Hidden Eden Hotel

Explorando el hotel para swingers

Tal y como nos habían dicho nuestros follamigos Bea y Marcos, el hotel para swingers estaba situado en un lugar paradisíaco, rodeado por tres lados de un tupido bosque, mientras el cuarto daba a la cercana playa. Habíamos salido muy temprano para evitar el calor y las aglomeraciones, y nos había tocado esperar hasta que nos prepararon la habitación, tiempo que habíamos empleado en comer en el restaurante del hotel. Nuestros amigos llegarían a última hora del día.

El personal estaba compuesto por más mujeres que hombres, todos de mediana edad. Una cosa que no advertí hasta que me lo indicaron, es que los empleados nunca miraban a los huéspedes más abajo del cuello.

La habitación era una maravilla, acorde con el exorbitante precio por noche. La cama, seguramente hecha a medida, tenía un ancho que permitiría seguramente dormir a dos parejas sin estrecheces…

«…y follar cómodamente a tres o cuatro parejas» —pensé.

El cuarto de aseo tenía wc y bidet en una cabina cerrada. Otra cabina, a la que se accedía mediante una puerta transparente, contenía una ducha…

«…y tanto ésta como el enorme jacuzzi, podían dar cabida a cuatro personas» —pensé, y mis pezones se erizaron con la idea.

—Música ambiental de varios estilos, televisión con varios canales, dos de los cuales pasan películas porno 24 horas al día, un surtido bar…

—¿Qué dices? —preguntó Fran, que estaba deshaciendo las maletas.

—Nada, estaba leyendo el folleto de bienvenida.

Pasé hoja. A doble página, una fotografía de una piscina interior, dónde se veían algunos hombres y mujeres desnudos con los rostros pixelados. Mi cuquita dio un respingo. ¡Tenía que ir de inmediato a conocer ese lugar!

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunté a Fran, que seguía afanado colocando nuestra ropa en los armarios.

—Tú, no sé. Yo me voy a dar una ducha en cuanto termine con esto, y después voy a dormir una larga siesta. Me has sacado de la cama a las 5, y estoy cansadísimo.

—Pues yo creo que voy a dar una vuelta para conocer las instalaciones.

Fran me lanzó un beso con la punta de los dedos:

—Pórtate bien.

—Mmmmm, hemos venido para portarnos mal, ¡jajajajaja! —reí, mientras abandonaba la habitación.

★ ★ ★

Encontré rápidamente el cartel que indicaba la dirección del “spa”. Al doblar un recodo, el pasillo se ampliaba en una estancia donde una empleada con bata blanca atendía tras un mostrador. Sin decir palabra, nada más entrar, me tendió una enorme toalla blanca.

—Puede usted cambiarse en esta habitación, señora —me dijo señalando una puerta.

Entré. Taquillas, todas abiertas con la llave puesta, y una pulsera en lugar de llavero. Sonreí interiormente: allí nadie llevaría bolsillos, de manera que lo de la pulsera era obligado. Un banco de listones de madera ocupaba la totalidad de la pared frente a las taquillas.

Me quité la minifalda. Estaba de espaldas a la entrada, así que no advertí que ya no estaba sola hasta que me volví para depositarla en la taquilla. Parados en la puerta, como si no se decidieran a entrar, había dos hombres.

Me hicieron chiribitas los ojos. ¡Vaya par de ejemplares! Moreno uno, de ojazos negros, con el torso cubierto por una ajustada camiseta de tirantes, que no ocultaba, sino que ponía de relieve un pecho fuerte y musculado. Bíceps a juego, en uno de los cuales estaba tatuada la cabeza de un felino. Seguí mirando hacia abajo. Pantalón corto, que resaltaba unos muslos de atleta, y entre ellos, un bulto que permitía adivinar el tamaño de lo que había debajo. Mi cuquita se alegró con la visión, os lo puedo asegurar.

