Hijos de Bodom (3: Púrpura profundo)

Sangre, heroismo y violencia extrema.

Capítulo 3: Púrpura profundo

Jamás creyeron que iba a ser de esta manera. Nunca imaginaron que en su primera batalla real se enfrentarían contra una horda de bestias carnívoras y hambrientas, deseosas de sus jóvenes sangres. Habían pensado, sí, que serían aventuras merecedoras de relatos posteriores a sus progenitores, típicas luchas del bien contra el mal en donde el peligro era dueño y señor, como contaban las antiguas historias de los caballeros visitantes de Peacefalls. Pero no crueles duelos contra la mayor de las horribles e inminentes muertes. Con sólo ver tantos dientes y garras afiladas acercándose desde todas partes, a cualquier guerrero experimentado se le hubiese erizado el espíritu. Cuando comenzaron a avanzar al trote hacia ellos, sus mentes se emblanquecieron, pensaron que todo lo que podían hacer era confiar en que sus habilidades les permitiesen existir un tiempo más, al menos hasta poder averiguar quién sería el último en quedar con vida, aunque eso significara ver caer a sus amistades bajo el horror de la masacre.

La primera en reaccionar al ataque masivo fue Vibeke. Velozmente disparó dos flechas juntas en dirección al torso de su agresor más próximo dando justo en el blanco pretendido: su corazón. El nathrakh se derrumbó sin siquiera llegar a tocarla. Pero sus compañeros ni advirtieron su caída, sino que se abalanzaron contra su enemiga. La muchacha comenzó a extraer de manera frenética una flecha tras otra de su carcaj, acertando cada vez en los puntos débiles de las criaturas. Pero sabía que esta forma de ataque no tenía demasiado porvenir. A medida que iba derribando de a uno, varias flechas mediante, dos o más se acercaban peligrosamente a su posición, y cuando llegasen, ya no tendría defensa ante tal voracidad. Viendo cómo empezaba a perder efectividad su única posibilidad de vencer, sus ojos verdes comenzaron a segregar lágrimas de terror.

Weikath, por su parte, prefirió la ofensiva por sobre la defensiva. Su forma de pelear tenía puntos flacos cuando se trataba de resguardar su integridad ya que sus pequeñas armas no le otorgaban demasiado amparo y el único modo de salvaguardarse era evadiendo los golpes del contendiente, lo cual era sumamente difícil para un novato si éstos venían desde todas partes al mismo instante. Dio varios pasos hacia adelante y se enfrentó con el primero de la manada. Tenía en cuenta que si tardaba más de unos momentos en aniquilar a uno, los demás lo alcanzarían y derrotarían sin mayor esfuerzo. Por esa razón apeló a toda la destreza y velocidad que presumía tener para cortarle la garganta sin que éste lograra morderlo con sus fauces. Luego de dejarlo en el suelo desangrándose acometió contra el siguiente, del cual esquivó inicialmente un zarpazo y, con un movimiento de izquierda a derecha de su cuchillo diestro, seguido de otro igual pero con el zurdo, lo ultimó rebanándole la cabeza. Al tercero no le dejó ni la oportunidad del intento: cuando éste pretendía clavarle las zarpas en su cuello, el joven se agachó, se le aproximó por debajo y le conectó seis puñaladas rapidísimas seguidas. Las demás criaturas, al verlo salpicado con el fluido púrpura y las entrañas de su camarada, titubearon en su afán. Y esto Weikath lo advirtió.

--Bien, ahora sí…--dijo, mientras hacía malabares con sus cuchillos—Cuando quieran

Por la experiencia que había tenido, Kai estaba al tanto de que no era sabio clavarles una estocada. Entendiendo esto, cegó su miedo dando calce a que la ira se apoderase de su ser. Con un grito de guerra se lanzó contra las bestias sin ningún tipo de estrategia, sólo la fuerza bruta. Así fue como cercenó brazos, zarpas, piernas y todo lo que sus enemigos pudieran usar para atacarlo o mantenerse en pie. Su poderosa espada desunió sin piedad carne y huesos con la furia que demostraban los que todavía no querían morir y no se resignaban a hacerlo. Desde su posición, observó alucinado, en las pocas décimas de segundo que le dejaba la batalla, las increíbles maniobras de Jevil contra los de su flanco. La pequeña conectaba patadas voladoras, fuertes puñetazos con su mano izquierda desnuda y poderosísimos golpes con su cetro resplandeciente como si fuera la más experta de las luchadoras. Los nathrakhs caían muertos a sus pies con fracturas expuestas y bocas desencajadas.

Vibeke ya no podía dar más pasos hacia atrás. Las criaturas habían conseguido alcanzar el lugar más temido por ella: demasiado cerca como para seguir combatiéndolas a la distancia. Tan así era que cuando se disponía a sacar una de sus últimas flechas, un nathrakh le destrozó el arco de un zarpazo limpio. Como último recurso, la joven le propinó un golpe a la cara con su puño derecho que apenas si lo hizo retroceder. Seguramente le debió haber dolido más a ella que al agredido, ya que sintió como si se le hubieran quebrado todos los dedos.

--¡¡Ayuda!!—gritó tomándose la mano, víctima del pánico.

Kai escuchó el pedido de auxilio y se volvió hacia su amiga. La observó indefensa y expuesta a los embates, sin ninguna posibilidad de conservar su vida. Rápidamente, desenvainó un cuchillo de una pequeña funda escondida entre sus ropajes y se lo arrojó.

--¡Vibeke!—le gritó luego de enviarle su única esperanza.

La muchacha lo atrapó en el vuelo haciendo gala de sus muy buenos reflejos y lo utilizó para cortarle el torso de par en par a la bestia que estaba a punto de destrozarla.

Kai pagó caro la asistencia brindada. Uno de los nathrakh aprovechó el tiempo de guardia baja y le asestó un arañazo certero en su zona abdominal. Varias gotas de sangre brotaron de la herida y tiñeron el campo debajo de él, provocándole un agudo dolor. Contraatacó con una enérgica oscilación de su espada que mutiló hasta la muerte al cuerpo de quien lo había lesionado. Pero detrás de él surgió otra figura, esta vez empuñando una rama gruesa y larga, lo cual lo sorprendió amargamente. Sin espacio para defenderse, fue golpeado de manera brutal en su hombro, siendo éste dislocado al tiempo en que gritaba atrozmente. Las tres criaturas que restaban en su campo de ataque lo advirtieron débil, de rodillas y sangrante. Esperaron unos segundos para propinarle el golpe mortal y así comenzar a devorarlo al fin. Fue en ese lapso en que el tenaz muchacho se incorporó con las últimas fuerzas que le quedaban y se preparó para la ofensiva final.

