Hipnotizando a mis cuñadas (1)
Desde que conocí a Renata, mi futura esposa, quedé encandilado con sus dos hermanas mayores: Sandra y Kelly. Deseé a mis cuñadas durante todos mis años de noviazgo. Aprovechaba los bailes familiares para apachurrarme un poco con ellas y una vez le robé un beso a Sandra. Solo eso.
Hipnotizando a mis cuñadas (1)
Mi nombre es Sergio, un tipo común y corriente. Y debo confesarles que desde que conocí a Renata, mi futura esposa, quedé encandilado con sus dos hermanas mayores: Sandra y Kelly.
Sin duda alguna Renata era la más atractiva de las tres, era la menor, bajita y con un cabello largo y ensortijado. Poseía un aura de sensualidad muy natural. Su hermana Sandra, la mayor, poseía unas lolas enormes, como melones maduros y Kelly era la más alta de las tres, la más delgada y con un culito respingón. Pero era Renata la que más llamaba la atención de los varones por la calle. Y atraía hacia sí los piropos más subidos de tono.
Sin duda alguna, eran tres mujeres suculentas, con cuerpos curvilíneos que ellas se encargaban de resaltar con ropas ceñidas en las reuniones sociales. Aunque Sandra era un poco más recatada pero en casa era frecuente verla con escotes generosos. Kelly era la más recatada para vestir tanto en casa como en la calle y Renata la más atrevida. Recuerdo que lo que me llamó la atención al conocerla fueron las minifaldas que usaba.
Deseé a mis cuñadas durante todos mis años de noviazgo con Renata. Aprovechaba los bailes familiares para apachurrarme un poco con ellas y una vez le robé un beso a Sandra, cuando ambos estábamos bebidos. Nunca mencionamos el tema y pasó al olvido. La boda de Renata fue todo un acontecimiento familiar ya que era la menor de las tres. Se suponía que sería la última en casarse. Las tres hermanas estuvieron muy entretenidas con los preparativos durante semanas hasta que por fin se realizó la gran ceremonia.
Luego de casarnos, nos compramos un depa de estreno en un edificio del norte de la ciudad. El lugar era muy bueno, tanto así que mis cuñadas se animaron a unir sus presupuestos y compraron otro depa en el último piso del edificio. Desde ahí tenían una gran vista de toda la ciudad. Era una buena inversión porque en unos años podían venderlo con pingües ganancias.
Mis dos cuñadas estaban muy contentas de verme como esposo de su hermanita menor, la más engreída. Ambas habían tenido varios novios pero ninguno las había llevado al altar. Me consideraban un tipo muy alegre que siempre las hacía reír y con quien de vez en cuando jugaban de manos, con lo que yo aprovechaba para soltarles un leve pellizco que ellas amenazaban con contarle a su hermana pero nunca lo hicieron. Además que yo no exageraba con esos juegos. Generalmente les pellizcaba solamente la ropa, pero de cuando en cuando me atrevía a cogerles suavemente de la cintura. Aunque me moría de ganas de coger los redondos senos de Sandra o el sabroso culito de Kelly.
Ellas nos visitaban con mucha frecuencia debido a la cercanía de nuestros depas. Cada vez que jugueteaba con ellas, como si fuéramos niños, me ponían en un estado de excitación que solo podía calmar con la masturbación. Es que rozarme con los enormes pechos de Sandra o con el delicioso culito de Kelly eran para hacer pecar a un santo. Y como esta última solía vestir más provocativamente en casa que en la calle, podía ver sus lindas piernas en shortcitos calientes que me provocaban más de un dolor de cabeza.
La verdad es que me moría de ganas de follar con ellas. Muchas noches, mientras tenía una sesión de sexo apasionado con Renata, cerraba mis ojos e imaginaba que quien estaba debajo de mí era la tetona de Sandra o mientras le daba en cuatro, alucinaba que el culito que tenía delante de mí correspondía a Kelly.
