloqué una de esas tiritas con las que no se notan las heridas en los labios.

Al salir las busqué por todos lados hasta que las oí en la piscina. Mi hija jugaba junto a sus tías y una chica a la que no podía reconocer. Al estar en bikini me la quedé mirando de arriba abajo. La chica tenía un cuerpazo de infarto. Al acercarme noté como Elisa se alejó de mi hija, ese gesto no me agradó, ni al revés. Supongo que no le gustaría que yo la dijese que no la tocara o algo parecido, jamás lo haría.

-¿Te lo pasas bien con tus tías? –pregunté a mi hija dejándole claro a mi hermana mayor lo que pensaba sobre que jugara con mi hija, no me importaba en absoluto, me parecía perfecto.

-¡Alex! –gritó la chica del cuerpazo.

-Yo no soy Alex… -respondí con cara de idiota al ver la sonrisa que se le dibujó en la cara.

-¿No te acuerdas de mí? –volvió a preguntar aquella chica acercándose a mi quedando separada por unos pocos centímetros.

-Pues la verdad no te recuerdo –hice una pausa intentando recordarla- Lucia… -me acordé.

-¡Bingo! –celebró dando palmas para seguidamente darme un fuerte abrazo.

Claro que la recordaba, para no recordara. La única tía que me cambiaba el nombre porque el que me puso mi santa madre no le gustaba, Lucia, la hermanísima de Leticia. Los años la habían tratado estupendamente.

-Estas guapísima –solté como si me quemara.

-Gracias, tú también –sonrió dándome unos golpes en la barriga haciendo alusión a mi bajada de peso.

-Si bueno… -sonreí avergonzado.

-Tu hija ha salido a ti –dijo girando la cabeza y mirándola.

-¿De guapa? –pregunté.

-De risueña –me atizó con esas dos palabras.

Me agarró del brazo para que la siguiera, nos sentamos en una de las sillas que usábamos para tomar el sol.

-¿Cómo te va todo? –preguntó sentándose.

-La verdad que muy bien, de maravilla. Tengo una hija estupenda, un trabajo cojonudo y el dinero no es ningún problema ahora mismo. –sonreí- ¿Y tú?

-Estoy terminando la carrera y deseando de ir a la cola del paro –soltó una carcajada- ¿Has hablado con ella? –la pregunta del millón.

-Lo justo y necesario, les dejé las cosas claras a las dos, si las cumplen todo perfecto y si no… -mentí.

Las reglas no se las tomaban en serio, ninguna, bueno, más bien Leticia que seguía haciendo lo que quería.

-Tenemos que hablar… -sentenció.

-¿Debería de invitarte a cenar? –bromeé.

-Claro, esta noche me invitas pero en un restaurante de esos caros –dijo con voz de niña.

-Me reí- Eso está hecho –me levanté en busca de mi hija, debía darle de almorzar.

Con mi hija en brazos me encaminé hasta la cocina donde se encontraba mi madre terminando de hacer la comida. Le di un beso en la mejilla. Mientras colocaba la mesa y mi madre enfriaba la comida de Erika, me encontré de bruces con Leticia, casi la tiro al suelo por no mirar al frente. Se me quedó mirando asustada durante unos segundos para después sacar su cara malvada por lo que pasó en el coche. Me reí para mí. Seguía siendo esa fiera cuando se cabreaba.

Mi madre empezó a llamar a todos para comer en la terraza, todos juntos. Mentiría si dijera que no me sentí bastante cómodo. Me recordó a los viejos tiempos, cuando éramos unos enanos que no sacábamos un palmo del suelo. Casi sin querer y sin pensarlo entablé una buena conversación con mi hermana mayor, claro que todos estábamos charlando amigablemente, bueno, menos Leticia que seguía seria lanzándome miradas asesinas cuando la miraba. Es cierto que esa manera de mirarme nunca la vi, quiero decir que ella siempre me miró con una especie de cariño por la forma en que la veneraba. Entre ella y yo todo era perfecto hasta esa noche. Pero esa noche me hizo cambiar el pensamiento que tenía sobre ella, quizás porque la había idealizado o por ser mi primer amor. Dicen que el primer amor nunca se olvida, que es el que más te hace sufrir y al que lo das todo, puede ser cierto en parte, me hizo pedazos pero creo que yo podía haber hecho muchas más cosas para que eso durase, tal vez ser más adulto o quizás un tío experimentado en la cama. Yo sabía que Leti no era virgen, si le picaba salía una noche para acostarse con algún tío que le gustase. También vi muchos novios con los que estuvo saliendo, me dolía, pero yo no era quien para decirle que debía de hacer o con quién lo hacía.

