Hipnotizada por el exhibicionista
En la nocturna calle te puedes llevar sorpresas. No hay que temer, puedes ser visiones agradables.
Salí hace unas noches del apartamento a sacar la bolsa de basura. No hacía mala temperatura en la calle y dije a mi marido que tardaría pocos minutos en regresar, pues tan sólo se trataba de salir del edificio de viviendas y avanzar unos metros para depositar la bolsa en un contenedor. Mi barrio es tranquilo y a esas horas no suele haber ni un alma vagando por la calle; todo el mundo descansa ya. Yo vestía bata y zapatillas de estar en casa, incluso mi cabello iba liado en rulos: no es que me considere fea pero de aquel modo tampoco resultaba atractiva. Aún así algún resorte de lascivia despertaría ante aquel hombre que de repente apareció ante mí y que no me resultaba del todo desconocido, por haberlo visto alguna vez deambulando por la calle.
Apenas me sobresaltó su aparición, pero si me asusté cuando bajó su bragueta y extrajo su enorme pene. Con vehemencia me pidió que no me asustara ni huyese por que tan sólo quería mostrarme como se masturbaba. Imaginé que el tipo llevaría esperando toda la noche a que apareciese una mujer para hacer aquello, allí, oculto en la penumbra. Juro que por un instante estuve decidida a huir, incluso me giré en dirección a mi domicilio, pero reparé en que él no hizo ningún gesto de contacto físico ni por retenerme, agredirme o abusar de mí. "¡Te lo juro repitió- tan sólo quiero que veas como me la meneo y como me corro!" Y como una lerda me quedé observando como el exhibicionista zarandeaba su pollón con las rodillas semiflexionadas y alzando la vista al cielo estrellado y alternativamente mirándome a mí con sus ojos saltones de sapo excitado. Incluso cuando aceleró la paja se permitió gemir con fuerza rasgando el silencio de la noche, próximo al orgasmo y consiguiente eyaculación, la cual cuando se produjo me dejó sorprendida por la gran cantidad de leche de macho que saltó en la dirección en la que yo me encontraba, pero sin salvar esos dos o tres metros que nos separaban.
Fue un enorme espectáculo. Al terminar el tío guardó su polla y se despidió con un lacónico "vendré por aquí más noches". Entre excitada y confusa me dirigí hacia mi hogar. No había tardado un tiempo que hiciese sospechar nada, pero algo raro se olió mi marido cuando al acostarnos le supliqué que jugásemos a masturbarnos el uno enfrente del otro, cosa que en quince años de matrimonio jamás se nos había ocurrido hacer.