Hijos de Bodom (1: Extraños en tierra extraña)

El comienzo de una aventura medieval.

Capítulo 1: Extraños en tierra extraña

Las primaveras del reino de Bodom nunca fueron calurosas. Si bien el sol imponía su autoridad en el cielo casi siempre despejado, los vientos fríos del este provenientes del océano aplacaban su ardiente influencia en el clima.

Las praderas y los bosques que se encontraban en el interior de este dominio eran castigados por lo inviernos y sus heladas incesantes, por eso eran pocos los que se arriesgaban a aventurarse por los múltiples caminos que unían los pueblos y las aldeas cuando las hojas comenzaban a caer. Estos senderos, creados algunos de forma natural y otros por los viajantes, recorrían todos los relieves, desde las mesetas sureñas de Verminn hasta las colinas de Einhorn del Norte, atravesando los cordones montañosos centrales y sus paradisíacos paisajes.

Bodom se caracterizaba por su gran extensión, que ocupaba más de la mitad de uno de los tres continentes conocidos, y por contener una alta cantidad de poblados. Muchos de ellos eran famosos por tener algún valor histórico o por distinguirse por una determinada destreza o cualidad de sus habitantes. Así era entonces como existían aldeas de campesinos dedicados únicamente a un cultivo en particular, otras que eran turísticas o de descanso solamente y otras en las que sus lugareños eran expertos en un oficio.

Pero la causa por la que más era reconocido este reinado residía en que su superficie había sido testigo de las más cruentas batallas del gran conflicto bélico que luego se conoció como Guerra Épica. En efecto, los terrenos en donde comenzaban a florecer las primeras pasturas de la primavera tenían la particularidad de haber sido escenario, varios centenares de años atrás, de sangrientas y multitudinarias luchas armadas provocadas por la ambición, el odio y la envidia de las diferentes razas. Los ríos de los alrededores habían sido teñidos de rojo durante decenas de días, transportando a los caídos largas distancias hasta ser finalmente devorados por la fauna merodeadora.

Una de las praderas que más sufrió la destrucción de la guerra fue la de Angrylord. Por muchos años ninguna vegetación había vuelto a crecer en esas tierras a pesar de haber sido bañadas periódicamente por las lluvias, percibiéndose allí una atmósfera enrarecida.

Pero largas centurias habían pasado ya desde esa era oscura. La tranquilidad gobernaba nuevamente los días primaverales. El verde campo se extendía hasta el horizonte, donde se unía con el cielo celeste totalmente descubierto de nubes. Los arbustos se agitaban al compás de la fresca brisa, las flores recién nacidas lucían sus variados colores y las hierbas, con sus apagados matices, completaban la belleza natural de la región.

No obstante, y rivalizando con la placidez de la jornada, el espíritu agresivo en el lugar lo originaban nuevamente los seres humanos.

Dos muchachos jóvenes se estaban preparando para una disputa privada.

--¡Es suficiente! Si quieres pelear, aquí me tienes—dijo Weikath, el más bajo de los dos, mientras arrojaba su cinturón con armas a un costado.

Kai, el más grandote, hizo lo mismo con su espada y se disponía a ponerse en guardia cuando una muchacha tan joven como ellos los detuvo.

--¡¿Qué rayos creen que están haciendo?!—dijo, a la vez que se posicionaba entre los dos, separándolos—Dejen de hacer esta estúpida riña de niños.

--Hazte a un lado, Vibeke, que esto no es contigo—dijo Kai.

--Por única vez estoy de acuerdo con este idiota—añadió Weikath—Córrete si no quieres salir lastimada también.

--El único que saldrá lastimado

--¡¿Quieren callarse los dos?!—gritó Vibeke--¡¿Esta es la razón por la que emprendimos este viaje?! ¡¿Para que se mataran?! ¡Creí que esto ya lo habíamos discutido!

--Entonces dile a tu amiguito que no se crea el dueño de toda la verdad. ¿Por qué cree que tiene siempre la razón en todo?

--¿Será porque siempre la tengo? ¿O porque nunca supiste tenerla tú, "músculos"?

--Weiki, cierra la boca, por favor—le dijo Vibeke con un gesto que denotaba hartazgo.

--Mi paciencia tiene un límite, pequeño, no me obligues a romperte todos los huesos.

--¿Crees que te tengo miedo? ¿Quieres que te muestre lo que es la velocidad?

--¿Saldrás corriendo?