Después de derribar al destructor de su arco, Vibeke esquivó por milímetros el ataque del siguiente y le insertó con violencia el cuchillo en la oreja. El aullido de dolor le taladró los tímpanos, quedando inmóvil a partir de allí debido a la carga de la enorme masa inerte caída sobre ella. La joven supo entonces que estaba perdida y cerró sus ojos como una forma de atenuar la agonía anterior a su muerte. Pero no sintió ninguna dolencia, ninguna clavada punzante, sólo el salpique de un pegajoso fluido en su cara. Cuando los abrió, divisó el cuerpo decapitado de quien iba a ser su asesino y a su amigo Weikath al lado suyo, bañado en púrpura, jadeante y con un par de heridas cortantes graves en su pecho y hombros.

--¡Mantente cerca de mí…y haz lo que puedas!—le dijo.

El muchacho rubio no pudo hacer demasiado más. Uno de los cuatro nathrakhs que quedaban con vida lo mordió en su antebrazo diestro, derribándolo junto con él e induciéndole al abandono de sus armas principales.

--¡Weikath!

Ya en el suelo, extrajo con extremo esfuerzo una de las dagas de su cinturón y se la clavó en el ojo a la bestia que estaba encima suyo. Luego de apartarla, sacó sus dagas restantes y las lanzó con su brazo sano esperando que sus destinos fueran los deseados. Y así fue. Los instrumentos voladores perforaron el cráneo de la que estaba próxima a herir a su amiga. Desde donde se hallaba postrado sin conseguir levantarse, pudo visualizar a Vibeke rígida, inmóvil, esperando el ataque de las últimas dos, las cuales emitían sonidos guturales como buscando venganza por la matanza. La vio hacerse de una de las flechas de su carcaj y aguardar la embestida final con el pequeño cuchillo en su mano derecha y la mencionada en la izquierda.

--Hoy no…..no todavía…—susurró la muchacha para sí misma.

Y ésta no tardó en llegar. Al instante, las criaturas arremetieron al mismo tiempo. Vibeke se movió ágil y velozmente para posicionarse a un costado de la de su izquierda. Le enterró la flecha en el cuello y, dentro del mismo movimiento, le arrojó el cuchillo buscando la misma parte del cuerpo de la otra, acertando también.

A Kai solamente le quedaba un enemigo. Había masacrado ya a todos los demás y se encontraba luchando con su más fuerte adversario: el que sujetaba la vara gruesa de madera. Y estaba siendo vencido. La inactividad de uno de sus brazos y la profunda punzada que provenía de su herida transformaban el combate en una pelea desigual. La cual se decidió imprevistamente cuando el color de la hoja de su espada se tornó a un rojizo radiante y, con un rápido accionar, le dividió en dos la rama, el brazo, el torso y parte del cuello. El muchacho no entendió lo sucedido hasta divisar a la pequeña Jevil. La hechicera estaba manteniendo su puño izquierdo cerrado y de él emanaba una luz centelleante del mismo color que el que tenía el acero de su arma. Ambos se quedaron mirando durante un largo rato. Los ojos brillantes de la niña, sus dientes apretados de furia y el cansancio que denotaba su respiración hipnotizaron a Kai, incrédulo al ver la pila de cadáveres destrozados alrededor de ella.

Jevil paulatinamente se fue calmando y su cuerpecito volviendo del trance del hechizo. Cuando finalmente el color celeste regresó a sus ojos, dejó caer su cetro empapado en sangre ajena y observó su maltrecha mano zurda. Por más que hubiera estado bajo el encanto de la magia, sus pequeños dedos habían seguido siendo los de un retoño de trece años, y eso se notaba en la carne viva que dejaba ver su epidermis y en el temblequeo de sus músculos. Se la asió para protegerla del dolor, retorciendo su rostro casi hasta el límite del llanto.

Kai le echó luego un vistazo al panorama completo del campo de batalla. Weikath se hallaba tirado en medio de un charco de sangres mezcladas y de vísceras impropias, consumido por la extenuación. A su lado yacía una de sus víctimas, cuyas facciones y la daga clavada en uno de sus ojos delataban al verdugo. Más allá, las secuelas bélicas: un océano de carne y trozos de vidas arrancadas.

Vibeke sonrió al encontrar a su amigo herido pero vivo, quien le devolvió la dolorosa sonrisa desde el piso. A pesar del padecimiento por las injurias, al encontrarse todas las miradas bajo el sol del mediodía, se intercambiaron risas de victoria impensada, alegría de aquellos que consiguen algo imposible en teoría y viven para contarlo.

--¿Están bien?—preguntó Kai sólo para ser el primero en hablar.

Weikath echó una horrible carcajada entrecortada entre toses al escuchar esas palabras de alguien que tenía a uno de sus brazos casi colgando de su cuerpo y que lo veía a él derribado y muy lastimado.

--Gozando de la vida—contestó con la voz que le quedaba.

Kai sonrió al darse cuenta de la idiotez de su pregunta.

--Y tú que decías que íbamos a morir…--se burló.

Su compañero volvió a reírse.

--Estamos en el medio de la nada, con heridas sangrantes y abiertas, y bañados en un líquido que debe ser infeccioso por el hedor—dijo con una sonrisa tan cínica como macabra, de la cual se desprendía un hilillo de sangre—Diría que te sentaras a recordar a tus familiares porque tú y yo no regresaremos nunca.

Tanto a Kai como a Vibeke se les borró el júbilo del rostro. El miedo a la muerte y a perder a un ser querido ensombrecieron sus almas. Los dichos de Weikath eran tan lúgubres como ciertos: aunque lograsen detener el sangrado de alguna forma, no podrían contrarrestar la podredumbre de las heridas en el largo camino a la aldea más cercana. Pero el muchacho extrañamente se había olvidado de un detalle.

--Weikath--se le acercó una Jevil seria—, observa.

La hechicera le mostró un pequeño corte sangrante alojado en su brazo derecho anegado en fluido púrpura. Luego pasó su mano izquierda, ya curada, por encima del mismo. Una luz blanca resplandeció en el área lesionada y

--Cerrada, sin cicatriz y sin infección.

Weikath se quedó sin habla, observando la piel completamente restaurada y sin rastros de la incisión.

--Magia blanca básica y ordinaria, niño genio—le dijo cuando él estaba por abrir la boca para preguntarle.

Los demás se rieron socarronamente del pesimismo y la poca fe que casi siempre mostraba.

