Historia - 4
Cuarta parte de la historia...
Capitulo 4
Ahí estaba yo, con cara de tonto y clamando al cielo para que eso solo fuese un sueño o más bien una pesadilla de la que quería despertar cuanto antes. Pero no, no era una pesadilla. La zorra que me violó en la oscuridad decía estar embarazada y el niño era mío, toma ya.
-¿Estas segura que es mío? –pregunté con un hilo de voz- Quizás es de tu profesor… está claro que con él también lo haces sin preservativo.
-Pero él tiene la vasectomía hecha –se sentó en el sillón- Joder… que no puedo ser madre… soy estudiante… y odio a los niños. –se levantó de nuevo y caminó por el salón- No puedo… tenemos que hacer algo.
-Haber… ¿lo saben tus padres? –negó con la cabeza- Pues si es mío el bebé está claro que lo vamos a cuidar… es mi hijo. –De todos modos tenemos que hacerle una prueba de ADN para asegurarnos que es mío… perdón por no creerte, pero sabiendo que te tiras a tu profesor, no me fio.
-Hijo de puta… te he dicho que es tuyo fijo. Nunca lo hago sin condón salvo con Mickel… -se sentó de nuevo frente a mí.
-Sigo sin creerte nada… una tía que se acuesta con su profesor para subir nota… no es muy de fiar. –se levantó para pegarme dos ostias y se encaminó hasta la puerta- Antes de que te vayas, ¿Cómo sabias que era yo? –pregunté.
-Por las cámaras de video vigilancia… Mickel me dijo que no fue él y pensé en mirar los videos… fíjate que sorpresa me llevé. –se fue de casa a saber dónde.
Desde esa noche no supe nada más de la chica, Kate. El nombre lo supe tras buscarla día y noche sin suerte alguna. De repente, su familia y ella desaparecieron, como si se los hubiese tragado la tierra. No tenía que ser un lumbreras para saber el porqué de su desaparición. Preguntando por todo el bloque me enteré que su familia era muy conservadora y sumando uno más uno.
El saber que ese bebé podría ser mío me afectó bastante, no solo anímicamente sino también físicamente. Se me notaba bastante fastidiado. Los meses corrían y yo seguía enfrascado en el trabajo con alguna que otra sesión de sexo con Romi, la prostituta que me desvirgó.
En el trabajo todos estaban contentos con mi rendimiento, Jack el que más si cabe. También es cierto que era el que más se preocupaba por mí viendo mi ánimo los últimos meses. Le tuve que contar todo, al principio se estuvo riendo de lo lindo, luego, se preocupó.
-Quizás es mejor que te olvides de ello… no puedes hacerte cargo de un bebé tú solo. –dijo bebiendo de la cerveza en un pub en el centro, cerca de casa.
-Lo sé, pero puede ser mi hijo… y quiero estar a su lado. –bebí un largo trago vaciando el vaso- Si mi padre me hubiese abandonado yo no lo perdonaría –sonreí tristemente- No lo perdono…
-Tu padre al fin y al cabo siempre te ha dado cobijo, algo que llevarte a la boca, estudios… -dijo Jack mirándome fijamente.
-Es cierto, eso te lo admito al cien por cien… pero nunca me dio cariño. –le hice un gesto a la camarera para otra ronda de bebidas- Pero nunca me dio amor, ni siquiera un poco de cariño –la chica dejó las bebidas y volví a beber.
Ese fue el primer día que me emborraché. Nunca jamás lo volví a hacer a pesar de desearlo muchas veces. Sentí, aunque solo fuese unas horas, la tranquilidad que no tuve los meses antes.
Había pasado un año y medio, Kate tenía que haber dado a luz y si todo había marchado perfecto ella y el bebé estarían en buen estado. Un día, al llegar del trabajo, vi la casa de Kate con la puerta abierta. Corrí como loco para decirle sus verdades a la cara y exigirle saber dónde se encontraba mi hijo. No la encontré. Una empresa de mudanza se llevaban todos los muebles pero de su familia ni rastro alguno. Intenté que los tipos me dijeran algo, pero nada. Era frustrante, demasiado frustrante.
