Hijos de la Tristeza

Este es el primero de una serie de relatos. Bueno, la mitad del primero, por consejo de Albany lo he dividido en dos para no hacerlo tan largo.

Antes de dejaros con el relato os haré algunas aclaraciones. Este estilo es nuevo para mí, al menos para lo que publico en esta web. Es menos acelerado y hay menos penes por metro cuadrado. Muchos muchos menos. Pero es un relato con unos niveles de crudeza muco mayores. Salen prácticas de sexo hetero, gay, zoofilia, canibalismo y asesinatos. No todas juntas. Y hay una referencia constante que es bastante mística, y será hilo conductor de lo que está por llegar.

Dudaba si subir este relato pues, como todos los que escribís como yo sabéis, hay hijos de puta bastardos malnacidos que cojen nuestros relatos y los republican en otras webs. Y eso no es lo peor. Encima se atreven a decir que ellos son los autores. Pero dado que este relato en esta web va a tener una fecha de subida y en otras otra fecha posterior si lo relanza buscaré el modo de denunciarlo para que lo borren de otras plataformas.

Bien, dejo de daros la chapa y os pongo el relato. Disfrutadlo, que puede pasen 4 meses hasta que salga la continuación. XD


PASSIONATTA

Lucas, un apuesto galán argentino de metro noventa de cabellos rizados y oscuros como el carbón contemplaba la ciudad que se expandía a sus pies al otro lado de la ventana de su departamento, el ático de la lujosa torre Renacimiento.

Ciudad Santiago. El paraíso y el infierno tocándose en la Tierra. La última esperanza. Al final, en el año 2020, Europeos, Rusos, Americanos y Chinos llevaron su carrera armamentística posterior a los acontecimientos de Ucrania de 2014 a sus últimas consecuencias. La guerra diezmó a la humanidad, quedando apenas diez millones de almas perdidas por el globo.

Angelo, el padre de Lucas, un teniente coronel de las Fuerzas Aéreas de los EEUU retirado con honores y que asesoraba a navieras. Él fue uno de los hombres y mujeres que tomaron los restos del viejo mundo para edificar un faro de esperanza.

Lucas se apartó de la ventana. Caminó por los pasillos de su residencia, sintiendo el frío mármol contra sus pies desnudos. Una hilera de espejos con adornos barrocos le devolvía una imagen hermosa. La de un hombre delgado con una musculatura bien desarrollada y andares felinos que lo miraba con unos ojos verdes de grandes pestañas. Se pasó la mano por los pectorales, relamiéndose de gusto ante la idea de las cosas que harían él y su androide Saul, pues este era una copia casi exacta de su atractivo dueño.

Un timbre, agudo e insistente, lo sacó de sus ensoñaciones. Se miró la palma de la mano. Un nombre brillaba en su piel: Eris. Bufó, ciertamente fastidiado, dio una palmada y su residencia dejó paso a una playa de blancas arenas, aguas cristalinas y palmeras cocoteras. Parcialmente enterrados, o resistiendo entre las olas, los restos a medio derruir de los rascacielos neoyorquinos.

-Vieja bruja, ¿que quiere de mí?

Se levantó una corriente de aire, que formó un pequeño torbellino de arena. Este giraba cada vez a mayor velocidad, adoptando la forma de una silueta humana. El torbellino cesó, lanzando arena en todas direcciones. Donde estuvo este se encontraba una mujer delgada, pálida, de larga melena rubia rizada y labios carnosos de un intenso rojo sangre.

-Solo hablar, mi querido amigo.

Respondió, melosa. Su voz resonaba por todas partes, como si hubiera eco, y sus frases terminaban en un siseo que recordaba al de las serpientes. Lucas chasqueó los dedos, saliendo una marea de oscuridad de su pecho, la cual envolvió su cuerpo y formó un traje de camisa, americana, pantalón y mocasines. Dió unos pasos en dirección a Eris mientras hablaba.

-Usted nunca te limitas solo a hablar. ¿Qué es lo que quiere?

-Me aburro en mis dominios en decadencia y quería saber si me mandarías más gente para seguir con mis fiestas.

-¡¡Jamás!!

Replicó, furioso. Aún recordaba lo que le contó su padre en el lecho de muerte sobre esta criatura con aspecto de mujer madura. La única vez que Angelo mandó un barco con mil personas a bordo a las ruinas de Nueva York esperaba poder ayudar a los supervivientes, como hizo en otras partes del mundo. Pero Eris, una espantosa aberración del orden natural, estaba al acecho. No tardaron en dar con ella, quien les prometió fiesta sin fin, comida deliciosa y placeres nunca vistos. Los santiguados, como los supervivientes neoyorkinos antes, se dieron de bruces con la peor crueldad, pues la fiesta solo sería sin fin para Eris, quien los torturó de mil formas distintas y devoró sus cuerpos, manteniéndolos vivos y conscientes durante el proceso.