--No sabía que ya sabías usarla.

--Es lo primero que aprendí.

La niña comenzó a utilizar los encantamientos de curación. Los resplandores blancos y radiantes nacidos de su mano acariciaron la piel del muchacho deshaciendo las lesiones y contusiones, llevándose consigo también algunas de las manchas de sangre de las bestias.

--Tengo que confesar que realmente no me lo esperaba de ti, pequeño—le dijo Kai—Te luciste en la batalla, luchaste con gran ahínco.

Weikath hizo una extraña mueca, mezcla entre sonrisa y gesto de incredulidad.

--¿Qué, te sorprende que te haya adulado?

--No, me sorprende que sepas lo que significa "ahínco".

Kai sonrió al tiempo en que se dedicaba a buscar una pequeña rama o vara que le sirviera para su propósito futuro. La encontró cerca del arco destrozado de Vibeke.

--Chicas, no miren para acá, por favor—advirtió.

Obviamente, lo primero que hicieron las muchachas fue voltear sus cabezas para averiguar la causa de la advertencia de su compañero. El corpulento joven se llevó a la boca la vara hallada y la apretó fuertemente con sus dientes, se agarró la muñeca izquierda con su mano derecha y de un violento movimiento puso a su hombro en su lugar. El grito ahogado que escapó de su garganta y el sonido particular de las articulaciones al sacudirse vehementemente produjeron que las miradas observantes se apartaran por la horrible impresión.

--¿Te dolió?—preguntó Weikath en forma burlona.

Kai no contestó, estaba muy ocupado tratando de recomponerse.

--Te felicito, sabes poner los huesos en su sitio—prosiguió—La próxima vez no avises, ¿si?

--Si quieres puedo acomodarte la cabeza para que tu mente deje de ser tan torcida—dijo luego de escupir la varilla.

--No, gracias, déjala así como está que no me molesta.

Viró su mirada hacia su amiga y percibió el color morado de la piel debajo de sus ojos, así como también la irritación de los mismos.

--¿Estuviste llorando?

Vibeke, apenada, apartó la visual como queriendo esconder la vergüenza de haber sentido al terror absoluto como supuesta última emoción.

--No hay nada de malo en tenerle miedo a la muerte—dijo Kai—Valiente es aquel que se le enfrenta, venciéndolo. El que no le tiene temor a nada, está vacío por dentro.

--Lo dices por mí, ¿no?—Weikath lo miró con poca simpatía esta vez.

No hubo respuesta.

El muchacho rubio volvió su visual hacia la faena de la hechicera, quien ya estaba pronta a terminarla.

--Si de sorpresas hablamos, hay que mencionar las artes marciales guerreras ocultas de la niña. ¿Qué fue todo eso?

--Un hechizo de habilidad. Quintuplica mi fuerza y mi destreza en la lucha cuerpo a cuerpo—Su contestación no demostró demasiado entusiasmo.

--Vaya, siempre me pregunté la causa por la que llevabas ese cetro tan pesado si apenas podías sostenerlo con una mano. Parece que la pequeñita lleva a una asesina impiadosa dentro

Jevil frunció el ceño ante el comentario en tono irónico.

--Mejor cállate si no quieres que te cautericen las heridas con fuego—le sugirió Vibeke.

--No hablo más.

Las decenas de cadáveres engalanaban el exterminio, mostrando los resultados de la feroz batalla. Los jóvenes vencedores sentían una rara mezcla de sensaciones en sus cuerpos: regocijo por seguir con vida, el enaltecimiento de sus egos, la extraña congoja de saberse responsables de tantas muertes. Todavía sentían la adrenalina correr por sus venas, característica típica de la calma posterior a la violencia. Vibeke recorría el campo con la mirada perdida en busca de respuestas a alguna pregunta olvidada, hallando sólo los fragmentos que quedaban de su antigua arma.

--Rayos, mi padre va a matarme.

Su amigo fue a su encuentro.

--Huiste de tu casa llevándote dinero y varias provisiones. ¿Crees que cuando vuelvas él se va a acordar de su arco?

--Tienes razón--se encogió de hombros—, creo que primero me va a torturar

Weikath comenzó la recolección de sus adminículos. Luego de encontrar y enfundar sus cuchillos aún manchados con la vitalidad de los nathrakhs, extrajo las dagas de una cabeza inerte, saliendo una de ellas con un ojo incluido y su respectivo nervio colgando.

--Al fin y al cabo eran seres vivos como nosotros—dijo Vibeke, dándole asco la escena descripta junto con el apestoso hedor gobernante—Y sólo buscaban comida para sobrevivir.

--Y la comida éramos nosotros—le respondió con frialdad, mientras intentaba extirpar el ojo de la cuchilla con su bota—No te atrevas a arrepentirte ahora después de todo lo que me dijiste anoc...

--Hasta ayer nunca había lastimado a nadie en mi vida, Weik—interrumpió la muchacha, como una forma de excusar su remordimiento.

--¿Y crees que eso le puede importar a éste ahora?—Weikath, sonriente, señaló uno de los cuerpos ultimado con cuatro flechas en su pecho.

La joven de cabello corto estaba comenzando a perder la paciencia con el sarcasmo de su amigo. Imaginaba que en cualquier momento iba a cerrarle la boca de un puñetazo.

--Es la ley de la existencia—añadió hablando esta vez en serio—Alguien tiene que morir para que otro pueda seguir viviendo. Todos somos entes conscientes y defendemos nuestro derecho a existir, desde los vegetales hasta los humanos, con mayor o menor fuerza. En este caso fuimos nosotros los invasores malvados que matamos a estas criaturas en su territorio siguiendo un propósito. Ayer fueron ellas. Sean cuales sean los objetivos, la consecuencia es la misma. No es cuestión de razones más importantes que otras, sólo es cuestión de ganadores y perdedores.

--Qué sencillo que es todo para ti. Hay situaciones mucho más complejas que la de una simple victoria contra tu adversario. No puedo pensar como tú.

--Vaya novedad. El punto es que tus enemigos están muertos por tu mano, a eso nada lo cambiará, así que llévate un trofeo si quieres—le ofreció con el dedo índice el ojo tirado.

Vibeke estaba apretando y preparando su puño cuando se escuchó un golpe seco a su espalda. Jevil se había dejado caer pesadamente por la debilidad que sentía en su cuerpo.

--Niña, ¿te ocurre algo?—preguntó Kai, quien hasta hacía muy poco había experimentado también la magia curativa en su cuerpo.

--No te preocupes, estaré bien—contestó con voz casi extinguida.