--¡Basta ya! ¡Suficiente de esta demostración idiota de hombría! ¡¿Qué quieren manifestar realmente, quién es el más imbécil?! ¿Por qué no planeamos bien todos dónde y cómo ir y dejamos de malgastar nuestras energías? Estamos en problemas, ¿lo olvidaron? No tenemos comida ni agua y estamos perdidos en este desierto verde. Tenemos que pensar en algo. Juntos.

En ningún momento tanto Kai como Weikath dejaron de mirarse desafiantemente, pero luego de que su amiga terminara de hablar abandonaron en parte tales perfiles.

--No vales la pena.

Después de decir esto, Weikath dio media vuelta y se alejó unos pasos.

--Tu niñera te salvó nuevamente de que te dé una paliza—dijo Kai.

El muchacho detuvo su marcha y volvió.

--Esas son palabras valientes, Kai. ¿Por qué no intentas decírmelas cara a cara?

--¡Ay, rayos!--maldijo Vibeke, sabiendo que ya no podría detenerlos.

Cuando estaban por comenzar la contienda, unas ramas crecieron desde la tierra con una ligereza asombrosa y atenazaron a ambas piernas de los jóvenes hasta dejarlos inmóviles.

--¡¿Q…qué es esto?!

Una niña emergió de detrás de unos arbustos cercanos con sus ojos centelleantes y se dirigió hacia donde se encontraba el trío.

--Yo no dejé Peacefalls para ver esto—dijo, enfadada—No acepté viajar con ustedes para ver quién es más violento. Si su objetivo es destrozarse, háganlo cuando volvamos. Ahora, a menos que me quieran ver realmente enojada, dejen estas estupideces y pongámonos en marcha. Acabo de descubrir cuál es el camino hacia el poblado más cercano. Estamos a medio día de distancia.

Los tres muchachos quedaron mudos ante tan inesperada demostración de autoridad. Si alguno del grupo hubiera parecido que nunca tendría la actitud como para lidiar con una situación así, esa era la pequeña con rulos rubios que estaba frente a ellos. Sobre todo por la timidez que había expresado durante la totalidad de la excursión.

--Gracias, Jevil—se le ocurrió decir a Vibeke.

--¿No se supone que íbamos a descansar un rato?—continuó la pequeña.

--¿Dónde te habías ido?

--A estudiar estos mapas lejos de sus insoportables discusiones. Pude traducir las escrituras por fin. Sabía que uno de ellos nos ayudaría—le dijo mientras le mostraba unas cartillas—Estamos aquí, en el medio de Angrylord. Si seguimos hacia el noroeste nos toparemos con un bosque en donde se halla un sendero que nos conducirá directo a Greenhold.

--Y pensar que alguien decía que estos papeles no iban a servir.

--Yo nunca dije que no servirían—se quejó Kai—Simplemente no quería llevarlos porque pretendía que nos guiara el destino.

--Qué hermosas palabras—se burló Weikath—Y muy estúpidas, por cierto.

--¿Podemos partir de una vez, por favor?--preguntó Vibeke, saturada.

--Eso díselo a la pequeñita, porque no me puedo mover.

Jevil apretó su puño como si quisiera estrujar algo y en el mismo instante en que sus ojos volvieron a su original color celeste, las ramas murieron instantáneamente liberando a los muchachos quienes, sin siquiera mirarse, agarraron sus respectivas armas y se unieron a sus compañeras para proseguir con la marcha.

Weikath apuró el paso para acercarse a su amiga Vibeke.

--De nada—le dijo ella en voz baja.

--¿Por qué te tengo que agradecer?

--¿Por intentar salvarte la vida, quizás?—sonrió burlonamente—Aunque parece que tenías muchas ganas de morir hoy.

--Cállate, Vibi...

El muchacho, aunque nunca lo admitiera, sabía que en una pelea a mano limpia, sin sus cuchillos, era muy difícil que venciera a Kai. Su compañero le llevaba una cabeza de ventaja en estatura y sus músculos estaban mucho más desarrollados que los suyos.

--Así que vamos al noroeste

Los cuatro jóvenes atravesaron los herbajes crecidos, las decenas de arbustos y las filosas rocas de los confines de Angrylord llegando por fin a un río en donde bebieron hasta el hartazgo y reposaron en sus orillas. Luego prosiguieron por entre medio de molestos pastizales hasta que finalmente arribaron al sombrío bosque cuando la mañana se estaba por convertir en tarde. Al tropezar con el sendero que los conduciría eventualmente a Greenhold, inconfundible por su contorno, respiraron aliviados. No hubieran soportado perderse una vez más.