-Si no me mandas amiguitos para jugar sabes que puedo trasladar la fiesta a esa bonita ciudad que tienes...

Cruzó ambas rodillas y se mordisqueó con picardía un dedo mientras con la otra mano jugueteaba con su pelo, tratando de parecer pícara e inocente. Lucas se cruzó de brazos, seguro de sí mismo.

-Yo no dirijo la ciudad y si lo hiciera no le daría nada a una vieja loca como vos.

-Siempre podré...

-¡¡No podrá nada, concha loca!! ¡¡Mi viejo le dejó bien enganchada a esa tierra maldita para poder moverse a placer!!

Interrumpió con brusquedad Lucas a Eris. Esta hizo un puchero para seguidamente sonreír.

-Tu padre creía saber de mí más de lo que sabía en verdad...

-¡¿Qué no supo?!

Eris agitó un brazo, levantando fuertes corrientes de viento. Las aguas cristalinas se tornaron sangre, cuerpos mutilados de gente gimiendo por el dolor colgaban de los restos de los edificios y las blancas arenas fueron reemplazadas por huesos secos, muchos rotos. La temperatura comenzó y los restos óseos se pusieron a arder. Eris dejó caer su ropa y su piel, mostrando su naturaleza interior, cruel y descarnada. Una mujer sin piel con los músculos de un rojo brillante, los ojos negros como pozos sin fondo, afiladas garras de metal y una dentadura amenazante.

-¡¡Tú no tienes poder alguno en mi mundo!!

Se abalanzó sobre Lucas, el cual no se lo esperaba, y de un zarpazo dejó al descubierto su torso. Fue paseando el filo de las cuchillas por el abdomen de este, apenas rozando su piel. Eso bastó para que un escalofrío recorriera todo su ser y le hiciera estremecerse. No pudo reprimir un suspiro de satisfacción. Eris sonrió, satisfecha, mostrando sus afilados colmillos. Sacó la lengua, un apéndice largo, viscoso, negruzco y caliente. Lo fue paseando por el pecho de Lucas, jugando con sus pezones, mientras la voz de ella decía directamente en su cabeza, seductora y melosa.

-Si me dejas te llevaré a placeres desconocidos, algunos incluso prohibidos.

Lucas quiso alejarse, pero algo lo retenía. No podía mover piernas ni brazos. Por momentos el calor era más y más intenso. Sentía que se quemaba. Fue elevado en el aire. Hizo un nuevo esfuerzo para zafarse de lo que fuera lo tenía retenido, pero esta vez no sentía pierna ni brazos. Giró la cabeza hacia estos, encontrándose que estaba desnudo y tenía las extremidades amputadas. Por una fracción de segundo le pareció sentir una serie de tubos insertados por distintas vías en su cuerpo, así como algo que le agarraba por los muñones en codos y rodillas. Eris le miró de frente, aunque ahora lucía de nuevo su aspecto humano. Habló con una extraña condescendencia.

-Todavía no estás preparado.

Eris se disolvió, así como aquello que lo sujetaba de brazos y piernas. Se sintió caer al vacío, chocando contra una masa de líquido viscoso y caliente. Era sangre. Un mar de sangre. Se hundió en este, aunque una sensación de paz se adueñó de su cuerpo. Caía a un profundo abismo de rojo intenso como una piedra en un estanque, pero nada le preocupaba. Cerró los ojos.

ADDIO

Un parpadeo. Joan caminaba por el puerto de Ciudad Santiago, sintiéndose terriblemente mal por lo acontecido. Una enorme mole de dos metros con una masa muscular que daba miedo que paseaba de un lado a otro, pasándose las manos por su pelo rubio a estilo cepillo mientras no dejaba de pensar en las consecuencias de sus actos.

Su mujer y su mejor amigos, ambos le habían estado engañando durante los últimos dos años, pero eso no justificaba que los hubiera matado. Por mucho que esos sensuales labios que besaba cada noche hubieran estado en contacto con las partes más privadas de otro hombre, por mucho que esos abrazos de ánimo hubieran antes sido de pasión con la mujer que pensó su alma gemela.

Pero no fue algo premeditado ni previsto. Haría apenas dos horas Joan llegó a su casa, un pequeño apartamento de la zona industrial. Al escuchar unos jadeos en su dormitorio se temió que hubieran sido asaltados por las bandas de violadores que tantos estragos llevaban causando los últimos meses, a los que los Pacificadores aún no habían dado caza y colgado de los muros exteriores, como se hacía con delincuentes de su calaña.