El segundo, rubio y de ojos verdes, con el largo cabello recogido en la nuca con una cinta. Bien formado, aunque sin la exuberancia de su compañero, y sin vello visible, al contrario que el moreno. Pantalones largos de algodón, blancos como la camisa de manga corta, que resaltaba el color tostado de su piel.

Les dirigí una sonrisa de bienvenida, y comencé a despojarme de la camiseta muy despacio. Mis manos tropezaron con los senos, y me detuve unos segundos ahí. No les veía, pero notaba sus ojos como brasas en mi cuerpo. Terminé de quitármela. (¿Os he dicho que nunca uso sostén?) Efectivamente, había cuatro ojos clavados en mis pezones, que se habían puesto duros y sensibles.

El rubio se despojó de la camisa. Ni asomo de vello debajo, lo que era una novedad para mí. Una agradable novedad, añado. El moreno se quitó los pantalones rápidamente. El bulto, del que no podía apartar la vista, tomó bajo el slip blanco la forma de una enorme polla. Se quitó el slip. ¡Guau! “Aquello” quedó completamente horizontal, apuntando en mi dirección.

Mientras, el rubio estaba desabrochando su cinturón. Cuando el pantalón fue a parar a sus tobillos, quedó claro que no llevaba nada debajo. Estaba completamente empalmado, como su compañero, aunque su herramienta era algo más corta. Y ¡novedad! Pubis y testículos depilados como el resto de su cuerpo.

Solo entonces advertí que yo aún conservaba el tanga. Así que me volví de espaldas a ellos, y me incliné para quitármelo. No les veía, pero sabía que sus miradas estaban prendidas en mi cuquita, así que me demoré unos instantes para permitirles disfrutar del espectáculo.

Por fin, guardé en la taquilla las dos prendas restantes, y la cerré. Acto seguido me cubrí con la toalla, que anudé sobre mis pechos.

¡Deberíais haber visto el gesto de desilusión de ambos! Estaba decidida… ¡decidida no, deseosa! de follármelos a ambos, pero había que hacerles sufrir un poco. Compuse una nueva sonrisa (Fran dice en broma que “esa” sonrisa en concreto provoca una eyaculación instantánea) y me acerqué a ellos.

—Hola, soy Chloe. Encantada de conoceros.

Me arrimé al cuerpo desnudo del rubio, que era el que tenía más cerca, y le planté dos besos en las mejillas. Su compañero salió del trance (¡jeje!) y tomó la iniciativa en lo de besarme.

—Jorge, —dijo el moreno—. Y es un placer, Chloe.

—Borja, —se presentó el rubio.

—¿Habéis venido solos? —pregunté.

—Nuestras mujeres están de compras en la boutique del hotel —explicó Jorge—. Habíamos venido únicamente a dar una vuelta, y me alegro de haberlo hecho. Eres preciosa, Chloe.

—¿Conocéis este sitio? —pregunté de nuevo.

—Es la tercera vez que venimos, —explicó Borja—. ¿Y tú?

—Me estaba haciendo falta que alguien me sirviera de guía. ¿Podríais acompañarme? —dije, sin responder a su pregunta.

Me colgué del brazo de los dos hombres desnudos, dirigiéndome a otra puerta, frontera a aquella por la que habíamos entrado. Digo “puerta”, pero en realidad era un hueco que comunicaba el vestuario con otra habitación más grande, embaldosada hasta el techo. En una de las paredes largas se alineaban hasta ocho o más duchas.

—Se supone que después de salir del vestuario, debemos darnos una ducha antes de entrar a la piscina —explicó Jorge.

Me desprendí de los brazos, uno de los cuales estaba ya en torno a mi cintura, y me dirigí hacia la pared de las duchas. Me quité la toalla, colgándola de una de las perchas atornilladas a la pared. Abrí el grifo, y esperé unos segundos hasta que los finos chorros se templaron, tras de lo cual me introduje debajo. Tomé entonces el frasco de gel que había en una repisa cercana, y comencé a enjabonarme el cuello.