Cerca del crepúsculo, los árboles a su alrededor comenzaron a escasear, señal evidente de que estaban por llegar a destino. Unos pasos más adelante, un letrero de roble les daba la bienvenida a Greenhold. Y detrás de él, un descampado irregular y pequeñas moradas con sus faroles en los pórticos le suministraban vida al pueblo.

Un hombre robusto, armado y con armadura que patrullaba el camino principal los divisó a la distancia y se les acercó para observarlos mejor. La tenue luz le permitió ver a cuatro muchachos muy jóvenes vestidos con ropas rústicas y, para sorpresa de él, también armados. El primero era un chico de estatura media, con el cabello corto, rubio y de mediana contextura física. Llevaba un cinturón en donde se alojaban dos cuchillos de guerra, uno en cada lado de su cintura, y cuatro pequeñas dagas en la parte trasera. La muchacha que lo acompañaba era de igual estatura que él, también con el cabello corto pero de color rojo. En su espalda sobresalía un arco de madera que, a juzgar por su primer golpe de vista, no era de muy buena calidad; el cual estaba junto a un carcaj con varias flechas. Atrás de ellos venía una joven pequeña con largos rizos rubios que apenas si llegaban a cubrir parte del cetro y del bolso de viaje con pergaminos que albergaban en su espalda. Y en último lugar aparecía un muchacho de apariencia imponente, de gran altura y fornido. Tenía el cabello largo y negro y una amplia funda detrás, donde guardaba una espada.

Weikath advirtió que le habían llamado la atención a este sujeto e inmediatamente fue a su encuentro.

--Buenas tard

--¿Quiénes son ustedes?—preguntó el hombre secamente--¿Qué quieren aquí?

--Somos de Peacefalls, al sudeste de Angrylord—se apresuró a responder Vibeke debido a que a su amigo no le había caído en gracia la poca simpatía mostrada por el individuo--. Estamos viajando hacia el norte y nos gustaría quedarnos en este pueblo por una noche.

--En Greenhold no son bienvenidos los extraños.

--Eso ya me di cuenta—dijo Weikath.

--Y menos si están armados—lo miró desafiantemente.

Weikath suspiró y se tomó unos momentos para luego platicar con serenidad.

--No queremos ningún tipo de dificultades, no vinimos a causar problemas. Tenemos hambre, sed y estamos cansados. Estuvimos viajando mucho tiempo. Estas armas solamente son para protegernos de los bandidos que se encuentran en los caminos. Me imagino que usted será uno de los guardianes del pueblo, lo comprendo. Sólo le pido un poco de hospitalidad por esta noche, mañana nos iremos, se lo prometo.

El hombre se quedó pensando unos instantes.

--¿Tú eres el líder?—preguntó.

Weikath sintió cómo las miradas poco amistosas de los otros tres miembros del grupo lo acechaban.

--No, no lo soy. Las decisiones las tomamos

--Eso no me incumbe. Sólo quiero saber si puedo confiar en tu palabra en nombre de los demás.

--No tiene que preocuparse por ello—dijo Kai.

--Entréguenme sus armas y los dejaré pasar.

--No podemos obedecer esa petición—se negó Weikath—Creo que podemos fiarnos de usted, pero no podría decir lo mismo de los habitantes de aquí. No olvide lo que usted dijo: "en este pueblo no son bienvenidos los extraños". Además, sospecho que usted no será el único protector de Greenhold, ¿qué cree que podríamos hacer unos muchachos como nosotros contra la guardia local?

Estas palabras no terminaban de convencer al hombre, pero no quería alargar más la situación. Por otra parte, pensó, lo que decía el joven era cierto: no había manera inteligente y razonable de que a estos chicos se les pudiera ocurrir causar un conflicto, porque si ese fuera el caso no tendrían defensa ante la milicia local.

--Estarán siendo vigilados. Escondan esas armas y pórtense bien, niños.

--Se lo agradezco, señor

--Linkarn. Como bien dedujiste, soy uno de los que mantiene el orden aquí. No me hagan trabajar de más.

Los cuatro compañeros se adentraron en el pueblo en silencio mientras caían sobre ellos todo tipo de miradas de desaprobación por parte de sus habitantes.

--Nunca pensé que nos iban a dejar entrar tan rápidamente—comentó Vibeke.

--Hablando todo se puede—dijo Weikath.

--Y mintiendo también. ¿"Estas armas solamente son para protegernos de los

bandidos que se encuentran en los caminos"?

--¿Y qué querías que le dijera?

Weikath miró a su alrededor y luego se volvió hacia el guardián.

