Hijos de Bodom (6: Atravesando las colinas...)

Un vuelo inesperado. Recomiendo leer los capítulos anteriores. Por lo menos desde el número 4.

Capítulo 6: Atravesando las colinas y más allá

--Kai.

--¿Qué?

--¿Crees en la mala suerte?

Ni bien el forzudo muchacho se dio vuelta para preguntar el propósito de la particular cuestión, se percató enseguida del mismo: su compañero Weikath observaba el horizonte humeante de la parte oeste de la ciudad en llamas, la congregación de gritos desgarradores y de huidas despavoridas de seres humanos que caían como insectos incinerados por las ráfagas provenientes de las fauces de aquella majestuosa criatura voladora.

Kai, luego de su estupor, se acordó de contestar.

--Creo en el destino—dijo, sin dejar de mirar la catástrofe.

--Entonces, el que lo digita nos odia—Weikath no tenía ganas de agregar ningún comentario socarrón más.

Entre los sonidos ensordecedores de los alaridos y las explosiones de depósitos de algunas casas, unas fuertes campanadas comenzaron a sonar desde la parte sur.

--Esto se pondrá realmente feo—indicó Weikath, comprendiendo el llamado a las autoridades guardianas—No tienen oportunidad. Muchos morirán.

Kai llevó su mano derecha a su espalda y desenvainó su arma.

--Espera…--le replicó su compañero.

--¿Otra vez con lo mismo? Algo tenemos que hacer.

--Estoy de acuerdo, pero esta no es una simple criatura carnívora. Sabes lo que es, no podrás

La primera caballería compuesta por cinco miembros pasó al costado de ellos, interrumpiendo su explicación. Los jinetes se encontraban bien armados con lanzas y bayonetas, y equipados con las mejores armaduras que el tesoro citadino pudiera comprar.

--Observa—dijo el joven rubio con desánimo.

Apenas llegaron a una distancia prudente, los soldados descargaron un vendaval de saetas contra la bestia, pero ninguna llegó siquiera a acariciarla. Sólo un aliento descendiente bastó para que se desvanecieran en el aire, carbonizando al mismo tiempo a varios desdichados inocentes y derritiendo parte de los escudos defensores.

--¡Weik!—se escuchó desde las espaldas de los muchachos.

Al inclinar sus cabezas, distinguieron a Vibeke y Jevil corriendo hacia ellos. Y con ellas, tomando la delantera, el resto de la caballería montada cargando sus nuevas picas de guerra con la esperanza de que fueran más eficientes que las saetas. Lo que siguió a continuación fue una lucha feroz entre el dragón oscuro, tan veloz como mortífero, y el poderío de una veintena de valientes dispuestos a brindar su propia vida en pos de defender sus tierras.

--¿Qué podemos hacer?—preguntó la pelirroja—Ni siquiera tengo mi arco.

--Solamente ayudar—dijo Weikath.

--¡¿De qué manera?! Ese escuadrón apenas si está retrasándolo, sólo estorbaríamos.

El joven rubio le echó una mirada a Kai.

--Ayudar a las personas a huir mientras lo distraen.

Y comenzó a correr entre la cortina de humo en dirección a la batalla. El robusto muchacho quedó pasmado.

--¿Dijo "ayudar" y "personas" en la misma frase?

--Cierra la boca—protestó Vibeke mientras lo seguía junto a Jevil.

En medio de la bulla, casi no se llegaban a diferenciar las voces de los compañeros tratando de organizar el pretendido rescate, abriendo a la fuerza puertas de madera de residencias a punto de arder, extrayendo a sus asustados ocupantes, salvando a niños cubiertos de hollín de morir carbonizados en la calle, auxiliando a los encargados oficiales de socorrer a la población mientras sus superiores luchaban. Todos esfuerzos extremos que beneficiaban a sólo una pequeña y afortunada porción de los habitantes, como habitualmente sucede en las tragedias a gran escala.

Los guardianes de Hollows no lograban penetrar con sus recursos la extraordinaria armadura natural del dragón oscuro, provocándole solamente mínimas heridas superficiales que no hacían más que ahuyentarlo por unos instantes.

Al observar el alto número de derribados sobre los escombros y los adoquines, y teniendo la certeza de que aumentaría hasta el máximo creíble, Jevil decidió poner en práctica una ocurrencia suya típica de tiempos de desesperanza.

