Hipnotizando a mi jefa y sabiendo sus fantasías

Consigo hipnotizar a mi jefa y sacar a la luz sus oscuras fantasías. Una de sus fantasías es ser una sumisa así que en eso la convierto.

Atención, este relato incluye:

Dominación, hipnosis, sexo anal, lluvia dorada, azotes y castigos, humillación.

Y me planté en la puerta de su casa, una de estas casas de diseño, de lujo, mucho lujo. Mi jefa tiene buen gusto la cabrona, y pasta a espuertas para permitírselo. Es una jodida tirana en la oficina de la fábrica pero sé algunas cosas sobre ella.

Son solo una palabra y unos gestos y con eso podré, —lo he probado ya— tenerla dónde y como quiera.

Se abre la puerta. Aparece ella con la misma falda de tubo, la camisa blanca que está tensa en la parte de los pechos, contendiéndolos a duras penas —¿qué estaría haciendo? No lleva sujetador. Ahora lo sabré— y me mira desde lo alto de sus zapatos de tacón y desde sus sojuzgantes gafas de montura de pasta negra, acabadas en punta, como una profesora de los años 50 o 60, asquerosamente caras y de moda.

Antes de que su arrogante ceja acabe de alcanzar la mitad de su frente y le dé un tirón muscular chasqueo dos veces los dedos y murmuro: «Barzabel», y vuelvo a chasquear una vez los dedos.

Su mirada se vuelve turbia, me mira fijamente y sus pupilas se dilatan al momento, para después bajar la cabeza y empezar a respirar rápido. Pasado ese momento de confusión en su cerebro, murmuro otra palabra «Seraphim» y chasqueo una vez. Entonces me mira y su cuerpo se relaja al momento. Parece que esta mierda de la hipnosis funciona. Y más si después de toda esta preparación no solo no la obligo a nada sino que lo que hago es sacar lo que ella ya lleva dentro, deshaciendo sus inhibiciones y dejando a la vista y sin barreras sus deseos más oscuros y sucios. Colarme en la consulta de su hipnoterapeuta fue un acierto.

La encontré allí por casualidad, yo voy al psicólogo de dos puertas más allá. No tardé nada en ver la rutina y esperé un momento en el que el argentino no estaba para entrar y encontrar su registro. Vale es un delito. Pero a mí me valió la pena. Y posiblemente a ella también.

[SONIDO DE LA GRABADORA ENCENDIÉNDOSE]

Dr. Cavelli: Y ahora retomemos la sesión anterior, Lidia. Está en la misma situación con su ex novio, Martín, y él le propone que vayan a la cama pero usted siente una inhibición por hacerlo. ¿Por qué? ¿Qué hay detrás de ese reparo?

Lidia Fontevila: Deseo.

Dr. Cavelli: ¿Qué es lo que desea? ¿Otra cosa? ¿Tiene algún otro recuerdo debajo que se lo impida?

Lidia Fontevila: No. Deseo. Deseo otra cosa. Que no sea tan bueno. Necesito otra cosa. El sexo con él es bueno. Pero no lo que necesito.

Dr. Cavelli: Siga. ¿Qué necesita?

Lidia Fontevila: Que me obligue. Que no sea tan bueno. Como Luis. En la casa de los abuelos.

Dr. Cavelli: Vayamos a la casa de los abuelos. ¿Cuántos años tiene? ¿Con quién está?

Lidia Fontevila: Estoy con Luis. Luis es mi amigo. Del instituto.

Es escucha la respiración agitada de Lidia.

Dr. Cavelli: Lidia, esté tranquila. Todo va bien y nadie puede hacerle daño. ¿Qué sucede?

Lidia Fontevila: Perdí una apuesta. Y tuve que hacer todo lo que él me pidiera. Me enseñaron a cumplir mis promesas. Y me gustaba. Me pone un collar de perro. Me hace ladrar. Me desnuda. Y hacemos cosas, muchas cosas. Y nunca me llama por mi nombre cuando llevo el collar. Me llama Blanca. Como su perra. Eso me gusta. Ser una perra. Estar así, a sus órdenes. De todo lo que él me pida. Pero Martín nunca hará eso. Es muy… blandito.

