Hist. de adolescentes: No te folles a mi hermana!

Su propio amigo, en su propia casa, follándose a su hermana...

Viernes 19:00

A pesar del buen día primaveral que hacía, el grupo de colegas estaba en casa de Pablo, ya que este estaba lesionado, con la pierna escayolada. Habían ido a decirle las notas que había sacado en los exámenes finales, pero como no estaban sus padres, se apalancaron en el salón, al tiempo que saqueaban la despensa. Ismael y Rodrigo habían bajado a la tienda de abajo y se agenciaron unas cuantas litronas.

Empezaron viendo la televisión, pero en vista de que lo único eran programas de cotilleos y no salía ninguna moza de buen ver, pusieron una película, una típica mezcla de humor y sexo, tan exitosas entre el público adolescente. Según avanzaba la película, se sucedían diversos comentarios acerca de la protagonista o alguna que otra gracia, que era rápidamente secundada por las carcajadas de los demás.

Lo cierto es que las hormonas masculinas se iban disparando a pesar de lo relativamente "light" de la película. Pablo comenzaba a temer en lo que podía acabar aquello, porque no sería la primera vez que terminaban haciéndose unas pajillas, aunque sí la primera en su casa, cosa que lo agradaba lo más mínimo. Progresivamente, fue intentando convencerles de que necesitaba reposo y que se marcharan, pero era en vano, sus colegas estaban ya demasiado fumados y bebidos.

–

Bueno, Pablete, dónde guardas esas pelis porno?

–

Eso, eso, que tú tienes una buena colección.

Pablo, abocado ya al destino, volvió a intentar echarlos de allí:

–

Os lo he dicho un montón de veces, que yo no tengo, que mi padre me registra la habitación semanalmente y no...

–

Anda, anda, a otro con ese cuento.

Josete se levantó y se dirigió a la habitación de Pablo, el cual apenas pudo seguirlo con las muletas. No tardó en encontrar varias películas en divx.

–

Venga tíos, votad. Jenna o... Jenna?

–

Jenna!!!

Gritaron todos a la vez. Durante el tiempo que duraron los créditos, los chicos coreaban los nombres de las actrices. En menos de un minuto, ya salía en pantalla la rubia de moda en el panorama pornográfico, Jenna Jameson, que parecía representar el papel de jefa, pues salía en una oficina junto a otra rubia de pelo largo muy bien dotada. Poco importaba el escenario, el caso era ver a aquella diosa del sexo en pelotas comiéndole el coño a la otra mujer. En cuanto el chocho rasurado de la famosa actriz ocupó la pantalla, las vergas de los presentes se endurecieron con premura, si es que no lo estaban ya de antes. Consiguieron refrenar sus deseos durante el primer asalto, pero en la siguiente escena, durante la cual Jenna le hacía una felación a un tío que nadie sabía de donde había salido, sacaron sus miembros viriles en plena erección, dispuestos a hacerse una colosal paja cada uno (sin mariconadas, eso sí, cada cual a su bandera). Unos instantes de indecisión y comparación, como solía ocurrir, hasta que el primero comenzó a jalar su verga despacio. Pablo, resignado y tumbado en el sillón, sacó su polla dura mientras la rubia se relamía chupando una polla que todos soñaban que fuera la suya. Emilio se levantó y se excusó diciendo que iba al baño a "echar un meo". En el salón los colegas comenzaban a masturbarse a ritmo cada vez mayor.

Emilio tropezó torpemente con una mesita que decoraba el pasillo, desparramando varios adornos por el suelo. Los recogió de mala gana y se dirigió hacia el cuarto de baño, que no conseguía localizar mentalmente. Fue abriendo las puertas de las habitaciones una a una, buscando el aseo. Finalmente, puso la mano sobre el pomo de la puerta del baño. Estaba seguro de que el baño se escondía tras aquella puerta, pues la única habitación que quedaba estaba con la puerta entreabierta, y se veía una cama, además de mucho desorden. Sin embargo, soltó el pomo e, intrigado, se dirigió hacia aquella desconocida habitación. Entró con cautela y pudo contemplar la que era la habitación de Silvia, la hermana de Pablo. Era un par de años más pequeña, pero la recordaba de habérsela cruzado alguna vez, y la verdad es que no estaba nada mal. Le pudo esa vena morbosa que tiene todo hombre y se puso a inspeccionar la habitación.

