Hetero, lo que se dice hetero no era

Polvo rápido en el baño

Las vacaciones de aquel año se presentaron cortitas de dinero, no había presupuesto para un viaje al extranjero, al no ser que me fuera en plan hippilón con la mochila y tal... Así que decidí quedarme en la playa, que en la vivienda familiar el pernotar es gratuito, y es realmente donde se descansa, no esos palizones de padre y muy señor mío que me suelo pegar deambulando por esos mundos de Dios.

No llevaba ni siete días disfrutando de desayuno, playita, tapita, almuerzo, siesta, más playita... cuando me llama Juan José rozando el histerismo, contándome que al final le han dado las vacaciones la tercera y cuarta semana de agosto...y que necesitaba salir de Sevilla... Tras media hora de negociaciones de que si sí,  de que si no, al final me convenció para que tirara la casa por la ventana y me fuera con él esos catorce días. Cambiando mis planes de un monótono verano, por un viaje en plan “Mad max” por las tierras del Apóstol Santiago. Los motivos por los que mi amigo del alma, había elegido aquel lugar como destino, era un misterio para mí, pues él era más de visitar sitios donde el pendoneo y demás estuvieran a la orden del día. Lo cierto es que a  mí las tierras gallegas, no se me antojaba un lugar de sexo y desenfreno, como a JJ le gustaba decir (¡Que equivocado estaba, Dios mío!).


La primera ciudad gallega en la que hicimos noche fue Vigo. Después de disfrutar de las oportunidades gastronómicas que nos brindaba la ciudad, Juan José haciendo alarde de ese descaro que le caracterizaba me interno en un barrio donde sin ser demasiado evidente, se empezaba a respirar ese aroma que tanto nos gusta y que nos dice que “aquí hay tema”. Nos adentramos en una discoteca, Roy Black se llamaba, y sí señor, no había lugar a dudas ninguno: Allí había tema y mucho.

El local era inmenso, una barra amplia con un enorme salón donde la gente charlaba, una pista de baile, paralelo a una sala con unas puertas de cristales donde se podía ver varias pantallas pequeñas de televisión donde se emitían videos porno. Me llamo bastante la atención, porque era la primera vez que veía películas de temática “Chubby”.

Mientras mi amigo pedía las copas, le dije que iba al servicio, atravesé el local hasta llegar al fondo a la izquierda que es donde normalmente se ubican los baños y, como era de esperar, estuve acertado. Vi mucha gente transitando por la zona, por lo que deduje o que había rollo en el W.C. o estaba cerca el cuarto oscuro. Tendría que ser lo segundo, pues en el servicio sólo había dos chavales muy jóvenes que se retocaban sus glamurosos peinados.

Cuando volví a donde estaba mi compañero de viaje éste estaba jubiloso pues decía que había ligado (¡eso es aprovechar el tiempo y lo demás es tontería!). Sin señalar, me indicó a un tipo de unos cuarenta y pocos años moreno, tenía planta de machote, muy distinto a la mayoría del personal que deambulaba por el local, que esgrimía su homosexualidad como un estandarte. En sus sienes lucían   unas incipientes canas que lo hacían aún más atractivo; no tenía una pisca de grasa y con  la camiseta ajustada que lucía se le veía poseedor de una buena musculatura. Vestía como un jovencito de dieciocho... ¡y bien que se lo podía permitir!  La sonrisa que se pintaba en su cara cada vez que miraba a JJ era señal evidente de que le gustaba. A los pocos minutos ya se habían presentado y ambos volcaban todas sus energías en seducir al otro.

No paso ni un cuarto de hora, y yo ya tenía claro que mi amigo mojaba aquella noche. Y como siempre que sucedían esas cosas, Juan José me abandonó en el local. Pero aquella noche había que sumarle el incómodo añadido de que se iba a la habitación que compartíamos del hotel y que ya me llamaría cuando terminara. No sé si por la carita de niño malo que pone, o porque soy así de pringao , el caso es que nunca me niego a esas cosas y me suelo tragar cada marrón que no se lo salta un guardia.

