Hilario

Un superdotado mental.

Hilario

1 – Las desapariciones

Aquel año coincidimos casi todos los estudiantes del curso anterior. Entre ellos, había un chico que prácticamente no hablaba con nadie, pero cuando hacía preguntas a los profesores, podía oír su voz sensual y misteriosa y la conversación que entablaba con el profesor era siempre bastante complicada. Me daba la sensación de que aquel chaval estudiaba más horas que vivía.

Al salir de clase un día a un descanso, fui a tomarme una Coca-Cola con mi compañera Ana a un bar cercano y repasamos ciertos apuntes. Los dos los teníamos correctos, pero algunos detalles que yo no tenía los copié en los míos y ella tomó algunas notas de lo que yo había apuntado.

  • ¡Joder! – exclamé - ¡Qué difícil es quedarse con todo lo que hablan estos papagayos!

  • Pues hay quien lo anota todo – me dijo – y alguna otra cosa más que ni siquiera el profesor ha dicho.

  • ¡Venga, Ana! – le pellizqué la cara - ¡Eso es imposible!

  • ¿Imposible? – se echó a reír - ¿Conoces a un tío que se llama Hilario?

  • Pues no, tía – le dije dudoso -, tal vez lo conozca de vista, pero no sé quién es.

  • Estoy segura de que sí sabes quién es – me dijo - ¿No has observado nunca a un tío que hace preguntas muy complejas y puede hablar casi de todo con los profesores?

  • ¡Ah, sí! – me tapé los ojos -, ese tío no debe dejar de leer en todo el día. Es un coquito que nunca olvida las cosas. Si te soy sincero, me gusta. Me gusta su voz y su forma de hablar.

  • Pues olvídalo, tío – me puso la mano en el hombro -; algunos han hecho apuestas por hablar con él y es imposible; imposible. Andrés y Paco han hecho una apuesta a ver quién lo consigue. Paco dice que, cuando sale de clase, acelera el paso y es muy difícil verlo salir de la facultad y seguirle. Andrés lo único que ha conseguido saber es que tira hacia la izquierda, calle arriba y luego le parece que desaparece por la acera de enfrente.

  • ¿Qué desaparece? – me reí con guasa -; no voy a apostar nada, pero si quiero, puedo averiguar a dónde va ese tío y lo que hace.

  • Perderás el tiempo, guapo – me dijo -, y, además, si ya es difícil saber de dónde viene y a dónde va, ¿crees que te lo vas a ligar tan fácilmente?

  • Bueno – le dije desilusionado -, no es que quiera ligármelo, tía, es que es una incógnita tan grande para mí, que no soporto oír su melodiosa voz hablando sólo de botánica. Diría que lo único que me gustaría sería tomar un refresco con él y hablar de otras cosas más sencillas.

  • Me parece que no has entendido lo que te he dicho, Juan – bebió un sorbo -; ese tío parece ser un superdotado. Sabe más que los profesores y sólo habla de eso. A los demás nos tiene como a corrientes torpes. Yo creo que le asusta su propia situación y nos elude. No lo vas a pillar.

Me quedé mirando mi imagen en el espejo del fondo del bar y pensando en ese tal Hilario, el superdotado, el aislado, el solitario. No. No me parecía posible que al salir de allí subiese la calle hacia la izquierda, atravesase y desapareciese. O vivía justo enfrente o usaba algún truco.

Me asomé a la calle y observé la otra acera. Por la parte de la izquierda y en la acera de enfrente, no había nada más que cuatro árboles gruesos, de esos que llaman plátanos. Al acercarme a los árboles comencé a ver algo que podría ser una pista. Tras el último plátano de la calle había una estrecha calle hacia la derecha.

Pregunté a los que habían apostado que lo capturarían, pero ninguno de los dos citó aquellos árboles ni aquella calle. Había que correr mucho, desde luego, para hacer todo ese recorrido sin ser visto. Pero no era imposible.

2 – La trampa

No. No soy más que Juan; un chico que no es superdotado, sino un simple estudiante de una carrera que no le gusta y que está seguro de que acabará haciendo números en una oficina, pero me encantan las películas de misterio y los juegos esos donde debes descubrir lugares ocultos y capturar al terrible monstruo maligno que tiene secuestrada a una chica despampanante. Se trataba de investigar aquellas desapariciones como si fuesen un juego para mi PC o para la PS2. «En busca de Hilario», me dije; no sería un mal título para mi juego; poco original, pero adecuado.