--¿Podría decirnos dónde queda la posada?

Aún sin haber caído la noche, la posada ya estaba colmada. Casi todas las mesas de madera terciada apoyadas contra las paredes resquebrajadas se encontraban ocupadas por dos a más personas que bebían y comían sin demasiados modales. Cuando los jóvenes entraron, el barullo desapareció y el establecimiento se inundó de un incómodo silencio. Todos los golpes de vista recaían en ellos como si fueran los peores malhechores. Tratando de esconder sin demasiado éxito las armas con sus vestimentas, avanzaron por el pasillo entre la gente, advirtiendo que la mayoría de los que estaban allí poseían también algún tipo de armamento enfundado.

--Ahora entiendo porque nos dejaron pasar sin mayores inconvenientes—dijo Jevil.

Los cuatro se sentaron en uno de los pocos lugares desocupados mientras se preguntaban la raíz del resentimiento hacia los desconocidos. ¿Sería porque éste habría sido un pueblo que sufrió muchos ataques de bandidos? ¿O porque tendría mucha riqueza? Esto último no era para nada probable ya que en el camino hacia el parador se habían topado con varios ejemplos de pobreza y miseria: niños pidiendo dinero o algo de comer a sus vecinos, hombres asando ratas en la intemperie, viviendas muy precarias y rústicas, entre otras características de un sitio poco atrayente para los caminantes.

--Voy a negociar con el que atiende aquí para ver si puedo conseguir hospedaje y algo de comida—dijo Weikath mientras se dirigía al mostrador.

--Buena suerte—le deseó Vibeke, sintiendo que sería todo muy difícil en este lugar.

--Este es el primer pueblo que conocemos después del nuestro y nunca pensé que sería una experiencia tan incómoda—dijo Kai en voz baja.

--¿Pensabas que iba a ser todo fácil?—le preguntó Jevil.

--No teníamos otra alternativa, o nos quedábamos aquí o nos moríamos de hambre. Este poblado está en una zona muy apartada del resto. Cometimos un error en tomar esta dirección—añadió Vibeke.

--Yo creo que ese no fue el único error que cometimos…--dijo Jevil, dando a entender de que el viaje que estaban llevando a cabo no le terminaba de parecer una gran idea.

--¡Tú te nos uniste, nadie te obligó! No es momento para arrepentirse. Si quieres regresar, hazlo sola. Yo no volveré hasta que no encuentre...lo que sea que esté buscando. No quiero seguir sintiéndome encarcelada en mi aldea.

--Está bien, tranquilízate, Vibeke—dijo Kai—Yo también pienso igual que tú, pero baja la voz si no quieres llamar aún más la atención.

Weikath seguía conversando con el hombre de detrás del mostrador sin importarle lo que estaban diciendo sus compañeros.

--¿Crees que conseguirá algo?—le preguntó Jevil a su compañera sentada enfrente.

--Seguro que sí, pero, conociéndolo como lo conozco, espero que no esté vendiendo mi cuerpo.

Kai y Jevil rieron al unísono ante su comentario, aunque la pequeña en su interior se preguntaba si lo que había dicho era en broma o no.

Unos momentos más tarde, Weikath se apareció en la mesa cargando cuatro jarrones.

--Bueno, aquí tenemos cerveza para nosotros y agua para la niñita—dijo.

Jevil endureció su rostro.

--¡No te olvides que sólo tienes tres años más que yo!—dijo con fastidio, porque ya estaba comenzando a odiar que la llamasen de esa manera.

--Pero soy el mayor de esta mesa, tengo derecho a llamarte así--rió--Está bien, bebe tu primera cerveza y no lo hago más. Te ofrezco la mía.

--¡Muérete! ¡Dame esa maldita agua!

Los tres se echaron a reír lo suficientemente fuerte como para que los que estuvieran sentados en las mesillas cercanas se molestaran.

--Negocié con el dueño y me dijo que nos iba a dar comida y albergue por esta noche a cambio de que cuando se vayan todos le limpiemos el lugar.

--Bien, pero ahora nos falta saber qué haremos con el otro problema: el del dinero—dijo Vibeke.

--Sí, también pensé en eso. Le mentí acerca de nosotros, le dije que nos dedicábamos a proteger a las personas y me informó que en una de las mesas de aquella esquina se encuentra Sir Jankers, el gobernante de Greenhold. Me dijo que podía ser que consigamos alguna clase de trabajo para él porque necesita ayuda en materia de seguridad ya que la mayoría de los guardianes del pueblo fueron reclutados por el ejército real para una misión en tierras lejanas y no volverían hasta dentro de algunos días. Aunque mientras me decía esto estaba por echarse a reír. Tengo la sensación de que no nos estaba tomando demasiado en serio.

