Hielo y fuego

Encuentro clandestino entre dos amantes con gotitas de sado maso

-“estoy sola en casa, ven, la llave está bajo el felpudo”- decía el mensaje.

Nos conocíamos hacia muy poco tiempo, apenas un par de cafés y conversaciones llenas de insinuaciones, ambos estamos casados y eso hacía que nos entendiéramos mejor.

Prometí regalarte un libro, “una princesa en Berlín” y deliberadamente lo deje dentro de mi coche en el parking el día que quedamos para entregártelo para seguir con nuestro juego, tomamos el café y te pedí que me acompañaras al parking para dártelo.

Las ultimas distancias se quebraron dentro del coche, te entregue el libro, me entregaste tus labios, mis manos se perdieron entre tu ropa y las tuyas buscaron en mis rincones más secretos.

Nos dolían los labios de tanto besarnos, tu ropa desordenada descubría partes de tus pechos que mis ávidas manos trataban de liberar de la tiranía del sujetador, la falda apenas era un manojo de tela enrollada en tu cintura, la cremallera de mi pantalón abierta por tus manos que descubrían hambrientas mi sexo.

Solo una voces cercanas nos sacaron de aquel trance hipnótico de excitación y locura, ambos nos recompusimos tan rápidamente como pudimos.

-no podemos hacer esto, me pueden ver y conocerme- dijiste

-tienes razón, pero no puedo contenerme más, necesito tenerte, hacerte mía-

-mi marido estará fuera el martes, la niña va al colegio, puedes venir a mi casa-

Era viernes… demasiados días para esperarte, mi pantalón reventaba por la erección, tu sexo manaba como una fuente, era tarde tenías que irte sin remedio, había que recoger a la niña en el colegio.

-espero impaciente tu mensaje-

Y con la mirada en el reloj nos dimos un último beso en el parking antes de que te llevara hasta las cercanías del colegio.

Martes, diez de la mañana, mensaje:

“estoy sola…”

-voy a un recado, tardaré un poco- le dije a mi secretaria

Calle xxx, nº 1 – 11º D, toco el timbre de la calle y se abre la puerta del portal, subo al ascensor y debajo de mi pantalón algo empieza a palpitar cuando recuerdo tus firmes pechos y tu cálido sexo en aquel parking.

Estoy ante tu puerta, levanto el felpudo y allí está la llave, viene atada a un hilo que desaparece bajo la puerta, hay una nota:

“sigue el hilo de Ariadna”

Y como el héroe mitológico seguí el hilo que en lugar de sacarme de un laberinto me metió en el tuyo.

Al final del hilo estabas tú, en el salón de tu casa, sentada al revés en una silla de comedor con el respaldo en tu pecho, junto a la mesita y frente al sofá, estabas desnuda, solo una diminutas braguitas, los ojos vendados con un pañuelo, y las manos sobre el respaldo de la silla torpemente atadas por una cuerda, solo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas,  encima de la mesa varios objetos tapados con una nota:

“úsalos”

Un rotulador, un pequeño bol con cubitos de hielo, unas pinzas para el pelo, tijeras, una vela y un encendedor.

Me acerque despacio saboreando el momento, estabas esplendida, tu espalda erecta terminaba en esa suave curva en donde culo y caderas componían la más voluptuosa escena que podría imaginar, te contemple sin decir nada, vi tu pecho agitarse por tu excitada respiración, tus pezones erectos evidenciaban tu estado.

Tome tus manos las cruce una sobre otra y las ate firmemente diciéndote –hielo-

Te estremeciste.

Me arrodille detrás de ti y con el rotulador escribí en tu espalda al tiempo que recitaba:

“Cómo deseo ser tu suspiro de amor,

la espera de tus ansias y la sal de tu sudor.

Cómo deseo ser el gemido que desgarra, y la piel irritada de tu cuerpo.

Cómo deseo sentir que me consume el palpitar de tu interior y ser humedad en tus entrañas.

Cómo te deseo. Y cómo deseo ser la vida de tu cuerpo.”

-fuego- dije

Cada palabra dibujada en tu piel y pronunciada por mi boca erizaba tu cuerpo y agitaba tu respiración que contenía imperceptibles gemidos.

Un cubito de hielo alivio la sequedad de tus labios y castigó el descaro de tus pezones que endurecieron aún más con el gélido contacto.

-hielo- dije

Tome las tijeras y las hice sonar abriéndolas y cerrándolas cerca de tus oídos antes de tirar de la tira lateral de tus bragas y cortarla, una tras otra, las diminutas braguitas eran ahora dos diminutos triángulos, tiré del que estaba bajo tu espalda y te incorporaste mínimamente para liberar la tela del que cubría tu sexo.

-fuego- dije

Las pinzas hoy no serían para el pelo, mi mano se apodero de tu pecho dejando el pezón al alcance del mordisco de la primera pinza, no pudiste reprimir el gemido que esta vez fue sonoro, cuando el segundo pezón quedo prisionero ya no respirabas, solo gemías, de tu boca entreabierta salía la lengua lujuriosa reclamando más placer.

-hielo- dije

Cerca de tus oídos desabotone mi pantalón y lo dejé caer, giraste la cabeza buscando tu premio.

-abre la boca-

Tus labios y tu lengua se apoderaron de mi sexo con una incontenida excitación, las manos aun atadas la acompañaron acariciando mis testículos, te entregaste a esa mamada como una profesional, no había resquicio de mi sexo que tus labios y tu lengua no buscaran y saborearan.

Ahora jadeaba yo.

Aún quedaban objetos por usar,  Salí de ti no sin que opusieras toda la resistencia de que eras capaz, tome el encendedor y prendí la vela, la llama empezó a fundir la cera y deposite la primera gota entre tus pechos, el gemido que salió de tu garganta no era de dolor, gota a gota las lágrimas del dragón hacían que te retorcieras en la silla presa de lujuria y deseo.

El dragón dejo de llorar, libere tus manos de sus ataduras, quite la venda de tus ojos y nuestras miradas se cruzaron por primera vez aquel día, en los tuyos leí claramente el mensaje –fóllame- me decían, los míos te decían –quiero follarte-

Sentado en el sofá, cabalgabas sobre mí, era tal la excitación que teníamos que ambos perdimos la  consciencia entregándonos a la locura del momento, de tu sexo manaban copiosamente tus jugos mientras te penetraba y nuestras caderas bailaban frenéticas al son de la lujuria, una mano tuya recorrió la distancia hasta la mesa, tomo un cubo de hielo y te lo metiste en el coño junto a mi polla.

Como si de un elixir se tratara, aquella sensación de hielo y fuego en tu interior, nos hizo estallar a ambos en un orgasmo cósmico y maravilloso, sentí que me moría de placer, nunca había sentido nada igual.

Hielo y fuego.