Hipnotizando a mis cuñadas (3)
Caigo en una trampa urdida por el inescrupuloso hipnotizador y me convierto en un cornudo consentidor.
Hipnotizando a mis cuñadas (3)
Dice en dicho que “tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe”. Por más precauciones que tomó Héctor, yo empecé a darme cuenta de que Renata pasaba demasiado tiempo fuera de casa. La primera vez que pasó una noche fuera aduciendo motivos de trabajo, me pareció raro. Luego hubo otra noche y otra más. El motivo más frecuente era que la habían invitado a una fiesta “solo para mujeres”. Al principio no me extrañaba la situación e inclusive le instaba a ir temprano porque eso me permitía pasar más tiempo a solas con mis cuñadas. Pero después su comportamiento se volvió más sospechoso y su guardarropa de prendas provocativas crecía casi a diario. Los tops, minifaldas y lencería erótica consumían gran parte de nuestro presupuesto y lo más extraño era que casi nunca los usaba conmigo. En casa generalmente usaba ropa vieja que no resaltaba mucho sus curvas.
Mi cornamenta era tamaño industrial cuando decidí encarar al inescrupuloso hipnotizador. Obviamente Héctor lo negó todo y por unos días dejó de ver a mi esposa pero encontró una muy hábil manera de que yo no fuese un obstáculo más en sus planes de dominación. Era evidente que él prefería a mi esposa pero mis dos cuñadas eran un bocadillo que él tampoco estaba dispuesto a despreciar.
Así que un día viernes me convertí en un cornudo consentidor y feliz de lo que ocurría a mi alrededor.
Todo sucedió según Héctor lo había previsto. Ese día estábamos en casa con Renata y Kelly. De pronto y sin que viniera a cuento, Renata empezó a hablar de la hipnosis y de que ella no creía en esas cosas. Yo me reí y le dije que si quería la podía hipnotizar. Ella me dijo que si hipnotizaba a Kelly, ella se dejaría hipnotizar.
Como nunca había manoseado a mi cuñada delante de ella, me excitó la posibilidad de hacerlo así que le pregunté a Kelly si aceptaba. Ella me respondió que no tenía ganas de hacer el ridículo pero aceptaría si yo me dejaba hipnotizar primero.
El pedido me confundió. Nunca habría aceptado ser hipnotizado por Héctor, pero no se me había pasado por la cabeza que uno de mis juguetes sexuales se atreviese a hipnotizarme. Dudaba entre aceptar o no. Tenía curiosidad de saber qué se siente y hasta me daba un poco de morbo estar bajo el control de alguien a quien yo controlaba completamente.
“No le insistas a este cabeza hueca, no es capaz de concentrarse”, dijo mi esposa. Y eso me picó un poco.
“Me concentró mejor que tú, a ver intenta hipnotizarme y verás”, la reté a mi esposa.
Renata se rió y aceptó. Yo ignoraba por completo que Héctor, además de convertirla en su esclava sexual, le había enseñado a hipnotizar con oscuros propósitos que luego explicaré.
Me puse en manos de mi esposa y pronto estuve sumergido en un sueño hipnótico profundo. Ella empezó pidiendo que pusiese mi mente en blanco y luego trajo un péndulo que había comprado días atrás sin que yo sospechase en lo más mínimo en que pensaba usarlo.
Era evidente que había practicado el tono de voz y las maniobras. Su voz era monótona y relajante. Me pidió que mirase el péndulo mientras me repetía las frases que poco a poco me fueron conduciendo a la inconsciencia.
No recuerdo gran cosa de lo ocurrido, solo que al despertar mi esposa y mi cuñada me miraban con ojos maliciosos y yo estaba muy decidido a ver a Héctor para pedirle un gran favor: que me hipnotizase.
Así que ese fin de semana tuve varias sesiones con Héctor. Él me reprogramó de un hombre libidinoso en un sirviente de sus obsesiones sexuales. Felizmente él era heterosexual o yo también habría sido convertido en un objeto del cual disfrutar. Pero fui testigo excepcional de la perversión gradual y absoluta de mis cuñadas y mi esposa.