--¡Kai!—gritó después de haber conducido a un lugar seguro a una familia—Te necesito.

Su compañero dejó de lado a un guerrero moribundo y fue a su encuentro.

--¿Qué quieres?

--¿Me puedes conseguir un caballo y llevarme a un lugar? No sé cabalgar.


Desde las famosas guerras civiles del norte que Oyster Bransom no veía tanto movimiento armamentista en su tienda. Si bien el gobierno de la ciudad tenía un herrero oficial propio que trabajaba en exclusividad para la milicia, en momentos de conflicto, aquellos en que se lleva a las armas hasta a los jóvenes novatos, el gobernante le pedía un permiso especial de utilizar sus armaduras e instrumentos bélicos costosos, arreglando las transacciones una vez terminada la crisis. Si quedaba alguien en pie con quien negociar, claro.

Las picas de doble filo eterno, las lanzas de guerra y los escudos heráldicos de gran porte eran lo más demandado por los soldados, aunque Oyster se preguntaba qué tanto valor de batalla podrían llegar a tener en manos de ellos. Nunca pensó que se desprendería de su querida mercancía tan rápido, y menos recibiendo a cambio nada más que un puñado de muecas apesadumbradas de niños asustados, escuchando en la lejanía cómo sus maestros eran masacrados.

Bajo la tutela del sol ardiente del mediodía, entre las decenas de personas tratando de encontrar un refugio improvisado, el dueño de la tienda llegó a distinguir la cabalgata furiosa de un caballo con dos jinetes acercándose a todo galope, procurando no herir a nadie en su impetuosa carrera.

A uno de los ocupantes la reconoció enseguida.

--¡Pequeña!—gritó cuando arribaban a su negocio.

Jevil le sonrió, a modo de saludo.

--Preciso algo que te pertenece—le dijo sin descender del animal, olvidándose de los modales.

--¿Cómo? Es que…¿Tú también lucharás?—su voz fue casi paternal—Eres sólo una niña, no tienes que hacerlo. Tienes mucho que vivir. Escapa de la ciudad mientras puedas.

--No voy a huir, y tampoco tengo tiempo para explicártelo. Hay vidas en juego.

--Pero, ¿de qué manera podrías ayudar?

--Por eso requiero de ti.

--Todas mis armas de guerra y escudos son demasiado pesadas, apenas si podrías sostenerlas.

--No me refiero a espadas ni lanzas.

--Entonces

--Te lo devolveré

Le hizo un ademán a Kai y se dirigieron al mostrador secundario de extrañas reliquias. La chiquilla de rizos dorados arqueó su cintura y extrajo de un tirón uno de los bastones de Anke prohibidos por el Consejo Supremo de Hechicería. De regreso le dedicó una mirada sigilosa y cargada de un misterio sombrío a quien había sido su interlocutor de apasionantes relatos heroicos.

--…luego.

El camino de regreso a la tragedia estaba atestado de personas huyendo en dirección contraria, algunos cargando en andas a heridos y otros llevando en brazos a sus seres queridos, borrándoles una ínfima parte de las cenizas con sus lágrimas caídas. El caos parecía aumentar a cada momento. A pesar de la gran cantidad de miembros que tenía la resistencia, a los que se sumaban los refuerzos, la inexplicable ira del dragón oscuro continuaba siendo un poder casi imposible de igualar con los instrumentos bélicos convencionales. Los arqueros y soldados de mejor puntería encargados de las armas a distancia habían sido los primeros en ser derribados, al igual que las catapultas, reducidas a cenizas luego de no cumplir sus objetivos con el primer disparo. Por esa razón, la esperanza de abatir o espantar a la bestia recaía en los pocos lanceros que quedaban en pie y en los valientes solitarios con vocación de defender su ciudad arrojando objetos contundentes.

Al descender del caballo, los compañeros se conmovieron al vislumbrar a Vibeke y Weikath entre la humareda y las ruinas, pretendiendo guiar y sacar del medio a los últimos habitantes ajenos a la batalla.

--¡Ayúdalos, Kai! Yo veré qué puedo intentar hacer contra el dragón.

--Ni hablar, voy contigo—dijo al tiempo que le arrebataba el escudo heráldico a un cadáver calcinado.

