Hija adoptiva 3 Final
Esta historia es, en gran parte, real me la relataron hace unos meses. Los nombres, las descripciones X y la situación geográfica son ficticios. Actualmente la niña, ya mujer con hijos, sigue sin saber quiénes son sus padres biológicos, aunque casi convive con ellos.
Tercera parte
No nos pillaron por los pelos… Tal y como Laura indicó me deslicé por la puerta trasera y apretando el paso llegué a mi casa, donde guardaba el taxi. Ya el día anterior había llenado el depósito de combustible para no perder tiempo en el viaje… Conduje hasta la puerta de la casa de Lidia… Una vecina se acercó hasta asomarse por la ventanilla.
—Manuel… ¿Le pasa algo a Lidia? ¿Está mala? — Preguntó la cotilla…
—No, Carmen, es solo que para que no esté sola en casa, después de lo de su madre, se irá unos días a Albacete con Laura para distraerse… — Le respondí.
Entré en la casa de Lidia, en el zaguán tenía unas maletas preparadas, las cargué en el maletero y les grité:
— ¡Vamos señoras… Al taxi!
No tardaron en aparecer las dos, les abrí las puertas de los asientos de atrás y se sentaron. Cerré rodeé el vehículo y por fin nos pusimos en marcha.
Lorenzo se había marchado a trabajar tras despedirse.
Las dos mujeres se durmieron a los pocos kilómetros de viaje. Llegamos sin incidencias hasta Madrid y subimos el equipaje al piso. Bajé con las dos para comprar algunas cosas necesarias y para que se familiarizaran con el barrio.
Después de comer descansé un par de horas, nos despedimos y me puse en marcha hacia el pueblo…
Los siguientes meses fueron bastante ajetreados para mí. Todas las semanas viajaba a Madrid para verlas, algunos fines de semana me acompañaba Lorenzo, otros era yo solo… En este caso nos lo pasábamos bastante bien… Lidia engordaba como era de esperar…
Era delicioso jugar con las dos en la cama durante horas… Pero la experiencia, desconocida para mí y que me encantaba, era hacer el amor con mi barriguita, así llamaba a Lidia; cuando ya estaba gordita, era complicado y molesto para ella pero se colocaba de lado en la cama y yo me situaba detrás, de cucharilla creo que lo llaman… Penetrar su sexo, era muy satisfactorio para ella y lo disfrutaba como una loca. Para mí era el no va más, acariciando sus crecidos pechos y su prominente tripa, palpándola y comprobando cómo se endurecía al acercarse su orgasmo. En estos casos Laura se dedicaba a observarnos y masturbarse frente a Lidia, besándose y acariciándose las dos.
Cuando le correspondían revisiones, venía Lorenzo y la acompañaba a la clínica con el nombre de Laura. Pasaron los meses. Laura se paseó en algunas ocasiones por el pueblo con un arnés simulando el embarazo. Las vecinas ya estaban enteradas de que iba a ser mamá.
De cara a la vecindad del pueblo,
se suponía que Lidia no se encontraba bien y se estaba tratando de una depresión…
—Manu, estoy a punto de cumplir y me gustaría que estuvieras conmigo ¿Lo podrás arreglar? — No podía ignorar la súplica de Lidia.
Lo arreglé; o mejor dicho, lo averié… Simulé una avería en el taxi que me obligaba a dejarlo en un taller en Albacete. De esta forma justifiqué mi ausencia y derivé los servicios que salieran a un compañero taxista de un pueblo cercano.
Y llegó el gran día, Lidia se puso de parto y Lorenzo tuvo que llamar a mi amigo taxista para que lo desplazara hasta Albacete, allí cogió el tren hasta Madrid y llegó cuando ya había nacido la niña… Sí, fue una niña… Preciosa, mi niña, mi hija… Lloré como un crío al tenerla en mis brazos y al ver a su madre amamantándola… Nuestra niña… Lidia no podía dejar de llorar, yo tampoco…
Cuando llegó Lorenzo recogió la documentación y siguió el protocolo para inscribirla a su nombre y el de su esposa.