--Necesitas descansar, Jev, estuviste haciendo demasiado esfuerzo—dijo Vibeke acercándose y arrodillándose a su lado.

--No es cansancio físico, ¿cierto?—vociferó Weikath a lo lejos, caminando hacia allí.

Se produjo un silencio expectante.

--Sí. Cada vez que utilizo los hechizos, una parte de mi espíritu es consumida por ellos. Es como si se llevaran una porción de mi energía vital. Por eso es que por ahora no puedo invocar varios a la vez ni usarlos por un tiempo prolongado.

--La batalla pudo haberte matado sin que fueras lastimada, entonces—dijo Kai turbado.

Jevil se tomó su tiempo antes de contestar.

--Peor que eso.

--La llama de su alma podría haberse apagado—añadió Weikath.

La pequeña asintió ante las miradas intranquilas mientras se incorporaba.

--¿Por qué no nos lo dijiste? Lo hubiera pensado dos veces antes de que me curaras.

--Gracias por tu preocupación, Kai—dijo sonriendo tiernamente—Pero no merecían morir después de lo que habían luchado. Además, sigo aquí ¿no?

Kai sonrió y meneó su cabeza.

--Eres muy valiente, niña—dijo Vibeke algo sorprendida por la personalidad manifestada por su compañera.

Como todo pequeño descanso posterior a un intensivo ejercicio, los largos segundos de silencio y reposo a continuación acrecentaron las dolencias musculares y espirituales del grupo. Pero unos visitantes indeseados, proclamando con sus gritos el derecho del terreno, los indujo a que lo abandonasen o pasaran a formar parte de él. Ciertamente, una a una las aves carroñeras comenzaron desde el cielo a generar sombras danzantes amenazadoras esperando a que el festín sea completo, aguardando a que los últimos en pie cayeran bajo el sol avasallante y acompañasen al suculento océano de cadáveres debajo de ellos.

--Creo que debemos irnos—sugirió Kai echándole una mirada al firmamento bloqueado en fracciones.

--Apoyo la sugerencia—dijo Weikath.

Ayudándole a caminar a su pequeña compañera, los jóvenes con un andar pausado y precavido se fueron retirando del campo testigo de su primera experiencia cara a cara con la muerte.

--Díganle adiós a la inocencia, pues ella murió aquí.

--¿Por qué rayos no se quita esta porquería?—se quejó Kai frotando y enjuagándose la piel de sus brazos con el agua cristalina del arroyo Igorm.

--Te desollarás antes de sacarte esa sangre—dijo Weikath riéndose, sentado en la orilla—No sale con nada.

--¿Quedaremos manchados de púrpura para siempre?

El muchacho rubio lanzó una carcajada.

--Mírale el lado positivo: llamaremos la atención y seremos populares con las chicas.

Vibeke, quien se encontraba arrodillada cerca de su amigo, hizo un movimiento brusco con sus piernas sobre la superficie del agua con el propósito de salpicarlo en toda su dimensión.

--Lo dudo con esa fragancia—dijo sonriendo con picardía.

Weikath se refregó los ojos apartando las gotas gruesas que habían caído sobre sus párpados y observó con molestia a la pelirroja.

--Es biodegradable cuando dejan de alimentar a un cuerpo—dijo—Hay que esperar un tiempo para que desaparezca, no tengo idea de cuánto. Ahora, ¿te quitas tu camiseta y me la prestas para secarme como hacías años atrás?

--Ni en tu sueños húmedos.

--No te alegres, no son contigo.

Jevil se calaba el rostro con agua que juntaba con sus palmas de un margen alejado de sus compañeros, buscando apartarse una vez más para obtener la tranquilidad que le ayudara a apaciguar el dolor de cabeza que la aquejaba. En cada una de las enjuagadas se reflejaba la luz diurna cayendo sobre los árboles en todo su esplendor. La baja temperatura del líquido limpio despabilaba su mente afectada por el incidente, haciéndola percatar de la sangre derramada por sus manos aniñadas. Había probado tener el poder necesario como para matar, pero no todavía el que la ayude a olvidar. Sumergió y emergió su cabeza completamente queriendo borrar los pensamientos, dándole el estímulo a sus nervios para que se ocupasen del frío.

--No saldrán, si eso es lo que buscas—le dijo Kai quien se había arrimado a ella.

La pequeña se peinó con las manos su cabello enrulado, sin comprender las palabras de su camarada hasta advertir el reflejo de su cara manchada en el arroyo.

--No me importa eso.

Kai se agachó para tenderle una mano.

--Veo que te encuentras mejor.

--Sí, un poco.

Con su fuerza bruta la hizo incorporarse de un rudo tirón.

--¿No los soportas?—le preguntó sonriente.

--¿Eh?

--A esos dos escandalosos

Señaló disimuladamente a Weikath y a Vibeke, quienes se estaban empapando el uno al otro en medio de un bullicio como si fueran dos infantes. Jevil rió en parte por el ridículo espectáculo y porque había pensado que la pregunta se refería a un tema más profundo como el de sus recuerdos.

--Qué fácil que olvidan todo.

--Es mejor así. Fuimos con un propósito y lo cumplimos. Ahora es tiempo de festejar.

--¿Festejar? Extinguimos una raza

--Suena insensible, pero piensa en las vidas que hemos salvado y no en las que destruimos. Incluyendo las nuestras. ¿Acaso no has matado insectos alguna vez sólo porque te picaron o te estaban molestando? Imagínate si fueran venenosos y tu existencia dependiera de ello.

La hechicera sonrió con algo de tristeza.

--Serás un buen caballero, Kai.

Dejando a su corpulento amigo confundido, se adelantó en dirección a los otros dos e infló sus pulmones.

--¡Oigan, niños! ¡¿Qué les parece si nos vamos de una vez que nos espera una larga caminata?!

Vibeke y Weikath detuvieron su esparcimiento al instante.

--Sí, señor comandante—dijo el muchacho.

Jevil siguió caminando como si no lo hubiera escuchado.

--No molestes, estoy hambrienta—dijo para sí.

Lady Marlene Lymberg odiaba los largos desplazamientos en carroza. Desde joven sufría las diligencias de protocolo encomendadas por sus padres para socializar y emparentarse con la alta alcurnia por ser la heredera de vastas tierras nobles. Y esta no era la excepción. La lejanía de Greenhold con respecto a su hogar la había fastidiado al punto de querer desistir a mitad de camino y volver, pero la ausencia de su familia en el aniversario de Sir Jankers no hubiera sido tomada como una buena señal de amistad entre los linajes. Para colmo, el cochero había aparcado el lujoso carruaje varias veces en los campos abiertos para alimentar a los exhaustos caballos, haciendo aún más intolerante la odisea. Recién cerca del crepúsculo, con los últimos haces del firmamento tiñendo las nubes de colores tornasolados, las facciones de su lugar de destino comenzaban a aparecer.