Y en parte encontró lo que esperaba ver. Rosemary estaba desnuda, con el camisón de algodón desgarrado y sus pelos, una generosa mata castaña y rizada, sirviendole de lecho en la cama. Estaba desnuda, con las piernas abiertas y gemía escandalosamente. Encima de ella no había ningún violador, sino que se trataba de Judas, su amigo desde antes del cataclismo. Tenía ambas manos en los senos de su esposa, los cuales estrujaba en un tórrido masaje, y le introducía su grueso y largo miembro en una sucesión de embestidas rápidas y potentes. Bufaba como un toro y sudaba copiosamente.

Ninguno supo lo que se les venía encima.

Joan agarró un machete que guardaba cerca de la cama y, de un movimiento, rebanó el musculoso cuello de su amigo. Tuvo que ser así porque en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo habrían estado muy empatados. Coincidió con el momento del orgasmo de este, con lo que Rosemary se sintió inundada de un líquido caliente por fuera y por dentro. Abrió los ojos, confundida. Y esa sensación dio lugar a un terror tan intenso que se habría podido saborear.

Su marido, Joan , retiró el cuerpo sin vida de Judas de encima de su esposa, la cual estaba cubierta por la sangre es este. Tenía los ojos abiertos y el gesto desencajado. Antes que pudiera llegar a gritar Joan agarró una bola con la que solían jugar y se la metió en la boca. Ella trató de resistirse. Lo golpeó. Patadas y puñetazos. Lo arañó en la cara. Pero él logro atarle la correa de la bola alrededor de la cabeza tal como quería.

Los recuerdos eran muy borrosos desde este punto, pero había una voz de mujer que le susurraba desde lo más profundo de su cabeza.

-Hazlo, es lo que más deseas.

Se desnudó, dándole patadas a su indefensa esposa cuando esta trataba de ponerse en pie para huir. Le arrancó lo que quedaba del camisón y, empapada en la sangre de su traidor amigo, se tumbó sobre ella, buscando con las manos su vagina. La penetró sin un ápice de la dulzura habitual de sus sesiones de sexo. Ella sufrió por ello, pues no quería y sus labios se habían contraído, con lo que la intrusión le estaba causando importantes lesiones.

-¡¡Toma, zorra de mierda!! ¡¡Esto es lo que te gusta!!

Le gritó, completamente fuera de sí. Ella lloraba, esperando que este calvario tuviera un final. Joan llenó el cuerpo de su esposa con su semilla caliente, pero la voz volvió a hablar, insatisfecha.

-Esta furcia aún no ha pagado por lo que ha hecho.

Joan recordó un caso de años atrás especialmente espeluznante, uno que vivió estando de novio con Rosemary, el de una mujer a la que encontraron con su propia cabeza en el interior de su útero. Rosemary dijo sentirse muy impactada cuando todo eso tuvo lugar. Joan tenía en mente algo similar, aunque quería que la furcia de su esposa sintiera cada segundo de dolor. Algo muy dentro de él estaba sintiendo un placer perverso.

Cortó la cabeza de Judas. Rosemary no se atrevía a moverse, como si eso sirviera para que su enloquecido marido dejara de verla. Este se giró, con la cabeza del amante en la mano.

-¡¡Zorra, abre las piernas!! ¡¡Tu amante te va a comer el coño!!

Gritó Joan con una violencia salvaje impropia de él. Ella quiso negarse. Gimoteó, movió la cabeza de un lado a otro y cruzó las piernas. Joan agarró una cuerda y el machete. Hizo dos torniquetes, uno en cada muslo, y en varios golpes de machete cortó las piernas de su esposa por las rodillas. El chasquido de la carne y los huesos aún resonaban en su cabeza. Ella estuvo a punto de caer inconsciente, presa del dolor, pero Joan acudió al botiquín, cogió una inyección de adrenalina y se la puso directamente en el corazón.

-La quiero despierta mientras sufre...

Susurró la voz en su mente. Sin ninguna delicadeza le metió un puño en la ya desgarrada vulva de Rosemary. Al no notar resistencia por su parte, pues estaba tan agotada que solo podía babear y llorar, tendida en la cama, agarró la cabeza de Judas. Apoyó el pelo contra los labios desgarrados de ella y comenzó a empujar. Ella hizo un último esfuerzo para escapar, pero ya todo era en vano.

Joan, empapado en sangre y con una pistola en la mano, aún recordaba como era la sensación de penetrar la vagina de su esposa a través de la faringe de su mejor amigo. Sintió tanto asco de sí mismo que, sin ser consciente de los agentes Pacificadores que le apuntaban con sus tasers. Se metió la pistola en la boca y disparó, desparramando sus sesos. Al final escuchó la voz una vez más.

