Hipnotizando a Diana (2)
Esa noche durmió poco, lo sucedido en la tarde le impedía conciliar el sueño. Descalza y vestida solo con el camisón, fue a la cocina a tomar un poco de agua. La penumbra de la casa provocaba hacer cosas prohibidas.
Hipnotizando a Diana (2)
De regreso a casa, Diana trató de recordar lo sucedido en la tarde. Sus recuerdos estaban fragmentados. Recordaba haber sido conducida a una habitación donde la sometieron a diversos tests. La voz de Alejandro invadía todo su cerebro y le proporcionaba un placer muy especial.
Lo poco que recordaba es que él se había conducido como todo un caballero. En varios momentos había estado muy cerca de ella y había podido oler la fragancia de su perfume. Una mezcla de cuero y sándalo. Era muy varonil. Eso la excitaba sobremanera. No podía evitar humedecerse un poco al revivir esos momentos.
La habían citado para la próxima semana y ya estaba impaciente por regresar. Quizás podía llamar y decir que podía hacer turnos adicionales. Pero por lo que había visto, Alejandro no era el único hipnotizador. Inclusive había visto un par de mujeres dentro de las personas que hacían las pruebas. No sabía si llamar y preguntar o serían ellos quienes decidían con cuál de los evaluadores pasaban los voluntarios. Se moría de vergüenza solo de pensar en que le asignarían a otro hipnotizador.
Se sentía como un conejillo de indias. Había firmado innumerables formatos de aceptación para los experimentos a los que iba a ser sometida. Varios de esos documentos parecían elaborados por abogados expertos pues eran muy minuciosos. Ella no se molestó en leerlos, solo fingió que lo hacía mientras pensaba en Alejandro. Firmó todos sin dudar.
Llegó a casa y vio a Germán viendo la televisión. Lo saludó rápidamente y luego cenó algo ligero. Le hubiera gustado que él la poseyese esa noche pero se quedó con las ganas. Su marido se durmió pronto y ella quedó mirando el techo en la oscuridad.
Quizás debería comprarse un consolador o un vibrador. Sabía que Marcela tenía un par ya que su novio era un tipo que era bastante pícaro para esos jueguitos sexuales. Diana se preguntó si ella debería ser un poco más exigente con su marido en el tema sexual.
Esa noche durmió poco, lo sucedido en la tarde le impedía conciliar el sueño. Descalza y vestida solo con el camisón, fue a la cocina a tomar un poco de agua. La penumbra de la casa provocaba hacer cosas prohibidas.
Encendió la computadora y empezó a navegar por internet. Vio rápidamente algunos trozos de videos sobre dominación mental y leyó fragmentos de relatos sobre el mismo tema. No podía concentrarse. Finalmente usó un buscador y encontró algunos foros sobre el tema. Uno de ellos atrajo su atención. Era un lugar muy concurrido a juzgar por la cantidad de comentarios. Sin dudarlo se registró. En la pequeña ficha de registro le preguntaron por su sexo. Había tres opciones: varón, mujer e indeterminado.
Diana dudó unos segundos y finalmente marcó la opción de indeterminado. Le causaba curiosidad esa opción. Luego escribió algunos comentarios en los hilos del foro que más llamaron su atención. Dijo que le gustaba experimentar la idea de ser utilizado como sujeto de experimentación.
Casi una hora después de haberse levantado, regresó a la cama. Colocó el despertador para evitar que se le fuese el tiempo y le gane la hora en la mañana.
Germán dormía profundamente. Ella estiró la mano y cogió el fláccido pene de su marido. Lo estrujo un poco. El hombre se agitó en sueños. También le acarició las bolas. Con suavidad. Él parecía a punto de despertarse así que lo soltó.
Sin poder contenerse más, uso esa misma mano para masturbarse. No tardó ni dos minutos en correrse. Más tranquila aunque con la respiración algo agitada, se durmió.
A la mañana siguiente, Germán estaba un poco más relajado, así que ella le sugirió que tuviesen relaciones. Él aceptó, entre sorprendido y divertido pues su mujer rara vez tomaba la iniciativa en esos menesteres.
Ella aprovechó para desfogarse pues el dedo de la madrugada no la había satisfecho completamente. Montó a su marido dándole la espalda. Así pudo imaginarse que cabalgaba a Alejandro.
Germán no resistió mucho los embates de su mujer. Le excitaba ver esas nalgas rebotando sobre su miembro. Se vino copiosamente. Ella también alcanzó un orgasmo menos intenso pero alivio un poco más sus ansias de ser poseída.
Se despidieron con un beso apasionado.
Finalmente la fecha de la nueva cita llegó. Ella acudió vestida un poco más sobriamente que la vez anterior. No quería llamar la atención de su marido al arreglarse especialmente. Pero se puso lencería nueva, muy sexy. Comprada especialmente para la ocasión.
Esta vez ella era la única de las voluntarias. Alejandro la recibió con una cálida sonrisa y le hizo varias preguntas. Ella se sentía a gusto. Poco a poco sentía que todo a su alrededor se nublaba. Simplemente se desvanecía la realidad. Se sumergió en una especie de neblina. Simplemente perdió la noción de la realidad.
Esa noche, en casa, se sentía menos rara que la vez anterior. Su marido llegó tarde así que le dio tiempo a preparar la cena.
Tomó con la menor naturalidad que no llevaba ropa interior. Había desaparecido su lencería nueva. Su mente simplemente interpretó que se la había quitado en algún momento y se había olvidado ponérsela de nuevo.
En la cama, su marido le pidió tener relaciones pero ella se excusó con el clásico dolor de cabeza.
Desde ese día empezó a acudir a las sesiones con Alejandro dos veces por semana. Nunca eran más de dos horas. Y cada vez le era más fácil entrar al trance hipnótico y convertirse en un juguete en manos de los pérfidos hipnotizadores que la usaban como muñeca o taburete. Rara vez hacían uso sexual de ella. Pero su libido disminuyó hasta casi desaparecer.
El más contrariado con esa nueva situación era Germán que empezó seriamente a cuestionar su matrimonio.
Marcela también se percató del cambio de actitud de su amiga. Ya casi nunca le contaba cosas íntimas y se dedicaba a hablar de moda y ropa. Diana no era así. Pensó que le habían lavado el cerebro.