[CORTE DE LA GRABACIÓN]

¿Entendéis? Pues eso. Tardé un poco, pero al final aprendí los fundamentos de la hipnosis y pude intervenir. Planté las órdenes en su mente y ahora, en la puerta de su carísima casa, le levanto la barbilla para que me mire.

—Hola Blanca.

—Hola… Amo.

—¿Quién eres?

—Soy una perra. Tu perra y tu sometida. Por favor… úsame.

Las palabras aún le cuestan un poco. Hay algunas barreras aun así. Pero como es algo tan implantado y es algo que realmente surge de ella las barreras acaban desapareciendo.

—Orden tres. Adopta tu forma de esclava —le digo. Todo está debidamente codificado.

Al momento se desnuda. Sus pesadas y grandes tetas quedan al aire, ahí, en la puerta abierta de su casa y sus grandes pezones de un color casi morado, se endurecen al momento. Se baja la falda. No lleva ropa interior, solo le quedan las medias puestas cuando se baja de sus taconazos. Veo sus pies, bonitos, con las uñas lacadas en morado, debajo de las medias grises. Se lleva las manos a la espalda, cogiéndose los codos, abre las piernas y veo algo que cuelga de su entrepierna, un hilo blanco. No es el de un tampón.

—¿Qué estabas haciendo, perra?

Cuando digo la palabra perra respira profundamente y se excita.

—Masturbarme, Amo.

—Abre más las piernas. Déjame ver. Cuéntame qué has hecho.

Me acerco a ella, tengo un fuerte deseo de cogerle las tetas, de chupar y morder esos pezones, de hacerle de todo, pero estoy al mando, no debo perder el control. Mi dedo índice derecho se enreda en el hilo tras bajar suavemente por su pubis y abrir sus labios, rozar con exigencia el clítoris y entonces, tiro. Noto oposición. Tiro más fuerte y ella gime. Saco las dos bolas chinas, negras, de silicona médica. De diseño. Caro todo. Como ella. Las levanto y las pongo a la altura de su cara.

—¿Te masturbabas con esto, perra? —le vuelvo a preguntar.

—Sí.

—¿En qué pensabas? —le pregunto.

Calla, baja la cabeza. Aun no obedece al 100%. Mejor. Me gusta así.

—Responde.

Tarda unos segundos en hacerlo.

—Llegué a casa, me puse una copa de vino. He visto a alguien atractivo en el trabajo y me he puesto cachonda. Así que con la copa en la mano he ido al sofá tras coger unas bolas chinas. Me las he metido en el coño y me he empezado a masturbar. Pensaba en que alguien entraba en mi despacho y me obligaba a servirle. Me usaba, me hacía ir de rodillas y desnudarme. Me ponía un collar y me follaba por el culo en mi propio escritorio.

—¿Con la puerta abierta o cerrada?

—A… abierta. Me humillaba…

—¿Y eso te pone, perra?

Asiente.

—Mucho.

—Bueno, veremos qué podemos hacer. A cuatro patas y entra en casa. Vamos a divertirnos. Enséñame tu casa y dime dónde cómo has follado en ella. Lo que más te gustó en cada momento.

Me enseña la entrada. Es la primera vez que me siento con suficiente confianza como para ir. «Un tipo que conocí en un bar me folló contra la pared. Me cogió en brazos y me la metió del tirón sin condón ni nada. Me corrí tres veces. Me asusté después. No me contagió nada. Pero estaba buenísimo. Luego me folló en el suelo, por detrás, cogiéndome del pelo y tirando cada vez que me la metía fuerte; se corrió en mi espalda y lo que quedó en el suelo me obligó a lamerlo mientras me azotaba el culo».