Todo ese dolor de verla con otros tipos se desvaneció cuando por fin me puse los pantalones y le confesé todo lo que sentía por ella. Tartamudeé como un idiota, lo era, esa tartamudez le sacó varias sonrisas, incluso percibí un poco de nerviosismo con cada palabra que le solté a la carrera. Me dijo que sí, eso es obvio, pero nunca me dijo que se reiría de mí de aquella forma.

Pero eso era pasado y el pasado debe quedar atrás para seguir adelante.

Tras el almuerzo dormí a mi hija. Siempre, desde que está conmigo, duerme una hora de siesta todos los días. La muy sinvergüenza le encanta dormir, a mí no ha salido, según Jack es enterita a él en lo que a dormir se refiere.

-Ha salido a su tío… -me decía siempre Jack con Rose asintiendo.

Lo más gracioso es que era cierto. Jack era de dormir horas y horas sin despegarse de la cama.

Cuando ya se durmió salí hasta el patio sentándome en una butaca. Llamé a Jack y le comenté todo, le advertí que eso no debería de traer cola si lo despedí y denunciaba a la misma vez. Todos creían que Julián era el engañado, nada que ver. Julián era casi el cerebro de ese chanchullo. Tenía toda la certeza, es más, lo decía en los correos que se enviaba con los otros. Todos esos correo, donde se delataba él solito no se los envié a los que estuvieron en aquella sala, solo se los envié a Jack, era una prueba perfecta para meter en la cárcel al ‘’listo’’ de Julián.

Disfruté oyendo a Jack diciendo que lo metería en la cárcel de por vida, que no se libraría de todos y cada uno de los años que le condenasen por estafador. Sonreí. Me tomé una revancha con ese miserable. Si tal vez fuera cambiado estos años, puede que hablara con Jack para que el castigo no fuese tan grande. Pero es que Julián no había cambiado ni un ápice, al revés, se convirtió en más hijo de puta si cabe.

Cuando terminé de hablar con Jack se presentaron Elisa y Leticia. Saludaron y se metieron en la piscina. Disimuladamente las observé detenidamente. Eran preciosas, como antes. A la media hora estar nadando de un lado a otro, Elisa salió sentándose en la butaca junto a la mía.

-Tenemos que hablar… -dijo mirándome.

-¿Tú crees? –le pregunté con ironía.

-Lucas… sé que lo hice mal, lo hicimos mal. –rectificó mirando a Leticia que seguía a lo suyo.

-¿Y? –volví a preguntar.

-Necesito que me perdones –callo durante un segundo- Iba hasta arriba de todo y bueno… sé que no es una excusa pero ya sabes… se hacen cosas de las que luego se arrepiente.

-La verdad es que no lo sé Elisa, nunca me he puesto hasta arriba de todo como tú dices que estabas aquella noche, pero lo que sí sé es que nunca te hice una putada como la que me hiciste tú junto a mi novia –sonreí mirándola.

-Lo sé… me di cuenta de todo el daño que te hice en cuanto supimos que te marchaste a saber dónde y… -gimió- No he sido una buena hermana mayor, nunca lo he sido… -comenzó a llorar en silencio.

-Al principio si lo fuiste –dije intentado calmarla un poco- Luego llegaste a la adolescencia y te fuiste separando de mi cada vez más hasta que te marchaste para siempre… entendí que con el paso de los años íbamos a distanciarnos poco a poco, es normal nos hacíamos mayores… -me senté mirándola a los ojos- Pero nunca entenderé la canallada que me hiciste, tu mejor que nadie sabía lo que sentía por Leticia, el cariño que te tuve… pero no te importó, te importó más ser popular con tus grupo de amigos sin importarte hacerme daño, a tu hermano.

La abracé cuando vi como aumentó con sus lloros. Se fue calmando de a poco con mi mano acariciando su espalda. Estuvimos un buen rato los dos abrazados. Sus abrazo era demasiado fuerte aún así no me importó.

-Quiero que volvamos a ser lo que éramos… lo necesito, por favor. –dijo Elisa acariciando mis mejillas.

-Puede… no sé. –cogí sus manos- Intentaré que nuestra relación mejore, pero no lo fuerces.

-Muchas gracias, de verdad. –dijo volviendo a abrazarse a mi durante un buen rato.

Cuando se levantó para ir dentro de la casa pensé en toda esa conversación y sentí alegría. Quiero decir que un hermano es un hermano, la sangre no se puede borrar, pero aún así iba a tener que currárselo mucho, pero que mucho para que volviéramos a tratarnos como tal. Tenía mucho trabajo hacer y por suerte o por desgracia trataría de hacerlo.