Mi gran apoyo en todo ese bache fue, como no, mi amigo Antonio. Le conté todo y me apoyó en lo que pensaba hacer aun sabiendo que solo me iba a costar. De España tuve muchas más noticias. Leticia y mi hermana entraron en la universidad con unas muy buenas notas, incluso según Antonio, las buenas notas casi se debían a mí. Ellas siempre fueron las mejores de clase, las mejores notas, todas con matrícula de honor, pero al parecer cambiaron su forma de ser para bien. Si se las encontraba en alguna discoteca se saludaban entre los tres y en cualquier ocasión que tuviesen preguntaban por mí. Antonio al no decirles nada con el paso del tiempo dejaron de preguntar para solo saludarse cortésmente.
Me pudo un poco los recuerdos pasados, y sabiendo que no era lo mejor, pregunté si tenían pareja alguna de ellas haciendo hincapié en Leticia. Si, los tenían o al menos eso parecía. Según Antonio, unos musculitos de gimnasio que piensan con el tríceps en vez de con la cabeza. Lo suponía, eran la estampa perfecta, ellas en eso no cambiarían nunca. Creo que al decirme eso me hizo recordar lo que las odiaba, si, celos también, pero ningún día se me olvidó lo que me hicieron.
Una noche en la que pasé de salir con los colegas del trabajo, me quedé descansando en casa, cocinando. Puede que eso de prepárate tu propia la comida me hizo ser un gran apasionado de la cocina en sí. Cada vez que podía me preparaba algo nuevo, por probar. La mayoría de veces me salía como el culo, las otras riquísimo. Ahí estaba yo, pensando que hacer de comer cuando sonó la puerta de casa. La voz de Jack me hizo sonreír por lo que salí con un trapo en la mano y abrí.
-Venga, vístete que Rose te invita a comer y luego nos vamos de marcha todos –dio varias palmadas para que me dice prisa.
-¿Todos? –pregunté- Pasó tío… no estoy de humor.
-Sí, todos y ya conoces a mi hermana Beth, venga ponte guapo. –sonrió cogiendo una cerveza del frigorífico.
Me vestí todo lo decentemente que pude, sin ser demasiado estirado ni demasiado pringado.
Cuando conocí a Beth quedé impresionado. Rubia de piernas largas que te giraría para verla dos veces. Tenía mi edad, diecisiete años. Había venido a visitar por el término de las clases antes de irse con sus amigas a una isla remota de nombre impronunciable. Desde el principio la vi venir. Me coqueteaba e insinuaba demasiado. Estaba claro que ni Jack ni Rose tenían nada que ver, mas bien lo achaqué al morbo de tirarse a algún friki, siempre da morbo aunque digan que no.
Lo mejor fue cuando decidimos ver una película. Beth no tuvo mejor idea que arroparnos con una manta, Jack y Rose en un sillón y Beth conmigo en otro. Pasada una media hora más o menos, veo como Beth se descalza y se tumba en su trozo de sillón. No os voy a engañar, estaba más atento a lo que hacía ella que a la película, incluso vi como Rose y Jack se quedaban dormidos lentamente, ella con la cabeza apoyada en el hombro de Jack. Al Beth acostarse sentí como lentamente movía su pie hacia donde yo estaba sentado hasta que me tocó el muslo de la pierna izquierda dejando el pie un rato ahí sin mover un centímetro. Cuando vio que no hice ningún mal gesto, ni separarme siguió obcecada en su movimiento posando su pie en mi entrepierna. La miré y me sonrió en plan malvada empezando a moverlo todo lo largo de mi pene aún dormido.