--Sí, me lo imaginé—dijo Kai sonriendo.

--Ustedes quédense aquí que yo voy a ir a platicar con él.

Weikath tomó de un solo sorbo toda su cerveza y se dirigió hacia donde estaba Sir Jankers y sus consejeros. Su mesa se encontraba en la esquina norte de la posada. Era la mejor tallada y la más distinguida de todas. Las sillas eran de roble excelentemente trabajado por el mejor carpintero de la zona y estaban acolchonadas con cojines forrados en fina seda. La vestimenta de los gobernantes parecía de gran valor, muy distinta a la de los demás comensales, al igual que los accesorios que los adornaban. La cabellera negra de la autoridad máxima estaba coquetamente peinada, y sus bigotes acicalados relucían en su cuidado rostro. Una vez por semana se reunía con sus laderos allí para estar cerca del pueblo. O al menos eso es lo que decían ellos.

Vibeke, Kai y Jevil terminaron sus tragos y decidieron acercarse también al lugar en donde se llevaba a cabo la reunión. Su compañero estaba desde hacía ya un largo rato charlando y pidiendo alguna especie de empleo temporáneo ante las miradas desinteresadas y más de una carcajada de los nobles.

En una de las mesas contiguas, un par de hombres ebrios bien vestidos estaban ojeando al grupo de jóvenes, haciendo comentarios por lo bajo entre risas. Luego de chocar jarras a modo de brindis, uno de ellos se les arrimó tambaleándose.

--Linda—, se dirigió a Jevil-- ¿no quieres beber un trago con nosotros?

La pequeña lo miró de arriba a abajo y le dio asco el aroma que provenía de su boca.

--No, gracias—le contestó simpáticamente—Estoy bien aquí con mis amigos.

--Vamos, niña, no te ocurrirá nada—insistió--Te prometo que te divertirás.

--Yo no bebo esa bebida, señor, no me gusta. Le pido disculpas, pero estoy ocupada.

Obstinado como era, la agarró del brazo en forma brusca.

--Escúchame, pequeña, sólo quiero que nos acompañes un rato y no voy a aceptar un no como respuesta.

Al ver que el hombre estaba comenzando a irritarse, Kai se situó a un costado de él mirándolo retadoramente.

--Señor, por favor, sólo tiene trece años—dijo con la voz más gruesa que le pudo haber salido.

El individuo advirtió que su intimidador era más alto y fornido que él, pero las facciones de su cara delataban su juventud.

--No estoy hablando contigo, niño. Déjame en paz si no quieres que te ocurra algo malo. Vete a molestar a alguien de tu edad.

--Yo le digo lo mismo a usted. ¿Por qué no vuelve a la mesa con su amigo y siguen divirtiéndose sin causar problemas?

--¡¿Quién crees que eres para decirme lo que tengo que hacer, extranjero?!

El beodo dejó ver a propósito una daga que tenía escondida en su cintura.

--¿Quieres que te enseñe cómo debes tratar a los adultos?

--Acaba de cometer un grave error

--¡Kai!—gritó Weikath, sin mirarlos, desde la mesa del gobernante—Tranquilízate, ¿quieres?

--Hazle caso a tu amigo. Te acaba de salvar la existencia.

--Me mal interpretó, señor—siguió diciendo—Usted no tiene idea de con quién se está metiendo y no querría saberlo. Además, déjeme decirle también que esa niña que está siendo molestada tampoco es indefensa.

--Kubik, vuelve a tu lugar—ordenó con voz firme Sir Jankers—Y trata de no beber tanto la próxima vez.

--Discúlpenlo, no entiende de modales—dijo Eydillion, uno de sus consejeros personales más longevos y de mayor confianza.

--Y tiene ciertos gustos extraños por las mujeres a su edad, por lo que veo—agregó Weikath.

Kubik, a regañadientes y mirando fijo a Kai, regresó a su mesa caminando con dificultad, desde donde continuó junto con su amigo haciéndole gestos groseros a uno y depravados a la otra.

--Es uno de los primos lejanos del Señor. La oveja negra de la familia—continuó Eydillion.

Los cuatro muchachos estaban sintiéndose cada vez más incómodos, más ajenos en una tierra extraña que jamás habían pisado. Las miradas seguían cayendo sobre ellos como dardos envenenados en busca de una reacción indebida o un mal paso que los lleve a su inmediata expulsión. No parecía existir una sola actitud amistosa para con ellos, ni nadie que les ayudara a vencer el desarraigo.

