Hija del sol

Sus ojos transmitían una paz profunda que no puedo explicar. La besé nuevamente mientras mis manos rodeaban su pequeña cintura, fundiéndonos en un abrazo. Sentí por primera vez todo el calor de su cuerpo contra el mío, atesorando sus contornos perfectos. Su delicados pechos...

HIJA DEL SOL

La calefacción de la camioneta trabajaba al máximo y a pesar de eso tenia los pies y la manos heladas. Afuera el camino transcurría en una panorámica repetida, todo era blancura.

La ruta, por suerte, se hallaba despejada, no había caído nieve en las últimas horas y las máquinas hacían muy rápido su trabajo. Mirando a lo lejos, delante de mi, se veía el monte prácticamente escondido por las bajas nubes. Me preguntaba si no había hecho un viaje inútil al intentar ascenderle en esas condiciones, pero ya estaba por llegar y no podía echarme atrás.

"ESTACION DE SERVICIO Y HOSTERIA A 1 KM", delataba el oxidado cartel. Me vendría bien un café caliente y no como el que llevaba en mi termo.

¡ Buenos días, joven !, ¡ a pesar de todo hay que decir buenos días ! - exclamó el calvo y gordo dueño de la estación.

¡ Buenos días ! – contesté - llene el tanque por favor. ¿ Tiene algo caliente para ofrecerme ?- dije golpeando las palmas.

¡ La vieja bruja de mi señora lo va a atender en la hostería. Pida lo que quiera ! - contestó el viejo señalando el lugar de acceso.

La hostería era pequeña pero acogedora. Cinco mesitas ocupaban el pequeño recinto forrado en su integridad con machimbre. Un hogar calefaccionaba el lugar con leños crepitantes. Me dirigí al pequeño mostrador el cual contaba con una vieja caja registradora sobre su superficie. Una mujer de unos sesenta años, canosa, con gruesos anteojos y bastante obesa, salió de la cocina secándose las manos en el floreado delantal.

Buenos días, hijo, ¿qué deseas tomar ? -

Buenos días, señora, déme el café más caliente que haya servido en su vida y una copita de coñac -

La mujer tomó una blanca y gruesa taza y comenzó a llenarla con la máquina situada justo atrás de ella.

Has elegido un mal día para viajar a San Sebastián –

He elegido un mal día pero no voy a San Sebastián, señora - contesté

Vienes de allá entonces - dijo poniendo la taza humeante con una copita de coñac al lado.

No, no. Voy al Monte Encantado -

La mujer se puso pálida, colocó la azucarera frente a mí y contestó:

¡Que gastes bromas está bien muchacho, pero no esa clase de bromas! –

No es ningún chiste señora, voy realmente a ese lugar. - En ese momento entró el viejo.

Listo muchacho, tu tanque rebalsa. Te sobrará combustible para llegar a San Sebastián –

El no va a San Sebastián, Ramiro, el va al Monte Encantado –

¿¡Qué dices mujer!? - exclamó el viejo mirándome a los ojos. –

Es cierto don, voy al monte, y no me digan nada por favor, ya he escuchado más de una docena de relatos de fábulas y no han podido persuadirme para que desista de mi viaje –

Escúchame muchacho, no sé lo que te han dicho, pero yo vivo aquí desde hace cuarenta años, y muchos jóvenes aventureros como tú he visto pasar pero muy pocos volver, lo único cierto es que hay algo extraño ahí arriba que aparece en determinados momentos, y cuando esto sucede, los viajeros se extravían y jamás retornan -

¡Vamos, no creerán toda esa mentira! -

Nuestro hijo jamás volvió, jovencito - dijo la señora y un velo de tristeza cubrió su rostro.

No realicé ningún otro comentario, pagué y me fui.