Aún dormido por que no tardó en despertarse con las mañana que se gastaba la chica y su pie. Con una habilidad fuera de lo normal bajó mi cremallera y calzoncillos quedándonos piel contra piel. El morbo de que me hiciese una paja con los pies y encima con su hermana y cuñada justo al lado durmiendo fue la gota que colmó el vaso. Me corrí a borbotones llenándole el pie y parte del tobillo. Ella siguió estrujando durante unos segundos hasta que terminé con los espasmos que el orgasmo me había provocado. Volví a mirarla y esta vez no solo me sonrió sino que me guiñó un ojo.
Atropellado salí de esa casa. Me moría de la vergüenza, no por la rapidez con la que me había corrido si no por hacerlo justo delante de Jack y Rose. Cuando llegué a casa me pegué una ducha y volví a tener un orgasmo pensando en Beth y en su pie, pero esta vez podía disfrutar con tranquilidad. Lo que no sabía en ese momento, al acostarme para dormir, es que Beth iba a ser una persona muy importante en mi vida desde ese momento, desde esa masturbación bajo la manta.
Los meses siguieron pasando y ninguna noticia de mi hijo. Tuve que pedirle a Jack que por favor me ayudara contratando a alguien que pudiera buscarla, algo que me tranquilizase. He de decir que Romi se portó de maravilla conmigo, no sé si por ser mujer pero me habría de una manera exagerada con ella, ella fue durante todos esos meses me apoyó incondicionalmente comenzando una preciosa amistad.
-¿Qué tal estas hoy? –dijo Romi entrando en casa directa al frigorífico para coger un refresco- Que sed tengo.
-Bueno… ya sabes –sonreí sentándome en el salón.
-¿De tu hijo sabes algo? –preguntó tumbándose junto a mi apoyando su cabeza en mi muslo.
-Nada, Jack ha contratado a un detective privado especializado en casos como este, pero de momento no tiene nada… no creo que la encuentra –dije con pena acariciándole la cabeza- ¿Y tú qué tal?
-Bien, me han dado la nota de otro examen y creo que por fin podré sacarme mi carrera –sonrió- Después de veintisiete años ya estaba tardando –rio de nuevo.
-Nunca es tarde si la dicha es buena –me levanté del sillón- ¿Qué quieres de cenar? –pregunté caminando hasta la cocina.
-Sorpréndeme –gritó desde el salón.
Esa era la verdadera Romi. Tranquila, chica normal a la que le encantaba tumbarse a la bartola en el sillón. Con la que podía hablar horas y horas y la que sabía callar en los momentos idóneos de una conversación, mi paño de lágrimas. Como es obvio se dedicaba a dar placer por dinero para pagarse los estudios. Sus padres la abandonaron cuando cumplió ocho años y desde entonces pasó de orfanato en orfanato. Cada familia que la adoptaba la volvía a abandonar, ya la tenían acostumbrada. Creo que ese dolor, por tanto abandono, la hizo ser esa persona dulce. Es cierto que la primera vez que la vi, en la que me desvirgo, daba una sensación de frialdad absoluta, gajes del oficio me dijo cierto día en que se lo pregunté.
Preparé algo rápido, una ensalada y algo de carne a la plancha. Tenía asumido que si quería descansar por la noche, lo mejor era una buena cena ligera para conseguirlo. Cenamos viendo una serie de zombis en un canal de pago. Cuando quiso irse le dije que se quedara, que durmiera conmigo. Sonrió. Tuvo una idea equivocada ya que cuando nos acostamos en la cama empezó a ponerse juguetona.
-No… solo quiero dormir Romi, no quiero nada más que dormir contigo sin nada de sexo. –la acogí en mis brazos.
Cuando se lo dije puso una cara extraña, no se creía lo que acababa de escuchar. Volvió a sonreírme para cerrar los ojos y dormir junto a mí. El olor a café me despertó, seguí ese rastro encontrándome a Romi con el delantal puesto haciendo unos huevos revueltos con salchichas. Le di los buenos días con un beso en la mejilla y me metí en la ducha. Me afeité y vestí. Volví a la cocina donde Romi ya estaba sentada esperando que hiciera acto de presencia.