-Eris está satisfecha.

Joan se vio transportado a otro plano en medio de un restallido semejante a un trueno y una nube rojo carmesí. Sabía que estaba muerto, pero el poder “saber” le preocupaba. Toda su vida había basado sus ideas en la inexistencia de un más allá. Vivir tras suicidarse suponía tener que cargar con la pesada losa de la culpa.

Se encontró a sí mismo elevándose en el aire, viendo su cuerpo tendido, inerte, con el frontal superior del cráneo reventado y parte de la masa encefálica diseminada por el suelo. A lo lejos, en la zona rica de la ciudad, había una columna de luz que llamó su atención.

Una voz femenina cantaba, procedente de la luz. Eran unos acordes tristes, un tango. Y la voz sabía cual era, ya la había escuchado antes. Era la mujer que susurró en su cerebro y lo llevó a asesinar y torturar a la pareja de infieles traidores. Aunque la muerte había cambiado su perspectiva de las cosas, ya no se sentía tan mal por los actos cometidos.

Sintió el deseo apremiante de conocer al ángel o demonio que lo había arrojado a su final entre los vivos, esa criatura que se llamó a si misma Eris. El mero hecho de desearlo hizo que su cuerpo se pusiera a flotar a gran velocidad hacia su destino.

Reconoció el edificio del que manaba ese torrente de luz mucho antes de llegar, y a pesar que ahora había elementos que en vida nunca pudo apreciar, como si fueran de otro plano: la torre Renacimiento.

SOFFERENZA

Joshu y Thiago, un español de treinta años y un brasileiro, ambos en la treintena. Los dos lucían hermosos cuerpos por su intensa actividad física. Los dos vestían pantalones cortos, tanto que podían verse sus firmes glúteos, y tan apretados como para que la forma de sus vergas fuera imposible de ocultar. Uno llevaba una camiseta de tirantes, luciendo sus fuertes brazos. El otro una camisa, abierta para que sus pectorales llamaran la atención a cualquier posible cliente.

Thiago, de mirada inquisitiva y rasgos felinos, no perdía de vista nada a su alrededor. Joshu parecía más relajado, sentado sobre un palé de madera, aparentemente con la vista perdida en el infinito azul del cielo. Antes del colapso de la civilización prostitución y homosexualidad eran duramente penados en muchos lugares del mundo. Con el nacimiento del nuevo mundo, el de Ciudad Santiago, los distritos de Nouveaux Espoirs eran un mercado de la carne a plena vista.

A cualquier hora del día o de la noche los gemidos nunca disimulados de parejas o grupos en plena cópula resonaban en el aire. Las perversiones ocultas de esta zona eran incluso más sórdidas, aunque en la ciudad todos conocían las Tiendas de Mascotas de Madmoiselle Sade, el canódromo de Keri Inu y las Casas del Dolor.

Joshu y Thiago eran, dentro de los cánones, mucho más tradicionales. Y esa fue la razón por la que Marc Garddwr puso el punto de mira en ellos. Dos hombres que lo único que tenían en la vida era el uno al otro. Separados por un lío de cuernos que ahora parecía no haber tenido importancia. Joshu vio arder a su familia cuando un maníaco asaltó su casa. Thiago tuvo que permanecer totalmente impasible mientras un preso fugado de una cárcel violaba a su madre delante de sus ojos. En ambos casos los gritos de sus muertos les resonaban muy dentro de su psique.

Garddwr lo sabía. Él conocía cana triste historia de cada alma perdida. Una mujer, de nombre Eris, se las susurraba todas las noches al irse a dormir. Para él era como tener una amante secreta contándole relatos de pornografía. Se tocaba escuchándolos, y siempre llegaba al orgasmo.

La historia de Thiago fue en una pequeña casa abandonada a las afueras de Madrid. Tuvo que dejar el centro de la ciudad, pues las masas habían enloquecido. Incendios, asaltos, violaciones, … no quería que Guiomar y Vinicius, su madre y su hermano, tuvieran que luchar en un entorno de tal dureza. Estuvieron bien durante cuatro meses en esa casa, pues había una despensa bien abastecida de comida en conservas, un pozo de agua alimentado por energía solar y otros víveres varios.

Por aquel entonces Eris ya hacía de las suyas, aunque esto era algo que no sabía Marc, pues el relato no contenía atisbo de la acción de su siniestra Señora. Solo sabía que, una noche, mientras todos dormían, un hombre africano, guiado por el hambre y las ganas de sexo se coló por una ventana que había quedado abierta.