En mi nuevo rol de cornudo consentidor, seguí a mi esposa y Héctor en una salida al cine, donde la manoseó a su regalado gusto mientras yo los miraba desde un asiento ubicado estratégicamente en la fila de atrás. A la salida fueron a un parque cercano, donde dejó al descubierto los apetitosos senos de mi mujer, subiéndole la blusa para verlos a su completo gusto, mientras los chupaba y acariciaba. Al mismo tiempo restregaba su duro paquete contra la entrepierna de Renata. Las manos del hombre apretaron durante varios minutos las carnosas nalgas de mi esposa. Finalmente ella le hizo una mamada y no paró hasta tragarse su semen. Yo no perdí detalle y la verdad es que lo disfruté muchísimo.
Como he mencionado antes, la hipnosis no transforma a las personas. Toda mi vida quise ser un cornudo y ahora no solo era cornudo sino también estaba feliz de mi nueva situación. Disfrutaba sabiendo que mi mujer era poseía por otro. Además tenía una vena sumisa que no había aflorado hasta el momento. Obedecer a Héctor se convirtió para mí en algo natural.
Al principio yo seguía disfrutando de Sandra y Kelly, pero eso cambió poco después cuando Héctor nos invitó a pasar unos días en la mansión de un amigo millonario. Un tal Enrique que no era tan rico como Creso pero le faltaba poco. El tipo tenía una residencia en el campo donde podríamos pasar unos días alejados del mundanal ruido de la gran ciudad.
Mi esposa y mi cuñada estuvieron preparándose varios días con anticipación para ese paseo por el campo como lo denominaron ellas. Redoblaron sus visitas al gimnasio y su dieta se volvió tan estricta que hasta me afectó a mí que siempre me gustó disfrutar de filetes de carne jugosa, ahora me veía obligado a comer ensaladas y pan integral. Lo que sí no consiguieron obligarme es a correr con ellas. De haber aceptado habría podido escuchar los piropos subidos de tono y ver las caras de pervertido de los hombres al ver a las tres mujeres en ceñidas mallas. Donde sin lugar a dudas resaltaban los melones de Sandra y el delicioso culito de Kelly, además del curvilíneo cuerpo de mi esposa.
Renata estaba más hermosa que nunca. Había llegado a la plena madurez y poseía una figura que cortaba el aliento gracias a las horas que pasaba en el gimnasio, moldeando su cuerpo para el deleite de los varones.
Finalmente llegó el gran día. Ellas se levantaron muy temprano y las ayudé a cargar las maletas en el vehículo. Conduje el auto hasta la residencia de Enrique. Ellas parlotearon sin cesar durante todo el trayecto. La más emocionada era Kelly quien no dejaba de alabar a Héctor. Sandra quería conocer al ricachón y bromeó sobre ligárselo. Renata fingía estar seria pero también soltó un par de comentarios lascivos que yo ignoré.
La residencia estaba a una hora de la ciudad, el lugar era muy agradable, rodeado de árboles pletóricos de hojas que daban una amplia sombra a la vera del camino.
Héctor nos abrió la puerta de la residencia, elogió a las mujeres y me felicitó por traerlas. Acto seguido me mostró la cocina y me indicó qué hacer.
Me sorprendió no encontrar a la servidumbre. En la cocina conocí a Enrique, un hombre de mediana edad con cara de halcón que era el dueño de la mansión y a Ramiro, un hombre regordete y bonachón con mirada pícara. Ambos eran socios de múltiples empresas y millonarios con ganas de disfrutar de placeres caros y extravagantes.
Después de las presentaciones, Héctor me dijo que yo me encargaría de servir las copas, llevar los platos, hacer las llamadas al servicio de delivery para alimentos según lo que me indicasen y otras tareas menudas. En resumen me convertiría en el sirviente de los otros seis invitados. Yo acepté con el mayor gusto. No puse ninguna objeción. Supongo que si me hubieran dicho que use un delantal, lo hubiera hecho pero nadie me lo indicó.
La residencia era amplia y me tomó más de media hora recorrer todas las habitaciones. Héctor presentó a los hombres con mi esposa y mis cuñadas. Luego todos pasaron a la piscina donde las mujeres se lucieron en sucintos bikinis. Enrique y Ramiro babeaban al ver a las tres mujeres exhibiéndose sin pudor. Ya que bajo hipnosis pronto todas se lucieron en topless y poco después al desnudo. Desde el piso superior puede ver que las tres se habían depilado completamente. Era un espectáculo maravilloso. Pero lo que vino después me dejó estupefacto.