El salón, grande amplio, de colores oscuros, un sofá crema con chaise longue y un gran paisaje de las montañas tras los ventanales del suelo al techo.

«Aquí follé con mi mejor amiga. Me puse un strapon doble y la penetré. Nos corrimos muchas veces. Me hubiera gustado eyacular para hacerlo en sus tetas y su cara. Es el mejor coño que me he comido».

—¿También le gusta la perversión y los juegos de poder? —le pregunto.

—Sí, Amo. Le gusta. Le pone mucho que la aten y le pongan vendas en los ojos. Esposada y vendada me comió el coño —le tiembla la voz, excitada, al recordarlo.

—¿Qué más? Me ocultas algo.

Duda unos segundos. Le obligo a confesarlo de rodillas ante mí en esa parte de la casa, masturbándose. Hay un temblor excitado en su voz.

—Me meé en ella. Y nos gustó.

—¿Dónde está ella ahora? —le pregunto.

—En su casa supongo. O de viaje.

—Tomaré nota. A lo mejor os esclavizo a las dos juntas. Tendrás que seducirla para hacerla tu perra compañera de juegos.

Siento que se excita aún más. El ruido húmedo de sus dedos entre su coño encharcado así lo confirma.

Me cuenta que le comieron el coño en la isla de la cocina, y que folló con dos hombres a la vez allí mismo, uno por detrás mientras se la comía al otro.

La biblioteca. Con nadie allí. Veo todos esos libros, esos sofás y los grandes ventanales. Solo se ha masturbado allí, pero con casi todos sus juguetes. A veces se ha orinado en el suelo. ¿Por qué? Porque siente una extraña atracción a hacerlo en sitios prohibidos.

—¿Te has tocado después de mear?

—Lo hago mucho, Amo. Me toco mucho después de mear… y luego me lamo los dedos…

Vaya, vaya lo que oculta la jefa…

—Eres una puerca pervertida…

—Sí, Amo, lo soy.

—¿Te gustaría que me meara encima de ti, en tu boca, en tus tetas?

Gime estranguladamente, casi no puede hablar. Sus dedos se mueven totalmente alocados y la humedad es enorme, ha empezado a gotear en el suelo.

—Sí, oh, joder, sí… por favor… me… encantaría…

—Tendrás que ganártelo —le digo.

Gruñido de frustración. Tiene prohibido correrse y a veces deja de masturbarse en círculos y atrapa su clítoris palpitante entre dos dedos para bajar la excitación y no correrse.

Recordaba varias cosas y todas hacían que se excitara y me excitan a mí, conforme seguimos deambulando por la casa. Reviso sus bajos, pasando mis dedos por su coño y está empapadísima. Los llevo hasta su boca y los lame.

—Me gusta el sabor de mi coño, Amo —me responde cuando le pregunto.

—Eres muy, muy cerda.

—Sí. Soy una esclava cerda —me dice.

De nuevo confiesa más de lo que le pregunto. Sus deseos de ser esclava. Me fascina.

La habitación. Pierde la cuenta. Tríos, lesbianismo, una pequeña orgía y mucho sexo con desconocidos. En el baño igual.

La chimenea estaba encendida y Lidia, de rodillas espera, desnuda, mi orden. Yo estoy empalmadísimo y después del repaso que hemos hecho por su casa ella está lubricando como si se fuera a deshidratar de forma grave. La parte pervertida y sumisa ha emergido sobre la mandona jefa de emporio y la capitanea.

Le doy permiso y se acerca. No me la va a chupar. Esto no va de eso. O solo de eso. Voy a follarme su boca, tratando de despojarla de todo poder sobre esos actos para hacerla sentir más usada, que es lo que le excita. Se acerca y me lame los huevos, los huevos de un trabajador a sus órdenes que ahora está en una posición mucho más alta que ella: ella solo es la esclava, yo soy quien la domina y quien determina lo que podrá o no hacer, al menos durante el rato que esté aquí.