--Bien, veré si entendí claramente la situación—dijo Sir Jankers--Ustedes saben que el contexto actual en el que estamos en cuanto al resguardo de mi pueblo no es óptimo, y lo

que me estás pidiendo es si puedo contratarlos para que nos ayuden en este escenario. ¿Comprendí bien?

--En resumidas cuentas, sí.

--Ahora, muchachos, pónganse en mi lugar. ¿Qué harían ustedes? ¿Confiarían en niños desconocidos y armados que se presentan como una clase de mercenarios? No estamos tan mal como creen o dicen. Además, en la actualidad Greenhold es un pueblo pacífico, no hay revueltas internas ni conflictos que provengan del exterior.

Weikath no se iba a rendir tan fácilmente y estaba por tomar la palabra cuando Eydillion se arrimó a su señor y le susurró algo al oído, a lo que éste asintió.

--Sin embargo, sabiendo que, según dijiste, no pueden continuar su viaje si no tienen provisiones y dinero, voy a intentar ayudarlos. Mañana se celebrará en mi residencia un festejo por el aniversario de mi boda en el que asistirán muchas personas importantes amigas mías que vendrán de otros poblados. Como me hace falta personal especializado, creo que podré encontrar un trabajo para que hagan.

El joven agradeció con sutileza la cortesía de Sir Jankers.

--Cuando dije que quería mejorar mi destreza con las armas, no me refería a esto—dijo Kai al tiempo que pelaba una patata con un cuchillo de guerra, depositándola luego en una bolsa grande y limpia.

--¿Puedes dejar de quejarte?—refunfuñó Jevil, haciendo la misma labor.

El galpón en donde se encontraban estaba construido cerca de la posada. Los viejos tablones que definían su estructura hacían ruido cada vez que el viento los castigaba, dando la sensación de que en cualquier momento cederían y se vendrían abajo. Una montaña de patatas y demás hortalizas apoyadas en una de las paredes adornaba el pequeño espacio iluminado escasamente por tres faroles. Los muchachos habían dejado a un costado sus armas más grandes y estaban llevando a cabo la faena que se les había encomendado con las dagas y los cuchillos de Weikath.

--Al menos comimos después de más de un día—dijo Vibeke, tratando de levantar los ánimos.

--Si, pero cuando terminemos esto vamos a tener que limpiar toda la posada por esa cena—replicó Jevil.

--Sin mencionar que la comida que nos dieron llenaron nada más que mis muelas—añadió Weikath.

Luego de un período de monotonía silenciosa nocturna, la muchacha de pelo corto irrumpió comenzándose a reír sin razón aparente.

--¿Me quieres decir qué es lo que te causa gracia?—preguntó Weikath.

--Estaba acordándome de lo que le habías dicho a ese borracho: "usted no tiene idea de con quien se está metiendo y no querría saberlo". ¿No crees que nos estas sobreestimando demasiado?

--Cuando uno pide un empleo que tenga que ver con la seguridad, tienes que demostrar que no eres débil. Eso es básico.

Obviamente, Weikath nunca les mencionaría que sus experiencias en batallas eran nulas. Toda la habilidad que poseían había sido fruto de las numerosas horas de práctica en su aldea natal. Hasta algunos años atrás, Peacefalls siempre se había identificado como una hermosa villa pacífica del sudeste de Bodom en donde todos sus habitantes eran campesinos. Pero con el correr del tiempo, los extranjeros comenzaron a conocerla más por ser el lugar de residencia de Ralf Evanns, padre de Kai, quien decidió dedicarse a su verdadero oficio y rápidamente se transformó en uno de los mejores herreros del continente. Los arribos de cuantiosos guerreros en busca de sus valiosas y veneradas espadas eran aprovechadas por ellos para obtener nociones y conocimientos avanzados de los diferentes estilos del arte bélico para ejercitarlos.

--¡Me muero de hambre!—gritó Weikath y le arrojó suavemente una patata pelada a Jevil—Niña, ¿tienes algún hechizo de calor o fuego que nos pueda ser útil en este momento?

--¿Quieres que cocine una patata con magia? ¿Estás hablando en serio?

--¿No tienes suficiente poder como para hacerlo?—preguntó socarronamente.

--Puedo intentarlo

La pequeña tomó con su mano derecha la patata que le había lanzado su compañero y se concentró por unos instantes. De sus dedos emergió un resplandor amarillo cada vez más brillante. El tubérculo comenzó a vibrar, virando su color a un rojo incandescente y estallando luego, ensuciando de esta manera todo el rostro de su cargadora.