A los diez minutos de estar allí, el aburrimiento se cebó en mí, pues ni conocía a nadie y ni veía alguien que me atrajera como para tirar el sedal... Me estaba pidiendo  una segunda copa cuando veo entrar a una pareja de un chico y una chica, que me llamo la atención de manera grata y los mire fijamente, rozando el descaro infantil... Ella era una tía muy guapa, rubia y por lo que podía ver desde donde me encontraba estaba buenorra (tenía una delantera de padre y muy señor mío). Él era otra cosa, varonil hasta decir basta, no muy guapo pero con un atractivo que lo desbordaba, y con ese pelín de toque canalla que tanto me pone. Tenía un corte de pelo, que sin ser antigüito, era una alusión clara a la falta de reciclaje profesional de su peluquero que se había quedado aparcado en los noventa, pues me recordaba a los “vigilantes de la playa.”  Podría medir como mucho un metro ochenta, pero la anchura de pecho y de espalda que poseía; le daba un aspecto de tiarrón imponente.

El tipo me devolvió la mirada, pero con ese porte de macho no pude discernir si me lanzaba un desafió o me estaba tirando los tejos. Así que agache la cabeza y seguí a lo mío. O sea, al triste deporte de sentirse sólo, rodeado de muchísima gente. Observar lo que entraba y se movía por aquel local, lejos de distraerme, me agobiaba. Por cierto, debía ser “prime time” porque cada vez había más personal.

Me termine la copa y mi vejiga me empezó a gritar que quería vaciarse; solución: ¡había que mear...!

Estaba en uno de los urinarios vertiendo los excesos de líquido de aquella noche, cuando observo que el atractivo hetero de la barra entra en uno de los cubículos concretamente en el que se situaba frente de mí. El tío dejó la puerta semiabierta para que lo pudiera ver, se sacó una polla morcillona y empezó a agitarla suavemente. Mis ojos parecían que se me iban a salir de las cuencas, no podía separar la mirada de aquel ejemplar de macho, que me miraba insinuante. Sin darme tiempo a reaccionar tiro de mi persona, casi de manera violenta y en con un acento gallego bastante cerrado me dice:

—¡Coño, entra pa dentro, que apenas tengo tiempo!

Cerró la puerta del pequeño W.C. y se echó sobre mí, metiéndome la lengua salvajemente hasta la garganta, parando cuando creyó que me faltaba el resuello, volviendo a arremeter de nuevo segundos después, suponiendo que me había recuperado. Sus manos se aferraron a mi flácida polla, que empezaba a responder a la situación de manera evidente. Mis dedos buscaron entre sus piernas, encontrado un pedazo de carne que me pareció enorme y que estaba duro como una piedra. Cuando dejo de besarme, y con la proximidad que da compartir fluidos con otra persona, pude observar que sus ojos eran azules oscuros y sus labios carnosos eran la antesala de una boca perfecta.  Pero todo fue un visto y no visto, sin darme tiempo a reaccionar, se agachó para meterse mi nabo en su boca, si tenía alguna duda sobre la posible heterosexualidad del hermoso gallego que tenía arrodillado ante mí, se disipó.

Me mamaba la polla con una maestría y pasión, que demostraba las muchas horas de “vuelo” de mi ocasional amante. Se entretenía pasando la lengua por el glande, para estrepitosamente tragarse todo el miembro de golpe, su cabeza se hundía contra mi pelvis mientras que con sus manos masajeaba mis huevos. Estuvo unos breves segundos succionando trepidantemente la punta, para volverse a meter de cuajo otra vez de golpe mi pene, sentí como le daban pequeñas arcadas que soportaba placenteramente, se la sacaba impregnada de saliva y la masturbaba haciendo que mi cuerpo se estremeciera de placer, cuando consideró que estaba a punto de correrme y que si seguía así, no aguantaría más, me miró desde su posición y, con un gesto de lo más vicioso, me dijo:

— Sabes colega tienes un carajo ideal...