Avancé unos cinco kilómetros más hasta que llegué a una bifurcación del camino principal. Era una huella angosta de tierra, prácticamente borrada por el tiempo. Me detuve y bajé a inspeccionar el camino, no estaba para nada bueno, saqué entonces las cadenas y las coloqué en las ruedas. Avancé muy despacio, el camino ascendía serpenteando, perdiéndose en cada curva, y contra curva, penetrando la abundante forestación del monte. No era un capricho el ir a ese monte, me había propuesto tomar unas fotografías únicas, y que mejor paisaje que el de un lugar que provocaba tantas habladurías. Era un desafío y si lograba buenas tomas, ganaría mucho dinero en la exposición que tendría dentro de un par de semanas. Quizás la mejor época hubiera sido en verano, pero estaba hastiado de fotografiar paisajes primaverales.

El camino comenzó un ascenso brusco, la camioneta de doble tracción avanzaba lenta pero segura sobre la nieve. Luego de treinta minutos de marcha, el paso se me vio interrumpido abruptamente por un gran tronco caído. Eso no lo tenía previsto, en realidad no tenia previsto nada, pues no sabia con certeza hasta donde iba a llegar. Tendría que bajarme, dudé un instante en dejar el tibio habitáculo de mi camioneta pero al final me decidí. Tomé la pequeña mochila con el equipo resguardado en su interior y seguí la trepada a pie. Piedras, árboles, y sobre todo el frío conspiraban en mi avance.

Pasó una hora y un sudor helado bañaba mi cuerpo, empecé a creer que me seria imposible llegar a la cumbre y que para colmo de males pescaría una pulmonía, pero al término de una hora y media, logré mi objetivo. Descansé un rato guareciéndome contra un árbol. Un bosque gris y triste se me ofrecía como un gran cuadro para mis fotos. Tomé un sorbo de coñac para mantener la temperatura en mi cuerpo y dispuse el equipo fotográfico. Deambulé unos diez minutos tomando fotografías del hermoso, frío y triste paisaje, pero de repente me vi envuelto en un denso manto de niebla que no me permitía ver mas allá de mi brazo extendido. Mala era mi suerte, no podía avanzar ni tampoco retroceder, podría perderme, y si esperaba, no sabía cuanto tiempo duraría con vida antes de perecer congelado. Decidí mantenerme en movimiento avanzando a tientas, tropezando y chocando continuamente, pero eso me mantendría con vida. El terreno bajo mis pies comenzó a descender, y de pronto, un paso en falso provoca la caída haciéndome rodar cuesta abajo. Esperé el golpe contra algún árbol pero este no llegó. La caída se hizo más pronunciada, mi cabeza que golpea contra algo duro y luego la oscuridad.

Desperté con un fuerte dolor de cabeza, me llevé la mano al parietal derecho, tenía los pelos pegoteado con sangre coagulada, todo el cuerpo me dolía, pero recién cuando me incorporé fue que presté atención a mi entorno. Hacía calor y estaba sobre hierba fresca y verde que se extendía unos doscientos metros delante mío. Atrás quedaba la empinada pendiente por donde había caído y allá adelante después del tapiz de hierba se levantaba un bosque, pero un bosque floreciente, un bosque primaveral.

La temperatura era muy agradable, tal era así que tuve que quedarme con la camisa puesta únicamente. Mi mochila estaba a unos diez metros de distancia. Verifiqué el equipo, aparentemente estaba intacto. Emprendí la caminata en dirección a aquel bosque, y ante mi paso decenas de mariposas, de un tamaño jamás visto, huían, dando un colorido exquisito, como si fueran flores al viento. Todo esto contradecía a mis planes, pues tenía la intención de fotografiar paisajes invernales, pero ahora que había descubierto este sitio tan bello como extraño, sobretodo por su clima, me sentía atraído por una creciente curiosidad.

Me interné en el frondoso bosque poblado de pájaros y pequeños animales que huían a mi paso. Pronto el bosque se tornó más denso, el aire se cargó de humedad y aumentó la temperatura Seguí caminando y de imprevisto me vi hundido hasta las rodillas en un pantano, escondido en su totalidad por una gran cantidad de hojas muertas que cubrían su superficie. Hasta acá nomás llego, pense, esto se pone peligroso. Tomé algunas fotografías y decidí retornar, mi espíritu de aventura se veía interrumpido por un gran pantano, y no tenía ninguna intención de cruzarlo y arriesgar mi vida más de lo que lo había hecho ya.