Dos días después estábamos todos en el piso con la niña nueva.
Lorenzo contactó con un cura de una parroquia cercana para bautizar a la chiquilla con el nombre de Andrea. Lidia y yo fuimos los padrinos.
Lorenzo tuvo que marcharse al pueblo de nuevo y me quedé con las tres chicas. Ni que decir tiene que la amistad que unía a Lidia y Laura les permitía compartirme sin celos y sin competencias entre ellas. Lo que sí se afianzaba era el afecto que las unía; se pasaban horas tendidas juntas acariciándose, besándose y haciéndose arrumacos.
Pasadas dos semanas y ya fuera de peligro la niña y su mamá, dejamos el piso de Madrid definitivamente y nos desplazamos al piso de
Albacete, donde Lorenzo venía con más frecuencia en el autobús de línea.
Los fines de semana en los que estaba Lorenzo, este dormía en una habitación con Laura y yo en otra con Lidia y la niña, sin poder evitar oír a la pareja hacer el “amor”.
Cuando Lorenzo se marchaba Laura venía en mi busca ya que su marido no la satisfacía en absoluto; Lidia y yo la recibíamos con los brazos abiertos.
Laura y yo nos sentábamos en la cama para ver a Lidia dar de mamar a la pequeña, Andrea. No nos excitaba, nos inundaba de ternura, claro en una ocasión Laura me acarició, yo la acaricié y a partir de aquel momento la lujuria se adueñó de nuestros actos. Me acerqué al pecho libre de Lidia y con la punta de la lengua libé la gota del líquido vital que emanaba. Andrea, saciada, se dormía en sus brazos; Laura, amorosamente, arrullando a la niña se la llevó y la depositó en la cuna para unirse al banquete. Mamamos a Lidia de sus dos pechos mientras nuestras manos acariciaban su cuerpo.
Algo que a Lidia le fascinaba era colocarse en cuatro y mientras yo le penetraba el recto, su amada Laura, tendida bajo ella, le mamaba los pechos e introducía dos dedos en la vagina de Lidia y le provocaba unos orgasmos que la obligaban a orinarse en la cama.
Los dos meses que pasamos en Albacete yo ya estaba reintegrado en mi puesto de taxista, iba y venía… Más bien venía cada vez que podía… Temíamos que Lorenzo pudiera sospechar algo y decidimos normalizar la situación. Regresamos al pueblo. Ya se había extendido la noticia del embarazo y parto de Laura y a Lorenzo le llovían las felicitaciones. Lidia visitaba con frecuencia a Laura en su casa, aprovechaba para lactar a su niña, pero pronto empezaron los biberones de leche maternizada y a Lidia se le fue retirando la suya.
De nuevo la normalidad, las visitas nocturnas cada vez más cálidas… Algunas noches sorprendía a Lidia llorando en su cama por la falta de su bebé, su Andreita… Y a mí me partía el alma.
También eran frecuentes las visitas nocturnas de Laura a su Lidia. Lorenzo viajaba con frecuencia y aprovechaba para pasar la noche con su amiga… y conmigo. Las sesiones de sexo salvaje eran frecuentes y, a pesar de mis precauciones, para no dejarlas embarazadas ocurrió… Lo que era impensable…
Laura estaba embarazada…
A pesar de mis precauciones, del cuidado, de que ya disponía de un suministro regular de preservativos… Ocurrió…
Pero lo curioso es que a Laura no le preocupó en absoluto, es más, creo firmemente que lo buscó. Convencido su marido de que era suyo, se dedicó a aceptar las felicitaciones de los vecinos amigos y conocidos… Lidia alucinaba por la frescura con la que Laura llevaba la situación. Estábamos sentados en la salita de la casa de Lidia…
—Manu… Como sigamos así vas a hacer que la natalidad del pueblo se dispare. — Dijo Laura con sorna en una de nuestras reuniones.