Como ya dije al inicio, Renata era la más atractiva de las tres, porque cosa curiosa, si bien Sandra poseía unos senos enormes y redondos, casi no tenía culo. Y Kelly poseía un trasero delicioso pero era casi completamente plana por delante. En cambio Renata era la más proporcionada, con senos medianos y un culo bien formado. Como dije, era ella la que más atraía la atención en las calles. Aunque quizás era por su forma de vestirse, siempre provocativa.
Ignoro hasta cuando hubiera estado en esa situación de desearlas en secreto mientras me masturbaba a solas o me las imaginaba cuando tenía sexo con mi esposa, pero después que cumplimos un año de casados sucedió algo que cambió radicalmente mi situación.
Sandra había tenido relaciones tormentosas y la última fue particularmente dramática. Quedó sumida en depresión y empezó a tomar y fumar más de la cuenta. En una de esas salidas chocó su auto y le suspendieron la licencia. Además el juez la obligó a desintoxicarse. Ella aceptó la sanción y se dedicó a buscar con ahínco un buen centro donde le quitasen el vicio y además la ayudasen con su depresión.
Una tarde llegó a casa muy entusiasmada con información sobre un centro de ayuda psicológica donde podían ayudarla mediante la hipnosis. Al parecer un par de amigos suyos habían superado vicios y traumas infantiles gracias a la hipnosis. Estuvo hablando del tema durante varios días antes de animarse a ir y empezar con las sesiones.
Como el lugar quedaba atravesando la ciudad y tanto mi esposa como Kelly estaban ocupadas por las tardes mientras yo estaba libre porque solo trabajaba en las mañanas, quedé elegido como su acompañante y chofer oficial. Al principio me enfadé un poco porque en las tardes yo me dedicaba a practicar basketball y natación, con mis amigos. O amigotes como le decía Renata, yo no bebía mucho pero me agradaba salir con los muchachos. Porque Renata estaba más dedicada a su trabajo y empezó a descuidar su figura y sus deberes en la cama. Así que la compañía de mis amigos me permitía superar esos momentos de crisis en mi matrimonio que yo suponía mejoraría en unos meses.
En la primera sesión que acompañé a Sandra, conocí al hipnoterapeuta, un individuo de mi edad llamado Héctor. Delante de mí hipnotizó a mi cuñada y empezó con la terapia para subirle la autoestima. Me explicó que ese era el inicio. No supo decirme si bastaría con unas cuantas sesiones o sería necesario un largo tratamiento. Pero me indicó que yo podía estar presente o esperar en la salita acondicionada para que los familiares pasen el tiempo mientras duraban las sesiones de los pacientes.
La sesión duraba habitualmente una hora que yo aprovechaba para ver televisión o leer una revista en la sala de espera. Generalmente el lugar estaba repleto, porque el centro tenía bastante demanda. Pero a veces nos asignaban el último turno y entonces esperaba prácticamente solo porque hasta el personal de apoyo se retiraba a las 7:00 p.m. quedando solamente los hipnoterapeutas con los pacientes para la última sesión.
Me llamó la atención que cuando nos citaban entre 3:00 y 6:00 p.m. la sesión duraba una hora exacta. Pero si la sesión empezaba a las 7:00 solía prolongarse por 15 minutos o hasta media hora más de lo habitual. Generalmente yo esperaba pacientemente pero un viernes había quedado con unos amigos para reunirnos a las 9:00 p.m y solíamos ser puntuales. Entre llevar a Sandra de regreso a casa y luego salir nuevamente, iba a llegar tarde así que me acerqué al consultorio donde estaban Héctor y mi cuñada, con la intención de tocar la puerta para preguntar si ya podíamos retirarnos.
La puerta del consultorio tenía una pequeña ventanita desde donde podía mirar sin ser visto. No tenía planeado espiar pero me ganó la curiosidad, así que antes de tocar la puerta decidí observar unos minutos. Mi cuñada estaba sentada cómodamente en un sillón especial donde podía reclinarse casi como una cama. Estaba quieta y según pude apreciar, completamente dormida. Héctor caminaba a su alrededor hablándole, como parte de la terapia. De cuando en cuando ella respondía. No podía escuchar pero tenía una vista completa de la habitación. Como estaba al final del pasillo podía espiar sin el temor de ser descubierto.