En todo momento Leticia seguía en el agua, pendiente de la conversación aunque sin escuchar demasiado claro toda ella. Cuando se sumergió en el agua me tiré a la piscina para pillar desprevenida. Buceando tras ella la agarré de la cintura sacándonos a flote.

-¿Te he asustado? –pregunté sonriendo.

-Déjame… -respondió borde.

-¿Todavía estás cabreada por lo del coche?-hizo un gesto para seguir nadando pero la agarré antes de que se me escapara- Veo que si… era broma. –mentí.

-Tu y yo sabemos que no era broma… sé que quieres vengarte de mí –me sorprendió.

-¿Por qué debería de vengarme de ti? –pregunté irónico pegándola contra la pared cerca del chorro de agua.

-No empieces… -dijo intentando zafarse de mí.

-Dime que es lo que me hiciste y tal vez te suelte si quieres –sonreí acercándome a ella.

-No puedo… -seguía bastante escueta en sus palabras.

Con habilidad metí una de mis piernas entre las suyas empezando a restregar mi muslo en su coño.

-Cuéntame que es lo que me hiciste –besé su cuello.

-Yo… te hice daño –soltó un poco de aire que tenía retenido en sus pulmones- Me reí de ti… besándome con otro.

Cuando terminó la frase la coloqué a horcajadas sobre mí pegando mi entrepierna a la suya para que sintiera la dureza de mi polla.

-¿Qué más? –volví a preguntar llevando mis manos a sus pechos para apartar la parte de arriba del bikini.

-Nada… yo te he… -buscó mi boca sin encontrarla, quería que terminara la frase- Te he echado de menos –nos besamos.

Nos mordimos, nos lamimos. Era la primera vez que la besaba de tal manera. La primera vez que veía sus pechos desnudos a merced de mis manos que los tocaban con ansia.

-¿Quieres que siga? –pregunté dejando de besarla para lamer su pezón duro como una piedra.

-Si –dijo tras un largo gemido al notar mi lengua jugar con su pezón.

Seguí. Me entretuve varios minutos saboreando sus pechos. Primero uno, luego el otro. Ella sumergió sus manos para liberar mi polla erecta y tocarla lentamente. Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo al sentir sus manos tocar mi pene. Aparté la parte de debajo de su bikini y ella guio lentamente mi polla hasta su coño, lo dejó en la entrada acariciando de arriba hacia abajo su sexo con mi pene.

-Métela –le pedí mirándola fijamente a los ojos.

Me miró con un deseo desenfrenado. La metió. Gemimos a la vez haciéndonos uno solo y volví a besarla. Quería disfrutar. Metía y sacaba lentamente, suave. No separemos nuestras bocas del otro durante todo el tiempo. Todo a nuestro alrededor lo olvidamos, solo ella y yo, gimiendo suavemente en el oído del otro tratando de que no se nos escuchara lo más mínimo. Se acercaba nuestro orgasmo. Ahora era ella la que buscaba mi polla con fuertes arremetidas contra mí. Aceleré el ritmo siguiendo su estela para sacar mi pene y vaciarme entre el agua de la piscina. Quedó abrazada a mí durante unos segundos. Volvimos a mirarnos, me besó suavemente en los labios y salió de la piscina. Se colocó de nuevo el bikini tapando sus partes antes de subir las pequeñas escaleras de la piscina.

Seguí con la mirada como se marchaba contoneando sus caderas. Su precioso culo moviéndose ligeramente hacia los lados rítmicamente. La vi desaparecer por la puerta. Me odié. Me odié por idiota. Me odié por seguir siendo el mismo pusilánime de hace cinco años. Me odié por seguir amándola como la primera vez. Me odié por haber disfrutado de sus besos, de su cuerpo.

Por la noche salí a cenar con Lucia. Volvió a llamarme al grito de Alex, maldita sea siempre con la misma tontería. Dejé a Erika con mi madre. Casi me echó a patadas para según ella divertirme por un día.

A verdad es que me lo pasé de maravilla con Lucía. Es cierto que no éramos muy amigos que digamos en el instituto pero teníamos una buena relación. La llevé a cenar a un restaurante de un amigo que teníamos Jack y yo en Nueva York. Era un cocinero bastante conocido en el mundillo y que se había labrado su futuro con sangre, sudor y lágrimas. Elegí justamente ese sitio porque él mismo me advirtió de debería de ir cuando visitara España por si nos encontrábamos y mira por donde que me lo encontré.