—Laura… Pero ¿Estás segura que es mío?, ¿No será de Lorenzo? — Pregunté angustiado…
—Mira Manu… Tú has sido una bendición para mí. Primero me proporcionas una niña preciosa, a la que quiero con locura, pero no es de mi sangre… Y ahora le das un hermanito o hermanita, que sí, es de mi sangre… No puedo pedir más… Y por Lorenzo no te preocupes, está loco de contento porque, por fin va a tener un hijo suyo… Manu… Todos contentos. Y que sepas que estarás siempre cerca de tus hijos, eso te lo prometo. Figuraras como su padrino pero estarás cerca…
Lidia me miraba con tristeza. La rodeé con mi brazo y besé su frente, levantó sus ojos y vi una lágrima deslizarse por su mejilla. Solo las sesiones de sexo salvaje a que nos entregábamos la hacían sentir mejor… Pero cuando se quedaba sola…
Pasaron los meses y Laura dio a luz un precioso niño, le llamaron Fernando y se criaba fuerte y sano junto a su hermana Andrea
Lidia se extrañaba que cada vez recibiera menos cartas de su marido… Estaba claro que algo ocurría.
Habían pasado varios años cuando en un servicio que realicé a la estación de Albacete se presentó, ante mí, el marido de Lidia… No lo reconocí, hacia al menos quince años que no lo veía. Él si me conocía, me saludo fríamente, cargó una maleta en el maletero del taxi y se sentó en el asiento de atrás.
—Tú debes ser Manuel ¿No? — Dijo al arrancar el vehículo.
—Pues… Sí… ¿Y tú quién eres? ¿Te conozco? — Repregunté
—Yo soy el marido de la mujer con la que te acuestas…
Con la que has tenido una hija…
Un escalofrío recorrió mi espalda… Me fijé en él por el retrovisor… Era Juan y yo estaba a su merced y sabía de nuestros años mozos, que era una mala bestia.
—Creo que se equivoca usted… — En un intento desesperado de desviar la conversación…
—No te preocupes Manuel, no vengo en son de guerra… Quiero arreglar unos asuntos y me marcharé, yo he rehecho mi vida en Múnich, allí tengo mujer y dos hijos y…
—Y… ¡además de cabrón eres un hijoputa por amargarle la vida a Lidia!… ¡podrías haber dicho esto hace años y le hubieras ahorrado mucho sufrimiento!… — No pude evitar la explosión. Exteriorice toda la rabia acumulada durante tantos años.
— ¡Eeehhhh! ¡Para el carro Manuel! Te he dicho que no vengo buscando riña… ¡Tranquilízate! Yo no sabía nada de esto hasta hace unos meses… Por eso vengo a intentar arreglar los estropicios… — Su voz calmada parecía sincera…
—Perdona Juan pero lo hemos pasado muy mal… Aún lo estamos pasando mal. —Dije intentando aparentar tranquilidad.
—Párate en una venta. Vamos a tomar café y hablamos.
Casualmente estábamos cerca de la misma venta donde paré años atrás con Lorenzo y Laura. Nos sentamos en una mesa apartada y le pedimos dos cafés a la chica que nos atendía. Entonces pude fijarme en él. Estaba muy envejecido… El poco pelo que tenía estaba blanco… Y sus facciones denotaban haber sufrido mucho… La piel de las manos muy arrugadas y con manchas blancuzcas.
— ¿Puedes decirme como te has enterado de… todo Juan?
—Pues sí… Lorenzo me envió, una carta diciéndome lo que pasó hace años, que después dejaste preñada a su mujer y que ahora mismo están preñadas las dos, Lidia y Laura y que tú eres el padre. ¿Es verdad?
—Vaya, era de esperar de Lorenzo. ¿Pero si ya está separado de Laura? ¿Qué más quiere? ¿Por qué meterte a ti en este lio?