Thiago escuchó el sonido de una lámpara de mesa al caer al suelo y hacerse añicos, así como el grito de su madre, silenciado bruscamente. Acudió corriendo, vestido solo con unos calzoncillos viejos. Se encontró a su madre atada y amordazada en la encimera de la cocina. Tenía los ojos abiertos como platos y trataba de decir algo, moviéndose como si hubiera sido poseída. Se giró a tiempo para ver el metal de una sartén a toda velocidad contra su cabeza.

Despertó. Lo habían atado a una silla de pies y manos. Los calzoncillos le habían sido arrebatados. Justo delante suya tenía la vagina de su madre, con las piernas de esta cada una a un lado de su cabeza. Podía ver la monstruosa verga del negro, la cual olía con un intenso aroma agrio, introducirse en su progenitora. A cada embestida salían algunos hilos de sangre, los cuales pensó que era resultado de haber sido desgarrada. El negro tomó algo de su derecha, por el sonido del cuchillo debía ser algún timo de carne que cortó, sacó su monstruoso pene, metió en la vulva y, presionando con su virilidad, introdujo a fondo.

Guiomar lloraba aterrada, pero la mordaza impedía se escuchase todo el dolor de su llanto. El africano cantaba, como si estuviera en trance.

-¡Kuyoba esihlwabusayo xaxa uma ubuyela umthombo! ¡Umama nendodana njengendlela inyama! ¡Kuyoba ezinamandla imbewu lami! Ubuhlungu yabo nehlazo kuyoba ukudla kwami!

No había ningún sonido que alertara del paradero de su hermano pequeño, Vinicius, con lo que Thiago pensó este se habría escondido como habían practicado y se hallaba a salvo. No fue hasta pasada casi una hora de ritual de violación, cuando el africano puso contra la vagina de Guiomar un globo ocular con el iris marrón y empujó que Thiago comprendió la crudeza salvaje de su situación.

Lloró, impotente, trató de escapar. Se revolvió. Nada sirvió. El ruido desconcertó al africano en su canción, la cual cesó bruscamente. Se levantó de encima de la madre de Thiago. Le faltaban ambos senos, comidos a dentelladas. También había mordiscos en otras partes del cuerpo. El vientre estaba muy abultado. A un lado de esta estaba el cuerpo mutilado de Vinicius. Un niño que había tenido muy poco tiempo para vivir la vida. El negro cercenó el cuello a Guiomar con tanta fuerza que su cabeza salió despedida hacia una pared cercana.

Desató a Thiago, lo quitó de la silla como si se tratara de un pelele sin peso alguno, se sentó él y alzó a su víctima. Mientras lo sentaba encima suya, clavándose su monstruosa verga poco a poco en el culo del brasileiro, le susurró al oído la frase que aún años después escucharía todas las noches en sus pesadillas.

-Yo ser tu macho. Ahora yo comer y follar a tu.

La verga se terminó de enterrar en el recto de Thiago a la vez que los dientes del negro se hundieron en la piel de su espalda, cogiendo un buen trozo de músculo. Gritó con todas sus fuerzas. Gritó tan alto que un grupo de supervivientes que huían de la debacle lo pudo escuchar. Gritó tan desesperadamente que un hombre de cincuenta años, antes miembro de los bomberos de la ciudad, ahora buen samaritano con una escopeta recortada, tumbó la puerta principal de la casa de una patada, corrió a toda prisa hacia la procedencia del grito, contemplando la escena más atroz de toda su vida, levantó el arma y redujo la cabeza del negro a pulpa.

Eris quiso contarle más a Marc Garddwr de lo pasado después, pero para este hombre lo único bueno de esos finales felices era que le proporcionaban nuevos sujetos para sus juegos. No quería saber como llegaron a saber de Ciudad Santiago ni mucho menos historias de rencuentro y felicidad. Solo dolor y violencia.

Caminó hacia sus víctimas, ocultando bajo una gabardina un aerosol de paralizante muscular que tenía pensado usar para inmovilizarlos. Era lo de cada semana, llegaba, retenía a los putos, los envolvía en tela de rafia, llamaba a dos esbirros cuya identidad desconocía y se marchaban los tres a su taller, a jugar a moldear carne viva y palpitante.

Pero esta vez algo falló. Llegó a meter la mano en la gabardina y sacarla con el aerosol, apuntando a Thiago. Un hacha, salida de bien sabe Dios donde, le cercenó el brazo a la altura de la muñeca. Un hacha de bombero. Marc se giró, encontrándose cara a cara con un ser rudo y varonil. Vestía un ceñido mono amarillo, tenía barba de tres días, le faltaba un ojo y una cicatriz surcaba su cara de un lado a otro.

-Me han contado que quería hacer daño a mis niños, y eso no pienso consentirlo.

