Hija de Artemis (1)

Un horrible sacrilegio en el templo de Artemis hace que esta estalle de ira y luchará para vengar a sus sacerdotisas mancilladas con la muerte y el esperma de los hombres de Kalokaido...

Un grito de furia liberada retumbó en los bosques, escapando entre los árboles y llegando a las mismas puertas del Olimpo.

Artemis vio horrorizada como los hombres de la aldea cercana habían mancillado su lugar sagrado, violando a sus sacerdotisas hasta la muerte y matado a su cierva sagrada.

Solo Andromaca, una de las más jóvenes sacerdotisas luchaba aún contra la muerte.

Se encontraba en la orilla del lago que descansa frente a las puertas del templo de la diosa cazadora, ahora teñido de color carmesí, acariciando con sus aguas los cuerpos sin vida de un veintenar de sacerdotisas.

Andromaca, semidesnuda y con un pecho amputado que no paraba de sangrar se esforzaba por hablar y Artemis fue junto a ella…

-Gran cazadora- dijo escupiendo sangre por la boca- las cazadoras hemos sido cazadas por desobediencia… creímos en ellos, en sus palabras tiernas. Pero no eran nuestras almas lo que querían sino nuestros cuerpos vírgenes… gran diosa…- volvió a toser- nosotras hemos pecado y este es nuestro merecido castigo, pero, con la poca fuerza que me queda pido venganza. Venganza por mis hermanas y por mi diosa cuya imagen a sido mancillada y retada al matar a la cierva sagrada… ven…gan…za- Andromaca dejó su petición con su último aliento y la diosa Artemisa estalló en gritos encolerizada.

-¡Hermes!- comenzó a gritar- ¡Hermes!- a los pocos minutos una neblina acompañada por una ligera brisa sacudió los árboles cercanos al templo de Artemis y apareció. Hermes, el dios mensajero miraba atónito el escenario macabro que se encontraba a su alrededor, temeroso de mirar a Artemis a los ojos pues podía percibir su furia…

-Me has hecho llamar diosa guerrera y encuentro tu templo desolado… ¿que mensajes debo llevar al Olimpo?

-Avisa a Zeus de que voy a cometer la mayor masacre que Grecia ha podido presenciar jamás en la aldea de Kalokaido, pienso destruir a cada anciano, hombre y niño de esa maldita aldea y dile que yo misma me encargaré de que dicha aldea jamás tenga un solo hombre, condenándola a la perdición.

-Pero, pero Artemis… no puedes arrasar la aldea, no puedes terminar con la vida de almas inocentes, Zeus jamás te dará permiso…

-¡No pido su permiso ni tu opinión! Puedo hacer mi voluntad como me plazca que para eso soy una divinidad, ahora lárgate de mi bosque sagrado y limítate a hacer tu trabajo.- Hermes desapareció en cuestión de segundos con la mirada de desaprobación y voló lo más rápido posible al Olimpo, debía detener la furia de Artemisa, no podía permitir que arremetiera su ira contra almas inocentes.

Mientras, Artemis se armó el carcaj con sus letales flechas envenenadas con veneno de hidra e hizo sonar la corneta para llamar a su manada de ciervos espectrales, estos eran animales fantasmales de grandes dimensiones y cornamentas afiladas como espadas.

Subió a lomos de una cierva y la espoleó con fuerza dirección a Kalokaido, pero, a penas había llegado a la entrada de la aldea, sumida en el revuelo de sus gentes corriendo y gritando por la aparición del ejercito fantasmal de Artemis cuando Zeus se materializó ante ella impidiendo que avanzara.

-¡Zeus hazte a un lado!- rugió

-Sabes que no puedo permitir este acto Artemis

-Tengo derecho a vengar a mis sacerdotisas y el insulto que los hombres de esta aldea han profesado a mi imagen y templo.

-Tienes razón, tienes derecho a la venganza, pero no de este modo…- el caos en la aldea de Kalokaido era extremo así que Zeus hizo desaparecer el ejército de Artemis con un simple chasquido de dedos y se transporto junto a ella al Olimpo para poder tratar el asunto.

-¡Ya estoy harta de que te metas en mis asuntos!

-Vigila tu tono Artemis, no olvides que soy la divinidad suprema- dijo Zeus con total tranquilidad mientras acariciaba el rostro a una de las quince amantes semi-mortales de su aren privado, que se paseaban por la estancia completamente desnudas, únicamente vestidas por extraños tatuajes que las cubrían enteras…

-Bonita estancia… seguro que es la favorita de tu querida mujer, Hera…- dijo Artemis con ironía.

-No tendré en cuenta tus intentos de provocarme, se que estás furiosa y como bien te he dicho tienes derecho a vengar tan grande sacrilegio…

-¡Pues déjame arrasar la aldea!

-¡No!- la amante que ahora gozaba de una caricia intensa en su entrepierna pegó un brinco- perdona preciosa… luego estaré por ti y ese precioso chochete, vamos, déjanos solos y llévate a las demás…- le dijo dulcemente besándola con ternura en los labios.