Salió de la cocina para preguntar a varios de sus clientes que tal les había parecido la cena. Cuando llegó a nuestra ni siquiera me miró, fue directo a Lucía preguntándole lo mismo que a los demás comensales. Al ver que no me vio le salté con un qué mal está la cena. Al mirarme me eché a reír sintiendo una buena patada de Lucía bajo la mesa. Empezó a gritar sacando su vena femenina. Me levanté dándole un fuerte abrazo. Le conté por encima del por qué mi viaje a España y para lo que había ido, solo por encima. Mikel, que es como se llama, era una de esas personas en las que puedes confiar ciegamente o eso me dijo en varias ocasiones Jack en nuestras conversaciones.

Podría haberle contado todo en detalle pero no era el momento idóneo para hacerlo. Si, justamente por Lucía. A ella seguramente no le importaría tener que escuchar toda la historia pero no era correcto que la hubiera invitado a cenar y luego empezar a charlar con Mike como si nada. No estaba bien. Nos despedimos con otro buen abrazo y prometiendo quedar para tomar algo antes de que se marchase a Estados Unidos.

Tras la cena salimos a dar un pequeño paseo mientras comíamos unos helados. Si en la cena me contó sobre su vida, sus novios o el chico por el que ahora está colada, en el paseo fue a la conversación en cuestión.

-No te voy a preguntar por qué te fuiste, tampoco te diré si hiciste bien o mal –tiró el envoltorio del helado en una papelera- Solo te preguntaré una cosa, si me dejas –sonrió.

-Claro, pregunta. –dije.

-¿Todavía estás loco por ella? –me miró fijamente.

-¿De quién? –pregunté haciéndome el tonto.

-A mi hermana, no te hagas el idiota –me dio un leve golpe en el hombro.

-No… -mentí.

-No. Un no rotundo y tal vez te hubiese creído… pero eso no, no te lo crees ni tú. –siguió caminando.

-No puedo perdonarla, no quiero. –solté.

-Entiendo… -volvió a pararse mirándome de nuevo- Trata de volver a conocerla, déjala que te reconquiste… y si no lo logra déjale las cosas bien claras.

-No sé si pueda –sonreí.

-Mi hermana se portó como una zorra, no te lo discuto, pero también es cierto que ha sufrido estos años –hizo una leve pausa- A tenido muchos novios, docenas tal vez, no te mentiré… pero siempre buscaba alguno que hiciera lo que tú hacías con ella. Que la mirara como tú siempre la has mirado.

-Ya tuvo todo aquello de lo que hablas, todo, y no lo valoró en ningún momento. ¿Sufrir? Llámalo Karma.

-¿Te crees que eres el único que ha sufrido en la vida? –preguntó sin dejarme contestar- Noticias frescas Lucas, no eres el único que ha sufrido en esta vida, en estos cinco años. Te fuiste sin decir nada dejando no a tu madre si no a tus hermanas pequeñas sabiendo lo unidas que estabais.

-No tenía elección –dije serio.

-Si, sí que tuviste elección. No me vengas con la historia de que tu padre te echó. Siempre te echaba de casa por tonterías y nunca te fuiste. –respiró hondo- Te fuiste para huir del daño que te hizo mi hermana por darse unos besos con aquel capullo… fuiste un cobarde y todavía sigues siendo un cobarde.

-¿Cobarde? –pregunté incrédulo.

-Si, ahora huyes de lo que de verdad sientes por mi hermana. Has visto con tus propios ojos que ha cambiado, ya no es una niñata caprichosa que quería quedar bien siempre… ahora sabes que ella siempre te amó, durante todos estos años. –terminó.

No hablamos más. Ni durante el trayecto a su casa. Un simple adiós y gracias por la cena.

¿Qué sabía ella? No tenía ni idea de lo que yo había sufrido. Un niño solo a miles de kilómetros de su familia, sin nada. ¿Qué coño? El único que había sufrido he sido yo, nadie sufría todo aquello, solo yo. Yo debería de ser el cabreado. ¿Leticia ha sufrido? ¿Por qué? Ella me la jugó, ella quiso que todo eso pasara.

Acelerando mas de lo debido me dispuse para ir a casa. Guardé el coche de mi madre en la cochera. Al abrir la puerta de casa me encontré con luces encendidas, era demasiado tarde para que alguien estuviera despierto. Me encaminé hasta el salón siguiendo las leves risas que provenían de allí.

-¿Qué hacéis despiertas tan tarde? –dije bajando la voz.

-Una visita sorpresa –dijo mi madre sonriendo.

Miré en dirección donde mi madre señalaba.

-¡Sorpresa! –hizo un amago de grito.

-¡Romi! –yo no pude remediar el grito sin importar que mi hija se despertara.

Así son las sorpresas.