Durante la semana siguiente, observé que acudía a todas las clases hasta el final, pero no se entretenía hablando con nadie y antes de que lo buscaras, ya había salido del aula. La semana siguiente, me senté en una mesa cercana a la puerta e intenté acercarme a él cuando salía, pero me miró como asustado, bajó la cabeza y salió al pasillo ¡Había desaparecido!

Cerca de la salida del aula había una escalera, así que pensé que se mezclaba entre toda la gente y, en vez de esperar el ascensor, bajaba por allí. Un día pude comprobarlo. No tomaba el ascensor; bajaba por las escaleras ¿Cinco plantas? Había otra posibilidad, pero la deseché. Pensé que bajaba por las escaleras una sola planta y allí esperaba el ascensor. Asomándome al hueco de la escalera, pude ver su mano corriendo por la barandilla hasta la planta baja.

«¡Este tío es gilipollas!», pensé ¿Quién iba a hacerle daño?

Pero yo sabía que tenía que salir del edificio por la puerta principal, así que un día me senté cerca de la entrada del aula y salí de clase unos minutos antes. Entre el barullo de estudiantes, le vi salir corriendo y tirar hacia la izquierda. Algunas cosas comenzaban a cuadrar. ¿Atravesaría a la otra acera para correr tras los árboles sin ser visto? Mi próximo plan era más claro pero más peligroso.

Me fui a comprar una flor y tuve que guardarla con cuidado para que no se estropease durante las clases. Diez minutos antes de que terminase el rollo diario, salí como si estuviese indispuesto, me fui recorriendo el lado oculto de los árboles y entré en la calle de la derecha. No quería darle un susto al chico, así que me escondí a unos cinco metros tras otro grueso tronco, deslié la flor y esperé sin perder de vista la esquina. De pronto, apareció a una velocidad tremenda y, en cuanto se acercó al árbol donde yo estaba, di un paso al lado y le corté el paso. Casi me lleva por delante, pero no dijo una palabra.

  • Toma, Hilario – le dije sonriendo -; es para ti.

La miró sin entender aquello y quiso seguir andando, pero le puse con cuidado la mano en el pecho.

  • No, Hilario, no – levanté la flor -, no vas a despreciar algo que he traído especialmente para ti. ¡Tómala!

Levantó una mano muy despacio sin entender lo que ocurría y cogió la flor sin rozar mis dedos. Siguió sin decir nada. Me sonrió muy brevemente y volvió a ponerse muy serio. Trataba de pasar por un lado o por otro, pero no pudo. Si él era un superdotado mental, yo estaba en muy buenas condiciones físicas.

  • Cuando te regalan algo con tanta ilusión – le dije - ¿Qué se dice?

Por fin pude oír su suave y tímida voz:

  • Gracias. Es muy bonita. Cuando la estudie te la devolveré.

  • ¿Qué dices? – me reí suavemente -; es un regalo mío para ti. Quiero que la conserves y recuerdes a este tonto que se llama Juan.

  • ¿Tonto? – exclamó abriendo mucho los ojos - ¡Yo no he dicho eso!

  • No, Hilario, no lo has dicho, pero me haces sentirme tonto. Sólo quiero hablar un poco contigo

Entonces fue cuando me pilló desprevenido y salió corriendo. No pude seguirle.

El próximo paso sería esperarle en otro sitio distinto por sorpresa, pero que no guardase ninguna relación lógica. Este tío debería ser realmente un prodigio.

3 – Unas palabras

Me escondí con dos flores dos árboles más atrás. Aquel día, las clases terminaban un cuarto de hora antes, así que salí con bastante antelación, deslié las flores y uní sus pétalos como si fuesen una sola. Cuando dobló la esquina corriendo, me pareció que miraba con disimulo para saber si yo estaba detrás del árbol y siguió corriendo. Pero me encontró saliendo delante de él dos árboles más adelante y puse las dos flores delante de él.

  • Son para ti.

  • No me traigas más flores – me dijo -, me gustan, pero es mejor que se las regales a una mujer.

  • Las tías están acostumbradas a que les regalen flores, ponen una sonrisa de compromiso y las tiran a la basura cuando llegan a su casa ¿Vas a hacer tú eso?

  • ¡No, no! – exclamó -; te juro que guardo la de ayer con mucho cariño.