La pequeña hechicera se posicionó en un lugar apartado del reducido grupo de lanceros y, sin escuchar las órdenes de retroceso por peligro, irrumpió en una especie de trance con el bastón en mano. De alguna forma, la criatura se percató de la presencia de tan poderosa herramienta, ya que dirigió su atención hacia Jevil y sus ojos resplandecientes. Apremiado por una clase de urgencia, se olvidó de los enemigos inferiores, infló su pecho amenazadoramente y lanzó una llamarada en su dirección.

--¡Cuidado, niña!—gritó unos de los soldados.

El fuego aterrizó sobre su figura, cubriéndola en todo su espacio. Los guardianes ya estaban lamentando la pérdida de una vida tan joven de manera horrorosa, cuando observaron movimientos dentro de la gran serpiente acéfala de fuego. De entre las llamas surgió un escudo protector repeliendo la mortalidad ardiente y obligando al dragón a renovar el esfuerzo para una segunda oportunidad asesina. La cual agotó enseguida, a tal punto que los soldados de alrededor llegaron a preguntarse cuál era la causa del resentimiento para con ellos. El derretimiento paulatino del escudo predecía que no tenían demasiado porvenir: Kai y Jevil se estaban sumergiendo más y más en el calor infernal. Pero una flecha sigilosa emergió de los vientos y penetró en una zona sensible del cuello de la criatura, interrumpiendo su ataque y haciéndola recular por unos instantes. Al repasar el origen del objeto salvador, los combatientes pudieron divisar a varios metros de distancia a un encapuchado y su arco, acompañado por una muchacha joven de cabello corto rojizo.

--¡Sigue disparando, por favor!—gritó Vibeke, odiando el momento en que había decidido dejar el premio del torneo en el hospedaje.

El elfo continuó extrayendo múltiples flechas de su carcaj y lanzándolas una tras otra apuntando hacia el mismo sitio que había dirigido la anterior, estrellándose éstas contra las indeseables partes duras y resguardadas de la bestia como su torso y lomo debido a los movimientos bruscos de ella para tal fin.

Pero además tuvo que afrontar otro problema.

--Se me están terminando—dijo con apatía, sin estremecerse demasiado.

En la vorágine del ataque, Vibeke le echó un vistazo al desolador panorama en busca de repuestos que no se hubiesen reducido a cenizas.

Y se percató de una situación adicional.

--¡¿Dónde está Weikath?!

--¿Te refieres al que decías que tenía un costado bondadoso?—ironizó Jericko.

--¡Abajo!

La muchacha se arrojó sobre su acompañante al ver las fauces de la criatura abrirse y dirigir su ardiente agresión contra ellos.

Sabía que si no era por un milagro, el intento de protección no iba a ser más que un reflejo en vano. Su frágil cuerpo no resguardaría de las llamas al elfo y terminarían ambas vidas en un doloroso resplandor. Sin embargo, su voluntad sería premiada. Pocos segundos antes de ser golpeados por el flujo de fuego, éste se estrelló contra una especie de muro invisible, desperdigando estelas luminosas hacia los diferentes flancos.

--¿Qué…?

La pregunta de Vibeke no fue necesario contestarla, su visión le mostró la respuesta. Jevil se encontraba parada rígidamente como quien se enorgullece de su soberbio poder, con sus ojos incandescentes iluminando su rostro tenebroso y el sublime bastón en mano.

--¡¿Me buscabas?!—preguntó misteriosamente la pequeña hechicera con una voz gutural.

El dragón inclinó su cabeza hacia donde provenía la fuerza mágica y retrocedió en el aire como sorprendido por tal magnitud de defensa. Acto seguido, y con mayor furia, exhaló nuevamente su aliento sulfuroso, esperando ahora acabar con quien había osado hacerlo titubear.

La llamarada volvió a colisionar contra una pared invisible que formaba parte de una cúpula protectora, la cual, luego de momentos de eficaz resistencia, amplificó su diámetro hasta aturdirlo en una especie de contraataque.

Ante las vistas estupefactas de Kai y sobre todo de Jericko, la hechicera esbozó una sonrisa maligna de costado que complementó lo resplandeciente de sus ojos para delinear una mirada inquietante.

--¿Es todo lo que tienes?—preguntó, mostrando los colmillos.

El dragón le dedicó un bramido de ira que detonó en los tímpanos de los presentes.