Me volví. Los dos hombres estaban aún donde los dejé, mirándome con los ojos abiertos como platos, con sus pollas tiesas señalándome. Contuve la risa, no es buena para el sexo.

—Ejem, ¿puedo? —consiguió articular el rubio tras carraspear.

Me limité a tenderle el frasco de gel. Dos segundos después había cuatro manos recorriendo mi cuerpo. Borja, detrás de mí, masajeaba muy despacio mi espalda y nalgas. Jorge parecía empeñado en dejarme el vientre como los chorros de oro.

Mis pezones estaban pidiendo a gritos una mano masculina sobre ellos, pero parecía que los condenados no se decidían. Al fin, Jorge se embadurnó las manos de jabón, y comenzó a amasar mis pechos entre ellas.

Se había arrimado tanto, que el glande circuncidado me cosquilleaba el vientre, oscilando al impulso de las manos de su dueño. Sin cortarme, cerré mi mano en torno a él, y la deslicé adelante y atrás, lentamente.

Una de las manos que estaban en mis nalgas se atrevió a ir más abajo, introduciéndose entre ellas. Noté la untuosa caricia del jabón en el ano. Desplazándome lateralmente un poco, conseguí espacio para inclinarme levemente, y separé los muslos. La mano, ahora decidida, se posó en mi cuquita. Sentí que me temblaban las piernas.

Jorge atrapó mi boca con la suya. Su lengua comenzó a explorar el interior, enredándose con la mía. Después, inclinó la cabeza, tomó una de mis tetitas entre las manos, y comenzó a lamer mi pezón. Un estremecimiento me recorrió toda. Y justo en ese instante, la mano que seguía amasando mi cuquita, liberó un dedo que se introdujo despacito dentro de mi vagina. Sentí que me derretía entera, y el orgasmo comenzó a venirme, poco a poco, muy suave.

Dirigí mi mano libre hacia atrás, y tras dos intentos, conseguí asir la polla lampiña de Borja. Era un gozo sentir la piel sin vello, y me demoré acariciando sus testículos unos segundos, antes de comenzar a masturbarle como a su compañero.

Un segundo dedo siguió al anterior, y la palma de la mano se movía en círculos sobre mi agujerito trasero, causándome una sensación indescriptible. Me di cuenta de que los gemidos que escuchaba desde hacía unos segundos eran míos, y las contracciones eran cada vez más fuertes y más seguidas. ¡Me estaba corriendo!

El dedo pulgar de Borja, supuse, invadió mi ano. Hube de soltar la polla de Jorge y colgarme de su cuello, porque se me doblaron las rodillas cuando las ligeras contracciones en mi vientre y mi cuquita se convirtieron en la madre de todos los orgasmos. Mis sentidos dejaron de funcionar, y toda yo era cuquita y pezones y ano, y me retorcí y chillé sin vergüenza alguna, mientras sentía los dos cuerpos varoniles oprimidos contra el mío, y el tacto de sus dos pieles incrementaba mi placer hasta el paroxismo.

Por fin, cesaron las contracciones poco a poco, y recuperé el uso de mi cuerpo.

—¡Guau! Eso ha estado muy bien —les agradecí.

—Ven a la piscina —urgió Jorge con voz ronca—. Allí estaremos más cómodos.

No tenía que preguntarle para qué necesitábamos más comodidad. Me dejé llevar, cogida de las manos de ambos hasta un recinto más amplio, ocupado casi en su totalidad por una pileta de aguas azules, de unos 12 x 6 metros, calculé. En la pared contraria a la entrada, había un banco corrido de listones de madera, cubiertos por colchonetas.