Bramó, llenando de babas la cara del aterrorizado Marc. La voz de Eris le susurró a la mente lo que nunca quiso escuchar. La historia de Bruto, el buen samaritano que antes fue parte del cuerpo de bomberos de Madrid pero que la debacle hizo perdiera a familia y amigos. La historia de un buen hombre obligado a matar para vivir. La historia de quien se había convertido en el guardián de todas estas pobres almas perdidas en los sórdidos distritos de Nouveaux Espoirs.

Marc cayó al suelo. Una bota pisó con fuerza sobre su columna, haciendo que esta crujiera. Se había quedado paralítico. Lo sabía porque no sentía nada de cintura para abajo. Bruto les dijo a Thiago y Joshu, con una voz profunda aunque ahora menos autoritaria.

-Queridos míos, podéis jugar todo lo que queráis con este buen señor.

Lo último que pudo ver Marc en vida fue como el brasileiro y el español cogían barras de metal, las alzaban al cielo y las dejaban caer a gran velocidad hacia su cabeza.

ANIMALI

El canódromo se ubicaba en los sótanos de un centro comercial abandonado casi al poco de fundarse Ciudad Santiago. Era un espacio lúgubre, húmedo y sucio donde diversas personas acudían a satisfacer deseos que no se verían capaces de llevar a cabo en otros seres humanos sobre algunos animales indefensos. Aunque, como podría dar fe el hombre obeso sobre cuya espalda estaba montado un gran danés con el pene hinchado y atrapado dentro de su culo que peleaba por escapar, no siempre salían las cosas como uno quería.

-¡¡Aah!! ¡¡Dios mío, haced que pare!!

Chillaba el gordo, pues los movimientos bruscos y el tamaño de la verga del animal le estaban probocando desgarros intestinales. Dos hombres muy musculosos vestidos con uniformes paramilitares y cascos que les tapaban la cara, uno con una pistola en la mano y otro con una jeringuilla con tranquilizante, se acercaban a la escena.

-¡¡Matad a este puto chucho antes que me destripe!! ¡¡Ayudaaa!!

Continuaban, incesantes, los gritos. El hombre de la pistola la apoyo contra la cabeza del gordo, quien se dió cuenta de a por quien iban realmente. Momentos antes del disparo suplicó por su vida.

-¡¡Nooo!! ¡¡Tengo mujer e hijos!!

El disparo se produjo sin ningún ruido, pues el arma llevaba silenciador. La lluvia carmesí inundó el suelo. El hombre de la jeringa se acercó al perro, al que acarició el cuello con ternura.

-Calma, Sultán, calma. El hombre malo no puede hacerle nada.

Le inyectó el tranquilizante, sacó la verga del animal del culo del gordo, usando una navaja para cortar toda la piel y músculo que hizo falta para lograrlo, y agarró en brazos a su perro.

-¡¿Ves?! ¡¡Ya le dije yo a má que mi Sultán no podría con esto!!

Dijo el hombre con el perro en brazos al otro hombre. Este le dió un golpe que casi hizo que se cayera al suelo con el animal, pero recuperó el equilibrio.

-¡¡Cuidado!! ¡¡Sultán podría lastimarse!!

-Tú y tu maldito Sultán. ¡¡Cásense ya y a ver si en esas noches de perversión nos dan cachorritos, cacho perra!!

-No diga esas cosas, ¡¡Sultán siempre nos ha hecho ganar buena plata en los combates, no es una puta a la que le guste ser envergado por Detroit.

Ambos hombres caminaron hacia una estancia más iluminada, en la que había dos camastros, una mesa, un armarito con latas de meatballs y botellas de agua, y una jaula recubierta de telarañas. El hombre con el perro en brazos lo depositó con ternura en uno de los camastros. El otro se quitó el casco. Era moreno, con la cabeza afeitada y rasgos rudos. La nariz la tenía aplastada, pues tiempo atrás, en una pelea de taberna, se la rompieron.

-Compadre, no comprendo que ve en ese chucho al que le da el culo cada noche.

-Lo mismo que vos en mí, hermano, que se toma mi culo cada noche nomas Sultán termina y me piensa dormido.

Respondió, quitándose su casco. Pelo moreno cortado desigualmente y una nariz prominente, aunque tan rudo como su hermano.

-¿Que hacemos ahora con el cuerpo?

Una voz fría y mecánica resonó en la sala. Provenía de un viejo equipo de inteligencia artificial, arrinconado en un extremo y cubierto por unas mantas de pelo tejidas a mano.

-Hijo mio, ya sabes que hacer. No es la primera vez.