--Aquí estoy

Le hizo un ademán intimidatorio, abultó su pecho al máximo y expulsó el fulgor ardiente más poderoso y devastador del ataque. Esta vez, Jevil no se defendió, sino que se inclinó por generar un inmenso relámpago de fuego con su mano derecha para contrarrestarlo, originando una épica competencia de poder destructivo. La onda expansiva de dicho evento golpeó sin previo aviso a la mayoría de los combatientes que todavía quedaban en pie.

El combate de colosales serpientes cegadoras poco a poco fue decidiéndose a favor del atacante. Se notaban en las facciones de Jevil el esfuerzo intenso que conllevaba el afrontar a la bestia en su propio juego. Sus dientes apretados y gesto de sufrimiento provocaban la congoja general de quienes se creían salvados por ella. Cuando estaba a punto de perder la batalla—y la vida--, un último arresto de energía estalló desde su ser y con un grito desgarrador lanzó una enorme esfera centelleante que atravesó el camino luminoso de la llamarada hostil e impactó en las fauces de la criatura oscura, lesionándola y haciéndola retroceder en el aire.

La vencedora momentánea se dejó caer al suelo de rodillas, jadeando y tratando de aspirar una bocanada reparadora de aire.

--Jevil…--sólo atinó a decir Kai, sin saber bien qué hacer.

El dragón acusó el golpe y estuvo unos instantes aturdido, los cuales fueron aprovechados por los caballeros restantes para lanzarle piedras y lanzas arrojadizas como un intento de estocada final. No tuvieron éxito. El poder de la criatura era demasiado como para sucumbir ante la primera derrota.

Kai buscó lo que quedaba del escudo heráldico para defenderse y a su desamparada compañera, pero al encontrar solo un pedazo de hierro a medio derretir se dio cuenta de que no había forma de que sobreviviesen a la próxima ofensiva. Levantó, entonces, en andas a Jevil e intentó como último recurso la huida.

Cuando la criatura ya había vuelto a inflar su pecho por enésima vez, sintió una punzante picazón en la parte sin escamas de su cuello, seguida de otra y otra más. Volteó para observar el origen de tal disgusto y divisó a un muchacho camuflado entre las ramas del árbol más alto no derribado. Le estaba arrojando pequeñas dagas a más de treinta metros de distancia a sus zonas del cuerpo desprotegidas con una precisión asombrosa.

Vibeke advirtió lo sucedido y se imaginó lo que ocurría antes de corroborarlo.

--¡Weikath!—gritó en dirección a la copa del árbol.

El joven rubio se había separado del conglomerado de autonombrados guardianes para robar dagas adicionales de un caballero caído y atacar a la bestia desde su misma altura. No tenía un procedimiento entre manos, sólo quería distraerla y ganar tiempo para lo que sea que se planeara después. Y de esa manera siguió agrediéndola, con armas que apenas si la llegaban a lacerar, pero que le dificultaban crear su mortífero soplido de fuego. El dragón decidió entonces acometer contra él y destrozarlo con sus afilados dientes.

--No te agradó, ¿verdad?—dijo en voz baja Weikath, viendo cómo la muerte se le aproximaba en forma de imagen alada.

--¡Por todos los dioses…! ¡¡Baja de ahí!!—se horrorizó Vibeke, haciéndole ademanes para que descendiera tirándose, aunque eso le conllevara la quebradura de algún hueso.

El muchacho no le hizo caso.

--Ven, lagartija…¿quieres jugar?

Weikath tomó carrera hasta el fin de la rama y pegó el salto más largo de su vida. En el aire observó cómo su atacante meneaba la mandíbula con el fin de devorarlo, por lo que desenfundó su cuchillo de guerra derecho y se lo clavó en las encías instantes antes de ser perforado.

Vibeke no se atrevió ni a mirar.

--Asombroso—escuchó que dijo Jericko, y vio que todos los presentes alzaban la vista para contemplar la sorprendente situación. La cabeza de la bestia se sacudía de aquí para allá envuelta en un bramido ensordecedor de dolor. Weikath se encontraba aún aferrado a su arma, siguiendo el movimiento de la misma, balanceándose y agitándose para tratar de encontrar un equilibrio. Ni bien tuvo la oportunidad, tomó impulso con su brazo derecho e hizo una pirueta digna de su pregonada agilidad para caer parado en el lomo, cuchillo en mano. El dragón zarandeó todo su cuerpo adrede, queriendo provocar la pérdida de la vertical del joven, quien no tuvo otra opción que extraer también su otro instrumento mortal y sostenerse clavándole ambos en la zona costal.