Di media vuelta, y cuando me disponía a abandonar la orilla del pantano, empezó a vibrar en el espeso aire del bosque una bellísima melodía, entonada por una extraña y cautivante voz de mujer en una lengua desconocida. Al escucharla el bosque entero pareció enmudecer y yo entré en una especie de trance hipnótico, no podía ni quería volver, tenía que ir al encuentro de aquella persona que cantaba en forma tan maravillosa. Me interné en la ciénaga sin prever las consecuencias. Avancé muy dificultosamente, con el agua putrefacta hasta el pecho, sosteniendo la mochila en alto. Después de unos diez minutos salí de aquel lodazal, la voz se oía más fuerte.

El bosque se hacia prácticamente impenetrable pero esto no era obstáculo para mi ni para los animales y pájaros que se encaminaban en la misma dirección que yo. La melodía sonó más fuerte y cautivante y el bosque se abrió un poco. Al cabo de un rato llegue a un pequeño claro, y allí la vi. Me oculté entre los arboles circundantes que bordeaban el claro y una pequeña fuente de agua alimentada por una cascada. Allí, debajo de la cascada, se me presentó la imagen más bella que jamás haya visto, era una preciosa joven nacida del más maravilloso cuento de hadas, completamente desnuda, sumergida hasta su delicada y pequeña cintura en el agua cristalina. Sus dorados cabellos muy largos, caían en un despliegue de bellísimos destellos, y sus puntas flotaban como helechos de oro en la superficie del agua. La pequeña cascada acariciaba su rostro y su cuerpo de una perfección exquisita. De sus hermosos labios, brotaban aquellas bellas notas que me habían atraído junto con todos los animales que la habían escuchado, y que ahora lentamente comenzaban a rodearla acercándose a la orilla. Pájaros multicolores se posaban en sus manos y las mariposas engarzaban su frente. La muchacha dejó de cantar y se dedicó a jugar con los animales, riendo con la delicadeza y la simpleza del correr del agua a través del lecho de piedras. Me acordé de mi cámara fotográfica y tomé todas las fotos que me fueron posibles desde esa posición. Quise acercarme más, y un paso en falso provocó la quebradura de una rama y mi posterior caída delatando mi presencia ante la vista de todos. Los animales huyeron despavoridos, me puse de pie y ella quedó petrificada con su boca y ojos muy abiertos por la sorpresa.

Hola. ¿Cómo... cómo te llamas?- pregunté acercándome despacio, turbado por su excepcional belleza. Ella no contestó, estaba muy asustada. Yo me acerqué un poco más, a unos cinco metros de distancia, y con la agilidad de un felino ella salió del agua para huir por la otra orilla de la fuente y desaparecer detrás de los arboles.

¡Eh, espera ! - grité, sin ningún resultado.

Crucé la fuente lo más rápido que pude y me interné en el bosque nuevamente intentando alcanzarla. Corrí como pude, cayendo y desgarrándome la ropa, hasta que mí cabeza dio contra una gran rama, sentí un fuerte dolor y la vista se me nubló por completo para luego desmayarme.

El frío de la noche me despertó, el dolor en la cabeza era tremendo, las sienes me latían a tal punto que creí que estallarían en cualquier momento. Me incorporé, el paisaje era tétrico, el bosque no era el mismo. Todo era espinoso, enraizado, árboles siniestros y retorcidos eran el común denominador. Ramas largas y secas se extendían como garras amenazantes. La luz de la luna daba aun un toque más espectral, y una neblina, a la altura de mi cintura cubría la superficie de aquel lugar.