Linkarn, el primer guardián del camino principal, los escoltó todo el recorrido desde la entrada del pueblo hasta la suntuosa residencia de su superior, paseándose por entre la muchedumbre que observaba admirada la belleza de los detalles metalizados del elegante transporte. Al llegar frente al portón de plata custodiado por dos guardias, abrió la puerta y estiró su mano ofreciéndole ayuda a la heredera para descender. Lady Marlene la aceptó poco gustosa.

--Qué viaje insufrible—dijo, dando su primer paso en tierra firme en mucho tiempo.

--Buenas tardes, miladi.

--Buenas tardes—se arregló su arrugado vestido de gala blanco con puntillas rosas.

Ambos se dirigieron al portón por el sendero construidos con prolijos adoquines. Linkarn le hizo un gesto a los guardias para que lo abrasen.

--Usted es la primera, miladi. No la esperábamos hasta la noche—dijo, tratando de aparentar simpatía.

--Salí un poco más temprano porque sabía que sería

Lady Marlene interrumpió su explicación porque algo desagradable comenzaba a molestar a uno de sus sentidos. Y cada vez se hacía más intenso ese malestar.

--¿Qué es ese horrible hedor?

El primer guardián también empezó a sentirlo, era como una podredumbre de días que atacaba su olfato sin piedad. Pero a diferencia de su acompañante, él sí podía reconocer su origen. Le hacía recordar a la batalla de la noche anterior y a la posterior cremación de los derrotados. Recordó lo difícil que había sido quitarse el olor de ese fluido impregnado en su armadura y vestirse en forma presentable para la ocasión. Apuntó su vista en contra del viento y observó a lo lejos, hacia donde se encontraban los habitantes reuniéndose por algún motivo en el camino principal. Luego de varios segundos, uno a uno fueron apartándose dando lugar a la marcha de cuatro individuos en fila de dos en dos. Sus imponentes pasos deslumbraban como si todo el colorido del atardecer los irradiara sólo a ellos. Sus rostros sucios, serios y sin emociones eran conocidos por él.

--Es

Increíble era la palabra que buscaba pronunciar y no pudo. Tarde se había enterado de la estratagema de sus superiores y expresado su desagrado abiertamente ante los consejeros. Pero ya nada podía sorprenderle de ellos. Los había obedecido en muchas ocasiones poniendo en extremo peligro a sus hombres sin sentido como para creer que no serían capaces de usar a cuatro niños como carne de matadero. Sin embargo, esos niños estaban allí, volviendo de los colmillos de la muerte, salpicados con el trofeo de su victoria impensada. Y a cada paso que daban, crecía más su admiración hacia ellos.

--¿Quiénes son esos chicos malolientes?—preguntó con asco Lady Marlene.

--Son…..ellos.

Se dirigían hacia la entrada de la residencia, donde la pareja aguardaba a que se abriera el portón. Cuando pasaron frente a ellos, sólo la pelirroja de cabello corto les esbozó una pequeña sonrisa acompañada con un guiño de ojos. Enseguida, Linkarn les dio la señal a los guardias de que los dejasen entrar con un ademán.

--¿Ellos están invitados? ¿Los conoce?

Los pasillos de la vivienda de Sir Jankers estaban más adornados que de costumbre, luciendo los tapices, los cuadros oficializados como obras de arte y las antigüedades aseadas poco tiempo atrás. Los pisos de madera pulida brillaban con la iluminación de las innumerables antorchas encendidas y la luz proveniente de los gigantescos ventanales con puntas redondeadas. La servidumbre con sus uniformes solemnes se trasladaba de aquí para allá acomodando los jarrones de porcelana de múltiples matices, las armaduras de adorno, las armas consagradas de viejas batallas libradas por guerreros locales; dándole los últimos retoques a las salas y preparándolas para el agasajo y las danzas venideras. El señor de la residencia caminaba junto a dos de sus principales sirvientes por el jardín interno discutiendo sobre la posición de la vajilla en las largas mesadas, cuando uno de sus consejeros entró a toda prisa pisando la cuidada hierba plantada hacía quince días.

--¡Señor!

--¡La hierba, maldita sea, Jaberd!

--Perdóneme, mi señor, pero sucedió algo imprevisto.

--Nada puede ser imprevisto en estos momentos, todo está verificado desde la mañana—Jankers lucía tranquilo ya que él mismo había hecho la recorrida de control hacía horas--A menos que falte alguno de los invitados.

--No, señor, yo diría que es lo contrario.

--¿Qué me quiere decir con eso, Jaberd?

Para cuando las pesadas compuertas se abrieron, dos filas de guardias, una en cada esquina del angosto pasillo aterciopelado, se encontraban ya custodiando la sala de recepción. Todos armados como para ir a la guerra, ya sea por un motivo hierático o para evitar cualquier tipo de desmán. Weikath, Kai, Vibeke y Jevil dejaron atrás los largos corredores y las salas de entrada acompañados por escoltas y se apersonaron frente a poco menos de la mitad del personal de la residencia, dejando en su caminata miradas estupefactas y de incredulidad. Sir Jankers los esperaba junto a sus consejeros al final del terciopelo rojo, delante de lo que se asimilaba a un trono real, donde le agradaba confirmar sus delirios de grandeza. Esbozaba una sonrisa fingida de agradecimiento y admiración al igual que sus acompañantes, esperando a que toda la formalidad de la premiación improvisada en minutos terminase cuanto antes.

--Agradézcanle la maldita idea a Eydillion—le susurró Jankers al consejero de su derecha—Y quiero el nombre del guardia que los dejó entrar.

Tan pronto como terminó de decir esto, los cuatro muchachos estuvieron cara a cara con él. Se produjeron unos instantes de mutismo y saludos de cortesía antes de que Weikath quebrara la incomodidad con su verborrea y su tono irónico.

--Misión cumplida, Jank—el sonido de su voz hizo eco en la sala silenciosa ante el gentío expectante—Linda cabaña.

--Gracias.

--Por nada. Perdón por la demora, es que me costó encontrar mi vestimenta de gala—dijo al tiempo que se sujetaba su camiseta sucia y manchada.

Jankers se rió de compromiso, sin que le hubiera hecho ninguna gracia.