«Algo duro —pensé—. Pero no me va a importar…»

Me desasí juguetonamente de los dos hombres, y me lancé de pie a la piscina. El agua estaba tibia… Sentí el chapoteo de los dos hombres detrás de mí. Nadé rápidamente hacia el extremo contrario, y me volví. Los dos venían en mi dirección dando grandes brazadas, y estaban a punto de alcanzarme. Esperé a que sus manos ansiosas casi me tocaran, y me sumergí rápidamente, nadando hacia la escalerilla que había a mi izquierda.

Comencé a trepar lentamente por ella. Cuando ya me faltaba únicamente un escalón, volví la cabeza y, tal y como había supuesto, los dos hombres habían cesado en su persecución, y se dedicaban a contemplar mi sexo desde abajo.

Me senté en el banco. Jorge y Borja salieron chorreando, y se aproximaron. Me pregunté quién sería el primero en decidirse, pero no hube de esperar mucho: Borja posó sus manos en mis corvas, y levantó mis piernas, girando mi cuerpo hasta tumbarme en paralelo a la pared. Separé bien los muslos, para facilitarle lo que quisiera que fuera a hacer. Y lo que hizo fue arrodillarse sobre el asiento, con la cabeza entre mis piernas. Sus manos fueron a parar a mis ingles, y me abrió bien la cuquita. La contempló unos instantes, y luego enterró la boca en ella.

Me envaré sin poder evitarlo. Acababa de tener un orgasmo, pero sentí que el segundo se estaba formando. Su lengua recorría el interior de mi vulva hasta el más íntimo recoveco, y cuando se posó en mi clítoris sensibilizado al máximo, se iniciaron de nuevo los espasmos, aún débiles.

Volví ligeramente la cabeza, para encontrarme la enorme herramienta de Jorge a centímetros de mi boca, aguardando… Tampoco yo le hice esperar, y mis labios se cerraron en torno a ella. Comencé a recorrer con la lengua el rojizo glande circuncidado, dándole golpecitos con la punta de vez en cuando.

Me costaba cada vez más coordinar mis movimientos. La lengua de Borja me estaba llevando al mismo límite, y hube de sujetar con la mano la hermosa barra de carne para impedir que mis contorsiones, que no podía evitar, la extrajeran de mi boca.

Se me desencadenó un nuevo orgasmo, y otra vez perdí la noción de todo, excepto de las húmedas caricias que seguían en torno a mi clítoris, de las manos de Jorge amasando mis pechos, y del suave tacto de la polla de Jorge en mi boca. Y como la vez anterior, casi cuando estaba alcanzando el clímax, noté un dedo introduciéndose por mi ano, y chillé, y le pedí a gritos más. No podía estarme quieta, y las intensas contracciones me impelían a tensar todo mi cuerpo, haciéndole muy difícil la labor a Borja.

Aquello terminó, sin que tenga conciencia de su duración. Fue al mismo tiempo muy largo, y casi un suspiro.

Abrí los ojos. En la misma entrada, una pareja, ambos completamente desnudos, se magreaban sin apartar la vista del espectáculo que estábamos ofreciendo.

Sonreí, mirando alternativamente a mis dos compañeros de sexo. Ninguno de los dos se había corrido aún, y eso había que solucionarlo… y posiblemente consiguiéndome al paso los orgasmos tres y cuatro, como mínimo.

Jorge se había sentado, y se masturbaba lentamente. Me subí al banco, pasé una pierna al otro lado de las suyas, y me acuclillé apoyándome en sus fuertes hombros, dejando mi cuquita a la altura precisa. Jorge condujo su polla hasta la misma entrada. Se demoró unos segundos recorriendo con el glande todo el interior de mi vulva, hasta que ya no pude soportarlo, y aproveché el instante en que pasó de nuevo por la entrada de mi cuevita para dejarme caer, quedando empalada.