Saqué la linterna de la mochila, luego busqué mi pequeño botiquín de primeros auxilios, pero no estaba, después recordé que lo había dejado en la camioneta. Me palpé la frente, se encontraba muy hinchada y lastimada

Tenía hambre, pero no contaba con nada comestible. Empece a caminar con mucha dificultad tropezando continuamente en el enmarañado del terreno. De pronto, un grito helado, desgarrador, me crispó los nervios y me dejó petrificado, era como de dolor y rabia, dolor y también placer, no se podría decir si era de animal o humano. Nuevamente el grito, pero esta vez mucho más cerca. Comencé a correr, otra vez el grito y también el bufido de una bestia, como huyendo despavorida de aquel grito. Me trepé a uno de los árboles perdiendo en mi carrera la mochila. Apagué la linterna. Ahora sentí. el gruñido de la bestia muy cerca, estaba atemorizada, acorralada, y vi entre penumbras un cuerpo voluminoso, como el de un ternero se podría decir, y detrás de aquel apareció una sombra avanzando como un rayo sobre el primero. No estaban lejos, pero la oscuridad y la niebla me impedían prácticamente ver. El segundo era un ser bípedo, muy alto y arremetió con furia contra el primero. Desaparecieron por unos instantes bajo el manto de niebla en una refriega infernal, de pronto todo quedó en silencio, y al rato el ser bípedo apareció y sus ojos rojos centellearon en la oscuridad, dando un alarido espeluznante que pobló la noche. Después todo volvió a una tensa calma. No volví a bajar en toda la noche de aquel árbol.

Me desperté con el canto de las aves y la tibia brisa matinal acariciando mí magullado rostro. Nuevamente el bosque resplandecía con fuerza y verdor, nada tenía que ver con el paisaje tétrico que había visto durante la noche. Bajé del árbol, estaba muy débil, con hambre y sediento. Recuperé la mochila y recorrí la zona donde supuestamente se había llevado a cabo la batalla. Nada, no había ningún rastro. Llegué a pensar que todo había sido un sueño, una horrible pesadilla.

Desanduve el camino hasta llegar nuevamente a la fuente, lucía apacible y cristalina, mojé mis labios y mi afiebrada cabeza y en la orilla de aquella laguna me vi sumido en un profundo sopor.

Suaves caricias como de terciopelo recorrían mí cara, abrí mis ojos y un rostro divino se presento ante mi. La hermosa joven me observaba con curiosidad a la vez que pasaba sus delicadas manos sobre mi frente herida, intenté decir algo, pero sus dedos se posaron sobre mis labios llamándome a silencio, obedecí como un niño y nuevamente me dormí.

Desperté otra vez en la oscuridad disuelta apenas por la espectral luz de luna. Estaba solo, al lado de la fuente de agua, un agua oscura, putrefacta, hedionda. Nuevamente el bosque presentaba las características de la noche anterior. Extrañamente me sentía con fuerzas suficientes como para retornar, toqué mí frente, ¡ la herida había desaparecido !. Loco o cuerdo la herida sufrida ahora no estaba. Tomé mi linterna y me trepé a uno de los árboles circundantes, a la mañana siguiente iniciaría el regreso.

Amaneció floreciente y ya no me sorprendió, algo fuera de lo normal sucedía en este lugar. Bajé del árbol e inicié el regreso. Crucé la fuente, el pantano, y llegué hasta la base de aquella empinada cuesta por donde había caído. Tomé mis ropas de invierno que se encontraban. allí e inicié el difícil ascenso. Pronto el clima fue cambiando y los primeros vestigios de nieve aparecieron en mi camino. Después de media hora llegué otra vez ala cima y de allí en adelante no se me hizo difícil el encontrar mis huellas congeladas en la nieve e inicie el descenso hasta mi camioneta. Una vez llegado a esta puse en marcha el motor y coloqué la calefacción al máximo. El retorno sería tedioso, pasaría nuevamente por la hostería a comer y me metería en mi camioneta a dormir una buena siesta.

De regreso en mi laboratorio, me propuse revelar lo antes posible uno de los rollos que había empleado. Tan solo se revelaron las fotos del paisaje nevado, las otras solo eran una mancha oscura, no mostraban absolutamente nada. Decepcionado, tiré los otros rollos sin revelar al tacho de basura, no perdería tiempo en buscar imágenes de ensueño.

En los días subsiguientes no pude dormir tranquilo. Aquella joven se aparecía en mis sueños con rostro implorante, como pidiendo ayuda. Entonces se me ocurrió una idea, y me dirigí a una de las principales bibliotecas de la ciudad para ver si podía obtener información con respecto a viejas fábulas o leyendas.