Resonó en los oidos de ambos hermanos. Se miraron el uno al otro. El rapado le dijo al otro, tratando de contentar al ordenador.

-¡¡Miguel, ya oíste a Má!! ¡¡Toca hacer más salchichas para llevar al mercao!!

-Pero, Tulio... ¡¡quiero me envergue ahora que Sultán duerme!!

Lloriqueó. En realidad habría hecho cualquier cosa antes que ir a hacer salchichas. Ya había pasado otras veces, con los rotties sobre todo. Pero a esos perros siempre se los sacrificaba, aunque no les interesaba que nadie supiera se podían dar fallos, por lo que los clientes atacados por canes solían ser ejecutados, limpiados, picados y embutidos en sus propios intestinos. Miranda, la hermana pequeña a la que Má no daba acceso al canódromo, era la encargada de vender la mercancía. “Delicioso encurtido casero”.

-Hijos, comprended que yo no puedo hacerlo mientras os divertís.

Dijo la voz mecánica de Má. Tulio se acomodó la verga bajo el pantalón, fastidiado por no poder dar a Miguel aquello que pedía en ese mismo instante, y se dirigió a donde estaba el hombre gordo, para limpiarlo. Miguel fue a preparar la picadora de carne. Lo miró a la cara, fijándose en sus rasgos orientales. No era algo demasiado habitual.

Antes de la debacle hubo miles de millones de hombres orientales, pero la guerra y la locura colectiva se cebó especialmente con esa región del mundo, con lo que en Ciudad Santiago apenas habría unos pocos cientos. Tenía curiosidad por quien sería su visitante, así que fue a unos vestuarios con taquillas oxidadas que tenían en la planta de arriba. Las puertas principales se abrieron, pero no se preocupó, pues Má estaba conectada a un servodroide en un bonito mostrador para dar el servicio de bienvenida e indicar a los visitantes donde podían esperar hasta pasar con su “perra”. Casi siempre era literal, salvo si pedían un macho o un caballo. Lastima que el caballo se les hubiera muerto y no quedaran más. No al alcance de sus bolsillos al menos.

Estaba pensando en eso mientras abría la taquilla del hombre gordo con su llave maestra cuando escuchó la voz de Má saludar al visitante.

-Buenos días, Monsieaur Jean-Mathieu. Si venía a por el Señor Keri Inu debe saber que aún no está preparado.

Escuchó claramente Tulio mientras sacaba la cartera del hombre gordo de una americana vieja y raida, la abría y extraía una identificación con su foto y el nombre: Keri Inu. Los nervios hicieron se le cayera al suelo. Echó a correr en dirección a su hermano. Habían matado a su jefe y ahora el matón de este les iba a buscar.

Fue por eso que no llegó a escuchar el final de la conversación entre Jean-Mathieu y Má.

-¿Estás segura de esto?

-Totalmente. Tu proteges a mis niños, comprometiéndote a cuidarlos y a hacerles olvidar lo peor de este sitio y yo te garantizo nunca nadie podrá tener acceso a lo peor de tu persona.

-¿Ellos serán capaces de dejarte?

-No, por eso deberán verme arder. Corre a salvarlos, que voy a ir prendiendo fuego al edificio.

BALLATA

Lucas despertó en su cama. No recordaba como había llegado hasta esta, solo haber respondido a una llamada virtual y que todo se desmadró. Comprobó que aún tenía brazos y piernas en su sitio. Luego miró a su alrededor. A su lado había un joven que no conocía de nada, dormido dándole la espalda. Estaba vestido con un pijama de algodón verde y no tendría más de dieciséis años.

Su hermano, Anders. Hermanastro más bien, pues era el hijo que tuvo su padre cuando se folló a esa mujer inglesa con la que se pasaba tantos meses en sus rutas de negocios. Si no fuera por ella Angelo no habría regresado a Buenos Aires, pues él dio por muerta a su familia. Pero Beatrix, que así se llamaba, le dijo que debía ir a comprobarlo. Patricia Figueroa, la madre de Lucas, murió a causa de una infección facilmente tratable antes de la guerra, pero letal tras la misma. El joven Lucas se salvó por la llegada tan oportuna de su progenitor, así como de los antibióticos que había a bordo de su barco, el Fiore di Loto.

El reunir a los supervivientes, escoger una zona segura, reunir equipo y mano de obra cualificada, … todo el esfuerzo de retomar la civilización consumió a su padre. Finalmente una mañana lo encontró en su despacho, desnudo y con los pies apuntando al norte, al este, al sur, al oeste. Oscilando y girando. Pero no fue algo que lo traumatizara. Muchos trataron de hacerse con la supuesta corona de Angelo, pero ninguno se atrevía a enfrentarse al resto de los candidatos. Por ello al final cada distrito de Ciudad Santiago siguió sus propias normas, siendo sometido a grupos de poder como si fuera un reino en un sistema feudal.

