Hetero seducido por un médico

Un joven concurre a un humillante examen medico del que dependera su futuro trabajo.

HETERO SEDUCIDO POR UN MEDICO

El relato que voy a contarles sucedió hace pocos días cuando conseguí un trabajo como operario en una planta industrial del sur de Buenos Aires. Habíamos sido elegidos quince de una preselección, pero dijeron que solamente iban a quedar seis luego del examen médico.

Nos citaron para concurrir a unos consultorios en Avenida Rivadavia, y a mi me entrevistaría el doctor La Motta a las 16 y 30.

Eramos cinco los que fuimos citados a esa hora y todos estábamos muy nerviosos ya que del examen medico dependía nuestro trabajo. La citación decía que teníamos que llevar el resultado del análisis de sangre que nos habían hecho y que debíamos concurrir perfectamente aseados.

Llegué unos minutos más tarde de las 16 y 30 y el doctor ya me había llamado, por lo que a los diez minutos nuevamente me llama por mi apellido –ya habían ingresado mis compañeros-, y me hace entrar a un amplio consultorio, que tenía otra camilla.

El doctor era muy joven, seguramente recién recibido, –tendría 25 años pero aparentaba 20- media 1,78 aproximadamente, delgado, pelo muy cortito, anteojos, lampiño en apariencia, y unos modales de muy engreído, autoritario y morboso. Estaba vestido con una bata de doctor color blanca, sin nada debajo.

Yo tengo 28 años, morocho, muy buena contextura física, -soy entrenador de boxeo-, mido 1,86, tengo vellos en todo el cuerpo, tengo la cabeza rapada y una pequeña barba.

"Ya te había llamado antes y no estabas." Fue lo primero que me dijo. Se sentó sobre su escritorio y detenidamente miró mi ficha y mis análisis.

"Aparentemente estás en muy buenas condiciones físicas. De todas maneras te tengo que hacer un examen físico exhaustivo para ver si detecto algo. Quítate las zapatillas y sube a la balanza".

Yo había ido a la consulta después de entrenar, vestido con un pantalón de joggin, remera y zapatillas.

Me pesó y me midió.

"Quítate las medias y la remera, y acuéstate en la camilla boca arriba", me ordenó. Me acosté en la camilla y comenzó a auscultarme detenidamente durante un buen rato. Revisó mi abdomen y me palpó.

"Siéntate". Obedecí. Yo estaba nervioso porque estaba tardando mucho tiempo, como si hubiera un problema.

En ese momento, el otro médico que estaba atendiendo en ese consultorio se despidió hasta el otro día y cerró la puerta, por lo que quedamos solos.

"Te encuentro una pequeña arritmia cardíaca". Me dijo. Yo, nervioso, buscaba justificarme y transpiraba, pensando que iba a ser un obstáculo para mi empleo.

"Desnúdate completamente que te voy a revisar." "Apúrate que estoy atrasado". Me dijo autoritariamente. Me vino una sensación de humillación de que un muchacho de menor edad me esté tratando de esa forma.

Bajé de la camilla y me quité el joggin, quedando solamente con un slip negro y volví a acostarme en la camilla.

"Te dije que te desnudaras completamente". Obedecí inmediatamente y lentamente me quité el slip que llevaba. En ese momento una enfermera golpeó la puerta, entró trayendo un te, lo que aumentó más mi vergüenza.

Cuando la enfermera se fue me ordenó que me parase delante de una silla y él se sentó en ella. Me miró detenidamente, y en forma humillante, me palpó y oprimió los testículos y el escroto mientras hacía anotaciones.

"Muéstrame el glande". Obedecí, retrayendo el prepucio.

"Pon los dos brazos en la cabeza", me ordenó, y me revisó las axilas, abriéndose paso con un lápiz entre pelos.

"Date vuelta, abre bien las piernas y agáchate lo más que puedas". "Flexiona las rodillas". "Ábrete los glúteos con las manos". Me miró el ano descaradamente y pasó una de sus manos por mi espalda, de arriba hacia abajo, prácticamente hasta el ano.

Me tuvo un rato en esa posición mientras hacía anotaciones en la ficha.

Cuando pensé que había concluido el examen y comenzaba a ponerme el slip me dijo:

"No te vistas, te voy a revisar con más detenimiento la zona anal". "Sube a la camilla, ponte en cuatro patas y agacha la cabeza". "Te voy a hacer un tacto rectal". ¡No podía seguir humillándome de esa forma¡

"Quiero que no haya ningún problema una vez que comiences a trabajar". Me dijo.

Se colocó un guante descartable de látex y gel, y sin decir ninguna palabra comenzó a acariciar el ano con un dedo y lo introdujo pacientemente. Sentía cómo presionaba dentro del recto, lo que me provocó una erección inmediata. Por mi transpiración se debe haber dado cuenta de la humillación a la que me estaba sometiendo, ya que parecía que estaba disfrutando de tenerme ahí completamente desnudo y a su disposición.

"Párate nuevamente al lado de la silla y abre las piernas". Obedecí. Parecía que quería que me exhibiera con la erección. Rogaba que no entrara la enfermera. Se puso a un costado y sentado nuevamente me palpó los testículos, apretándolos y soltándolos. Pasó sus manos entre los pelos de las piernas y me tocó los glúteos. Se puso de pie, y con la otra mano comenzó a inspeccionarme la boca, el cuello y luego, poniéndose detrás mío, pasó las manos por mi pecho, abdomen y terminó en los genitales.

"Ponte la ropa". Me ordenó, mientras me tocaba los glúteos. "El jueves próximo, a las 18, te quiero en mi consultorio particular para terminar la revisación". "Acá está la dirección". "Ahí vamos a definir si te doy la aptitud o no."