--Le agradezco al cielo que hayan vuelto sanos y salvos—dijo—Por su arrojo y heroísmo, nuestro hermoso pueblo vivirá en paz, libre de esas criaturas. Realmente me han impresionado.

--Sí, últimamente estamos impresionando a muchos políticos. Lo que me impresionó a mí fue que hayan organizado todo esto en el lapso entre que nos vieron entrar por el portón y ahora. Déle mis felicitaciones a sus subordinados.

La mayoría de los presentes se horrorizaba ante la informalidad con que se dirigía el muchacho al señor. El resto sonreía para sus adentros, disfrutando de ver a un forastero haciendo lo que nadie se había atrevido hasta ese momento.

Jankers hizo una especie de reverencia como aceptando el burlesco pedido. Lo que menos quería era que se desatara una discusión, ya que tenía por lo menos a una invitada esperando y a varios más por llegar. Sin mencionar que la fetidez que emanaban los agasajados arruinaba la belleza de una de las salas principales.

--Tengo entendido que Eydillion les había hablado sobre una distinción.

--Es cierto, pero no veo al anciano, ¿murió?

Los rostros de Kai y Jevil cambiaban de color por la vergüenza que estaban sintiendo, pero se mantenían firmes y mirando fijo a los gobernantes. Vibeke, en cambio, tenía que morderse el labio inferior para no estallar en carcajadas.

--No, todavía está entre nosotros molestando—dijo entre risitas—Se está encargando de unos asuntos importantes.

--Me lo imaginé.

--De seguro estuvieron esperando lo que les daré ahora—le estiró su mano al consejero de su izquierda y éste le alcanzó un ostentoso pergamino—Una demostración de la gratitud de Greenhold para con ustedes, escrito por mi propio puño y letra, desde el fondo de nuestros corazones.

Le entregó el pergamino a Weikath al tiempo en que les hacía un saludo ceremonioso. Vibeke observó la mirada de su amigo y percibió algo que no había visto en mucho tiempo. Sabía que esos ojos destellantes y esas facciones serias con poca emoción significaban que la furia le estaba carcomiendo las entrañas. Espió por el rabillo del ojo a las decenas de guardias armados y le tomó la mano como una rúbrica para que se calmase.

Mientras tanto, Jankers proseguía su formalidad.

--…y nos enorgullece saber que Greenhold ha sido siempre cuna de grandes héroes del reino. Próceres que han cambiado la historia como la conocemos, sirviendo a la paz y la justicia. Por lo tanto, más allá de este galardón, y aunque no hayan nacido aquí, sus nombres serán grabados en piedra y exhibidos en los campos de la entrada principal del pueblo junto a los de aquellos titanes...

--¿Nuestros nombres?—preguntó maliciosamente Weikath, pasándole el pergamino a Kai para que lo guardara.

Sir Jankers se percató enseguida del error que había cometido.

--Sí…--quedó unos segundos en silencio, tratando de recordar—Nombres como Kai serán inmortalizados—se acordó del pequeño incidente en la posada—Y como…--mirando a Weikath, esperando en vano la ayuda de alguno de sus subordinados.

--Cassandro—respondió el muchacho rubio.

--Cierto,…nombres como Cassandro…y

--Vendetta y Gizennvergerd—susurró.

--¿Perdón?

--No…--interrumpió Jevil, hablando por primera vez—Es Gizdellvergernd. G-I-Z-D-E-L-L-V-E-R-G-E-R-N-D. Escríbanlo como se debe, por favor.

--Extraño nombre para una niña—Jankers esbozó una sonrisa tratando de ser complaciente.

--Ya lo creo, nunca nadie supo pronunciarlo en forma correcta.

--No se preocupe, pequeña, lo escribiremos bien.

La palabrería y las oraciones épicas sobre heroicidad continuaron por un rato más. Weikath bien sabía que no podían esperar demasiado de alguien que prácticamente los había enviado a la muerte, pero tenía la esperanza de que por lo menos les fueran a dar una recompensa que los ayudase a proseguir su viaje.

--Disculpe, sir, pero…¿no tendría algo de comer para nosotros?—preguntó interrumpiéndolo, sabiendo que a un par de salones de distancia las mesas desbordaban de manjares.

La multitud presente intercambió murmullos.

--¿No le habíamos proporcionado provisiones?—Jankers ya se sentía molesto por tanta falta de respeto en frente de sus gobernados.

El joven se quedó mirándolo fijo y en silencio, masacrándolo con los ojos. Vibeke le apretó aún más su mano.

--Díganle al dueño de la posada que les prepare una cena. Cortesía mía.

--No tiene idea de cuánto se lo agradecemos…, señor. Favor de disculparnos, pero debemos irnos ya.

Los cuatro muchachos hicieron una reverencia antes de comenzar a retirarse lentamente en medio de miramientos avasalladores.

--Les pido que regresen alguna vez, por favor—los despidió hipócritamente Sir Jankers—Así me cuentan las aventuras vividas.

--No se preocupe, pequeño—dijo Kai volviendo su cabeza—, se enterará de ellas leyendo los nuevos libros de historia sobre los verdaderos héroes de Bodom.

--No me sorprende en verdad todo esto que me cuentan—exclamó el dueño de la posada con su mano sosteniendo su mentón--, Jankers nunca le ha pagado a ninguno de los pueblerinos por los servicios que le prestamos.

--A mí ya no me sorprende nada—dijo Weikath, casi terminando su tazón de guiso.

Sobre la mesada larga de la posada yacían los sobrantes de comidas y bebidas sobrevivientes de la tarde de juerga, no limpiados todavía a causa de la atención acaparada por los relatos de los muchachos apoyados en ella. El posadero les había dejado a su disposición todo lo comestible que quedaba.

--Al menos nos podría haber invitado a la fiesta—dijo Vibeke.

--¿De esta manera?—preguntó Jevil aferrando su vestimenta.

--Pero si nos hubiera permitido bañarnos en su residencia y dado algún vestido….

Weikath casi escupe su bocado por la carcajada que le provocaron tales palabras.

--A veces creo no conocerte, Vibi.

--Es lo menos que podría haber hecho después de todo.

--Bueno, ve a pedírselo. No escuché que le hayas dicho nada cuando lo tuviste en frente. Extrañé tu vocecita impertinente.

--Es que estaba ocupada tratando de evitar que tu ira nos eliminara a todos—se llevó furiosamente una presa de carne a la boca.

--En este pueblo nunca tuvimos el valor de enfrentarlo—añadió el dueño con un tono triste—Nos ha llevado a la ruina varias veces a muchos de nosotros y han perdido la vida decenas de soldados por caprichos suyos, como la misión actual que están llevando a cabo en el exterior amigos míos para que él quede en buena relación con el rey.