Estaba completamente desordenada, parecía una leonera. Botas, zapatos, camisas, tops y faldas estaban desperdigados por el suelo. El armario, cuya puerta semiabierta parecía atrancada por otro montón de ropa, apenas tenía tres o cuatro cosas colgadas. Diversos pósters de Beckham o Brad Pitt colgados por la pared. Sobre el escritorio, apuntes de sociales y matemáticas, decenas de bolis de colores y alguna revista de adolescente. "Aprende a maquillarte como una profesional", "Todo lo que necesitas saber de los chicos", "Lo que no debes hacer en tu primera cita" y "Lo último en moda para este verano" eran algunos de los titulares que rezaba la portada, entre colores chillones y diversas imágenes. Sobre la silla descansaban el polo y la falda del uniforme del colegio, al cual parecía tener en más estima que al resto de la ropa de su cuarto. La cama deshecha, el pijama arremolinado por encima. Sobre la mesita de noche, "Rimas, de Bécquer", lectura obligada para el último examen de literatura, sin duda. Un cajón de la mesilla, semiabierto, sin llegar a cerrar por culpa de una prenda que lo impedía.

Emilio extendió la mano y retiró la prenda. Unas braguitas verdes con florecillas. "Menuda niña de papá", pensó apresuradamente Emilio. Abrió el cajón para depositarlas en su interior, y entonces comprobó que se equivocaba. Una variada colección de tangas descansaba en el cajón, a cada cual más atrevido. Especial atención le llamó uno sin triángulo posterior, sólo la gomilla, o aquel otro con las tiras de silicona. Acercó a su nariz uno rojo con puntillas y aspiró. Un dulce y suave olor a detergente y suavizante fue lo más que consiguió. Entonces, se le cruzó fugaz una idea por la cabeza: el pijama... Se giró hacia la cama y, en efecto, allí estaban, junto al pantalón del pijama, un tanguita negro de tela suave y semitransparente. Este sí contenía el aroma de Silvia (bastante guarrilla, por cierto). En plena inspiración estaba cuando oyó un portazo. Emilio se quedó de piedra. Fue retirando sus manos de su cara lentamente, y entonces recibió en plena cara el impacto de una pelotita de tela, que cayó sobre el colchón. Bajó la mirada y pudo ver un tanga blanco, con ligeras evidencias de su uso.

–

Seguro que ese huele más.

Volvió la mirada hacia la puerta y vio a Silvia, que tenía una toalla enrollada a la cabeza y un albornoz rojo puesto, prueba fehaciente de que acababa de ducharse. Una extraña y a la vez excitante sonrisa iluminaba su cara. Emilio, completamente ruborizado, permanecía arrodillado al pie de la cama, con el tanga negro semitransparente en sus manos. Silvia avanzó lentamente hasta la cama, se incorporó a la misma y gateó hasta el cabecero, al lado de la posición de Emilio. Se deslió la toalla de la cabeza y la agitó sobre su pelo, secando bruscamente la larga cabellera morena. El aspecto salvaje que ofrecía con el pelo húmedo cayendo por sus hombros era apabullante. Levantó la cabeza para mirar la entrepierna de Emilio, que no reaccionó hasta ese instante, en el cual cruzó sus manos sobre la impresionante erección que ocultaba bajo los pantalones.

–

Uuuuuu.

Dijo sensualmente Silvia, colocando los labios en forma de o, detalle que no se le escapó a Emilio durante ningún instante.

–

Eso es por oler mis bragas o por la peli porno que estáis viendo en el salón?

Emilio no supo qué contestar, aquello era demasiado surreal. Joder, era la hermana pequeña de su colega y... oh, sorpresa, el cinturón del albornoz se deshizo dulcemente, de modo que la parte superior cayó levemente, dejando entrever una zona bastante generosa de su pecho. Silvia, que se dio cuenta al instante de semejante percance, no hizo nada por evitar el incidente, simplemente se limitó a observar la reacción del intruso. Emilio, por fin tomó una decisión, aquello estaba claro que era un error.

–

Yo... err, lo siento. Ya me voy...

–

Ya? Tan pronto?

Emilio dudó, tan sólo tres jodidas palabras y su firme decisión se tambaleó como ante un huracán. Aquella chiquilla desbordaba morbo por todas partes. Aun así, ignorando por completo a sus genitales, que le reclamaban su interés a gritos, se levantó y se dirigió a la puerta.

–

Ejem...

Oyó y se detuvo, justo antes de poner la mano sobre el pomo de la puerta.

–

Me devuelves mis braguitas?

Emilio se miró las manos y se dio cuenta de que no había soltado el tanguita negro con el que había pasado la noche Silvia en ningún instante. Hizo una pelotita con él y se lo tiró a la joven.

–

Gracias.

Respondió ella jovialmente y, tras unos segundos, añadió:

–

Por cierto, tú sabes cómo se come un conejo?

Aquello desmontó por completo al pobre chaval, que no sabía ni como se había resistido aún a los juegos de aquella chica, claro que, quizá no eran realmente juegos...

–

Co...co...co...

–

Sí, cooomer un cooonejo.

Dijo Silvia, reprimiendo las risas, mientras recalcaba las oes con la boca bien abierta. Entonces, se destapó y dejó a la vista toda la región púbica. Emilio se recreó en la sublime visión. Los labios sonrosados se fundían con una pequeña matita de vello oscuro y rizado. Dio un paso en dirección a la cama, la excitación vencía a la represión, ni hermanas ni ostias! La chica le hacía señas para que se acercara, con una sonrisa picaruela, doblando el dedo índice y señalando a sus genitales.