Weikath se echó a reír a carcajadas de tal manera que no pudo observar a una hortaliza de gran tamaño, lanzada por Vibeke, acercarse a alta velocidad a su cara. Ante los insultos gritados por el joven rubio una vez agredido, todos los demás rieron maliciosamente.

El viento cambió su curso y trajo consigo un agradable aroma. Los muchachos lo reconocieron enseguida y advirtieron que provenía de detrás de una portezuela que conducía a una habitación contigua.

--Vaya, miren lo que tenemos aquí—dijo Kai después de abrir la puerta con algo de esfuerzo ya que estaba cerrada con cerrojo.

La diminuta habitación estaba colmada de mugre y maderos antiguos, pero en la parte superior, sostenidas por un altillo precario, se hallaban cinco enormes costales de carne seca bien conservada y protegida de la suciedad y los insectos, lista para ser consumida.

--Es de primera calidad, debe de ser importada—informó luego de observar las marcas del saco.

--¿Qué hará toda esta carne aquí?—preguntó Jevil.

--Te apuesto lo que quieras a que es lo que le darán de comer a los invitados mañana—contestó Weikath seguro de sus palabras, como era usual en él.

--¿Creen que alguien se daría cuenta si…?

Vibeke no pudo terminar de formular su duda. Un grito femenino se oyó a lo lejos, seguido de varios más en las cercanías. Los cuatro muchachos salieron disparados del galpón y fueron testigos de algo atroz. A poca distancia de allí, un grupo de seis bestias sanguinarias con afiladas garras y colmillos estaban atacando y devorando vivos a dos hombres y una niña ante las miradas de espanto de varios de los pueblerinos. La forma de sus fauces y sus ojos rojos eran característicos de una especie que Weikath nunca pensó que vería en su vida.

--No puedo creerlo. Son nathrakhs—dijo.

--¿Son qué?—preguntó Kai.

--Criaturas carnívoras que se creían extintas en Bodom—contestó Jevil

--¡¿D…dónde están los guardias?!—gritó Vibeke horrorizada.

--Al diablo con ellos

Kai corrió hacia adentro del cobertizo y buscó su arma.

--¿Qué piensas hacer tú solo contra seis criaturas?—le preguntó Weikath.

--No estará solo.

Jevil cerró sus ojos y levantó lentamente su mano derecha a la altura de sus hombros como si estuviera alzando algo pesado. Cuando los abrió, movió sus dedos y una luz resplandeciente danzó por sus córneas. Al mismo tiempo en que Kai regresaba con su espada larga desenfundada, la pequeña hechicera estiró su brazo y surgió de él una inmensa llamarada amarilla que calcinó hasta los huesos a una de las bestias en medio de chillidos y aullidos escalofriantes. Mientras tanto, su corpulento compañero arremetía contra otra que se hallaba separada del montón. Ésta intentó propinarle un zarpazo que nunca llegó a destino debido a la gran habilidad de Kai para eludirlo, y terminó siendo fenecida por una firme estocada. Ante el contraataque masivo de las que quedaban en pie, el muchacho pretendió extraer rápidamente su espada del torso del nathrakh ultimado, pero era más fácil pensarlo que hacerlo. Cuando una de las bestias se disponía a aniquilarlo, una flecha enviada por Vibeke penetró su pecho acabando con su vida instantáneamente. Al igual que su amiga, Weikath había ido a buscar su armamento y estaba a punto de lanzar dos de sus dagas cuando los guardias arribaron al lugar provistos de armaduras, escudos y espadas anchas. La batalla desigual culminó en un abrir y cerrar de ojos.

Todo había acabado, pero para los familiares de las víctimas el dolor recién comenzaba. El llanto de la madre sosteniendo el cuerpo desfigurado de su niña, los gritos de los parientes de los dos hombres despedazados y el pánico en general causado por la ofensiva de las criaturas eran escenas que los cuatro jóvenes no olvidarían por largo tiempo. No hubo ánimos para finalizar el trabajo en el galpón. Sin recibir reproches de nadie por la tarea incompleta, se marcharon conmocionados a los aposentos que les había prometido el dueño de la posada.