--¿Qué es lo que los contiene?—preguntó Kai, sirviéndose una porción extra de la olla.

--El miedo, tan sencillo y cruel como eso. Jankers tiene contactos importantes en la nobleza real. Por más que su guardia entera se le rebele, los mercenarios contratados por sus amistades no tardarían en llegar y arrasar con todo el lugar.

--Entonces es un tirano—dijo Vibeke.

--Mira, niña, teniendo en cuenta las numerosas tiranías siniestras que gobernaron y gobiernan pueblos y estados del reino, yo no lo llamaría así. Por lo menos, los habitantes de Greenhold persistimos y no somos subyugados por pensar distinto. Yo diría que es un político aprovechador que se cree superior.

--De todas maneras, es una injusticia lo que ocurre con la sociedad en este lugar—exclamó Kai indignado—Algo se tiene que hacer.

El posadero quedó en silencio por unos segundos sonriendo tiernamente, como si le hubiese emocionado tal inocencia.

--No han recorrido Bodom, ¿verdad? Este es su primer viaje, ¿no?

--Así es—respondió Jevil.

Se rió en forma nostálgica.

--Realmente creí que jamás regresarían, chicos—bajó la mirada--Como no pude impedir su partida, intenté darles ánimos como a todos los soldados que despedimos desde aquí. Créanme que con su retorno, varios en el pueblo quedamos asombrados. Demostraron que tienen habilidad y coraje. Pero todavía les falta experiencia, conocer bien cómo es el mundo real en el que se desenvuelven. Tienen que cuidar bien sus espaldas. Les deseo suerte en su aventura y que lo guíen los dioses….., pequeños héroes.

Vibeke, Kai y Jevil sonrieron orgullosos de sí mismos y conmovidos por las primeras palabras de reconocimiento verdadero a su esfuerzo. Weikath seguía con su rostro imperturbable, pero sintiendo en su interior las mismas emociones que sus compañeros.

--No sé si es porque hace más de un día que no como, pero debo decir que su guiso es de los más exquisitos que he probado en mi vida. Y como sé que aquella persona no le pagará nada, se lo agradezco—el joven rubio se levantó de su silla como señalando a los demás que ya era hora de partir—. Gracias por todo.

Los otros lo imitaron, aún teniendo comida en sus bocas.

--¿No quieren irse al amanecer? La habitación de arriba está disponible y esta vez no les pediré nada a cambio—se rió.

--Gracias, pero no—dijo Vibeke—Queremos continuar ahora con nuestro viaje, así llegaremos a la siguiente aldea de día.

--Niña…--extrajo de su cinturón una bolsita tintineante de piel y se la lanzó.

La joven la atrapó y descubrió al abrirla unas cuantas monedas de cobre. Alzó su mirada, sorprendida gratamente.

--Ahora yo me pregunto, chicos, ¿cómo es que salieron de su aldea sin dinero?

--Teníamos dinero, pero se lo entregamos a los vendedores nómades cuando se nos acabaron las provisiones.

--Ya veo. Procuren no desperdiciarlas—les sonrió tristemente—Gestos como éste lamentablemente no abundan en el reino.

Como despedida, los muchachos menearon sus cabezas en agradecimiento antes de abandonar la posada.

--No, gracias a ustedes—se despidió el dueño susurrando para sí.

Todavía circulaban muchas personas por el sendero principal. A pesar de tener que trabajar al día siguiente, la curiosidad de los pueblerinos podía más que el agotamiento. Querían contemplar los maravillosos carruajes y las deslumbrantes vestimentas de los invitados, así como también platicar con los cocheros que se quedaban afuera cuidando y escuchar sus aventuras por los caminos. Pero poco a poco la total atención iba a ser absorbida por cuatro jóvenes que caminaban en dirección a las inmediaciones. En efecto, a medida que sus presencias transitaban, las miradas se iban dirigiendo hacia ellos. Nadie se animaba a alzar la voz y decirles algo, sólo se musitaban los unos a los otros con la cortedad de quienes se creen inferiores.

--¿Crees que ya todos lo sepan?—le preguntó Vibeke a su amigo.

--Es probable, teniendo en cuenta que en una comunidad chica la voz se corre con rapidez. Pero no esperes aplausos ni mucho menos, eso sólo ocurre en los cuentos. Yo me conformo con que no nos tiren hortalizas por el olor que estamos dejando. Las de aquí son muy duras, todavía me duele la nariz por lo de anoche.

--Te lo merecías, Cassandro.

Kai desembolsó el pergamino obsequiado y lo abrió por primera vez. Después de leerlo durante un rato en voz baja, citó un fragmento:

--"…y acarrearán nuestros recuerdos con las musas inspiradoras de sus acciones heroicas para enarbolar las insignias del derecho a prevalecer con vida. Seguiremos el paradigma de la justicia apoyándonos en los modelos de aquéllos quienes se sacrificaron para proporcionarnos la alegría de ser, la dádiva de poder elegir nuestros propios destinos sin temor a que nos lo despojasen junto con los de…" No entiendo la mitad de lo que dice.

--Es un párrafo que se lo deben entregar a los familiares de los caídos en sus estúpidas contiendas—dijo Weikath.

--Al menos está firmado por él, aunque la letra del texto es muy distinta a la de la firma.

--A mí me gustaría saber si esta cosa nos puede servir para algo más que para hacerme sentir como un imbécil.

--Y…el papel es muy suave

--Chicos

Vibeke detuvo a sus compañeros y les sugirió con un gesto que mirasen hacia adelante. En el medio del sendero, una niña de aspecto andrajoso y con triste expresión les cortaba el paso. No parecía asustada ni amedrentada por sus figuras, sino que daba la impresión de que estaba esperándolos. Los muchachos se quedaron expectantes, atentos a la quietud de su cuerpecito en la fría noche.

--Hola, pequeña—dijo la pelirroja con ternura--¿No deberías estar durmiendo a estas horas?

La niña no le contestó. Sólo permaneció en su sitio observándolos un largo tiempo, como si no se decidiera totalmente a hacer lo que tenía en mente. Finalmente, caminó hacia ellos con ligeros pasitos y se detuvo frente al colosal físico de Kai. Extrajo una rosa roja de la parte trasera de su vestimenta y se la dio, elevando la vista para vislumbrar el rostro confundido de su beneficiario.

--Gracias, señor caballero—dijo con su voz finita y vacía—A ella les gustaban mucho las rosas.