Revisé todo el material que me fue posible pero resultó inútil. Fue entonces cuando el bibliotecario me dio el nombre de un especialista en el tema. Así conocí al profesor Carrasco, un reconocido arqueólogo, con amplios conocimientos de antiguas culturas. Comenté que tenía en mente escribir una historia dándole a conocer más o menos los pormenores de la misma y que quería saber si no había en antiguas leyendas algo similar para poder así nutrir mi trabajo. Por supuesto que todo era mentira, no tenía la más mínima intención en decirle que lo había vivido en carne propia, me tomaría por loco. Me pidió un par de semanas para consultar sus archivos y darme así una respuesta..

A los diez días de nuestra primera entrevista el profesor me llamó por teléfono haciéndome saber que lo visitara pues ya me tenía una respuesta. No perdí tiempo, esa misma tarde me encaminé a su despacho.

¿¡Cómo se encuentra señor Mascardi!? - me saludó el profesor.

¿¡ Cómo le va profesor Carrasco !?. Veo que ya tiene algo para mi –

Así es. Por favor, sígame -

Entramos a una oficina atiborrada de viejos libros y rollos de pergaminos. Justamente uno de estos pergaminos se encontraba sobre el revuelto escritorio del profesor quien me invitó a tomar asiento frente a él.

¿Sabe lo que más me asombra? - comenzó diciendo - la similitud de su historia con esta antigua leyenda dijo señalando el pergamino - ¿Está seguro que no la había leído antes o escuchado por ahí? –

Para serle sincero había recabado información sobre diversas historias en mis viajes por distintas bibliotecas del mundo, pero la que más me llamó la atención fue esta que encontré en un viejo libro, pero la mencionaba muy superficialmente sin ahondar, en detalles. Fue así que decidí escribir una historia basada sobre esta leyenda pero necesitaba más datos. Así llegué a usted. ¿De qué origen es ? –

Data de una civilización que existió hace cinco mil años ante de Cristo, que pobló grandes extensiones de nuestro continente, pero desaparecieron dejando muy pocos vestigios. de su existencia. Quizás un terremoto de vastas dimensiones haya sido la causa de su desaparición abrupta, otros arqueólogos más osados arriesgan a decir que se produjo un éxodo masivo y fueron los colonizadores de un continente que estaba situado entre lo que es hoy América y Africa, la mitológica Atlántida. Un aspecto que llama poderosamente la atención es el parecido de su escritura con los jeroglíficos egipcios, a pesar de que un contacto entre sus culturas en aquellos tiempos hubiera sido imposible, salvo que hubiera intervenido un factor común, un mediador. Y aquí es donde entra en juego esta leyenda tan particular. -

¿De qué trata la leyenda? -

Bueno, se la detallo en rasgos generales. Cuenta la historia de una joven muy hermosa. Ellos la llamaban "Hija del Sol", pues decían que desembarcó de un navío de fuego que se desprendió del astro rey cayendo a la tierra. Esta muchacha cantaba bellas melodías en extraña lengua en la cual daba a conocer su dolor por no poder retornar al sol, su padre. Al sentirse hostigada por la multitud que la consideraba una diosa, decidió partir en busca de paz, para caer luego bajo las garras de un demonio, el cual la mantiene cautiva en un valle fantasma, hermoso de día, tenebroso de noche, hasta que algún día llegue el salvador –

¿El salvador ? - pregunté

Pues si, acá dice que un, día vendrá el salvador a dar muerte a la bestia para liberar a la joven cautiva, un gran salvador o héroe como quiera llamarlo, cuyo nombre es David -

¿David ? -

Si, David. ¿Le sugiere algo este nombre? -

No, nada. Solo recordé al David de las Sagradas Escrituras -

Esto nada tiene que ver con las Sagradas Escrituras, es solo una leyenda -

¿El nombre de la joven aparece en ese pergamino? -

Ariadna, los nativos la llamaban Ariadna La Hija del Sol. Espero que esta información le sea de real ayuda para su trabajo. En este sobre tiene el estudio completo -

¡Es excelente!. Le estoy muy agradecido por su trabajo profesor Carrasco. Tome, aquí tiene el dinero pactado por su servicio. -

Gracias señor Mascardi. Fue un placer tratar con usted -

Conduje desde el despacho del profesor hasta mi casa con una sola idea en mente: regresar al Monte Encantado.