-Además debo vengar en especial a una de mis sacerdotisas, que aguantó en agonía hasta que yo apareciera para pedir mi perdón por su desobediencia por haber dejado entrar en recinto sagrado a los hombres de la aldea y en su último suspiro me pidió venganza…

-Pues ahí tendrás tu venganza- dijo Zeus con expresión de haber tenido una buena idea.

-Explícate

-Baja al inframundo de Hades y dile que yo mismo te he dado el permiso de solicitar que el alma de tu sacerdotisa se reencarne con un fin marcado. Hades te permitirá hablar con su alma y podrás darle esa misión que aunque en vida venidera no entienda ni quiera cumplir un tremendo impulso la obligará a hacer tu voluntad.

Así lo hizo, Artemis dejó a Zeus comenzando a montar una orgía con sus quince hermosas amantes y fue a visitar a Hades. Le explicó toda la historia mientras daban de comer al gigantesco can Cerbero de tres cabezas, guardián del mundo de los muertos y como Zeus le había dicho no tuvo ningún problema en que Hades accediera. La llevó junto al río de las almas que desprendía un fétido olor a putrefacción y los gritos de las almas en pena retumbaban por doquier.

Pasadas unas horas de búsqueda en barca al fin encontraron el alma de pecho amputado de Andromaca. Hades la hizo salir de las aguas infinitas y Artemis pudo darle su misión.

-Todo aquel que en tu próxima existencia se derrame dentro de tu cuerpo o en tus pechos, que en esta vida han sido cortados no tendrá otro destino que una muerte lenta y dolorosa que tu misma provocarás… veinticinco fueron mis sacerdotisas mancilladas y veinticinco hombres serán los que paguen.

-Así sea gran cazadora- contestó el alma de Andromaca.

Morgan no tenía suerte con los hombres, a sus veinticinco años de edad aun era virgen y ya estaba harta de encontrar placer con sus dedos o su vibrador, ella quería un hombre y aquella noche, la de su veinticinco aniversario estaba dispuesta a sacar su lado más salvaje así que se vistió con un vestido rojo que contaba con un escote de vértigo que realzaba unos suculentos pechos y una minifalda que remarcaba las curvas de su precioso y redondito culo.

Morgan era una mujer hermosa, muy hermosa, pero extrañamente jamás había despertado interés sexual por ningún hombre… todas sus amigas le decían que debía estar maldita, ellas aún siendo menos agraciadas ya habían estado con multitud de hombres. Pero eso era algo que aquella noche iba a cambiar, Morgan estaba segura de ello, no pensaba volver a casa sin ir acompañada.

-Tiembla Kalokaido que esta noche salgo de caza- dijo acabándose de retocar el pelo.

La discoteca estaba a reventar y Morgan iba ya por su sexto chupito de absenta, notaba como los efectos del alcohol comenzaban a aparecer cuando yendo dirección al lavabo tropezó con uno de los escalones y cayó directa a los brazos de un morenazo de metro setenta…

-¡Vaya! Los dioses me bendicen poniendo en mis brazos a una mujer tan hermosa- soltó el morenazo.

-Disculpa, el escalón me ha hecho una mala jugada- contestó Morgan un tanto sonrojada.

-Me llamo Portos, vamos, te invito a una copa.

Morgan y Portos bailaron toda la noche, primero guardando las formas y poco a poco a medida que el alcohol borraba cualquier ápice de vergüenza el baile se transformó en un continuo refriegue de genitales ardientes de deseo y de hábiles manos que se colaban en la minifalda y por la apretada bragueta de Portos… Llegó un punto que estaban tan excitados que no pudieron aguantar hasta llegar a casa de Morgan y Portos se la folló en la parte trasera de la discoteca, desvirgándola entre dos coches.

Ambos ya sudorosos estaban a punto de alcanzar el orgasmo mientras Morgan cabalgaba como una posesa sobre el empalmadísimo miembro de Portos.

Hasta que al fin, ente poderosos gemidos Portos se corrió. Inundándola de leche templada y jadeando como un perro.

De repente… Morgan se sintió invadida por un extraño escalofrío, era como si el semen de aquel morenazo que tenía entre sus piernas se estuviera abriendo paso por todo su cuerpo, inundándola de una forma acosadora… sintió asco. Se llevó las manos al pelo que lo llevaba recogido por una púa de plata de unos quince centímetros y se soltó la melena, sujetando con fuerza la púa de plata.

-Nena… follas como una leona y como me pones con el pelo suelto... déjame respirar unos minutos y te vuelvo a llenar de leche otra vez- dijo Portos sin incorporarse. Morgan comenzó a ver su imagen borrosa, sentía que se iba a desmayar ¿era el alcohol?- nena… ¿Qué haces con eso? Nena.. ¿Qué…?

Continuará…