  • ¿Y por qué no aceptas estas dos?

  • Dos flores son un símbolo – dijo muy serio -; dos personas.

  • ¿Es que somos animales?

  • No soy una mujer – insistió -, a un tío no se le regalan flores a no ser que

  • ¿A no ser que yo sea maricón? ¿Ese es el otro símbolo?

  • Lo siento – estaba inquieto -; siempre que hablo meto la pata. Todo lo mido, todo lo calculo.

  • Pues esto no es medible, Hilario – le dije -; no has metido la pata, sólo has hecho lo que sabes hacer. No me las desprecies, por favor.

Se acercó a mí sin apartar la vista de mis ojos y comenzó a mover temblorosamente la boca sin decir nada hasta que comenzó a hablar:

  • No sé comportarme. Eres tú el que tienes que perdonarme.

  • A mí no me has hecho nada; no tengo que perdonarte.

  • Sí. Sé que cometo un error que puede ser irreparable – agachó la cabeza -; sólo hablo con mi padre y con los profesores. Me asusta el comportamiento de la gente.

  • Yo no soy de esa «gente», Hilario – acaricié los pétalos de las flores -; me ofrezco a enseñarte un comportamiento más cercano a los demás evitando siempre lo que no te guste. No tienes que cambiar tu vida, sino dejarme enseñarte cosas que no sabes.

  • Lo que me dices lo sé.

  • ¿Cuándo has entrado en un bar? – pregunté sonriente - ¿Cuándo has compartido tus problemas con alguien?

  • Yo no pierdo el tiempo.

  • Relacionarse con los demás – le dije – no es perder el tiempo; es ganar cariño. Eso no está en los libros. Déjame enseñarte.

  • Te espero mañana en este árbol – acercó sus dos manos a las flores -, Avisaré en casa. Hoy no puedo.

Salió corriendo con las flores apretadas a su pecho y, ¡oh, sorpresa!, miró hacia atrás sonriéndome.

4 – Háblame

El siguiente encuentro fue como se había previsto, pero no venía aquel día corriendo, sino paseando e inclinando la cabeza pasa averiguar detrás de qué árbol estaba yo. Cuando me vio, me sonrió. Se acercó despacio y yo no me interpuse en su camino. Se paró junto a mí y habló antes que yo:

  • ¿Tres flores hoy?

Me eché a reír y saqué la mano de mi espalda con tres flores:

  • De momento – le dije – se cumple la progresión.

  • Sí, Juan – volvió a reírse -, pero si seguimos viéndonos acabarás trayéndome un ramo.

  • Todo depende de ti – le hice una reverencia -; si me permites hablar contigo un poco cada día, te prometo que dejaré de traerte flores.

  • ¡No! – exclamó -; me gustan. Pero rompe la progresión.

  • Te lo prometo – le dije -, pero rompe tú la tuya.

Me entendió perfectamente. Sabía que le estaba diciendo que hablase cada día un poco más conmigo. Me señaló un banco a la sombra y nos sentamos allí (bastante separados) y se llevó las flores a la nariz cerrando los ojos.

  • Nunca podía haber imaginado que me iba a pasar esto – no dejaba de mirar las flores -; por favor, Juan, hablemos de lo que tú quieras.

Todos los días, puntualmente, nos sentábamos en el banco a hablar y me hacía muchas preguntas y yo le explicaba cosas que no comprendía, pero no conseguí que saliera de clase ya conmigo.

  • Te invito a cenar en un restaurante – le dije -; te va a gustar mucho. Sólo tú y yo. Pide permiso y elige el día.

  • ¿Me invitas a comer?

  • Sí, a comer y a seguir hablando – le dije – estás aprendiendo mucho en muy poco tiempo y yo aprendo de ti.

  • ¿Tienes teléfono?

  • ¡Claro! – le dije sacándolo - ¿Quieres mi número?

  • Sí – contestó lacónico -; quiero seguir hablando a veces contigo aunque no estemos aquí.

  • Te envío un SMS y tú tomas nota – le aclaré -; envíame luego uno tú y lo guardaré con mucho cuidado. Llámame siempre que quieras.

  • Oye, Juan – se quedó un poco callado - ¿Has sentido alguna vez algo especial por alguien?

  • Eso es normal – exclame -; pregúntame cosas más difíciles para ti.

  • Es que también quiero saber cosas de ti – olió las flores de aquel día -.