Se me presentaba un único problema, el sábado seria la exposición de fotos y nada había preparado. Llamé a Gustavo, mi amigo que siempre me ayudaba con los preparativos y le dije que por favor se hiciera cargo del material, que busque en el laboratorio antiguas tomas y prepare todo, que yo estaría el sábado mismo llegando a la exposición. Me costo convencerlo de la importancia de mi ausencia en la selección del material pero lo logré.

Partí un día jueves a la noche para penetrar en el monte al mediodía del viernes. Esta vez no llevaba una cámara fotográfica para disparar, sino una escopeta con mira infrarroja.

Los dueños de la hostería se sorprendieron al verme otra vez y me advirtieron que no abusara de mi buena suerte, les contesté que me sobraba en demasía, que no se preocuparan, y me fui.

Una vez llegado a la bifurcación del camino, coloqué las cadenas a las ruedas de mí camioneta y comencé el ascenso. No me costo mucho llegar hada el árbol caído. De ahí nuevamente la trepada a pie hasta la cima. No paso ni cinco minutos que la neblina surgió como por arte de magia: de la nada. Era indudable que ésta oficiaba como una entrada, una unión entre dos mundos dispares, dos dimensiones. Tomé las debidas precauciones para iniciar el descenso y no precipitarme como la vez anterior. Minutos más tarde el manto de neblina quedaba arriba, y el bosque primaveral apareció ante mi. Caminé en dirección a la fuente, crucé el pantano sin problemas hasta que llegué al lugar. No había nadie. Me senté en la orilla a descansar, a esperar....

Ruidos de follaje, empuñé mi arma, y apareció ella. Me vio, no atinó a escapar pero tampoco a acercarse. Yo me quedé en mi lugar, no quería asustarla nuevamente.

¡Hola!. ¡No… no escapes, no voy ha hacerte daño. ¿Entiendes lo que digo? - Continuó mirándome

He venido a ayudarte... Ariadna... -

Sonrió.

Me incorporé y caminé hacia ella, muy despacio. No huyó. Recién ahí, frente a frente pude apreciar en su totalidad su increíble belleza.

Eres... tan hermosa - le dije llevando mi mano a su rostro. Su piel parecía porcelana, suave, tersa, irreal. Ella alzó su mano y acarició también mi rostro mirándome con excesiva curiosidad, como si nunca hubiera conocido aun hombre tan de cerca.