Iba a tocar la puerta para preguntarle cuando podíamos retirarnos cuando el pícaro terapeuta se acercó a mi cuñada y con toda la confianza del mundo empezó a manosearle las tetas. Lo hacía con tanta naturalidad que deduje de inmediato que no era la primera vez que lo hacía. En ese momento me percaté de un detalle. Si bien Sandra no era ninguna cucufata y de vez en cuando salía a la calle con un escote infartante, eso lo solía hacer cuando tenía una reunión o un evento especial. A las primeras sesiones de hipnosis había acudido con ropa normal pero después solía usar ropa más escotada de lo habitual. Lo mismo con las faldas. Generalmente ella usaba pantalón, pero para las sesiones solía usar falda o un vestido. Claro que yo me alegraba y en alguna oportunidad pensé que lo hacía como agradecimiento silencioso por acompañarla pero en ese momento reparé en que probablemente ese cambio de vestuario seguía a alguna orden posthipnótica del malicioso hipnotizador.
El tipo tenía ambas manos sobre esos melones con los cuales yo soñaba casi todas las noches. Estuvo así unos minutos y luego con toda desfachatez le acomodó la ropa y volvió a su rutina de caminar a su alrededor. Cinco minutos después la despertó.
Regresé a la sala de espera y vi salir a Sandra, muy sonriente. Me despedí de Héctor con un fuerte apretón para poder captar un poquito de la esencia de los bellos senos de mi cuñada.
En el camino de regreso le pregunté a Sandra como se sentía y que recordaba de las sesiones. Ella me dijo que estaba progresando muchísimo. Su depresión prácticamente había desaparecido y no tenía la menor intención de probar una copa de vino en su vida pero todavía tenía problemas con el cigarrillo y Héctor le había dicho que la nicotina tenía un fuerte poder adictivo que hacía alargar las sesiones. Pero le había dicho que como era clienta habitual, podía dejarle dos sesiones al precio de una si continuaba yendo por tres meses más. Noté que siempre que hablaba de él tenía un tono de voz distinto. El muy canalla la estaba cambiando a su antojo.
Todo el fin de semana pensé en cómo sacar provecho de esa situación. Finalmente decidí colocar una cámara espía en la cartera de mi cuñada sin que ella lo supiese. Entré con ella a la sesión para colocar la cartera en el lugar más adecuado, con vista de toda la habitación y luego salí diciendo que prefería esperar afuera.
Hice bien en usar la cámara espía porque esta vez la ventanita del consultorio había sido cuidadosamente sellada con papel desde adentro. Después me enteré la razón de ese pequeño pero importante cambio.
Después de la sesión, regresé con Sandra al edificio. Esperé pacientemente para llegar a casa y pude ver el video. La sesión entera duraba una hora y 18 minutos. El 80% del tiempo era aburrido porque era una sesión normal, pero los últimos minutos eran sabrosos.
En el video pude observar cómo Héctor empezó tocándole a Sandra sus ricas tetas por encima de la ropa. Usó una mano y luego la otra. Además le empezó a hacerle preguntas bastante íntimas. Mi cuñada parecía ser mucho más cucufata en la cama que mi esposa Renata. Después pude averiguar más y corroborarlo yo mismo.
Esta vez Sandra había ido con un vestido que tenía un escote discreto pero evidente. Héctor deslizó sus manos por debajo de la ropa, acariciando con deleite los voluptuosos pechos de mi cuñada. Los estrujaba con un intenso placer reflejado en su rostro, el video capturó muy bien esa cara de degenerado que babeaba con su inerme víctima. Y es que el sujetador de mi cuñada apenas lograba contener esos senos maravillosos.
No contento con eso, Héctor le subió el vestido para dejar ver una lencería muy excitante que ella no solía usar. Ya que más de una vez le había visto usando unos calzones de abuelita, más conocidos como matapasiones en mi país. Otra prueba de que el hipnotizador estaba moldeando la mente de mi cuñada.