La noticia del ataque había alterado en exceso a Sir Jankers. No porque una de las víctimas haya sido conocido suyo, de hecho tenía muy poca relación con los habitantes, sino debido a que había quedado demostrada la desprotección de Greenhold ante cualquier situación hostil. Se encontraba pensativo en una de las habitaciones de su lujosa vivienda, rodeado de consejeros, guías, colaboradores y extravagancias típicas de una persona de su posición social. Los guardias le habían comentado cómo había sido la masacre y la contraofensiva llevada a cabo por los jóvenes extranjeros. Eso lo sorprendió un poco, pero su preocupación era más poderosa que su asombro.

--¿Cómo puede ser posible que estas bestias sigan transitando mi tierra? ¿No se supone que las habían exterminado a todas en este continente?—preguntó.

--Seguramente escaparon algunas y se han multiplicado desde aquél tiempo—respondió uno de los consejeros de su izquierda, al tiempo que se servía un trago en un valioso vaso de plata.

--O encontraron un refugio apartado de la civilización. Ese es un buen motivo para que nunca más se haya oído de ellas—añadió otro, desde el extremo sur del cuarto, apoyado en el gigantesco mural de piel natural que cubría la pared.

--¡No me interesa cómo han sobrevivido! Sólo quiero saber qué van a hacer al respecto—expresó furioso el político.

--Tendremos que esperar a que vuelvan nuestras fuerzas principales. Una vez aquí, las criaturas no osarán volver a agredirnos y podremos rastrearlas.

--No podemos esperar tanto tiempo. ¿Qué tal si nos ataca una manada más numerosa mañana, en medio de mi festejo? Quedaríamos como idiotas ante los líderes de otros pueblos.

Eydillion entró en la habitación lentamente y, sin hacer el menor ruido, se dirigió directo hacia donde permanecía sentado su Señor.

--Creo que tengo la solución para esa situación—dijo con voz calma.

Todos los demás hicieron silencio, sorprendidos por su repentina intrusión.

--Me estaba preguntando dónde estabas—Sir Jankers hizo un momento de pausa—Soy todo oídos.

Weikath, Kai, Jevil y Vibeke arreglaron con el posadero que al día siguiente se ocuparían del salón principal de su establecimiento. Cansados, dejaron atrás la escalera de madera que los trasladó al piso superior y se dirigieron al cuarto de descanso. Al abrir la puerta se encontraron con una diminuta pieza sucia y con olor a humedad. La cama de dos plazas presente allí, con sus sábanas blancas y una frazada polvorienta, cubría prácticamente todo el espacio. Solo quedaba lugar suficiente para un par de rotosas sillas apoyadas contra los antiguos muros.

Ninguno quiso seguir hablando o entrar en detalles de lo que habían vivido esa noche. Prefirieron dejarlo atrás lo más rápido posible y concentrarse en lo que vendría y en sus propios problemas.

--Al menos nos podrían haber dado más camas—dijo Jevil.

--Las doncellas somos las que la utilizaremos—ordenó Vibeke—Ustedes pueden dormir en el suelo.

--Sobre mi cadáver—dijo Weikath--¿Por qué tiene que ser así?

--Porque ustedes son los caballeros.

--Me conoces muy bien como para saber que lo que menos soy es un caballero.

--Está bien, ¿quieres dormir pegado a mí o a Jevil? O mejor aún, duerme con Kai respirándote en la nuca.

Weikath no dijo más nada y aceptó su derrota.

Luego de varios minutos de acurrucarse en sus respectivos sitios y de acostumbrarse a ellos, lograron conciliar el tan preciado sueño, teniendo la esperanza de que éste no se convirtiese en una pesadilla en la que bestias sanguinarias de ojos rojos fueran protagonistas. Pero no hubo tiempo de que eso sucediera ya que un fuerte llamado a la puerta interrumpió su descanso. Vibeke fue quien se levantó de un salto y atendió. Era Eydillion.

--Discúlpenme. Espero que no los haya despertado.

--¿Qué desea, señor?—preguntó la muchacha, somnolienta.

El anciano consejero avistó, asomándose a través de la puerta entreabierta, el poco espacio que les habían otorgado para reposar y la forma en que se hallaban diseminados en él. Advirtió que seguramente no era el mejor momento para molestarlos así que fue al grano.

--Quisiera hacerles una propuesta.

--¿No ve que estamos durmiendo? ¿No puede esperar hasta mañana?—gritó Weikath desde un rincón oscuro.

--En realidad, no. Es muy importante lo que debo decirles--se llevó su arrugada mano al mentón.

--Entonces hable de una vez, por favor—El joven rubio se estaba impacientando, no soportaba que le estorbasen el sueño.

--Tengo una misión para encomendarles.

HIJOS DE BODOM