—Por venganza Manuel… No te fíes de él. Pretendía que yo te buscara y te pegara un tiro… Incluso lo mencionaba en la carta que me envió. Lo que no sabía es que yo no quiero haceros daño, al contrario, me siento mal por haber abandonado a Lidia y despreocuparme durante tanto tiempo. Por eso he venido a arreglar la situación. Quiero divorciarme de Lidia y podréis hacer lo que queráis, os podéis casar.
No le di un beso por vergüenza, pero ganas no me faltaron. Apenas hacía un año que se aprobó la Ley del Divorcio en España. Ahora, tal y como decía Juan, podríamos normalizar nuestra situación. Aunque poco cambiaría nuestro modo de vida. Desde la separación de Laura y Lorenzo prácticamente vivían juntas Laura y Lidia con los niños. Yo seguía con mis visitas nocturnas, aunque Andrea casi nos sorprende un par de veces. La gente del pueblo lo veía raro pero lo aceptaba. No sabían lo que ocurría de puertas adentro. Andrea decía sin empacho que tenía dos mamás y un tío… Yo…
Para evitarle un sofocón a Lidia y de Acuerdo con Juan, entré yo primero para preparar el terreno.
—¡¡Lidia!! Ven tenemos que hablar…
— Grité al entrar en la casa.
— ¡¿Manu?! ¿Qué haces aquí a esta hora? — Lidia estaba muy sorprendida al verme en la casa.
—Ven, siéntate ¡Laura, ven! — Laura entró en la salita donde le indiqué a Lidia que se sentara.
— ¿Qué pasa Manu? No me asustes… — Lidia me miraba angustiada.
—Tranquilas que no es nada grave. Más bien al contrario… Se van a solucionar todos nuestros problemas…
— ¡Pero habla de una vez! ¿Qué pasa?.
—Lidia… Tu marido, Juan ha dado señales de vida… Y quiere el divorcio… ¿Qué te parece?
—Qué me va a parecer Manu… Es lo que deseamos ¿No?
—Bueno pues siéntate que está en la puerta… ¡Juan entra!
Juan hizo su entrada en la salita, tal y como yo esperaba a Lidia le dio como un vahído y Laura tuvo que sujetarla para que no cayera. Cuando se repuso se levantó se encaró con Juan y le dio un tortazo con todas sus fuerzas…
—Lidia ¿Qué haces? — Le gritó Laura…
Yo me quedé sorprendido, esperando la reacción de Juan.
—Tiene razón Laura… Me merezco el guantazo, me merezco muchos más. Lidia… quizá algún día puedas perdonarme…
Si se hubiera podido nos hubiéramos divorciado hace años, pero no era posible. Ahora sí. Tengo toda la documentación preparada en un bufete de abogados en Albacete. Solo tendremos que firmar y quedaremos libres…
Así fue. De todos modos tuve que utilizar mis ahorros para comprar la mitad de la casa y las pocas tierras que quedaban. Juan se llevó en efectivo casi dos millones de pesetas, pusimos todos los bienes a nombre de Lidia y Juan se marchó a Múnich.
Supe por un amigo que Lorenzo se había marchado a Valencia… Dejo su trabajo y Laura se quedó con la casa donde vivía ya que Lorenzo, avergonzado, no se atrevió a litigar por la propiedad.
Han pasado ya veinte años… Laura, Lidia y yo seguimos juntos. Andrea se ha doctorado en psicología, está casada y vive en Madrid. Sigue creyendo que Lorenzo es su padre. No hemos podido decirle la verdad y no sabemos cómo reaccionará cuando lo sepa. Fernando se ha dedicado a la informática. Íñigo, mi hijo con Lidia es un nini de libro. Creo que se está planteando seguir con el taxi. Y Laurita, la niña que tuvo Laura antes de la separación de Lorenzo está estudiando biología.
Y la vida sigue.