Cierra los ojos cuando se mete mi polla en la boca. La chupa de vicio como siempre supuse de ella, con esos labios siempre perfectamente pintados en mate. Y mientras me la chupa, tras meterle despacio el glande totalmente empapado, mientras me llena de saliva todo el tronco y la recorre con la lengua de arriba abajo solo para volver a intentar metérsela entera, le doy más instrucciones que implanto subliminalmente con una voz grave, calmada y varios chasquidos al lado de sus oídos.

Escucho el sonido de su boca y la de la saliva chorreando de sus labios, sus gorgoteos. Me pongo de pie y le cojo el pelo. Ella gime, y empiezo a irrumarla, a follarle la boca hasta correrme en ella con la punta bien presionada contra su garganta.

—Traga.

Escucho su garganta gorgotear mientras mi semen se desliza en su interior.

Finalmente la saco de su boca y ella toma grandes bocanadas de aire. De sus labios penden hilos de saliva espesa y transparente de todo lo que ha babeado al chupármela.

—Gracias Amo, por correrte en mi boca.

Por toda respuesta le doy una bofetada que hace que hipe y tome aire. Sus pechos suben.

—Necesito correrme, Amo. Me has usado y estoy muy cachonda y húmeda, como una puta perra…

Vaya con las deshinibiciones de la hipnosis…

—Aún no.

Son las once de la noche. Sus muñecas están atadas de una alta viga de su casa de lujo, en la biblioteca. Desnuda, solo la punta de sus deliciosos dedos de los pies apoyadas en el suelo. Uno de los floggers (esos gatos de varias colas para azotar) que he traído vuelan en el aire y se estrellan contra su culo, ya bastante rojo. Le he metido un plug de bastante buen tamaño que la ha hecho gritar tras confesar que necesitaba correrse por el culo y denegarle el permiso para hacerlo mientras su ano palpitaba, como dando bocanadas, deseando tragar más y más.

—Por favor —murmuró—. Me estás usando y eso excita mucho a esta perra… por favor…

—No.

Llevo un buen rato torturándola, azotándola. Le he colocado unas pinzas en los pezones que la muerden sin piedad y su coño chorrea. Doy la vuelta. La azoto envolviendo las largas golas alrededor de las caderas para que las puntas del flogger lleguen y muerdan su culo. Ella gime.

—Dos… dos pollas en mi culo —confiesa.

Cada azote que le doy va seguido una confesión suya.

Otro azote.

—La lengua de una mujer muy dentro de mi coño… —jadea. La cabeza cae hacia atrás.

—Te he dicho que no puedes correrte, perra.

—Yyyyiiiiih… —es todo lo que sale de su garganta, de pura frustración. Los dedos de sus pies se arrugan.

Otro azote.

—Una polla en cada orificio de mi cuerpo… —suspira y gime a la vez.

Otro azote.

—El semen de diez hombres sobre mis tetas y tenerlas que limpiar mientras ellos se preparan para volver a usarme…

Otro azote, esta vez más fuerte.

—Comerme el coño de una mujer y que me eyacule en la cara… —gemido. Cada confesión le exige concentración y sacar todo lo que ha estado guardando en su interior bajo capas de represión consciente.

Otro azote.

—Llegar a casa, desnudarme y colocarme el collar para servir a mi Amo. No pensar. Ser solo una perra.

Otro azote.

—Que mi Amo me use donde quiera: chupársela en un restaurante mientras todos me miran y piensan en lo guarra y perra que soy.

Otro azote.

—Vivir como una esclava, usada todos los días, alquilada, cedida, puta y diosa de otros, pero perra de mi Amo.

Cada vez se me pone más dura. Así que decido usarla finalmente.

Suelto la cuerda que la ata en alto y cae de rodillas, cansada pero muy excitada. Le arde el culo, la espalda y las tetas, amoratadas por los azotes que ha recibido.

—Gracias por azotar a tu perra.