Una vez más agradeció la maestría forjadora de Ralf Evanns. Ningún otro filo podría haber penetrado las escamas oscuras.

--¡A…ayúdenlo…!--suplicó la pelirroja.

Todos estaban absortos, apostando sus últimas esperanzas sin ningún accionar de su parte. Sólo Kai pretendía socorrerlo, pero el vértigo de la disputa no le daba tiempo a pensar qué hacer. Además, todavía debía poner a salvo a la desfallecida Jevil.

Pero Weikath no necesitó de su ayuda. Comprendiendo que ya estaba jugada su existencia, comenzó a avanzar poco a poco ensartando una y otra vez sus cuchillos en la carne del enemigo, quien se valía de intentos de tarascones y mordidas para defenderse de las laceraciones que ya dejaban ver su sangre azul. Cuando el muchacho llegó al comienzo del cuello de la criatura, clavó enérgicamente allí sus cuchillos, retorciéndolos luego para que la herida fuera más amplia. El injuriado, poseído por el sufrimiento, chillaba y se retorcía en el aire con el anhelo de que su victimario lo liberase y caiga, pero la forma en que estaba sujeto Weikath y su experiencia de mantenerse en equilibrio en árboles con ramas angostas, le negaron el alivio. Resolvió entonces olvidar su objetivo primario, sea éste cual fuere, y emprender la retirada, levantando vuelo para llegar a alturas y velocidades que lleven a cabo lo que él no pudo lograr.

Emprendió el joven, de esta manera, un viaje no planeado a lomo de uno de los animales más feroces del planeta.

--No importa lo que hagas, seguiremos unidos—musitó Weikath, sujetando los astiles con toda su fuerza, intentando vencer la fricción de la resistencia del viento contra su cuerpo.

Mientras varios de los sobrevivientes festejaban a su manera el repliegue, Vibeke trataba de perseguirlos corriendo desaforadamente, vociferando frases que se entrecortaban con sus jadeos. Entró en estado de pavor cuando los perdió de vista en el horizonte, atravesando las colinas. Su impotencia la llevó a gritar en forma histérica el nombre de su amigo, sabiendo igual que no se resolvería nada con ello.

Con gran voluntad, Weikath soportaba la velocidad planeando el próximo paso. Su objetivo nunca había sido el de convertirse en un mártir para salvar a la ciudad de Hollows, sólo quería trasladar la batalla hacia otras latitudes donde hubiesen menos víctimas. No tenía intenciones de morir, más allá de que todos los posibles eventos lo estaban guiando a un encuentro seguro con la parca.

Notó entonces un atisbo de esperanza: se estaban acercando a una espesa arboleda, plagada de plantaciones tan altas como gruesas. Se dio cuenta de que no habría otra oportunidad como esa, ya que los movimientos y las acrobacias de la criatura habían mermado y estaban perdiendo elevación gracias a las heridas sangrantes.

Decidió, entonces, reincorporarse y pararse sobre la extensión del cuello, como había leído que hacían los antiguos jinetes de dragones cuando se disponían a atacar una ciudad. Aprovechó la desorientación y la somnolencia progresiva del animal y lo guió, como si fuera un caballo, hacia el bosque salvador.

Al ver que su plan estaba funcionando, su preocupación se fue transformando en vértigo y euforia. Recién allí se percató de dónde se hallaba, de que estaba montando a una de las bestias más temidas por el ser humano, teniéndola bajo su control, surcando el firmamento con el viento queriéndole desgarrar el rostro.

Inhaló y exhaló rápidamente en repetidas ocasiones, sintiendo un cosquilleo agradable en su estómago.

--¡Miren dónde estoy, Peacefalls!—gritó radiante, sin dejar de aferrarse a sus cuchillos--¡Sólo unas semanas pasaron…!—se rió.

Las copas de los árboles se acercaban. Solamente le restaba suplicar que su enemigo no tuviese la suficiente consciencia como para realizar un acto suicida que lo matara a él también; pedir que su instinto de supervivencia continuara siendo más fuerte y se mantenga en el aire hasta llegar a un destino redentor desconocido e imposible, y así no sucumbir en pleno vuelo, convirtiendo a la gravedad en asesina.