—Hombre, bastante normalito — Respondí tímidamente.

—...perfecto para que me la metas por el culo —Dijo concluyendo su frase de una manera inesperada para mí.

Cuando me quise dar cuenta tenía un preservativo puesto y le estaba lubricando con gel   el culo a aquel machote, intentando dilatar, despacio y suavemente con mis dedos su esfínter. La verdad es que estaba muy apretado, y a pesar de la lubricación apenas dejaba pasar un dedo.  El cabrón tenía un culo enorme, sus glúteos estaban cubierto de un rizado vello castaño y su raja también estaba muy poblada, tanto que el lubricante que le unté, se quedó pegado entre la maraña de pelos.

Pero tanta delicadeza, pareció no gustarle al gallego, pues  me quito bruscamente la mano de su agujero diciéndome, con un tono que rozó la antipatía:

— ¡Déjate de mamoneo y fóllame ya!

Se la empecé a meter de la forma más suave que sabía, para intentar no hacerle daño, pero él se saltó esa parte y empujando su culo para atrás se la metió de golpe, un leve dolor me recorrió el glande al atravesar aquel conducto tan estrecho. Dolor que se transmutó rápidamente en placer al sentir el calor que aquel caliente hoyo emanaba.

Traspasado el primer tramo, pude sentir como el gallego gozaba por sus gemidos, lo que me animo más a seguir con un controlado mete y saca mientras agarraba su cintura para intentar deslizar su ano a lo largo de mi polla, de una forma sincronizada. Enfrascado como estábamos en el acto sexual, ni nos importó que la gente que entraba en el baño fuera consciente de lo que sucedía dentro de aquellas cuatro paredes. El mundo pareció detenerse, solo existíamos él y yo, nuestros cuerpos engarzados el uno con el otro.

No sé cuánto tiempo estuve penetrándolo, cada vez me era más fácil sacársela y volverla a meter. Estaba cada vez más dilatado, su ano estaba tan caliente que no podía dejar de follármelo. En un momento determinado, veo que empieza a tocarse, intento pararlo pero se niega, su cuerpo se mueve casi de forma compulsiva, ¡El muy cabrito se está corriendo, sin esperar siquiera que yo lo haga! Yo que no me quiero quedar a dos velas, lo penetro más bruscamente si cabe. Hasta que termino por derramarme sobre su espalda. Nos miramos buscando la complicidad del otro y nos reímos.

Me da unos pañuelitos de papel para que me limpie, se limpia vertiginosamente y me deja sólo.

Mientras me limpio, pienso que el polvo que acabo de echar es como la comida rápida, te apetece pero sabes que no es buena, que es deliciosa pero entraña sus peligros, pero cuando caes en el pecado de comerla te deja súper satisfecho....Aunque con cargo de conciencia, porque sabes que no es buena para tu salud.

Cuando volví a la barra me encontré, con mi ocasional amante, besando apasionadamente a su acompañante. La despampanante rubia tenía ahora en sus labios el sabor de mi polla. Cuando me vio pasar, sin dejar de besarla, me guiñó el ojo en un apagado gesto de complicidad. Nunca sabré hasta qué punto la chica era consciente de los deseos sexuales del que parecía su novio. Pero por la forma de comportase de éste, creo que era ignorante de todo. Pues si no ¿A qué venían tantas prisas?

Mire el móvil, Juan José seguía sin dar señales de vida.

FIN

El viernes que viene publicaré la tercera parte de tres de “¡No hay huevos!”, será en la categoría bisexuales. ¡No me falten!

Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría  de temática gay. Espero servir con mis creaciones para apaciguar el aburrimiento por esta cuarentena inédita que nos toca vivir.

MUCHAS GRACIAS POR LEERME!!!