  • No voy a ocultarte nada – le dije -; aprenderás mucho también así.

  • Ahora empiezo a entender – meditó en voz alta - ; estoy haciéndole daño a mucha gente. Y a ti no quiero hacerte daño.

Se levantó, se acercó a mí y, agachándose un poco después de mirar a todos lados, me dio un beso en la mejilla y salió corriendo.

5 – Intercambio

En clase nada había cambiado. Hilario estaba por allí como si no hubiese hablado conmigo. Yo seguía sentándome al fondo de la clase y saliendo unos minutos antes para esperarle en el banco. Un día, le vi aparecer muy relajado por la esquina y miró para comprobar que yo ya estaba allí y me sonrió. Se acercó con lentitud y feliz y, al llegar a mí, me besó y sacó un pequeño ramo de flores de detrás de su espalada.

  • ¡Joder, Hilario! – exclamé -; no esperaba un regalo así de ti… al menos tan pronto.

  • Son dos flores – dijo -, piensa en el símbolo que quieras.

Me arrojé a por todas y, sin pensarlo, le dije:

  • Esta podrías ser tú y esta podría ser yo.

  • Oye, Juan – preguntó intrigado - ¿Eso significa que somos maricones?

  • ¿Qué dices? – me eché a reír -; significa que has aceptado lo que te estoy dando y tú también quieres dármelo.

  • Sí – contestó -, pero me haces sentir algo especial por ti.

  • Yo lo siento hace tiempo ¿sabes? – le dije -, pero no me gusta molestar a la gente con esas cosas.

  • Podemos ir a cenar la noche que quieras – dijo entonces -; en realidad no tengo que pedir permiso a mi padre, pero le extrañará que no me quede en casa leyendo.

  • No importa – le puse mi mano en su hombro -; hay dos opciones. Puedes decirle que vas a salir como todo el mundo o decirle que no tienes ganas de leer.

  • ¿Sabes una cosa? – miró a las ramas del árbol -; me gustaría decirle a mi padre que te he conocido y que me gusta mucho estar contigo.

  • Piénsalo un poco más; luego tanteas y luego actúas ¿Por qué no quedamos en la entrada de la facultad, entramos juntos, nos sentamos juntos, pasamos los ratos charlando y te acompaño luego hasta aquí?

  • Eso me va a costar mucho trabajo.

  • Inténtalo al menos – le di un codazo – y si no te sientes a gusto, seguimos como estamos.

  • Yo no he dicho que no – me sorprendió -, pero debes ayudarme tú los primeros días.

  • ¡Bien, Hilario! ¡Muy bien! – exclamé -, no sólo conseguirás que todos te vean como un chico normal, sino que estaremos juntos mucho tiempo.

Así fue entrando poco a poco Hilario en el horroroso mundo de los que nos llamamos normales y comenzó a conocer a más gente y a hablar con otros chicos y chicas, pero siempre necesitaba que estuviese yo presente. Los «investigadores» que querían saber a dónde iba ese tío, me miraron espantados. Había llegado el día de invitarlo a cenar.

6 – Encuentro con uno mismo

Me esperaba puntual apoyado en un pilar de los soportales y se incorporó al verme llegar, sonrió y me abrazó.

  • ¿A dónde me vas a llevar a cenar? – preguntó -; no iremos muy lejos ¿no?

  • No, no – le dije -, aquí cerca. ¿Te gusta todo o eres un poco especial para comer?

  • Me gusta todo – dijo -; si quieres nos comemos una pizza.

  • ¡No, hombre! – me reí -, eso se come llamando por teléfono para que te lo lleven a casa. Iremos a un sitio muy bonito y muy tranquilo.

Le tendí la mano: «¿Vamos?».

Me cogió de la mano y se pegó a mí. Entonces me había convertido yo en el asustado y en el tímido. Me apretaba fuerte y me miraba de vez en cuando sonriendo.

La cena fue fantástica. Gasté mucho dinero, claro, pero no podía dejar eso en el tintero.

  • ¿Y tú dónde vives? – preguntó - ¿Con tus padres?

  • No, Hilario – lo miré entre las flores a la luz de una vela -, yo tengo pagado un apartamento no muy lejos. Algún día te lo enseñaré.

  • ¿No puede ser hoy? – preguntó interesado -; me gustaría ir a tu casa de vez en cuando.

No sabía qué contestar, pero le dije que podíamos dar un paseo y acercarnos a casa después de la cena si quería ver mi apartamento.