Gracias al video pude ver como extraía los senos por encima del escote, una tras otro. Pude apreciar los grandes pezones de Sandra, color chocolate. Eran espléndidos, como gruesos botones que llamaba poderosamente la atención. Con los ojos desorbitados vi como empezaba a chuparlos, hundiendo su cabeza entre los senos de mi cuñada. Y no contento con eso, su mano derecha se hundió por debajo de la braguita, hurgando dentro de su vagina.
Vi como se masturbaba con la mano izquierda. Cuando eyaculó, se detuvo para limpiar el consultorio. Le acomodó la ropa a Sandra y le dijo que olvidara todo lo ocurrido durante la sesión a excepción de lo concerniente a la curación de su adicción a la nicotina.
Luego la despertó pero antes de hacerlo le dijo que recordara una frase que la haría caer en estado hipnótico apenas la escuchase. Era la “frase-gatillo” o “ancla” que la haría sumergirse en un profundo estado hipnótico. Esa frase era: “duerme muñeca adorada”, se la repitió varias veces y ella misma la repitió antes de despertar.
Posteriormente de salir del trance, Sandra estaba muy sonriente, tranquila y feliz, sin recordar nada de lo que le había hecho el inescrupuloso hipnotizador.
Cuando acabé de ver el video, yo estaba empalmado. Tuve que masturbarme para tranquilizarme y luego empecé a maquinar la forma de sacar provecho de esa situación.
Durante los días siguientes busqué la ocasión propicia de quedar a solas con Sandra para hacer uso de la frase que la sumiría en el estado hipnótico. Esa oportunidad se presentó tres noches después cuando mi cuñada me llamó a ayudarle a cambiar un foco en su depa. Me dijo que Kelly había ido a una fiesta y no regresaría hasta la madrugada. Como mi esposa regresaría todavía bien entrada la noche pues tenía pensado ir al cine con unas amigas, disponía de un par de horas para “jugar” con Sandra.
Cambié el foco con presteza y luego empecé a conversarle de cualquier cosa. Ella estaba lavando los platos y me ofrecí a ayudarla. Yo estaba un poco nervioso pues no sabía si la frase funcionaría de la forma que yo esperaba. Los minutos pasaban y los platos estaban todos bien lavados. Cuando ella estaba secándose las manos con una toalla de papel, le dije la frase pronunciando cada palabra con lentitud.
El efecto fue extraño. Ella se quedó rígida, mirándome como si yo fuera transparente, sus ojos se pusieron vidriosos. No se me ocurrió otra cosa que repetir la frase “duerme muñeca adorada”. Y esta vez ella cerró los ojos, dejó caer las manos, la toalla de papel cayó al suelo. Suspiró ruidosamente y su cuerpo se relajó, pero permaneció de pie. Pude ver que sus ojos se movían dentro de sus órbitas detrás de sus párpados cerrados. Se balanceaba ligeramente.
Hice que se siente en una silla y empecé a manosearle los pechos. Lo hice con cuidado, para evitar que saliera bruscamente del trance hipnótico. Apreté sus deliciosos melones de carne por encima de la ropa. Estaba con pantalón así que sólo le acaricie los muslos y me dediqué casi completamente a sus senos. Le hice un par de preguntas íntimas pero me respondió con monosílabos. Mi inexperiencia y mis nervios me impidieron avanzar más en esa oportunidad.
Estuve manoseándole los senos casi una hora. Al cabo de todo ese tiempo me masturbé delante de ella y luego la desperté diciéndole que no recordaría nada de lo ocurrido y recordándole la frase para volver a hipnotizarla cuando yo quisiera.
Esa noche intenté tener relaciones con Renata pero la muy cretina me dijo que estaba muy cansada así que tuve que masturbarme nuevamente para conciliar el sueño mientras recordaba la suavidad turgente de los voluminosos pechos de Sandra.
Para suerte mía, a los pocos días Kelly viajó fuera de la ciudad durante dos semanas, lo que me permitió quedar a solas muchísimas veces con Sandra. Ni corto ni perezoso fui ganando confianza con sucesivas sesiones hasta lograr que ella hiciera cosas de buena gana para mí.