A un paso, Borja se masturbaba, sonriente. Pero no tenía su polla sin vello a mano, por lo que me concentré en lo que sentía. Dejé de subir y bajar el culito, y me quedé quieta unos segundos. Los ojos brillantes de Jorge estaban clavados en los míos, y su rostro era el compendio del placer. Le mordí la boca más que besársela, e inicié un movimiento de caderas adelante y atrás. Notaba la enorme herramienta entrar y salir resbalando de mi interior, y se iniciaron en mi vientre las primeras contracciones.

La pareja que había visto un poco antes había tomado una de las colchonetas del banco, y estaban follando al borde de la pileta, ella debajo. Él le mantenía las piernas en alto, sujeta por los tobillos, con lo que podía ver el pene del hombre penetrar y retirarse de la vagina dilatada, y la visión me puso al mismo borde. Intenté contenerme, pero el orgasmo me arrolló como una ola, y de nuevo todos mis sentidos se concentraron en el suave roce de aquella polla que me recorría entera por dentro. Y me abracé a su cuerpo como ida, y le mordí los labios y las mejillas, mientras me dejaba llevar por los espasmos del nuevo clímax.

Abrí los ojos. Borja seguía masturbándose, pero ahora se había sentado sobre el banco. Más allá, la mujer chillaba y gemía como yo antes, mientras su compañero acompañaba los sonidos con su fuerte resuello.

Me puse de pie en el suelo. No sabía si Jorge había llegado a correrse, aunque no lo había advertido. Me senté sobre los muslos de Borja, dándole la espalda. Inmediatamente, Jorge se acercó, dejando su enorme instrumento pegado a mis labios; sólo tuve que separarlos, y se coló hasta la úvula. Su dueño comenzó a empujar y retirarse levemente, follándome por la boca, mientras Borja, que me tenía levemente elevada con un antebrazo bajo mi culito, había iniciado un mete y saca frenético, al mismo tiempo que su mano libre me masajeaba el clítoris. No aguanté más que unos segundos, antes de encontrarme invadida por el paroxismo del orgasmo número 3, (¿o era 4?) más intenso si cabe que los anteriores.

Cuando abrí los ojos, la parejita de antes contemplaba sonriente el espectáculo desde el borde de la piscina. Seguían como su madre les trajo al mundo, y se estaban acariciando mutuamente los genitales.

En ese momento, Borja me empujó con cierta urgencia, poniéndose en pie. Jorge oprimió mi hombro con una mano, y entendí: querían eyacular sobre mí. No me gusta demasiado que derramen el semen en mi cara, así que me puse en cuatro. Cada uno de ellos se ubicó a uno de mis costados, y comenzaron a masturbarse rápidamente, hasta que por fin sentí los borbotones calientes en mi espalda y nalgas.

Luego me limpiaron gentilmente con pañuelos de papel de uno de los varios estuches que había sobre el banco, y me hicieron ponerme en pie, sonrientes. Únicamente entonces me di cuenta de que no habíamos cruzado palabra durante todo el tiempo que duró nuestro acoplamiento a tres.

«Como si fuéramos perritos, mismamente —pensé, y me eché a reír.»

—Vamos a la ducha, que imagino que vuestras “respectivas” os estarán buscando —ofrecí.

—En todo caso tu marido… —insinuó Jorge.

—Para nada, aunque… —sonreí con malicia—, quizá habría sido buena idea pasarle a Fran el número de móvil de alguna de vuestras chicas. Así se habrían distraído los tres en nuestra ausencia, ¡jajajajaja!

★ ★ ★

Cuando entré, la habitación que compartía con Fran estaba en penumbra. Mi chico dormía, tendido boca arriba sobre la inmensa cama a la que no se había molestado en quitar la colcha siquiera. Completamente desnudo, con una erección majestuosa que en otro momento me habría tentado. Pero llevaba ni sé orgasmos en la última hora, y estaba muy cansada después de tanto trajín.

De manera que me desnudé a mi vez, me tendí junto a él, y me quedé inmediatamente dormida.