Creo que te amo, ¿sabes?. Creo que desde siempre te he amado - le dije

Volvió a sonreír. Acerqué mis labios a los suyos, se rozaron. Su cuerpo se estremeció como una flor se estremece cuando la mariposa bebe de ella. Posé mi mano en su pecho, su corazón galopaba con fuerza. Ella tomó mi mano y me condujo en dirección a la fuente. Una vez desnudo, me introduje con ella en las cristalinas aguas. La cascada nos resguardaba, nos protegía, nos hacía uno. Sus ojos transmitían una paz profunda que no puedo explicar. La besé nuevamente mientras mis manos rodeaban su pequeña cintura, fundiéndonos en un abrazo. Sentí por primera vez todo el calor de su cuerpo contra el mío, atesorando sus contornos perfectos. Su delicados pechos, se apoyaban sobre el mi, sintiendo sus pezones duros. Mi boca comenzó a inspeccionar, mordisqueando el lóbulo de la oreja izquierda, bajando lentamente por su cuello, volviendo otra vez a su boca que se mantenía abierta, jadeante. Llegué a sus senos, hermosos, medianos, perfectamente formados. Succioné sus pezones, suave, lento, estableciendo un juego entre ellos y mi lengua, mientras mis manos descendían por su espalda un poco más abajo de su cintura, pasando mis dedos entre sus piernas, abriendo sus glúteos, hurgando su estrecho pasaje anal, recorriendo su periferia, sintiendo sus pulsaciones, la carne que llama a la carne, pero aun no es tiempo aun no, deseo que ese llamado se haga imperioso, suplicante. Salimos de la cascada y nos recostamos en la orilla, ella de espaldas y yo de costado, para seguir el juego de inspeccionar. Como Ariadna no atinaba a hacer nada por su inexperiencia, tomé su pequeña mano y la conduje con delicadeza, sin forzarla, sobre mi pene, mientras no dejaba de besarla en la boca. Al principio oficié de conductor de sus movimientos, frotando su mano sobre mi miembro, enseñándole como debía tomarlo, a que velocidad debía hacerlo, luego siguió ella sola. Después fui bajando, lentamente con mi lengua, más y más abajo, su entrepierna, su sexo sin vellos, su sexo virgen y esa exquisita humedad que se me ofrecía como néctar. Con mis dedos abrí los pliegues descubriendo su hendidura mojada y el pequeño apéndice erecto que imploraba ser succionado. Deslicé mi lengua de abajo hacia arriba, no dejando escapar ninguna gota de sus fluidos, jugaba con su clítoris un poco mientras que uno de mis dedos se introducía en su cavidad virginal, ella se retorcía tomando mi cabeza, tirándome los pelos, emitiendo gemidos cada vez mas fuertes. Ahora era mi turno. Ella seguía acostada boca arriba. Me coloqué a la altura de su boca apoyando mis rodillas a ambos lados de sus hombros, dejando mi pene y mis testículos al alcance de su boca. Con su inexperta lengua comenzó a lamerme los testículos, después le ofrecía mi falo en otras le ofrecía mi ano. Mi incliné un poco más hacia ella para poder facilitar la introducción de mi pene en su boca y comencé a introducírselo, de a poco, a veces debía retroceder pues ella se ahogaba, después un poco más, otra vez afuera, un poco más adentro. Poco a poco se iba adaptando, hasta que, casi sin darme cuenta, tenía mi miembro incrustado en su garganta por completo, solo los testículos quedaban afuera de su boca. Casi me vengo en ella, pero en un grado de concentración extrema, pude contener el volcán que pugnaba por hacer erupción. Aun no era el momento, mis fluidos estaban reservados para su pequeño y virginal rincón.

La carne llama a la carne, y el llamado era mutuo. Ahora era el momento de la conjunción final. Cambié de posición recostándome al lado de ella, nos pusimos de perfil, cara a cara, sus ojos en los míos, mi lengua en su boca, sus pezones rozando mi pecho, su pierna izquierda por encima de mi pierna derecha para liberar nuestros sexos, para que se pudieran encontrar. La cabeza de mi pene fue guiada por su propia mano hasta su abertura. Un leve empujón y la cabeza fue devorada por su labios. El conducto se hacía estrecho, pero el avance del ariete no se detuvo hasta encontrar la última resistencia en su paso hacia lo profundo. Un gesto de dolor se dibujó en el rostro de Ariadna, las lágrimas eran fruto de ese dolor, pero también eran fruto del placer. Y ante el embate final, ahogué su gemido con un beso apasionado, violento, quedando los labios morados ante tanto ímpetu, quedando mi miembro incrustado en lo mas profundo de su ser, recibiendo su bautismo de sangre. El dolor trocó por placer absoluto, y el orgasmo fue solo la culminación de aquella unión. El amor era perpetuo.

La conjunción perfecta se había llevado a cabo. Éramos tierra y luna, agua y fuego, éramos hombre y mujer...

Ella despertó en mis brazos, y viendo la proximidad, de la noche se despidió con una simple mirada en la cual quedaba reflejada toda su esperanza de liberación. Desapareció tras la arboleda, y yo me dispuse a esperar.

El ocaso llegó, y con el, la muerte del bosque entero. Por primera vez contemplaba la transformación, o mejor sería decir el envejecimiento acelerado de las cosas, la corrupción de la materia. Con leves pero continuos crujidos y sordos sonidos el paisaje fue cambiando, tornándose estéril, triste, muerto...

