Hipnotizando a mis cuñadas (4)
Logro retomar el control de una de mis cuñadas pero todavía tengo mucho que recuperar.
Hipnotizando a mis cuñadas (4)
- ¡Sergio, pásame la toalla!, me gritó mi esposa.
- Ya voy – respondí acudiendo con presteza.
Completamente embebido en mi rol de sirviente, ayudé a secar el soberbio cuerpo de mi esposa. Se estaba preparando para ir a cenar con Héctor. Estaba preciosa. Usaría un vestido que le había regalado Enrique. Era de seda negra, ajustado como un guante, con un generoso escote y un corte hasta la cadera. El tipo no era para nada tacaño. Al parecer el ricachón y el hipnotizador se la turnaban cada dos o tres días.
Yo me quedaría en casa, haciendo los deberes y la verdad es que eso me excitaba.
Luego que mi esposa partió, repasé qué me faltaba hacer. Había concluido casi todo. Pero decidí limpiar el baño y cambiar un foco que se había quemado.
Intenté ser cuidadoso pero no me sequé bien las manos y sufrí una descarga eléctrica que me removió el cerebro. Tardé unos minutos en reaccionar y cuando desperté del todo, analicé mi situación.
Era evidente que yo disfrutaba mi nueva posición en el juego del manipulador mental pero ser un sirviente no era agradable por completo. Pero, ¿cómo salir de esa situación? Héctor era poderoso y yo apenas sabía hipnotizar. Sus amigos ricachones lo protegían y ser un cornudo me causaba excitación.
Subí al depa de mis cuñadas. Kelly estaba estudiando y me dejó entrar. Me puse a limpiar su habitación con total naturalidad para que no sospeche que la descarga eléctrica me había sacado temporalmente de mi situación. No lograba recordar la frase hipnótica con la cual dominarla y sospechaba que apenas se dieran cuenta de que yo había escapado al influjo mental, me pondrían bajo su control. O avisaría a Héctor. Es más, me excitaba ser nuevamente esclavo de ellos. Era peor que una droga.
Mientras cavilaba en cómo salir de esa disyuntiva, Kelly recibió la llamada de Ramiro, el otro ricachón. Al parecer estaba en camino. Me dijo que me retirase y yo fingí obedecer. Pero en lugar de salir de su apartamento, me escondí detrás de las cortinas. No tuve que esperar mucho, el gordito tardó menos de cinco minutos en llegar. Kelly lo esperó en bata, sin nada debajo, completamente dispuesta a satisfacerlo.
Para mi beneplácito, Ramiro no era de los que se andan por las ramas. Apenas entró, la cogió de los hombros y le dijo en voz alta: “Duerme, pequeña traviesa”. De inmediato Kelly entró en un profundo trance. La llevó a su habitación donde estuvieron varias horas. Como dejaron la puerta abierta pude ver como el regordete se comía las nalgas de mi cuñada. Pero no me quedé mucho tiempo. Salí sigilosamente de su departamento y esa noche me acosté sabiendo que pronto recuperaría parte de mi poder.
Mi esposa regresó de madrugada. El vestido que había llevado estaba roto pero ella ni cuenta se dio. Se acostó y quedó dormida. Aproveché para espiar en su cartera. Encontré preservativos y un dildo. Al parecer se divertía de lo lindo con Héctor.
Al día siguiente esperé pacientemente hasta que Kelly quedó a solas en su depa. Su hermana Sandra había quedado en una reunión de trabajo y mi esposa Renata atendía sus asuntos en la computadora, en eso recibió una llamada de Enrique y salió apresuradamente sin molestarse en decirme a qué hora regresaría. Con el camino despejado, me deslicé hacia el depa de mis cuñadas y entré con la excusa de seguir con la limpieza.
Kelly estaba con unos shorts que dejaban ver su culito respingón y un polo delgado. No usaba sujetador como era su costumbre. Dejé pasar unos minutos hasta que ella se olvidó de mi presencia.
Cuando ella no tenía ni la menor sospecha de lo que yo iba a hacer, me acerqué por detrás y sin mediar aviso alguno le dije a bocajarro: “Duerme, pequeña traviesa” con voz de mando. El efecto fue inmediato. Quedó inerme sobre el sillón donde estaba estudiando. El libro cayó al suelo. Le di instrucciones precisas de lo que quería hacer y luego la activé.
Me senté a su lado y Kelly me dedicó su más sincera sonrisa. Estaba bajo mi completo dominio.
¿Tienes muchas ganas de hacer el amor, verdad? – le pregunté.
Sí – dijo ella.
Su cuerpo se movió sobre el sillón. Sus piernas se abrieron y cerraron un par de veces, mientras curvaba su pecho dándome un excelente primer plano de su busto. Se notaba claramente sus pezones debajo de la delgada tela de su polito.