La pongo en posición llevándola del pelo, cosa que la hace gemir otra vez. Sus tetas se bambolean, los pezones endurecidos y mordidos por las pinzas japonesas que lleva. La cadena que las une se arrastra por el suelo mientras ella camina. Veo su culo taladrado por el plug que le he metido (que ella misma tenía escondido en su habitación y me ha confesado que tenía y a veces usaba solo para llevarlo en casa y sentirlo apuñalándole las nalgas y el ano).

La subo a su cama y la dejo a cuatro patas.

—Ofrece, como le hiciste a Luis —le ordeno.

Ella se apoya en la cama y separa los muslos y las nalgas para que le vea bien los orificios, húmedos, enrojecidos y palpitantes.

—Has ganado y seré tu perra y tu esclava hasta mañana. Fóllate mi coño y mi culo Luis —repite, sacándolo de su memoria—. Pero no se lo digas a mamá ni al tío Tomás…

—Tu trabajador va a follarte ahora, Lidia, porque se lo has pedido… ¿Cómo te sientes? —le digo mientras enristro mi polla y la pongo en la entrada de su coño, presionando suavemente.

—Yo… su… sucia…

«Puta clasista» pienso para mí. Pues toma lucha de clases.

La penetro entero y sin poderlo evitar se corre del tirón. Siento su coño palpitando alrededor de mi polla con calambres y espasmos. Grita y chilla mientras se corre y pega la cara al edredón. Me aparto ligeramente y veo mi polla, venosa, clavada hasta el fondo y cómo su culo se abre y cierra como un pez intentando tomar agua, una vez que le he sacado el plug. Le meto dos dedos y ella vuelve a correrse. Se sentirá sucia pero se corre como un animal.

El plaf plaf plaf de mis caderas chocando contra sus nalgas llena la habitación. Al rato cambio de agujero. No voy a pasar la oportunidad de dar por culo, literalmente, a mi jefa.

Le doy la vuelta cuando voy a estallar, ella queda bocarriba, respirando rápido. Se ha corrido por el culo y no deja de tocarse como una loca. Aquí ya ni prohibiciones ni nada, está desatadísima.

Tiro de la cadena que tira a su vez de los pezones con maldad y entonces me corro en sus tetas. Ella hunde una vez más los dedos en su coño y se corre otra vez.

Le meto la polla en la boca para que chupe y me la limpie, cosa que hace con gusto y los ojos cerrados.

Vamos finalmente a asearnos a su lujosa ducha. El agua caliente y el vapor nos rodean. En un momento la pongo de rodillas con una orden seca. Ella lo hace, volviendo a excitarse. Es entonces cuando me cojo la polla, la apunto hacia ella y dejo salir todo el chorro. Orino sobre ella y del fondo le sale una carcajada, abriendo la boca. Abre más las piernas y su mano se lanza a masturbarse para correrse antes de que acabe de mear. No puede evitarlo y mientras acaba de tocarse, se mea también en la ducha, metiéndose mi polla en la boca.

Ha sido tan raro como jodidamente excitante. Tendremos que repetirlo, por ejemplo meándome en ella en la puerta de su casa antes de entrar, sobre su ropa. Me mira y sus pupilas se dilatan de puro deseo mientras gime un «sí, por favor».

Acabamos la ducha y vamos hasta su dormitorio. Yo caminando, ella, de rodillas como una perra.

—Buena chica, Blanca, buena perra. Ahora, duerme —chasqueo los dedos—. Satariel —otro chasquido.

Y se queda dormida.

Me visto con calma y me voy, recogiendo la parafernalia y mi ropa, pero dejándole un mensaje: cuando despierte verá que he escrito sobre su cuerpo «Soy una puta perra sumisa», «Méame encima» y «Mis agujeros siempre tienen hambre», en distintas partes. La orden implantada en su mente hará que no pueda borrárselo así que cada vez que se mire en el espejo se sentirá tan humillada como excitada.

Estoy hipnotizando a mi jefa y me la estoy follando, y esto no ha hecho sino empezar…