La luna afloró y con ella la neblina fría y pegajosa. Comencé a caminar con mucho cuidado, con la linterna en mano derecha y la escopeta en la otra. Caminé sin rumbo fijo, sin saber a donde ir. Caminé dos o más horas, no lo sé. Lo cierto es que yo no encontré a la bestia, esta me encontró a mí. Apareció a mis espaldas, delatándose con su respiración agitada. Me volví hacia ella, presa del pánico y ahí la vi, o mejor dicho debo decir que ahí no la vi, pues en realidad su figura era más oscura que la noche misma, dejando entrever apenas una silueta de un ser de dos metros de altura sin ningún tipo de rasgos, todo era negrura, todo excepto sus ojos. Estos eran lo único que se destacaba de aquel ser. Eran dos puntos rojos que me miraban fijamente paralizando cada músculo de mi cuerpo. Esperé su salto sobre mí de un momento a otro, pero este no llegó. Se quedó inmóvil sin emitir otro sonido que su entrecortada respiración. Poco a poco fui recuperando el control de mis sentidos. Levanté el arma muy despacio, apunté esperando una inmediata reacción, nada. Entonces disparé, sus ojos se encendieron aún más pero no se escuchó ningún gemido, ningún alarido, ningún signo de dolor, solo desapareció en la noche.

No sabia si le había acertado o no, lo único cierto es que sentí una profunda angustia y me dejé caer sentándome en el frío suelo. Pronto amanecería.....

El alba llegó y con ella mi inquietud. Me puse en camino en dirección a la fuente, me urgía ver si Ariadna había sido liberada. Caminé, troté y corrí hasta que al fin llegué. Ella estaba allí, recostada sobre la hierba, respirando dificultosamente, la herida había perforado uno de sus pulmones, sangraba, pero no en demasía. La miré hasta que los ojos se me nublaron por las lágrimas. No podía creer lo que estaba sucediendo. Solo atiné a sentarme a su lado y a tomar sus manos entre las mías, ella abrió sus ojos, sonrío, y por primera vez habló:

No llores, me has liberado y eso es lo que vale, amor mío. La pesadilla ha terminado. Yo, como hija de la luz, no podía soportar la noche. Por eso es que moría en cada ocaso para renacer en cada amanecer. Ahora soy libre, ahora podré volver -

¡ Pero... pero yo te amo, y te necesito a mi lado ¡ – dije acongojado

Nos volveremos a encontrar, no te preocupes, y cuando eso suceda será para siempre. –

Se detuvo, estaba muy agitada. Lucho por una bocanada más de aire y dijo

Solo... bésame por favor. Bésame... -

Me incliné y besé sus labios, hasta que sentí que sus manos aferradas a las mías se aflojaron para siempre y ella ya no volvió a respirar. Y ahí, de rodillas, la tome entre mis brazos e imploré al cielo que me la devolviera pero ya era tarde. Minutos más tarde todo su cuerpo se iluminó transformándose en pura energía, para luego desaparecer en un fulgor.

Me quedé arrodillado, allí en la nieve, hasta que una fría ráfaga de viento me devolvió a la realidad. Ella se había marchado, y con ella su entorno. Regresé a la camioneta totalmente abatido por la tristeza, y emprendí el camino de vuelta.

El teléfono celular sonó, era Gustavo.

Hola, ¿David? -

Si, soy yo. ¿Qué pasa Gustavo? -

¿¡Dónde estabas metido!? He estado llamándote como loco las últimas horas. –

Discúlpame Gustavo, es que surgió un imprevisto y...-

No importa amigo, no importa ¡Solo quería decirte que la exposición ha comenzado y es todo un éxito!. Esas fotos del ángel bañándose en la fuente de agua, ¡son increíbles!. ¿Por qué tiraste esos rollos sin revelar a la basura? –

¿¡Ángel!? – dije asombrado.

¡Si, ángel. La modelo que conseguiste es impresionante! ¡pero más impresionante es el truco fotográfico de sus alas desplegadas! ¿Cómo lo hiciste? – no contesté - ¿David... David....estas ahí....? –

Corté la llamada. Sonreí y dije:

¡Ángel....eras un ángel...!.-

fin