De inicio, logré que dejara de ir a las sesiones con Héctor. El tipo no quedó muy contento con esa decisión pero intervine yo diciéndole muy discretamente que tenía un video comprometedor. Él reaccionó con presteza diciendo que comprendía la situación y me dijo que podía conversar con él cuando yo quisiera. El muy desgraciado hasta me guió un ojo.
Durante las tardes, quedaba a solas en su depa con Sandra y conseguí que me mostrara al desnudo sus espléndidas tetas. Los estrujaba con infinito placer gozando de esas colinas que habían estado prohibidas hasta el momento para mí. Logré chuparle los pezones durante horas mientras me masturbaba una y otra vez. No me cansaba de lamerlos.
Posteriormente hice lo mismo con su deliciosa vagina. Saboreaba sus jugos con sumo deleite. Todavía no me atrevía a penetrarla porque no había visto eso en el video con Héctor y no quería perder ese maravilloso juguete que tenía entre manos.
Asimismo, logré hacerle preguntas íntimas y me contó de todas sus aventuras sexuales. Descubrí que era más cucufata de lo que yo había pensado. Casi no había hecho sexo oral y menos anal. A sus treintantos años, no gozaba del sexo a plenitud. Desconociendo muchas de las variaciones del ring de las cuatro perillas.
Cada noche, mientras dormía a espaldas de mi esposa, pensaba en como explotar más a esa inagotable fuente de fantasías. Mi otra cuñada regresaría pronto de viaje así que debía idear una forma para seguir progresando en la posesión de Sandra. Y quizás ampliar mi gama de juguetes.
Después de darle muchas vueltas al asunto decidí conversar nuevamente con Héctor, el inescrupuloso hipnoterapeuta. Le mostré el video y le dije que debía enseñarme no sólo controlar mejor a Sandra sino también a hipnotizar a otras mujeres.
El tipo estuvo medio dubitativo pero finalmente aceptó mis condiciones. No quería perder su licencia e ir preso. Además que él había averiguado, en las primeras sesiones con Sandra, cosa que yo ignoraba, que sus dos hermanas eran mucho más ardientes y promiscuas de lo que yo imaginaba.
Kelly regresó de viaje y ya no pude continuar con las sesiones en su depa. Pero Héctor me prestó uno de sus consultorios para seguir con las sesiones privadas.
Siguiendo órdenes posthipnóticas. Sandra empezó a acudir al gimnasio. Y convenció a sus hermanas a que la acompañaran de vez en cuando. Y también empezó a convencerlas de que fueran a las sesiones de hipnosis.
Una vez de regreso a las sesiones. Héctor hizo que la propia Sandra me contase que ella era conservadora en el sexo pero sus dos hermanas habían tenido una vida sexual muy activa desde adolescentes y ella como hermana mayor había intentado corregirlas hablándoles y con el ejemplo, pero no lo había logrado. Sus dos hermanas siempre habían tenido a multitud de pretendientes alrededor de ellas mientras Sandra se dedicaba a los estudios.
Héctor me dijo que lo que yo necesitaba para satisfacer mis ansias de poseerla era lograr que ella fuera más liberal. Y el medio de lograrlo era que fuese un poco más promiscua. Como estaba yendo al gimnasio ahí encontraría a muchos varones dispuestos a llevarla a la cama y hacerla descubrir las múltiples formas del sexo.
Siguiendo órdenes posthipnóticas, Sandra se enredó con uno de los instructores y con uno de los asiduos visitantes del gimnasio. Previamente ella nos había dicho como le gustaban los hombres, lo cual utilizamos para que ella misma escogiese a sus amantes. Pasó con cada uno de ellos un fin de semana completo, con todo pagado. Allí se dejó hacer de todo, gracias a las minuciosas órdenes posthipnóticas que el habilidoso Héctor le implantó en su cerebro. Así mi cucufata cuñada fue entrenada por dos faunos en las artes del sexo. Quedando expedita para que yo gozase de ella con total libertad.