El chico se subió a la cama y se acercó hasta la desvergonzada jovencita, que apoyó un pie en el hombro de él, y a continuación el otro, pero sin ofrecer resistencia, doblando las rodillas mientras él se acercaba hasta su pubis. El contacto de ambos pares de labios, los de ella y los de él, hizo saltar chispas. Ella perdió la compostura incluso por unos instantes, cosa de la que Emilio apenas se apercibió, pues estaba entretenido olisqueando sus bajos mientras daba besos por doquier, temeroso aún de la situación. Sacó entonces la lengua, que se dedicó a impregnar de saliva toda la zona, fundamentalmente exterior, pues la interior se iba humedeciendo con la propia excitación de Silvia. Ésta, que ya había sido objeto de varios cunnilingus, se mordió los labios cuando sintió cómo su clítoris era acariciado por vez primera. Todo un descubrimiento para Emilio, que se dedicó juguetón a rondar a su alrededor, lo que hacía temblar a la pobre chica continuamente. Tanta dedicación no tenía más destino que llevarla al orgasmo, lo cual se produjo con presteza. Silvia arrugó los pies y agarró las sábanas con las manos mientras sentía el flechazo de placer que había surgido en su entrepierna extendiéndose por su cuerpo a la velocidad del rayo. Contuvo la respiración durante los interminables segundos que duró el orgasmo, derrumbándose agotada. Todavía con la piel sensible a causa del electrizante orgasmo y la respiración agitada, Silvia se desperezó sonriente.

No hubo palabras, sólo cruce de miradas y un leve asentimiento de la joven para que Emilio se deshiciera con presteza de los pantalones. Los labios de la chica se hicieron rápidamente dueñas del final del miembro de Emilio, acostumbrados ya y con la lección bien aprendida. Mientras succionaba con pasión, sus manos le pajeaban con firmeza, en una mamada sin igual que duró unos interminables cinco minutos al final de los cuales, Emilio, con la vista ya casi nublada, se desesperó al ver que la chica dejaba de practicarle tan placentero masaje.

Abrió los ojos justo a tiempo para verla encogida rebuscando en el cajón de su ropa íntima, sacando un paquete de Dúrex y sacando un preservativo, que le pasó inmediatamente.

–

Póntelo tú, que yo soy muy manazas.

"La jodimos", pensó Emilio, "y ahora cómo cojones...?". Lo abrió con torpeza y observó el condón. Ya había visto más de uno y conocía la teoría, pero nunca se había puesto ninguno. "Vamos allá", se dijo, y lo situó sobre su miembro. Lo sujetó nervioso sobre la punta y lo fue desenrollando. Se atrancó ligeramente sobre el frenillo, pero finalmente consiguió desplegarlo por completo. Silvia daba palmadas de aprobación entre risas, al tiempo que se echaba y se abría de piernas en posición claramente receptora.

Emilio se colocó encima, sin control ninguno y resbaló sobre el bajo vientre de ella varias veces, hasta que ella lo tomó con sus delicadas manos y lo dirigió hacia el lugar correcto. Los dos gimieron en la primera penetración, y en las posteriores, hasta acostumbrarse al ritmo, que fue cogiendo con lentitud, afianzándose en el acto. Silvia comenzó a moverse, a no parar ni a estarse quieta, sus manos pasaban de su pecho al de él y viceversa. Cambiaron de posición y ella se situó encima, comenzando a moverse de forma salvaje hacia delante y atrás, de abajo arriba, como un huracán enfurecido, restregándose sobre el cuerpo de Emilio. Estaban ya los dos próximos al orgasmo, cuando la puerta se abrió de golpe y Pablo entró en la habitación, gritando como un poseso:

–

Hijo de puta! Que es mi hermana!

Silvia, a pesar del susto inicial, no pudo parar de moverse, presa de la excitación y la cercanía del preciado orgasmo. Pablo, aún más fuera de sí al ver cómo pasaban de él, seguía gritando:

–

No te folles a mi hermana! Cacho hijo de perra! Para ya!

Además de muchos otros improperios. Emilio no pudo más y se corrió entre jadeos mientras Silvia seguía agitando sus caderas encima suyo, alcanzando también el deseado clímax.

–

Y tú, zorra, verás cuando se entere papá!

Apenas le dio tiempo a degustar la corrida, pues Pablo levantó la muleta en alto, dispuesto a asestarle una estocada. Consiguió esquivar el primer intento, y salió corriendo, en dirección a la puerta de la calle, pero justo cuando iba a abrir, sonó el timbre: sus padres? Un jodido vecino? Quién demonios llamaba en ese momento a la puerta? Echó un ojo por la mirilla y...

(Continuará... o no)