  • ¡Qué bien! – se le veía feliz -; un día, cuando mi padre se vaya de viaje, quiero que vengas a casa ¿Sabes? Me gustaría que vieses dónde duermo, dónde estudio, dónde como

  • ¡Me encantaría! – se me nubló la vista -; avísame tú del día apropiado.

Hubo un poco de silencio mientras comíamos. Me miraba de vez en cuando y me sonreía.

  • Incluso… - se quedó pensativo -, si tienes sitio en tu apartamento, me quedaría allí contigo alguna noche cuando no esté mi padre. Así pasaríamos más horas juntos.

Casi me atraganto. Me estaba hablando ya de cosas más íntimas, pero las decía con total naturalidad.

  • Quiero conocerme a mí mismo en otras situaciones – dijo -, pero siempre contigo.

  • Sí, claro – le dije disimulando mi sorpresa -; ya sabes que mi casa es tuya.

  • ¿Es un cumplido o es verdad? – preguntó sonriendo -.

  • ¿Tú que crees?

  • Te conozco ya bastante bien – bajó la voz – para saber que no te andas con cumplidos

  • Sí, claro – respondí automáticamente -, deberíamos conocernos mejor el uno al otro.

  • Yo creo que ya te conozco muy bien – dijo muy serio -, pero seguir conociéndote a ti es seguir conociéndome a mí.

Acabamos la cena y nos despidieron con mucha amabilidad hasta la puerta. Los dos íbamos muy bien vestidos. Tengo que confesar que Hilario era un bombón embriagador de licor con el traje y la chaqueta.

  • ¡Vamos! – dijo justo al salir -, me prometiste llevarme a tu casa.

  • Dicen que la mejor manera de no incumplir una promesa es no prometer nunca nada – me miró extrañado -, pero yo sí cumplo lo que prometo y esta promesa, además, me gusta que sea una petición tuya.

Dimos un buen paseo hasta llegar a casa y seguía sin soltarme la mano y pegado a mí (para que no se notase). Entramos en el apartamento y le enseñé todo. Me dijo que le gustaba una pequeña salita que tenía para estudiar mientras salíamos al salón.

  • ¿Quieres algo de beber? – le pregunté -; yo estoy demasiado lleno.

  • No, gracias, Juan – contestó -, prefiero hacer la digestión normalmente. Hay gente que toma cosas cuando la digestión está en pleno proceso. Eso la altera. Otros comen y se acuestan. Cuando dormimos, el cuerpo no tiene preparadas las funciones para digerir la comida.

  • Ya – exclamé - ¿Y es malo echarse un poco como para reposar?

  • No – se sentó más cerca de mí -, pero sí es bueno aflojar los cinturones y no llevar zapatos muy apretados.

  • ¿Nos los quitamos?

Se levantó sin decir nada y se aflojó el cinturón, pero a continuación se quitó los zapatos y la chaqueta y se aflojó la corbata. Después, se bajó los pantalones y los puso con cuidado en una silla quedándose en calzoncillos; unos preciosos boxers amplios de color azul claro. Se sentó a mi lado y me pareció que esperaba que yo hiciese lo mismo. Me sentí muy cortado, pero me quedé también sólo con la camisa y mis calzoncillos. Volví a sentarme y me miró sonriente.

  • Me gusta estar en tu casa – dijo -; a solas contigo. Así nadie tiene que juzgar lo que hago o lo que no hago.

  • Haz lo que quieras, Hilario – le rocé la pierna -; esta es tu casa.

De pronto, se dejó caer sobre el brazo del sofá y puso sus piernas desnudas sobre las mías, de tal forma, que por uno de los perniles podía verle los huevos y su polla flácida.

  • Hilario… - le dije con miedo -, se te ve… ¡Bueno!, ya sabes.

  • ¿Te molesta? – preguntó -, pensé que no le darías importancia a eso.

  • La tiene, guapo – me lancé -; estoy viendo algo tuyo que nunca he visto y me pone un poco

  • Lo sé – contestó con una sonrisa pícara -, yo hacía estas cosas con mi primo. Ahora que somos adultos no deben asustarnos, creo.

  • No, no – exclamé -; no me asusta. Lo digo por si tú no quieres que yo vea eso.

  • ¡Venga! – se incorporó -, yo te enseño la mía y tú me enseñas la tuya. Esos calzoncillos ajustados no dejan entrever nada.