La corona y la torre del Renacimiento quedaron para Lucas, pero solo eran formalidades para prevenir una guerra civil.

Acarició el pelo cobrizo de su hermanastro, preguntándose como habría llegado él hasta la cama. La respuesta se la dio una figura junto a la puerta, vestida con un impecable traje blanco y mocasines plateados. Era idéntico a él en todos los sentidos, pues se trataba de un androide que encargó para atenderle en todas sus necesidades. Saul.

-Hola, Amo. Lo encontré vagando por la casa y casi se arroja por uno de los ventanales. Puede le duela el esguince de muñeca, pero no se imagina lo difícil que resultó inmovilizarle.

Lucas empezaba a sospechar lo sucedido, con lo que se planteó revisar los patrones de seguridad. Debía poner en alerta al Comité de Pacificadores, por si se hubieran dado más casos como el suyo. No quería levantarse un día y comprobar con sus ojos que la perversa Eris realmente había llegado a extender sus tentáculos dentro de...

-Amo, ¿se encuentra bien?

Interrumpió Saul sus pensamientos. Este respondió, acariciándose la muñeca derecha, a lo cual percibió la tenía vendada y algo dolorida.

-Si, solo pensaba... Saul, registra todas mis comunicaciones, ¿verdad?

-Así lo quiso usted.

-¿Qué me podría decir de la última?

El androide se quedó unos segundos quieto, con una serie de luces parpadeando en sus sienes, bajo su piel sintética. Miró a los ojos a Lucas y comenzó el resumen.

-Llamó a su hermano, quedando para encontrarse en el centro comercial Avenue hará cinco horas. Por eso vino, preocupado, a ver si estaba bien. Le dije que se tranquilizara, que todo iba bien, pero insistió en vigilarle en persona al enterarse del suceso de la ventana.

-Bien... ¿no hubo ninguna llamada después?

Preguntó, recordando bien cuando habló con Anders, bastante antes de la llamada de Eris. Era extraño que no quedara constancia alguna de la misma.

-Saul, revise las grabaciones, de las videocámaras. ¿Que hice antes del intento de suicidio?

-Le pondré las grabaciones.

Pude ver Lucas en el momento que le llamó Eris respondiendo al teléfono que tenía implantado en la palma de la mano, pero en el instante de responder calló al suelo. Estuvo cerca de tres minutos sufriendo espasmos, luego se levantó y se puse a gritar y a correr por toda la casa. Al final llegó hasta la ventana, la abrió y... la grabación se cortaba llegados a este punto, dando paso a nieve estática.

Bueno, no era algo que no esperara. Eris realmente era imparable, tal como le dijo su padre. Aunque había un diario que este tenía guardado donde, en su lecho de muerte, llegó a decirle se detallaba la forma de acabar con ella definitivamente.

Lo malo era que para llegar a ese diario tendría que dejar Ciudad Santiago, cosa que no era muy recomendable, pues por alguna razón su mera presencia era una excusa para evitar las peleas de poder que podrías llevar a los restos de la especie humana a una guerra que les reduciría en número hasta el punto de no poder repoblar el planeta nunca.

Hacía falta otro tipo de personas. La respuesta le vino dada sola. Debía reunirse con los líderes de los distritos y pedirles el favor que cada uno de ellos aportara al menos tres hombres a una expedición de busca de fortuna y gloria. Luego se reuniría por separado con cada uno de esos líderes, la clave de todo era que se creyeran que la fortuna y la gloría serían mayoritarias para sí mismos. El ego de cada cual haría el trabajo más difícil.

Saul miraba a Lucas, que se sonreía tontamente. Lo sacó de sus pensamientos con brusquedad.

-Señor, ¿se encuentra bien?

-Si, si.

Respondió, como si saliera de un trance muy profundo. Rápidamente añadió, sin dar oportunidad al robot a preguntar más.

-Quiero convoques a los líderes de los distritos en el Palacio del Gobierno.

-¿Cuanto durará la reunión?

-Lo suficiente como para encontrar un consenso.

-En ese caso doy orden de preparar las residencias de las torres adyacentes y les envío permisos para entrar con sus parejas, harenes y escorts de pago.

Lucas siempre olvidaba la propensión de los líderes a los excesos, que era exactamente igual a su incapacidad de llegar a alguna clase de acuerdo. Esperaba que, de funcionar su plan, todo esto cambiara para siempre. Lucas se tumbó en la cama, abrazó a su hermano y le besó en la nuca.

-Hoy es el primer día del fin de nuestro encierro, hermano mío.