-Podría acostumbrarme a esto –le dije sentándome.
-¿A qué? –bebió de la taza de café.
-A esto… -hice un gesto con la mano- Quiero decir, que molaría vivir juntos –reí viendo su cara- Es broma tonta –comencé a comer del desayuno que me acababa de preparar Romi.
Al llegar al trabajo, unas horas después, recibí un mensaje de Jack. Todo lo rápido que pude fui hasta su oficina y casi entré sin tocar a la puerta.
-Dime, ¿sabes dónde está mi hijo? –le pregunté exhausto de la carrera que me acababa de pegar.
-Sí, la hemos encontrado. –sonrió.
-¿La hemos? –volví a preguntar nervioso.
-Sí, hemos encontrado a tu hija. –se levantó para darme un abrazo.
Lloré. Lloré más que nunca, nunca volví a llorar de esa forma. Grité. Me di varios golpes en el pecho y volví a gritar. Me faltaba el aire, me sentí mareado, me sentí nervios y me sentí feliz. Lloré todo lo que guardé. Todo lo que necesitaba salir, salió. Fue como un grifo roto en el que el agua sale sin remedio y yo no pude cerrar ese grifo, no quise. Necesitaba sacar todo eso que los meses anteriores me hicieron entrar en un pozo del que no pude salir. Lloré por mi hija, lloré por mis padres, por mis hermanas y por Leticia. Lloré a todos.
-Has tardado –me dio un golpe en la espalda- Has tardado en sacar todo eso tío. –sonrío ofreciéndome un vaso de agua.
-Lo siento. –pedí disculpas por ese arrebato que me había dado.
-No te preocupes –le quitó hierro al asunto.
-¿Dónde está? Quiero verla, quiero tenerla a mi lado –le dije con la voz ronca tras el llanto.
-Está en Dallas y ya he reservado dos boletos de avión. –me quería acompañar- Salimos esta noche, vamos a por tu hija.
Mi hija. Mi hija. Esas palabras retumbaban en mi cabeza. Siempre quise ser padre, lo que nunca esperé es ser padre soltero y con diecisiete años. Quizás era mi turno. Me refiero que quizás pueda darle todo ese cariño que me faltó a mí, dárselo a mi hija.
Desesperado me fui a casa. Jack me dejó en la puerta quedando a una hora para venir a recogerme. Hice una pequeña maleta rápidamente con algo de ropa interior y una muda limpia. Solo estaríamos esa noche y al día siguiente volveríamos a Nueva York, con mi hija. El nerviosismo me hizo recordar que no tenía nada para ella. Ni pañales, biberón, cuna, ropa, nada. Tenía que ponerme las pilas al volver, leer sobre bebés, pedir ayuda. De repente supe lo que se me venía encima pero eso no menguó las ganas de tenerla en casa, en nuestra casa. Todo se multiplicaría por cuatro, el cansancio, el dinero gastado y el cariño. Dicen que un bebé siempre viene con un pan bajo el brazo, quizás fuera cierto ese dicho.
El viaje en avión se me hizo eterno. Al llegar y al ser de madrugada fuimos directos al hotel, ni que decir que no pegué ojo. A la mañana siguiente y tras desayunar lo justo fuimos, Jack y yo, al lugar donde tenían a mi hija. Al ver el letrero y leer orfanato sentí una punzada de dolor en el estómago. La madre la abandonó como si nada, dejándola a su suerte en aquel lugar. Casi tuve que gritar para que me dejaran verla y cuando por fin la vi, sonreí. Unas pequeñas lágrimas escaparon de mis ojos pero aún así no perdí la sonrisa. La cogí con miedo, el miedo del principiante. La miré, ella me miró y sonreímos. Creo que justo ahí supe de verdad que era mi hija, sangre de mi sangre.
-Hola Erika –le dije y volvió a sonreír- Ya estás con papá. –la besé en la frente sabiendo que no dejaría de besarla jamás.
Cuatro años después…