No sabía qué decirle y me quedé sin habla mirándolo. Se levantó, se quitó los calzoncillos y volvió a sentarse. Con verdadero pánico, hice lo mismo, pero mi polla estaba ya en erección. Cuando me senté, puso su mano sobre mi miembro y comenzó a acariciarlo.

  • Mi primo y yo hacíamos esto – dijo – y nos gustaba mucho. No te hablo de sexo; lo mismo que me tocas la mano o la mejilla… toca lo que quieras.

Mi mano derecha se fue muy despacio hasta su entrepierna, levanté la camisa y observé que había comenzado a empalmarse. Me puse a acariciarle y me besó levemente en los labios, pero el placer siempre llega y nuestros movimientos eran cada vez más fuertes y más rápidos hasta que se encorvó hacia adelante y noté chorreones de su leche caliente en mi mano. No tuve que hacer ningún otro esfuerzo de concentración. Al poco tiempo me corrí. Su mano llena de mi semen subió hasta mi nuca y sus labios se pegaron a los míos.

  • ¿Me he pasado? – me miró intrigado -; me parece que te he forzado a hacer algo que no querías.

  • Efectivamente, Hilario – volví a besarlo -, me gustabas mucho, pero me parece que me estoy enamorando de ti ¡Vámonos! Ya hoy ha sido maravilloso.

  • Yo ya te quería.

7 – No cometí un error

  • Eres imbécil, Juan – me gritaba Ana en el bar -, ahora hay un cachondeo en la clase por culpa tuya. Hilario se ha hecho más amistoso, es cierto, muchas gracias, pero a veces hay miradas que la gente conoce. No somos tontos. No sé qué coño has hecho con ese tío, pero te lleva a donde quiere; hace contigo lo que quiere. Siempre a tu lado, siempre esa sonrisa, ese rocecito; entráis juntos, no os separáis en clase, salís juntos. ¿No te das cuenta de que ese tío puede ser un hijo de puta que te lleve a la ruina? Te va a hundir. Tiene un CI (Coeficiente Intelectual) de más del 130% ¿No sabes lo que significa eso? ¡Mira en Internet, gilipollas! Te hará tanta sombra que acabarás sintiéndote en una tumba.

  • Te equivocas, Ana, te equivocas – le respondí con calma -; el cachondeo de la clase me la resbala. Soy homosexual y así tenéis que aceptarme ¿O es que también me vais a marginar por eso? Me lleva donde queremos, estamos juntos porque nos sale del nabo y no nos besamos en clase por respeto a vosotros y al profesor. Me está sacando de mi ignorancia ¿Aún sigues creyendo que vosotros sois los normales? Una mierda como un castillo para ti y para todos vosotros. No usáis ni el 100% de vuestro cerebro, no pensáis más que en divertiros y en follar y he arrojado tanta sombra sobre él, que ahora me siento libre y acogedor como un árbol ¿No será que te hubiera gustado meterme mano y has perdido la oportunidad? ¡Guarra!

Dejé un euro en el mostrador y salí sudando de allí. Jamás pensé que iba a decirle eso a Ana, pero para mí, no era sino la pura verdad. Pero a partir de entonces sí comencé a sentir la marginación y lo hablaba con Hilario:

  • Déjalo, cariño – le decía -; en realidad nos tienen envidia. Estudiemos lo que tenemos que estudiar y dejemos que ellos se hundan en su fango.

  • ¿Comprendes ahora por qué salía yo corriendo de clase? – miraba al suelo -; lo único que me interesa de esta facultad es aprender mis estudios. Esa gente desaparecerá mañana. No dejes que estropeen tu futuro. Sigamos como estamos. Un cambio de postura otra vez sería su deseo. No los complazcamos. Ámame. Vamos a tu casa y ámame. Sólo me interesas tú. Al llegar a casa, sacó un libro que siempre llevaba encima. Lo abrió ante mis ojos. Allí dentro, estaba seca la primera flor que le regalé.

Cuando acabamos en la facultad, tras bastante tiempo de burlas y marginación, superamos a todos los estudiantes y se les notó en el rostro el fracaso y la ira contenida, pero nosotros salimos como una pareja de hombres felices, respetados, rodeados de gente con categoría y educación. Seguíamos follando todas las noches y nos amábamos más que nunca.

  • No estamos solos; nunca vamos a estar solos.