Kai no salía de su asombro al igual que sus compañeros. Casi sin darse cuenta, tomó la rosa con suavidad y la sostuvo a la altura de su pecho, percibiendo todos los detalles del tallo, las espinas y las hojas.

--¡Cristel!—se oyó a lo lejos que alguien gritaba.

Al girar sus cabezas avistaron a una mujer también vestida rústicamente, pero con un aspecto al que creían haberlo conocido antes.

--Ven aquí…--le ordenó con severidad.

Luego de hurgar en sus recuerdos, encontraron la causa de la familiaridad. Era la madre que había llorado desgarradoramente la pérdida de su hija asesinada por los nathrakhs en la noche anterior. Entendieron entonces la triste causa de la ofrenda. Una sensación de compasión y congoja los hizo quedar paralizados al tiempo que la pequeña obedecía el mandato de la mujer.

Kai seguía manteniendo la rosa en su mano derecha como si fuera el trofeo más preciado que le hubiesen dado en su vida. Observó a un Weikath pensativo y taciturno y, después de titubear un instante, se la ofreció.

--¿Tú querías una recompensa?—le dijo sonriendo con malicia.

El joven rubio volvió en sí, despertándose de los letargos de sus pensamientos.

--Consérvala, te la mereces más que yo—le contestó restituyéndole la sonrisa.

Jevil y Vibeke miraron a su alrededor y advirtieron a una muchedumbre de semblantes serios y apagados que no le quitaba los ojos de encima.

--Vayámonos, ¿si?—dijo la hechicera.

--Espera—dijo Weikath--, antes me gustaría pasar por un lugar más.

Sir Jankers divisó a Lady Marlene y a Eydillion desde el otro extremo de la habitación poblada de invitados locuaces y bulliciosos. Los había estado buscando desde hacía rato para ofrecerle una disculpa a la primera y hablar seriamente con el segundo. Para su suerte los encontró juntos, platicando entre aperitivos y bocadillos obtenidos de la gran mesa cubierta con manteles blancos.

--Disculpe por haberla hecho esperar anteriormente, miladi, tenía cuestiones urgentes que atender—le besó la mano cortésmente.

--No tiene por qué disculparse, sir, estuve acompañada en todo momento por el señor—le sonrió delicadamente a Eydillion--. Sus relatos sobre la historia del pueblo son fascinantes.

--Ya lo creo que sí, es quién más conoce la tradición de Greenhold. ¿Sabía usted que fue uno de los intelectuales que ideó las políticas sociales que rigen en casi todo el reino?

--Vaya, estoy impresionada.

El anciano consejero se encogió de hombros.

--No es del todo cierto, yo sólo ayudé a optimizarlas.

--Aún así, fue muy importante su aporte—Jankers le dirigió una mirada intimidante a su subordinado—Sírvase lo que desee, miladi, pronto estará lista la cena en la mesa principal.

--Gracias. Lo que me parece extraño es no haber visto todavía a su esposa.

--Está terminándose de colocar el vestido, ya sabe usted cómo es con todo este tipo de cosas. ¿Me permite dialogar con el señor unos minutos?

--Por supuesto, yo iré a conversar con los primos de mis padres. ¿Me disculpan?

Lady Marlene se alejó luego de dar un cordial saludo. El gobernante apartó a su consejero y lo llevó consigo hacia un rincón de la sala.

--Sé que te dije que te ocuparas de los invitados, pero podrías haber estado presente al menos. No olvides que fuiste tú el de la idea.

Eydillion se disponía a defender su actitud cuando uno de los sirvientes apareció de repente interrumpiéndolos.

--Señor

--¿Qué quiere ahora? ¿No ve que estamos ocupados?

--Perdone, pero ocurrió algo…--agachó su cabeza.

--¿No puede esperar hasta después? Esto es importante.

--Tenemos un problema

--¿No nos podrían ayudar en algo por favor, chicas?—preguntó Kai.

Tanto Weikath como él cargaban grandes bolsas de carne seca en sus espaldas con enorme esfuerzo, las mismas que habían sido hurtadas del granero con el guiño cómplice de Linkarn luego de haber éste descubierto la fechoría a medio realizar. Las muchachas caminaban adelante, intentando descifrar los casi invisibles senderos dibujados en los mapas que portaba Jevil. La dificultad de la escasez de luz en la noche nubosa de las afueras de Greenhold volvía a ese trabajo quimérico. Ni siquiera les habían prestado atención a los ruegos de su compañero.

--Vibeke…--volvió a balbucear Kai.

La indiferencia fue la única respuesta que encontró.

--Vibi…--la llamó esta vez Weikath, con su espalda a punto de partirse debido a que la que él transportaba era la de mayor tamaño.

--No se quejen, parecen niñas—vociferó hastiada la pelirroja—Nosotros somos doncellas, no debemos acarrear sacos. Cumplan la tarea de los caballeros como tal.

Y volvieron a concentrarse en divisar los planos.

--¿No puedes invocar algo para que nos alumbre, Jev?

--Podría quemar el papel si lo hago, pero no te impacientes que ya los estoy descifrando.

--¡Vibi!

--¡Rayos, qué molestos! Ya les dije q

Ni bien Vibeke dio media vuelta, una de las bolsas impactó contra su torso provocándole una fuerte caída hacia atrás. Jevil y Kai observaron todo con la boca abierta.

--¿Caballero? Creo que sabes con quien hablas.

La muchacha, todavía con la carga encima, apenas si pudo tomar aire para insultarlo. Weikath aligeró el esfuerzo de Kai tomando una de las dos bolsas que llevaba, la cual depositó en su hombro y prosiguió la caminata, dejando a su compañera tirada a su suerte.

--Lleven su propia comida si es que quieren comer.

La hechicera lo sojuzgó con la mirada antes de ayudar a la agredida a incorporarse. Una vez en pie, ambas repartieron la carga a regañadientes tomando el saco una por cada extremo.

Ya no se alcanzaban a distinguir las luces del pueblo en el horizonte lejano a sus espaldas, Greenhold había desaparecido del paisaje llevándose consigo sus primeras andanzas en tierras extrañas. Donde sus manos conocieron el sabor de la sangre enemiga y el gusto por la violencia extrema, descubriendo nuevos costados dentro de sus temples. Había comenzado de esta manera su aventura verdadera, aquél viaje sin destino y sin planeamiento que con el correr del tiempo los convertiría en lo que jamás hubieran imaginado.

--¿Tienes una idea al menos de cuánto falta para la próxima aldea?—preguntó Vibeke todavía dolida.

--Tú sigue caminando

HIJOS DE BODOM