Pude notar que Sandra se resistía un poco, a diferencia de Renata y Kelly que se fueron despojando de las partes superiores y luego inferiores de sus bikinis, sin la menor vacilación. En cambio Sandra no lo hizo con la presteza requerida. Pero eso lo solucionó rápidamente Héctor, quien se acercó a ella, le habló al oído unos minutos y luego Sandra se convirtió en una mujer tan colaboradora como sus hermanas.
Héctor sacó botellitas de bronceador de una maleta y les pidió a las tres mujeres que se tendiesen en unas tumbonas. Luego les indicó a los hombres que les esparciesen el bronceador a las chicas.
Enrique como anfitrión eligió a mi esposa, Ramiro se dejó llevar por las apetitosas nalgas de Kelly, así que Héctor se dedicó a mi cuñada Sandra.
Primero les echaron el bronceador en la espalda. Las manos de los hombres iban de la espalda a las nalgas de las mujeres. Ellas se dejaban hacer mientras los manoseos de los hombres iban creciendo de intensidad.
Luego ellas se voltearon y los hombres pudieron masajearles los pechos. Pero eso no quedó ahí, como ellas estaban desnudas, las manos de los hombres fueron bajando a sus pubis y pronto las tres se retorcían de placer bajo las maniobras de los dedos de los hombres. Ellos no se detuvieron hasta que las tres mujeres alcanzaron el orgasmo.
Siguiendo las indicaciones de Héctor, las tres mujeres empezaron a mamar de manera rotativa los penes de los tres hombres. Renata empezó con Enrique y luego con Ramiro para terminar con Héctor. Y luego empezó la rueda de nuevo. De manera simultánea, sus dos hermanas mamaban al que estuviera desocupado. Era un concurso para ver quien lograba hacer que uno de ellos eyaculase. La ganadora fue Kelly quien con sus hábiles maniobras hizo que nuestro anfitrión Enrique terminase primero en su boquita. Luego siguió Renata con Héctor y finalmente Sandra deleitó a Ramiro. Las tres se tragaron el semen y luego regresaron a la piscina, muy contentas de lo ocurrido.
Los dos millonarios se deshicieron en felicitaciones con Héctor, él sonreía satisfecho y les aseguraba que ellas cumplirían sus órdenes sin ninguna resistencia.
Apenas se recuperó, Ramiro llevó a un lado a Kelly y la sodomizó un buen rato. Enrique era medio voyeurista porque se entretuvo acariciando los pechos de Sandra mientras miraba la escena con una copa en la mano.
No requirieron mucho mis servicios esa tarde. Pero cuando se cansaron de sexo empezaron a pedirme cosas. Yo iba de la piscina a la cocina y luego de la terraza a la cocina, casi sin parar. Como no tenía mucha experiencia haciendo esas cosas, me equivocaba con frecuencia y era motivo de chanzas varias, pero no me importaba porque disfrutaba obedeciéndolos. Pronto hasta mis dos cuñadas me pedían que les trajese algo de beber o de comer con total naturalidad, como si yo hubiese sido su sirviente de toda la vida.
Al caer la noche, Héctor se encerró con mi esposa para someterla a sus más pervertidas pasiones. Enrique y Ramiro organizaron una orgía con mis dos cuñadas. Como todo sucedió en la sala, no me perdí detalle. Ambos hombres eran unos verdaderos enfermos para el sexo. Sometieron a mis dos cuñadas de mil maneras. Inclusive hicieron que ellas tuvieran encuentros lésbicos.
Cuando quedaron agotados. Llevé en brazos a mis cuñadas a sus habitaciones. Los hombres durmieron la mona hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Para el almuerzo ya se habían recuperado un poco y continuaron con sus perversiones a las que también se unió mi esposa.
Todo el fin de semana, mientras los hombres disfrutaban de mi esposa y mis cuñadas, yo me la pasaba de un lado a otro, cumpliendo distintas órdenes. Cuando la excitación por lo que veía era demasiado grande, iba al baño y me masturbaba. Luego, más calmado regresaba a donde estaban los demás para seguir cumpliendo mi deber. No penetré ningún orificio en esos días y para ser sincero, era feliz.