Hirviendo en la autopista
Vuelvo un poco a lo básico. Redescubro mi cuerpo como si careciera de experiencia jugando conmigo misma.
La experiencia de mi último relato fue increíble. Me parece un poco sorprendente que ahora me dedique a describir en este sitio todos esos momentos mágicos que he disfrutado con mi propio cuerpo. Estos suelen ser tabúes para muchas chicas. Para mí también lo era, salvo la ocasión en que sentí tal desesperado anhelo de contarle a Diana todo lo que hacía la mayoría de ocasiones en que me encontraba sola en mi cuarto, he sido muy reservada con mis intimidades. Contrariamente he sido más abierta a hablar de alegrías, miedos, deseos, amores y otros temas parecidos que solo se llevan impregnados en las fibras del corazón.
En fin, solo estoy un poco sorprendida por lo lejos que esto ha llegado, lo mucho que ha crecido. De la misma forma crecen en mí las ganas de encontrar algo nuevo para mi vida y para mi cuerpo. Sin embargo, una mañana decidí volver un poco a lo básico. Me levanté muy enérgica, tomé una ducha durante la cual acaricié mi cuerpo enjabonado, resbaloso y tibio; había vapor en el cuarto de baño y una exhalación hirviente que escapaba de mis labios y quedaba suspendida, envuelta en el vapor. Los dedos de mi mano derecha se deslizaban tiernamente por mi abdomen encontrando su destino en los labios húmedos de mi vagina. Sentía en mis sienes una presión magnífica, mi sangre circulaba por todo mi cuerpo inundándome el pecho, las manos, los pies. Mi clítoris palpitaba casi con la misma intensidad con que yo exhalaba todo el calor que tenía dentro. Pronto, me sorprendí acercando uno de mis dedos resbalosos a mi ano, me concentré en el sonido del agua que caía y no opuse resistencia a mis impulsos. Mi dedo acariciaba el esfínter externo, buscaba su camino hacia las entrañas de mi cuerpo ardiente. Se parecía a mi primera vez, no contralaba mis deseos. Mi otra mano viajaba por la parte baja de mi abdomen, dibujaba movimientos circulares con mis dedos índice y medio sobre mi clítoris. Sentía la humedad tibia entre mis piernas confundiéndose con el agua caliente que caía de la ducha.
Todo era lento, el movimiento de mis dedos, el paso del tiempo, la forma en que el vapor flotaba estrellándose con el espejo y el cielorraso. El agua también parecía caer lentamente mientras mis ojos se cerraban pasando de tener la vista húmeda a ver fragmentos borrosos y finalmente una imagen oscura tras los párpados que me permitía concentrar toda mi atención en el sonido casi inaudible que producía mi mano acariciando los labios de mi vagina.
En un segundo despabilé, tomé un chapuzón de agua fría para retirar la espuma del jabón. me vestí con ropa deportiva, me recogí el cabello y salí a trotar por una avenida rodeada de árboles que va a dar a un parque. Llegué hasta una intersección en la que normalmente tomo el camino de la izquierda, pero esta vez me fui por la derecha. Por allí transitan pocos automóviles, y ninguna persona.
Hacía bastante calor que, sumado a la agitación de la actividad física, me hacía sudar bastante. Podía sentir mi escote húmedo. Al tocar mi lycra, la piel bajo ella se tornaba muy sensible, acaricié mi pierna derecha desde la rodilla hacia mi entrepierna, me sentía observada pues estaba en plena carretera, sin embargo, solo pasaba uno que otro auto y, de cualquier manera, si alguien veía lo que hacía no sentiría vergüenza ya que nunca lo volvería a ver en mi vida. De cualquier forma, ya no tenía ningún reparo en aceptar que me había convertido en una viciosa enloquecida.
Regulé un poco la respiración, luché contra el esfuerzo que hacían mis manos por encontrar su camino devuelta, en busca del magnetismo en el interior de mi cuerpo. Escuché el gorjeo de un ave, lo busqué con la mirada y, por medio de imágenes borrosas, logré verme apretada contra el tronco de un árbol, escondida de la carretera, escondida de los ojos que no podían verme. Pensaba en el peligro que significaba hacerlo, la carretera consta de curvas difíciles, por lo que una loca toqueteándose al lado de la calzada, llamando la atención de los conductores podría desencadenar una tragedia. Encontré el lugar perfecto, me di cuenta de que no era solo sudor lo que se escurría por mi entrepierna. Acariciaba mi vagina lamentando la presencia de la lycra. Cerraba los ojos en un intento de evitar la luz e ignorar el sonido. Mordía mi labio inferior y solo lo notaba cuando mis dientes llegaban a lastimarlo, el sudor corría por mi frente. Pensé en la piel canela de Héctor, sus brazos fláccidos en los que alguna vez reposé mi cabeza para soñar con claveles púrpura adornando mi jardín.
Pensé en los brazos fuertes de Camilo, las nalgas de Arturo, el cabello de Diana. ¿Por qué en el cabello de Diana? ¿Por qué tan siquiera pienso en Diana? El claxon de una 4x4 me obligó a no divagar más. Todos esos eran solo nombres con características físicas. Pero a Diana nunca tuve que decirle nada. Entendía cada gesto de mi cuerpo. Se daba perfecta cuenta de que era una enferma obsesionada con mi cuerpo. Así que nunca pasé vergüenzas o dudas.
Mi mano se detuvo sobre la piel suave de mi ano, la lycra ya no era un problema, sentía la humedad fría de mis nalgas y el fuego abrasador de mi entrepierna, viajaba con mis dedos de mi culo a mi vagina, iba y volvía. Al final me detuve en el primero y envié mi mano izquierda a atender el llamado de mi clítoris. De vez en cuando me cercioraba de que no hubiera alguien espiando y de que no fuera visible para los conductores. Aceleré el ritmo de mi mano. Saqué la derecha de la parte trasera del pantalón de lycra y acaricié mis senos. Me fascina acariciar la leve barriguita que se forma en la parte baja de mi abdomen, así que me decidí a formar un camino húmedo de sudor que iniciaba en mis pezones, recorría mi abdomen y finalmente daba con el poco vello que a veces dejo intacto en mi monte de venus . Mi mano izquierda se alejaba de mi sexo, rozaba mis piernas, apretaba la piel de mis nalgas. Mmmm , exhalaba jadeos que se resistían a no delatarme.
El aire me faltaba y resulté haciendo un sonido con mi boca, como si chasqueara los labios en fricción con los dientes, como cuando el ser humano recibe malas noticias o recuerda que ha cometido errores. Recordé que debía hacer algo en menos de una hora, así que tuve que detenerme, tragarme todo el deseo que tenía de continuar con aquella actividad furtiva que podría estar mal, pero se siente tan bien. Volví corriendo a casa, deseosa de tomar una ducha relajante. Estaba un poco decepcionada por no haber disfrutado un momento más. La posible nostalgia que causa el recuerdo de un momento agradable suele llevarnos a desear haber disfrutado más de aquel instante, una persona, un lugar, lo que sea; pero todo es una mentira. Todo se disfruta tanto como se puede, se desea más solo porque se pierde. En la noche tendría mi momento íntimo conmigo misma. Solo las sábanas y uno que otro cigarrillo conocerán mi relación con la lascivia.