Cuando el planeo cruzó por fin el límite de la arboleda, calculó la difícil tarea de apearse a esa velocidad sin colisionar su integridad contra un madero. Luego de dejar pasar más de cinco ocasiones propicias, desprendió sus armas del cuello del dragón y saltó hacia un cúmulo de ramas de varios árboles enredadas entre sí. Combatió contra la inercia pegando pequeños brincos entre ellas, para finalmente detener su carrera clavando los cuchillos en el corazón de un tronco gigante dispuesto en el medio de su camino imaginario.

Su respiración profunda de costoso triunfo fue interrumpida por el sonido producido por el choque de la colosal estructura del enemigo contra las altas coníferas a varios metros de allí.

--Feliz aterrizaje.

Extrajo sus instrumentos de la vieja madera y examinó los contornos manchados de sangre azul, las cabezas de lobos grabados a la perfección, el acero afilado artesanalmente.

--Qué haría yo sin ustedes—susurró mientras los enfundaba en su cinturón.

El corazón le palpitaba con tanta energía que hasta podía notarlo. Se revisó en busca de heridas, encontrando solamente raspones y contusiones en sus brazos. Increíblemente todo había salido a la perfección.

--Eso estuvo divertid

No pudo completar la frase. La rama que sostenía su peso cedió partiéndose a la mitad. Luego de lastimarse diversas partes de su cuerpo en el recorrido de la caída con las plantaciones que la aminoraban, aterrizó de costado sobre sus posaderas y dio un par de vueltas antes de quedar maltrecho boca arriba, observando el cielo.

--Eso no.

Estuvo un largo período contemplando los fragmentos de nubes que los frutos del bosque le permitían ver, analizando cualquier garabato con tal de darle un pequeño recreo a su mente, intuyendo lo que se avecinaba.

Al cabo de unos minutos, decidió volver a la realidad. Intentó cuidadosamente incorporarse pero su cadera rota lo imposibilitó, quejándose con un ruido atronador de huesos salidos de su lugar. Weikath no resistió el dolor y lanzó un grito desgarrador que asustó a todas las aves de alrededor, induciéndolas al despegue de sus territorios oriundos. Al querer arrastrarse hacia un sitio más blando, se percató de mala manera que su brazo derecho también se había quebrado. Exhalando con fuerza, procuró esta vez soportar el sufrimiento sin bullicio.

--¿Tanto mal he hecho?—se preguntó murmurando irónicamente.

Oteó el panorama verde forestal, examinando el boscaje, sus matorrales, los pequeños mamíferos como ejemplo de la fauna. Nadie a quien pedir o enviar por ayuda.

—Al menos no está Vibi para contestarme.

Apoyó su cabeza en la tierra dura, tratando de descansar sus nervios y relajar sus músculos. Faena dificultosa dada la dolencia que habitaba en todo su ser.

Inmóvil, maniatado por las circunstancias desfavorables, los segundos se convirtieron en minutos y los minutos en horas. El atardecer cedió su lugar al crepúsculo, trayendo consigo los últimos vestigios de luz diurna. La luna, majestuosa moneda de plata en el infinito oscuro, tomó protagonismo a pesar del puñado de nubarrones que amenazaban con tapar su brillantez, habiéndolo hecho ya con las estrellas.

En la línea delgada entre el uso de la razón y la inconciencia, Weikath se concentró en respirar, poniendo especial atención al estado de sus heridas, limpias hasta el límite posible de llegar con pequeños trazos de vestimenta. Había descartado varios planes de escape de esa prisión natural con rejas de sufrimiento e incapacidad de maniobrar su propia integridad, y cuando creía que el intento de espantar insectos iba a ser su única actividad para no caer en el sueño, uno de los matorrales cercanos a sus pies se movió repentinamente. Un hocico colmilludo de animal se asomó de entre los frutos para llevar a cabo el reconocimiento olfativo.

Era un lobo gris del sur.

El muchacho se hecho a reír de manera maniática.

--¿No te gusta la carne de dragón?—le preguntó, señalando con los ojos la dirección en que se había derrumbado la magnánima bestia.

La respuesta que obtuvo fueron ladridos intimidantes, gruñidos y manifestación de dientes. Weikath suspiró, entonces, como quienes se entregan a su destino, recordando las palabras que le había mencionado a su compañero Kai segundos después de haber avistado por vez primera al dragón.

HIJOS DE BODOM