Te sientes excitada, muy excitada – le dije.
Excitada – repitió ella.
Muy excitada - insistí
Muy excitada – confirmó ella.
Deseas desfogarte, y para ello me tienes a mí – dije yo.
Sus ojos me miraron con deseo.
- La única forma de apagar tu ardor es hacerme disfrutar a mí. Todo el placer que yo obtenga será reflejado en ti. Sentirás todo lo que yo sienta, y no podrás llegar al orgasmo mientras no lo haga yo.
Kelly comenzó a acariciarse los pechos mientras su respiración se hacía más rápida, mucho más rápida.
- Tienes que hacerme disfrutar a mí si quieres hacerlo tú también. Supongo que sabes lo que quiero decir –dije yo.
Sin decir una palabra, se arrodilló a mis pies mirando ávidamente mi entrepierna. Me bajó la cremallera y me desabrochó los pantalones. Con mucho cuidado, aunque con cierta prisa, sacó mi pene y se lo colocó en la boca. Su saliva era cálida y su lengua comenzó a moverse rítmicamente, siguiendo los compases que marcaba su mano que sujetaba mi miembro viril desde la base. Al mismo tiempo usaba la otra para tocarse sus partes por encima del short. Durante unos segundos me miró a los ojos para comprobar que estaba realizando bien su trabajo, y después volvió a bajar la cabeza para concentrarse en mi goce. Cerré mis ojos y deslicé una de mis manos por el interior de su polo hasta sus pechos. Comencé a acariciarlos distraídamente, jugando con sus pezones, disfrutando tanto del tacto de su cuerpo como del contacto de sus labios con mi pene.
Apenas unos minutos después de iniciar aquel extraordinario juego me sentí sin fuerzas para impedir el orgasmo y comencé a eyacular en su boca. Kelly había sido condenadamente eficaz. Incapaz de contener mis espasmos de placer, parte del semen se deslizó fuera de su boca cayendo sobre su ropa. Con cada convulsión de mi cuerpo, mis manos apretaban más y más sus pechos, hasta el punto de que si no hubiera estado bajo mi control mental probablemente le hubiera causado dolor. Excepto la parte de semen que no había podido contener, se había tragado toda mi eyaculación. Ahora estaba lamiendo los restos que habían escapado de su boca y habían caído sobre mis pantalones y su ropa. No dejó escapar ni una sola gota.
Me quedé asombrado de la cantidad de semen que había salido de mi pene. Nunca antes había tenido una eyaculación tan caudalosa ni tan satisfactoria. Mi cuñadita se había portado bien.
Yo estaba agotado y apenas tenía fuerzas para moverme. Como pude, me acomodé sobre el sofá. Kelly seguía arrodillada en el suelo. Su rostro reflejaba un placer indescriptible. Había realizado muy bien su trabajo, y durante todo el tiempo que yo había disfrutando del orgasmo, tal y como le había ordenado, ella lo estaba disfrutando también. Todavía arrodillada en el suelo, jugaba cariñosamente con mi pene y de cuando en cuando le daba un beso. Había limpiado con la lengua todos los restos de mi semen que habían caído sobre la ropa.
Has hecho un buen trabajo, querida - le dije. Sus ojos me miraron con agradecimiento y devoción.
Quiero que durante toda tu vida recuerdes lo que ha pasado aquí esta noche – continué -. Por tu propia voluntad has decidido hacerme esta increíble mamada. Y el placer que has recibido a cambio ha sido maravilloso.
Ella movió la cabeza asintiendo. Después de esa mamada de campeonato descansé un rato y luego la llevé a la cama para seguir disfrutando de haber reanudado mi control sobre mi cuñada.
El amanecer del día siguiente nos sorprendió a los dos juntos. Ella dormía con su cabeza sobre mi pecho. La aparté suavemente y bajé a mi depa. Para suerte mía, Renata no había regresado aun así que empecé a realizar mis labores como si todavía fuera el sirviente sin cerebro. Mi esposa llegó al rato, le serví el desayuno y luego se acostó a descansar un rato. Como ambos éramos juguetes de hombres adinerados ya no era necesario que fuéramos a trabajar todos los días.
Yo no veía la hora de volver a disfrutar de los melones de mi cuñada Sandra así que di órdenes precisas a Kelly para averiguar su frase hipnótica. Felizmente para mí, Enrique se había encaprichado con ella y se veían casi a diario. Kelly no tuvo más que estar con ellos en el momento preciso y ya entrada la noche me trajo la ansiada frase: “Duerme cortesana salvaje.”
Me faltaba conocer la frase para retomar el control de mi esposa. Pero no se me ocurría cómo poder voltearle la torta al inescrupuloso Héctor.